La maestría masónica explica que estando cerca la terminación del Templo, Salomón encargó a Hiram Abiff que realizase el diseño de todas las obras de decoración del Templo. Éste instaló el taller de fundición en una explanada no lejos del Jordán y otorgó a los Masones tres categorías: Aprendiz., Compañero y Maestro, enseñándoles signos, toques y palabras de paso. Habían 70.000 aprendices, 8.000 compañeros y 3.600 Masones.
Cuando el Templo estaba a punto de ser terminado, la reina de
los sabeos Balkis, princesa cuya belleza era célebre en todo Oriente, viajó a Jerusalén
para conocer a Salomón, pero el encuentro no resultó del todo afortunado. Balkis,
tras conocer por el cuervo Hud-Hud un asunto relacionado con la cepa de vid que
se encontraba junto al altar, recriminó a Salomón: “para asegurar tu propia gloria
has violado la tumba de tus padres; y esta cepa...” Y éste respondió con serenidad
“que en su lugar elevaré un altar de Porfirio y de maderas de olivo, que haré decorar
con cuatro serafines de oro”. “Esta viña -dijo Balkis- ha sido plantada por Noé,
tu antepasado. Al levantarla de cuajo has cometido un acto de rara impiedad. Por
ello, el último príncipe de tu raza será clavado en este madero como un criminal.
Pero el suplicio salvará tu nombre del olvido y hará llover sobre tu casa una gloria
inmortal”. Balkis añadió que quería conocer a Hiram Abiff y, finalmente, lo consiguió.
Tras conocerlo, argumentó que deseaba conocer a los Masones y Salomón se negó. Pero
el genial maestro masón por excelencia, Hiram Abiff, subió en ese instante a un
bloque de granito y con la mano derecha realizó un signo parecido a la T, relacionado
con Tiro, Tubalcaín...; y los Masones se reunieron y guardaron un silencio y una
quietud asombrosos.
Algunos días después de los hechos narrados, Bedoni,
ayudante y fiel discípulo de Hiram Abiff, sorprendió a tres compañeros: Fanor el
sirio (albañil), Anru el fenicio (carpintero) y Matusael el judío (minero), planeando
sabotear la obra. Y la obra resultó momentáneamente saboteada, provocando que un
Bedoni desesperado por no haber advertido a tiempo a Hiram se lanzase a la ardiente
lava. Hiram Abiff, desolado por el fracaso, se retiró llorando y entonces soñó el
sueño más importante de su vida. Tubalcaín lo transportó al Monte Zión y al centro
de la tierra y le transmitió la tradición luciferina más pura y excelsa:
“De la fundición que brilla enrojecida en las tinieblas de la noche se alza
una sombra luminosa. El fantasma avanza hacia Hiram, que lo contempla con estupor.
Su busto gigantesco está presidido por una dalmática sin mangas; aros de hierro
adornan sus brazos desnudos; su cabeza bronceada encarnada por una barba cuadrada,
trenzada y rizada en varias filas, va cubierta por una mitra de plata dorada; sostiene
en la mano un martillo de herrero. Sus ojos, grandes y brillantes, se posan con
dulzura en Hiram y, con una voz que parece arrancada de las entrañas del bronce,
le dice:
Llevándole como en un sueño a las profundidades de la Tierra,
Tubalcaín instruye a Hiram Abiff en lo esencial de la tradición de los cainitas,
los herreros, dueños del fuego.
En el seno de la Tierra, Tubalcaín muestra
a Hiram la larga serie de sus padres: Iblis, Caín, Enoch, Irad, Mejuyael, Matusael,
Lamec, Tubalcaín...
Y entonces le transmite a Hiram la tradición luciferina:
Al comienzo de los tiempos, hubo dos dioses que se repartieron el Universo, Adonai,
el amo de la materia y el elemento Tierra, e Iblis (Samael, Lucifer, Prometeo, Baphomet),
el amo del espíritu y el fuego. El primero creó al hombre del barro y lo animó.
Iblis y los Elohim (dioses secundarios) que no quieren que éste sea un esclavo de
Adonai, despiertan su espíritu, le dan inteligencia y capacidad de comprensión.
Mientras Lilith (hermana de Iblis, Samael, Lucifer, Baphomet...) se convertía en
la amante de Adán (el primer hombre) enseñándole el arte del pensamiento, Iblis
seducía a Eva y la fecundaba y, junto con el germen de Caín, deslizaba en su seno
una chispa divina (según las tradiciones talmúdicas Caín nació de los amores de
Eva e Iblis, y Abel de la unión de Eva y Adán).
Más tarde, Adán no sentirá
más que desprecio y odio por Caín, que no es su verdadero hijo. Caín dedica su inteligencia
inventiva que le viene de los Elohim, a mejorar las condiciones de vida de su familia,
expulsada del Edén y errante por la tierra.
Un día, cansado de ver la ingratitud
y la injusticia, se rebelará y matará a su hermano Abel.
Caín aparece ante
Hiram Abiff y también le explica su injusta situación, añadiendo que en el curso
de los siglos y los milenios, sus hijos, hijos de los Elohim e Iblis, trabajarán
sin cesar para mejorar la suerte de los hombres, y que Adonai, celoso tras intentar
aniquilar a la raza humana tras el diluvio, verá fracasar su plan gracias a Noé,
que será ‘avisado por los hijos del fuego’.
Al devolver a Hiram a los límites
del mundo tangible, Tubalcaín le revela que es el último descendiente de Caín, ‘último
príncipe de la sangre’ del Ángel de Luz e Iblis, y que Balkis pertenece también
al linaje de Caín, que es la esposa que le está destinada para la eternidad”.
Tras regresar al Templo conducido por Tubalcaín, Hiram Abiff está aturdido por
el sueño y las visiones, acaba la obra y se une a Balkis.
Casi terminadas las obras del Templo de Jerusalén, tres compañeros que veían difícil ser admitidos en la maestría masónica, decidieron conseguirla por la fuerza. Apostados cada uno en una puerta del Templo, invitaron a Hiram a desvelar sus secretos. Como éste no quiso revelarlos, cada uno le asestó un golpe (uno con una regla sobre el gaznate, otro con una escuadra de hierro sobre el pecho izquierdo y un tercero con un mazo en la frente) y lo hirieron de muerte. Los asesinos escondieron el cuerpo sin vida de noche en un bosque, plantando sobre su tumba una rama de acacia (símbolo de la inmortalidad y la maestría). Hiram fue descubierto y vengado. Su cuerpo reposó en el Monte Zión, a unos pocos metros de la Puerta de Zión.
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