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El Oriente Espiritual en el
Rito Escocés Rectificado


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Nos toca el honor de presentar un trabajo de carácter extraordinario para los masones del R.E.R. en particular y para los lectores de Temas de Masonería en general.
Se trata de la versión en español de un significativo trabajo del M.·.R.·.H..·. Jean Fraçois Var,
alto Dignatario del GPDG, traducido y presentado por el M.·.R.·.H.·. Ramón Martí, Gran Maestro del GPDH.
El trabajo se titula "Oriente Espiritual en el R.E.R. y
he aquí a su presentación seguida del texto completo.

PRESENTACIÓN

Me cabe el honor de presentar un estudio de nuestro Q.·.H.·. Jean-François Var, al que tantas cosas he traducido, dedicado al “Oriente Espiritual en el R.E.R.”

Este trabajo, ha sido recuperado de un rincón olvidado del ordenador, y es de destacar la fecha en que fue escrito: el 2 de mayo de 1994. Hacía poco más de un año, que el Gran Priorato de las Galias, había tenido que abandonar su jurisdicción sobre el suelo hispano, por razón de los acuerdos internacionales suscritos entre los Grandes Prioratos y las Grandes Logias Regulares anglosajonas, al no permitirse la existencia de más de un Gran Priorato por país, y en enero de 1993, se había producido la creación en España, por parte del Gran Priorato de Inglaterra y Gales, de un Gran Priorato K.T. (Knight Templar), viéndose obligado a dejar el terreno libre, no sin antes instalar un Priorato Rectificado formado por los C.B.C.S. existentes por aquel entonces sobre suelo español, dejando a cargo de la Orden Rectificada como Prior al Muy Rev. Eques a Voluntatis Fortitudine.

En mayo de 1994, faltaban todavía seis años para que se produjera la ruptura unilateral de los acuerdos de 1958 suscritos con la Gran Logia Nacional Francesa, que supuso el paso de sopetón a la orbita de la “irregularidad” anglosajona por parte del Gran Priorato de las Galias, ruptura anunciada que venía presentando indicios desde hacía años con multitud de desencuentros y que se acentuaron con la llegada a la Gran Maestría de la G.L.N.F. de Claude Charbonniaud. El año 2000, marcó realmente un punto de inflexión en la historia del G.P.D.G. que le supuso una fuerte sacudida y marcó un antes y un después en todos los sentidos.

Volviendo al estudio de Var, se le nota que está efectuado en una época y no otra. Una época, en que el G.P.D.G. y sus dirigentes (Jean-François Var, ya era por aquel entonces un Gran Dignatario del G.P.D.G. y lo continúa siendo) estaban centrados en el Régimen Escocés Rectificado (los altos grados del Rito Francés no llegarían hasta 1995) y en subrayar la concordancia entre la doctrina del R.E.R. con la concordancia con la doctrina en la que concuerdan la totalidad de Iglesias cristianas (basada en los cuatro primeros Concilios), situación muy distinta a la actual en la que algunos Grandes Dignatarios, aprovechan de su condición, para sembrar la duda justamente en sentido contrario, que con la excusa de profundizar en los orígenes y fuentes del R.E.R. comunes con otras vías que no tienen nada que ver con la masonería, aprovechando su brillantez intelectual y universitaria, tratan de llevar el agua a su molino, adjudicando a nuestros fundadores intenciones que nunca fueron las suyas y llenando de zozobra y pesar a todos aquellos que hemos creído siempre que la voluntad de nuestro fundador, Jean-Baptiste Willermoz, era la de reunir bajo un solo techo, a masones de las distintas confesiones cristianas con independencia de su procedencia, en un momento –el siglo XVIII, deudor en Francia de las guerras de religión del siglo XVI y que terminaría con la Revolución francesa- en que la noción de ecumenismo ni tan solo se conocía en Europa.

El momento en que mi Querido Hermano Var elaboró su estudio, eran ciertamente, otras épocas y otros tiempos para el G.P.D.G.. Luego llegaron otros frentes a los que acudir, nuevos frentes abiertos, quizá para llenar el vacío dejado por el dolor de una situación –la de julio del año 2000- nunca deseada, pero que abría nuevas oportunidades para potenciar lo fundamental (no hay que olvidar que al Gran Priorato de las Galias se le considera a nivel mundial depositario del R.E.R., depósito en la actualidad compartido por el Gran Priorato de Hispania, al quedar fuera y al otro lado, a partir del año 2000, las otras dos creaciones anteriores del G.P.D.G., el Gran Priorato de Bélgica y el Gran Priorato de Togo) y realizarlo en plenitud, oportunidades tal vez desperdiciadas por exigencia de la multiplicidad de los distintos frentes abiertos. Hay un dicho de estas tierras, que reza: “quien mucho abarca, poco aprieta”, o lo que es lo mismo “las fuerzas humanas son limitadas, y no conviene desperdiciarlas”.

Lo cierto es que las cosas son como son, y tener que rebuscar hoy –en octubre del 2012- en los rincones del ordenador para encontrar un estudio, un trabajo, que resalte y ponga de manifiesto la conformidad de la doctrina Rectificada con la doctrina cristiana, resulta paradójico y no es una buena señal ni resulta alentador para el R.E.R., un sistema masónico y caballeresco que nunca en sus 230 años de historia, ha logrado afianzarse ni ser mayoritario (aunque si bien es cierto, nunca ha sucumbido ni llegado a desaparecer), pero que dada la realidad del mundo (desde hace casi 300 años), conviene mimar y cuidar como si de un recién nacido se tratara, pues forzosamente el R.E.R. será, hoy y en el futuro, minoritario y elitista, sin que haya voluntad ninguna de pertenecer a ninguna élite, simplemente empujado por la realidad de las circunstancias contractuales que nos rodean.

Hay que mimar al R.E.R. El Régimen Escocés Rectificado es la “gran esperanza blanca” de la masonería en general, tocada de falta de referentes claros y concretos.

Dejo a los lectores Masones (los que no lo son, también se ilustrarán), el cuidado de apreciar en su justa medida el trabajo de nuestro Querido Hermano Var, al que mandamos desde aquí nuestro más cariñoso abrazo fraternal, de un católico romano (por razón geográfica del sacro imperio carolingio que dio razón de ser a esto que conocemos como la vieja Europa) a un ortodoxo por elección, que trata de vivir la ortodoxia (con la dificultad que ello supone en una Europa de cultura Occidental) bajo un sistema masónico y caballeresco –el Régimen Escocés Rectificado- que quiere ser la casa de todas las tradiciones verdaderamente cristianas, sean estas de Occidente (véase también calvinistas, anglicanos y protestantes en general) o de Oriente.

El traductor

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EL ORIENTE ESPIRITUAL
en el Rito Escocés Rectificado

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Jean-François Var

Traducción:
Ramón Martí Blanco

 

“Hermanos míos, he ahí el Oriente, la luz comienza a extenderse sobre nuestros trabajos. Dispongámonos a continuarlos en cuanto el Venerable Maestro nos faculte y de la orden”.

Acabáis de oír, acabamos de oírla todos, ésta invitación del Primer Vigilante que ha marcado el punto de partida de nuestros trabajos. Y todos, vamos a escuchar, in fine, la advertencia del Venerable Maestro que marcará el punto final de estos mismos trabajos y que se hace directamente eco de la invitación inicial:

“Hermanos míos, cuando para perfeccionar vuestros trabajos, busquéis la luz que os es necesaria, recordad siempre que la hallareis en Oriente y que sólo allí la podréis encontrar”.

Hermanos míos, el ritual –fórmulas y gestos- para poder funcionar eficazmente, debe impregnar hasta lo más profundo del hombre que lo practica, de manera a integrarlo e integrarse totalmente por él y en él. Para lograrlo, no hay otro método que la repetición, y la repetición incansable. Pero éste método, que vuelvo a insistir, es el único, puede sin embargo faltar a su objetivo. Si ésta repetición no es acompañada de una despierta atención, de una constante vigilancia, ésta degenera en la reproducción sonora y verbal a la que se entregan los loros: las palabras se desgranan, encadenándose mecánicamente una a otra, y durante ese tiempo los pensamientos vagabundean muy lejos. El sentido del ritual ya no aflora a la consciencia, y se convierte, en el sentido propio del término, en “insignificante” y como consecuencia en inútil y vano.

Otro riesgo que nos acecha, es la atención exclusivamente llevada sobre el exacto desarrollo del ceremonial, considerando únicamente su aspecto técnico. La actitud, en este caso, no es en absoluto pasiva; es activa y responde inclusive a una loable intención. Pero no por ello menos errónea, pues deja de lado el sentido del ritual. Ahora bien, la importancia esencial del ritual, me atrevería a decir, hasta su justificación, es su sentido para todos nosotros que tomamos parte de él, sea de manera activa, como ejecutantes, o de manera pasiva, como candidatos. Su sentido, es la significación que revista para nosotros, es la orientación que nos da. Y henos aquí, por ello mismo, llevados ante Oriente, cuestión planteada al comienzo de esta exposición.

¿Qué es pues el Oriente? Y ¿cuál es la luz que de él emana?

¿Es una orientación geográfica, una dirección en la brújula (esa brújula que nuestros marinos denominan “compás”? En pocas palabras, ¿es el Este?

¿Es una región del globo? Esa región subdividida en Próximo, Medio y Extremo Oriente?

Y ésta luz de Oriente, ¿es la de un sol naciente? Nadie ignora que “Levante” y “Oriente son palabras exactamente sinónimas –convendrá recordarlo a lo largo de ésta exposición- y que, por tomar un solo ejemplo, lo que, bajo el rey Francisco Iº, se denominaba las “Escaleras de Levante”, eran las escalas (= escaleras) autorizadas por el Gran Turco en los puertos del mediterráneo oriental.

A esta doble cuestión, los textos masónicos antiguos parecen aportar una respuesta afirmativa. Tomemos, por ejemplo, el manuscrito Dumfries nº 4, que data de alrededor de 1710, pero que vuelve a trazar prácticas operativas mucho más antiguas:

P.- ¿Cuántas luces hay en Logia?
R.- Dos.

P.- ¿Cuáles son?
R.- El sol que se levanta por el Este y llama a los hombres al trabajo, y que se acuesta por el Oeste devolviendo los hombres al descanso” (Villard de Honnecourt, nº 7, pág. 55)

Esta frase le evocará irresistiblemente, para aquel que frecuente las Santas Escrituras, estos versículos del salmo 104, dicho también “salmo cósmico”, que la Iglesia cristiana recita tradicionalmente en las Vísperas, y que se leen así:

“Tú traes las tinieblas y es de noche;
En que rodan todas las fieras de la selva;
Rugen los leoncitos por su presa,
Reclamando a Dios su alimento.
Cuando el sol aparece, se retiran
Y vuelven a acostarse en sus guaridas.
El hombre entonces sale a su trabajo,
a su labor, hasta que entre la noche.” (Sal 104, 20-23).

Que haya aquí un recuerdo consciente o inconsciente del salmo no tiene nada de inverosimil, a la vista de lo que sabemos sobre la educación religiosa de los Masones de los antiguos tiempos.

El mismo texto se hace más preciso todavía:

P.- ¿Dónde reposa el Maestro?
R.- En un canal de piedra, bajo la ventana del Oeste, mirando hacia el Este, y esperando la salida del sol para poner sus hombres a trabajar” (ibid. pág. 61).

La causa parece pues entendida, más aún cuando westas indicaciones corresponden exactamente a las condiciones de empleo de los obreros constructores tal cual son descritas en los textos medievales. Yo veo por única prueba (pero los ejemplos abundan) las “Ordenanzas de la catedral de York”, emitidas en 1370 por el capítulo de la iglesia de San Pedro:

“Ellos (=”los masones que trabajarán en las obras de la iglesia de San Pedro”) deberán estar (=en la logia) desde que haya suficiente luz para ver claro y trabajar. Y permanecerán en ella trabajando concienzudamente toda la jornada, mientras haya suficiente luz para ver claro y trabajar” (VdH nº 6 p. 127).

Todo esto encuentra, a primera vista, un eco fiel en esta frase de nuestro ritual de obertura en grado de aprendiz, repetida sucesivamente por los dos Vigilantes:

“De la misma manera que el Sol emprende su curso desde Oriente y expande su luz por
el mundo, el Venerable Maestro se coloca al Oriente para conducir a los Hermanos al
trabajo e iluminar la Logia con sus luces.” (A. pág. 46)

¿Eco fiel decía? ¿Es realmente así?

Una constatación debe llevarnos a reflexión. Y ésta es que el Maestro (el Venerable Maestro) no aguarda la salida del sol para dar la señal de comienzo del trabajo, como en la realidad profesional que acabo de describir o como en otros ritos o grados masónicos (pensemos por ejemplo en la Marca). Él es el sol, es de él que emanan las luces que iluminan la Logia. Lo que explicita este intercambio de preguntas y respuestas de la instrucción:

P.- “Explicadme el emblema del sol
R.- Representa al Venerable Maestro, que ilumina a todos los Her¬manos de la Logia con sus luces, al igual que el Sol ilumina al mundo.

P.- Explicadme el emblema de la luna
R.- Representa a los Hermano Vigilantes, que, así como la Luna recibe y refleja la luz del Sol, reciben y reflejan la del Venerable Maestro, sobre todos los Hermanos. (A. pág. 121).

Esto podría todavía entenderse como una transposición de la realidad física y cósmica. Pero veamos quien va a obligarnos a superar este estadio.

En la apertura de los trabajos, al igual que en el cierre, el Venerable Maestro pregunta en tres ocasiones: “¿Qué hora es?”. En el primer caso, las respuestas son sucesivamente: “La doceava hora”, “Mediodía” y “Mediodía pleno”; en el segundo, “Medianoche”, “Medianoche plena”, y finalmente, dice el ritual, “la hora solar del momento”.

Nada puede mostrarnos mejor que es preciso establecer una distinción radical entre la hora solar por una parte, y por otra, lo que el ritual denomina mediodía y mediodía pleno, medianoche y medianoche plena, sobre el significado de lo qué conviene preguntarse. La instrucción por preguntas y respuestas los califica de “tiempos o intervalos en el día masónico” y añade que cada uno comporta “seis horas y un tiempo”, por asimilación a las épocas de la creación del mundo y a las de la construcción del Templo (A. pág. 122). No sabríamos como poder hacer más tangible el hecho que el “día masónico” es absolutamente de naturaleza distinta que el día físico, delimitado por la salida y puesta del sol, y por el de la luna.

¿Quién ha visto nunca, comenzar un trabajo en mitad del día –mediodía- para terminarlo en mitad de la noche –medianoche-? En todo caso, los masones operativos evocados precedentemente, seguro que no. Es pues, de un trabajo de otro tipo de lo que se trata, de otro mediodía y de otra medianoche. Entramos aquí en otra cosa distinta del tiempo cronológico, el tiempo del reloj, en lo que se llamaría un tiempo “acrónico”. Tiempo que no obedece a un desarrollo cronológico. Y el fulgor de la luz que nos ilumina es totalmente independiente del desarrollo que mencionábamos.

Lo confirma otro pasaje de la misma instrucción:

P.- ¿Qué habéis apercibido cuando se os ha dado la luz?
R.- Tres grandes luces.

P.- ¿Qué significan estas tres grandes luces?
R.- El sol, la luna y el Venerable Maestro.”

Nos encontramos en plena “vulgata” masónica.

Pero con lo que sigue, más de lo mismo:

P.- ¿Qué relación hay entre el sol, la luna y el Venerable Maestro?
R.- Al igual que el Sol ilumina al mundo durante el día, y la Luna durante la noche, de la misma manera también el Venerable Maestro ilumina, sin cesar, la Logia con sus luces” (A. pág. 119).

Ilumina sin cesar la Logia con sus luces: he aquí un primera indicación, tenue pero indiscutible, de que no se trata en éste caso de la luz física. El sol y la luna están solamente ahí a título de “emblemas” sustitutorios, cuya presencia puede equivocar a espíritus superficiales e irreflexivos. Quizá sea ésta su función real. Ello es tan cierto, que le sigue inmediatamente otro intercambio de preguntas y respuestas que comienza así: “¿Qué más habéis apercibido?, sobre el que no quiero anticiparme y al que solo quiero llevaros progresivamente y mucho más tarde, vista su importancia capital, ya que resulta ser la clave de todo.

Queda un punto por aclarar: que el sol y la luna brillen o no en el cielo, poco importa; la luz de la que hablamos ilumina sin cesar. Y esto es lo que nos evoca ésta frase dirigida al candidato en el curso de la ceremonia de su Iniciación:

“La luz es inalterable, no ha cesado ni un instante de brillar en todo su esplendor. Únicamente vos estabais en la oscuridad.” (A. pág. 85).

Esta luz, de otro orden absolutamente distinto al físico, ¿de qué luz puede tratarse?

Volvamos a nuestros antiguos textos: Ellos nos aportan una segunda respuesta que nos dice más. Ésta es extraída del manuscrito Graham, que data de 1726:

P.- ¿Por qué [la Logia está orientada] de Oriente a Occidente?
R.- Porque las iglesias están establecidas de Oriente a Occidente, con su atrio al Sur.

P.- ¿Por qué las iglesias están establecidas de Oriente a Occidente?
R.- Por cuatro razones.

P.- ¿Cuáles son?
R.- En primer lugar porque nuestros primeros padres fueron instalados al Oriente del Edén.

En segundo lugar, porque el viento de Oriente secó la mar ante los hijos de Israel (Ex.14; 21): así el Templo del Señor debe ser construido;

En tercer lugar, porque el Sol se levanta en Oriente y se acuesta en Occidente sobre aquellos que habitan cerca del Ecuador;

Finalmente, porque se apareció en Oriente la estrella que advirtió a la vez a pastores y reyes magos que “ (VdH nº 6, págs. 145-146).

Henos aquí pues provistos de tres preciosas indicaciones que vienen a añadirse a la indicación cósmica o metereológica: el Oriente –y en este caso, se trata claramente del Oriente masónico, o para ser más precisos, del Oriente visto y concebido por los Masones- es, simultáneamente:

En definitiva, es claramente un Oriente espiritual lo que nos es dado ha contemplar, y por consecuencia una luz espiritual que va a iluminarnos en nuestros trabajos, por lo cual el Venerable Maestro la denomina justamente “la luz más pura”.

Esto también, nuestros antiguos textos nos lo enseñan de la manera más explícita. Es deliberadamente que hablo de “antiguos textos”, ya que los dos que voy a citar reflejan la práctica de la Gran Logia de los Antiguos, unánimemente reconocida hoy como más tradicional que la Gran Logia de los Modernos.

El primero, es extraído de The Three Distinct Knocks, los Tres golpes distintivos (1760), ritual de los Antiguos. Se puede leer:

P.- ¿Por qué vuestra Logia está dispuesta de Oriente a Occidente?
R.- Porque todas las iglesias y capillas lo están o deberían estarlo.

P.- ¿Por qué esto, mi querido Hermano?
R.- Porque el Evangelio fue predicado primero en Oriente y se extendió de allí hasta Occidente”. (VdH nº 13, pág. 123).

El segundo extracto está sacado de la Guía de los Masones Escoceses, es decir el ritual establecido por el Supremo Consejo de Francia de 1804 para sus Logias simbólicas, y que es la transposición a menudo literal de lo precedente. Volvemos a encontrar pues el extracto que acaba de ser citado (y que mencioné en mi conferencia de octubre en Niza):

P.- ¿Dónde habéis ido, Hermano mío?
R.- He ido a Occidente.

P.- Y ¿a dónde vais?
R.- A Oriente.

P.- ¿Por qué dejáis Occidente y vais hacia Oriente?
R.- Porque la luz del Evangelio apareció primero en Oriente”.

De todo esto, podemos entresacar algunas primeras conclusiones parciales.

1.) El Oriente no es solamente una región terrestre, es una región celeste. O más bien, para decirlo de un modo más preciso y exacto, es el lugar del cielo en la tierra, a saber el Paraíso. Paraíso que era el lugar de la residencia de Dios sobre la tierra –la tierra primera y original, en todo su estallido de belleza, salida de manos del Creador; igualmente el lugar de habitación del hombre con Dios: del hombre primero y original, en su “estado primero glorioso” (como dicen nuestros rituales rectificados), porque creado a imagen y semejanza divina- como la doctrina del Rectificado proclama al igual que toda la tradición cristiana, y aquí una vez más, os remito a mi conferencia de Niza, el hombre original, el “primer Adán”, en unión constante y perfecta con Dios, siendo copartícipe de la gloria divina. No olvidemos que, en toda la Biblia, la “Gloria”, el Kabod, designa la manifestación luminosa de la Presencia actual de Dios –como en el Templo, que después de su dedicación por Salomón, la Gloria de Dios vino “a llenar” hasta el punto que nadie más podía morar (1 Reyes 8; 11 y Crónicas, 5; 14).

Es lo que nos enseña el Génesis en su capítulo 2, que yo citaré en la traducción de la Septante, por que es la traducción que ha alimentado toda la tradición cristiana, particularmente en su liturgia (himnos y antífonas); y también, señalémoslo, la tradición judía antes de la traducción dicha de los Massorètes que sólo fue elaborada mucho más tarde (del siglo VI y X) y, por una buena parte, por reacción contra la interpretación cristiana de la Biblia. La Septante, pues, se expresa así:

“Y el Señor Dios plantó un jardín (paradeisos) en el Edén en Levante, y situó ahí al hombre que había formado”. (Génesis 2; 8).

Ahora bien, el término hebreo miqqèdem que la LXX traduce por Levante (Anatolè = recordad este término) es a menudo interpretado también por “al principio”. Este Levante en cuestión es pues principial, este Oriente es un origen, y os invito igualmente a recordar también ésta aproximación en forma de juego de palabras, es importante.

2.) Segunda conclusión: la puerta de Oriente, es la puerta del cielo. En efecto, una vez Adán exiliado del Paraíso, es al Oriente de éste que Dios aposta los Querubines armados de una espada llameante y arremolinada a fin de guardar el acceso del Árbol de la vida (Génesis 3; 24).

De igual modo, es al Oriente que se encuentra la puerta de acceso al Templo. Esto, del que los masónicos precedentemente citados hacen eco unánimemente, es a la vez conforme a la arqueología y a las Escrituras:

Es por ésta puerta de Oriente que “la Gloria del Eterno [que] llenaba la casa de Dios” (cf. más arriba) la abandonó en el momento del exilio a Babilonia (Ezequiel 11; 1 y 22-23). Exilio que es idéntico al de Adán. Así, el exilio del hombre del cielo corresponde al exilio de Dios en la tierra.

Podemos ponernos a la vista tres hechos:

¿Quiénes esto? Los constructores de la Torre de Babel, ¡esta falsa “puerta del cielo”!

De donde otra conclusión: hay dos suertes de oriente: el verdadero Oriente (el Oriente eterno), y de los falsos orientes, aquellos que uno encuentra o hacia los que tiende cuando se aleja del verdadero.

En resumen, el Oriente es pues:

es también:

y el lugar en que Dios deja al hombre (la Gloria abandona el Templo).

Pero es también:

Veamos lo que nos enseñan los profetas “por los que habla el Espíritu Santo” como proclama el Credo.

Escuchemos a Zacarías: “Saldrá entonces el Eterno (…) Se plantarán sus pies aquel día en el monte de los Olivos que está enfrente de Jerusalén (=así pues del Templo) al Oriente (…). El Eterno será rey sobre toda la tierra. El día aquel, el Eterno será único y único su Nombre” (Zacarías 14; 3, 4 y 9).

Y ahora a Ezequiel: “Él (=el hombre de la visión de Ezequiel, que ciertamente no debería ser un hombre ordinario puesto que su “aspecto era como el aspecto del bronce”) me condujo a la puerta, a la puerta que estaba del lado de Oriente. Y he aquí, que la Gloria del Dios de Israel se avanzaba de Oriente (…). La Gloria del Eterno entró en la Casa por la puerta que estaba del lado de Oriente (…) Y he aquí, la Gloria del Eterno llenó la Casa” (Ezequiel 40; 1, 43; 1-2 y 4-5). Esta visión, dicho sea de paso, es profética, es decir que no se aplica a un templo actual, sino un a un templo por venir, veremos cual.

Así, el mismo movimiento de partida y de retorno, de exilio y de habitación se aplica a Dios, como es aplicado y se aplicará al hombre; y es el Oriente el que lo produce.

Pero prosigamos con esta lectura de Ezequiel: “Y oí a alguien que me hablaba desde el interior de la Casa, mientras aquel hombre se mantenía en pie junto a mí. Y me dijo: Hijo del hombre, éste es el lugar de mi trono, y el lugar de la planta de mis pies, donde yo he de morar eternamente en medio de los hijos de Israel.” (Ezequiel 43, 6-7).

Es profetizar claramente que Dios se manifestará bajo forma de hombre, tomará forma de hombre para venir a habitar, residir entre los hombres; de un hombre que es rey, como Adán, rey de la creación, lo era al origen. En una palabra, es el anuncio de un “Nuevo Adán”, el Cristo. Basta con remitirnos a San Pablo (por ejemplo 1 Corintios, 15; 45) y a toda la tradición cristiana a continuación.

El Oriente es pues el lugar de Dios-con-el-hombre, como lo era en su origen el del hombre-con-Dios. Ahora bien, Dios-con-el-hombre se dice EMMANUEL, que es uno de los nombres de Cristo (Mateo 1; 23) profetizado por Isaías (7; 14).

De este modo podemos comprender hasta que punto nuestros textos masónicos tradicionales, fieles a la letra del Evangelio (Mateo 2; 1-2), están fundados en afirmar que la estrella aparecida “en Oriente” ha anunciado que “nuestro Salvador se había hecho carne” (ver más arriba).

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*      *

En todo lo que precede, por comodidad de lenguaje, he hablado de Oriente como de un lugar, y cada uno habrá comprendido, por supuesto, que se trata de un lugar espiritual. Pero en realidad se trata ahí de una “expresión substituida”, ya que la verdad es mucho más profunda, más fuerte: es un estado espiritual. Se sitúa al Oriente aquel que se conforma a Aquel que se ha hecho conforme a nosotros, y que por consecuencia se reúne a Aquel que está unido a nosotros.

Ya que hay más: “Oriente” no es solamente el lugar y el momento en que Dios se hace hombre, en el que el Verbo se encarna: es un Nombre mismo de Cristo, Verbo encarnado, éste también anunciado por los profetas.

“Oriente” o “Levante”, es Aquel que “se eleva”, que se levanta.

Este no es otro que la Tsemah de la profecía de Zacarías, denominación reproducida de ordinario por “Germen” pero que la Septante ha traducido por este término Anatole que ya os he señalado y que significa precisamente “Levante”:

“He aquí un hombre cuyo nombre es Germen (o Levante u Oriente) y germinará de su sitio (=se levantará en su lugar) y construirá el Templo del Eterno. Él reedificará el Templo del Eterno, y alcanzará gloria y se sentará y dominará sobre su trono; será sacerdote sobre su trono” (Zacarías 6; 12-13).

Lo que hace eco al cántico de otro Zacarías, el padre de Juan el Bautista, que, “pleno del Espíritu Santo, profetizó: (…) El Sol levante (o naciente) nos ha visitado desde la altura para alumbrar a los que yacen en la oscuridad y la sombra de la muerte a fin de enderezar nuestros pies por el camino de la paz.” (Lucas 1, 67 y 78-79).

Heredera e intérprete inspirada de las Santas Escrituras, la Iglesia cristiana se encuentra pues perfectamente fundada y justificada en atribuir a Cristo el nombre de Oriente, y es lo que hace. Este es el quinto de los Nombres de Cristo, que son en número de siete, y que la liturgia cristiana nos los revela sucesivamente en el transcurso de la semana –de la santa hebdómada- que precede la fiesta de Dios hecho hombre, es decir la Navidad. Cada uno de los días que componen esta semana es en efecto solemnizado por una antífona, que en modo jubilatorio, proclama uno de estos Nombres.

El primero es: Sabiduría; el segundo: Adonai, el cual se traduce en griego por Kurios, Kyrios, es decir Señor; el tercero: Raíz de Jessé (y cada uno, creo yo, debe pensar en las vidrieras que ilustran por ejemplo la catedral de Chartes); el cuarto: Llave de David; el quinto: Oriente; el sexto: Rey de naciones; y el séptimo: Emmanuel, “Dios-con-nosotros”, del que ya hemos hablado. El octavo día –noción importante en la teología cristiana, pero que no es momento hoy de detenernos en ella- el octavo día, pues, el de Navidad, nos es dado otro Nombre: Jesús, que no nos devuelve a uno de sus atributos o una de sus funciones, sino que es su Nombre propio.

¿Qué significa pues Oriente? El texto de Zacarías citado justamente antes nos lo indica: es el nombre de Cristo en majestad, del Cristo sacerdote y rey, y al mismo tiempo, constructor del Templo, lo que es la esencia misma del “Arte real” que es el nuestro, y que creedlo bien, no he perdido en absoluto de vista a lo largo de toda mi exposición.

Pero ¿constructor de qué Templo? ¿del Templo de piedras?, ¿del de Salomón, de Zorobabel, o el de Herodes? No en absoluto. Ya que no podemos dejar de rememorar este episodio en el que, al extasiarse los discípulos de Jesús ante la magnificencia del Templo, éste les anunció: “En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada”. Esto se encuentra en los evangelios sinópticos (Mateo 24; 1-2, Marcos 13; 1-2, Lucas 21; 5-6). Y, como sucede habitualmente, san Juan nos da de este hecho la significación espiritual profunda cuando lo relaciona con estas palabras de Cristo: “Destruid este Templo, y en tres días lo levantaré”, y añade: “Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y así, cuando resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos que decía esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra dicha por Jesús” (Juan 2; 19 y 21-22).

Es por lo que éste “Germen” del que la profecía de Zacarías hace mención evoca irresistiblemente estas otras palabras de Cristo: “En verdad, en verdad os digo que si no muere el grano de trigo que cayó en la tierra, subsiste él solo; pero si muere produce mucho fruto” (Juan 12; 24).

Palabras que encuentran eco en nuestro ritual, con la tercera máxima que el H.·. Introductor da al candidato a Aprendiz: “El grano plantado recibe la vida de la tierra; pero si su germen está alterado, es la propia tierra la que acelera su putrefacción. (A. pág. 74). Recordad bien ésta noción de “alteración” del germen.

He aquí la razón por la cual, en este viejo ritual operativo que he citado al comienzo, el maestro se acuesta de manera a poder ver levantarse la luz de Oriente, la luz del Sol naciente: la luz de Aquel que se eleva y que lo levantará.

Comprenderéis que no insista ahora sobre este punto, pero quizá algunos a los que me dirijo recordarán de pronto mis palabras, y aplicándoselas a ellos mismos, extraerán su significado en toda su extensión.

Queda por decir que este Oriente es la Luz por excelencia, la Luz de gloria, la Luz eterna. “Oh Oriente, esplendor de la Luz eterna y sol de justicia”, canta la antífona a la que hacía alusión precedentemente.

Tal es la luz “la más pura” que ilumina nuestra Logia (a menudo calificada de “lugar muy iluminado”, tal es la “justicia” que reina en la Logia de aprendiz y que la preside.

Esta luz, el Prólogo del evangelio de san Juan nos expone cuál es; la palabra “expone” resulta por otra parte débil e inadecuada, y convendría mejor hablar de “contemplación”. Y, dicho sea de paso, es a causa de ésta teología de la luz indisociable a la teología de la Encarnación, la cual ha encontrado en la Iglesia oriental, dicha ortodoxa, tan admirables desarrollos, que ésta última llama al discípulo bien amado san Juan el Teólogo; es de entre todos los Doctores de la Iglesia, uno de los tres –tres únicamente- con san Gregorio Nacianceno, “San Gregorio el Teólogo”, en el siglo IV, y “San Simeón el Nuevo Teólogo”, en el siglo X, a quien la Iglesia ortodoxa reconoce sin restricción esta calidad de “teólogo” que implica un conocimiento en plenitud de los misterios inefables. Os digo esto de pasada, a título documental.

Así pues, debemos transportarnos al Prólogo del evangelio de san Juan. Y esto, no solamente en tanto que cristianos, sino también en tanto que Masones. Y ¿por qué? Porque es sobre este Prólogo, y no en cualquier otro pasaje de las Escrituras, que tomamos todos nuestros juramentos de un cabo al otro de nuestro recorrido masónico, e incluso más allá. Y cuando digo “sobre”, es en su sentido más concreto, en el sentido físico del término, puesto que ponemos la mano derecha encima: la mano derecha, la que compromete. Lo que implica obligatoriamente nuestra adhesión a lo que éste contiene, en su integridad. Imposible escoger entre lo que nos conviene o lo que no. Esta adhesión integral se extiende por otra parte a la totalidad del Evangelio, como es recordado en multitud de ocasiones, y en particular en este pasaje de la “instrucción moral del grado de aprendiz francmasón”: “El Evangelio es la ley del Masón, el cual debe meditar y seguir sin cesar” (A. pág. 111); y este otro, sacado de la “Regla masónica”: “El Evangelio es la base de nuestras obligaciones; si no creyeras en él dejarías de ser Masón” (A. pág. 126).

Este Prólogo, ¿acaso es necesario recordar sus términos, que cada uno debería conocer de memoria? (si alguien no lo recuerda, acaso sea, porque antes de la reforma del Vaticano II, era recitado cada domingo en la misa). Citaré no obstante los pasajes que nos interesan directamente, y ello en una traducción poco habitual para vosotros pero que tiene el mérito de ceñirse a su sentido original más que los textos en uso:

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la Luz de los hombres. Y la Luz lucía en las tinieblas, y las tinieblas no prevalecieron contra ella: et tenebrae eam non comprehenderunt. (Juan 1; 1-5).

La Luz está aquí presente, por encima de vos, Venerable Maestro, esta Luz del Verbo que las tinieblas no han podido apagar, ni tan solo alterar, aunque la hayan velado y oscurecido.

Prosigo: “Esta Luz es la verdadera Luz que ilumina a todo hombre venido a este mundo”. (Juan 1; 9).

Y aún: “Y el Verbo se hizo carne, y ha habitado entre nosotros, pleno de gracia y de verdad, y hemos contemplado su Gloria, una gloria como la gloria del Hijo único venido del Padre”. (Juan 1; 14).

Habréis reconocido en este pasaje varios temas que ya he abordado: la habitación, la gloria, y también el hecho que ésta luz sea la del principio. A lo que se añade, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo y que nace, es decir que ella es innata en él, la luz original quizá pueda estar oculta, pero no está abolida. Tema recurrente en la doctrina de Rectificado, si recordáis lo que ya os dije en Niza. Aparece también el tema de la verdad, tan esencial para todos los hombres, ciertamente, pero sobre todo para nosotros Masones, que hacemos de ella – y sería deseable que ello fuera algo más que palabras- el objeto de nuestra búsqueda.

Ahora bien, todos estos temas reunidos, por una suerte de necesidad lógica, los encontramos igualmente en nuestros rituales, y ello en repetidas ocasiones. Os citaré solamente algunos extractos de entre los más significativos, y que se encuentran, como sucede a menudo, como casi siempre, en la “Instrucción moral”:

“Las tinieblas que os rodeaban os señalan también las que cubrían todas las cosas en el principio de su formación. En fin, el guía desconocido que os ha sido dado para hacer este camino os indica el rayo de luz que es innato en el hombre, gracias al cual siente el amor por la verdad y puede llegar hasta su templo.” (A. pág. 111).

Volveremos más adelante sobre ésta noción de “templo de la verdad”. Pero continuemos escuchando lo que nos enseña la Instrucción moral:

“Se os ha enseñado mediante esto, lo débil que es la luz que el hombre porta al nacer, si la descuida puede perderla por completo y caer en las más espesas tinieblas, pero también que él puede acrecentarla en gran manera mediante el buen uso que de ella haga, y que debe igualmente esperar el descubrir a través de ella la verdad, a pesar de las brumas espesas que la ocultan a los ojos vulgares. Es entonces que, abriendo los ojos a un nuevo día, ve con admiración y sorpresa la multitud de ayudas que la bondad divina ha establecido alrededor suyo, para dirigirle y defenderle.” (A. pág. 113).
(Aquellos que conocen mis anteriores conferencias saben que, según la doctrina del Rectificado, la iniciación en general, y en particular bajo la forma masónica que ha tomado en nuestros días, es uno de entre los más preciosos socorros providenciales).

Esta luz innata, el hombre puede perderla a causa de su comportamiento, exactamente como le sucedió a Adán que perdió la parte que tenía de la Gloria divina, y por este hecho, cayó bajo el peso de una doble condena a muerte: la “muerte intelectual”, como dicen nuestros textos, es decir la muerte espiritual; y la muerte corporal. Aquí, una vez más os remito a mis estudios precedentes. De dónde ésta advertencia del Venerable Maestro al candidato:

“Aquél que pierde la Luz comienza a perder la vida, y la verdad se aleja de él. (A. pág. 87).

Ved como estos términos: luz, vida, verdad, son indisociables.

Advertencia que el Venerable Maestro completa con ésta exclamación, que parece querer subrayar al candidato lo pesado de la tarea que le espera:

“¡es muy difícil devolverle la Luz a aquel que la ha despreciado!. (A. pág. 88).

No obstante, como vengo repitiendo a menudo, nuestro Rito es optimista. Existen, si se me permite ésta reflexión personal de pasada, dos categorías de cristianismo. La primera es fundamentalmente pesimista: haga lo que haga el hombre, por mucho que se apreste, no por ello deja de permanecer a una distancia inconmensurable de Dios; puede incluso, si se cree en la espantosa doctrina de la predestinación, estar condenado de antemano. Nuestro Rito no comparte en absoluto tal concepción. Nuestro Rito enseña –y no se trata en modo alguno de heterodoxia, muy al contrario- que el hombre, si lo quiere, y no se queda solamente en las intenciones, sino que actúa (primer punto) y con la ayuda de Dios (segundo punto, e insisto con fuerza en estos dos puntos), puede remontar la pendiente por la que ha bajado y por ello aproximarse poco a poco a Dios y a su Principio.

Es lo que el Venerable Maestro declara al candidato: “Si cumplís con exactitud todos vuestros deberes (= hacia Dios, hacia vuestros Hermanos y hacia vos mismo) debéis esperar alcanzar la luz del verdadero Oriente” (ibid.)

En otra parte se dice: “sólo la virtud lleva el hombre a la luz”. (A. pág. 88).

¿Por qué pues ésta necesidad imperiosa de la práctica del bien, que encuentra su expresión concreta en la práctica de las virtudes, tan presentes en los grados de nuestro Rito? Simple y llanamente por que el “germen”, es decir el ser original del hombre, ha sido alterado, y recordemos que etimológicamente, ser alterado, es convertirse, al menos parcialmente, en “otro” que uno mismo. Es preciso pues rencontrar su integridad primera. De lo contrario, si es un germen alterado lo que es puesto en la tierra, encontrará, no la vida, es decir la luz, sino la putrefacción, o sea un acrecentamiento de las tinieblas, las de la muerte espiritual. Lo que corresponde a ésta amonestación del Venerable Maestro: “¿Acaso creéis que la Luz puede extenderse sobre el hom-bre vicioso y corrompido? (A. pág. 67).

Tarea ardua, ciertamente, la del restablecimiento de la luz en el ser. Ella pasa ineluctablemente por una serie de pruebas (como es de regla universal), que son otras tantas purificaciones, y cuya primera es ésta puesta a tierra, es decir la prueba de las tinieblas. “que aquel que gozando de la Luz, rechaza tomarla como guía, que sea probado por las tinieblas”, declara el Hermano Introductor vendando los ojos al candidato (A. pág. 58).

¡Una vez más las tinieblas! Entre tantas tinieblas, tengo miedo, Hermanos míos, si me permitís la chanza, ¡qué no lo veáis muy claro!... Pero, las cosas son mucho más simples de lo que parecen.

Os lo acabo de mostrar; existe un solo Oriente verdadero, y fuera de él, falsos orientes. Todos son engañosos en diversos grados: unos son ficticios e ilusorios, los otros, deliberadamente mentirosos. Pero todos tienen el mismo efecto: distraen del verdadero Oriente; “desorientan”.

Sucede lo mismo con las luces que estos orientes emiten. Hay la Luz de verdad, y hay las otras, que a menudo, la eclipsan y en ocasiones la sustituyen. Las mismas Escrituras nos advierten que “no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz.” (2 Corintios 11; 14) Estas luces, son pues, en realidad y a pesar de las apariencias, tenebrosas.

Ahora bien las tinieblas no son todas de la misma naturaleza. Hay que dejar aparte las tinieblas de los orígenes, aquellas que “cubrían todas las cosas en el principio de su formación”, como ha sido dicho anteriormente, y de las que por la Palabra creadora, el Fiat Lux, surgió la luz primera. Todas las otras son las tinieblas consecuentes a la caída, las que las Escrituras, y después de ellas nuestro ritual (A. pág. 20), denominan “las sombras de la muerte”, ya que tinieblas y muerte son dos caras de una misma realidad, como ya he dicho.

Y estas tinieblas a su vez, son de dos tipos. Hay tinieblas intelectuales, que el espíritu en su equivocación, toma por luces, evidentemente falsas, puesto que no emanan de la Luz de verdad. Esto es explicado en distintas ocasiones, en particular en la Instrucción moral.

“Una vana curiosidad podría distraeros, una falsa luz podría perderos”, explican al nuevo aprendiz; y para desvanecer toda duda sobre la naturaleza de ésta “falsa luz”, añaden: “Los tres viajes en la oscuridad os han figurado (…) el estado de privación en el que [el hombre] se encuentra cuando es abandonado a sus propias luces” (A. pág. 111).

Sabemos, que en la terminología que Willermoz ha heredado de su maestro Martinès, el “estado de privación” expresa la situación del hombre caído, cortado de Dios, que ya no está “en unidad con la Divinidad” (cf. mi conferencia de Niza).

Del mismo modo, al comienzo, el Hermano Introductor, privando al candidato de la “luz elemental”, es decir de la luz física, la calificaba de “símbolo bastante evidente de los falsos resplandores que son la parte del hombre abandonado a su propio albedrío” (A. pág. 58).

Pero hay más todavía, y abordamos aquí la segunda categoría de tinieblas: las tinieblas materiales o elementales. La materia misma, al menos en su estado presente, es tiniebla, luego los “elementos” que la constituyen, y a consecuencia de ello la luz material. Ella es tenebrosa porque está causada por la caída. Antes, existía otro tipo de materia, incorpórea, luminosa e inmortal, de la que estaban hechos los “cuerpos gloriosos”. No tengo tiempo de insistir sobre este punto de la doctrina, heredado también de Martinès de Pasqually, y os remito a los estudios que le han sido dedicados, pero debo recordarlo ya que es esencial para comprender la naturaleza de las pruebas por las que pasa el aprendiz. Este es en efecto “probado” pero no “purificado” por los elementos, al contrario de lo que pasa en otros Ritos.

Esta prueba por los elementos está concebida para hacer descubrir al candidato que la luz que él busca no es de este mundo. Es tan cierto que al término de los tres viajes, el Venerable Maestro constata: “Ya que atravesando las tres regiones elementales, (…) no ha podido encontrar allí la Luz que desea, está sobre la buena vía. (A. pág. 75). Es tanto como decir que buscar la luz en el mundo, permaneciendo en el universo material –véase intelectual- de aquí abajo, es equivocarse con toda seguridad.

Así mismo, cuando finalmente la luz es devuelta al candidato “en todo su esplendor” –me veo obligado por razón de falta tiempo a pasar por alto las etapas intermedias, muy instructivas por otra parte puesto que hacen descubrir la Justicia y la Clemencia, lo que no es poco- simultáneamente ha quemado ante él una “llama (…) que ha pasado como un relámpago” (A. pág. 113), señala, explica el Venerable Maestro que “debe llegar el momento en el que todas las ilusiones desaparezcan más rápidamente que el relámpago” (A. pág. 89); y simultáneamente también es exclamado en voz alta: ¡Sic transit gloria mundi!, de manera a imprimir con fuerza en el ánimo del candidato que la “gloria del mundo” es transitoria y pasajera, que es fugaz y condenada a desaparecer súbita y completamente, como la ilusión ante la verdad y la realidad.

Absolutamente otra, en efecto, es la Gloria que preside los trabajos de los Masones, los gobierna, los ordena, los perfecciona, los verifica y los vivifica. “Cuando para perfeccionar vuestro trabajo, busquéis la Luz que os es necesaria, recordad siempre que la hallaréis (= stat) en Oriente y que sólo allí la podréis encontrar” (A. pág. 105). Gloria que, vuelvo a repetirlo, es Presencia eterna del Eterno presente –Eterno como Dios, presente como el Hombre. Luz de Aquel que es vida y verdad, y la perfección misma. De Aquel que es el Oriente, origen de todas las cosas, incluido el hombre.

“El Oriente Masónico, [nos dice la Instrucción moral] significa la fuente y el principio de la Luz que busca el Masón. Os ha sido representada por el candelabro de tres brazos que ardía sobre el Altar de Oriente, siendo como el emblema [= a representación figurada] del triple poder del Gran Arquitecto del Universo. Esta Luz [añade, y esto es de importancia capital] es la primera vestimenta del alma, la prenda que se os ha dado [es decir, el mandil blanco] no es más que su representación y su blancura designa en ella la pureza.” (A. pág. 113).

Ningún equívoco posible: en el origen, el hombre estaba revestido de la luz divina, de la gloria divina. Lo que da toda la fuerza a la manida expresión de “hijo de la luz”, la cual nos viene a decir, como san Pablo a los atenienses en el Areópago, que nosotros los hombres, somos “de la raza de Dios” (Actos 17; 22); y toda la extensión a la exclamación que el Venerable Maestro debe proferir “en un tono elevado” cuando el Aprendiz es “devuelto a la luz”:

“El hijo de la luz estaba extraviado en las tinieblas, ha sido llamado, ha vuelto otra vez, sus ojos han sido abiertos y las tinieblas se han disipado.” (A. pág. 88).

Hermanos míos, la luz de la Iniciación, es simbólicamente, el retorno de Adán del “Edén a Oriente”: el hombre restaurado en su gloria original gracias a su vuelta a Oriente, la cual es reunión con Cristo, que es el Oriente. Es pasando a través de Cristo que podemos aspirar a reintegrarnos en el Principio, ya que “nadie va al Padre sino es por el Hijo”.(cf. Juan 14; 6).

Ahora bien, como Cristo no puede ser disociado del Padre y del Espíritu (sin por otra parte ser confundido por ellos), la manifestación de la Gloria divina es forzosamente Trinitaria. Esto también, el ritual nos lo dice en el pasaje de la Instrucción por Preguntas y Respuestas que anuncié casi al comienzo de este trabajo:

P.- “¿Qué más habéis apercibido?
R.- Un candelabro de tres brazos sobre el Altar de Oriente.

P.- ¿A qué hace alusión?
R.- Al triple poder, que Ordena y gobierna al mundo, y que es expre¬sado, en las Logias,
por el Venerable Maestro y los dos Vigilantes.” (A. pág. 119).

Venerable Maestro, mis Hermanos Vigilantes, ¿habíais tomado consciencia de ello? ¡Representáis en Logia, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo!, simple y llanamente.

La Gloria divina, la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, representada trinitariamente en nuestras Logias bajo forma de ternario luminoso, lo es de distintas maneras no todas equivalentes, e incluidas en el seno del conjunto constituido por lo que el ritual denomina las “nueve luces de Orden o masónicas” y que son, como todos sabéis: el candelabro de tres brazos del altar de Oriente, las tres antorchas [o grandes candelabros] situados en los ángulos Sur-Este, Sur-Oeste y Nord-Oeste del tapiz de Logia, y finalmente los tres porta velas situados respectivamente en las mesas de los Vigilantes y del Secretario.

Tienen entre ellos, la diferencia jerárquica [por así decirlo] que sigue. El candelabro de tres brazos, que es encendido antes de la apertura de los trabajos –los cuales, recordémoslo, empiezan normalmente en la oscuridad- significa que la luz que él simboliza es “inalterable”, que brilla eternamente y que las tinieblas no han podido apagarla. Tiene su exacta correspondencia en el triángulo luminoso que brilla por encima de la cabeza del Venerable Maestro, y que debería, si aplicamos al pie de la letra el ritual, estar situado debajo de un dosel o baldaquino. Ahora bien, el lenguaje antiguo tenía otro término para designar un dosel, y era la palabra “cielo” (que encontramos en el cielo de la cama), y que empleaban por ejemplo en ocasión de las procesiones, como la del Día del Señor, o llevando el Santo Sacramento. Y quizá esto tenga un sentido que sobrepase la simple anécdota.

Resulta que los dos, el triángulo y el triple candelabro, están situados a Oriente, el cual, en Logia, simboliza el universo y el hombre que ha cumplido su reintegración. Por lo demás, el oriente debería estar sobre elevado en relación al resto de la Logia por medio de un estrado de tres peldaños, con el fin de que esto quede esto quede señalado físicamente.

Hablo aquí de Logia por comodidad de lenguaje, pero es una inexactitud (que nuestros rituales se permiten también: es mi excusa), ya que si nos atenemos al catecismo por Preguntas y Respuestas del grado de Aprendiz:

P.- “¿Qué representa la Logia?
R.- El Templo de Salomón reconstruido místicamente por los franc¬masones.” (A. pág. 116).

Estrictamente hablando, la Logia, es pues el tapiz –y en algunos casos, la reunión de los Hermanos en torno a él-. Ahora bien, de acuerdo a lo que nos enseñan nuestras Instrucciones, el Templo de Salomón tiene una doble relación: con lo que las instrucciones llaman el “templo universal”, es decir el universo (considerado como templo, es decir lleno por la presencia divina) por una parte, y por la otra, con el hombre, y su “templo particular”. Sin entrar en detalles, digamos que, situado allá, es decir no al Oriente, el universo y el hombre están en vías de reintegración, pero ésta no se ha cumplido todavía.

Sin embargo, las antorchas [o grandes candelabros] que rodean el tapiz de Logia y que son encendidas por el Venerable Maestro, y apagadas al final, significan que a lo largo de la duración de su existencia, el universo y el hombre están rodeados y sostenidos por el poder de la Trinidad, y también que su existencia cesará cuando ésta potencia les falte.

Dejo de lado las tres otras velas, que encendidas a partir de las anteriores, tienen un valor correlativo pero subordinado que no interesa al objeto de este trabajo.

Pero me es menester señalar otra luz, que si bien su significado queda reservado para más tarde, es dado a contemplarlo desde este grado, la cual cosa es una particularidad única del Rito rectificado. Se trata, como bien habréis comprendido, de la “la estrella llameante de cinco puntas, con la letra “G” pintada en oro en el centro.” (A. pág. 10), que ilumina el centro [del Templo], desde donde expande la Luz hacia todas las partes.” (A. pág. 121).

Incluso si obedece a otro simbolismo numérico que el del ternario –pero en la tradición, incluida la masónica, no es raro que la estrella de cinco puntas simbolice la Trinidad- no es necesario ser un gran clérigo para comprender que figura la presencia de Dios en el corazón del universo y sobre todo en el corazón del hombre, y que ella es de algún modo la proyección en el plano humano de lo que el ternario es en el plano divino.

De todo lo que precede, resulta que el programa que la Masonería rectificada nos propone, enseñándonos el método y los medios para realizarlo, es de “reconstruir místicamente” nuestro Templo interior, de manera ha convertirnos, cada uno de nosotros, y el conjunto de todos nosotros, en habitación de la Gloria de Dios y del Sol de justicia, residencia del Emmanuel, Dios con nosotros y Dios en nosotros.

Ya que el verdadero Templo, somos nosotros mismos, cuando nos hacemos conformes a Cristo, cuando nosotros mismos devenimos Cristo –lo que por otra parte quiere decir cristiano, christianus. Entonces como dice Jesús, “hay aquí algo más que Salomón” (Mateo 12; 42), “Pues os digo que uno mayor que el Templo está aquí.” (Mateo 12; 6) Entonces se aplica a nosotros –y creedme que ésta explicación, no es mía, sino que la hago siguiendo al pie de la letra nuestros rituales (no solamente el de Aprendiz, aunque todo esté allí en germen)- estas palabras de san Pablo:

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (…) El Templo de Dios es santo, y esto es lo que sois” (1 Corintios 3 y 17). Entonces, si, estamos al Oriente: nosotros somos el Oriente.

Es todo esto lo que expresa, en términos inspirados, la Iglesia ortodoxa en este Tropario de Navidad:

“Tu Nacimiento, oh Cristo nuestro Dios,
iluminó al mundo con la luz de la sabiduría,
pues los que adoraban a los astros,
por la estrella aprendieron a
adorarte, oh Sol de Justicia,
y a conocerte, Oriente de lo alto.”

Hermanos míos, todo esto que es grandioso y exaltante, es verdadero. Realmente verdadero. Pero simbólicamente. “Simbólico” no quiere decir, como en el lenguaje corriente, y como demasiado a menudo ocurre en el lenguaje masónico -¡lo que es el colmo!- “irreal” o “ficticio”. El símbolo tiene su realidad, una realidad particular, que le es propia. Participa de la realidad de lo que simboliza, pero no en plenitud. Digamos que posee una realidad por realizar: lo es de por sí, pero queda el que sea cumplida.

“El tiempo viene, y ya ha llegado”, repite a menudo Jesucristo. Es en este mismo estado temporal que se sitúa la realidad simbólica: entre el “no todavía” y el “ya aquí”. Hemos de devenir, hemos de convertirnos en lo que somos. Y entre los dos, para que se encuentren y coincidan, para que la realidad simbólica se convierta en realidad en plenitud, hay, como se dice en la Instrucción moral, una “carrera penosa (a) recorrer”, “trabajos inmensos (…) a efectuar sobre nuestro espíritu y nuestro corazón” (A. pág. 111).

Puede ser que nosotros, que nos sentamos a Oriente, no estemos más cerca de estarlo realmente que los aprendices que nos contemplan de lejos. Puede que si, puede que no, nada es seguro, esto depende de cada uno.

Pero una cosa sí es segura: éste Oriente, Él está en nosotros, en el más profundo secreto de nuestro templo interior. Y, si no profanamos este templo que es el suyo, jamás Él nos abandonará, jamás su Luz nos librará a las tinieblas.

Jean-François VAR
2 de mayo de 1994

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