Anécdotas Aeronáuticas

Ernesto Miguel Burga Ortiz

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TTG FAP Ernesto Burga Ortiz

Segunda Parte - Penas Blancas

Ese día, 24 de octubre, 14 desde el accidente, Gutiérrez se despertó con las primeras luces del amanecer, en silencio volvió la mirada hacia sus compañeros sorprendiéndose al encontrarse con la mirada de Jibaja, se saludaron con gestos de cabeza y se incorporaron sin hacer ruido, apartándose un poco de los camaradas dormidos.

     - Buenos días mi capitán ¿por qué se ha despertado tan temprano?

     - Estoy muy preocupado por Villalobos, que ya estamos en una situación muy crítica, no creo que resista un día más, está de pie depuro macho, se nota que los pies lo están matando, él ni se queja pero veo que ya no da más y no hay ninguna señal.

     - Mi capitán, estoy seguro que ayer he escuchado como golpes, no una sino tres veces, no me puedo equivocar tres veces.

     - ¿Estás seguro? Porque ni el teniente La Rosa ni yo hemos escuchado nada.

     - Estoy completamente seguro, mi capitán, le apuesto que ya estamos por salir, deje que me adelante.

     - Yo también creo que ya estamos por salir, pero mira, seguimos metidos en este monte oscuro que no deja ver bien, ni siquiera pasa el sol, eso es lo que me hace dudar de si estamos tan cerca como creemos. Yo te voy a decir cuándo te vas a adelantar

El cuchicheo de la conversación despertó al teniente que, al verlos ya en pie, se incorporó rápidamente, despertaron a Villalobos y, tras desperezarse, emprendieron la marcha antes de las siete; se notaba el cansancio pero no perdían el ánimo.

Iniciaron la caminata con paso lento, Villalobos no se había recuperado lo suficiente y caminaba con dificultad, sus pies doloridos y la falta de energía le hacían la marcha muy dificultosa, sus compañeros se turnaban para ayudarlo pero aun así el progreso era muy lento, a la media hora tuvieron que detenerse para descansar por diez minutos y luego otra media hora de lento caminar, volver a caminar media hora y descansar, volver a caminar...

A las nueve de la mañana se detuvieron por cuarte vez, Villalobos, y su maleta, seguía atrasándose y retrasando a los demás; Jibaja impaciente se dirigió a Gutiérrez.

     - Mi capitán, déjeme que me adelante para ver si detecto algo que nos ayude, estamos perdiendo demasiado tiempo por gusto....

     - Tomemos un descanso más, después veremos qué hacemos, por el momento debemos permanecer juntos

     - ¡Pero mi capitán, estamos per... !

     - ¡Vamos a permanecer juntos por una hora más!- lo interrumpió Gutiérrez; el suboficial no contestó nada y se apartó mohíno.

Gutiérrez se sentó con el ceño fruncido, La Rosa, que no había escuchado el corto diálogo, se sorprendió de ver el rostro adusto del capitán, él que siempre estaba de buen ánimo, enérgico pero no gruñón, siempre inquieto, vivaz.

     - ¿Qué pasa mi capitán, por qué esa cara? - La Rosa intuyó que algo delicado sucedía

     - Ha llegado el momento que temíamos... Jibaja quiere adelantarse - permaneció en silencio, cavilando - adelantarse, o sea irse... Villalobos ya no da más... Si nos quedamos todos no sirve de nada, débil como está y sin comer nada sólo le queda esperar la muerte, y nada podemos hacer... yo les dije que estábamos juntos en esto, que salíamos todos o no salía nadie... ¿Cuántos días podrá aguantar? No lo puedo abandonar en este monte, como a un perro... a un perro le pego un tiro y listo... ¿Quién se quedaría con él ?... ¡¡ Qué dilema!! ...el que se quede estaría también prácticamente condenado... ¡ Y Jibaja !... me da la impresión que está a punto de insubordinarse... claro él es muchacho y está fuerte, es lógico que quiera avanzar más rápido y estoy seguro que si encuentra ayuda regresaría inmediatamente pero... creo que en cualquier momento se nos larga

     - Mi capitán....mi capitán - ya tenemos veinte minutos aquí, vámonos de una vez – era Jibaja insistiendo

Nuevamente reiniciaron la penosa marcha, poco a poco se fueron espaciando a lo largo de veinte metros, con Jibaja siempre adelante y Villalobos retrasado acompañado por La Rosa que trataba de ayudarlo.

De pronto Jibaja se detuvo en seco, volteó la cabeza en una y otra dirección con las manos haciendo pantalla a los costados de las orejas, Gutiérrez se le acercó intrigado.

     - ¡¡Mi capitán, he vuelto a escuchar golpes como los de ayer!! - estaba excitadísimo

     - ¿Seguro?, yo no escucho ningún golpe ni...

     - ¡Lo he escuchado clarísimo, mi capitán! - parecía un galgo sujeto por la traílla - voy a subir a esa parte alta para oír mejor - diciendo esto partió a la carrera sin esperar respuesta

“Yo estaba seguro que ayer había escuchado golpes, no sé por qué no me hicieron caso, subí corriendo, enredándome y raspándome con las ramas, pero qué me importaba, empecé a escuchar los golpes otra vez y me detuve a escuchar para orientarme, los golpes los sentía diferente sin saber de dónde venían hasta que me di cuenta que lo que estaba escuchando era mi corazón que latía como loco por la carrera; de todas maneras seguí avanzando hasta que encontré unos arbolitos con unos frutitos verdes y rojos que me parecieron que eran cultivados porque en todos esos días no habíamos visto ni uno de esos árboles, y además parecían alineados, así que me eché a la boca dos de esos frutitos rojos, y llamé al capitán Gutiérrez”

Al escuchar los gritos, Gutiérrez subió tan rápido como le fue posible encontrando a Jibaja masticando unas bolitas rojas que este había cogido de unos arbustos cercanos.

     - ¿Qué estás comiendo, estás loco, y si son venenosos?

     - No creo mi capitán, a mí me parecen cultivados... están dulces y ¡¡ Mire mi capitán un árbol de plátanos!!

     - Por aquí hay gente, yo voy a llamarlos para que suban

Gutiérrez empezó a bajar para buscar a sus compañeros, en tanto Jibaja se dirigió hacia la parte más alta, había bajado apenas unos diez metros cuando escuchó unos gritos desaforados.

     - ¡¡Mi capitááán, mi capitááán... nos salvamos mi capitááán, nos salvamos!!

“Cuando el capitán Gutiérrez regresó al escuchar mis gritos, le salí al encuentro para mostrarle lo que había encontrado: una trocha, recién ahí lo vi verdaderamente emocionado, y sonreír, lo que no hacía desde unos días atrás, yo creo que preocupado por Chauchilla, nos abrazamos y creo que hasta gritamos”

     - ¡¡Nos salvamos” “trinche”, nos salvamos!! Voy a traer a La Rosa y Villalobos, tú sigue un poco más la trocha a ver qué encuentras

“El capitán se fue a buscarlos y yo empecé a correr por la trocha, pronto encontré una bifurcación, escogí la del lado izquierdo, no sé por qué, y ahí nomás, cerquita, vi una chocita; preferí no acercarme hasta avisarle al capitán, así que regresé para ayudarlos a subir.

Los encontré ya en los arbolitos esos, y lo que me llamó la atención fue que todos parecían renovados, hasta Chauchilla, con su maleta, caminaba rapidito, cojeando pero rapidito; con el capitán nos adelantamos para ver si había alguien en la chocita pero cuando llegamos sólo encontramos unos montículos de café sin tostar; el capitán se lanzó sobre uno de ellos y se echó como si fuera arena, luego se paró y empezó a lanzar al aire el café, yo hice lo mismo riéndonos a carcajadas, parecíamos locos. Fue muy gracioso.

Pronto apareció una mujer, que nos miró asustada, yo no entendía por qué se había asustado, hasta que me di cuenta que nuestro aspecto era terrible, con las barbas crecidas, el capitán con una pistola y yo con mi overol naranja todo manchado con sangre de grado parecíamos unos bandoleros; el capitán le preguntó si había alguien más, pero como no contestaba le preguntó si hablaba castellano y ella le contestó que no, en castellano, pero que su marido estaba más arriba cortando leña con dos peones.

Salimos del secadero, eso nos dijo la señora que era, y nos pusimos a llamar a su marido a gritos; ahí nomás llegaron el teniente y Chauchilla, y un rato después se presentaron tres campesinos machete en mano en actitud claramente agresiva, el capitán les contó lo que nos había sucedido, les mostramos nuestros documentos y ellos enfundaron sus machetes.

Ya era medio día, así que les pedimos que nos den algo de comer, que les pagaríamos, pero su respuesta nos dejó mudos. Ahí la plata no servía de nada porque no había donde comprar nada, que ellos eran pobres y que no tenían qué darnos. Me quedé impresionado de la pobreza de esa gente, de paso nos informaron que esos frutitos rojos eran... café.

Finalmente nos dijeron que habíamos caído en el cerro Corcovado, y que ellos no nos podían dar de comer pero que ahí “cerquita” había un caserío que se llamaba Peñas Blancas, que ahí conseguiríamos todo y que nos podían acompañar; en realidad sin ellos no hubiéramos podido llegar. Chauchilla parecía haber perdido las últimas fuerzas y los dos peones tuvieron que llevarlo casi cargado, mientras el dueño del secadero le llevaba su maleta. El viaje duró casi tres horas, caminando un poco lento porque había que casi cargar a Chauchilla."


Peñas Blancas era un grupo de apenas unas veinte casas, lo más saltante era la omnipresente cancha de fútbol, los cuatro o cinco perros chuscos, flacos como sus dueños, y unos cuantos pollos y gallinas que deambulaban picando donde les placiera.

La llegada de los forasteros fue por cierto una novedad, no del día sino quizás de sus vidas, el patrón de los campesinos los llevó directamente a una casucha un poco más grande que el resto, en la puerta estaba parada una mujer de edad indefinible, podía tener cincuenta como setenta años.

     - Doña Rosa, ¿está don Domingo Samaniego? Aquí vengo con unos amigos que necesitan comer y descansar

     - No está, pero enseguida viene, pase usted, están en su casa, pasen señores -los cuatro se sentaron alrededor de una mesa rústica, hecha de madera cruda, sobre unos bancos gruesos y pesados hechos igualmente de madera basta, parecía que se trataba de la pulpería del pueblo; a poco de sentarse les trajeron una jarra de guarapo fresco de caña recién molida que les supo a gloria.

Villalobos parecía haberse recuperado como por encanto, porque rápidamente tomó la iniciativa.

     - Señora ¿Señora, pude prepararnos una gallinita?

     - Claro joven ¿Estofada? - por la respuesta parecía que podía prepararla de varias formas, pero a todos les pareció bien la propuesta, sin embargo Chauchilla especificó algo más:

     - Señora, pero con sus papitas, su ajicito y... – se les hacía agua la boca de sólo pensar que iban a tener una comida caliente, la primera en catorce días

Se sentaron a la mesa, excepto Gutiérrez que, siempre dinámico, estaba conversando con unos pobladores fuera de la casa; cansados, casi derrengados, bebieron unos vasos de guarapo fresco, de caña recién molida, mientras discutían las posibilidades de salir el día siguiente a la punta de carretera; Villalobos parecía estar a punto de dormirse, luchaba con el sueño que parecía que lo vencería en cualquier momento pero se recuperó de inmediato en cuanto sirvieron los humeantes platos de estofado de gallina.

Comieron con fruición, con calma, saboreando cada bocado; ellos que habían fantaseado tanto con ese momento, con repetir diez veces si fuera posible y sin embargo aún no habían concluido ese primer, y único plato, y ya estaban satisfechos ¿Se les habrían achicado el estómago? Catorce días comiendo poquísimo eran muchos días.

Apenas si habían concluido cuando Villalobos apoyó la cabeza sobre los brazos y se quedó profundamente dormido, trataron de despertarlo, sin mucha insistencia, pero viéndolo tan agotado decidieron recostarlo en una cama sobre la cual había una frazada y una piel negra, de pelos largos, lo descalzaron y lo cubrieron con la piel que había sobre la cama.

Los tres salieron de la casa, el sol brillaba luminoso en un ambiente tibio, que invitaba al reposo y al sueño; Gutiérrez se dirigió a sus dos camaradas

     - Mañuco, ustedes quédense aquí a descansar, yo me voy a buscar al Teniente Gobernador con los tres peones, voy a buscarlo para pedirle que nos ayude a salir de aquí; dicen que vive a hora y media a pie, así que me voy.

Por primera vez en catorce días se quitaron las botas, el largo tiempo de tener los pies remojándose tuvo sus consecuencias, los pies estaban cubiertos de una capa blanquecina, casi gelatinosa que no sabían cómo manejar; asustados no atinaron a otra cosa que exponerlos al sol para que se sequen.

“Estábamos tomando sol, como lagartos, mirando cómo nuestros pies se iban secando, comentando con el teniente La Rosa algunos de los momentos más difíciles pasados en esos días cuando me acordé de algo que me había llamado la atención”.

     - Mi teniente ¿Su esposa se llama Amalia? - La Rosa, intrigado, volteó a mirarme

     - Sí ¿por qué?

     - Es que mi señora se llama Amelia, y me llamó la atención el parecido

     - Hugo - esta vez me llamó por mi nombre – esto que nos está sucediendo es casi un milagro, del accidente salimos ilesos, y mira cuántas cosas nos han pasado en el camino, la bendita cascada esa en la que casi soltamos a Chauchilla porque el cable nos cortaba las manos, el Chauchilla mismo que ya no quería ni comer, que ya no hubiera podido caminar un día más y justo nos encontramos con esta gente que nos está ayudando

     - Hugo, ya no me digas “mi teniente”, desde ahora debemos tratarnos de “hermanos” y como hermanos, mira todo lo que nos ha pasado y aquí estamos, vivitos y completos, es casi un milagro ¿Sí o no?

     - Sí, hemos tenido mucha suerte; cada uno tiene su hora, eso es cierto

     - Claro que hemos tenido mucha suerte, yo soy devoto de la Virgen y cada noche le rezaba un rosario pidiéndole que nos ayude a salir con bien y que cuide a mi Amalia y a mi hijita; ya no nos falta nada

Después nos quedamos dormidos, y yo soñando con mi Amelia”

“El capitán se había ido a pie a la casa del Teniente Gobernador, acompañado de los tres campesinos de la chacra de café; había ido como a las cuatro de la tarde y ya eran casi las siete de la noche y no regresaban, el teniente y yo estábamos preocupados ya.

Estábamos preguntando quien podría acompañarnos a buscarlo, cuando a eso de las siete y media se escuchó que llegaban unos caballos y unas voces medio desentonadas cantando a voz en cuello; era el capitán acompañado del Teniente Gobernador, que había resultado ser su tocayo, lo cual fue motivo para que se tomen unas copitas de cañazo, y de paso ponerse de acuerdo para el viaje a Bagua.

Al día siguiente, 25 de Octubre, estuvimos en pie a las seis y media de la mañana, tomamos desayuno los cuatro juntos que fue cuando el capitán le comunicó a Chauchilla su decisión de que se quedara hasta que viniera alguien a recogerlo; Villalobos trató de convencer al capitán para continuar todos juntos pero el capitán fue inflexible, Chauchilla, y su maleta, se quedaría.

A las siete partimos, a pie, a la casa de Daniel Segundo Herrera, Teniente Gobernador de San José del Alto, Provincia de Jaén; nos estaban esperando con un buen desayuno, que no pudimos desairar, así como con fiambres para todos y caballos; seríamos cuatro los de la partida, el teniente gobernador, el capitán Gutiérrez, el teniente La Rosa y yo”.



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