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Rito Escocés Antiguo y Aceptado
del Guajiro
La Hermandad para toda la Humanidad
El deseo para que nuestro nombre sea perpetuado a tiempos futuros,
por monumentos erigidos con gratitud pública en memoria de hechos nobles, es un
digno resorte de acción en todas partes. Es un estímulo a las grandes acciones.
Un monumento a la memoria de un gran y buen hombre es un orador en bronce o en mármol,
enseñando lecciones gloriosas a generaciones futuras, la evidencia silenciosa pero
impresionante de sus influencias inmortales, y por si mismo ejerciendo una influencia,
a menudo no insignificante, sobre las acciones de los hombres, el bienestar de su
país, el destino del mundo.
El registro de actos nobles y dedicación heroica
se escribe más adecuadamente sobre el mármol duradero o la pirámide de granito que
sobre las páginas de papel de un libro destructible. El mármol o el granito es por
sí mismo un libro, como hacia ésos donde los Hierophantes de Egipto cortaron en
jeroglíficos la historia de las edades antiguas. Tales monumentos consideran no
solo a esos a quienes están erigidos. Cuan noble oficio ellos cumplen al dar a conocer
a los hombres y a las naciones del futuro que un Pueblo, o una Fraternidad, tenía
excelsitud del alma suficiente para apreciar, para honrar y para glorificar grandes
hechos! Ellos son la mejor evidencia del mérito de aquellos que los erigen, exhortadores
silenciosos de acciones elevadas, profesores perpetuos de las viejas lecciones de
virtud varonil y patriotismo desinteresado.
El Maestro Hiram era un hombre
industrioso y honesto. Lo que estaba empleado a hacer lo hacia diligentemente, y
lo hacia bien y fielmente. Él no recibía ningún salario que no le correspondía.
La Industria (Laboriosidad) y la Honradez son las virtudes inculcadas peculiarmente
en este grado. Son virtudes comunes y caseras pero no por eso indignas de nuestra
atención. Así como las abejas no aman ni respetan a los abejones, así la Masonería
ni ama ni respeta a los desocupados, ni a los que viven a expensas de otros; y menos
a los parásitos que viven a costa de la misma Orden. Pues él que es ocioso es probable
que llegue a volverse disipado y vicioso; y la honradez perfecta, que debería ser
la calificación común de todos, es más rara que los diamantes. Aquí nos enseñan
a hacer lo que tenemos que hacer con seriedad y constancia, con fidelidad y honestidad,
y quizás esto sea poco, cuando es considerado desde todo punto de vista, de incluir
todo el cuerpo de la ley moral, porque incluso en sus aplicaciones mas comunes y
caseras, estas virtudes pertenecen al carácter de todo Maestro Secreto.
Pensamos, a los veinte años de edad, que la vida es demasiado larga para lo que
tenemos que aprender y hacer, y que hay una distancia casi fabulosa entre nuestra
edad y la de nuestro abuelo; pero cuando a la edad de sesenta, si somos lo bastante
afortunados en alcanzarla, o bastante desafortunados de acuerdo con las circunstancias,
y según como hayamos invertido o malgastado nuestro tiempo, miramos atrás a lo largo
del camino que hemos recorrido, hacemos cuentas y nos esforzamos para balancearlas
con tiempo y oportunidad, encontramos que hemos hecho la vida demasiado corta, y
hemos desperdiciado una porción enorme de nuestro tiempo. Entonces, en nuestra mente,
deducimos de la suma total de nuestros años, las horas que hemos pasado innecesariamente
en sueño; las horas de trabajo de cada día durante las cuales la superficie de la
parte inactiva de la mente no ha sido revuelta ni ha sido desordenada por un solo
pensamiento digno; los días de los que nos hemos alegrado de se vayan para lograr
un cierto objeto verdadero o imaginado que venia después, entre los cuales y nosotros
estaban esos días intermedios; las horas peor que perdidas en locura y disipación
o malgastadas en estudios inútiles e improductivos, y nosotros reconocemos con un
suspiro que habríamos podido aprender y hacer, en diez años bien utilizados, más
de lo que hemos hecho en nuestros cuarenta años de masculinidad.
Aprender
y hacer - éste es el trabajo del alma aquí abajo. El alma crece tan cierto como
crece un roble. Mientras el árbol toma el carbón del aire, el rocío, la lluvia y
la luz, y el alimento que la tierra provee a sus raíces, y por su misteriosa química
las transmuta en savia y fibra, madera y hoja, flor y fruta, perfume y color, así
el alma se satura de conocimiento, y, por una alquimia Divina, cambia lo que aprende
en su propia substancia, y crece de adentro hacia afuera con una fuerza y una energía
inherentes como esas ocultas en el grano del trigo.
El alma tiene sus sentidos
como el cuerpo que puede ser cultivado, agrandado, refinado mientras el mismo crece
en estatura y proporción, y aquél que no puede apreciar una pintura o una estatua
fina, un poema noble, una armonía dulce, un pensamiento heroico o acción desinteresada;
o a quién la sabiduría de la filosofía es solamente insensatez y charlatanería y
el pensamiento más elevado de menos importancia que el precio de las acciones de
la bolsa, vive simplemente en el nivel de la trivialidad y se enorgullece apropiadamente
de esa inferioridad de los sentidos de su alma que es solo la inferioridad y el
desarrollo imperfecto de esa misma alma.
Dormir poco y estudiar mucho, decir
poco y oír y pensar mucho, aprender para que seamos capaces de hacer, y luego hacer
honestamente y vigorosamente lo que se pueda requerir de nosotros por el deber y
por el bien de nuestros compañeros, de nuestro país y de la humanidad; ser honestos
en nuestros contratos, sinceros en la afirmación, francos en negociar y fieles en
la ejecución, fingir no lo que es falso ni cubrir lo que es verdadero, ni mentir,
sea en una pequeña cosa o en un grande, evitando lo que engañe al igual que lo que
es falso - éstos son los deberes de cada Masón que desee imitar al Maestro Hiram.
Debe ser el deseo honesto de cada Maestro Perfecto vivir y tratar y actuar de
tal forma que cuando le toque a él morir, sea capaz de decir, y su conciencia de
juzgar, que no hay hombre en la tierra que sea más pobre, porque él es más rico;
que lo que el tiene, lo ha ganado honestamente; y que ningún hombre puede ir frente
a Dios y reclamar que, por las reglas de la equidad administradas en Su Gran Cancillería,
esta casa en la cual morimos, esta tierra que legamos a nuestros herederos, este
dinero que enriquece a los que sobreviven para llevar nuestro nombre, es suyo y
no nuestro, y que nosotros, en ese foro, somos solamente sus administradores. Pues
es mas que seguro que Dios es justo y que Él severamente hará cumplir tal fideicomiso;
y a todos a quienes despojemos, a todos a quienes defraudemos, a todos de quiénes
tomemos o ganemos cualquier cosa sin consideración justa y equivalente, Él decretará
la remuneración total y adecuada.
Tened cuidado, entonces, que vos no recibáis
ningún salario, aquí o en otra parte, que no sea vuestra justa recompensa; pues
si lo hiciereis, vos injuriáis a alguien tomando lo que, en la Cancillería de Dios,
pertenece a él; ya sea lo que toméis sea riqueza, o grado, o influencia, o reputación.
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