PORTAL MASÓNICO DEL GUAJIRO

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Introducción a la Masonería
Historia e Iniciación
Christian Jacq

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El suelo del templo de los Masones es un «enlosado mosaico», es decir, una especie de tablero de ajedrez en el que se alternan las casillas blancas y negras. Evoca el mundo que es, a la vez, luz y tinieblas y podría decirse que es una excelente ilustración de la historia de la orden masónica donde se alternan períodos constructivos y fases de decadencia. La Masonería es, primero, cierta idea de la humanidad y del lugar del individuo en una comunidad que desea ser fraterna. En este punto, los historiadores están de acuerdo; pero la dificultad comienza cuando se trata de definir esta «idea». La realidad histórica nos mostrará hasta qué punto las orientaciones elegidas o sufridas por la Masonería han influido en su concepción de! hombre y de la sociedad. Al comienzo de nuestra investigación, advertimos que era imposible considerar la institución masónica como un bloque monolítico.

Desde sus lejanísimos orígenes, se han producido numerosas evoluciones; por eso tal vez sería mejor hablar de Masonerías que, según las circunstancias, fueron más o menos fieles al modelo de origen. Es indispensable, a nuestro entender, elevarse por encima de las polémicas que han desnaturalizado tantas obras sobre la orden masónica. No se encontrará en este estudio ningún argumento en favor o en contra de la Masonería, que será considerada como un fenómeno histórico al igual que el imperio faraónico o la cristiandad medieval. En todas las épocas, la propia Masonería se ha designado como una -sociedad iniciática-.

Esta expresión nos lleva de inmediato a precisar el contenido del termino «iniciación». Estar iniciado, en la óptica de los antiguos constructores, es entrar en una orden que se consagra al estudio de los misterios de la vida y propone al hombre medios de evolución espiritual. Si consideramos la arquitectura social de las antiguas civilizaciones donde albañiles y arquitectos desempeñaban un papel fundamental, veremos que las asociaciones iniciáticas formaban el meollo del reino.

En Egipto, por ejemplo, una de las instancias superiores de la nación se componía del faraón como maestro de obras, de sus más íntimos consejeros y de los patrones de las distintas corporaciones artesanales. El hecho más destacado, en las épocas antiguas, es que la iniciación constituye un verdadero oficio y permite al iniciado integrarse en el cuerpo social. Nadie puede convertirse en rey sin haber sido iniciado; lo mismo ocurre con la obtención de los puestos de sumo sacerdote y de maestro de obras. No había, pues, antes de la era cristiana, sociedades «secretas» en el sentido que nosotros les damos; los grupos iniciáticos participaban en el gobierno del reino y, sobre todo, mantenían las verdades religiosas.

Examinaremos cómo esas formas primordiales de la iniciación se transmitieron al mundo greco-romano y a la cristiandad; sin demorarnos, de momento, en estos puntos, advirtamos que la llegada de Cristo señala un vuelco decisivo en la historia de las iniciaciones.

Por primera vez, un jefe espiritual ofrece el conocimiento a todo el mundo, sin imponer el paso por un ritual iniciático; ciertamente, numerosas sectas gnósticas afirmaron lo contrario y es conocida la tesis según la cual Cristo habría salido de la comunidad iniciática de los esenios y se habría expresado en parábolas para que el sentido secreto de su mensaje fuera sólo inteligible para los iniciados.

Sean cuales sean las distintas opiniones sobre esta muy compleja cuestión, se advierte que la Iglesia romana se adelantó a las demás formas de cristianismo. Los fieles siguieron las enseñanzas de los sacerdotes sin recurrir a ceremonias secretas. Sin embargo, en el interior del cristianismo, subsisten asociaciones iniciáticas. Para los constructores de edificios civiles y religiosos, la iniciación sigue siendo el acceso a una función reconocida: el maestro de obras es uno de los personajes más importantes y más admirados de la época medieval.

En esta civilización de la Europa cristiana, donde 6 religión e iniciación se completan, nació la francmasonería en el estricto sentido del término.

De las cenizas de la Edad Media brota una nueva civilización que no tiene ya las mismas bases ni los mismos objetivos que la cristiandad. En adelante, los factores políticos y económicos ocupan el proscenio. La religión se difumina y desempeña un papel cada vez menos decisivo en los asuntos del Estado. Precisamente cuando desaparece una concepción sagrada de la sociedad se forman realmente algunas sociedades «secretas».

Los constructores, en efecto, no son ya considerados como una clase social de primera importancia puesto que los notables estiman que el trabajo manual es «vil y deshonesto» según la expresión del jurista Loyseau. Herméticos, alquimistas y astrólogos son contemplados con suspicacia; aunque Morin de Villefranche establece el tema astrológico de Luis XIV, Colbert expulsa a los astrólogos de la Academia de Ciencias. La libertad de asociación es de las más limitadas; los gobiernos desconfían de los pequeños cenáculos que, según consideran, fomentan conjuras contra el poder y, con el pretexto de mantener una fraternidad, preparan una política de oposición. Oprimidas y sospechosas, las logias de constructores abren de par en par sus puertas a todos los que rechazan las doctrinas oficiales en los campos de la religión, el arte o la ciencia.

Como es regla en épocas de autoritarismo, se entablan vínculos fraternos entre los miembros de las minorías y la adversidad no hace sino exaltar la fuerza de los movimientos secretos. Primera paradoja: los espíritus no conformistas de las logias del siglo XVIII se codean con los representantes de las autoridades vigentes que, en cierto número de casos, dirigen incluso los talleres. La Masonería agrupa a responsables políticos e intelectuales de renombre. Tras la «Masonería» anterior al cristianismo y la Masonería medieval se afirma una tercera Masonería, la de los tiempos modernos.

Aunque las dos primeras presenten numerosos puntos en común, la última se basa en valores bastante distintos. No es ya, como en Egipto, el meollo de la nación; no es tampoco, como en la Edad Media, el centro de gravedad de una elite profesional. Se convierte en una sociedad secreta unas veces y discreta otras, que no ofrece a sus miembros cualificación profesional directa alguna. En un mundo donde los ideales «iniciáticos» son relegados a un segundo plano, la Masonería intenta conservarlos en sus logias. Por desgracia, esta actitud de autenticidad fue rápidamente derrotada por la mentalidad profana que albergaban la burguesía mercantil y la nobleza política.

Tras la Revolución Francesa, las asociaciones masónicas se orientan hacia una mayor participación en la vida social. Por un curioso capricho de la historia, la Masonería pequeño-burguesa y «chanchullera» de la tercera y cuarta repúblicas francesas es la mejor conocida hoy, a través de los escándalos y los negocios bastante sucios en los que estuvo mezclada. Por aquel entonces, el simbolismo y la espiritualidad de los Masones medievales no eran ya más que objetos de museo conservados en nombre del recuerdo.

Los ritos sufrieron entonces graves transformaciones y fueron envilecidos. Gracias a los esfuerzos de algunos Masones, la corriente iniciática intentó recuperar sus cartas de nobleza. Fue combatida por los defensores de una Masonería política y honorífica y sólo conoció una muy limitada expansión. Sociedad «iniciática» que conoció las tres edades de la integración total, la integración parcial y el aislamiento del mundo ambiental, la Masonería ofrece al historiador un vastísimo campo de estudio. Puesto que influyó tanto en los gobiernos como en algunos movimientos espirituales o artísticos, se plantea una pregunta: ¿existe una civilización masónica? A primera vista, la respuesta es negativa. La Masonería no puede circunscribirse a hitos concretos como se hace, por ejemplo, con la civilización romana. Si se considera la civilización como una posición voluntaria del hombre en la ciudad, es preciso admitir que el espíritu masónico enseña a sus adeptos un comportamiento original que no se encuentra en ningún otro grupo. 7 El masón obedece leyes que sólo en parte se han codificado en los textos canónicos de la orden y que se revelan sobre todo, según numerosos testimonios, en el trabajo en la logia.

En este sentido, podemos estimar que existe una civilización masónica paralela a la civilización general. Eso nos explica por qué los escritores masónicos insisten en la diferencia entre el espíritu de la Masonería y su expresión material y temporal; ese espíritu, afirman, no estuvo ausente en ninguna época en la que los hombres intentaban construir el templo. Hablar de la Masonería del siglo xx sin abordar, aunque sea rápidamente, la iniciación egipcia, el pitagorismo y las sectas gnósticas, nos haría ignorar aspectos interesantes de la vida de las logias puesto que algunas corrientes masónicas reivindican la más alejada tradición e intentan prolongarla. La Masonería anterior al cristianismo y la Masonería medieval son poco conocidas; aunque nuestras fuentes de información sobre ellas sean sobre todo míticas y simbólicas, algunos descubrimientos históricos y arqueológicos nos permiten estudiarlas fructíferamente. Puesto que la aventura de aquellos antiguos Masones era muy apasionante, les consagraremos gran parte de nuestro estudio. Cuando se habla de «francmasonería» hoy, se evoca casi exclusivamente la institución que nació en 1717.

Desde hace doscientos cincuenta años, las opciones más diversas y más contradictorias la han animado. Si se hace un recuento de los tipos de hombre que han entrado en las logias desde comienzos del siglo XVIII, llegamos a un balance algo desconcertante: hay eclesiásticos, católicos y protestantes, políticos de derechas y de izquierdas, marxistas y grandes burgueses, teístas y ateos, científicos y ocultistas. La lista, por lo demás, podría seguir alargándose. En la antigua Masonería, una línea de conducta coherente reunía a los iniciados en torno a un único centro de interés: levantar el templo a la gloria de Dios y traducir en símbolos la experiencia espiritual. En la nueva Masonería, este ideal ya sólo es una de las numerosas corrientes masónicas. Nos encontramos, pues, en el día de hoy, ante una especie de «cajón de sastre» cuya influencia intelectual y social es mucho menos importante de lo que suele creerse. Durante los últimos veinte años, las obras consagradas a la Masonería han estudiado la institución desde el punto de vista de la antropología, del simbolismo, de la política e, incluso, del psicoanálisis. De hecho, la Masonería ya sólo asusta a muy pocos mal informados y se presta ahora a cualquier tipo de análisis científico. Las Constituciones, los reglamentos interiores y los rituales se publican desde hace tiempo y cualquier erudito puede acceder a él; el famoso «secreto masónico» es sencillamente un estado de ánimo que los Masones definen, por lo demás, de modo distinto según su posición iniciática, religiosa o social.

No tenemos la ambición de pasar la Masonería por el cedazo de todas las ciencias humanas y de hacer el examen más completo posible, tanto menos cuanto los documentos escritos no son los únicos en tenerse en cuenta. No olvidemos, en efecto, que parte de la enseñanza masónica es oral. Ésta escapa forzosamente al historiador más concienzudo y debemos respetar cierta prudencia en la interpretación de los hechos y del comportamiento de los hombres. Nuestra intención es, simplemente, evocar la historia masónica según sus tres épocas principales: de los orígenes míticos al final del mundo antiguo, del amanecer de la Edad Media a comienzos del siglo XVIII, de 1717a nuestros días.

Puesto que varias asociaciones masónicas siguen magnificando la primacía del simbolismo, concluiremos nuestra investigación con una serie de breves estudios en este terreno, vinculando los símbolos masónicos con sus modelos antiguos. Iniciaremos nuestro relato en los acontecimientos de 1717, para disipar de inmediato una ilusión; la Masonería que nació aquel año no es la única Masonería sino, más bien, su forma tardía. Aunque su importancia sea considerable, puesto que está en el origen de las asociaciones contemporáneas, no debe hacernos olvidar los verdaderos fundamentos de la institución. Volvamos, pues, esta primera página antes de regresar a las fuentes.




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