CON Ñ DE COÑO Y CH DE CHUCHA
Leopoldo de Trazenies Granda
En la guardería cantábamos a coro:
"... O, P, Q, R, RR, S, T...". La RR estaba incluida como letra
independiente, no sé si por exigencias del filólogo que escribió
el silabario o porque las viejitas alemanas, que no sabían
pronunciarla, se empeñaban en que la aprendiéramos, no fuera a
ser que saliéramos del Kindergarten pronunciando como ellas,
como alemanes.
Puestos a inventar inventamos de todo,
hasta letras del abecedario. A las veintiséis letras del
alfabeto universal le hemos añadido tres que consideramos
españolas: la Ll, la Ch y la conflictiva Ñ. Esta última tiene
además connotaciones patrióticas porque forma parte del nombre
que se le da a la piel de toro donde vivimos y posiblemente
muramos y del acervo de Sudamérica, donde muchos nacimos.
La cuestión está en si debieran eliminarse o no. A mí me
alarmaría si al suprimirlas nos quedáramos sin letras para
designar los órganos sexuales femeninos, tanto en España como en
el Perú. Desde ese punto de vista muy personal, me parecen
imprescindibles la eñe de coño y la che de chucha.
La
culpa de estas reflexiones la tiene la informática que levantó
una polémica sobre la conveniencia de incluir o no la Ñ en los
ordenadores (polémica que curiosamente apasionó más en el Perú
que en la propia España). La raíz estaba en un malentendido: en
realidad se trataba sólo de la configuración del teclado porque
los juegos de caracteres de los ordenadores permiten escribir
hasta en katakana si uno se empeña. La Unión Europea reclamó que
España contravenía la normativa sobre libre competencia al
exigir que los teclados importados contuvieran nuestra sonora Ñ.
En un teclado europeo sin Ñ es necesario pulsar la N y añadirle
una tilde, exactamente lo que hacemos cuando escribimos a mano.
El signo se podría escribir de una forma u otra, pero la
polémica desaparecería con sólo derogar la celosa ley hispana
("muerto el perro se acabó la rabia") y que cada cual siga
utilizando el teclado que más le guste para escribir coño.
Hay que reconocer que tener la letra Ñ en el teclado es ante
todo una gran comodidad, por eso no sólo creo que sería
conveniente mantenerla, sino que debiéramos incluir también
otras letras como por ejemplo la U con diéresis (que me parece
haberla visto en alguna máquina de museo). La U y la N son las
dos únicas letras que en castellano cambian de sonido o lo
pierden dependiendo de cómo estén peinadas. Sería pues también
conveniente que con una sola tecla pudiéramos escribir la Ü y
estoy seguro que los vendedores de antigüedades nos lo
agradecerían infinitamente. Y ya de paso podríamos añadir al
teclado la onomatopéyica Ch de chucha y la quejumbrosa Ll de
llanto. Con estas simples modificaciones tendríamos un teclado
verdaderamente español y elevaríamos nuestra velocidad de
escritura en varias pulsaciones por minuto.
Sería pues
perfectamente lógico que todas estas combinaciones de letras,
tildes y diéresis figuraran en los teclados españoles (¿con qué
derecho está la Ñ y no la Ch ni la Ll?) Sin embargo, no
encuentro ninguna justificación para que existan como letras
independientes en los diccionarios.
Ninguna de ellas es
necesaria. El sonido RR corresponde a la doble R, al igual que
el de LL corresponde a la doble L, y no por eso es considerada
letra independiente (a pesar de lo que opinaran mis recordadas
viejitas). El sonido de la CH es el de dos letras combinadas y
el de la Ñ el de N con tilde.
El caso de la Ñ no es
muy distinto que el de la LL. En su origen, también fue una
letra repetida: la NN. Es posible que a finales de la Edad Media
la doble NN ya se pronunciara con el sonido actual de la Ñ. La
tilde no es otra cosa que un adorno que utilizaban los
escribanos para indicar que suprimían la segunda N, de esta
manera "sennor" pasó a ser "señor" y "danno" "daño", gracias a
amanuenses seguramente deseosos de terminar su trabajo antes de
las seis de la tarde. Lo mismo le hubiera podido ocurrir a la L
o a la R repetida y a un sinnúmero de letras que se suprimían en
los documentos antiguos. Los signos para abreviar palabras
eliminando letras fueron muy frecuentes en la escritura de los
siglos XI al XVII y el haber mantenido un trazo horizontal sobre
la primera N (signo de abreviación de la época) no tiene porqué
conferirle a la Ñ rango de letra independiente.
¿Cuál es
la razón para que ocupen capítulo aparte en los diccionarios?
Las palabras que empiezan por CH deberían clasificarse antes de
las que empiezan por CI que es su lugar natural, como el de la
LL es a continuación de la LK, porque son dígrafos, pero no
letras.
Si abrimos el diccionario veremos que bajo la Ñ
sólo existe una palabra de origen castellano: Ñoño = soso, de
poca sustancia (palabra poco atractiva, de dudosa evolución como
su propio nombre indica). Todo el resto del capítulo son
palabras que han enriquecido el castellano desde lenguas locales
mayormente indoamericanas como: Ñandú, Ñaña, Ñato, Ñeque, Ñisca,
Ñufla o Ñuto. Las palabras nuevas amplían el idioma, pero las
letras que se utilizan para representarlas son una convención
que evoluciona. Curiosamente en las lenguas americanas, ricas en
el uso del fonema Ñ, las bonitas palabras quechuas "Ñacapayay"
(maldecir), "Ñañichiy" (tranquilizar) o "Ñuñucuy" (mamar), se
escriben también (de rebote) utilizando la eñe castellana. La Ñ
lógicamente no es americana, ni española, simplemente no es
letra, representa, como hemos dicho, la doble N donde la segunda
ha sido suprimida, circunstancia que se indicaba con una tilde
sobre la primera.
Mantener las letras Ch, Ll o Ñ es como
si los británicos quisieran incorporar a su alfabeto la Ph (para
que foto no suene "poto") los franceses la Gn, los portugueses
la Lh y los catalanes la Ny, es decir, incorporar como letras
independientes los sonidos que estas adquieren al combinarse. Si
continuamos con el mismo razonamiento los mexicanos podrían
reclamar legítimamente una letra adicional para expresar el
sonido Tl y poder escribir más fácilmente "Tlalnepantla" o
"Tenochtitlán". En esto creo que los mexicanos tendrían razón.
Los signos Ch, Ll y Ñ no hacen otra cosa que entorpecer las
clasificaciones de todos los documentalistas y bibliotecarios de
habla castellana; si los quitamos de los abecedarios y los
añadimos en los teclados de todos los artilugios de escritura
habremos ganado en facilidad sin perder ni un pelo del (término)
coño o chucha. No debemos exagerar inventándonos signos nuevos
porque allí están los chinos que han terminado identificando
palabras enteras con uno sólo y ahora no hay dios que los
entienda. De lo que se trata ahora es de simplificar el idioma
hablado por quinientos millones de personas para hacerlo
universal en la nueva máquina de Gutenberg del ciberespacio.
(Del
libro Conjeturas y otras cojudeces de un sudaca. Colección "El ábaco
roto". Sevilla, 1996. EL AUTOR. Nació en Lima, Perú, en 1941)
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