Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz

El capitán Gutiérrez comprendió que la situación era desesperada, 
no había tiempo que perder, el aspecto y el comportamiento del teniente no dejaba 
lugar a dudas, su condición era grave y haría todo lo humanamente posible para conseguir 
ayuda, cada minuto era precioso y por eso decidió partir de inmediato, rogaba porque 
sus esfuerzos tuvieran un buen final.
Cuando el Teniente Gobernador regresó 
acompañado de los porteadores, llevó también cuatro pastillas de antalgina que Gutiérrez 
trató que La Rosa las tome, pero éste las escupió; el capitán las recogió, las molió 
y a la fuerza, con una cuchara, lo obligaron a tragarlas; luego, acompañado del 
guía, partió hacia Tamborillo que era la punta de carretera. 
El otro Daniel, 
su guía, le comentó que en el caserío cercano vivía un tal Máximo López que tenía 
un tambo en el que vendía algunas medicinas, y hacia allí se encaminaron; la tienda 
era un batiburrillo de mercancías y detrás del rústico mostrador estaba un hombrecito 
de mirada vivaz que reconoció al teniente gobernador de Peñas Blancas, mirando con 
curiosidad a Gutiérrez sin dar muestras de sorpresa.
     
- Máximo, aquí el capitán de la FAP del que te hablé quiere comprar unas medicinas
     - Dígame que… qué… qué busca mi capitán - había 
resultado ser tartamudo el tendero
     - Mira, necesito 
muy urgente algo para bajar la fiebre, lo que tengas, lo más fuerte 
     
- Tengo inyecciones de...de....de....antalgina mi capitán, pe... pe...pe....
     - ¿Sabes poner inyecciones? - lo interrumpió Gutiérrez
     - No, pe....pe... pero tengo el...tengo el...tengo 
el.... inyector
     - ¿Pero has visto cómo se pone, 
sí o no?
     - Sí mi....mi....mi capitán - a pesar de 
su tartamudez no daba señales de nerviosismo, se notaba el ánimo de colaborar.
     - Por favor, más atrás he dejado a un teniente que 
está con una fiebre altísima, anda lo más rápido que puedas y le pones la inyección, 
pregunta por el suboficial Jibaja.
     - Enseguida voy, 
mi capitán, sólo voy a cerrar la puerta - de inmediato revolvió un cajón y sacó 
una cajita metálica que contenía el inyector, de otro cajón sacó una caja de zapatos 
que contenía, a su vez, una serie de medicamentos de entre los cuales tomó la antalgina 
- Listo mi capitán, me voy corriendo - salieron de la casita y el tendero, con una 
gruesa llave de fierro cerró la puerta - Ji...ji...ji...Jibaja me dijo mi capitán 
¿no? - 
Los Danieles montaron en sus jamelgos y se alejaron en dirección 
opuesta al tendero tartamudo, hacia Tamborillo; les esperaba una cabalgada de cuatro 
horas. Pronto se acabó la conversación y Gutiérrez, en la monotonía del desolado 
paisaje y el cansino paso de las bestias se fue hundiendo en sus pensamientos ¿Encontraría 
alguna ayuda en Tamborillo? Su tocayo le había dicho que no siempre se encontraban 
camiones en el lugar, a veces pasaban dos o tres días sin que llegara alguno; ojalá 
tuvieran suerte, pero si no era así ¿qué hacer? ¿Sólo esperar y rezar? El tiempo 
es vital para Mañuco - y yo lo veo bastante mal - y quiere que sea el padrino de 
su hijita, de seis mesecitos nomás ¿Llegaremos a tiempo? ¿Cómo estarán en mi casa? 
Pobre Betty ¿Cómo les habrá dicho a los chicos? ¡Y mis viejos! Deben estar deshechos 
con la incertidumbre y yo sin poder hacer nada ¡Este caballo de miércoles parece 
que tuviera reumatismo, camina que parece que en cualquier momento se cae!
Hacía rato que el sol había caído y ya no sabía ni qué hora era, su tocayo prácticamente 
lo había obligado a detenerse para descansar un poco, eran ya muchas horas cabalgando 
pero no quería detenerse para no perder tiempo; cuando desmontó, el movimiento de 
pasar la pierna sobre el lomo de su cabalgadura fue torpe y doloroso, le pareció 
que sus piernas estaban medio anquilosadas, como trabadas, le dolían las articulaciones 
de la cadera y las posaderas y las rodillas casi le flaquearon; se frotó las nalgas 
y se estiró todo lo que pudo.
Apenas si comieron, de pie, un pedazo de pan 
y una presa de pollo, pequeña; su cuerpo agradeció los pocos minutos que permanecieron 
detenidos, especialmente cuando hizo unas flexiones y estiramientos de rodillas 
y piernas; sentía dolorida la parte lumbar y aunque la cintura le pedía descanso 
a gritos él se empeñó en continuar de inmediato, su tocayo, el Teniente Gobernador 
, desistió en su intento por convencerlo de descansar unos minutos más pues sabía 
que era inútil, Gutiérrez solamente deseaba continuar, sin descansar si fuera posible, 
para llegar cuanto antes a la civilización y pedir ayuda para su subordinado y amigo, 
una fuerza interior parecía empujarlo sin tregua.
En las tinieblas de la 
noche le pareció ver el titilar de unas lucecitas amarillentas.
     
- Daniel - exclamó Gutiérrez – mira esas luces, ya estamos cerca.
     
- No tocayo, todavía estamos lejos, parece cerca pero nos falta más de una hora
     - ¿Más de una hora? ¡No puede ser! No estamos tan 
lejos - Gutiérrez, impaciente, se sintió molesto, desilusionado
     
- De noche es así tocayo, tenga paciencia.
Por fin, efectivamente más de 
una hora después llegaron a Tamborillo, un villorrio apenas más grande que Peñas 
Blancas. Se dirigieron directamente al lugar donde habían tres camiones estacionados, 
uno al lado del otro, frente a la puerta, abierta de par en par, de un almacén iluminado 
por una lámpara que funcionaba con gasolina gasificada cuya mecha parecía una gasa 
que arrojaba una luz blanca y brillante; muchos bichos revoloteaban muy cerca en 
locas evoluciones chocando con el cristal y a veces con la ardiente tapa metálica, 
entonces caían achicharrados; la alfombra formada por los pequeños cadáveres de 
los insectos indicaba que hacía ya unas horas que la lámpara había sido encendida.
En una de las esquinas cuatro hombres jugaban a las cartas con unos naipes grasientos 
y arrugados; cuando Gutiérrez, con su aspecto casi de bandolero, se acercó a la 
mesa los hombres se pusieron tensos.
     - Buenas noches 
señores - saludó el capitán - ¿Alguno de los camiones va a salir ahora, quien es 
el chofer?
- Nosotros no vamos a salir, recién hemos llegado - el sujeto que 
había contestado volteó a mirar sus cartas y prosiguió casi desentendiéndose de 
Gutiérrez - la carga la bajamos mañana, pregúntele a él - hizo un gesto hacia otra 
mesa que estaba en el otro extremo de la habitación, ocupada por dos hombres - él 
sale mañana
Los dos Danieles se acercaron a la pareja de camioneros, estaban 
tomando una sopa que parecía ser de gallina, en platos que repletos de fideos, papas 
y una pierna de pollo; la mesa, cubierta con el clásico hule a cuadros blancos y 
rojos, mostraba las huellas de la sopa derramada. Frente a ellos, entre los dos, 
una fuente de humeantes yucas gordas, blancas y algodonosas invitaban a servirse.
     - Buenas noches ¿Alguno es el chofer del camión que 
va a salir mañana? - uno de ellos, gordo, de rostro sudoroso y mal encarado, se 
quedó con la cuchara a medio camino entre el plato y la boca, levantó la cabeza 
y enfrentó a Gutiérrez
     - Sí, yo soy ¿Por....? - 
el gordo sudoroso se lo quedó mirando directamente
     
- Mire, soy capitán de la Fuerza Aérea - Gutiérrez sacó su carnet mientras hablaba 
- he tenido un accidente y necesito que salgamos ahora para..... 
     
- Nooo, yo salgo mañana temprano - lo interrumpió el gordo, sin dejarlo continuar 
- a las cinco de la ma...... - esta vez fue Gutiérrez el que no dejó continuar
El capitán se transfiguró, el gesto y voz amables habían desaparecido, con 
rápido movimiento sacó la pistola y la rastrilló en la cara del gordo sudoroso.
     - ¿No me has escuchado? Soy capitán de la Fuerza Aérea, 
hemos tenido un accidente en un helicóptero y mi gente está herida esperando que 
les lleve ayuda ¿Me entendiste? Vamos a salir ahora ¡Ahorita! ¡Y te voy a denunciar 
por negarte a prestar ayuda a la fuerza armada habiendo vidas en peligro!
     - Pero... pero... mi capitán, claro que lo voy a llevar, 
pero todavía no hemos comido y son bastantes horas, mejor coma usted también y nos 
vamos, siéntese mi capitán, coma con nosotros y después nos vamos.
La carretera 
no era tan mala, estaba en regulares condiciones, aunque de vez en cuando tenían 
que pasar lentamente en algunos baches bastante grandes; el monótono ruido del motor 
y el bamboleo del camión hicieron su trabajo, el cansancio de las muchas horas a 
caballo y la tensión de las últimas horas se apoderó de Gutiérrez, los párpados 
se le caían como si fueran de plomo y por más esfuerzos que hizo por mantenerse 
despierto pronto cayó profundamente dormido.
Sintió que el camión se detenía 
con una violenta frenada que lo lanzó hacia delante hasta casi impactar el parabrisas 
con la cabeza, cansado y amodorrado como estaba, el chofer no escuchó las voces 
de advertencia.
     - ¡Alto...quien vive! - no hubo 
respuesta, el camión siguió avanzando
     - ¡Alto, quien 
vive....identifíquese! - no hubo respuesta, el camión siguió avanzando y el centinela 
rastrilló su arma
     - ¡Alto o disparo! - diciendo 
y haciendo, el centinela disparó al aire; el camión se detuvo en el acto; habían 
llegado al campamento El Milagro, del ejército



	
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola