PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO

"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"

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Alquimia Tradición que no Murió
Capítulo X

Segunda Operación: Confección del Azufre

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Gerard Encausse - Papus



La tintura que se extrae del oro común se obtiene mediante la preparación de su azufre.

Esto es resultado de su calcinación filosófica, que le hace perder su naturaleza metálica y la convierte en tierra pura.

Dicha calcinación no puede tener lugar con el fuego común, sino solamente con el fuego secreto que existe en el mercurio de los sabios, debido a su doble propiedad.

En virtud de este fuego celeste, secundado por la trituración, penetra en el centro del oro común, y se libera y anima el doble fuego central del oro: el mercurial y el sulfuroso.

El primer fuego celeste, después de haber extraído la tintura del oro, la fija mediante su cualidad fría y coagulante, y se torna perfecta pudiendo multiplicarse tanto en calidad como en cualidad.

Una vez que esta tierra alcanzó fijeza, adquiere un color de flor de melocotonero que da la tintura o el fuego que entonces es el oro vital y vegetativo de los sabios.

Esto tiene lugar mediante la regeneración del oro con nuestro mercurio.

Hay que empezar, pues, a disolver el oro común en su materia espermática mediante nuestra agua de mercurio o nuestro ázoe.

Para llegar a esto, hay que reducir el oro en una cal u óxido de un rojo oscuro muy puro, y después de haberlo lavado varias veces con agua de lluvia bien destilada con poco fuego, se lo dejará secar ligeramente con el calor del sol; entonces es cuando se lo calcinará con nuestro fuego secreto.

En esta ocasión los filósofos dicen: los químicos queman con el fuego, y nosotros con el agua.

Después de haber embebido y triturado ligeramente el óxido de oro calcinado, el cual está húmedo; después de haberle hecho absorber su peso de sal o de tierra seca sin que moje las manos y después de que todo junto se incorporó como es debido, se lo embeberá directamente y se aumentarán, de manera sucesiva, las imbibiciones hasta que todo parezca una masa apenas espesa.

Entonces, se le echará encima cierta cantidad de agua de mercurio, proporcional a la materia, de manera que sobrena de en esta última.

Se dejará todo en el calor suave del baño de María de los sabios durante cinco horas, al cabo de las cuales se decantará la solución en un vaso que se tapará debidamente y se dejará en un lugar húmedo y frío.

Se tomará la materia que no se disolvió y se la dejará secar con un calor parecido al del sol.

Cuando esté suficientemente seca, se recomenzarán las frecuentes imbibiciones y trituraciones, como ya lo hemos dicho, a fin de obtener una nueva disolución.

Esta se juntará con la primera y se repetirá el procedimiento hasta haber disuelto l o que pueda haber, sin que quede más que tierra muerta, sin valor alguno.

Una vez concluida la disolución, se la pone en el vaso de vidrio bien tapado, del que ya hemos hablado; su color es parecido al del lapislázuli.

Se dejará este vaso en el lugar más frío que se pueda, durante diez días.

Después se pondrá esa materia a fermentar, como ya lo hemos dicho en la primera operación y, mediante el correspondiente fugo interno de esta fermentación, se precipitará una materia negra.

Esta materia será destilada diestramente y sin fuego, poniendo el líquido separado mediante la destilación (el cual sobrenadará en la tierra negra) en un vaso bien tapado y en un lugar frío.

Se tomará la tierra negra separada mediante destilación de su líquido, se la dejará secar sola y, después, se la embeberá directamente con el fuego exterior, o sea, con el mercurio filosófico, debido a que el árbol filosófico necesita, de tiempo en tiempo, ser quemado por el sol y, luego, ser refrescado por el agua.

Hay que alternar, pues, lo seco y lo húmedo, a fin de apresurar la putrefacción, y cuando se advierta que la tierra empieza a secarse, se suspenden las imbibiciones.

Después, se la deja secar sola, hasta que alcance apropiada sequedad.

Se repite este procedimiento hasta que la tierra parece un pez negro: entonces, la putrefacción es perfecta.

Debemos recordar aquí lo dicho en la primera operación, a fin de no dejar que el espíritu se volatilice o las “flores” se quemen, suspendiendo a propósito el fuego exterior en el momento en el que la putrefacción es total.

El color negro que se obtiene al cabo de cuarenta o cincuenta días (siempre que se administró debidamente el fuego exterior), es una prueba de que el oro común se transformó en tierra negra, a la que los filósofos llaman estiércol de caballo.

En el momento en el que la materia tiene color blanco y concluyó la coagulación, se procede a fijarla secando aún más la materia con la ayuda del fuego exterior.

Para ello, se sigue el mismo procedimiento que en la coagulación anterior, hasta que el color blanco se transforme en el color ojo que los filósofos llaman el elemento del fuego.

La materia alcanza sola un grado de fijeza tan grande que ya no la afecta el fuego exterior o común, el cual no puede perjudicarla más.

No solamente hay que fijar la materia como ya lo acabamos de hacer, sino que también hay que petrificarla, induciendo a la materia a que tenga el aspecto de una piedra triturada, valiéndose para ello del fuego ardiente, es decir, del primer fuego que se usó, y siguiendo los mismos medios antes descriptos, a fin de transformar la parte impura de la materia en tierra “fija” y de despojar también a la materia de su humedad salina.

Entonces se procede a separar lo puro de lo impuro de la materia.

Este es el último grado de la regeneración, que se consuma con la solución.

Para llegar a esto, después de haber triturado debidamente la materia y de haberla puesto, como ya lo hemos dicho, en un vaso de sublimación (de tres a cuatro dedos de altura, de vidrio blanco de buena calidad y de un espesor que sea el doble del corriente), se vierte encima el agua mercurial, la cual es nuestro ázoe, disuelto en la cantidad de espíritu astral que le es necesaria y que ya indicamos, graduando su fuego de manera que la mantenga en un calor templado, mientras, al final, se le agrega una cantidad de este mercurio filosófico con el fin de fundir la materia.

Por este medio, toda la parte espiritual de la materia se introduce en el agua, y la parte terrosa se va al fondo; se decanta su extracto, se lo pone en hielo, a fin de que la quintaesencia oleosa se junte y suba a la superficie del agua y allí sobrenade como aceite, desechándose el resto de la tierra como inútil.

Esta tierra aprisionaba la virtud medicinal del oro y, por lo tanto, ella carece de todo valor.

Obsérvese bien aquí que no hay que extender demasiado la petrificación de la materia para no transformar el oro calcinado en una especie de cristal.

Hay que regular con destreza el fuego exterior para que seque poco a poco la humedad salina del oro calcinado, transformándolo en una tierra blanda que cae como una ceniza, como resultado de su petrificación o disecación más amplia.

El aceite que así se obtiene mediante la separación es la tintura, el azufre, el fuego radical del oro o la verdadera coloración; es también la medicina universal, verdadera o potable, para todos los males que afligen a la humanidad.

En los dos equinoccios, se toma la cantidad necesaria de este aceite para teñir ligeramente una cucharada sopera de vino blanco o rosado destilado, debido a que una gran cantidad de esta medicina destruiría el radical húmedo del hombre y le quitaría la vida.

Este aceite puede tomar todas las formas posibles y convertirse en polvo, sal, piedra, espíritu, etc., mediante su disecación con la ayuda de su propio fuego secreto.

Este aceite es también la sangre del león rojo: los antiguos lo representaban con la imagen de un dragón aliado que descansaba sobre la tierra.

Finalmente, este aceite inalterable es el mercurio aurifico.

Una vez hecho, se lo divide en dos partes iguales.

Se conserva una parte, en estado de aceite, en una redoma de vidrio blanco, bien cerrada con tapón esmerilado, y se la conserva en un lugar seco, a fin de usarla para efectuar las imbibiciones en los reinos de Marte y del Sol, como lo diré al final de la tercera operación.

La otra porción se deja secar hasta que se reduzca a polvo, siguiendo los mismos pasos antes indicados para disecar la materia y coagularla.

Entonces, se divide este polvo, de manera pareja, en dos partes iguales.

Se disuelve una parte en cuatro veces su peso de mercurio filosófico, para embeber la otra mitad con el polvo que se tiene aparte.




Alquimia Tradición que no Murió

  1. Alquimia Tradición que no Murió - Cap I El Ocultismo y la Alquimia
  2. Alquimia Tradición que no murió - Cap II ¿Qué es la Piedra Filosofal?
  3. Alquimia Tradición que no murió - Cap III La Fabricación de la Piedra Filosofal y sus distintos colores
  4. Alquimia Tradición que no murió - Cap IV Una explicacion sobre Textos Alquímicos
  5. Alquimia Tradición que no murió - Cap V La Química Moderna Y La Piedra Filosofal
  6. Alquimia Tradición que no murió - Cap VI La Piedra Filosofal: Pruebas De Su Existencia
  7. Alquimia Tradición que no murió - Cap VII La Validez De La Piedra Filosofal
  8. Alquimia Tradición que no murió - Cap VIII La Tabla De Esmeralda de Hermes Trismegisto, y Su Explicación Paso a Paso
  9. Alquimia Tradición que no murió - Cap IX Primera Operación: Mercurio De Los Filósofos
  10. Alquimia Tradición que no murió - Cap X Segunda Operación: Confección Del Azufre
  11. Alquimia Tradición que no murió - Cap XI Tercera Operación: Conjunción Del Azufre Con El Mercurio De Los Filósofos
  12. Alquimia Tradición que no murió - Cap XII Las Multiplicaciones
  13. Alquimia Tradición que no murió - Cap XIII El Verdadero Alquimista
  14. Alquimia Tradición que no murió - Cap XIV Vestigios De La Alquimia En La Época Actual
  15. Alquimia Tradición que no murió - Cap XV Un Alquimista Práctico
  16. Alquimia Tradición que no murió - Cap XVI Cómo Estudiar Alquimia, Y Conclusión



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