PORTAL MASÓNICO DEL GUAJIRO

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La Francmasonería Moderna después de 1877
Christian Jacq

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En enero de 1879, el francmasón Jules Grévy se convierte en presidente de la República Francesa. El francmasón Gambetta obtiene la presidencia de la Cámara y el francmasón Jules Ferry el puesto de ministro de Instrucción Pública. A partir de febrero, Ferry comienza un combate sin cuartel contra la enseñanza religiosa. Innegablemente, el principio de gratuidad de la enseñanza laica constituye un atractivo para muchas familias francesas.

El Gran Oriente apoya sin restricciones la política de Ferry, pues desea arrancar el máximo de jóvenes de las manos de los eclesiásticos. ;Qué ocurre, aquel año, en el terreno estrictamente iniciático? Una anécdota del todo sintomática bastará para ilustrar. En el mes de agosto, un profano llamado Monat se dirige hacia las cinco de la tarde a la logia «Los verdaderos hermanos unidos inseparables-para que le inicien. Votada la admisión, se entregan unas gafas negras al profano que permanecí, así en la oscuridad. Los Masones le toman de la mano y le hacen salir del taller. le llevan al patio del Carrousel. y el profano, algo inquieto, siente de pronto que se eleva. Dócil, no hace preguntas. Se celebra rápidamente una ceremonia de iniciación y, luego se quitan las gafas negras al nuevo hermano. Con no disimulado orgullo, ti Venerable le anuncia que se encuentra en un globo cautivo y que acaban de darle la luz a novecientos metros de altura. Es, concluye el Venerable, el símbolo de la altura que puede alcanzar la francmasonería.

La Masonería escocesa sufre en esa época una dura prueba; doce logias, que desaprueban la dirección autoritaria del Supremo Consejo, fundan una «Gran Logia Simbólica Escocesa» que, al igual que el Gran Oriente, se libera del Supremo Consejo, afirma su ideal republicano y su deseo de combatir a la Iglesia. Todo volverá a su cauce más tarde, pero las peripecias de este tipo, a partir de finales del siglo XIX, son numerosas. Las obediencias rivales se dirigen discretos ataques, a veces pérfidos, cuya historia es casi imposible de reconstituir y no tiene, por lo demás, un gran interés para la evolución de la Masonería. Advirtamos que la «Gran Logia simbólica escocesa» se fusionará en 1896 con la Gran Logia de Francia fundada aquel mismo año. Volvamos a 1880, cuando el gobierno, al que puede calificarse sin exagerar de «gobierno masónico», abre las hostilidades contra la Iglesia suprimiendo la Compañía de Jesús y obligando a todas las congregaciones a solicitar un reconocimiento legal en un plazo de tres meses, bajo pena de ser disueltas. Se plantean igualmente los peores problemas a la capellanía militar y se llega, incluso, a hacer que la policía expulse a los monjes de sus conventos.

En 1881, una gran victoria alegra a los Masones: la gratuidad de la enseñanza primaria. La mayoría de católicos están indignados y doloridos: nunca habrían imaginado que la Masonería pasara así a la acción. Responden entonces con la calumnia, afirmando, por ejemplo, que los Masones bollan con los pies el Santo Sacramento del altar en las logias. Algunos católicos son mas tolerantes. como el cardenal Bonnechose. que hace un análisis lucido de la situación: para el. el catolicismo sufre un inevitable retroceso. Se ha metido demasiado en política. comprometiéndose decididamente con la derecha los movimientos de izquierdas debían actuar un día u otro.

La Masonería, políticamente muy fuerte, no está al abrigo de críticas durante los años 1822-1824, que ven el ascenso de un antisemitismo sectario. Por increíble que parezca, se acusa a los judíos de degollar bebés cristianos y, naturalmente, esos judíos asesinos encuentran refugio en las logias masónicas que son secretamente «infiltradas» por los israelitas. A tantas inepcias se añade la Encíclica del papa León XIII, con fecha del 20 de abril de 1884: «Para los francmasones», dice León XIII, «se trata de destruir de punta a cabo toda la disciplina religiosa y social nacida de las instituciones cristianas y de sustituirlas por una nueva, modelada de acuerdo con sus ideas y cuyos principios fundamentales son tomados del naturalismo».

Esta vez, el Vaticano deja de lado los secretos y los temibles juramentos de la Masonería para proceder a un análisis intelectual en profundidad; las frases que acabamos de citar son claras y revelan cierto miedo de la Iglesia romana ante una Orden que, efectivamente, reniega de la civilización cristiana y quiere instaurar una sociedad laica que no tenga necesidad alguna de espiritualidad, en el sentido católico del término. León XIII, a comienzos de su pontificado, no sentía ninguna especial animosidad contra los Masones; fueron las sucesivas transformaciones del Gran Oriente las que le obligaron a reafirmar la posición doctrinal de la Iglesia.

La francmasonería y la Iglesia rompen, pues, todo contacto y las esperanzas de «negociación» se desvanecen. Los Masones acusan a los jesuitas de haber alentado al papa a condenarlos y de haberle dictado los términos de la Encíclica; no son todavía conscientes de un peligro mucho más grave, un peligro que se llama Leo Taxil cuya obra titulada Los misterios de la francmasonería es un fantástico éxito de edición el año 1885. Es el inicio de una increíble mistificación cuyas consecuencias son duraderas aún. Leo Taxil, cuyo verdadero nombre es Gabriel Jogand-Pagés, es un hombre de letras de la peor ralea. Se ha creado una reputación en París gracias a obras como Los amores de Pío IX, o Las amantes del papa, en las que ese antiguo alumno de los jesuitas cae en el más sumario anticlericalismo. Las denuncias y las multas le hacen perder el dinero que gana, y practica un poco la estafa de diversos modos.

A pesar de numerosas condenas cuyas causas van de la falta de pago al proxenetismo, Taxil no es en absoluto molestado por la policía, de la que es un fiel soplón. Iniciado en la Masonería por una logia que no debía de ser muy exigente con la calidad de sus miembros, es expulsado rápidamente y no supera el grado de Aprendiz. El corto paso por la Orden le procura un nuevo terna literario: la denuncia de las fechorías masónicas. Escribe entonces verdaderos cuentos chinos donde las inepcias se mezclan con las más delirantes divagaciones; Lucifer es el Gran Maestro secreto de la Orden que se entrega a los peores horrores en la penumbra de las tras-logias.

Los Masones adoran a 44.43 5.633 demonios infernales v un horrendo diablillo entrega a los hermanos las convocatorias. Naturalmente, los Masones envenenan a todos los que detestan y confeccionan talismanes que les permiten ganar dinero en los juegos de azar. Es una organización satánica la que dirige la Masonería y engañan a numerosos hermanos que ignoran que los dignatarios masónicos pasean en la punta de una pica las cabezas de sus víctimas y hacen aparecer demonios en las logias. Estas «revelaciones» están acompañadas por sugerentes dibujos que no dejan duda alguna sobre la naturaleza real de la Orden; los católicos están llenos de júbilo. Por muy extravagante que parezca, dan fe a los escritos de Taxil a pesar de las puestas en guardia de jesuitas como el padre Gruber o el padre Portahé que descubren de inmediato la enorme superchería. Los diarios publican extractos de la literatura «taxihana», los creyentes encuentran en ella pruebas de sus sospechas. Algunas revistas eruditas, dirigidas por sabios adeptos del racionalismo, retoman también las frases de Taxil.

En 1893, monseñor León Meurin, s.j., publica La francmasonería, sinagoga de Satán, en el que da un aval eclesiástico casi oficial a las tesis de Taxil. Para el obispo, la Masonería es satánica en su origen, en su organización, en su acción, en su objetivo, en sus medios.

Resumiendo, es el propio infierno. L'Osservatore Romano y L'Echo de Rome dan su pleno acuerdo a estas ideas. Taxil se divierte mucho; en abril de 1897, prepara un nuevo golpe de efecto y, el día 19 de ese mes, ante un pasmado auditorio reunido en la sala de Geografía, declara indolentemente: «No os enojéis, reverendos padres, sino reíd de buena gana al saber hoy lo que ha ocurrido (...)». Taxil reconoce que sus elucubraciones estaban destinadas a procurarle el mayor dinero posible y que toda su «obra» no es más que un tejido de mentiras.

Por desgracia, el falsificador ha convencido a varios eclesiásticos de alto rango; la conclusión del periódico Le Matin del 20 de abril de 1897 es severa: «Montar toda una mistificación, burlase durante doce años de la Iglesia, mofarse de los curas, los obispos, reírse de los cardenales y hacer que el propio Santo Padre bendijera esa tomadura de pelo, ésa es la lamentable obra a la que se entrego Leo Taxil». «¡Vamos!», proclamaba éste, «la tontería humana no tiene limites»; de hecho, cuesta comprender la ingenuidad de aquella época, cuando las payasadas de Taxil tomaron un aspecto relativamente trágico, puesto que la Iglesia y la Masonería salen debilitadas de esa inverosímil prueba.

La primera ha perdido la confianza de muchos católicos; la segunda sufre todavía el peso de las calumnias «taxilianas», y algunas personas siguen convencidas de que el diablo aparece en las tras-logias donde se degüella a los recién nacidos. Dejemos ese deplorable hecho de armas trucadas y regresemos al año 1886, que ve el despertar del esoterismo masónico gracias a hombres como Stanislas de Guaita y Oswald Wirth. Hojeando antiguos grimorios, advierten que el simbolismo de la Orden está lleno de sentido y que merece algo mejor que un desdén teñido de ironía.

Sus primeros esfuerzos son discretos, pues la mayoría de los Masones tiene otras preocupaciones, sobre todo en el terreno de la enseñanza donde los profesores se adhieren, cada vez de mejor gana, a la Masonería. Cuando los Masones simbolistas publiquen un Ritual interpretativo para el grado de Aprendiz, serán desaprobados por las instancias superiores de la Orden y recibirán la adhesión de una sola y única logia donde, sin embargo, podrán reagruparse para proseguir su trabajo de investigación. Pese a las dificultades internas, el renacimiento esotérico se inicia. En 1895 se había creado una nueva obediencia masónica, la Gran Logia de Francia, que es hoy el segundo poder masónico trances por el numero de hermanos.

Mantiene buenas relaciones con el Supremo Consejo del Rito Escocés, que le concede la administración de las logias llamadas «azules» (grados de aprendiz, de compañero y de maestro) y conserva la de los altos grados (del cuarto al trigésimo tercer grado del rito escocés). La nueva Gran Logia desea diferenciarse claramente del Gran Oriente; sus talleres trabajan a la gloria del Gran Arquitecto y cuentan con Masones simbolistas que no tienen ambición política alguna. En 1896 existen dos «bloques» masónicos: el Gran Oriente por un lado, el Supremo Consejo del Rito Escocés y la Gran Logia de Francia, que permanecerán unidos hasta 1964, por el otro. El caso Dreyfus estalla en 1898 y provoca una inmensa oleada de antisemitismo.

Como suele suceder en los grandes asuntos públicos, los Masones se dividen en dos bandos; los unos militan a favor de Dreyfus, al que consideran víctima de una conspiración de jesuitas, los demás se pronuncian contra él. El periodista Drumont no vacila en afirmar que la Masonería es un conglomerado de judíos y hugonotes fanáticos que, si no se tiene cuidado, pronto dirigirán Francia. En 1899, hay unos 24.000 francmasones en el hexágono y, entre ellos, están los más influyentes políticos. Las logias estudian temas como la remuneración de los maestros, las casas de jubilación, las modificaciones del código penal, el alcoholismo.

Este tipo de temas es caro todavía al Gran Oriente contemporáneo. Se hacen también estudios sobre la asistencia pública, el problema de la vejez o la democratización de la enseñanza. El Gran Oriente alienta la simplificación de los rituales y la supresión de símbolos que considera anticuados.

El masón Emile Combes obtiene la presidencia del Consejo en 1902. Muy creyente en su juventud, paso cierto tiempo en un seminario pero se le negaron las ordenes, Este fracaso le inculco un odio visceral contra la Iglesia y todo lo que se refiere a ella de cerca o de lejos.

Los sentimientos de Combes descansan sobre la idea de que el catolicismo del siglo XIX ha traicionado de un modo tunda-mental el mensaje de Cristo y la alta intelectualidad de santo Tomas de Aquino, cuyo pensamiento ha estudiado mucho. La Masonería será el instrumento de la venganza, destruirá a esa Iglesia renegada que no merece vivir. Combes hace que se cierren miles de escuelas religiosas y ordena la expulsión de los monjes; las congregaciones femeninas no se libran de ello. En 1903, el ejército expulsa de su convento a los monjes de la Gran Cartuja. En 1904, ningún organismo religioso está autorizado para impartir enseñanza. León XIII trata a los Masones de «maniqueos» y los diarios católicos se inflaman, afirmando que Combes asiste a misas negras.

El presidente del Consejo, apoyado por el Gran Oriente, permanece en su lugar. El muy oscuro asunto de 1904 empaña una vez más el renombre de la Orden. Por una denuncia del masón Bidegain, la opinión publica sabe que el Gran Oriente posee miles de fichas destinadas a diferenciar los oficiales realmente republicanos de los demás, es decir, de los malos soldados que son todavía católicos. Estas fichas se entregan al Ministerio de la Guerra, que favorece el ascenso de los «republicanos» y dificulta el de los católicos. El Gran Oriente se defiende torpemente, afirmando que actuaba en interés de la nación; su objetivo era simplemente identificar a los malos soldados capaces de perjudicar a la República. La mentira no engaña a nadie y el escándalo es enorme.

Buen numero de Masones del Gran Oriente encuentran excesiva esta guerra solapada contra la Iglesia y se vuelven hostiles a Combes, que debe dimitir en enero de 1905. Uno de los mayores artífices de su caída no era otro que Alexandre Millerand, su hermano en Masonería, que fue luego expulsado del Gran Oriente. La gran esperanza de Emile Combes, la separación de la Iglesia y del Estado, se realiza, sin embargo, en 1905. Hasta 1914, el gobierno inspirado por la Masonería hace votar leyes sociales para mejorar la suerte de los obreros y desarrollar el sentido de la salud pública.

Lo que no impide que algunos grupúsculos de extrema izquierda ataquen a la Masonería, que dificulta la lucha de clases a causa de su famosa «fraternidad». Junto a esa francmasonería social cuya buena voluntad no puede negarse subsiste, a trancas y barrancas, una Masonería iniciática cuyo más célebre representante es Oswald Wirth, que funda, en 1912, la revista Le symbohsme en la que escritores masónicos intentan recuperar el significado de sus rituales y de sus símbolos. Edouard de Ribaucourt, profesor de ciencias naturales, piensa que la herencia de los constructores medievales es el mayor tesoro de la Masonería.

El Gran Arquitecto le parece una base intangible de la Orden, al igual que el Volumen de la Ley sagrada simbolizado por la Biblia. Tales ideas no son muy apreciadas en el Gran Oriente al que pertenece Ribaucourt, que presenta su dimisión y funda, en 1913, una nueva obediencia masónica, la «Gran Logia Nacional Independiente y Regular para Francia y las colonias francesas», la actual Gran Logia Nacional Francesa. En un manifiesto del 27 de diciembre, se explica en estos términos: «Nos hemos visto llevados, para salvaguardar la integridad de nuestros rituales rectificados y salvar, en Francia, a la verdadera Masonería de tradición, la única mundial, a constituirnos en Gran Logia Nacional independiente y regular para Francia y las colonias francesas». La Gran Logia de Inglaterra ve renacer en Francia una tendencia masónica a la que aprueba.

La Primera Guerra Mundial proporciona a los Masones, como a los demás franceses, su cortejo de lutos y de sufrimientos. En 1917, la Masonería francesa alienta la eclosión de la Revolución Rusa en la que participan las escasas logias clandestinas del imperio zarista; sus esperanzas serán de corta duración, pues Lenim y Trotski no toleran la presencia de sociedad secreta alguna en el territorio de la Unión Soviética, situación que sigue siendo real en nuestros días. En Francia, el partido radical, principal sostén de la Orden, no tiene ya la misma audiencia después de la guerra. Compite con nuevos partidos de izquierdas que no están enfeudados en la Masonería. La Orden sigue siendo fuerte, puesto que cuenta, en 1919, con más de 2.500.000 Masones en el mundo que hacen oír sus tesis humanistas por la voz de la Sociedad de Naciones que dirige el francmasón León Burgeois. El hermano Quartier la Tente intenta poner en contacto todas las obediencias mundiales por medio de un buró internacional de relaciones masónicas; su fracaso se consuma en 1920, pues los ingleses se oponen a este proyecto que deja indiferente a la mayoría de las logias.

El Gran Oriente y la Gran Logia de Francia participan en el congreso de 1921, en Ginebra, donde las tendencias masónicas presentes intentan redefinir la naturaleza de la Orden tras las pruebas de la guerra. De estas entrevistas se desprende que todos los hombres son hermanos y que la Masonería es, esencialmente, una institución filosófica y progresista que busca mejoras materiales, sociales, intelectuales y morales para el mayor beneficio de la humanidad. En el plano político, eso supone decir que la Masonería francesa debe situarse en el meollo de la unión de izquierdas para organizar una poderosa defensa nacional y promover el espíritu cívico en cualquier circunstancia. En noviembre de 1922, el IV Congreso de la Internacional Comunista se inaugura en Moscú.

En el orden del día figura la decisión de romper cualquier contacto con la francmasonería mundial. Dicho de otro modo, no es ya posible ser, a la vez, miembro del Partido Comunista y francmasón. Los comunistas que pertenezcan todavía a la Orden deberán presentar su dimisión en el más breve plazo, puesto que la Masonería es sólo una emanación de la burguesía reaccionaria entre otras muchas. La mayoría de los Masones franceses abandona el Partido Comunista, pero esta disensión no será definitiva; en 1945, el Partido Comunista y el Gran Oriente reanudarán unos vínculos que, luego, irán ampliándose. En 1923, el fascismo italiano declara la guerra a la Orden desvalijando o destruyendo algunas logias. Durante el año 1924, el Gran Oriente intenta reafirmar sus posiciones políticas reuniendo, varias veces, bajo su férula, a los principales dirigentes de los partidos políticos de izquierdas. La Unión de las Izquierdas es la luz tras un debate celebrado en el local del Gran Oriente.

La francmasonería se convierte en una especie de superpartido político que «corona» el conjunto de los movimientos republicanos ofreciéndoles una mística humanista alimentada por la certeza de que el pensamiento humano evoluciona constantemente. Humanismo que conoce algunas restricciones, puesto que las logias prusianas no aceptan a ningún judío y las logias de la Jurisdicción Norte de los Estados Unidos frenan al máximo su admisión. El hermano Lantoine, que hace una violenta crítica de la Masonería en 1926, admite sin embargo su politización: «Seria conveniente», escribe, «que impusiéramos a los francmasones, como un deber, sin perjuicio, no obstante, de sus conveniencias personales, el examen de las cuestiones políticas, incluso, y sobre todo, de las más actuales». Oswald Wirth, que encabeza la tendencia simbolista, no comparte esta opinión. Dirige dos críticas complementarias, una a la Iglesia, otra a la Masonería. En la primera, reprocha a los católicos, especialmente a monseñor Jouin, que creen todavía en el carácter diabólico de la Orden.

«¿No será el orgullo el punto flaco de la Santa Iglesia que, por muy divina que sea, parece no escapar al poder insinuante del maligno?» En la segunda, insiste en el hecho de que la iniciación masónica es la obra ininterrumpida de toda una existencia consagrada a la práctica del símbolo. «En interés del buen reclutamiento de la francmasonería», escribe, «es hora ya de que el punto sea ilustrado sobre las cuestiones iniciáticas y que comprenda bien que no es posible ser iniciado por virtud de una ceremonia o por la admisión formal en una asociación, sea la que sea». La francmasonería de los Países Bajos toma, en 1927, una iniciativa hábil y respetuosa de la tradición masónica, al mismo tiempo, para lograr que cesen las diferencias entre obediencias nacionales; en la asamblea de la Asociación Masónica Internacional, propone a todos los Masones que reconozcan la existencia de un principio superior, simbólicamente denominado Gran Arquitecto del Universo, puesto que esa posición deja a cada masón libre de mantener sus opciones religiosas. Ese inteligente intento fracasa, pues las obediencias se aferran a sus doctrinas particulares.

Exasperada por estas disensiones, la Gran Logia de Inglaterra dirige a las obediencias francesas el gran ultimátum de 1929. Sólo la Gran Logia Nacional Francesa, fundada en 1913, responde a los criterios de regularidad que dispensan los ingleses. Consisten, de entrada, en reconocer la soberanía absoluta de la Gran Logia de Inglaterra, luego en creer en la voluntad revelada del Gran Arquitecto, en colocar de un modo visible las tres Grandes Luces en la logia (es decir, el Volumen de la Ley sagrada, la Escuadra y el Compás), en prohibir cualquier discusión política o religiosa en los talleres. El Gran Oriente se muestra del todo insensible a este acto de soberanía y prefiere permanecer en la «irregularidad» antes que ceder a las exigencias inglesas. Ni siquiera el simbolista Oswald Wirth aprecia esta voluntad de hegemonía y no vacila en escribir estas líneas en 1930: «Concedemos toda nuestra indulgencia a los débiles de espíritu, pero cuando exigen que les demos la razón, exageran. No renegaremos por oportunismo de los principios que hacen la grandeza y la fuerza de la francmasonería. Diez fieles valen más que miles de extraviados».

Según el análisis del masón Maréchal, la francmasonería de comienzos del siglo XX se divide en dos tendencias que considera igualmente contrarias al verdadero espíritu masónico; por un lado se encuentra la Gran Logia de Inglaterra que cree poseer la verdad e imponerla, por el otro el Gran Oriente y sus émulos, que confunden iniciación y política. La descripción de una sesión masónica por el historiador G. Huard, en 1930, es una buena imagen del clima interno del Gran Oriente: «Uno de ellos se levanta para anunciar algo: en el programa de la sesión había una charla sobre el arte de la puesta en escena por un masón, actor y director de teatro al mismo tiempo; lamentablemente, el buen hermano, cuya comunicación se aguardaba con impaciencia, aviso muy tarde al buró de que no podía acudir; otro amigo de las logias, diputado radical-socialista y, en este momento, titular de una subsecretaría en el ministerio, tratará el mismo tema en su lugar, a vuela pluma».

Mientras el gobierno Edouard Herriot de 1932 cuenta con doce francmasones que mantienen el poder político de la Orden, los Masones simbolistas se muestran cada vez más críticos e insisten sin miramientos en las desviaciones de la cofradía. Uno de los más ardientes analistas de la situación es el escritor Rene Guénon, que pertenece a distintos grupos ocultistas, de los que renegó luego. Admitido como francmasón en 1907, abandonó definitivamente las logias después de 1914. Para Guénon, el mundo moderno es absolutamente antitradicional y antiniciático; en varias obras, considera que la Masonería y el Compañerismo son las dos únicas sociedades occidentales cuya autenticidad tradicional es indiscutible, pero reprocha a la primera que haya olvidado los principios básicos de la iniciación, que considera un deber recordarle.

Con el seudónimo de La Esfinge, redactó artículos críticos en una revista antimasónica y la emprendió con Oswald Wirth, cuyas interpretaciones simbólicas le parecían insuficientes. Guénon creo una doctrina de la iniciación que, como todas las doctrinas, tiene sus límites y sus debilidades; muchos Masones contemporáneos admiran su obra y respetan sus preceptos intelectuales.

Los años 1933-1934 infligen a la Orden graves pruebas. Los países donde reinan doctrinas totalitarias, como Alemania o Italia, persiguen a los Masones; bastara con recordar que el titular de la sección SS encargada de liquidar la Masonería en Alemania se llamaba Eichmann. En Francia, los católicos publican listas donde se revelan los nombres de miles de Masones. Los partidos monárquicos favorecen la creación de ligas antimasónicas que pasan a la ofensiva y saquean logias de provincias. El Gran Oriente se ve obligado a hacer que protejan su local guardias armados. En la Francia de 1934, es preferible callar la calidad de francmasón, sobre todo en las pequeñas localidades provinciales donde la Orden suscita odios que no han desaparecido por completo aún hoy. La oleada antimasónica aumenta hasta el punto de que un proyecto de ley referente a la disolución de la Masonería es presentada en la Cámara el 28 de diciembre de 1935; es rechazada por 370 votos contra 91.

La llegada al poder del Frente Popular, aprobada y alentada por el Gran Oriente, devuelve cierto vigor al reclutamiento masónico que había disminuido considerablemente los años precedentes. Se admite entonces, sin el menor control ni la menor exigencia, a todos los que desean entrar en las logias para obtener una promoción social más rápida y mejorar su red de relaciones profesionales. Oswald Wirth, que sigue desaprobando el formalismo de la Masonería inglesa y el abandono del Gran Oriente, escribe en 1936 una frase que indica la línea de conducta ideal de una Masonería fiel a su tradición esotérica: «Es indispensable que la Masonería siga siendo iniciática, de ahí su obligación de mantener todo lo que se relacione con la iniciación. Esto es una indudable Landmark».

En 1937, el masón Lantoine, que no aprecia demasiado el simbolismo, advierte sin embargo la degradación espiritual de su tiempo; escribe una carta al soberano pontífice en la que desea una especie de «alianza» de la Iglesia y la francmasonería para salvaguardar los valores profundos de la civilización occidental. El Supremo Consejo Escocés reclama con sus votos el nacimiento de una nueva conciencia religiosa de naturaleza cósmica que iría mas allá de todos los dogmas. la Iglesia observa estas gestiones con actitud distante, las altas instancias masónicas se muestran claramente desaprobadoras. Decepcionado, Lantoine observa con amargura: «Contaminada por un elemento demagógico que, imprudentemente, ha dejado penetrar en sus templos, la francmasonería ha dejado de recurrir sólo a la élite, y la élite se ha retirado de ella».

La Segunda Guerra Mundial interrumpe brutalmente los trabajos de la pequeña minoría de Masones que desean restaurar el esoterismo de su Orden. A los movimientos antimasónicos les sucede una verdadera persecución que comienza con el decreto de Vichy del 14 de agosto de 1940, que suprimió todas las sociedades secretas. Se procede a arrestos y a ejecuciones sumarias, y los funcionarios francmasones son expulsados de su puesto.

Quienes pertenecieron a la Masonería ven como se les impide el acceso a las funciones administrativas. El gobierno del mariscal Pétain solo había disuelto la Gran Logia de Francia y el Gran Oriente, olvidando las demás obediencias; los alemanes, que identifican a los francmasones con los judíos, llevan a cabo una precisa investigación sóbre las corrientes masónicas francesas y exigen la prohibición de las obediencias omitidas por el decreto.

Oficiales alemanes, por otra parte, se dirigen a los distintos locales masónicos donde se apoderan de archivos y ficheros. Más grave aún es el nombramiento de Bernard Fay a la cabeza de una oficina, que se instala en el pasaje Rapp y cuya misión consiste en perseguir a los miembros de las sociedades secretas y, en particular, a los francmasones.

Administrador de la Biblioteca Nacional e historiador, Bernard Fay piensa que la francmasonería estuvo en el origen de la Revolución Francesa y que es antipatriótica por naturaleza. Con un increíble fanatismo, Fay establece listas de Masones, en su mayoría del pueblo llano, y los hace detener; le ayudan en esta tarea algunos Masones que traicionan a los hermanos y revelan sus nombres, esperando así escapar a las persecuciones. Pierre Laval pone trabas a la acción de Bernard Fay.

No siente deseo alguno de perseguir a la Masonería, en cuyo seno tiene algunos amigos. Por eso impide la destitución de algunos funcionarios Masones y varios arrestos solicitados por Fay. Laval se da cuenta de que la ley sobre las sociedades secretas fue un pretexto para revanchas personales, al vengarse los no Masones de la administración de Masones cuyo ascenso habían advertido con amargura.

La historia de este sombrío período es difícil de escribir aún, al menos por lo que se refiere a la Masonería; ;por qué, por ejemplo, el prefecto de policía Langéron, que pertenecía a la Orden, protegió menos a sus hermanos que a Laval? ¿Qué esperanzas alentaban a los Masones que permanecieron fieles a Vichy a pesar de las persecuciones?

Dentro de la gran guerra se producía una no menos cruel agresión contra la francmasonería que no se consideraba compatible con un Estado omnipotente. En 1941, los documentos requisados en las logias sirven para montar una exposición destinada a ridiculizar a los Masones y a mostrar lo nocivo de su institución. Son tratados de judíos usureros y de bolcheviques que desean la perdición de Francia y de su moral.

Curiosamente, esos lamentables propósitos no engañan a los visitantes, buena parte de los cuales se apasiona por el simbolismo masónico y comienza a advertir los sufrimientos que se infligen a la Orden. Digamos de paso que los archivos poseídos por los alemanes pasaron, luego, a manos de los rusos cuando se derrumbó el nazismo; las obediencias francesas reconstituidas pidieron al gobierno soviético que se los devolvieran, pero éste opuso una negativa definitiva. El Gran Maestro de la Gran Logia de Francia, Dumesmil de Gramont, es un amigo personal del general De Gaulle.

Aboga ante él por la Masonería y es escuchado. Por una orden del 15 de diciembre de 1943, el general anula la ley de Vichy y devuelve a las sociedades secretas una existencia legal. A partir de 1943, los Masones se reúnen de nuevo e intentan preparar la unión de todas las obediencias. El proyecto fracasa rápidamente, puesto que el Gran Oriente y la Gran Logia de Francia toman direcciones muy distintas; el primero desea abandonar cada vez más la investigación simbólica, el segundo, por el contrario, desea profundizar en la tradición masónica.

En 1944, una Masonería dolorida se interroga de nuevo sobre su vocación. Varias logias han sido diezmadas por la guerra, hay que proceder a una depuración reintegrando en la Orden solo a los hermanos que no han traicionado de un modo u otro. Se utilizará incluso el termino de «limpieza espiritual» para calificar este período de la transición. Esta del todo claro que la Orden masónica no tiene ya poder político alguno al finalizar el segundo conflicto mundial. El Gran Oriente, al no disponer de una influencia suficiente para participar en la dirección de los asuntos del Estado, hace que sus logias trabajen sobre temas como la seguridad social, la demografía en el mundo o la enseñanza laica.

El reclutamiento es considerable a partir de 1945 y, en 1947, las distintas obediencias masónicas han reorganizado su administración. El Gran Maestro del Gran Oriente, Francis Viaud, recuerda a los miembros de su obediencia que cuanto más se ocupe de política, la Masonería mas débil será; sus esfuerzos no se ven coronados por el éxito, pues los Masones del Gran Oriente sueñan con restaurar su poder social de antaño.

Desde la liberación hasta nuestros días, la Masonería vive en paz y prosigue su propia aventura en el seno de la sociedad francesa que se interesa, con menos pasión y mas clarividencia, por las distintas tendencias masónicas que van de un materialismo dialéctico teñido de humanismo al más profundo esoterismo. Las grandes obediencias se aferran aún a su originalidad, y asistimos a distintas querellas cuya relación sería enojosa.

Para comprender la naturaleza de las obediencias contemporáneas, lo mas sencillo es describirlas precisando sus opciones fundamentales. Antes, volvamos la mirada hacia el pasado para conocer la evolución de la francmasonería moderna de 1717 a mediados del siglo xx.




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