PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Esta sección del Sermón del Monte consta de cinco
versos cortos, y sólo unas cien palabras, y sin embargo no se exagera
diciendo que es el documento más sorprendente que jamás se haya
presentado a la humanidad. En estos cinco versos se nos dice más
acerca de la naturaleza del hombre, el significado de la vida, la
importancia de la conducta, el arte de vivir, el secreto de la felicidad
y del buen éxito, la manera de superar la adversidad, el acceso
a Dios, la emancipación del alma, y la salvación del mundo, que
lo que todos los filósofos y todos los teólogos y todos los sabios
juntos nos han dicho, porque nos explica la Gran Ley. Es infinitamente
más importante que un hombre, y especialmente un niño, comprenda
el significado de estos cinco versos, que ninguna otra cosa que
se enseña en las escuelas y las universidades. No hay nada en los
cursos de estudio corrientes, no hay nada que se pueda aprender
en las bibliotecas o los laboratorios que valga la millonésima parte
de la enseñanza de estos versos. Si alguna vez fuese posible justificar
el dicho fanático: "Quemen los demás libros porque todo está en
éste", se estaría haciendo mención a estos versos.
"No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio que juzgareis
seréis juzgados y con la medida con que midiereis se os medirá"
(MT. 7, 1-2). Si el hombre común comprendiese, aun por un momento,
el significado de estas palabras, y verdaderamente las creyese,
de inmediato revolucionarían toda su vida de arriba abajo radicalmente;
su conducta diaria se transformaría por completo, y él mismo cambiaría
tanto que, en un tiempo relativamente corto, sus amigos más íntimos
casi no lo conocerían. Tanto si fuese primer ministro como si fuese
un hombre de la calle, esta comprensión le cambiaría el mundo, y,
como la verdad es más contagiosa de lo que se puede imaginar, su
metamorfosis transformaría el mundo también para muchos otros.
Cada vez que leemos de nuevo el Sermón del Monte en una actitud
mental receptiva, nos asombramos de encontrar que las afirmaciones
que contiene han sido, en la práctica, pasadas por alto por la mayoría
de los
cristianos. Si no se supiese que es un hecho que estas palabras
se oyen constantemente en público, y son leídas en privado por millones
de cristianos de todas clases, casi no se podría creer que esto
fuera posible; porque las verdades expresadas aquí parecen no tener
nada que ver con los motivos de su vida y conducta diaria. Sin embargo,
estas palabras expresan la Ley de la Vida, sencilla e inevitable.
Porque tal es la Ley de la Vida: tal como pensamos de otros, tal
como hablamos de ellos, tal como nos portamos hacia ellos, así pensarán,
y hablarán de nosotros, y así se portarán con nosotros. Sea cual
fuere nuestra conducta, inevitablemente nos será devuelta. Todo
lo que les hacemos a otros, tarde o temprano, aquí o allí, alguien
nos lo hará. Lo bueno que hacemos se nos devolverá en el mismo grado;
y lo malo que les hacemos a otros de la misma manera se nos devolverá
también. Esto no quiere decir de ninguna manera que las personas
a quienes tratamos bien o mal sean las mismas que nos devuelvan
mañana la acción. Casi nunca ocurre así; pero lo que ocurre es que,
en otro momento, tal vez años después, en otro lugar lejano, alguien
que no sabe nada de la acción anterior nos la pagará con la misma
moneda. Por cada palabra áspera que decimos a otra persona o de
otra persona, tal palabra se nos dirá o se dirá de nosotros. Por
cada vez que defraudemos, seremos defraudados; por cada vez que
engañemos, seremos engañados. Por cada mentira que digamos, se nos
mentirá también. Por cada vez que descuidemos un deber, por cada
evasión de una responsabilidad, cada abuso de la autoridad sobre
otras personas, estaremos haciendo algo por lo cual, inevitablemente,
se nos pagará haciéndonos sufrir una herida igual. "Con la medida
que midiereis se os medirá."
¿No es evidente que, si la gente se diera cuenta de todo ello, de
que es literalmente cierto, esto influiría en su conducta en la
forma más profunda? ¿No haría más, en la práctica, tal comprensión
para hacer disminuir los crímenes y elevar el nivel moral de toda
la comunidad, que todas las leyes elaboradas por los parlamentos,
o todos los castigos impuestos por jueces y magistrados? La gente
tiende a pensar, especialmente cuando la tentación es muy fuerte,
que probablemente podrán escaparse de la ley del país, escaparse
del alguacil, o deslizarse de las manos de las autoridades de cualquier
otra manera. Esperan que los individuos les perdonen, o que no puedan
vengarse, o que todo se olvide con el tiempo; o mejor aún, que nunca
se descubra la falta. Sin embargo, si comprendiesen que la ley de
la retribución es una Ley Cósmica, tan impersonal e inmutable como
la ley de la gravedad, que no considera personas ni respeta instituciones,
una ley sin rencor y sin piedad, reflexionarían más antes de tratar
injustamente a sus prójimos. La ley de la gravedad nunca duerme,
nunca está desprevenida, nunca se cansa, no es compasiva ni vengativa;
y nadie podría imaginar que pudiese evadirla o engatusarla, o sobornarla,
o intimidarla. La gente la acepta como inevitable e ineludible,
y se comportan de acuerdo a ello. La ley de la retribución es tan
inmutable como la ley de la gravedad. Tarde o temprano, el agua
encuentra su nivel; y el trato que les damos a otros se nos devuelve.
Algunos cristianos, al oír la explicación de la ley de la retribución
han puesto objeción diciendo que esta ley es de origen budista o
indostano, y no cristiano. Es verdad que esta ley es enseñada por
los budistas y los indostanos, y hacen bien en enseñarla porque
es la ley de la naturaleza. Es verdad también que esta ley se comprende
mejor en los países orientales que entre nosotros; pero eso no quiere
decir que sea una posesión oriental. Lo que quiere decir es que
las iglesias ortodoxas cristianas han faltado a su obligación de
exponer a la gente una sección importante de la enseñanza de Jesús.
A los que dicen que ésta no es una ley cristiana, se les puede responder:
¿Es un documento cristiano el Evangelio de Mateo, o no? ¿Era cristiano
o budista Jesucristo? Esta doctrina, nos guste o no nos guste, si
queremos, podemos tratar de pasarla por alto; pero no podemos negar
que Jesucristo la enseñó, y de la manera más directa y enfática,
cuando dijo: "No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el juicio
con que juzgareis seréis juzgados y con la medida que midiereis
seréis medidos" (MT. 7, 1-2).
Sir Edwin Arnold, en su poema titulado La Canción Celestial, describió
esta ley implacable de la justicia inmanente.
No hay nadie que la pueda menospreciar;
quien la impida, pierde; quien la sirva, gana;
el bien hecho en secreto da paz y deleite, el mal escondido trae
dolor.
Por ella el cuchillo apuñaló al asesino;
el juez injusto perdió su defensor,
la lengua falsa sentencia su propia mentira;
y el vil ladrón despoja sólo para restituir.
Ella lo ve y lo nota todo;
sé justo -¡te recompensará!- Injusto -serás pagado con la misma moneda-
aunque Dharma tal vez tarde en llegar.
Bien claro está que conviene no hacerle a otra persona lo que no
quisiéramos que alguien nos hiciese a nosotros, porque eso es lo
que ocurrirá. Especialmente es éste el caso cuando actuamos mal
con alguien que está en nuestro poder.
De la misma manera, igualmente, es cierto que por cada buena acción
que cumplimos, por cada palabra bondadosa que pronunciamos, un día
u otro recibiremos su equivalente. Muchas personas suelen quejarse
de
la ingratitud de aquéllas a quienes han ayudado o a quienes han
concedido favores —y frecuentemente con razón—; pero esta queja
manifiesta una actitud mental que es importante corregir. Cuando
alguien se siente ofendido porque le han mostrado ingratitud por
un favor, es porque ha esperado gratitud, y esto es un gran error.
La verdadera razón para ayudar a otros es porque es nuestro deber
ayudar en la medida en que podamos hacerlo sabiamente; o porque
es una expresión del amor. Por supuesto, el amor verdadero no busca
un quid pro quo y haber cumplido nuestro deber tendría que ser la
propia recompensa, recordémoslo, o si lo preferimos así, de una
manera u otra nuestra buena acción será reconocida a su tiempo.
Cuando se espera la gratitud, se crea en la otra persona un sentido
de obligación, y esta persona, probablemente, tendrá esto en su
inconsciente y lo sentirá con más fuerza, porque tal cosa es algo
que repugna a la naturaleza humana. Hagamos la buena acción y sigamos
nuestro camino, sin esperar ni desear el reconocimiento personal.
¿No es acaso un pensamiento hermoso y estimulante que todas las
oraciones que hemos pronunciado en nuestra vida, todo lo bueno que
hemos hecho y todas nuestras palabras bondadosas permanecen con
nosotros, y que nada puede quitárnoslas? En efecto, éstas son las
únicas cosas que podemos guardar, porque todo lo demás ha de desaparecer.
Nuestros errores mentales, y orales, y nuestros pecados van eliminándose
según la Ley: pero el bien sigue incólume por toda la eternidad.
Los estudiosos del Cristianismo Científico que comprenden el poder
del pensamiento, se darán cuenta de que es aquí, en el reino de
los pensamientos, donde la Ley encuentra su verdadera aplicación;
y verán que lo que importa, en última instancia, es guardar pensamientos
rectos hacia otros, lo mismo que hacia sí mismo. Pensar rectamente
en lo tocante a Dios, en lo tocante al prójimo y en lo tocante a
sí mismo; esto es la Ley y los Profetas. Sabiendo que el dominio
se encuentra en el Lugar Secreto, es en el Lugar Secreto donde hay
que poner la atención, observando el mandamiento: No juzguéis.
La Regla de Oro interpretada científicamente es: Pensad de otros
tal como quisierais que pensaran de vosotros. A la luz del conocimiento
que ahora tenemos, la observancia de esta regla se convierte en
un deber solemne, y más aún, es una vital deuda de honor. Una deuda
de honor es una obligación que ninguna ley escrita puede hacemos
cumplir, una obligación que cumplimos en secreto para satisfacción
de nuestra conciencia; y del mismo modo, como nadie puede saber,
y mucho menos probar, lo que estamos pensando, no somos responsables
por nuestros pensamientos ante ningún tribunal sino ante el más
alto: el Tribunal que nunca se equivoca y cuyas sentencias nunca
se evaden.
Habiendo comprendido la Ley Suprema y su función, resumidas tan
maravillosamente por Jesús en este pasaje, el discípulo está preparado
para dar el siguiente paso importante y comprender cómo es posible
elevarse incluso por encima de la Gran Ley en el nombre de Cristo.
En la Biblia el término "Cristo" no es sinónimo de Jesús, el individuo.
Es un término técnico que quiere decir la Verdad Espiritual y Absoluta
acerca de cualquier cosa. Discernir esta Verdad acerca de alguna
persona, o condición o circunstancia, inmediatamente sana a esa
persona o condición o circunstancia, siendo el mejoramiento en la
misma medida del grado de toma de conciencia del que piensa. He
aquí la esencia de la curación espiritual, y por eso vemos que en
el sentido más amplio, y con total independencia, al mismo tiempo,
de las obras especiales y sin par realizadas por el mismo Jesús,
es verdad que el Cristo viene al mundo para redimirlo y salvarlo.
Cuandoquiera que el Cristo -eso es, la Idea Verdadera de algo- nace
en el pensamiento de alguien, la curación física, o moral, o mental,
según sea el caso, viene a continuación.
Una curación mental consiste en hacer lúcida e inteligente a una
persona estúpida. Los niños más atrasados en la escuela responden
como si fuera magia a tal tratamiento espiritual. Se pide para ellos
la Inteligencia Divina y se cae en la cuenta de que Dios es el alma
del hombre. La enfermedad y el pecado, la pobreza y la confusión,
la ignorancia y la flaqueza humana, todo desaparece bajo el poder
del Cristo Sanador. Por profundas que sean las raíces de nuestros
males, una visión clara del Cristo, una visión de la Verdad Espiritual,
eternamente presente detrás de las apariencias, nos curará. Para
esto no hay excepción alguna. Porque el Cristo es nada menos que
la acción directa de Dios mismo, el Autoconocimiento del Espíritu,
pasa por encima de todo.
La Ley Espiritual eclipsa y domina todas las leyes del plano físico
y del plano mental. Esto, como hemos visto en el primer capítulo,
no significa que las leyes del plano físico o del plano mental se
pueden romper, sino que el hombre, por su naturaleza esencialmente
divina, tiene el poder de levantarse por encima de estos planos
al plano del Espíritu, plano de dimensión infinita, donde tales
leyes no le afectan más. El no viola sus leyes, se aventura más
allá de sus fronteras. Cuando el globo aerostático se levanta hacia
el sol, no obstante su peso, así que se hincha, parece que desafía
la ley de la gravedad. Sin embargo, no se rompe esa ley, sino que
más bien se cumple por esa acción, aunque la experiencia normal
de la vida diaria está, de hecho, invertida. La Ley de Karma, ley
infalible que no respeta a nadie ni olvida nada, no vale más que
para los planos físico y mental; no es una ley del Espíritu. En
Espíritu todo es perfecto, eterno, inalterable. En este dominio
no hay nada malo que se pueda cosechar porque no se puede sembrar,
y por consiguiente cuando el hombre levanta su atención hacia el
mundo del Espíritu, por lo que llamamos la oración, la meditación
o el tratamiento, transfiere su atención al dominio del Espíritu
y así se pone —a ese grado— bajo la ley del Bien perfecto y se libera
de Karma.
Así es que el hombre puede elegir entre Karma o el Cristo. He aquí
las mejores noticias que jamás haya recibido la humanidad, y por
eso se llama alegre noticia, o buena nueva, o Evangelio, pues tal
es el sentido de esta palabra. Esta es la carta de las libertades
humanas; el dominio del ser humano, hecho a la imagen de
Dios y conforme a su semejanza, sobre todas las cosas. Pero el hombre
puede elegir. Puede permanecer en la región limitada -el plano físico
y el plano mental- y en ese caso queda estrechamente atado a la
rueda del Karma; o puede apelar, por medio de la oración y la meditación,
al Reino del Espíritu, esto es, al Cristo, y, de este modo, liberarse.
Puede elegir. Cristo o el Karma; y Cristo es el Señor del Karma.
En Oriente, donde se comprende tan bien la ley del Karma, la humanidad
no ha recibido el mensaje del Cristo; y por eso se encuentra en
una posición de falta de esperanza. Pero nosotros, así que penetremos
el espíritu del Evangelio, podemos liberamos. En otras palabras,
resulta que el Karma no es inexorable sino mientras no hacemos oración.
En cuanto oramos, comenzamos a elevamos por encima del Karma; es
decir, comenzamos a erradicar gradualmente las consecuencias desagradables
de nuestros errores pasados. Por cada falta, o tenemos que sufrir
las consecuencias -ser castigados- o tenemos que cancelarlas por
medio de la Oración Científica, por la Práctica de la Presencia
de Dios. Tenemos esa gran alternativa -Cristo o el Karma.
¿Significa eso que cualquier falta, cualquier estupidez -hasta un
pecado grave- puede expurgarse del Libro de la Vida, con todos los
castigos o sufrimientos naturalmente resultantes? Sí, significa
nada menos que eso. No hay ningún mal que pueda resistir la acción
del Cristo Sanador. Dios ama tanto a la humanidad que manifiesta
su poder único por medio de Cristo, a fin de que el que lo elige
no perezca a causa de su flaqueza o fragilidad, sino que tenga la
salvación eterna.
No es necesario decir que no se debe suponer que las consecuencias
de una falta pueden evitarse a bajo precio, repitiendo una oración
a la ligera. Para borrar el castigo que de otro modo sigue al pecado
no sirve ninguna oración superficial, sino que se requiere una toma
de consciencia de Dios suficiente para cambiar radicalmente el carácter
del pecador. Cuando la oración o la sanación espiritual ha sido
tan eficaz que el pecador llega a ser otro hombre (un hombre nuevo)
y ya no desea repetir el pecado, entonces está salvado. Entonces
los castigos están redimidos, porque Cristo es Señor del Karma.
*
Y mientras buscó al Señor, Dios le protegió.
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