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Rito Escocés Antiguo y Aceptado
del Guajiro
La Hermandad para toda la Humanidad
Los grandes deberes que son inculcados por las lecciones enseñadas
por los instrumentos de trabajo de un Gran Maestro Arquitecto, exigiendo tanto de
nosotros, y presuponer la capacidad de realizarlos fielmente y completamente, nos
trae inmediatamente a reflejar sobre la dignidad de la naturaleza humana, y las
vastas energías y capacidades del alma humana; y a ese tema invitamos vuestra atención
en este grado.
Hay muchas cosas en nosotros de las cuales no estamos claramente
conscientes. Despertar ese estado consciente a la vida y así conducir el alma hasta
la luz, es una función de todo gran servicio a la naturaleza humana.
Todos
no solo tenemos insinuaciones mejores, pero somos capaces de cosas mejores de lo
que pensamos. La presión de alguna emergencia desarrollaría en nosotros poderes
más allá del prejuicio mundano de nuestros espíritus; y el Cielo trata con nosotros
de tal manera, de tiempo en tiempo, que pone de manifiesto esas cosas mejores. Hay
cosas mayores y mejores en todos nosotros de lo que el mundo toma en cuenta, o de
lo que nosotros tomamos en cuenta, si solo las descubríamos; y es una parte de nuestra
cultura Masónica encontrar estos rasgos de poder y devoción sublime, para resucitar
estas impresiones desvanecidas de generosidad, y abnegación; los legados casi desperdiciados
del amor y la bondad de Dios a nuestras almas; y para inducirnos a que cedamos a
su dirección y control.
El hombre no es ninguna burbuja sobre el mar de
sus fortunas, desamparado e irresponsable sobre la marea de acontecimientos. La
misma dificultad, zozobra, pobreza o desgracia que quiebran a un hombre, vigorizan
a otro y lo hacen fuerte. Es el mismo atributo y la gloria de un hombre que él pueda
dirigir las circunstancias de su condición hacia los propósitos intelectuales y
morales de su naturaleza; y el poder y la maestría de su voluntad principalmente
lo distinguirán del bruto.
Que el Masón no olvide que la vida y el mundo
son lo que los hacemos por nuestro carácter social, por nuestra adaptación o falta
de adaptación a las condiciones, las relaciones y los empeños sociales del mundo.
Al egoísta, al frío y al insensible; al arrogante y presuntuoso; al orgulloso quién
demanda más de lo que es probable recibir; al celoso, siempre con miedo de que no
recibirá bastante; a los que son desrazonablemente sensibles de las opiniones buenas
o malas de otros; a todos los violadores de las leyes sociales, el grosero, el violento,
el deshonesto y el sensual, a todos ellos, las condiciones sociales, por su misma
naturaleza, les presentarán molestias, decepciones y dolores apropiados a sus muchos
caracteres.
Los afectos benévolos no girarán alrededor del egoísmo; los
fríos de corazón deben esperar encontrar frialdad; los orgullosos, arrogancia; los
apasionados, cólera; y los violentos, rudeza. Los que se olvidan de los derechos
de otros no deben sorprenderse si los suyos son olvidados; y los que se inclinan
a los más bajos abrazos de la sensualidad, no deben extrañarse si otros no se preocupan
de encontrar su honor postrado, para elevarlo a la memoria y el respecto del mundo.
Al apacible, muchos serán apacibles; con el bondadoso, muchos serán buenos.
Un buen hombre encontrará que hay bondad en el mundo; un hombre honesto encontrará
que hay honradez; y un hombre de principios encontrará principios e integridad,
en las mentes de otros.
En todas partes, la vida humana es una dispensación
grande y solemne. El hombre, sufriendo, gozando, amando, odiando, esperanzado y
temeroso, encadenado a la tierra y aun así explorando los lugares recónditos del
universo, tiene el poder de comulgar con Dios. Alrededor de esta gran acción de
la existencia las cortinas del tiempo son cerradas; pero hay aberturas a través
de ellas que nos dan ojeadas de la Eternidad. Dios mira en esta escena de probación
humana. Los sabios y los buenos de todas las edades han interpuesto por ella, con
sus enseñanzas y su sangre. Todo lo que existe alrededor nuestro, todo movimiento
en la naturaleza, todo consejo de la Providencia, toda interposición de Dios, centra
sobre un punto: la fidelidad del hombre.
Creed que hay un Dios; que Él es
nuestro Padre; que Él tiene un interés paternal en nuestro bienestar y mejoramiento;
que Él nos ha dado poderes por medio de los cuales podemos escapar del pecado y
de la ruina; que Él nos tiene destinados a una vida futura de interminable progreso
hacia la perfección y hacia un conocimiento de Él. Creed esto: "Pongo mi confianza
en Dios," como todo Masón debe, y podéis vivir sosegadamente, perdurar pacientemente,
trabajar resueltamente, renunciar alegremente, esperar firmemente y sed conquistadores
en la gran lucha de la vida.
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