PORTAL MASÓNICO DEL GUAJIRO

La Hermandad para toda la Humanidad

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Filosofía Iniciática del Grado de Aprendiz Masón

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Aldo Lavagnin Magíster




LA INSTRUCCIÓN SIMBÓLICA

La Palabra Sagrada que se le da al nuevo iniciado después de su consagración y admisión definitiva en la Orden es, como lo hemos visto, un símbolo de instrucción verbal sobre los Principios de la Verdad que cada Aprendiz tiene el derecho de esperar de los que se hallan más adelantados que él en el Sendero de la Iniciación.

Siendo la Masonería, en su verdadera esencia tradicional y universal, una Escuela Iniciática, o sea una Academia destinada al Aprendizaje, al Ejercicio y al Magisterio de la Verdad y de la Virtud, es natural que esta instrucción deba ser esperada por parte de los menos adelantados y deba darse por los que se hallan capacitados. Esta comunión espiritual de estudios y aspiraciones es la razón por la cual existen las Logias y otras agrupaciones masónicas.

La instrucción debe darse como se da la palabra: “al oído”, o en secreto entendimiento y “letra por letra”, es decir, partiendo de los primeros elementos y con la activa cooperación del discípulo, cuyo progreso no depende de lo que reciba, sino de lo que encuentre por sí mismo, con sus propios esfuerzos, por el uso que hace de la primera instrucción recibida como medio e instrumento para descubrir la Verdad.

Este método caracteriza y distingue la instrucción iniciática de la instrucción profana. Mientras el objeto de esta última es simplemente el de comunicar determinados conceptos o conocimientos, preocupándose menos de la opinión que el discípulo pueda formarse sobre los mismos, que de su capacidad para repetirlos tal como le han sido comunicados. Para la instrucción iniciática esto representa únicamente el punto de partida; y lo esencial es la opinión que cada cual se forma por sus propios esfuerzos y razonamientos sobre lo que ha recibido.

A una primera comprensión elemental de los Principios o rudimentos de Verdad, que representan la opinión y el resultado del esfuerzo personal del Instructor - la primera letra de la palabra de la Sabiduría - debe seguir un período silencioso de estudio y reflexión individual, en el cual el discípulo aprende a pensar por sí mismo, avanzando con sus propios esfuerzos por el Camino que se le ha indicado. Este estudio y esta reflexión hallan su maduración en el descubrimiento de la segunda letra, que es la que el discípulo debe dar al Instructor, en respuesta de la primera, con objeto de que se le juzgue digno y capacitado de recibir la tercera, que es de un género enteramente diferente de las dos primeras.

EL TRIPLE SENTIDO

Las tres letras de la Palabra simbolizan efectivamente el triple sentido - exotérico, esotérico y trascendente- de toda expresión simbólica o verbal de la Verdad.

El primer sentido es aquel que corresponde con la presentación exterior de determinada enseñanza o Doctrina. En la Masonería esta presentación consiste en símbolos, ceremonias y alegorías que caracterizan a la Orden; en la religión constituye los dogmas, ceremonias y obligaciones exteriores; en la Ciencia está representada por la observación analítica que nos familiariza con las propiedades exteriores de las cosas; en el Arte indica aquel conjunto de reglas y cánones que forman la veste exterior y la técnica del artista. Esta es la letra que de ordinario se escribe.

Únicamente por medio del esfuerzo personal, con el estudio, la reflexión y la aplicación individual, puede uno llegar al sentido esotérico de la verdad, a la Doctrina Interior que se oculta en el simbolismo y en las formas externas. Esta Doctrina Interior es el verdadero secreto masónico: el místico o secreto entendimiento de la Verdad presentada exteriormente en las alegorías de la construcción y de sus instrumentos. Esta segunda letra no puede, por lo tanto, escribirse, y tampoco la siguiente, que únicamente puede recibirse por el hecho de poseer la segunda.

Así como el masón debe llegar por sus propios esfuerzos al conocimiento de la Doctrina Iniciática que hará de él un verdadero filósofo, el mismo camino se halla abierto en el campo de la religión para el metafísico que busca el sentido profundo de los dogmas y símbolos religiosos y el valor operativo de sus ceremonias, cuando se entiendan en su significado espiritual. Así igualmente el sincero y ardiente buscador de la Verdad no se circunscribirá a la observación exterior de los fenómenos y de las leyes que gobiernan su causalidad inmediata, sino que se esforzará en reconocer y encontrar los Principios que los rigen y a los cuales obedecen. Y el artista no será digno de tal nombre hasta que el arte, del que ha aprendido el dominio puramente técnico o formal, no sea capaz de expresar su propia vida y sus sentimientos interiores.

Por consiguiente, en cualquier campo de la vida, tiene uno que progresar constantemente desde un primer conocimiento de lo concreto al reconocimiento de lo más hondo que lo inicia subjetivamente en la realidad de la cosa conocida. Este paso, simbolizado en la Masonería en el traspaso de la primera a la segunda letra de la Verdad, o del primero al segundo grado de la iniciación, es una preparación necesaria para llegar a la tercera letra o tercer sentido de la Verdad, que corresponde al tercer grado de la Iniciación, al Magisterio que da la capacidad de hablar o realizar lo que se ha entendido individualmente.
LOS TRES AÑOS

Los tres años del Aprendiz y los tres pasos de su marcha, en recuerdo de los tres viajes de la iniciación, son evidentemente el símbolo del triple período que marcará las etapas de su estudio y de su progreso.

Estos tres períodos se refieren particularmente a las tres artes fundamentales (la Gramática, la Lógica y la Retórica) a cuyo estudio debe aplicarse, aunque deba contentarse con dominar únicamente la primera, por ser la perfección en la segunda y en la tercera, respectivamente, el objeto de los Compañeros y Maestros.

La primera entre las siete “artes liberales” –la Gramática- se refiere al conocimiento de las letras (en griego grámmata: “signos, caracteres o letras”), es decir, de los Principios o elementos simbólicos con los cuales se representa la Verdad. En este estudio es principalmente donde debe demostrarse la capacidad del Aprendiz, que todavía “no sabe ni leer ni escribir” el Lenguaje de la Verdad, sino que se ejercita en el uno como en el otro, deletreando o estudiando una por una las letras o Principios Elementales a los cuales pueden reducirse y en los cuales puede trazarse el origen de todas las cosas.

También tiene evidente referencia los tres años del Aprendiz con el conocimiento de los tres primeros “números” o Principios Matemáticos del Universo: el número uno, o sea la Unidad de Todo; el número dos, o sea la Dualidad de la Manifestación, y el número tres, o sea el Ternario de la Perfección.

Este conocimiento filosófico de los tres números, sobre el cual hablaremos a continuación, es algo de verdadera y fundamental importancia, en cuanto compendia y sintetiza en sí todo el conocimiento relativo al Misterio Supremo de las cosas. Pitágoras lo expresó admirablemente en las palabras: la Unidad es la Ley de Dios (o sea el Primer Principio, la Causa Inmanente y Preantinómica), el número (nacido por la multiplicación de la Unidad, por medio de la Dualidad) es la Ley del Universo, la Evolución (expresión del Ternario) es la Ley de la Naturaleza.

O, según las palabras de Ramaseum de Tebas: Todo está contenido y se conserva en el Uno, todo se modifica y se transforma por tres: la Mónada ha creado la Díada, la Díada ha producido la Tríada, y la Tríada brilla en el Universo entero.

LA UNIDAD DEL TODO

La Primera Ley o Principio, cuyo reconocimiento caracteriza y distingue constantemente al verdadero filósofo iniciado, es la de la Unidad del Todo o, como lo decían los antiguos: En to Pan - “Uno el Todo”. Todo es Uno en su Realidad, en su Esencia y Sustancia íntima y fundamental; todo viene de la Unidad; todo está contenido y sustentado por la Unidad; todo se conserva, vive, es y existe en la Unidad; todo se disuelve y desaparece en la Unidad.

La Unidad está simbolizada naturalmente por el punto, origen de la línea recta, del círculo y de toda figura geométrica (el punto superior que, reflejándose en su aspecto dual, representado por los dos puntos inferiores, forma los tres puntos \que caracterizan a los masones).

El Punto, en cuanto simboliza la Unidad, es un centro, el Centro de Todo, el Centro Omnipresente, en el cual se hallan contenidos, en su totalidad y unidad, el espacio, el tiempo y todas las cosas existentes. No hay lugar en donde no se encuentre y que no sea una manifestación o aspecto parcial de esta Sublime Unidad que constituye la Eternidad y el Reino de lo Absoluto.

Este Todo es evidentemente el ser, es decir, lo que es Ego sum qui sum; he aquí la definición de la Realidad que constituye el Gran Todo, la Esencia y Sustancia de toda cosa, potencialmente contenido en todo “ser” y parcialmente manifiesta en toda existencia, y en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.

El conocimiento del Uno (un conocimiento que para ser tal debe superar la ilusión de la dualidad, entre “sujeto conocedor” y “objeto conocido”, que es la base de todo conocimiento ordinario) es el objeto supremo de toda filosofía y de toda religión: todo conocimiento relativo que se funde en este reconocimiento de la Unidad del Primer Principio tiene su base en la Realidad; toda ciencia o conocimiento que lo descuide no es verdadera ciencia ni verdadero conocimiento, dado que descansa fundamentalmente en la ilusión.

Conocer la Unidad del Todo es, pues, conocer la Realidad, “lo que es” verdaderamente; y no reconocerla, o admitir implícitamente que puede haber dos principios fundamentales y antinómicos, o que no hay unidad e identidad fundamentales entre dos cosas u objetos en apariencia distintos, significa vivir todavía en el Reino de la Ilusión o en la apariencia de las cosas y no saber discernir entre lo real y lo ilusorio.

La Luz Masónica consiste en este discernimiento fundamental, que nos hace progresar constantemente en inteligencia desde el Occidente, que es el Reino de la Ilusión, de la Multiplicidad y de la Apariencia, hacia el Oriente, que es el Reino de lo Real, de la Unidad y del Ser. En el Occidente vemos al Uno manifestado en diversidad de seres y cosas distintas, sin aparente lazo o relación entre ellos; mientras que en el Oriente reconocemos la Unidad en la multiplicidad (Unidad esencial, sustancial e inmanente, en una multiplicidad aparente, contingente y transitoria) y el lazo o relación interior que unifica la multiplicidad externa.

Cada punto del espacio es un centro y un aspecto del Ser, un Centro o aspecto de esta Unidad, de la que tiende a reproducir en sí mismo las infinitas potencialidades: así pues, en lo infinitamente pequeño está contenido el Misterio del Todo y del Infinito, y en cada aspecto del Ser hay indistintamente todas las posibilidades del Ser y de la Unidad.

LA LÍNEA RECTA

La línea recta, producida por el movimiento del punto desde el uno al otro extremo (representados por los dos infinitos), es el emblema de la vida individualizada, nacida de la Unidad del Ser, así como de todo movimiento o paso del punto en una infinita sucesión de puntos, que caracterizan el Espacio, o de la Eternidad en la infinita sucesión de momentos que forman el Tiempo, tal como lo concebimos ordinariamente.

Así como en mecánica la línea recta representa una fuerza y la dirección en que aquélla se aplica, en Masonería representa el progreso rectilíneo, que es la resultante de la fuerza individual que se encierra potencialmente en el punto o Centro de nuestro ser aplicada en aquella justa dirección que da como producto natural la evolución o “desarrollo progresivo y progresista” de las potencialidades latentes en virtudes o poderes activos.

Este progreso individual, simbolizado por la línea recta, se halla muy bien representado por la plomada, que muestra el esfuerzo vertical de cada ser y de toda la Vida en su conjunto, desde abajo hacia arriba, desde la gravedad de los instintos y de las tendencias materiales y esclavizadoras, a la atracción de un Poder, de una Ley o Ideal superior, que es la luz del sol para la vegetación y los seres orgánicos, y la Luz interior de la conciencia para el hombre y los seres conscientes. Y este esfuerzo vertical es condición necesaria para toda finalidad o efecto constructivo.

Así como sin la plomada no sería posible disponer verticalmente las piedras en la posición más adecuada para la estabilidad y el progreso de una determinada construcción, tampoco sería posible el progreso individual del hombre si todos sus pensamientos, aspiraciones y acciones no se modelaran sobre una misma línea recta, en sentido opuesto a la gravedad de las tendencias inferiores, y elevándose gradualmente hasta la percepción de sus posibilidades superiores.

Finalmente, la línea recta representa una relación ininterrumpida entre los dos infinitos que marcan sus límites extremos, es decir, entre los dos aspectos antinómicos y complementarios de la Unidad Madre, y nos hace ver una vez más la unidad fundamental de la Dualidad Aparente en el mundo manifestado.

LA DUALIDAD DE LA MANIFESTACIÓN

Aunque todo sea uno en esencia y realidad, todo se manifiesta y aparece como dos. Unidad y Dualidad están así íntimamente entrelazadas, indicando la primera el Reino de lo Absoluto, y la segunda su expresión aparente y relativa, sin que haya ninguna separación verdadera entre estos dos aspectos (o distintas percepciones) de la misma Realidad.

Así como la Unidad caracteriza al Ser (en el cual no puede haber ninguna diferencia o antinomia), así igualmente la Dualidad expresa la existencia en sus múltiples formas, entretejidas, por así decirlo, en los pares de opuestos, que constituyen el sello que marca el mundo de los efectos y la Ley que gobierna toda manifestación.

La dualidad empieza en el dominio mismo de la conciencia, con la distinción entre “yo” y “aquello”, entre sujeto y objeto (sujeto conocedor y objeto conocido), constituyendo así el fundamento de todo nuestro conocimiento y experiencia, tanto inferior como exterior. No debe, pues, maravillarnos que, estando el sentimiento de la dualidad tan fuertemente arraigado en la ilusión de nuestra personalidad, nos sea difícil sustraernos de la misma y llegar así a la perfecta conciencia de la Unidad trascendente del Todo, en la cual la ilusión de la dualidad –que forma la base de nuestro pensamiento ordinario- está superada por completo.

Tenemos dos ojos para ver, a los cuales corresponden dos oídos y dos distintos hemisferios cerebrales, como instrumentos orgánicos de nuestra inteligencia, y dos manos y dos pies, instrumentos de nuestra voluntad. Y como nuestro pensamiento ordinario se basa sobre lo que vemos y oímos, es evidente que nuestra visión exterior de las cosas deba ser invariablemente “marcada” por esta dualidad, místicamente simbolizada por el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, comiendo de cuyo fruto se pierde momentáneamente la conciencia de la Unidad, que sin embargo constituye nuestra Sabiduría instintiva y primordial (anterior a la caída en el dominio dual de la conciencia material).

Solamente cuando aprendemos, por medio del discernimiento y de la abstracción filosófica, a unificar los dos aspectos de nuestra visión exterior por medio del ojo simple de nuestra conciencia interna, llegamos al conocimiento de la Realidad (que es conocimiento de la Unidad), y la ilusión de la Dualidad y de la Multiplicidad pierde enteramente el poder que ejerció sobre nosotros.

Entonces el “yo” se identifica con “aquello”, el sujeto con el objeto, el conocedor con lo conocido, y se desgarra para siempre el velo detrás del cual Isis (el Misterio Supremo de la Naturaleza) se esconde a la vista profana. Pero, mientras tanto, el Velo de la Ilusión permanece tendido entre las dos columnas, y la ciencia ordinaria –la ciencia que se basa sobre la observación y la experiencia que nos vienen de la ilusión de los sentidos- es impotente para levantarlo.

LAS DOS COLUMNAS

Las dos columnas que se encuentran al occidente y a la entrada del Templo de la Sabiduría son el símbolo del aspecto dual de toda nuestra experiencia en el mundo objetivo o Reino de la Sensación.

Representan los dos principios complementarios, humanizados en nuestros dos ojos, en la dualidad manifiesta en casi todos nuestros órganos, en los dos lados, derecho e izquierdo, de nuestro organismo, y en los dos sexos que integran la especie humana y se reflejan en todos los reinos de la vida y de la naturaleza cósmica corresponden a los dos Principios de la Actividad y de la Inercia, de la Energía y de la Materia, de la Esencia y de la Sustancia, representados por el azufre y la sal en el cuarto de reflexión y, metafísicamente, por los dos aspectos masculino y femenino de la Divinidad, que como Padre y Madre celestes, como dioses y diosas, y en sus aspectos particulares, se encuentran prácticamente en todas las religiones.

El reconocimiento individual de la Divinidad, bajo el aspecto de Padre o de Madre, parece haber sido instintivo doquiera que la religión ha sido verdaderamente vivida. Siempre ha sido más fácil establecer aquella individual relación con la Divinidad, revelada por la primera pregunta del testamento masónico, considerándola como el Principio de Vida, activa y constantemente en nosotros, más bien que como un Principio Abstracto, alejado de nuestra percepción y experiencia directa, que hace exclamar a las almas más sencillas, como a la Magdalena: “Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo pusieron”.



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El Principio de Vida es, pues, en nosotros, nuestro Padre y nuestra Madre, y el Padre-Madre del Universo y de todos los seres. Algunas religiones dan más importancia a uno o a otro de estos dos aspectos, en realidad complementarios e inseparables de la Única Realidad. No es éste el lugar apropiado para hacer un estudio más detallado sobre este interesantísimo tema, y sólo nos contentamos con transcribir, sobre el valor preferente de uno u otro concepto, las palabras de un culto y sabio orientalista contemporáneo: “El Padre y la Madre no riñen entre sí (por la adoración o reconocimiento interior del uno o de la otra), aunque sus hijos puedan hacerlo”.

ESPACIO Y TIEMPO

Por lo que se refiere al dominio de lo manifestado, o Macrocosmo, las mismas dos columnas pueden considerarse como símbolos del espacio y del tiempo, o sea de las dos realidades fundamentales sobre las cuales parece haber sido fundado y descansar el Universo que conocemos.

Espacio y Tiempo, lo mismo que la Energía y Materia, son las realidades últimas que admite la ciencia positiva como condiciones indispensables de toda existencia física, haciendo abstracción de las cuales nada de lo que existe y se percibe objetivamente pudiera ser concebido. Y aunque en la teoría einsteiniana se unifiquen (haciendo del tiempo una cuarta dimensión del espacio) y se trate de poner en evidencia su relatividad, siguen constituyendo los cimientos inalterables, el marco primordial y el presupuesto relativamente invariable de nuestro (-) Templo Cósmico.

Como dualidad no son, en realidad, otra cosa, sino dos aspectos complementarios de un Principio Único, al que revelan objetivamente, y del que expresan respectivamente la Inmanencia y la Transición: el Espacio es, pues, en el fondo, sólo un aspecto relativo del Ser, que todo contiene y comprende, por el hecho de que todo es; y el Tiempo es otro aspecto de esa Suprema Realidad, considerada como dinámico manantial del Gran Flujo cósmico.

Y si queremos considerar al Tiempo y al Espacio como un solo elemento contenedor, por así decirlo, de toda manifestación objetiva, tendremos en el Tiempo-Espacio una de las dos columnas de la Dualidad básica del Templo de la Naturaleza, siendo la integral Energía-Materia la otra columna o elemento que constituye la suma de todas las fuerzas o apariencias que obran, se asientan o establecen dentro del primer elemento.

De cualquier manera consideremos el universo y sus elementos formadores, no nos será posible evitar un concepto fundamentalmente dual de esos primeros elementos: podemos reducir el Tiempo al Espacio, considerándolo como un aspecto de éste, y la Materia a la Energía (o recíprocamente), pero, si queremos llegar a la unidad, hemos de trascenderlos a ambos, y ningún otro elemento pudiera constituir la síntesis suprema fuera del mismo Ser que todo lo es, y constituye la Unidad de Todo.

Dado que el aspecto dual del Universo y del mismo Primer Principio que lo origina se encuentra con las dos columnas al Occidente y al ingreso del Místico Templo de la verdadera Ciencia, es natural que este aspecto deba ser superado. Y, efectivamente, al Oriente las dos columnas (representadas por el Sol y la Luna) se unifican en el Delta, del cual hablaremos más adelante, así como el azufre y la sal se sintetizan en el mercurio, que reintegra en la conciencia del hombre la Unidad de la Vida, dividida en la manifestación.

EL ÁNGULO

El ángulo, en el cual dos líneas distintas parten de un único punto originario, divergiendo al prolongarse, según más se alejan de su origen, representa otra imagen característica de la dualidad, proveniente de una unidad preantinómica e inmanente, en la cual tiene su origen y su raíz.

El punto central en el cual se juntan y del que parten las dos líneas divergentes corresponde al Oriente, o Mundo de la Realidad, en el cual todo permanece en estado de Unidad Indiferenciada e Indivisible; la parte opuesta corresponde al Occidente, el dominio de la realidad sensible, en la cual la misma Realidad Trascendente aparece dividida o separada en los dos Principios simbolizados por las dos columnas.

Mientras la manifestación procede constantemente del Oriente al Occidente, o sea del dominio de la Realidad al de la apariencia, de la Esencia a la Sustancia, del Ser a la Forma y del Espíritu a la materia, el conocimiento o progreso iniciático, representado por la Luz Masónica, procede en sentido contrario, desde el Occidente al Oriente, o sea desde los extremos del ángulo hacia su origen. (Véase aquí el estrecho parentesco entre las palabras ori-ente y ori-gen, derivadas las dos del verbo latino orior, “surgir, manar, levantarse”).


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ESCUADRA Y COMPÁS

La escuadra y el compás, separadamente, o bien unidos en la forma conocida y usada como símbolo masónico, nos presentan dos distintos ángulos, móvil el uno y con vértice hacia arriba y hacia el Oriente; fijo y octogonal el otro, con el vértice dirigido hacia abajo o hacia Occidente.

El ángulo recto, formado por la escuadra, es el emblema de la fijeza, estabilidad y aparente inexorabilidad de las Leyes Físicas que gobiernan el Reino del Occidente o de la Materia. Los dos principios o lados que concurren a definirlo se encuentran siempre a la misma distancia angular de 90 grados, que corresponde a la cuarta parte de la circunferencia (que, de por sí, representa la Unidad dentro del ciclo de la continuidad) y al ángulo del cuadrado. La escuadra es, pues, otro símbolo de la crucifixión de la cual debe libertarse rectificando y dirigiendo hacia el centro todos sus esfuerzos.

El ángulo recto es también el símbolo de la lucha, de los contrastes y de las oposiciones que reinan en el mundo sensible, de todas las desarmonías exteriores, que deben enfrentarse y resolverse en la Armonía que viene del reconocimiento de la unidad interior. Y el compás es el símbolo de este reconocimiento y de esta armonía, que debe juntarse con la escuadra y dominar el mundo objetivo por medio de la comprensión de una Ley y de una Realidad Superior; por medio de su ángulo de 60 grados, en el cual se halla ordinariamente dispuesto (el ángulo del triángulo equilátero), muestra el ternario superior que debe dominar sobre el cuaternario inferior, o sea el perfecto dominio del Cielo sobre la Tierra.

CIELO Y TIERRA

El cielo y la tierra, indicados emblemáticamente por la escuadra y el compás, y entrelazados de la misma manera el uno con el otro, por ser aspectos respectivamente superior e inferior de una misma cosa, no representan más que el Oriente y el Occidente, con los cuales ya nos hemos familiarizado interpretando el valor esotérico de la Ceremonia de Iniciación.

El Cielo, o sea el Mundo de la Realidad Trascendente, se presenta a nuestra conciencia por medio del uso del compás o de la facultad comprensiva y comparativa de la mente que conduce al estudio de las analogías, a la inducción y generalización de las ideas, con las cuales se llega progresivamente desde lo relativo a lo absoluto.

La Tierra, o sea el Mundo de la Apariencia o Realidad Objetiva, se nos presenta igualmente por medio de la escuadra de la razón, o inteligencia concreta y racional, que marca los límites fijados por sus leyes, por medio de la lógica y del juicio, con un determinismo del cual aparentemente no podemos escapar.

Sin embargo, el Camino de la Libertad se encuentra aquí mismo, por medio del uso de estas leyes en su aspecto progresista y constructivo según nuestras aspiraciones verticales, indicadas por la plomada.

Aquí cabe citar otra vez el axioma hermético que hemos indicado a propósito del “cuarto de reflexión”: visita interiora térrea: rectificando invenies occultum lapidem. Debemos ingresar dentro de la realidad del propio mundo objetivo, y no contentarnos con su estudio o examen puramente exterior: entonces, rectificando constantemente nuestra visión y los esfuerzos de nuestra inteligencia (como lo muestra la cuidadosa rectitud de los tres pasos de la marcha del aprendiz) llegaremos al uso del compás junto con la escuadra, o sea el conocimiento de la Verdad que nos libra de la Ilusión.

LAS LÍNEAS PARALELAS

Así como el punto con su movimiento directo engendra una línea recta, así también los dos puntos, moviéndose en una misma dirección rectilínea, producen las dos paralelas, otro símbolo característico de la dualidad, o sea de los dos principios cuya actividad procede paralela y complementariamente, a imagen de los pares de ruedas que sostienen un vehículo y de los rieles sobre los que se apoyan.

Veremos nuevamente este símbolo de las paralelas, y otros de los cuales hemos aquí tratado sumariamente, en el grado de Maestro, limitándonos por ahora a decir algo más sobre lo que puede significar para el Aprendiz.

Dos paralelas son efectivamente los dos Caminos del Norte y del Sur, que se recorren en los viajes de ida y regreso entre el Occidente y el Oriente, y corresponden a las dos columnas en las cuales se sientan respectivamente los Aprendices y los Compañeros. Y el cuadrilongo que constituye el Templo Masónico está comprendido entre esas dos paralelas, delimitadas respectivamente en sus extremos oriental y occidental.

A cada viaje de ida o progreso desde el Occidente al Oriente, corresponde, pues, un igual viaje de vuelta o regreso, desde el Oriente al Occidente, paralelo éste al primero, pero dirigido en sentido inverso.

Los dos caminos paralelos de que acabamos de hablar no existen tan sólo simbólicamente dentro del cuadrilongo de la Logia, sino que también se pueden observar de muchas maneras sobre nuestro planeta. Por ejemplo, como corrientes magnéticas, que van respectivamente del Oriente hacia el Occidente y recíprocamente, producidas por el movimiento de la tierra dentro del campo magnético determinado por la radiación solar, a las que se deben las desviaciones de la brújula.

Así obran todas las fuerzas del Universo, según la Ley de la Dualidad, paralelamente, pero en sentido inverso la una con relación a la otra, prevaleciendo por un lado el movimiento centrífugo o de extensión desde el interior a lo exterior, y por el otro el movimiento centrípeto de construcción, desde el exterior al interior. Este origina la gravedad, aquél la gravitación, dos formas distintas de la Fuerza o Principio de Atracción.

Lo que es activo interiormente es pasivo exteriormente, y viceversa. Así debe entenderse el valor de las columnas, a menudo confundido y malinterpretado por la falta de comprensión de esta Ley de Compensación, a consecuencia de la cual ambos principios (activo y pasivo) se hallan presentes en cada uno de los dos aspectos, pero obrando en sentido inverso el uno con relación al otro.

LOS PARES DE OPUESTOS

La actividad en dos corrientes o sentidos inversos de los dos Principios, parangonable al flujo y al reflujo de las mareas, original los pares de opuestos que se observan doquiera en el mundo fenoménico o exterior, como en el de la experiencia psicológica o interior.

Así la luz, emanación activa y positiva, efecto del movimiento centrífugo o expansivo, se opone a las tinieblas, que pueden considerarse como falta de luz o luz negativa, efecto de un movimiento centrípeto o de absorción, desde lo exterior a lo interior. La primera tiene, pues, una correspondencia moral con la Sabiduría, el Amor y el Altruismo, que es deseo de dar; la segunda se relaciona con la Ignorancia, la Pasión y el Egoísmo, que es deseo y voluntad de recibir.

Lo mismo puede decirse del calor y del frío: el primero hace dilatar los cuerpos y los conduce a superar sus limitaciones moleculares, desde el estado sólido al líquido, de éste al gaseoso, y del gaseoso al estado radiante, libertando a los átomos progresivamente de la esclavitud dentro de las moléculas, así como de la Ley de Gravedad; mientras el segundo, haciendo volver al estado líquido los gases y solidificando los líquidos, los sujeta siempre más estrechamente a una forma definida, limitando sus posibilidades de movimiento.

En el campo moral el calor tiene una evidente analogía con el entusiasmo, o llama interior que nos inflama para cualquier intento que sea expresión de nuestro ser y de nuestros íntimos deseos; mientras el frío está constituido por las consideraciones materiales y el poder de la ilusión que limitan, paralizan, esclavizan y entorpecen nuestros esfuerzos.

Lo mismo puede decirse, en el plano físico, de la electricidad positiva y negativa, de las acciones y reacciones moleculares, de las dos propiedades opuestas de la actividad y de la inercia, de la afinidad química que obra en ambos sentidos, y de los diferentes tropismos visibles tanto en el mundo orgánico como en el inorgánico. Y en el mundo moral de los diferentes impulsos que nos animan, de nuestros pensamientos e inclinaciones positivos y negativos, y que nos hacen, respectivamente, activos y pasivos.

El Bien y el Mal, la Belleza y la Fealdad, la Vida y la Muerte, la Fortuna y la Desgracia, la Verdad y el Error, el Vicio y la Virtud; he aquí otros tantos pares de opuestos que dominan en el mundo relativo, siendo relativos desde el punto de vista de la conciencia en que se consideran, existiendo cada uno de ellos únicamente en relación con el otro, y disolviéndose todos en la diáfana perfección del Absoluto.

Estos pares de opuestos están simbolizados por los cuadros blancos y negros del pavimento en mosaico que parte de las dos columnas. El eterno conflicto, que parece constituir la misma esencia de la vida, ha sido simbolizado por las diferentes religiones en la lucha entre los dos Principios del Bien y del Mal: el Dios Blanco y el Dios Negro, el Principio de la Vida y el de la Actividad, Brahma el Creador y Shiva el Destructor, Ormuz el Principio de la Luz y Arimán el Principio de las Tinieblas, Zeus y Cronos o Júpiter y Saturno, Jehová y Shaitán, Osiris y Tifón entre los egipcios, Baal y Moloc entre los fenicios.

Dioses blancos y dioses negros, o ángeles y demonios, existen prácticamente en todas las religiones, símbolos evidentes del impulso evolutivo y progresista de las aspiraciones superiores del hombre y de la inercia o gravedad de los instintos y tendencias inferiores. Así pues, el Armageddon o batalla celeste entre los espíritus de la Luz y los espíritus de las tiniebla, o sea entre las Fuerzas Evolutivas y Libertadoras y las Fuerzas Evolutivas y Esclavizadoras, es una realidad psicológica universal de todos los tiempos.

Pero no menos cierto que las dos fuerzas opuestas, los dos principios que constantemente trabados en una lucha encarnizada, son dos distintos aspectos o manifestaciones de una sola y misma Realidad, cuyo reconocimiento nos hace superar el punto de vista de la lucha y del conflicto, y nos establece en el punto central de la Armonía que hace de todo una Cosa única.

Diabolus est inversus Dei: no es una realidad en sí misma, sino el aspecto o contraparte negativa de la manifestación positiva de la única Realidad. El conflicto entre el Bien y el Mal y el poder de éste sobre nosotros cesan cuando reconocemos a aquello como la única Realidad y el único Poder, y vemos en esto tan sólo una apariencia ilusoria desprovista de realidad y poder verdaderos.

EL TERNARIO

Todo par de elementos o principios opuestos y complementarios encuentra un tercer elemento, el intermediario equilibrante o Principio de Armonía, reflejo en el mundo de lo relativo de la Unidad Preantinómica originaria.

Así cesa el conflicto de los dos opuestos y la Dualidad se hace fecunda y se resuelve en impulso evolutivo, constructivo y progresista.

El Padre y la Madre engendran al Hijo, Osiris e Isis engendran a Horus, y el Azufre y la Sal producen el Mercurio; Vishnú, el Conservador, se establece entre Brahma el Creador y Shiva el Destructor; el Arquitrabe se levanta sobre las dos columnas y origina la Puerta; el Hombre, o sea la Criatura Perfecta, nace de la unión del Cielo con la Tierra, realizando la mística unión y la expresión de lo Superior con lo Inferior.


2 + 1 = 3


Todo Ternario resulta de una Dualidad, a la cual se le agrega una nueva Unidad del mismo género, que puede considerarse como la resultante de la unión de los elementos constitutivos del Binario o Dualidad.

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Así, por ejemplo, toda vez que nos esforzamos en unir los dos lados o líneas divergentes del ángulo por medio de una nueva línea horizontal, obtenemos como resultado un triángulo, es decir, la primera y más sencilla de las figuras geométricas.

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En el campo de las ideas, la Verdad se encuentra una vez examinada la tesis y la antítesis, el pro y el contra sobre un asunto determinado, que nos conduce a la solución del problema que nos ocupa, con la síntesis de los argumentos favorables y de los contrarios.

La escuadra, que es uno de los símbolos fundamentales de nuestra Institución, nace de la unión de la perpendicular con el nivel. Lo mismo puede decirse del Mallete, que no es otra cosa sino la Tau de los antiguos iniciados, y lo mismo igualmente de la cruz formada por la unión de una línea vertical con la horizontal.

En los tres casos, la vertical es el símbolo del Principio Activo o masculino, que corresponde al azufre de los alquimistas y puede considerarse como el Padre del Universo; la horizontal representa análogamente el Principio Pasivo o femenino, la sal de los alquimistas, o sea la Madre del Universo.

Y la unión de los dos forma un nuevo elemento o Principio que hace fecundas y constructivas las posibilidades de los dos primeros, realizando la Armonía y originando el Ritmo y el Movimiento.

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Esto resulta evidente por la svástica, o cruz en movimiento, símbolo antiquísimo como universal, que representa la Vida que anima a los cuatro elementos, nacidos por la unión de los dos elementos primordiales en la cruz. La Vida representada por la svástica es el mismo mercurio de los filósofos, o sea el Hijo del Padre y de la Madre celestes.

Otros significados del Tau y de la Cruz pertenecen a grados diferentes del de Aprendiz, y de ellos hablaremos en su lugar.

LOS TRES PUNTOS

Los tres puntos masónicos constituyen el más simple y característico emblema del Ternario.

Eligiendo este símbolo juntamente con la escuadra y el compás, como distintivo de la Orden, los Fundadores de la misma dieron prueba de una perspicacia y sabiduría que quien conoce el valor oculto de las cosas nunca puede negarles.

Estos tres puntos sintetizan admirablemente el Misterio de la Unidad, de la Dualidad y de la Trinidad, o sea el Misterio del Origen de todas las cosas y de todos los seres.

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Encontramos estos tres puntos, armónicamente juntos y diferenciados en una Unidad Oriental y una Dualidad Occidental, en las tres Luces del Ara, en torno del Libro de la Tradición que llega a través de los siglos la Eterna Verdad, y de los instrumentos que se necesitan para comprenderla y aplicarla.

El punto superior representa, como es evidente, la Unidad Fundamental o Primer Principio Preantinómico, Originario e Inmanente, del cual todo tuvo nacimiento. Es el Absoluto, el Ain-Soph cabalístico, que existe “en principio”, y en el cual existen en principio todas las cosas.

Brahma, Vishnú y Shiva, el Creador, el Conservador y el Destructor del Universo; Osiris, Isis y Horus, o sea el Padre, la Madre y el Hijo, forman en Él una sola persona y un solo ser, una única indivisible Realidad. Es SAT “lo que es” el fundamental Principio inmanente y trascendente de toda existencia, el Fulcro Central Inmóvil que es Origen y Principio de la Creación.

Los dos puntos inferiores son, igualmente, una imagen de la Dualidad; los mismos dos Principios que representan las dos columnas, de cuya unión y de cuyas múltiples acciones y reacciones aparece producida la multiplicidad fenoménica del Universo. Cada uno de ellos es un distinto aspecto de la Unidad Primordial Originaria, que permanece indivisa e indivisible en su dúplice aparente manifestación: el uno existe en cuanto existe el otro, y los dos se resuelven en el Principio Fundamental del cual tuvieron nacimiento. Y efectivamente, si hacemos acercar los dos puntos inferiores, con movimiento igual, al punto superior, se aproximan igualmente el uno al otro, y cuando se juntan con éste, también se juntan mutuamente.

Si trazamos dos líneas entre el punto superior y los dos puntos inferiores, obtenemos el ángulo que expresa, con sus dos lados emanados de un único vértice, esta misma dualidad de los dos Principios, emanaciones o aspectos de un solo Principio Originario.

Y si trazamos otra línea que una los dos puntos inferiores, obtenemos el triángulo, cuya base, uniendo a los dos elementos, representa el tercero, que reproduce en sí, en el mundo de lo relativo, un nuevo aspecto contingente de la Unidad Preantinómica Absoluta.

Así los tres puntos muestran aisladamente los tres Principios que constituyen la Unidad Originaria y la Dualidad de la manifestación. Y la Unión de los tres puntos, por medio de tres líneas, evidencia los tres Elementos primordiales –el azufre, la sal y el mercurio, o el Padre, la Madre y el Hijo- que hacen fecunda y constructiva la actividad de los tres Principios.

Mientras el punto superior corresponde al Oriente y al Mundo absoluto de la Realidad (y, en la Logia, al Delta, emblema de la Unidad triunitaria), los dos puntos inferiores corresponden al Occidente, o sea al Mundo Relativo, que es el dominio de la apariencia, y en la Logia a las dos columnas emblemáticas de la Dualidad.

Y el progreso masónico se halla también aquí indicado sintéticamente, con el progreso de la inteligencia, que se levanta sobre el dominio de la mente concreta (Reino de la Dualidad y de los pares de opuestos), estableciéndose en el sentimiento y en la conciencia de la Unidad fundamental de todo y de la identidad esencial de todos los seres, por medio de las facultades superiores de la Inteligencia, que se basan sobre la Unidad, de la misma manera que la mente concreta basa su lógica y sus juicios en el sentido de la Dualidad.

EL TRIÁNGULO

El triángulo, la figura geométrica resultante de la unión de tres puntos por medio de tres líneas rectas, y más particularmente el triángulo equilátero o regular, cuyos tres lados y ángulos son iguales, ha sido siempre considerado como un símbolo de Perfección, Armonía y Sabiduría, y, por ende, de lo celestial y Divino.

Un triángulo equilátero es, en esencia, el Delta Luminoso que se encuentra al oriente en todas las Logias Masónicas. El ojo que se halla en su centro es el símbolo de la conciencia del ser que es el primero y fundamental atributo de la Realidad.

Nada mejor que este símbolo puede expresar la Realidad y su manifestación ternaria en los tres lados que lo constituyen y nada más apropiado para ponerse en aquel simbólico Oriente, en el cual únicamente la Realidad puede ser encontrada.


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Desde el triángulo, que forma el Delta propiamente dicho, irradian en sus tres lados otros tantos grupos de rayos que se terminan en una corona de nubes.

Los rayos simbolizan la fuerza expansiva del Ser, que desde un punto central infinitesimal se extiende y llena el espacio infinito. Y las nubes indican la fuerza centrípeta, que se produce como reflujo natural de la primera, con movimiento de contracción que engendra la condensación de las fuerzas irradiadas.

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Desde el Principio o Unitario del Ser (representado por el Delta) se manifiesta, pues, una doble corriente positiva y negativa, formada por los dos Principios, cuya actividad está relacionada y regulada por el ritmo que los une, como intermediario equilibrante.

TEOREMA DE PITÁGORAS

Otro triángulo que tiene una especial importancia en el simbolismo masónico es el triángulo rectángulo, representado por la escuadra, instrumento de medida y rectificación del mundo concreto o de la realidad visible. Mientras el triángulo equilátero muestra más bien el esfuerzo de nuestra inteligencia para relacionarse con los Principios y el Mundo de las causas, la escuadra indica la inteligencia racional que se limita al estudio de los fenómenos y del Mundo de los Efectos, representando la norma (En latín norma significa “escuadra”) o regla que debe guiarnos para proceder rectamente en el estudio y en la acción.

La importancia del triángulo rectángulo se evidencia en el famoso teorema de Pitágoras, cuyo valor no se limita a la geometría ordinaria, y como tal se le encuentra entre los símbolos masónicos.

El estudio de la trigonometría nos hace ver la importancia excepcional del triángulo en general, en relación con las demás figuras geométricas (todas pueden reducirse o descomponerse en triángulos), y la aplicación universal de sus propiedades.

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El mismo cuadrilongo que constituye la Logia se resuelve diagonalmente en dos triángulos rectángulos, y otro triángulo rectángulo debería resultar de la unión de los tres lugares que corresponden a las tres Luces en su justa y exacta posición.

Tampoco debe olvidarse la propiedad característica de los triángulos, cuyos tres ángulos forman siempre dos ángulos rectos, es decir, el ángulo cuyos dos lados se continúan en línea recta, siendo así aquella figura geométrica la expresión ternaria circunstanciada de las infinitas posibilidades representadas por la línea recta, que es un punto en movimiento en el infinito.

TÉTRADA Y TETRAEDRO

Cuatro triángulos unidos por sus tres lados, de manera que cada uno de ellos esté, por cada uno de sus lados, en unión con los tres restantes, forman las cuatro caras del tetraedro o pirámide triangular, el primero y fundamental entre los cinco sólidos regulares (Dado que los otros cuatro sólidos regulares pueden precisamente resolverse en tetraedros).

Cuatro caras y cuatro vértices –respectivamente triangulares y triedros- concurren a formarlo y muestran cómo el ternario se resuelve y concreta, dentro de las tres dimensiones espaciales, en un cuaternario, originando aquella Tétrada “Manantial Perenne de la Naturaleza”, de la cual habla Pitágoras.

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En el tetraedro, los tres principios o elementos (Azufre, Sal y Mercurio, o Padre, Madre e Hijo), provenientes de la Unidad Primordial (el vértice superior del tetraedro) y representados por las tres caras, se juntan íntimamente entre sí, formando un ángulo triedro, cuya delimitación inferior, por medio de la intersección de un plano, forma un nuevo triángulo, manifestación en el mundo de la materia de los tres principios.

Si nos ponemos del lado de este último triángulo, y buscamos en él el reflejo del Vértice Originario, la Unidad Madre, que se halla del otro lado, obtendremos otra vez la imagen del Delta, siendo el punto reflejado por el vértice el ojo sagrado de éste.

Y si nos fijamos en las cuatro líneas que unen los cuatro vértices en el centro de la figura, obtendremos una estrella de cuatro puntas, una dirigida hacia arriba, hacia el origen, y las restantes hacia abajo, hacia la Manifestación, otra imagen de la relación del Principio Único Originario con el ternario que lo expresa en el mundo sensible.

TRINIDADES Y TRILOGÍAS

El estudio del número tres no sería completo sin un examen de las diferentes trinidades y trilogías, de orden filosófico, religioso y moral, que se le relacionan.

Encontramos trinidades y trilogías en todas las religiones y en todas las filosofías, en todos los pueblos: bajo diferentes nombres se halla una misma realidad, un mismo reconocimiento diferentemente expresado. La trinidad más simple y fundamental de Padre-Madre-Hijo se encuentra en la religión egipcia con los nombres de Osiris-Isis-Horus, en la brahmánica como Nara-Nâri-Virâj, o Shiva-Shakti-Bindu, en Caldea como Anu-Nuah-Bel y otras trinidades equivalentes. En el cristianismo, la Madre desaparece teóricamente para dar lugar al Espíritu Santo, pero se conserva prácticamente en el culto de la “Madre de Dios” (sea cual fuere la definición teológica particular de este culto), parangonable en todo a la adoración que se tributaba a Isis en Egipto y a la que hoy se tributa a la diosa Kali o Shakti (el aspecto femenino o poder de Shiva) en la India.

Filosóficamente, el Azufre, la Sal y el Mercurio, como Principios constitutivos del Universo o Fuerzas Creadoras primordiales (análogas a Padre-Madre-Hijo), encuentran una perfecta correspondencia en los tres gunas Rajas-Tamas-Sattva, o sea Actividad-Inercia-Ritmos, correspondientes el primero a la fuerza centrífuga o Principio de Expansión, el segundo a la fuerza centrípeta o Principio de Contracción, y el tercero a la fuerza equilibrante o Principio del Ritmo ondulatorio.

LIBERTAD – IGUALDAD - FRATERNIDAD

El conocido trinomio masónico Libertad-Igualdad-Fraternidad tiene desde el punto de vista iniciático un significado algo distinto de lo que pueden serlo sus interpretaciones político-profanas.

La libertad del iniciado no es, pues, precisamente, aquella que pueden conceder o limitar las leyes de la sociedad, y no debe particularmente confundirse con la licencia de entregarse al vicio y a la pasión, que siempre llevan el desorden a la vida, y le hacen a uno realmente esclavo de sus debilidades, hábitos y tendencias negativas, y sobre todo de sus errores.

La Libertad, en sentido iniciático, es una adquisición individual, interior, fundamentalmente independiente de la libertad externa que pueden otorgarnos las leyes y las circunstancias de la vida. Es la libertad que se adquiere buscando la Verdad y es forzándose sobre el camino de la Virtud, o sea libertándose del error y de la ilusión, y dominando las tendencias viciosas, hábitos negativos y pasiones destructivas.

Es la Libertad que encontramos, y que siempre nos es dado conservar cuando obramos de acuerdo con nuestros principios, ideales y convicciones íntimos, buscando lo que sea mejor en sí y por sí, más bien que buscando nuestra guía inspiradora en las apariencias y conveniencias externas, modificando y reglando según éstas nuestra línea de conducta y nuestras acciones. Es, en otras palabras, lo que obtenemos por medio del uso de la Regla y de la Plomada, siguiendo el camino derecho del Progreso y del Deber.

La igualdad iniciática de la misma manera descansa sobre la conciencia de la identidad fundamental de todos los seres, de todas las manifestaciones del Espíritu o Suprema Realidad, por encima y por detrás de todas las diferencias externas de dirección y grado de desarrollo. Esta igualdad, que se realiza por medio de la Escuadra y del Nivel, es la que nos proporciona una justa y recta norma de conducta con todos nuestros semejantes, y nos asigna y nos hace ocupar el lugar que nos pertenece en el edificio de la sociedad, y en cualquier otro edificio particular al cual hayamos sido llamados para trabajar.

Interiormente la Igualdad es la capacidad de sentirnos iguales en todas las circunstancias y condiciones externas, y en todo puesto o lugar que podamos temporalmente ocupar: es la igualdad que debemos tratar de cultivar en nuestros sentimientos hacia los demás, independientemente de sus palabras y acciones para con nosotros, y con una igual serenidad en las condiciones favorables como en las adversas, en la fortuna y en la desgracia, en el éxito y en el fracaso, en la pérdida y en la ganancia, o sea delante de todos los pares de opuestos, los cuadros blancos y negros de la existencia sobre los que igualmente debemos progresar, apoyando nuestros pies.

En cuanto a la Fraternidad, debe considerarse como la suma y el complemento de la libertad individual y de la igualdad espiritual, de las que constituye la adaptación práctica, siendo como la base del triángulo formado por esas dos líneas divergentes. La Fraternidad es, pues, tolerancia con relación a la libertad, y comprensión con relación a la igualdad, manifiesta en desigualdad. Y es, además, la relación que la Masonería establece entre sus miembros, como núcleo y ejemplo de la que debería existir entre todos los hombres.

Prácticamente la Fraternidad puede, sin embargo, establecer sus lazos únicamente entre los que se sienten HH.·., o sea efectivamente hijos de un mismo Padre, el Principio Universal de la Vida o Ser Supremo, y de una misma Madre, la Naturaleza, que a todos igualmente nos ha producido, nos sostiene y nos alimenta. Con ese reconocimiento la Fraternidad se hace efectiva, y según se generalice, llegará a extenderse sobre la tierra y ser, como debería y como debe, la relación normal entre todos los hombres y los pueblos.

Todos los hombres pueden ser hermanos según conocen y realizan en lo íntimo de sus corazones la Verdad de la Fraternidad; es decir, de su común relación con el Principio de la Vida, por un lado, y por el otro con el medio que los hospeda. Caerán entonces las barreras ilusorias que actualmente dividen a los hombres, según cae la venda que cubre sus ojos, y la Masonería habrá esparcido efectivamente su Luz sobre toda la tierra.

LAS LETRAS DEL ALFABETO

El estudio, el conocimiento de los tres primeros números, debe ser integrado y completado por el de las cinco primeras letras, que son las que especialmente se refieren al grado de Aprendiz. Este estudio es aquella gramática1 simbólica con la cual debe familiarizarse el adepto del primer grado.

Una vez conocidas las letras, le será posible combinarlas y relacionarlas mutuamente, por medio de la Lógica, y así leer las palabras que resulten de su combinación. Y con la experiencia adquirida en el estudio de la Lógica, adiestrarse en la Retórica, es decir, en el uso constructivo del Verbo Creador.

La primera letra del alfabeto muestra en su forma grecolatina los dos principios o Fuerzas Primordiales que parten del punto originario y forman el ángulo: la dualidad que expresa la Unidad y produce la manifestación ternaria; el triángulo que nace del ángulo, por medio de una línea horizontal –el tercer Principio o elemento- que une sus dos lados.

Como primera letra, así como por el simbolismo evidenciado en su forma, nos muestra el origen de todo y su progresiva manifestación: la involución o revelación del Espíritu en el reino de la forma y de la materia.

La forma hebraica de esta misma letra (cuyo nombre es alef, que significa “buey” y que tiene el valor numérico de uno) nos presenta en la línea oblicua central el primer Principio Unitario del que se manifiestan las dos Fuerzas o Principios, respectivamente ascendente y descendente, o sea centrífuga y centrípeta, masculina y femenina, representadas por las dos columnas. Es en sí mismo un signo de equilibrio, en cuanto muestra el dominio de los opuestos y la Armonía producida por su actividad coordenada. En su conjunto indica la triunidad, es decir la Trinidad manifestada por la Unidad.

La Letra B es una clara expresión de la dualidad de los dos Principios que evidencian la Ley de Polaridad; muestra la relación entre lo Superior y lo Inferior –el Cielo y la Tierra-, una relación dúplice: curvada y bien distinta en sus dos aspectos en el lado derecho (que corresponde a la involución o revelación del Espíritu en la materia), y derecha del otro lado (al lado ascendente que corresponde a la evolución del Espíritu expresado en la Materia). El lado derecho muestra el dominio del hombre, y la doble línea curva, el de la naturaleza.

La forma hebraica de esta letra (cuyo nombre beth significa “casa” y que tiene el valor numérico dos) patentiza igualmente esta relación entre lo Superior y lo Inferior –el Cielo y la Tierra-, relación descendente por un lado y abierta por el otro, símbolo de las posibilidades ascendentes que se hallan abiertas para el hombre, mediante el establecimiento de su relación con el Principio de la Vida.

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Ya hemos hablado del significado de esta letra, en relación con las demás que forman la Palabra Sagrada.

La forma de la letra C es originariamente la de una escuadra, y como tal se presenta en los alfabetos fenicio, etrusco y griego (en donde tiene el nombre de gamma y el sonido de la letra G). Como tal, su significado primitivo es el del instrumento masónico de la rectitud. En cuanto a su forma latina, muestra un arco que podemos considerar emblemático de la tensión de las energías individuales para alcanzar un hito u objeto determinado. También representa el ciclo descendente de la involución, que debe completarse con la obra individual de ascensión evolutiva.

En el alfabeto hebraico esta letra toma el nombre de guimel (camello) y tiene el valor numérico tres. Se refiere al progreso vertical individual del hombre de abajo arriba, como lo muestra la pequeña línea ascendente que forma el pie de la figura.

El camello, conocido por su torpeza como por su docilidad y resistencia, muestra el cuerpo del hombre, que de obstáculo debe transformarse en instrumento dócil y resistente para la expresión de las posibilidades superiores de la vida. Este simbolismo encuentra en cierta manera una correspondencia en la forma egipcia de dicha letra, que representa el mandil, símbolo de la piel o cuerpo físico del hombre.

La letra D está representada por un triángulo en los alfabetos del cual derivó su forma latina. Este triángulo es el mismo delta, y con ese nombre se la conoce en el alfabeto griego.

Si bien difiere la forma (parecida a la precedente letra del alfabeto griego), su nombre en el alfabeto hebraico es el mismo de daleth, significando “puerta”, con el valor numérico cuatro. Muestra efectivamente uno de los lados o columnas que sostienen el arquitrabe y forman con el mismo la puerta. Representa el ingreso parcial o imperfecto del Aprendiz en la Verdad, habiendo reconocido únicamente uno de sus dos lados o aspectos.

En cuanto a la forma latina, cuyo valor numérico es 500, no nos es difícil ver en ellas igualmente una puerta con el arco; pero puesta horizontalmente.

La letra E necesita, para su interpretación, que la confrontemos con la forma fenicia primitiva de la cual deriva, y que damos juntamente con la grecolatina. Finge esta letra la forma de tres escuadras que se suceden en una misma línea, alusión indudable a los tres pasos de la Marcha del Aprendiz. También indica, en su forma grecolatina, los tres mundos o planos de existencia, a través de los cuales se manifiesta un mismo Principio de Vida (la línea vertical).

La letra hebraica he, que le corresponde con el valor numérico cinco –y cuyo nombre significa “agujero” o “ventanilla”- muestra el progreso realizado por las aspiraciones del Aprendiz en relación con la letra precedente, e indica claramente la senda que se le abre para reconocer y manifestar sus potencialidades latentes.

LA LÓGICA Y LA RETÓRICA

El estudio de la Gramática conduce naturalmente al de la Lógica, es decir, a la comprensión del Verbo o Logos que constituye la Realidad interior representada por cada símbolo o letra de la Verdad, así como a reconocer sus relaciones.

La lógica es, pues, primitivamente, la facultad de relacionar las letras simples para formar e interpretar palabras u oraciones, es decir, conjuntos armónicos que tienen un sentido definido; y este sentido tiene el mismo Verbo o Logos que se halla en el principio de todo: “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es hecho fue hecho”.

La Gramática, o sea el estudio de los símbolos, es, pues, una introducción al conocimiento o percepción espiritual de la Realidad que es el Verbo. Este conocimiento nos hace entrever la relación lógica entre todas las cosas, y particularmente entre las causas y principios invisibles y sus efectos visibles.

Con la Retórica aprendemos el uso de este conocimiento, llevando a la expresión el Verbo o principio latente de lo que deseamos. La eficacia y efectividad de esta facultad depende enteramente del proceso realizado en la precedente: debemos aprender a relacionarnos íntimamente con el Verbo Creador, para poderlo hablar y verlo después manifestado.

Cuando se entienda el significado esotérico de estas dos Artes, fácilmente comprenderemos cómo el Aprendiz únicamente pueda familiarizarse con sus primeros rudimentos, en cuanto le ayudan a mejor dominar la Gramática. Únicamente al Compañero le será posible medir con su inteligencia los significados de la Lógica, y sólo el Maestro podrá adelantarse con real eficiencia en el dominio de la Retórica.

EL TEMPLO

El Templo es el lugar en donde se desarrollan los trabajos masónicos y se reúne la Logia, manifestación del Logos o Palabra que vive en cada uno de sus miembros y encuentra en su conjunto una expresión armónica y completa.

Es al mismo tiempo un lugar de trabajo y de adoración, en cuanto nunca cesa de construirse hasta que se aprovecha; y como esta construcción simbólica necesita ser expresión del Plan del Gran Arquitecto, en el cual la actividad constructiva busca su inspiración, este esfuerzo constante hacia la Verdad y la Virtud es la más efectiva y verdadera adoración.

Etimológicamente, la palabra templo se relaciona con el sáscrito tamas, “oscuridad”, de donde viene también el latín tenebrae (por temebrae), “tinieblas”. Significa, por lo tanto, lugar oscuro, y por consiguiente “oculto”, aludiendo a la antigua costumbre de hacer los templos en grutas o criptas subterráneas, fuera de la luz exterior y al amparo de la indiscreción profana.

Esto nos dice cómo todos los templos debieron de ser, en un principio, antes que todo, lugares de recogimiento y silencio; y a tal objeto aparecen destinados también los templos sucesivos levantados en una forma arquitectónica, pero siempre caracterizados interiormente por esa oscuridad más o menos completa que favorece la concentración del pensamiento y su elevación hacia lo más trascendente, hacia lo que hay de menos conocido y misterioso. También favorece este aislamiento del mundo exterior una atención más exclusiva sobre los ritos y ceremonias que en esos templos –ya sea religiosos como iniciáticos- siempre se han desarrollado.

El Templo masónico es un cuadrilongo extendido de Oriente a Occidente, es decir “en la dirección de la Luz”. Su anchura es del Norte al Sur (desde la potencialidad latente a la plenitud de lo manifestado), y su altura del Cenit al Nadir. Esto quiere decir que prácticamente no tiene límites y abarca todo el Universo, en el cual se extiende la actividad del Principio Constructivo, que siempre obra en la dirección de la luz, como puede observarse en la naturaleza.

Todos los templos antiguos, cualquiera que fuese el uso al que estaban destinados, presentaban esta común característica de la orientación, muchas veces con exactitud asombrosa. Aunque la orientación más frecuente sea la que precisamente indica la palabra (en dirección del Oriente), algunos templos presentan la dirección opuesta, estando la puerta del lado del Oriente, para que los primeros rayos del sol caigan en determinado punto, que resplandece repentinamente en la semioscuridad del lugar. En algunos casos, familiares para los arqueólogos, esta orientación hacia el sol se hace por medio de un corredor estrecho, de manera que los rayos luminosos puedan pasar únicamente en cierto día o época del año (generalmente solsticio y equinoccio). Otros templos están orientados hacia alguna estrella particular de primera magnitud (como Sirio, Canopo, o la Estrella Polar), en ciertos templos egipcios).

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En cuanto a las dimensiones del Templo, podemos considerarlas hasta cierto punto equivalentes: tanto el Norte y el Cenit, como el Oriente, indican el Mundo Divino de los Principios o dominio de lo Trascendente; mientras el Sur, el Nadir y el Occidente representan, de diferentes maneras, el mundo manifiesto o fenoménico.

La diferencia estriba principalmente en que la dirección del Oriente al Occidente se refiere al Sendero de la vida o Camino de Progreso; la del Norte al Sur, a la Ley de los ciclos, que nos acerca alternativamente al dominio de las Causas y al de los Efectos; y la vertical, al Padre y a la Madre, de los que somos igualmente hijos, o sea a las dos gravitaciones, celestial y terrenal, que respectivamente atraen nuestra naturaleza espiritual y material.

También podemos ver en estas tres direcciones dimensionales una alusión a los tres movimientos de la Tierra: de rotación (Oriente-Occidente), de revolución (Norte y Sur), y de precesión (Cenit-Nadir): o sean las tres dimensiones dinámicas del mundo en que vivimos.

LAS TRES LUCES

Tres grandes columnas sostienen el Templo Masónico (distintas de las dos que se encuentran al Occidente): la Sabiduría, la Fuerza y la Belleza, o sea la Omnisciencia, la Omnipotencia y la Omnipresencia del G.·.A.·., patentizadas como Principios de Verdad, de Actividad y de Amor o Armonía. Estas tres columnas representan al Ven.·. M.·. y al Pr.·. y Seg.·. Vig.·., que se sientan respectivamente al Oriente, al Occidente y al Mediodía, en donde se manifiestan respectivamente las tres cualidades.

El Delta luminoso, con el Ojo Divino en el centro, brilla al Oriente por encima del asiento del Ven.’.M.·., símbolo del Primer Principio, que es la Suprema Realidad, en sus dos lados o cualidades primordiales que la definen, expresadas en síntesis inimitable en el trinomio vedánico Sat-Chit-Ananda.

A los dos lados del Delta, que representa la verdadera luz (la Luz de la Realidad trascendente), aparecen el sol y la luna, los dos luminares visibles, manifestación directa y refleja de esa luz Invisible, que iluminan nuestra tierra y que simbólicamente representan la Luz Intelectual y la Material.

EL PAVIMENTO DE MOSAICO

A tres pasos de la puerta, que se encuentra al Occidente, están situadas las dos columnas B.·. y J.·., emblema de los dos principios y de los pares de opuestos que dominan el mundo visible. La actividad combinada de estos dos principios aparece manifiestamente en el pavimento de mosaico en cuadros blancos y negros, que se extiende desde la base de las columnas hacia el Oriente, igualmente en forma de cuadrilongo, ocupando el centro del Templo.

El pavimento de mosaico es un hermoso emblema de la multiplicidad engendrada por la dualidad, constituida por los pares de opuestos que se encuentran constantemente el uno cerca del otro: el día y la noche, la oscuridad y la luz, el sueño y la vigilia, el dolor y el placer, las honras y las calumnias, el éxito y la desilusión, la dicha y la desdicha, etc. sobre estos opuestos, que se hallan sobre todos los caminos y en todas las etapas de nuestra existencia, el iniciado que ha gustado la Copa de Amargura debe marchar con ánimo sereno e igual, sin dejarse exaltar por las condiciones favorables ni reprimir por las apariencias desfavorables.

Por encima de esta visión dualística de la vida formada por pares de opuestos, se levanta el ara o Altar (etimológicamente “altura” o elevación), símbolo de la elevación de nuestros pensamientos, por medio de la cual percibimos la realidad trascendente que se esconde bajo la apariencia contradictoria, y llegamos a conocer la palabra, o sea la Verdad, que es propósito íntimamente benéfico de toda experiencia, siempre entendida para nuestro progreso y bien más verdaderos.

Las tres luces que se hallan sobre el ara, formando un triángulo equilátero, representan la necesaria correlación, que debe verificarse en nuestra inteligencia, entre la dualidad occidental (o fenoménica) de las columnas y la Unidad Oriental de la Verdadera Luz, por medio de la cual se realiza el ternario de la armonía y del perfecto equilibrio, sobre todos los extremos y las tendencias dualistas.

Entre estas luces tiene su lugar más conveniente el libro sagrado, símbolo de la Verdad que se encierra en la tradición, cuando sepamos convenientemente interpretarla por medio de nuestras facultades inteligentes, que representan la escuadra y el compás que sobreponemos a ese Libro para poderlo realmente comprender y medir en todo su alcance.

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EL CIELO

El techo de la Logia figura un cielo estrellado, imagen del Infinito y de su manifestación activa en infinitos puntos o centros luminosos, que expresan desde adentro hacia fuera la Luz Latente del Principio Supremo.

Ese cielo representa el espacio del que cada punto es igualmente centro geométrico, origen y finalidad. Su color azul, en contraste con el rojo del pavimento, es emblemático de las más elevadas vibraciones, tanto individuales como cósmicas, que están por encima de la manifestación sensible, la completan y la coronan.

Podemos ver en él también una imagen de nuestra mente, o mundo causativo interior, que preside a las condiciones de la vida, las aprovecha constructivamente y las transmuta. Y las estrellas nos representan las Ideas Divinas, que nos descubren el mundo de la Realidad y de la Verdad, las ideas salvadoras que nos revelan el Plan del G.·.A.·. y guían en armonía con el mismo nuestros pensamientos y acciones, los ideales que nos inspiran y nos orientan en todas las etapas de nuestra existencia.

Debajo del techo, desde la puerta occidental, donde se terminan sus dos extremos, está la mística cadena de unión, entrelazada en doce nudos laterales y descansando sobre los capiteles de doce columnas distribuidas así: seis en el lado Norte y seis en el Sur, simbolizando los seis signos ascendentes y los seis signos descendentes del zodíaco.

La cadena es el lazo interior que une a todos los masones por encima de sus diferencias personales, haciendo de ellos una sola Familia Universal. Este lazo interior debe ser buscado individualmente, esforzándose cada cual en manifestar lo más elevado en pensamientos, sentimientos e ideales (los capiteles en que descansa). Es también la cadena de causalidad que se manifiesta ininterrumpidamente en el mundo de los efectos, en el cual todo pensamiento o acto es efecto de una causa antecedente, y causa a su vez de un efecto consecuente.

ASIENTOS Y LUGARES

De ambos lados, Norte y Sur, están los asientos, respectivamente, de los Aprendices, de los Compañeros y de los Maestros: los primeros tienen que sentarse en la región menos iluminada por el Sol por ser todavía incapaces de soportar la plena luz del Mediodía, en donde los compañeros y los Maestros, del lado del Occidente y del Oriente, respectivamente, trabajan con provecho, los primeros ayudando a los segundos.

La parte oriental del Templo se halla elevada sobre tres gradas, con respecto al piso de la Logia, significándose con ello que no se puede llegar al Mundo de las Causas sino elevándose por medio de la abstracción y de la meditación a las regiones superiores del pensamiento, donde aparecen con claridad los Principios originarios que constituyen la Esencia Eterna de las cosas sensibles.

Sobre esta elevación se sientan, respectivamente, al Norte y al Sur, y a la derecha e izquierda del Ven.·.M.·., el Secretario y el Orador, y más abajo, el Hospitalario y el Tesorero, el Portaestandarte y el Maestro de Ceremonias. Estos, con los dos Diáconos, los dos Expertos y el Guarda templo constituyen los Oficiales de la Logia, que cooperan con los tres Dignatarios en las diferentes ceremonias que se desarrollan para el orden y armonía de los trabajos.

De acuerdo con la etimología que hemos dado para esa palabra, el templo masónico no tiene ventanas: esto significa que no recibe luz de afuera, sino únicamente de adentro. Por esta razón tiene que cerrarse herméticamente al mundo profano y su puerta está vigilada constantemente por el Guarda templo, armado de espada, símbolo de la vigilancia que constantemente debemos ejercer sobre todos nuestros pensamientos, palabras y acciones, para hacer de ellos un uso constructivo, y progresar constantemente en el sendero de la Verdad y de la Virtud.




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