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Rito Escocés Antiguo y Aceptado
del Guajiro
La Hermandad para toda la Humanidad
Todo trabajo trae su propia recompensa. Esto es tan cierto hoy
como en el pasado remoto, cuando aquellos que ayudaron a construir la Casa Santa
del Templo trabajaban en la cantera y el bosque; aunque entonces, como ahora, el
trabajador serio y fiel no podría ver, quizás, el producto final que su tarea diaria
ayudaría a perfeccionar. Somos solo los instrumentos en la Mano de Dios para lograr
nuestra pequeña porción del gran diseño, el que verlo completo no es privilegio
de todos.
Pero el plan está ahí, aunque no lo veamos; y a cada uno de nosotros
se asigna nuestra porción del trabajo a hacer, grande o pequeño, según nuestra fuerza,
habilidad y conocimiento.
Ni es para nosotros cuestionar y encontrar fallas,
pero trabajar fielmente y constantemente hasta que nuestra parte se haga, sabiendo
que algún día, si el Gran Arquitecto aprueba, lo qué hemos hecho tendrá un lugar
honrado en la estructura del Castillo Hermoso.
De modo que la fortaleza del
mundo yace no en su plata y oro y joyas preciosas, pero mas bien en la industria
ordenada y pacífica de grandes pueblos que persiguen diligentemente esas ocupaciones,
que mediante el propósito de Dios, no obstante ser entendido imperfectamente, son
llamados a seguir. Todos los hombres deben trabajar. No hay sitio en un buen mundo
para el ocioso y el zángano. Tales son peores que inútiles: son dañinos, porque
retienen las ruedas del progreso y ponen una traba sobre la velocidad del trabajador
fiel e industrioso en su camino hacia la meta.
Por lo tanto todos llevamos
una gran responsabilidad. Cuando esquivamos nuestra propia tarea, agregamos de tal
modo una carga injusta a nuestro compañero trabajador que tendrá que hacer lo que
hemos dejado de hacer. Nuestro descuido e indiferencia se vuelven no solamente sobre
nosotros mismos, pero sobre el inocente que no merece sufrir por nuestra malicia.
Ni podemos en nuestra ceguera esperar escapar las consecuencias inevitables de todo
que lo hacemos. Las leyes de retribución son inmutables como el destino. Incluso
como la recompensa con seguridad vendrá algún día a la industria, a la honradez
y a la fidelidad, así algún día el flojo y el trabajador descuidado deberá recoger
la cosecha de su propia indiferencia y apatía. No seáis engañados, Hermanos:
Las leyes de la justicia y de la compensación de Dios son inevitables.
Por siempre y eternamente es verdad que:
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