PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO

"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"

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Alquimia Tradición que no Murió
Capítulo VII

La Validez de la Piedra Filosofal

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Gerard Encausse - Papus



Lo expuesto responde a todas las condiciones requeridas. Sin embargo, Figuier, sabedor de cuán difícil es explicar esto, añadió algunas explicaciones en una edición posterior de su obra (1860). Deseoso de hallar por todas partes, a priori, la existencia de fraude, éste fue el argumento principal que esgrimió: el alquimista contrató un cómplice, el cual introdujo en los crisoles de Helvetius un compuesto de oro de fácil descomposición con el calor.

¿Es necesario demostrar la ingenuidad de esta objeción?

  1. ¿Cómo habría que elegir precisamente el crisol que tomaría Helvetius?
  2. ¿Cómo pensar que él fuera tan tonto como para no diferenciar un crisol vacío de uno lleno, o bien, una aleación de un metal?
  3. ¿Por qué no tomarse el trabajo de releer el relato de los hechos? Entonces, Figuier habría advertido dos cuestiones importantes: En primer lugar, la siguiente frase: Tomó una onza y media de plomo. Esto indica que la pesó, la manipuló y estuvo en condiciones de verificar fácilmente si era plomo de verdad.
  4. A continuación, este pormenor: tapó convenientemente su crisol, lo cual impide toda evaporación ulterior.
  5. Aunque supongamos incluso que Helvetius fue realmente engañado y que, siendo un experimentado sabio, confundiera al oro con el plomo, la prueba de la transmutación no resulta menos evidente, pues los críticos olvidan siempre el siguiente hecho: Si existe una aleación que oculta en sí al oro, entonces, después de la evaporación u oxidación, pesará mucho menos que el metal inicialmente empleado.

Por el contrario, si con cualquier procedimiento se agregó oro, el lingote pesará mucho más que el metal inicialmente empleado. Ahora bien, la transmutación de Claude Guillermet de Bérigard (o Beauregard), de Pisa (¿1578?-1664), que comentaremos más adelante, prueba irrefutablemente la nulidad de tales argumentaciones.

Finalmente, para destruir para siempre lo que Figuier afirma, basta señalar que tanto los orfebres de La Haya como el aquilatador de las monedas de Holanda comprueban la pureza absoluta de aquel oro, lo cual sería imposible si hubiera existido cualquier aleación.

Aquí cae por su propio peso la explicación que la crítica da a este hecho:

“En la actualidad, solo podemos explicar estos hechos admitiendo que el mercurio o el crisol utilizados ocultaban cierta cantidad de oro, disimulada con una habilidad maravillosa”.

Hemos dicho que un solo hecho plenamente comprobado bastaba para demostrar la existencia de la Piedra Filosofal. Sin embargo, son tres los hechos sujetos a las mismas condiciones. Veamos los otros dos: Esto es lo que relata Bérigard de Pisa, citado por el mismo Figuier:

  1. “Contaré lo que otrora me sucedió cuando yo tenía muchísimas dudas de que el mercurio pudiera convertirse en oro. Un hombre diestro, deseoso de quitarme esas dudas, me dio una porción de polvo cuyo color era bastante parecido al de la amapola silvestre, y cuyo olor era el de la sal marina calcinada.
  2. “Para destruir toda suposición de fraude, yo mismo compré el crisol, el carbón y el mercurio a diferentes comerciantes a fin de que por nada del mundo pudiera haber oro en algunos de esos elementos (pues esto lo hacen frecuentemente los que convierten a la Alquimia en un embuste).
  3. “Agregué un poco de polvo a diez medidas de mercurio, expuse todo a un fuego bastante fuerte y, en poco tiempo, toda la masa se convirtió en casi diez medidas de oro. Diversos orfebre s lo pusieron a prueba y reconocieron que era oro purísimo. “Si este hecho me hubiera ocurrido sin testigos, sin la presencia de árbitros extranjeros, yo habría podido suponer la existencia de algún fraude.
  4. “Sin embargo, puedo asegurar, con confianza, que el hecho ocurrió tal como yo lo cuento.”

He aquí, además, que quien realiza esa operación es un sabio, pero conoce las tretas de los embaucadores y, para evitarlas, emplea todas las precauciones imaginables.

Finalmente, citamos también la transmutación efectuada por François-Mercurie van Helmont (1618-1699), en su laboratorio de Vilvorde, cerca de Bruselas.

Van Helmont recibió de un desconocido un cuarto de grano de Piedra Filosofal. Se lo enviaba un adepto que, al descubrir el secreto, deseaba convencer de su realidad al ilustre sabio cuyos trabajos honraban a su época.

El mismo van Helmont llevó a cabo esa experiencia él solo, en su laboratorio. Con el cuarto de grano de polvo, que recibió del desconocido, transformó ocho onzas de mercurio en oro.

Hay que convenir que este hecho era un argumento casi irrefutable que podía invocarse en favor de la existencia de la Piedra Filosofal. Era difícil engañar a Van Helmont, el químico más diestro de su tiempo.

Él mismo era incapaz de toda impostura y no tenía interés alguno en mentir, pues jamás aprovechó para nada lo que él observó.

Por último, puesto que la experiencia tuvo lugar fuera de la presencia del alquimista, es difícil comprender cómo pudo deslizarse allí el fraude. Van Helmont quedó tan convencido del hecho que pasó a ser declarado partidario de la Alquimia.

En honor de esta aventura, a su hijo recién nacido le puso el nombre de Mercurios. Por lo demás, este Mercurios Velmont no desmintió su bautismo alquímico.

Hizo que Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) compartiera su modo de pensar. Durante toda su vida buscó la Piedra Filosofal. Es verdad que no la halló, pero difundió fervorosamente sus conocimientos.

Retomemos ahora esos tres relatos y comprobaremos que responden a las condiciones científicas planteadas. En efecto, ¿el mercurio o el plomo contenían oro? No lo creo, sí tengo en cuenta:

  1. Que ni Helvetius, ni van Helmont, ni Bérigard de Pisa creían en la Alquimia, estaban en la misma situación y no los divertía hacerlo;
  2. Que en ningún caso el alquimista tocó los objetos empleados;
  3. Finalmente, en la transmutación de Bérigard de Pisa, si el mercurio hubiera contenido oro y éste hubiera quedado solo, después de volatilizarse el primero, el lingote obtenido habría pesado mucho menos que el mercurio empleado, lo cual no ocurrió.

No podrá creerse que, después de estos argumentos, la lista concluya: persiste en el mundo, por lo menos, un argumento nada veraz, por cierto, pero tanto más peligroso:

  1. Todos estos relatos, extraídos de libros impresos, no son la obra de los autores que los firman, sino de hábiles alquimistas impostores.

Ciertamente, estamos frente a una objeción terrible, que parece destruir todo nuestro trabajo. Sin embargo, la verdad puede todavía aparecer victoriosa.

En efecto, existe una carta perteneciente a una tercera persona, tan eminente como las otras. La dirigió el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677) a Jarrig Jellis. La misiva prueba irrefutablemente que la experiencia de Helvetius fue real.

He aquí el pasaje importante:

  1. “Después de conversar con Voss sobre el asunto de Helvetius, se burló de mí, asombrándose de verme ocupado en tales bagatelas. “Para asegurarme de la verdad, acudí a lo del monedero Brechtel. Este, que había puesto a prueba el oro, me aseguró que, durante la fusión, había aumentado incluso más su peso cuando introdujo plata en él. Era preciso, pues, que ese oro, que transformó la plata en oro nuevo, fuese de un carácter muy particular.
  2. “No solamente Brechtel, sino incluso otras personas que habían asistido a la prueba, me aseguraron que lo ocurrido fue así. “En seguida fui a ver a Helvetius y él mismo me mostró el oro y el crisol que todavía contenía un poco de oro pegado en sus paredes. Me dijo que había introducido apenas, en el plomo fundido, Piedra Filosofal del tamaño de un cuarto de grano de trigo. Agregó que hará conocer este hecho al mundo entero.
  3. “Parece que este adepto ya efectuó la misma experiencia en Ámsterdam. Todavía es posible encontrarle en dicha ciudad.
  4. “Estas son todas las informaciones que pude obtener sobre este tema.
  5. “Booburg, 27 de marzo de 1667. Spinoza”

(Opera posthuma, página 553)

Tales son los hechos que crearon en mí esta convicción:

  1. Hay pruebas irrefutables de que la Piedra Filosofal existe, a menos que se niegue para siempre el testimonio de los textos, de la historia y de los hombres.



Alquimia Tradición que no Murió

  1. Alquimia Tradición que no Murió - Cap I El Ocultismo y la Alquimia
  2. Alquimia Tradición que no murió - Cap II ¿Qué es la Piedra Filosofal?
  3. Alquimia Tradición que no murió - Cap III La Fabricación de la Piedra Filosofal y sus distintos colores
  4. Alquimia Tradición que no murió - Cap IV Una explicacion sobre Textos Alquímicos
  5. Alquimia Tradición que no murió - Cap V La Química Moderna Y La Piedra Filosofal
  6. Alquimia Tradición que no murió - Cap VI La Piedra Filosofal: Pruebas De Su Existencia
  7. Alquimia Tradición que no murió - Cap VII La Validez De La Piedra Filosofal
  8. Alquimia Tradición que no murió - Cap VIII La Tabla De Esmeralda de Hermes Trismegisto, y Su Explicación Paso a Paso
  9. Alquimia Tradición que no murió - Cap IX Primera Operación: Mercurio De Los Filósofos
  10. Alquimia Tradición que no murió - Cap X Segunda Operación: Confección Del Azufre
  11. Alquimia Tradición que no murió - Cap XI Tercera Operación: Conjunción Del Azufre Con El Mercurio De Los Filósofos
  12. Alquimia Tradición que no murió - Cap XII Las Multiplicaciones
  13. Alquimia Tradición que no murió - Cap XIII El Verdadero Alquimista
  14. Alquimia Tradición que no murió - Cap XIV Vestigios De La Alquimia En La Época Actual
  15. Alquimia Tradición que no murió - Cap XV Un Alquimista Práctico
  16. Alquimia Tradición que no murió - Cap XVI Cómo Estudiar Alquimia, Y Conclusión



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