Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz

Las nubes habían descendido más, a pocos metros sobre sus cabezas 
y la humedad se hacía notar; se sentaron alrededor del fuego para cenar el único 
menú disponible, sardinas, queso, galletas de soda y fruta al jugo.
La conversación 
se centró en la necesidad de buscar agua a como diera lugar; una primera idea fue 
cavar unos hoyos para tratar de que se almacene algo de agua y luego hervirla antes 
de beberla, pero era obvio que esa era una solución parcial, de emergencia, era 
necesario pensar en otra alternativa.
Pasados unos minutos se quedaron ensimismados 
en sus pensamientos y cayeron en pesado silencio hasta que Gutiérrez se puso de 
pie, se alejó unos pasos en la oscuridad y encendió un cigarrillo; intermitentemente 
se avivaba la brasa del cigarrillo cada vez que el capitán daba una pitada. 
Se alejó de la fogata al tiempo que sacaba su cajetilla de cigarrillos, le quedaban 
pocos, seis o siete, no más. Cavilaba sobre lo sucedido, nunca se imaginó que siendo 
piloto de caza se encontraría en ese trance, accidentarse en helicóptero, en un 
lugar perdido, desconocido. Había seguido la navegación pero no sabía dónde se encontraban 
exactamente Lo único claro, hasta ese momento, era que se encontraban al este de 
la cordillera ¿Alguien los habría visto? Ojala. Durante el planeo no tuvo tiempo 
para mirar los alrededores, su atención había estado puesta en el lugar donde caerían; 
afortunadamente los cuatro estaban ilesos, ninguno había resultado herido. 
Desde el momento del accidente había asumido la grave responsabilidad de velar 
por la integridad de los cuatro tripulantes y mantenerlos unidos y con la moral 
alta hasta que los rescataran ¿Y si no nos ubican? - pensaba Gutiérrez en silencio 
- ¿Cuánto tiempo debemos esperar antes de tratar de salir por nuestros propios medios? 
mañana haremos un buen reconocimiento del terreno para decidir qué hacer; por el 
momento respetaremos la regla principal en caso de accidente “Permanecer lo más 
cerca posible de la aeronave accidentada” La aeronave es más grande y visible que 
las personas, no solo por el tamaño sino también por el color anaranjado que destaca 
sobre el terreno.
La Rosa permaneció sentado cerca de la fogata, la casaca 
le daba suficiente abrigo y no sentía frío pero el calor de las llamas le resultaba 
agradable; una y otra vez le daba vueltas en la cabeza la misma pregunta ¿Hubiera 
sido mejor esperar una hora más para partir? - se frotó los ojos, como si tuviera 
sueño - Tal vez hubiera sido mejor para cruzar la cordillera pero, si hubieran tenido 
que aterrizar en El Milagro ¿No se les hubiera hecho tarde para continuar a Lima? 
- dobló las rodillas y se abrazó las piernas - en Chiclayo igualmente no hubiéramos 
tenido cómo arrancar motores y hubiéramos tenido que continuar a Lima de todas maneras, 
o apagar y esperar que les envíen baterías, que no hay ¿entonces? - permaneció en 
esa posición, en silencio, sin moverse, cavilando.
Villalobos y Jibaja conversaban 
en voz baja, al parecer querían mantener cierta discreción.
     
- Es cierto lo que te digo, anteanoche tuve una pesadilla de lo más rara, yo muy 
pocas veces tengo pesadillas y las peores son esas en que aparece mi suegra, felizmente 
eso no pasa a cada rato - Jibaja, el segundo mecánico, que lo había estado escuchando 
atentamente, se dio cuenta que era una broma del técnico - lo malo es que no me 
acuerdo qué fue lo que soñé - concluyó.
     - Entonces 
pues mi técnico ¿Qué tiene que ver su pesadilla, esa que no se acuerda, y la plantada 
de motores?
     - Nada pues, sólo te estoy contando 
ja ja ja - se rió Villalobos
     - No se pase pues mi 
técnico, yo prestándole atención a lo que me cuenta y resulta que eso no tiene nada 
que ver, se pasó mi técnico - parecía medio molesto. 
     
- Oye “trinche” - dijo Villalobos, en tono serio - hemos salido sanitos del forzoso, 
el palo ese casi me atraviesa y tú te pones serio por una broma; hoy estamos aquí, 
sanos, mañana veremos si nos están buscando o qué sé yo. - Hizo una pausa, como 
pensando lo que iba a decir - Te apuesto a que el capitán está pensando qué es lo 
mejor que podemos hacer, espérate y vas a ver ¿Por qué crees que no ha dicho nada 
todavía?
     - No sé, mi técnico - se quedó en silencio 
un momento y luego preguntó - Mi técnico ¿Vio la cicatriz que tiene el capitán? 
Primera vez que se la veo ¿Qué la habrá pasado?
     
- A ti qué te importa - Jibaja guardó silencio
A poco el capitán se dirigió 
al helicóptero, solo, tras de él fueron los otros tres camaradas; cada uno ocupó 
el lugar que había preparado en la amplia cabina, y se prepararon para dormir. El 
sueño no llegaba, sin embargo. Habían sucedido muchas cosas en las últimas horas 
transcurridas desde que se levantaron a las seis de la mañana. Por un buen rato 
se escucharon los ligeros ruidos que causaban los cuatro insomnes; esa primera noche 
sería larga y agotadora, cada uno, en el lugar escogido, se revolvían en silencio; 
poco a poco, uno por uno fueron cayendo en inquieto sueño. Había terminado el primer 
día.
Gutiérrez, aunque estaba con los ojos abiertos no podía ver nada, la 
obscuridad era absoluta, por un rato escuchó a sus camaradas revolviéndose inquietos 
tratando de encontrar una posición cómoda, o al menos que les permitiera dormir; 
el silencio se hizo total y su pensamiento voló a su casa, a su familia, en inquieto 
duermevela.
En su imaginación vio a Betty, nuevamente de colegiala, sonrió 
recordando las peripecias de la época de enamorados, lo afable que era su suegra 
y la fría cortesía de su suegro y el contraste de estaturas, ella muy alta y él 
más bien bajo ¿Lo habrían fastidiado mucho sus compañeros? Seguro que sí, ellos 
son los primeros en tomarles el pelo a los amigos. Y quién creyera que la nana de 
Betty, que en esa época lo fastidiaba tanto se había vuelto su incondicional, cuando 
se casaron ella decidió acompañarlos porque no podía dejar sola a “su niña”, Betty 
seguía siendo su adoración, y más aún sus hijos, Danny no sabía quién de las dos 
los engreía más ¿Cómo estarán los chicos? ¿Qué les habrá dicho Betty? Los tres están 
tan pequeños todavía, mi “negrita” tiene apenas cuatro añitos, Javiercito menos 
todavía, pero Danielito ya tiene cinco y se da cuenta de todo ¿Cómo estará mi mamá? 
Seguro que va a Misa todos los días a rezar por mí, y buena falta que me hace ¿Y 
mi papá? ¿Cómo seguirá con su asma? El, que es tan parco, debe estar sufriendo en 
silencio, por lo menos mi mamá conversa con mis hermanas, pero mi papá ¿Nos encontrará 
rápido? ¡Ojala! Yo creo que tal vez sea mejor intentar salir caminando, los cuatro 
estamos ilesos, si seguimos la quebrada vamos a encontrar gente, o la carretera.
Por momentos se veía en el colegio, luego en Talara con Cleopatra, el puma hembra 
engreída del coronel que caminaba libre por donde se le antojara y cuya diversión 
era treparse a un arbolito cercano al edificio y con las zarpas quitarles la gorra 
a los desprevenidos que pasaban por debajo ¿Habrá pumas por acá? Sólo tengo mi pistola. 
Ese año regresé a Lima para ser instructor de cadetes.


	
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola