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Si se acaba la Historia, se va y se compra otra a precio
competitivo, donde Franco, por ejemplo, no era fascista sino un
"populista-keynesiano" de la escuela de De Gaulle, como afirma un
pintoresco economista neoliberal de oscuro apellido. En este nuevo
orden mundial, EEUU es el ejemplo a seguir. Gracias a
empresarios-políticos, intelectuales de Miami, o cantantes de baladas,
nos enteramos que el país de la ley "Helms-Burton" es el país ideal
(como yo ya me sospechaba desde hace tiempo) porque es la "vanguardia
del progresismo". Mientras en Europa se acaba el "Estado del
bienestar" (lástima que algunos cojudos no nos diéramos cuenta a
tiempo) en ese país de cuento de hadas se disfruta del mejor de los
mundos, el mundo de los WASP (White, Anglo-saxon, Protestant) que
ningún latinoamericano o español cumplimos.
Como yo ya he pasado el
medio siglo largo, recuerdo en la profundidad de la Historia (que se
ha acabado) haber visto en el sur de ese país progresista autobuses
con puertas distintas para blancos y negros (¿será verdad o son ideas
mías?) universidades que sólo admitían WASP, sofisticadas sillas
eléctricas y cámaras de gas para ejecutar civilizadamente a gente de
etnias mayoritariamente latinas o africanas. Pero la Historia ya no
existe, menos mal que nos quedan las películas de Hollywood como nueva
y repleta biblioteca de Alejandría para documentarnos. Propongo Miami
Beach como capital mundial de la cultura.
Por eso no me extrañó
nada que el corresponsal de ABC en Londres publicara un libro llamando
idiotas a los que aún no se hayan dado cuenta de estas evidencias post
modernas. Yo me descubro como un "perfecto idiota latinoamericano"
según la descripción del autor, y también soy un "idiota ideológico
carpetovetónico" gracias a mi doble condición de "sudaca" de origen y
"chapetón" por adopción. Por lo que me afecta, he leído con interés al
menos diez o doce artículos elogiosos del riguroso tratado, algunos
firmados nada menos que por su papá, el laureado novelista Mario
Vargas Llosa.
No hace mucho tiempo Félix de Azúa publicó una
novela titulada Historia de un idiota contada por él mismo. En ella,
un idiota nos muestra inteligentemente la realidad que los demás
idiotas no vemos, dándonos la oportunidad de redimirnos de la idiotez
a través de la literatura. Es decir, es una obra clásica. En cambio el
corresponsal del diario monárquico español se limita a insultar a todo
el que no esté de acuerdo con su realidad "maiamera" y la de su amigo
Plinio Apuleyo y la de otro más que no recuerdo.
Creo que el hijo
de Mario Vargas Llosa es por lo menos injusto. Los latinoamericanos
tenemos más de cojudos que de idiotas. Los cojudos, como su propio
nombre indica (la raíz griega no me la sé) no tenemos porqué ser
tontos ni brutos; cojudo es simplemente el que se cojudea, el que se
equivoca y persevera y dice cojudeces para justificarse. El que
escribe libros como éste, por ejemplo, o como el suyo.
Los
peruanos aprendemos rápido pero nos equivocamos mucho y esa es la
grandeza del cojudo peruano, que cada cual se equivoca como le da la
gana dando lugar a una variedad muy extensa de cojudos (como en otra
parte de este libro intento desentrañar).
El idiota, término
griego utilizado equivocadamente por Vargas Llosa (junior) para
insultar a los que no pensamos como él, es muy diferente del cojudo
peruano de toda la vida. El idiota es de nacimiento, en cambio el
cojudo lo consigue a lo largo de su vida, a veces con mucho esfuerzo y
dedicación y otras casi sin darse cuenta (los segundos son los más
cojudos). Recuerdo uno de los casos más precoces del colegio, ocurrió
jugando al fulbito; en el instante que la pelota traspasó los palos él
se quedó inmóvil y abrió los ojos como si tuviera tres bocas, después
se tiró al suelo intentando coger la estela del balón que ya estaba
dentro de la red y se levantó cojudo del todo. Se puso a decir
cojudeces al público, al árbitro y al entrenador del equipo que estaba
al otro lado de la cancha. Lo increíble fue que el que le metió el gol
se volvió cojudo al mismo tiempo: saltó y cabeceó, aparentemente
normal, pero al caer hizo un gesto extraño tocándose las ingles; a
partir de ese momento deambuló de forma errática por la cancha como un
iluminado. Al terminar el partido se constató simplemente que se
habían vuelto cojudos los dos, de golpe, sin darse cuenta, y a pesar
de ser cojudos de distinto tipo se hicieron amigos. Así se juntan y
llegan a formar hasta clanes de cojudos.
En la edad adulta
puede ocurrir en situaciones de fracaso o éxito similares a las
mencionadas o como resultado de un entrenamiento y perseverancia, con
muchas privaciones que son dignas de reconocimiento. Hay quien se
empeña y lo consigue.
Por ejemplo, mi tía Areopagita
encuadraría al autor del panfleto El perfecto idiota latinoamericano
entre los cojudos cagabombos, que son los que se creen la divina
pomada y se cuentan por cientos en el mundo intelectual. Proclives al
auto elogio y fáciles al insulto, normalmente arropados por familias
de cojudos a la vela. La característica más importante del cagabombos
es que sólo ven la realidad que conviene a los intereses económicos de
su clan y suelen ser muy oportunos para aprovecharla. En la generación
de su papá (modestamente, la mía también) estaba de moda ser de
izquierdas y apoyar la justicia social, hoy conviene ser "maiamero" e
ir al mercado a vender la mermelada. En esas estamos.
(Del
libro Conjeturas y otras cojudeces de un sudaca. Colección "El ábaco
roto". Sevilla, 1996. EL AUTOR. Nació en Lima, Perú, en 1941)