EL COJUDO Y LA SOCIEDAD
Luís Felipe Ángel (SOFOCLETO)
Dado que el mundo está lleno de pendejos, no podríamos definir a la Sociedad como "un conglomerado de insignes cojudos" y, en consecuencia, para determinar la ubicación exacta del cojudo en nuestro medio social tendríamos que comenzar formulando una Tipología del Cojudo en sus dos manifestaciones esenciales:
- El aspirante a Cojudo, y
- El Cojudo propiamente dicho.
El aspirante a cojudo no es, como podría suponerse, un menor de
edad ni nada parecido. Es simplemente un sujeto al que la vida no
le dio todavía la oportunidad de hacer una Gran Cojudez que le sirva
como tesis doctoral o de resbalar en un Cojudeo Sensacional que
lo prestigie en el medio ambiente como un cojudo legítimo...
El Cojudo propiamente dicho es otra cosa. Nació para ser cojudo
y cumple su destino a la perfección, sin quemar etapas, sin saltarse
a la torera ninguno de los requisitos que exige la ortodoxia y la
liturgia de la Cojudez Ancestral. Al cojudo de profesión le ponen
cuernos, lo estafan, lo asaltan, le embarazan a la hija y le devuelven
a la hermana. Tiene tías solteronas y va al circo solo, porque se
encandila con el payaso, el trapecio y los leones. Es siempre el
último de la cola, el que pierde la lotería por un número y camina
como pato porque sufre escaldadura crónica. Como todo cojudo auténtico,
es devoto de un santo rarísimo, y llora con las películas mexicanas
porque siempre se identifica con el que lleva la peor parte, así
se trate de Sara García. El cojudo propiamente dicho, llega a su
clímax sobre los treinta años y alcanza la apoteosis a los cincuenta
y nueve. De los sesenta para arriba es lo que se llama "un viejo
cojudo", lo cual significa que no le falta sino cometer la Gran
Cojudez Final que cierre con broche de oro su carrera, antes que
algún pendejo de la familia consiga meterlo en el manicomio bajo
los cargos de Arteriosclerosis Generalizada y Problemas de Conducta
que es como los siquiatras llaman a los cojudos, para disimular...
Pero los cojudos propiamente dichos, los cojudos que hacen honor
a la cojudez y sirven de materia prima al cojudeo, no se sienten
discriminados ni disminuidos. No hacen grupo aparte ni cultivan
el sectarismo en cualquiera de sus formas. Por el contrario, los
vemos actuar en todos y cada uno de los estratos que componen el
mundo en que vivimos.
Así tenemos cojudos artistas que se hacen fotografiar en una pose
romántica y les sale homosexual; cojudos intelectuales que le escriben
un libro de poemas a la mamá porque no han podido resolver su Complejo
de Edipo; cojudos políticos que terminan en la cárcel por hablar
de la libertad; cojudos industriales que abrigan el proyecto de
manufacturar leche de burra en polvo; cojudos deportistas que lanzan
la jabalina y ensartan al portero del estadio... Bueno, la lista
es interminable porque los cojudos se reproducen como si los hubiese
parido un mimeógrafo.
Sin embargo, la cojudez no es promiscua en el orden social y, por
el contrario, sus adeptos se ciñen a los estrictos cánones que separan
una clase de otra. Llegan a tal extremo que - si nos encontrásemos
frente a un cojudo sin ropa, en la más completa desnudez y libre
de elementos que nos permitieran identificarlo a simple vista -
bastaría saber qué le gusta, qué prefiere, qué sabe o qué le interesa
en la vida, para situarlo sin posibilidad de equívoco en el estamento
social que le corresponde.
Porque, si bien las cojudeces y los cojudos se dan por igual en
todos los renglones de la vida diaria, es la naturaleza de unas
y otras lo que regulariza al cojudo dentro de su esquema comunitario.
En principio, la cojudez tiene una raíz democrática porque lo mismo
ataca al rey que al pinche de cocina y tan cojudo puede ser un Premio
Nóbel como un analfabeto sordomudo. Pero, admitiendo que todos los
cojudos son substancialmente iguales, la diferencia estriba en el
tipo de cojudez que comete cada quien, en función de su categoría
social. Vale decir, no podemos separar al cojudo de su circunstancia...
La diferencia es clarísima y no requiere mayor explicación excepto
en cuanto a que, según vemos,
- El cojudo de arriba se siente criollo.
- El cojudo criollo se siente de clase media y.
- El cojudo de clase media se siente de arriba, en una legítima ensalada social donde están representados todos los tonos, ya que tenemos cojudos negros, blancos, mestizos, cholos, extranjeros nacionalizados y demás colores del arco iris, que es el fenómeno más cojudo de la naturaleza.
En el Perú, solamente el asiático puro es inmune a la cojudez. No
hay chinos ni japoneses cojudos. Más bien son cojudos sus descendientes
- los nisei y los tusán - cuyo sólo nombre es una perfecta cojudez.
Y esto es fácilmente explicable si consideramos la influencia del
clima sobre la mentalidad peruana, donde somos tan cojudos que el
de la Selva emigra a la Sierra, el de la Sierra se viene a la Costa
y el de la costa se va a la Selva, buscando siempre algún cojudo
que trabaje por él y lo mantenga. Al final es el clima quien dice
la última palabra cuando el de la Selva se muere de frío en la Sierra,
el de la Sierra se muere de asma en la Costa y el de la Costa se
muere de calor en la Selva. Así, los chinos y los japoneses de la
primera generación aguantaron a pie firme y pudieron luchar contra
la contaminación ambiental, pero los de la segunda generación ya
vinieron con defectos de fábrica y algunos cometieron cojudeces
tan dignas del siquiatra como esa de poner un restaurante frente
a Lurigancho y darles crédito a los presos. Eran los nisei y los
tusán que ingresaban por todo lo alto en el mundo alucinante de
la cojudez...
La Cara de Cojudo
No lo digo con espíritu chauvinista pero el peruano tiene cara de
cojudo como resultante de dos grandes motivaciones: a) Porque es
un cojudo auténtico y su rostro es la expresión natural de la cojudez
que atesora en el cerebro o b) Porque es falso cojudo, infiltrado
en las filas enemigas con algún propósito inconfesable...
Creo sinceramente que los cojudos son felices. Hacen cojudeces,
hablan cojudeces, piensan cojudeces y tienen una vida tan cojuda
que nada les podría envidiar una ostra. Pero esa misma cojudez innata
le impide examinar objetivamente su problema y hasta, en algunos
casos, juro que los he oído reírse de algún pendejo, por ahí. Yo
tuve un primo cojudo que murió cuando reparaba su televisor sin
haberlo desconectado previamente. Se trataba de un caso incurable,
porque mi primo era cojudo de nacimiento, pero vivía feliz. Los
problemas le importaban un carajo y los dramas de la vida cotidiana
le resbalaban por encima de la piel, a tal extremo que llegué a
preguntarme si mi primo no sería un pendejo navegando con bandera
de cojudo. Sin embargo, no lo era. Digo, un pendejo. Porque su cojudez
tenía el sabor fresco de las cosas puras y a su cara de cojudo no
le faltaba sino la aureola para recibirse de santo en la familia.
Un día hice una cojudez, deliberadamente, para ver qué pasaba. Luego
hice otra y después una tercera, sin que el experimento me afectara
mayormente. Pasé a vivir entre cojudos con la intención de escribir
un libro sobre ellos pero a los veinte días los cojudos escribieron,
entre todos, un libro sobre mí. Confieso que esto me sumió en un
mar de dudas. ¿Era yo un pendejo entre cojudos, o era un cojudo
entre cuatro pendejos? No tenía manera de averiguarlo y decidí mirarme
en el espejo para discutir el punto conmigo mismo. Bueno, me encontré
con la más perfecta cara de cojudo que he visto en mi vida...
Se dice que la nuestra es una sociedad disolvente, como los ácidos
y los antipáticos (obsérvese cómo, cuando algún antipático se acerca
al grupo, el grupo se disuelve o se licúa ipso facto). Yo diría,
más bien, que vivimos en una atmósfera acojudante, espesa y plomiza,
donde el clima juega, sin duda, un papel importantísimo en la fabricación
de cojudos al por mayor. Contra el clima no se puede, porque no
hay ser humano capaz de enfrentarse victoriosamente a enemigos tan
inasibles como la humedad de la Costa, que nos acojuda con el reumatismo;
la inestabilidad de la Sierra, que deja cojudo al metereólogo más
despierto, y las lluvias de la Selva, que son una cojudez solamente
comparable con el Diluvio...
De otra manera resulta inexplicable de que sí se jodieran impajaritablemente
los incas, los españoles, los libertadores y los republicanos, por
la vía de hacer cojudeces tan catastróficas que hasta hoy no terminamos
de levantar cabeza. Yo, sinceramente pienso, que si alimentásemos
a una computadora con todo lo que constituye la anécdota, lo absurdo,
lo increíble, lo Cojudo, vamos, de nuestro pasado, dicha computadora
volaría en mil pedazos o emitiría una respuesta indignada, que diría
algo así como: "¡No jodan... ese país no existe!". También podría
volverse loca y seríamos el primer país del mundo que tuviera un
IBM en el manicomio...
No hay ex-cojudos en nuestro país, así como no hay excusados en
Masutolandia. Tampoco los habrá nunca (ni ex-cojudos ni excusados)
porque ningún pendejo perfeccionaría una droga para curarlos, así
como ningún cojudo tendría la necesaria lucidez para descubrirla.
No, cojudos habrá siempre y para identificarlos bastará con buscarles
la señal inocultable que los caracteriza:
El pelo de cojudo
Como sabemos, todo cojudo tiene "Un Pelo" (de cojudo naturalmente)
que le sirve de insignia y de carnet, de contraseña y de prueba,
cuando las cojudeces que hagan no demuestren fehacientemente su
personalidad. El pelo de cojudo no está necesariamente en la cabeza,
porque de ser así no habría cojudos calvos, o el cojudo se iría
desacojudando en razón de su calvicie. El pelo de cojudo puede estar
en el bigote, en la oreja, en la nariz, en la pierna, en el pubis
o en cualquier otro lugar donde haya tradicionalmente pelos - excepto
en la sopa, donde el pelo es de pendejo y pertenece al mozo - pues
ahí está. Lo lleva consigo desde que nace hasta que muere, porque
el pelo de cojudo no se cae nunca, de igual manera que jamás se
marchita ni encanece. Acompaña al cojudo con una fidelidad realmente
asombrosa, que nos sirve como un seguro de vida para no caer en
las garras de un pendejo. Por lo tanto, frente al peruano sólo estaremos
seguros cuando exhiba su pelo de cojudo y nos dé la tranquilidad
necesaria para cojudearlo sin angustias, visto que el pelo de cojudo
no se puede falsificar. Aparece en la superficie, desde luego, pero
tiene sus raíces distribuidas por el cuerpo, la mente, el alma,
la percepción, la capacidad de análisis, la expresión y el todo
esencial del cojudo que le sirve de maceta...
Sin pecar de optimistas podemos afirmar que la presente y muchas
generaciones venideras vivirán dentro de la misma correlación de
fuerzas, entre cojudos y pendejos, en que se ha cristalizado nuestra
sociedad. En lo personal, yo creo que no cambiaremos nunca. Porque
- ¡tengamos confianza! - la Divina Providencia nos pondrá siempre
un cojudo a mano, para los casos de apuro, y nos protegerá - al
mismo tiempo - de todos los pendejos que nos quieren hacer cojudos
para cubrir sus necesidades. ¿Hacia dónde se dirigen los cojudos?
No se sabe. ¿Cómo aparecieron entre nosotros? Sólo hay teorías.
Hace mucho tiempo se encontró un cráneo prehistórico en las inmediaciones
del Cuzco. Lucía un hachazo en el occipital que debió dejarlo seco
en el acto. El Carbono 14 demostró que tenía más de mil años y,
evidentemente, le dieron el golpe cuando estaba distraído, mirando
para otro lado.
Bueno, ese - para mí - fue el primer cojudo que tuvimos en el Perú.
NOTA: Esta página ha sido diseñada con el color más cojudo que hemos encontrado.
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