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Rito Escocés Antiguo y Aceptado
del Guajiro

La Hermandad para toda la Humanidad

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Grado 13º
Real Arco de Salomón
R.·.E.·.A.·.A.·.


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Todo trabajo trae su propia recompensa. Esto es tan cierto hoy como en el pasado remoto, cuando aquellos que ayudaron a construir la Casa Santa del Templo trabajaban en la cantera y el bosque; aunque entonces, como ahora, el trabajador serio y fiel no podría ver, quizás, el producto final que su tarea diaria ayudaría a perfeccionar. Somos solo los instrumentos en la Mano de Dios para lograr nuestra pequeña porción del gran diseño, el que verlo completo no es privilegio de todos.

Pero el plan está ahí, aunque no lo veamos; y a cada uno de nosotros se asigna nuestra porción del trabajo a hacer, grande o pequeño, según nuestra fuerza, habilidad y conocimiento.

Ni es para nosotros cuestionar y encontrar fallas, pero trabajar fielmente y constantemente hasta que nuestra parte se haga, sabiendo que algún día, si el Gran Arquitecto aprueba, lo qué hemos hecho tendrá un lugar honrado en la estructura del Castillo Hermoso.

De modo que la fortaleza del mundo yace no en su plata y oro y joyas preciosas, pero mas bien en la industria ordenada y pacífica de grandes pueblos que persiguen diligentemente esas ocupaciones, que mediante el propósito de Dios, no obstante ser entendido imperfectamente, son llamados a seguir. Todos los hombres deben trabajar. No hay sitio en un buen mundo para el ocioso y el zángano. Tales son peores que inútiles: son dañinos, porque retienen las ruedas del progreso y ponen una traba sobre la velocidad del trabajador fiel e industrioso en su camino hacia la meta.

Por lo tanto todos llevamos una gran responsabilidad. Cuando esquivamos nuestra propia tarea, agregamos de tal modo una carga injusta a nuestro compañero trabajador que tendrá que hacer lo que hemos dejado de hacer. Nuestro descuido e indiferencia se vuelven no solamente sobre nosotros mismos, pero sobre el inocente que no merece sufrir por nuestra malicia. Ni podemos en nuestra ceguera esperar escapar las consecuencias inevitables de todo que lo hacemos. Las leyes de retribución son inmutables como el destino. Incluso como la recompensa con seguridad vendrá algún día a la industria, a la honradez y a la fidelidad, así algún día el flojo y el trabajador descuidado deberá recoger la cosecha de su propia indiferencia y apatía. No seáis engañados, Hermanos:

Las leyes de la justicia y de la compensación de Dios son inevitables.

Por siempre y eternamente es verdad que:

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