PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Papus tuvo el cuidado de colocar en el timbre de los documentos de la Orden Martinista la expresión modelo: A la Gloria de Yehoshua, Gran Arquitecto del Universo. Con esto dio al Martinismo una tonalidad especial. Es al propio Saint-Martin que la Orden debe, no sólo su sello, sino también el nombre místico del Cristo (?????) que orna todos los documentos oficiales del Martinismo - decía Papus. Aunque, Louis Claude de Saint-Martín nunca usa esa expresión en sus obras. Partiendo de este hecho, es interesante intentar analizar brevemente la fórmula usada por Papus, tratando de considerar los diferentes aspectos que ella evoca en la Tradición y, especialmente, en el Martinismo.
Según la tradición judaica, el nombre del Dios Todo-Poderoso se
escribe con cuatro letras o un Tetragrama compuesto por las letras Yod, He, Vav
y He. en el siglo XV nació en Italia una corriente cabalística especial, la Cábala
Cristiana. Los Cristianos veían en la Cábala un instrumento adecuado para demostrar
la veracidad del cristianismo. Para ellos, el nombre de Dios, antes del cristianismo,
estaba representado como un Tetragrama porque Dios no se había todavía manifestado
totalmente a los hombres. Ellos consideraban que, con Jesucristo, Dios se reveló
verdaderamente, y probaban esa demostración apoyando se en el nombre hebraico de
Jesús, Yehoshua, que escribían añadiendo la letra Shin en el centro del Tetragrama.
En el siglo XV, Pico de la Mirandola reconvirtió en promotor de esa teoría que
fue popularizada por el libro de Johann Reuchlin, "De Verbo Mirifico".
Papus, que era un apasionado por la Cábala, introdujo en el Martinismo del siglo
XX la costumbre de llamar a Cristo por el nombre de Yehoshua. ¿Era consciente de
las teorías que el Renacimiento había asociado a ese nombre? No hay certeza alguna
al respecto, pues su libro, "La Cábala, Tradición Secreta del Occidente",
no muestra interés por ese aspecto de la Cábala.
Philibert Delorme, hablando de Dios en su tratado de arquitectura,
usó en 1567 la siguiente expresión: ese Gran Arquitecto del Universo, Dios Todopoderoso.
Parece haber sido el primero en usar el concepto del Gran Arquitecto del Universo.
Esa idea de un Dios que ordenó el Universo como un Dios viene probablemente de los
cabalistas cristianos como François Georges de Venise (Cf. De Harmonia Mundi), sin
embargo esa noción no está ausente de los Evangelios. Otros después de Philibert
Delorme retomaron esa teoría, notablemente Kepler en su Astronomía nueva. En el
siglo XVIII, esa expresión fue adoptada por la Francmasonería, que de ella hizo
un punto clave de su simbolismo. El Martinismo nació en la dependencia feudal masónica
del siglo XVIII; es entonces normal que en el se encuentre la referencia al Grande
Arquitecto del Universo. No obstante, esta expresión toma en el Martinismo una tonalidad
particular que merece ser destacada.
Contrariamente a ciertas tradiciones que
asocian el Grande Arquitecto del Universo con Dios, en el Martinismo y particularmente
entre Martínez de Pasqually y sus discípulos, es al Cristo que esa denominación
se refiere. La expresión Gran Arquitecto del Universo no aparece en el célebre tratado
de Martínez, mas es encontrada en los rituales y "catecismos" de la Orden
de los Elus Cohen. Cabe resaltar que, para el autor de "Tratado de la Reintegración
de los Seres Creados", el Cristo no es Dios en el sentido específico que le
atribuye la teología cristiana. En efecto, Martínez de Pasqually tenía una concepción
particular de la naturaleza del Cristo.
Martínez califica al Cristo como Espíritu doblemente fuerte y lo clasifica en una de las cuatro categorías de los primeros seres emanados, la de los espíritus octonarios. Leyendo a Martínez, nos podemos preguntar si el Cristo no constituye por si solo la categoría que él llama de espíritus octonarios. Esa postura que hace del Cristo una especie de ángel superior no es una innovación. Tuvo origen en el Cristianismo primitivo. En efecto, si estudiamos la historia del cristianismo y, especialmente, la que concierne a la Cristología, constataremos luego que los primeros cristianos no veían en el Cristo al propio Dios encarnándose en el mundo. En cambio, podemos constatar que el concepto de un Ángel-Mesías, de un Angelos-Christos, domina el pensamiento del cristianismo hasta la segunda mitad del siglo II. En la literatura cristiana de los primeros siglos, el Cristo recibe algunas veces el calificativo de ángel y los Padres de la Iglesia le dan el título de ángel del Gran Consejo, un concepto tomado de Isaías. Es preciso enfatizar que las divergencias de opinión de los primeros cristianos en cuanto a la naturaleza del Cristo eran importantes y dieron lugar a numerosas controversias. Fue sólo en el siglo IV, con el Concilio de Nicea, que el dogma de la divinidad del Cristo fue impuesto a todos los cristianos.
Para designar al Cristo, Martínez usaba diversos nombres, cada
cual destacando un aspecto del misterio divino. A veces lo llama el Mesías, nombre
que Ronsard había empleado algunos siglos antes. A veces, como Bossuet, Pascal o
Corneille, lo llama el Reparador. Usa también los términos, la Sabiduría, para designar
al Cristo. Esas diversas expresiones son igualmente utilizadas por los discípulos
de Martínez, ya se trate de Louis Claude de Saint-Martín, de Jean Baptiste Willermoz,
o de los otros.
El nombre más enigmático que usa para designar al Cristo es el
de Helí. Según Martínez, este nombre significa fuerza de Dios y receptáculo de la
Divinidad. Lo que Martínez pretende enfatizar aquí es que el Cristo no es tan sólo
un personaje nacido ha cerca de dos mil años, sino que Él es ante todo el Electo
Universal, esto es, un ser que fue escogido para cumplir diversas misiones. Para
él, ese Electo Universal se encarnó en varios momentos de la historia, para guiar
la humanidad. Esta manera de considerar al Cristo como un profeta, un enviado de
Dios, era corriente en el cristianismo judaico. Ella es reencontrada, por ejemplo,
en las Homilías Clementinas, que hablan del Cristo como Verus Propheta, un enviado
que vino varias veces de Adán hasta Jesús, pasando por Moisés, para guiar a la humanidad.
Según Martínez de Pasqually, Helí, o sea, el Cristo, se manifestó
a través de los profetas, de los guías de la humanidad, de aquellos que son llamados
los Electos. Dentro de ellos, Martínez indica: Abel, Enoch, Noé, Melquisedec, José,
Moisés, David, Salomón, Zorobabel y Jesucristo, todos canales de manifestación de
Helí. No obstante, considera que fue a través de Jesucristo que Helí se manifestó
en su mayor gloria.
Este aspecto particular de las enseñanzas de Martínez está
relativamente en consonancia con los de los cristianos judaicos, los primeros cristianos.
En esa época, la naturaleza del Cristo aun no había sido objeto de dogma. Algunos
lo consideraban como un ángel, otros como un profeta y, otros ya, como el Mesías.
De hecho, los primeros cristianos estaban más preocupados con el mensaje del Cristo
que con el hecho de construir teorías intelectuales sobre los misterios de la naturaleza
de Dios. El Cristo era entonces considerado como un enviado del Padre, mas generalmente
no era asemejado a Dios. Pero es a las concepciones del cristianismo primitivo que
Martínez se liga. La idea por él adoptada del Cristo como un enviado que vino varias
veces y con diferentes nombres, para guiar a la humanidad errante, es particularmente
interesante. Se ella fuese extendida al conjunto de las religiones, podría decirse
que fue el mismo Dios quien se manifestó en los guías que están en el origen de
todas as religiones y que, así, bajo aspectos aparentemente diferentes, es una misma
luz la que brilla.
Según Martines de Pasqually, la primera intervención del Cristo en la historia se remonta al mismo origen del mundo, en el momento en que la creación aun estaba en estado de Caos. Como indica el Tratado, el mundo material fue creado por los espíritus ternarios, actuando bajo las órdenes de Dios. De su trabajo nació un mundo todavía en estado de Caos. La primera misión de Helí, consistió en poner en orden ese Caos inicial. Fue el descenso del Cristo al propio seno de ese Caos el que organizó la Creación y dio nacimiento al mundo material. En este sentido, puede decirse que el Cristo fue el Arquitecto de la Creación, el Verbo organizador. Era de ese modo que Martínez de Pasqually, así como Louis Claude de Saint-Martín y Jean Baptiste Willermoz, veían la función esencial del Cristo como Gran Arquitecto del Universo.
En su Tratado de la Reintegración de los Seres Creados, Martínez nos indica que Adán, después de la caída, tomó conciencia de su error e imploró el perdón divino. Dada su sinceridad, Dios envió a Helí para "reconciliarlo". Estando en tanto Adán encarnado en el mundo de la materia, debía recibir una enseñanza sobre la manera de llevar de entonces en adelante una vida en consonancia con su misión. Su posición en el mundo material le impedía usar las facultades espirituales de que fuera otrora dotado. Helí fue entonces encargado de transmitir a los hombres una nueva enseñanza. Seth, el tercer hijo de Adán, fue escogido para recibir esos conocimientos secretos que, después de él, fueron transmitidos de generación en generación a los Hombres de Deseo.
Numerosos Elus (Elegidos) guiaron a la humanidad desde Adán hasta
nuestros días, cada cual trayendo un mensaje y una enseñanza apropiados para el
adelanto de la humanidad. Mientras tanto, según la Tradición Martinista, el hombre
sólo puede tener acceso a cierto grado de evolución espiritual a partir de la venida
del Cristo. En efecto, la misión del Cristo fue, no de salvar a los hombres, mas
abrir el canal cósmico que permitiría a la humanidad traspasar ciertas esferas espirituales
hasta entonces inaccesibles. Si el Cristo abrió el camino, cabe al ser humano trillar
esa senda. El Cristo no salvó a la humanidad haciendo el trabajo en su lugar, sino
abriéndole un camino y mostrándole como recorrerlo.
Para abrir ese camino, la
misión del Cristo con su encarnación fue la de un Reparador. Él efectivamente hizo
un trabajo de reparación de la Creación. Y operó esa recolocación en orden de purificación
de la Creación. Y operó esa recolocación del orden en dos niveles de la creación
universal: en el mundo terrestre y en la inmensidad celeste. Tocante al plano terrestre,
regeneró las tres bases constitutivas del mundo material: el azufre, la sal y el
mercurio, lavándolos de sus escorias. En el mundo celeste, regeneró los siete pilares
del Templo universal. Esos pilares son los siete planetas del mundo celeste por
medio de los cuales fluyen en el mundo temporal las virtudes divinas. Esa regeneración
de las siete fuentes de la vida fue realizada en Pentecostés, esto es, siete semanas,
o sea, cuarenta y nueve días después de la Pascua. Entonces, nos dice Saint-Martín, "abriose
una quincuagésima puerta, de la cual todos los esclavos esperaban su liberación,
y que se abrirá de nuevo en el fin de los tiempos".
Después de haber evocado la función "reparadora" del
Cristo, veamos lo que caracteriza su función de Reconciliador. La reconciliación
es la etapa preliminar que cada ser humano debe trasponer individualmente en su
evolución hacia la reintegración que será la etapa final de la evolución colectiva
de la humanidad. Según Saint-Martín, en ese proceso de regeneración el hombre vive
una experiencia interior importante, en la cual reencuentra al Cristo. El Cristo
es en realidad el intermediario cósmico indispensable en ese proceso de regeneración.
Es por esta razón que la Tradición Martinista habla de Él como el Reconciliador.
Saint-Martín expresó esa idea de manera velada en muchas de sus obras. Por ejemplo,
en "De los Errores y de la Verdad", cuando afirma que la octava página
del Libro del Hombre "trata del número temporal de aquel que es el único apoyo,
la única fuerza y la única esperanza del hombre".
Con su misión, el Cristo no sólo cumplió una purificación, abrió
una senda. Mostró también al hombre el camino a seguir para tener acceso a la regeneración
mística. Con su encarnación, quiso pintar para el hombre su propia situación, trazarle
toda la historia de su ser y el camino de retorno a lo Divino. Para Saint-Martín,
el proceso de la regeneración mística pasa por una imitación interior de la vida
del Cristo. En su libro "El Hombre Nuevo", expone las etapas de ese proceso
desde la Anunciación hasta la Resurrección, esto es, desde la visita del ángel,
el amigo fiel que nos revela el nacimiento próximo de un nuevo hombre en nosotros,
hasta la reconquista de nuestro cuerpo glorioso, que marca el comienzo de nuestra
ascensión a las esferas superiores en donde nuestra regeneración debe encontrar
su coronamiento.
Los diversos eventos de la vida del Cristo son los arquetipos
que simbolizan las diversas etapas espirituales que podemos vivir interiormente
incorporándonos al cuerpo místico del Cristo. Según el Filósofo Desconocido, el
término de esa regeneración llevará al ser humano más allá del Cristo, pues él es
llamado a una misión mayor que la del propio Cristo.
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