Portal
Rito Escocés Antiguo y Aceptado
del Guajiro
La Hermandad para toda la Humanidad
Los deberes de la vida son más que la vida. "La ley impone sobre
cada ciudadano, que él prefiera el servicio urgente a su país, antes que la seguridad
de su vida. Si se ordena a un hombre a que traiga la artillería o munición para
aliviar cualquiera de las ciudades del rey que esté en zozobra, entonces él no puede
por ningún peligro de tempestad justificar lanzarlas al agua; pues ahí se aplica
lo que fue dicho por el Romano, cuando la misma necesidad de tiempo fue alegada
para detenerlo de embarcar: ' Necesse est ut eam, no ut vivam .’ (Es necesario que
yo vaya; No es necesario que yo deba vivir.)" ¡Cuan desagradecidamente se escabulle,
quien muere, y no hace nada para reflejar una gloria al Cielo! ¡Cuan estéril árbol
es quien vive, y esparce, y obstruye la tierra, mas no deja ni una semilla, ni una
buena obra, para generar otro después de él! No todos pueden dejar igual; mas todos
pueden dejar algo, respondiendo a sus proporciones y a sus iguales. Ésos son granos
de maíz muertos y marchitados de los cuales ni una mazorca saldrá. Difícilmente
encontrará el camino al cielo quien desea ir solo.
La Masonería es acción,
no es inerte. Requiere a sus iniciados trabajar, activamente y en serio, para beneficio
de sus Hermanos, su país y la humanidad. Es el patrón del oprimido, así como es
el aliviador y el consolador del desafortunado y desgraciado. Le parece un honor
más digno ser el instrumento del adelanto y la reforma, que gozar de todo lo que
el rango, el cargo y los títulos encumbrados puedan conceder. Es la abogada de la
gente común pueblo en esas cosas que conciernen a los mejores intereses de la humanidad.
Odia el poder insolente y la usurpación impudente. Interpone su mano tanto en la
guerra así como en la paz; entre la venganza y sus víctimas. Se apiada de los pobres,
los sufridos, los desconsolados; se esfuerza para elevar y mejorar al ignorante,
al caído y al degradado.
No es la misión de la Masonería involucrarse en
tramas y conspiraciones contra el gobierno civil. No es el propagandista fanático
de ningún credo o teoría; ni se proclama el enemigo de reyes. Es el apóstol de la
libertad, de la igualdad y de la fraternidad; pero no es más el alto-sacerdote del
republicanismo que de la monarquía constitucional. No contrae ninguna alianza enredosa
con ninguna secta de teóricos, de soñadores o de filósofos.
No reconoce
como a sus iniciados a aquellos que invaden el orden civil y toda autoridad legal,
a la vez que proponen privar al moribundo del consuelo de la religión. Se coloca
aparte de todas las sectas y credos, en su propia dignidad tranquila y simple, igual
bajo todo gobierno. Sigue siendo aquello que era en la cuna de la raza humana, cuando
ningún pie humano había pisado el suelo de Assyria y de Egipto, y ninguna colonia
habían cruzado el Himalaya hacia la India meridional, Media o Etruria.
Dondequiera
que un pueblo sea apto para ser libre y para gobernarse, y se esfuerce generosamente
para serlo, ahí van todas sus simpatías. Detesta al tirano, al opresor sin ley,
al usurpador militar, y a todo el que abuse al poder legal. Frunce el ceño frente
a la crueldad y el desprecio imperdonable de los derechos de la humanidad. Aborrece
al patrón egoísta, y ejerce su influencia para aligerar las cargas que la necesidad
y la dependencia imponen al trabajador, y para fomentar esa humanidad y amabilidad
que el hombre debe incluso a su hermano más pobre y más desafortunado.
El
Masón verdadero identifica el honor de su país con el suyo propio. Nada más conduce
a la belleza y a la gloria de su país que la preservación de su libertad civil y
religiosa contra todos los enemigos. El mundo nunca estará dispuesto a dejar morir
los nombres de esos patriotas que en sus diversas épocas han recibido sobre sus
propios pechos los golpes apuntados por enemigos insolentes al seno de su país.
Pero también conduce, y no en medida pequeña, a la belleza y a la gloria
de su país que la justicia se debe administrar ahí siempre a todos igualmente, y
no debe ser negada, ni vendida ni retrasada a nadie; que el interés de los pobres
debe ser visto, y que ninguno muera de hambre o quede sin hogar, o clame en vano
por trabajo; que el niño y la mujer débil no deben trabajar con exceso, incluso
que el aprendiz o el esclavo no deben ser restringidos de alimento ni responsabilizados
en exceso ni acosados sin piedad, y que las grandes leyes de Dios de misericordia,
humanidad y compasión se deben hacerse cumplir en todas partes, no solo por los
estatutos, pero también por el poder de la opinión pública. Y aquel que trabaja,
a menudo contra el reproche y la difamación y mas a menudo contra la indiferencia
y la apatía, para lograr esa condición afortunada de cosas, cuando ese gran código
de ley divina será obedecido en todas partes y puntualmente, no es de ningún modo
menos patriota que él que se descubre el pecho al acero hostil en las filas de las
tropas de su país.
Ya ha vivido demasiado tiempo, quién ha sobrevivido la
ruina de su país; y él que puede gozar de la vida después de tal acontecimiento
merece no haber vivido jamás. Ni merece vivir mas, quién mira tranquilamente, los
abusos que deshonran, y crueldades que infaman, y escenas de miseria, privación
y brutalizacion que desfiguran a su país; o maldades sórdidas y venganzas viles
que le hacen objeto de burla y oprobio entre todas las naciones generosas; y no
se esfuerza en remediar o prevenirlo.
Recordad que la duración de la vida
no es medida en horas y días, pero por lo que hemos hecho en ella por nuestro país
y clase. Una vida inútil es corta, si dura un siglo; pero la de Alejandro el Magno
fue larga como la vida del roble, aunque él murió a los treinta y cinco. Podemos
hacer mucho en unos pocos años, y tal vez no hagamos nada en el curso de la vida.
Si solo comemos y bebemos y dormimos, y dejamos que todo acontezca alrededor de
nosotros como sea; o si vivimos solo para amasar riquezas o lograr un cargo o llevar
títulos, mas valdría no haber vivido nunca.
Búsqueda en el
|
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola