Anécdotas Aeronáuticas

Ernesto Miguel Burga Ortiz

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TTG FAP Ernesto Burga Ortiz

Segunda Parte - La Partida




Unas hojas que flotaban en el aire parecían hacer cabriolas. Por un instante hubo silencio, quietud, asombro; el tiempo parecía haberse detenido, para luego desatarse el frenesí, manos que vuelan a soltarse las hebillas, gritos que se confunden con otros gritos, movimientos atropellados

El helicóptero había quedado inclinado hacia la izquierda y con la nariz pronunciadamente hacia arriba, de modo que la puerta quedó a tres metros del suelo, en medio de plantas de poco grosor pero abundantes, típica vegetación de las zonas altas.

Se descolgaron uno por uno, primero el ingeniero, Villalobos, que había estado más próximo a la puerta, luego el copiloto, capitán Gutiérrez y finalmente el teniente La Rosa, piloto del helicóptero; se alejaron rápidamente unos metros pero al percatarse que faltaba el segundo mecánico retornaron y empezaron a llamarlo a gritos, no parecía haber peligro de incendio así que se prepararon para regresar a buscar al suboficial Jibaja, La Rosa y Villalobos empezaban a ayudar a Gutiérrez a alcanzar la puerta cuando apareció Jibaja, pálido pero aparentemente indemne.

Rápidamente lo ayudaron a bajar y, sin decirse una sola palabra, los cuatro se abrazaron fuertemente, en silencio, después de unos segundos se soltaron y empezó el parloteo.

     - ¿Qué te pasó, por qué no salías, estás bien? - Gutiérrez lo interrogaba con interés

     - Me he desmayado con el golpe, mi capitán, pero estoy bien, sólo me he golpeado las piernas pero no tengo nada más

     - A ver, déjame ver, no vaya a ser que sea más serio de lo que dices - Gutiérrez, por primera vez, se quitó los anteojos ahumados dejando ver fea cicatriz que le deformaba ligeramente la ceja derecha, elevándola.

Jibaja se quedó sorprendido, hacía ya muchos días que eran tripulación y nunca había visto al capitán sin sus anteojos ahumados, entonces comprendió la razón; se remangó las piernas del pantalón, los hematomas parecían ser superficiales, menos uno que era evidentemente más extenso pero sin mayor complicación.

Luego de asegurarse de que los cuatro estaban bien volcaron su atención al helicóptero, recién se percataron de que el aparato no había rodado hacia abajo porque un tronco lo atravesaba completamente, como a un grillo gigantesco; había ingresado en sentido oblicuo, de adelante hacia atrás y casi rozando el asiento de “Chauchilla” precisamente por el lugar que momentos antes ocupaba Jibaja; se miraron unos a otros...

     - ¿Qué tienes? ¿Estás temblando o me parece? - Gutiérrez se rió - Chauchilla ¿Y tú también?

     - ¿Ah, yo nomás? - todos se rieron un rato, disipando la adrenalina.

Poco a poco se fueron calmando y empezaron a comentar lo sucedido.

     - Mañuco, me has hecho “quemar” (preocuparse) con esa auto-rotación, de buena nos hemos escapado

     - Hemos tenido suerte de encontrar un sitio más o menos aparente, mi capitán, mi preocupación era que nos rodáramos.... con tanto combustible a bordo.....

     - ¿Han visto el tronco que ha atravesado el helicóptero? ¡Eso es lo que nos ha aguantado!

     - ¡Ese tronco casi lo agarra a usted mi técnico! - intervino Jibaja

     - ¡Chauchilla, ibas a terminar empalado! - dijo La Rosa - o tú Jibaja, como anticucho si no te ibas para atrás; estuvimos con suerte - Se rieron exageradamente, con risa nerviosa.

La conversación se prolongó por un rato, hasta que Jibaja se levantó y se puso a dar vueltas alrededor del helicóptero, luego subió a la cabina.

     - Chauchilla, he visto que te persignabas ¿De quién eres devoto? – preguntó Gutiérrez

     - Soy hermano y cargador del Señor de los Milagros, mi capitán, desde hace muchos años

     - Claro, he visto que tienes un detente de color morado

     - Así es mi capitán, ahora estamos en Octubre, mes morado, y ya viene el día en que sale el Señor en procesión; ojalá llegue a tiempo para cargar

     - ¿Qué día sale la procesión?

     - El dieciocho mi capitán; después de éste susto ojalá llegara a tiempo para agradecerle al Señor la suerte que hemos tenido - el capitán no añadió palabra, se quedó como ensimismado por unos segundos
- Bueno, se acabó la fiesta, vamos a organizarnos antes que nos gane la hora; tenemos que tomar las previsiones para dormir esta noche - el capitán Gutiérrez empezó a organizar las acciones - con toda seguridad que ya nos declararon en emergencia pero no creo que nos busquen hoy día, además que está tapado y no nos verían. ¿Tú qué dices Mañuco?

     - Estoy de acuerdo, mi capitán, no creo que nos busquen hoy día, nadie nos ha contestado cuando hemos reportado los puntos de chequeo, así que no sabemos si nos han escuchado siquiera

     - Escuchen; hagamos una evaluación de la situación, los cuatro estamos ilesos, no tenemos ni un rasguño, si bien yo tengo el mando debemos intercambiar ideas para decidir lo más conveniente, cada uno debe aportar lo que pueda, somos tripulación, empezamos esto juntos y juntos vamos a salir de esto. Empecemos de una vez ¿Quién tiene alguna sugerencia? - Gutiérrez habló con determinación. Era el jefe el que estaba hablando.

     - Mi capitán, creo que sería conveniente ver la condición del equipo de radio para estar listos a comunicarnos en cuanto escuchemos algún motor - dijo el teniente La Rosa, y luego, viendo que el capitán asentía con la cabeza, se dirigió al ingeniero de vuelos - Chauchilla, revisen los cables, no vayamos a tener chispas y se incendie el “fierro”, ahí sí que nos fregamos porque no tendríamos dónde guarecernos.

     - De acuerdo, vayan a revisar el cableado del radio

El terreno era bastante más irregular de lo que parecía, la vegetación era mayormente de arbustos y árboles de poca altura en nada comparables con los de la selva baja, de las ramas más gruesas colgaban, como flecos, las que parecían raíces aéreas, además de plantas parásitas y musgo, lo que daba un aspecto algo tétrico.

Gutiérrez y La Rosa se alejaron dirigiéndose a una zona algo más despejada pero de gradiente más pronunciada, alfombrada de pequeñas plantas apenas húmedas y árboles retorcidos; ascendieron casi media hora para tener un panorama más amplio de la zona donde se encontraban.

     - Mira, hemos subido sólo un poco y fíjate, apenas si se ve el helicóptero; creo que no va a ser fácil que nos ubiquen - La rosa asintió con la cabeza, pero no hizo comentario alguno.

Ambos técnicos revisaron minuciosamente los cables, aislaron todos los otros circuitos con la idea de no tener fugas de corriente y aprovechar al máximo lo que pudieran dar las baterías; improvisaron un soporte para la antena y encendieron el VHF, no escucharon ninguna comunicación, por lo que supusieron – optimistamente - que el equipo de radio estaba bien pero que no había ninguna aeronave en los alrededores; esperarían a escuchar algún sobrevuelo, que casi seguramente sería al día siguiente, antes de encender el radio.

A las tres de la tarde, Jibaja se apareció con unas latas que había sacado de la cabina del helicóptero, sardinas, mantequilla, queso, fruta al jugo y jamón; comieron con fruición, las horas transcurridas desde el desayuno, la tensión del vuelo y el susto del aterrizaje forzoso parecía haberles estimulado el apetito, pero también la sed y no tenían para beber más que el jugo de las conservas.

Al caer la tarde, por encontrarse en la cara este de la montaña, las sombras empezaron a crecer rápidamente, hicieron una fogata aprovechando el combustible, cartones y algunas ramas que parecían estar secas pero que no sirvieron para el propósito, echaban algo de humo y se consumían sin arder.

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