Considerando pertinente la importancia de interpretar la doctrina
moral y operativa cuya primera fuente comprenden transversalmente todos los
títulos tratados anteriormente, así como se ha hecho la diferencia entre
Régimen, Rito y sus derivados, ritualismo, ritualistico, litúrgico (esta
acepción más exotérica que las demás de corte esotérico).
Debemos
comenzar por diferenciar que es propiamente doctrina de acuerdo a lo expresado y
comenzare por definir el término que engloba el titulo del presente trazado.
Muchos HH.·. confundidos se ofuscan cuando oyen mencionar la existencia de
una doctrina en la Masonería e incluso se niegan vehementemente a aceptar tal
idea. Lo que ocurre es que estos buenos HH.·. desconocen el verdadero
significado de este término - A decir del H.·. Ramón Martín Blanco, en su Trz.·.
el Régimen Escocés Rectificado, su Historia Origines y Doctrina- define la
doctrina lejos de confundirla con el dogma enfatizando que si consultamos un
buen diccionario de Latín , Doctrina significa:
1. Enseñanza, formación
teórica.
2. Arte, ciencia, teoría, método.
La palabra doctrina está en
relación etimológica con el verbo doceo, «enseñar». La doctrina es lo que es
enseñado por un doctor, un maestro, un profesor, a aquella persona que, gracias
a ello, se va a convertir en doctus, instruido, en sabio. Ahora bien, ¿cómo
actúa la Masonería? Es evidente que por vía de la iniciación, pero al mismo
tiempo por vía de la enseñanza.
Toda la Masonería está integrada de
enseñanzas. Y especialmente la Masonería Rectificada, en la que esta enseñanza
es, en cierto modo, el hilo conductor que guía a sus miembros a lo largo de su
recorrido Iniciático. La enseñanza aquí dispensada tiene una naturaleza
particular.
Los diversos sistemas o Ritos masónicos no son mezquinos en
enseñanzas en forma de advertencias y consejos relativos al comportamiento
moral, social y a veces religioso de sus miembros: un ejemplo típico de esto son
las exhortaciones del Rito de Emulación. Naturalmente que también en el
Rectificado se encuentra esto. Pero hay otra cosa más.
El Rectificado
presenta la particularidad destacable y probablemente única de poseer un
doctrina propia de la iniciación, explícitamente formulada y metódicamente
enseñada, grado por grado. De este modo, al mismo tiempo que hace que sus
miembros avancen por la vía de la iniciación, les imparte una enseñanza teórica
en forma de discurso pedagógico relacionado con esta misma iniciación.
Esta enseñanza se da en las Instrucciones redactadas ne varietur, que jalonan
los sucesivos grados y que están incluidas en los Ritos de estos últimos. Y su
lectura es indispensable, pues de otra manera, ¿cómo podría informarse de esta
doctrina que se expone, primero conociendo su existencia. y después, de forma
progresiva, asimilaría? Prescindir de esta lectura equivaldría, para un profesor
de un colegio o instituto a ignorar los programas de estudios y explicar a sus
alumnos lo primero que se le ocurriera.
Es también del todo esencial, que
esta doctrina -lejos de ser simplemente un objeto de curiosidad retrospectiva,
una especie de rareza- tenga para cada uno de nosotros un interés directo y
siempre actual.
En efecto, esta enseñanza sobre la naturaleza y la
historia de la iniciación es indisociable con una enseñanza sobre la naturaleza
del hombre y de su historia -quedando bien claro que esta historia que narra el
Régimen no es la de los hechos de la civilización, por ejemplo, la historia de
la arquitectura o del arte de la geometría, como en las «Old Charges» o incluso
en las Constituciones de Anderson-; es la de su condición, por utilizar una
expresión de André Malraux, es decir, con más exactitud, las peripecias que han
afectado a esta condición a causa y como consecuencia de mutaciones registradas
en el ser mismo del hombre. En una palabra, es una historia ontológica, una
historia metafísica, al mismo tiempo que física.
Desde que las ideas de
René Guénon han afectado incluso a aquellos que no las han leído, esto parece
evidente.
Pero, creedme, en el siglo XVIII era una primicia, como dirían
hoy los periodistas.
No hay duda que cualquier hombre impregnado de la
cultura cristiana está imbuido por la idea de la calda del hombre, transmitida
por la religión judía a la cristiana, puesto que de esto se trata. Pero creo no
equivocarme al afirmar que era la primera vez que una necesaria relación quedaba
establecida entre la caída del hombre y la elaboración del proceso Iniciático.
Las cuatro enseñanzas de la doctrina rectificada
¿Cuál es la
enseñanza de lo que, para abreviar, llamaremos la Doctrina Rectificada?
Primero:
El ser humano ha sido creado a imagen y semejanza divinas, y en
el estado primitivo glorioso, que le era propio, gozaba de la inmortalidad y de
la beatitud perfecta porque estaba en comunión directa y constante con el
Creador, en unidad con él, según afirman nuestros textos. Esto es lo que expresa
el adjetivo glorioso, que hay que interpretar en el amplio sentido con que
aparece en las Escrituras, en donde la gloria pone de manifiesto la presencia
inmediata y luminosa de Dios. (Dicho sea de paso, en Masonería, la palabra
gloria tiene este sentido: para todo masón, trabajar a la Gloria del Gran
Arquitecto del Universo es trabajar en presencia del Dios Creador).
El
primer hombre, revestido con la luz divina, es decir, participando de las
virtudes y poderes que están en la esencia divina (lo que la teología cristiana
oriental llama las energías increadas), participando sin ser él mismo (esto es
muy importante) de la esencia divina, tenía como destino ser el rey de este
universo creado por Dios.
Segundo: Este hombre, por decisión de su libre
voluntad, se ha desviado y separado de su Creador, y ha caído. Y, en
consecuencia, ha perdido la semejanza divina.
Sin embargo, la imagen
divina subsiste en él inalterada, porque la huella de Dios es inalterable.
Esta imagen está deformada, se ha convertido en algo anómalo, y esto es lo
que simboliza el paso de Oriente a Occidente, de la luz a las tinieblas, de la
unidad a la multiplicidad: Adán expulsado de ese lugar de luz y de paz total
(pax profunda) que era el Paraíso terrestre; bien entendió que el Paraíso
terrestre no era en realidad un lugar, sino un estado del ser.
Este
hombre, separado de su origen, que es Dios, de su verdadero Oriente, es llamado
por Willermoz, por influencia de Martínez de Pasqually, el hombre en privación.
Y se trata de una privación absoluta. Esto conlleva un doble castigo, castigo
exigido por la justicia divina, pero al que se ha condenado el mismo hombre.
El primero es que el hombre no está en unidad con Dios, en comunicación
inmediata y constante con Él. Es lo que nuestros textos designan como la muerte
intelectual, teniendo en cuenta que en el lenguaje de la época, intelectual
quería decir espiritual, incorporal; nosotros diríamos ahora que el hombre caído
está en estado de muerte espiritual.
Pero ha sufrido además un segundo
castigo. La mutación ontológica radical que la caída del hombre ha provocado en
él se manifiesta también por el hecho de que el cuerpo glorioso de que estaba
inicialmente revestido, cuerpo de luz, cuerpo espiritual, habría dicho Henry
Corbin, se ha transformado en un cuerpo de materia sujeto a la corrupción y a la
muerte.
De suerte que, condenado a la muerte espiritual, lo está también
a la muerte corporal.
En este estado y a partir de ahora, el hombre se
encuentra dotado de una doble naturaleza: su naturaleza espiritual, gracias a la
cual continúa siendo imagen de Dios, y que ha conservado; y la naturaleza animal
corporal, que le ha valido su caída y que le asemeja a los animales terrestres.
Y es víctima por ello de horribles tormentos. Como ser espiritual, aspirante
por su propia naturaleza a la unidad con Dios, sufre indeciblemente por su
ruptura con él. Como ser animal, se ha convertido en el esclavo de sus
sensaciones y necesidades físicas y en juguete de las fuerzas y elementos
materiales. En fin, como ser dual, a la vez espiritual y animal, está desgarrado
y como descuartizado por el antagonismo entre las aspiraciones y tendencias
contrarias de sus dos naturalezas. Trágica es, pues, la condición del ser
humano.
Tercero:
Sin embargo, el Régimen Rectificado nos enseña
que esta privación absoluta, que se ha convertido, según la justicia divina, en
definitiva, no lo será en realidad a causa de la entrada en juego de la
misericordia o clemencia divina, la cual aparece en el instante en que el hombre
se arrepiente. Ahora bien, arrepentirse es volver a encontrarse a sí mismo, es
recuperarse, desviarse de las tinieblas y hacer frente de nuevo a Oriente, en
donde se encuentra la Luz. Es ponerse en situación de ascender a sus fuentes, a
su origen.
En ese momento es cuando el trabajo de iniciación es
verdaderamente posible.
Pues la iniciación es uno de los medios
utilizados por la misericordia divina -y esto, desde el mismo instante de la
caída- para permitir al hombre recuperar su estado original restableciendo en él
la semejanza a la imagen divina, restaurando en él la conformidad del tipo al
prototipo, del hombre a Dios.
Nuestros textos son, en este punto,
absolutamente estrictos: Si el hombre se hubiera conservado en la pureza de su
primer origen, la iniciación no habría existido para él, y la verdad se
mostraría sin ocultarse a su mirada, puesto que él habría nacido para
contemplarla y rendirle un continuo homenaje (...)
La Francmasonería bien
meditada os hace pensar, sin pausa y por todos los medios posibles, en vuestra
propia naturaleza esencial. (...)
Constantemente busca la forma de captar
las ocasiones de hacer que conozcáis el origen del hombre, su primitivo destino,
su caída, los males consiguientes y los recursos que la bondad divina ha puesto
a su alcance para vencerlos (...)
Por esta razón se afirma
insistentemente que el verdadero y único objeto de las iniciaciones es preparar
a los iniciados para descubrir el único camino que puede conducir al ser humano
a su estado primitivo y devolverle los derechos perdidos. Esta afirmación podría
parangonarse con aquella otra, de Louis-Claude de Saint Martin (discípulo, al
igual que Willermoz, de Martínez de Pasqually) según la cual el objeto de la
iniciación es anular la distancia que hay entre la Luz y el hombre, o acercarle
a su origen, reponiéndole en el mismo estado en el que se hallaba en un
principio.
Ahora puede comprenderse bien en qué consiste esta unión
necesaria entre la caída del hombre y la iniciación a la que nos referíamos con
anterioridad.
La iniciación es una consecuencia de la caída; consecuencia
no fatal, sino providencial; no obligada, sino deseada por la misericordia
divina para contrarrestar la caída y anular sus efectos.
Es un auxilio de
la Providencia al ser humano, que no le ha faltado nunca a lo largo de su
historia, y por esta razón las sucesivas formas que adoptó la iniciación a lo
largo de los tiempos -y la Masonería es una de ellas estuvieron en relación con
las vicisitudes temporales del hombre, que sin cesar se debate entre la caída y
el arrepentimiento.
Puede comprenderse también, al mismo tiempo, no sólo
la utilidad sino la necesidad de una enseñanza conexa con la iniciación. Tiene
como fin hacer que el hombre tome conciencia, por un lado, de su estado presente
y, por otro, de su estado primigenio, y que puede volver a recuperar. El
objetivo es evidente: producir en el hombre -en el iniciado- un cambio de estado
de conciencia, de modo que permita hacer posible el cambio de estado del ser que
debe realizar el trabajo Iniciático. Ambos, estado de conciencia y estado del
ser, están ligados».
Éste y no otro es el sentido de la propuesta de
Joseph de Maistre en su Memoria al Duque de Brunswick:
El gran objetivo
de la Masonería será la ciencia del hombre.
Si se leen ahora, con la
perspectiva que acabamos de trazar, los Ritos de los grados sucesivos del
Régimen y las instrucciones que comportan, se descubrirá que la acción ritual se
desarrolla a la vez simultáneamente y con continuidad, tanto de grado en grado
como en el interior de cada grado, y esto desde el de aprendiz, en tres planos
en constante correspondencia: pasado, presente y futuro; el origen y destino
primitivos del hombre, su estado actual, sus objetivos últimos; el hombre
primitivo glorioso, el hombre presente decepcionado y el hombre futuro
restituido en su gloria.
Por este motivo, el Rito trata sobre el tema de
la construcción del templo, de su destrucción y su reconstrucción, que es la
transposición en el plano de la construcción del tema de la semejanza de imagen,
sucesivamente pérdida y después recuperada, pues en última instancia el templo
no es otra cosa que el hombre.
Etapa tras etapa, de acuerdo con una
progresión pedagógica perfectamente dispuesta, las instrucciones imparten una
enseñanza cada vez un poco más elevada y simultáneamente recuerda, profundizando
en ella, la enseñanza impartida anteriormente.
Pero que nadie se engañe, pues
todo está indicado desde el principio. De este modo, a aquel que aún no es un
aprendiz, sino un candidato sometido a las pruebas previas a su recepción, se le
da la primera máxima de la Orden, máxima que tendrá que meditar durante toda su
vida:
El hombre es la imagen inmortal de Dios, pero, ¿quién podrá
reconocerla si él mismo la desfigura?
Por otra parte, la Regla Masónica
que se entrega a todos los Aprendices para que la estudien, les advierte:
Si las lecciones que la Orden te ofrece para facilitarte el camino de la
verdad y la felicidad se graban profundamente en tu alma [...]; si las máximas
saludables, que marcan, por así decirlo, cada paso que des en tu carRERa
masónica, se vuelven tus propios principios y la regla invariable de tus
acciones, ¡Oh Hermano mío (...)!, cumplirás con tu sublime destino, recobrarás
esa semejanza divina, que formaba parte del hombre en su estado El gran objetivo
de la Masonería será la ciencia del hombre.
Si se leen ahora, con la
perspectiva que acabamos de trazar, los Ritos de los grados sucesivos del
Régimen y las instrucciones que comportan, se descubrirá que la acción ritual se
desarrolla a la vez simultáneamente y con continuidad, tanto de grado en grado
como en el interior de cada grado, y esto desde el de aprendiz, en tres planos
en constante correspondencia: pasado, presente y futuro; el origen y destino
primitivos del hombre, su estado actual, sus objetivos últimos; el hombre
primitivo glorioso, el hombre presente decepcionado y el hombre futuro
restituido en su gloria.
Por este motivo, el Rito trata sobre el tema de
la construcción del templo, de su destrucción y su reconstrucción, que es la
transposición en el plano de la construcción del tema de la semejanza de imagen,
sucesivamente pérdida y después recuperada, pues en última instancia el templo
no es otra cosa que el hombre.
Etapa tras etapa, de acuerdo con una
progresión pedagógica perfectamente dispuesta, las instrucciones imparten una
enseñanza cada vez un poco más elevada y simultáneamente recuerda, profundizando
en ella, la enseñanza impartida anteriormente.
Pero que nadie se engañe,
pues todo está indicado desde el principio. De este modo, a aquel que aún no es
un aprendiz, sino un candidato sometido a las pruebas previas a su recepción, se
le da la primera máxima de la Orden, máxima que tendrá que meditar durante toda
su vida:
El hombre es la imagen inmortal de Dios, pero, ¿quién podrá
reconocerla si él mismo la desfigura?
Por otra parte, la Regla Masónica
que se entrega a todos los Aprendices para que la estudien, les advierte:
Si las lecciones que la Orden te ofrece para facilitarte el camino de la
verdad y la felicidad se graban profundamente en tu alma [...]; si las máximas
saludables, que marcan, por así decirlo, cada paso que des en tu carRERa
masónica, se vuelven tus propios principios y la regla invariable de tus
acciones, ¡Oh Hermano mío (...)!, cumplirás con tu sublime destino, recobrarás
esa semejanza divina, que formaba parte del hombre en su estado de inocencia,
que es el objetivo del Cristianismo, y del cual la iniciación Masónica hace su
objeto principal.
Se podrá comprender ahora, por tanto, hasta qué punto
es grave escatimar las instrucciones fundamentales que la Orden nos da.
Cuarto: Existe una cuarta enseñanza, que es la más esencial de todas. ¿Puede el
hombre operar por sí mismo este restablecimiento, esta reintegración en su
estado primitivo y en los derechos que ha perdido? No, en absoluto. Sería, por
su parte, hacerse culpable de una empresa orgullosa similar a la que provocó su
caída original.
Esta reintegración, es decir, esta vuelta a la integridad
primera, exige la mediación de un ser que, a la manera del hombre, esté dotado
de una doble naturaleza, de una parte espiritual y de otra corporal. Sin
embargo, a diferencia del hombre actual, cuyas dos naturalezas están corrompidas
por la caída, están las dos en ese ser, en estado de pureza, de inocencia y de
perfección gloriosa como lo estaban inicialmente en el hombre. Se entenderá
ahora de quién se trata y quién es aquel a quien nuestros textos llaman el
Divino Mediador. Ellos son, en lo relativo a su identidad, perfectamente claros:
(...) Todas las relaciones entre la misericordia divina y los culpables
habían sido aniquiladas y la desgracia actual del hombre sería inexplicable si
esta misericordia no hubiera empleado un tonificante infinitamente poderoso para
levantar al hombre de su funesta caída y colocarlo de nuevo en el que era su
primer destino.
No se ignorará cuál ha sido este tonificante. En efecto,
¿y quién otro que no un ser que no sea Dios, que participe de su esencia, podía
encadenar el poder de aquél que había subyugado al hombre?
Inmediatamente
después del crimen del hombre, este agente poderoso acudió a manifestar su
acción victoriosa sobre los culpables en el templo universal; la manifestó
especialmente en el tiempo en favor de la posteridad del hombre y para vergüenza
de su enemigo, uniendo su divinidad a la humanidad; en fin, no cesa de
manifestarla en todos los rincones del universo.
He aquí, mi querido
hermano, los auxilios divinos y eficaces que el hombre, a través de su
arrepentimiento, transmite a su posteridad y de los que nadie puede participar
si no actúa en nombre y en unidad con este Agente, reconciliador universal.
He aquí por qué, al término de la iniciación masónica, lo que el Régimen
Rectificado ofrece para que lo contemplen sus miembros, no es un renacimiento,
sino una resurrección.
(Un inciso. Desvelar al término de la iniciación
la resurrección de Cristo no es exclusivo del Régimen Rectificado; esto se
encuentra también en otros sistemas, tanto en los franceses como en el inglés.
La particularidad de este Régimen se halla, en cambio, en incluirlo en una
perspectiva metafísica y ontológica coherente, fuerte y aplicable en concreto al
ser humano.)
He aquí también por qué, una vez llegado a este punto, el
templo sucesivamente construido, destruido y reconstruido desaparece, como
desapareció el templo de Salomón, y por qué la meta final es la Jerusalén
Celeste, la Ciudad Santa donde ya no hay templo pues, como se dice en el
Apocalipsis (21- 22), el Señor Todopoderoso es el Templo, así como el Cordero.
En efecto, no lo olvidemos, el templo que nos concierne verdaderamente es el
ser humano. La meta última del ser humano es la identificación con el «templo no
hecho por la mano del hombre»: el Cristo resucitado.
Finalmente, ésta es
la razón por la que la Orden es cristiana, y no está solamente impregnada de un
vago cristianismo. Por ello sólo puede admitir a cristianos, es decir, a
personas que profesan la fe de Cristo. Esta selección, o esta elección -como se
prefiera- no obedecen a ningún otro motivo más que a la necesidad metafísica
mencionada anteriormente.
Porque la iniciación tal y como la concibe
Willermoz, según las enseñanzas de Martínez, y que nos ha legado, no funciona ni
puede funcionar de otra manera; y, por utilizar un pasaje ya citado, constituye
un auxilio divino y eficaz en el que nadie puede participar si no actúa en
nombre y en unidad con este Agente reconciliador universal que es el Cristo.
Ahora bien, ¿cómo se puede actuar en nombre y en unidad con Cristo si no se
tiene fe en Él?
Éste es el esoterismo cristiano que viven los masones
Rectificados. He aquí cómo entiende la iniciación el Régimen Rectificado desde
hace más de dos siglos, y que pone en práctica. Por supuesto que me adhiero a
esta concepción, y por ello soy masón Rectificado y, ahora, no ya por casualidad
sino por convicción. Evidentemente, no se pretende hacer aquí de ello un modelo
universal, un molde al que todos los masones deban adaptarse obligatoriamente, y
no ignoramos las dificultades que ello pueda representar para los no cristianos.
Dificultades que no se deben sobrestimar, ya que, por otra parte, y al fin y
al cabo, el Régimen solamente legisla para sus miembros, y todos son libres de
entrar en él o no. Este ha sido siempre el caso desde la época de Willermoz
hasta nuestros días. Pero, si se entra en él, es bueno saber a qué atenerse.
Lo que sí se puede afirmar, por experiencia propia, es que esta doctrina de
la iniciación masónica, intrínsecamente ligada a la naturaleza y destino del
hombre, en perfecto acuerdo con el Cristianismo que le es connatural, permite a
quien se adhiere a ella vivir la plenitud del proceso Iniciático en la plenitud
de la fe. Y esta armonía perfecta es fuente de grandes alegrías.
Encontrando que el aporte de interpretación en al presente Trz.·. debe
considerar todos los aspectos tratados con anterioridad de manera general y en
particular lo referente a la Doctrina del RER, permítaseme con toda humildad
presentar el siguiente ordenamiento a manera de glosario, sobre la
interpretación moral y operativa de la Doctrina en el Grado de Aprendiz del RER.
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