
Eduardo R. Callaey

La francmasonería, institución que hunde sus raíces en la construcción 
misma de Occidente, no debe ser considerada como una religión ni una secta. Tampoco 
como una Organización no Gubernamental ni una asociación civil. Si bien su marco 
legal puede estar inscripto en los modelos expresados, la francmasonería como estructura 
independiente en cada país o en cada obediencia actúa como una Orden, vocablo que 
es utilizado a menudo por los Masones para definir a su propia institución.
La pertenencia a una "Orden" implica una serie de compromisos y responsabilidades 
que exceden el marco de una mera asociación civil. A continuación exponemos una 
aproximación a esta cuestión, según nuestra personal opinión.
(Extracto de la Introducción al libro "La Masonería y sus orígenes 
cristianos")
“La Orden”… Esta es la forma abstracta con la que los Masones 
denominamos a la institución francmasónica . Cuando nos referimos a la Masonería 
, o cuando queremos mencionar a la institución de la que formamos parte, decimos 
simplemente “La Orden”. Pero, ¿Qué hay detrás de esta palabra? ¿Qué es una Orden? 
¿Por qué los francmasones utilizamos este término? ¿Qué significa y que implica 
ser iniciado francmasonería?
Podremos comenzar definiendo el término : Orden, 
“del latín, ordo, clase, categoría, regla establecida por la naturaleza, disposición 
de las cosas de acuerdo a un método”.
En la historia de Occidente podemos 
hallar este concepto de ordo utilizado en diferentes campos, desde lo religioso 
y lo político hasta el arte y la arquitectura. Podremos analizar cualquiera de estas 
acepciones y en todas encontraremos relación con la francmasonería, pero a los fines 
de nuestro trabajo merece nuestra atención aquella que estableció Johnson al decir 
que: “…Una Orden puede definirse como una hermandad, sociedad o asociación de ciertas 
personas, unidas por Ley y Estatutos peculiares a la sociedad, que persigue un objeto 
o designio común, y se distingue por sus costumbres particulares, insignias, divisas 
o símbolos…”[1]
Albert Gallatin Mackey nos aporta una segunda 
definición al decir que “… una Orden es un gobierno regular o una sociedad de personas 
dignificadas por marcas de honor y una fraternidad religiosa…” En cualquier caso 
Orden implica una regla y esta, a su vez, impone un pacto de adhesión. En la francmasonería 
este pacto está sellado por un acto solemne denominado “iniciación”. De tal modo 
que podremos afirmar que la francmasonería no es una organización basada simplemente 
en ese pacto societario de adhesión sino que constituye –en palabras de Javier Otaola- 
“…una forma de asociacionismo muy particular…” puesto que la Masonería “…se vincula 
necesariamente, por definición, con una tradición profesional anterior a los socios 
que la componen y a una especie de mandato constituyente Tito del que no puede apartarse 
sin perder su propio sentido y carácter iniciático…”[2]
Ese componente constitutivo está contenido en aquello que los Masones denominamos 
“Antiguos Límites”, junto con los rituales, los usos y costumbres y el lenguaje 
simbólico que otorga a la francmasonería su particular distintivo metodológico. 
Este conjunto de reglas y prácticas es el que distingue a la Orden Masónica de otras 
asociaciones profesionales que devinieron en gremios por carecer justamente de este 
componente particular.
Si bien no existe un desarrollo histórico preciso 
de la Orden, ni un criterio unificado acerca de sus orígenes, parece muy probable 
– a la luz de la investigación presentada en nuestros ensayos- que haya recibido, 
a lo largo de su historia, la influencia de otras órdenes religiosas cristianas 
de las que toman ciertas características.
Nuestra mirada se ha concentrado 
sobre la comunidad fundada por San Benito a partir de la regla creada para sus monjes 
del monasterio de Montecassino en el siglo VI y que, con el tiempo, se convirtió 
en la poderosa Orden Benedictina cuya influencia en la francmasonería primitiva 
es el objeto central de esta obra.
Las órdenes monásticas surgidas en la 
alta edad media se extendieron a lo largo de Europa y no sólo marcaron el rumbo 
del primer milenio de la cristiandad sino que monopolizaron en sus claustros la 
educación de la elite intelectual y moral de la civilización europea. Los hombres 
que ingresaban en estas estructuras eran individuos capaces de sostener un compromiso 
mayúsculo en contraposición a aquellos que permanecen en el “mundo profano” o en 
el clero secular.
Del mismo modo que estas órdenes religiosas tenían un objeto 
y una razón de ser que les era propia, la francmasonería no puede entenderse apartada 
del método iniciático ni del sistema simbólico -alegórico en el que basa su doctrina. 
Pero tampoco puede comprenderse si la apartamos de su potencial transformador de 
la sociedad a través de la influencia decisiva de sus hombres. Este potencial transformador 
de la sociedad ha sido una característica de los benedictinos, quienes han sido 
definidos, con justicia, como “Los monjes que transformaron Europa”.
Si reflexionamos 
acerca de cuántos postulados y objetivos sustentados en el pasado por la francmasonería 
son hoy patrimonio de la humanidad y si pudiéramos imaginar el inmenso número de 
voluntades que han debido concentrar un esfuerzo sostenido para llevarlos a cabo, 
entonces no resulta difícil concebir un concepto de Orden ideal más allá de las 
múltiples expresiones del campo masónico.
Constructores por definición, los 
francmasones han creído y creen en un orden social más justo y en un mundo fraterno. 
La búsqueda de ese orden es inherente a la práctica masónica. Pero, como lo señalara 
Jean Mourgues, “...sólo escogemos a los constructores que saben estar por encima 
de las disputas de escuelas, La perfección de la Orden colectiva se basa en la calidad 
de los hombres que han de construirla..."[3]

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