PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Ya hemos hablado mucho sobre la Piedra Filosofal.
Digamos
ahora algunas palabras acerca de su feliz poseedor: el Alquimista.
Por lo
general, se supone que este hombre vive buscando perpetuamente lo imposible en medio
de hornos ardientes, cocodrilos disecados, búhos siniestros y gatos hechizados.
Sin embargo, basta abrir sus libros y ver el modo con que ellos mismos representan
sus hornos y laboratorios para comprobar que existe un profundo error del que los
prejuicios del vulgo dan fe.
El verdadero alquimista es un filósofo suficientemente
instruido como para pasar, sin inmutarse, por épocas muy turbulentas y difíciles.
13 El es el sagrado depositario de toda la ciencia maravillosa que otrora fue
enseñada en los venerados santuarios de la India y Egipto.
Es preciso que
él sepa velarla bastante para eludir la celosa mirada del clérigo déspota que husmea
en él al enemigo y le vigila muy de cerca.
Cuando la Inquisición persigue
sin piedad todo vestigio de conocimiento, el filósofo hermético vela más sus escritos
con símbolos y figuras misteriosas, aunque no lo suficiente como para que el investigador
esmerado no los pueda comprender con facilidad.
Este es el origen de las
oscuridades deliberadas que encontramos en las obras de los adeptos.
¿Cómo
utilizan ellos las inmensas riquezas que el conocimiento del misterioso secreto
puede brindarles? Una de las reglas elementales de la Ciencia denominada Oculta
enseña que, para ser maestro de alguna cosa, hay que saber considerarla con la máxima
indiferencia.
Quien desee la Piedra Filosofal por las riquezas que ella procura,
es muy posible que no la posea jamás.
La tradición esotérica también nos
representa al alquimista vestido con sencillez y siempre de viaje, dando limosna
a los mendigos y a los reyes y, por esta razón, mostrándose superior a estos últimos.
Si damos crédito a los relatos de los contemporáneos, el alquimista Nicolás
Flamel, poseedor de inmensas riquezas, las empleaba únicamente en obras pías y de
caridad, y tanto él como su esposa comían legumbres hervidas, en burdos platos de
barro cocido.
Estas ideas las encontraremos puestas en práctica hasta en
pleno siglo XIX.
El alquimista Cyliani (1832), tras descubrir según él lo
cuenta, la Piedra Filosofal al cabo de cuarenta años de trabajos, vivió con una
renta modestísima después de haberse sentido tentado a ofrecer el precioso secreto
al rey Luis XVIII. Fue la esposa de Cyliani quien le hizo cambiar la idea. La doctrina
que los alquimistas enseñaban es, en gran parte, filosófica. La experiencia solo
debe servir para verificar las teorías especulativas enunciadas en los libros más
venerados. Por esta razón, los adeptos denominan Filosofía Hermética al conjunto
de sus conocimientos. La Filosofía Hermética proclama la unidad de la sustancia
en la base de todas estas demostraciones.
Por otra parte, existe un principio
universal expandido en todos los cuerpos, cualquiera que sea la composición de ellos.
El conocimiento de este principio universal y su puesta en acción cons tituyen
el secreto de la Gran Obra y hace, ab initio, que las experiencias alquímicas se
diferencien de los trabajos de los químicos corrientes, a quienes los filósofos
herméticos consideran “dependientes de laboratorio”.
Esta fuerza oculta ha
recibido una enorme cantidad de denominaciones en las obras que tratan sobre la
Alquimia: es el Thelema (o Thelesma) de Hermes, aparecido en Cosmos, en el año 1888.
¿Existe en nuestra época algún vestigio de esta Filosofía Hermética y de sus
enseñanzas? Busquémoslo.
Alquimia Tradición que no Murió
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