Los principios filosóficos del siglo XVIII, con que la Masonería
había logrado desquiciar las bases sustanciales de la Edad Media, no sólo se extendieron
por toda Europa como un patrimonio de los hombres cultos, sino que, infiltrándose
paulatinamente, lograron llegar hasta las colonias americanas, no obstante las precauciones
tomadas por la Corona Española para evitarlo.
Los criollos que acudieron
al Viejo Mundo tuvieron oportunidad de ponerse en contacto directo con los propulsores
de aquél movimiento renovador, afiliándose muchos de ellos a la Francmasonería,
impregnando así sus espíritus con las doctrinas que proclamaban la anhelada IGUALDAD,
la LIBERTAD y la FRATERNIDAD.
Entonces la ideología del enciclopedismo, fruto
de preclaros masones y filósofos franceses, abrió amplias perspectivas a los sentimientos
embrionarios de los americanos. El principio de la soberanía popular, trajo como
consecuencia el desprestigio del carácter divino de la monarquía, con lo que, poco
a poco, fue formándose en la conciencia de los atribulados americanos el concepto
de democracia y el deseo de disfrutar de las libertades individuales y políticas
inherentes al nuevo orden social, planteado por la revolución ideológica que, como
la luz de un nuevo amanecer, alumbraba los pardos horizontes de la humanidad.
Con motivo de haber sido condenada la francmasonería por el Papado, el monarca
español Don Fernando VI dictó el 2 de julio de 1751 en Aranjuez una real cédula
proscribiéndola por completo de su reino ibérico y sus dominios de ultramar, estableciendo
severísimas sanciones para los transgresores de su voluntad soberana. De esas causas
quedó encargado el férreo Tribunal de la Santa Inquisición para su juzgamiento,
en cuyas manos perdieron su libertad cuando no sus vidas innumerables americanos
que tan solo reclamaban el derecho de ser tratados como seres humanos y la posibilidad
de ser los arquitectos de su propio destino.
Así las cosas, los miembros
de tan implacable Tribunal, encontraron en aquellos hombres de espíritu libre el
mejor combustible para sus hogueras, descubriendo horrendas formas de ejercer el
tormento en el secreto de las cárceles, en la humedad de las mazmorras y en los
calabozos sombríos, donde la perfidia criminal de los esbirros pretendió ser grata
al cielo con oraciones y salmos maculados de odio.
Al mismo tiempo, quienes
pretendían mantener incólume el statu quo y prolongar en el tiempo ese régimen de
oprobios y de explotación desmedida del nuevo mundo, trataron de impedir muy porfiadamente
la introducción y circulación de libros y publicaciones con el torcido aunque ingenuo
propósito de mantener sumidos en la ignorancia a los pueblos americanos.
No obstante lo anterior, el himno de la libertad y la igualdad empezó a escucharse
en todos los rincones del Continente, entonado al unísono por valerosos patriotas
a quienes los americanos debemos no solamente nuestra existencia como naciones libres
e independientes, sino además ese derecho de poder determinar nuestro propio rumbo
y la realización de ese acariciado anhelo de pensar y razonar por nosotros mismos.
Esa tendencia continental golpeó también a las puertas de nuestro país, desempeñando
en él un papel importantísimo en los sucesos históricos de nuestro proceso de independencia.
En el último cuarto del siglo XVIII se organizaron en Santafé de Bogotá las
primeras logias masónicas, una de las cuales fue la dirigida por Don Antonio Nariño
y Álvarez, uno de los prohombres más sobresalientes del momento, quien con el fervor
indoblegable de su espíritu trabajó incansablemente por acabar con el velo de la
ignorancia y reivindicar la dignidad de sus compatriotas. Además de traducir y divulgar
la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, Nariño prohijó en efecto
el levantamiento de columnas de nuestra primera logia, a la cual bautizó con el
sonoro y hermosísimo nombre de "El Arcano Sublime de la Filantropía".
Con
el correr de los días, lo más granado de la intelectualidad santafereña empezó a
darse cita con inusitada frecuencia en la biblioteca de Don Antonio Nariño, ubicada
ésta en la Plazoleta de San Francisco, hoy conocida como Parque Santander, en la
casa de habitación construida en el mismo inmueble en donde hoy funciona el Jockey
Club, en cuyas tenidas empezó a gestarse el movimiento revolucionario de 1810.
A tales reuniones litúrgicas asistían entre otros: su cuñado, el abogado José
Antonio Ricaurte y Rigueiro, custodio de los estatutos de la sociedad secreta; José
María Lozano y Manrique, hijo del marqués de San Jorge; los Azuola: José Luis, fundador
del "Correo Curioso"; Luis Eduardo, prócer de la independencia el antioqueño; Juan
Esteban Ricaurte y Muñiz, padre del héroe de San Mateo; su íntimo amigo Francisco
Antonio Zea; el canónigo Francisco Tovar; el abogado, prócer y mártir boyacense
José Joaquín Camacho y Lago; el también abogado Andrés José de Iriarte y Rojas,
a más de los franceses Rieux y Froes, de Pedro Fermín de Vargas y del quiteño Espejo.
Es de anotar, que durante el proceso de independencia fueron muchos los masones
españoles, franceses e ingleses, que llegaron a nuestro país con el objeto de coadyuvar
nuestra gesta revolucionaria, enriqueciendo con su pensamiento y sus vivencias el
ideario de la revolución.
En el año de 1819, en los meses posteriores a las
batallas de Boyacá y el Pantano de Vargas, en las cuales se puso punto final a los
largos años de dominación española, se fundó en la ciudad de Santafé de Bogotá el
taller denominado "Los Corazones Sensibles", del cual era miembro insigne el General
Francisco de Paula Santander. Junto a él un selecto grupo de reconocidos patriotas
y humanistas se congregó para participar en los trabajos masónicos de dicha logia,
la que con el paso de los meses habría de adoptar como título distintivo el de Logia
"Luz de Colombia Nº 1" y posteriormente "Fraternidad Bogotana Nº 1".
Durante
esa primera mitad del siglo XIX llegaron a funcionar en nuestro país varias logias
masónicas regulares y un número indeterminado de logias militares y "de ocasión",
auspiciadas unas por la Gran Logia de Inglaterra, y otras por el Gran Oriente Francés,
por la Gran Logia de España y las Grandes Logias de los Estados Unidos.
Tras
un obligado receso, ocasionado por la expedición en 1828 del Decreto que prohibió
el funcionamiento de las sociedades secretas en el territorio de la Gran Colombia
y gracias al concurso de algunos masones ingleses y jamaiquinos, se constituyó en
Cartagena de Indias el Supremo Consejo Neogranadino, el cual propició el levantamiento
de columnas en diferentes rincones de nuestra geografía. La masonería bogotana tan
solo vino habría de reiniciar sus actividades hasta el año de 1849, al fundarse
en nuestra capital la Respetable Logia Estrella del Tequendama, a instancias de
algunos visionarios masones españoles que habían llegado a nuestro país como miembros
de la Compañía de Teatro de Belaval, González y Fournier. Muy pronto esos masones
ibéricos despertaron el entusiasmo de muchos masones de los masones criollos que
a pesar de todo pululaban en el medio desde los albores mismos de la independencia.
Importante papel habrían de jugar esos obreros del pensamiento durante la segunda
mitad del siglo XIX, a quienes correspondió eliminar los reductos del régimen colonial
y la esclavitud, crear las bases de nuestro desarrollo económico y librar una muy
dura batalla para ampliar el abanico de libertades y garantías ciudadanas.
No obstante lo anterior, la Masonería en Colombia cayó nuevamente en sueños
en el año de 1886, perseguida y combatida con fiereza por el movimiento acaudillado
por el Presidente Rafael Núñez y distinguidos miembros de los grupos de intolerantes
derechistas que accedieron desde entonces al poder.
Para el año de 1912 la
masonería reinició sus labores con renovados bríos y en el año de 1922 se fundó
la GRAN LOGIA DE COLOMBIA con sede en Santafé de Bogotá, por cuyas logias han desfilado
muchos y muy prestantes miembros de nuestra sociedad, algunos de los cuales han
llegado a desempeñarse en las más altas magistraturas del Estado, en el foro, en
la industria, el comercio, en la cátedra, irradiando con su conducta los principios
de nuestra augusta y benemérita institución.
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