Señores,
El noble entusiasmo que ustedes demuestran para
ingresar en la antigua y muy ilustre Orden de los francmasones es una prueba evidente
de que ya poseen todas las cualidades necesarias para convertirse en sus miembros.
Estas cualidades son la filantropía, el secreto inviolable y el gusto por las bellas
artes.
Licurgo, Solón, Numa y todos los demás legisladores políticos no
lograron que sus instituciones llegaran a ser duraderas: por muy sabias que hayan
sido sus leyes, no han podido extenderse a todos los países y perdurar a través
de los siglos. Puesto que se fundamentaban en las victorias y las conquistas, en
la violencia militar y en el dominio de un pueblo sobre otro, no han podido llegar
a ser universales ni adaptarse al gusto, al genio y a los intereses de todas las
naciones. No se basaban en la filantropía: el falso amor por una parcela de hombres,
quienes habitan una pequeña región del universo que se llama patria, destruía en
todas estas repúblicas guerreras el amor por la humanidad en general. Los hombres,
fundamentalmente, no se diferencian por las lenguas que hablan, las ropas que visten
o los rincones de este hormiguero que habitan. El mundo entero no es más que una
gran república, en la cual cada nación es una familia y cada individuo un niño.
Señores, nuestra sociedad se estableció para hacer revivir y propagar las antiguas
máximas tomadas de la naturaleza del ser humano. Queremos reunir a todos los hombres
de gusto sublime y de humor agradable mediante el amor por las bellas artes, donde
la ambición se vuelve una virtud y el sentimiento de benevolencia por la cofradía
es el mismo que se tiene por todo el género humano, donde todas las naciones pueden
obtener conocimientos sólidos y donde los súbditos de todos los reinos pueden cooperar
sin celos, vivir sin discordia, y amarse mutuamente. Sin renunciar a sus principios,
desterramos de nuestras leyes todas las disputas que pueden alterar la tranquilidad
del espíritu, la delicadeza de las costumbres, los sentimientos afectuosos, la alegría
legítima, y aquella armonía absoluta que sólo se encuentra en la eliminación de
todos los excesos indebidos y de todas las pasiones discordantes.
Asimismo
tenemos nuestros misterios: son signos que representan nuestra ciencia, jeroglíficos
muy antiguos y palabras que se tomaron de nuestro arte; todos ellos componen un
lenguaje algunas veces mudo y otras muy elocuentes para comunicarse a grandes distancias,
y para reconocer a nuestros hermanos sin importar su lengua o país. En un primer
momento, a los que ingresan nada más se les da a conocer el sentido literal. Es
sólo a los adeptos que se les revela el sentido sublime y simbólico de nuestros
misterios. Es así como los orientales, los egipcios, los griegos y los sabios de
todas las naciones ocultaban sus dogmas por medio de figuras, símbolos y jeroglíficos.
A menudo, el sentido literal de nuestras leyes, de nuestros ritos y de nuestros
secretos sólo ofrece a la razón un sinnúmero de palabras ininteligibles; sin embargo,
los iniciados encuentran en ellos un manjar exquisito que alimenta, que eleva, y
que le recuerda al espíritu las verdades más sublimes. Ha sucedido con nosotros
lo que casi nunca ha sucedido con otra sociedad. Nuestras logias se han instaurado
hace mucho tiempo y se difunden hoy por todas las naciones civilizadas del mundo;
sin embargo, entre tan numerosa multitud de hombres ningún hermano jamás ha traicionado
nuestro secreto. Desde el momento en que comienzan a formar parte de nuestra cofradía,
las personas más frívolas, las más indiscretas y las menos instruidas aprenden a
guardar para sí mismas esta gran ciencia: entonces, parecen transformarse y convertirse
en hombres nuevos, impenetrables y penetrantes al mismo tiempo. Si alguien rompiera
los juramentos que nos unen, no tenemos ninguna ley penal excepto el remordimiento
de conciencia y la exclusión de nuestra sociedad, según las siguientes palabras
de Horacio:
Est et fideli tuta silentio
Merces: vetabo, qui Cereris
sacrum
Vulgarit arcanae, sub isdem
Sit trabibus, fragilemve mecum
Solvat phaselum.
Horacio, antiguamente, fue orador de una gran logia establecida
en Roma por Augusto, mientras Mecenas y Agripa eran sus vigilantes. Las mejores
odas de este poeta son himnos que compuso para que se cantaran en nuestras orgías.
Sí, señores, las famosas fiestas de Ceres en Eleusis, de las cuales habla Horacio,
así como las de Minerva en Atenas y las de Isis en Egipto no eran otra cosa que
logias de nuestros iniciados, donde se celebraban nuestros misterios con las comidas
y las libaciones pero sin los excesos, los desenfrenos y sin la intemperancia en
que cayeron los paganos, después de haber abandonado la sabiduría de nuestros principios
y la pureza de nuestras máximas.
El gusto por las artes liberales es la
tercera cualidad que se requiere para entrar en nuestra Orden, la perfección de
este gusto es la esencia, el fin y el objeto de nuestra unión. De todas las ciencias
matemáticas, la de la Arquitectura, ya sea civil, naval o militar es, sin duda,
la más útil y la más antigua. Es a través de ella que nos defendemos contra las
injurias del aire, contra la inestabilidad de las olas y sobre todo contra el furor
de otros hombres.
Es por medio de nuestro arte que los mortales han encontrado
el secreto de construir casas y urbes con el propósito de reunir las grandes sociedades;
el secreto de recorrer los océanos para llevar de uno a otro hemisferio las riquezas
de la tierra y de los mares y en fin el secreto de construir murallas y máquinas
contra un enemigo más terrible que los elementos y los animales, quiero decir contra
el hombre mismo que no es más que una bestia feroz, a menos que su naturaleza sea
templada con la dulzura, la paz y la filantropía de las máximas que reinan en nuestra
sociedad.
Tales son, señores, las cualidades que se requieren en nuestra
Orden de la cual revelaremos ahora, en pocas palabras, el origen y la historia.
Nuestra ciencia es tan antigua como el género humano, pero no se debe confundir
la historia general del arte con la historia particular de nuestra sociedad. Han
existido en todos los países y en todos los siglos arquitectos, pero todos estos
arquitectos no eran francmasones iniciados en nuestros misterios. Cada familia,
cada república y cada imperio cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos tienen
su fábula y su verdad, su leyenda y su historia, su ficción y su realidad. La diferencia
que hay entre nuestras tradiciones y aquellas de todas las demás sociedades humanas
es que las nuestras están fundadas en los anales del pueblo más antiguo del universo,
el único que hoy conserva el mismo nombre que tenía antiguamente, que no se confunde
con las otras naciones aunque esté disperso por todas partes y en fin, el único
que ha conservado sus libros antiguos, al contrario de casi todos los demás pueblos
en los que éstos se han perdido. Por lo tanto, he aquí lo que he podido recopilar
sobre nuestro origen en los antiquísimos archivos de nuestra Orden, en las actas
del Parlamento de Inglaterra que hablan frecuentemente de nuestros privilegios,
y en la jurisdicción actual de un país que ha sido el centro de nuestra ciencia
arcana desde el siglo décimo. Señores, dígnense prestar más atención; hermanos vigilantes
protejan la logia, aparten de este lugar la vulgaridad profana.
Procul oh procul este profani,
odi profanum vulgus et
arceo,
favete linguis.
El gusto supremo por el orden, la simetría y la proyección sólo
pueden ser inspirados por el Gran Geómetra, arquitecto del Universo, cuyas ideas
eternas son los modelos de la belleza verdadera. Además, vemos en los anales sagrados
del legislador de los judíos que Dios mismo fue el que enseñó al restaurador del
género humano las proporciones de la construcción flotante que tenía como función
preservar durante el diluvio los animales de todas las especies para que repoblaran
nuestro globo, cuando saliera del seno de las aguas. Por consiguiente, Noé debe
ser considerado como el autor y el inventor de la arquitectura naval así como el
primer gran maestro de nuestra Orden.
La ciencia arcana fue trasmitida por
medio de una tradición oral desde Noé hasta Abraham y los patriarcas, el último
de los cuales llevó nuestro arte sublime a Egipto. Fue José quien dio a los egipcios
la primera idea para la construcción de los laberintos, de las pirámides y de los
obeliscos que se han admirado en todas las épocas. Es por esta tradición patriarcal
que nuestras leyes y nuestras máximas se difundieron en Asia, Egipto, Grecia y entre
todos los Gentiles; sin embargo, rápidamente nuestros misterios fueron alterados,
degradados, deformados y mezclados con supersticiones y la ciencia secreta sólo
se conservó pura entre el pueblo de Dios.
Moisés, inspirado por el Altísimo,
hizo construir en el desierto un templo móvil de acuerdo con el modelo que se le
había revelado en una visión celeste en la cumbre de la montaña sagrada, prueba
evidente de que las leyes de nuestro arte se observan en el mundo invisible donde
todo es armonía, orden y proporción. Este tabernáculo ambulante, copia del palacio
invisible del Altísimo, que es el mundo superior, se convirtió después en modelo
del famoso templo de Salomón el más sabio de los reyes y de los mortales. Este edificio
soberbio sostenido por mil quinientas columnas de mármol de Paros, con más de dos
mil ventanas, con capacidad para cuatrocientas mil personas, fue construido en siete
años por más de tres mil príncipes o maestros Masónes que tenían por jefe a Hiram–Abif
gran maestro de la logia de Tiro, a quién Salomón confió todos nuestros misterios.
Fue el primer mártir de nuestra Orden… su fidelidad se debe conservar… su ilustre
sacrificio. Después de su muerte, el rey Salomón escribió en jeroglíficos nuestro
estatuto, nuestras máximas y nuestros misterios, y este libro antiguo es el código
original de nuestra Orden.
Después de la destrucción del primer templo y
el cautiverio de la nación escogida, el ungido del Señor, el gran Ciro que se había
iniciado en todos nuestros misterios designó a Zorobabel como gran maestro de la
logia de Jerusalén, y le ordenó poner los cimientos del segundo templo donde fue
depositado el misterioso Libro de Salomón. Durante doce siglos este Libro se conservó
en el templo de los israelitas, pero después de la destrucción del segundo templo
y la dispersión de este pueblo durante el imperio de Tito, el antiguo libro se extravió
hasta el tiempo de las cruzadas, cuando se encontró parte de él después de la toma
de Jerusalén. Se descifró este código sagrado y sin penetrar en el espíritu sublime
de todos los jeroglíficos que se encontraron, se resucitó nuestra antigua Orden
de la cual Noé, Abraham, los patriarcas, Moisés, Salomón y Ciro habían sido los
primeros grandes maestros. He ahí, señores, nuestras antiguas tradiciones. He aquí
ahora nuestra verdadera historia.
Desde los tiempos de las guerras santas
en Palestina, varios príncipes, señores y artistas se unieron, hicieron voto de
restablecer los templos de los cristianos en Tierra santa, se comprometieron por
medio de un juramento a emplear su ciencia y sus bienes para devolver la arquitectura
a su primitiva constitución, rescataron todos los antiguos signos y las palabras
misteriosas de Salomón, para distinguirse de los infieles y reconocerse mutuamente...
(y decidieron) unirse íntimamente con.... Desde entonces y después, nuestras logias
llevaron el nombre de logias de San Juan en todos los países. Esta unión se hizo
a imitación de los israelitas cuando construyeron el segundo templo. Mientras unos
usaban la paleta y el compás, los otros los defendían con la espada y el escudo.
Después de los grandes reveses de las guerras sagradas, la decadencia de
las armadas cristianas, y el triunfo de Bendocdor Sultán de Egipto durante la octava
y última cruzada, el hijo de Enrique III de Inglaterra, el gran príncipe Eduardo,
viendo que ya no había seguridad para sus hermanos Masónes en Tierra santa quiso
que todos lo acompañaran cuando las tropas cristianas se retiraron y esta colonia
de adeptos se estableció así en Inglaterra. Puesto que este príncipe estaba dotado
de todas las cualidades del espíritu y del corazón que forman a los héroes, amó
las bellas artes y sobre todo nuestra gran ciencia. Estando en el trono, se declaró
gran maestro de la Orden, le otorgó varios privilegios y franquicias, y desde entonces
los miembros de nuestra cofradía tomaron el nombre de francmasones.
Desde
esta época Gran Bretaña se convirtió en la sede de la ciencia arcana, en la conservadora
de nuestros dogmas y en la depositaria de todos nuestros secretos. Desde las islas
británicas la antigua ciencia comienza a pasar a Francia. La nación más espiritual
de Europa se convertirá en el centro de la Orden y derramará en nuestros estatutos
las gracias, la delicadeza y el buen gusto, cualidades esenciales en una Orden cuya
base es la sabiduría, la fuerza y la belleza del genio. Es en nuestras logias que
en lo sucesivo los franceses verán, sin viajar, como en una pintura sintetizada,
las características de todas las naciones y es aquí donde los extranjeros aprenderán
por experiencia que Francia es la verdadera patria de todos los pueblos.
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