PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
La tintura que se extrae del oro común se obtiene mediante la
preparación de su azufre.
Esto es resultado de su calcinación filosófica,
que le hace perder su naturaleza metálica y la convierte en tierra pura.
Dicha calcinación no puede tener lugar con el fuego común, sino solamente con el
fuego secreto que existe en el mercurio de los sabios, debido a su doble propiedad.
En virtud de este fuego celeste, secundado por la trituración, penetra en el
centro del oro común, y se libera y anima el doble fuego central del oro: el mercurial
y el sulfuroso.
El primer fuego celeste, después de haber extraído la tintura
del oro, la fija mediante su cualidad fría y coagulante, y se torna perfecta pudiendo
multiplicarse tanto en calidad como en cualidad.
Una vez que esta tierra
alcanzó fijeza, adquiere un color de flor de melocotonero que da la tintura o el
fuego que entonces es el oro vital y vegetativo de los sabios.
Esto tiene
lugar mediante la regeneración del oro con nuestro mercurio.
Hay que empezar,
pues, a disolver el oro común en su materia espermática mediante nuestra agua de
mercurio o nuestro ázoe.
Para llegar a esto, hay que reducir el oro en una
cal u óxido de un rojo oscuro muy puro, y después de haberlo lavado varias veces
con agua de lluvia bien destilada con poco fuego, se lo dejará secar ligeramente
con el calor del sol; entonces es cuando se lo calcinará con nuestro fuego secreto.
En esta ocasión los filósofos dicen: los químicos queman con el fuego, y nosotros
con el agua.
Después de haber embebido y triturado ligeramente el óxido de
oro calcinado, el cual está húmedo; después de haberle hecho absorber su peso de
sal o de tierra seca sin que moje las manos y después de que todo junto se incorporó
como es debido, se lo embeberá directamente y se aumentarán, de manera sucesiva,
las imbibiciones hasta que todo parezca una masa apenas espesa.
Entonces,
se le echará encima cierta cantidad de agua de mercurio, proporcional a la materia,
de manera que sobrena de en esta última.
Se dejará todo en el calor suave
del baño de María de los sabios durante cinco horas, al cabo de las cuales se decantará
la solución en un vaso que se tapará debidamente y se dejará en un lugar húmedo
y frío.
Se tomará la materia que no se disolvió y se la dejará secar con
un calor parecido al del sol.
Cuando esté suficientemente seca, se recomenzarán
las frecuentes imbibiciones y trituraciones, como ya lo hemos dicho, a fin de obtener
una nueva disolución.
Esta se juntará con la primera y se repetirá el procedimiento
hasta haber disuelto l o que pueda haber, sin que quede más que tierra muerta, sin
valor alguno.
Una vez concluida la disolución, se la pone en el vaso de vidrio
bien tapado, del que ya hemos hablado; su color es parecido al del lapislázuli.
Se dejará este vaso en el lugar más frío que se pueda, durante diez días.
Después se pondrá esa materia a fermentar, como ya lo hemos dicho en la primera
operación y, mediante el correspondiente fugo interno de esta fermentación, se precipitará
una materia negra.
Esta materia será destilada diestramente y sin fuego,
poniendo el líquido separado mediante la destilación (el cual sobrenadará en la
tierra negra) en un vaso bien tapado y en un lugar frío.
Se tomará la tierra
negra separada mediante destilación de su líquido, se la dejará secar sola y, después,
se la embeberá directamente con el fuego exterior, o sea, con el mercurio filosófico,
debido a que el árbol filosófico necesita, de tiempo en tiempo, ser quemado por
el sol y, luego, ser refrescado por el agua.
Hay que alternar, pues, lo seco
y lo húmedo, a fin de apresurar la putrefacción, y cuando se advierta que la tierra
empieza a secarse, se suspenden las imbibiciones.
Después, se la deja secar
sola, hasta que alcance apropiada sequedad.
Se repite este procedimiento
hasta que la tierra parece un pez negro: entonces, la putrefacción es perfecta.
Debemos recordar aquí lo dicho en la primera operación, a fin de no dejar que
el espíritu se volatilice o las “flores” se quemen, suspendiendo a propósito el
fuego exterior en el momento en el que la putrefacción es total.
El color
negro que se obtiene al cabo de cuarenta o cincuenta días (siempre que se administró
debidamente el fuego exterior), es una prueba de que el oro común se transformó
en tierra negra, a la que los filósofos llaman estiércol de caballo.
En el
momento en el que la materia tiene color blanco y concluyó la coagulación, se procede
a fijarla secando aún más la materia con la ayuda del fuego exterior.
Para
ello, se sigue el mismo procedimiento que en la coagulación anterior, hasta que
el color blanco se transforme en el color ojo que los filósofos llaman el elemento
del fuego.
La materia alcanza sola un grado de fijeza tan grande que ya no
la afecta el fuego exterior o común, el cual no puede perjudicarla más.
No
solamente hay que fijar la materia como ya lo acabamos de hacer, sino que también
hay que petrificarla, induciendo a la materia a que tenga el aspecto de una piedra
triturada, valiéndose para ello del fuego ardiente, es decir, del primer fuego que
se usó, y siguiendo los mismos medios antes descriptos, a fin de transformar la
parte impura de la materia en tierra “fija” y de despojar también a la materia de
su humedad salina.
Entonces se procede a separar lo puro de lo impuro de
la materia.
Este es el último grado de la regeneración, que se consuma con
la solución.
Para llegar a esto, después de haber triturado debidamente la
materia y de haberla puesto, como ya lo hemos dicho, en un vaso de sublimación (de
tres a cuatro dedos de altura, de vidrio blanco de buena calidad y de un espesor
que sea el doble del corriente), se vierte encima el agua mercurial, la cual es
nuestro ázoe, disuelto en la cantidad de espíritu astral que le es necesaria y que
ya indicamos, graduando su fuego de manera que la mantenga en un calor templado,
mientras, al final, se le agrega una cantidad de este mercurio filosófico con el
fin de fundir la materia.
Por este medio, toda la parte espiritual de la
materia se introduce en el agua, y la parte terrosa se va al fondo; se decanta su
extracto, se lo pone en hielo, a fin de que la quintaesencia oleosa se junte y suba
a la superficie del agua y allí sobrenade como aceite, desechándose el resto de
la tierra como inútil.
Esta tierra aprisionaba la virtud medicinal del oro
y, por lo tanto, ella carece de todo valor.
Obsérvese bien aquí que no hay
que extender demasiado la petrificación de la materia para no transformar el oro
calcinado en una especie de cristal.
Hay que regular con destreza el fuego
exterior para que seque poco a poco la humedad salina del oro calcinado, transformándolo
en una tierra blanda que cae como una ceniza, como resultado de su petrificación
o disecación más amplia.
El aceite que así se obtiene mediante la separación
es la tintura, el azufre, el fuego radical del oro o la verdadera coloración; es
también la medicina universal, verdadera o potable, para todos los males que afligen
a la humanidad.
En los dos equinoccios, se toma la cantidad necesaria de
este aceite para teñir ligeramente una cucharada sopera de vino blanco o rosado
destilado, debido a que una gran cantidad de esta medicina destruiría el radical
húmedo del hombre y le quitaría la vida.
Este aceite puede tomar todas las
formas posibles y convertirse en polvo, sal, piedra, espíritu, etc., mediante su
disecación con la ayuda de su propio fuego secreto.
Este aceite es también
la sangre del león rojo: los antiguos lo representaban con la imagen de un dragón
aliado que descansaba sobre la tierra.
Finalmente, este aceite inalterable
es el mercurio aurifico.
Una vez hecho, se lo divide en dos partes iguales.
Se conserva una parte, en estado de aceite, en una redoma de vidrio blanco,
bien cerrada con tapón esmerilado, y se la conserva en un lugar seco, a fin de usarla
para efectuar las imbibiciones en los reinos de Marte y del Sol, como lo diré al
final de la tercera operación.
La otra porción se deja secar hasta que se
reduzca a polvo, siguiendo los mismos pasos antes indicados para disecar la materia
y coagularla.
Entonces, se divide este polvo, de manera pareja, en dos partes
iguales.
Se disuelve una parte en cuatro veces su peso de mercurio filosófico,
para embeber la otra mitad con el polvo que se tiene aparte.
Alquimia Tradición que no Murió
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola
Template by OS Templates