Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
Conforme iban alcanzando mayor altura, menor era el régimen de
ascenso y más lentamente ganaban los pocos metros que necesitaban para mantenerse
fuera de las nubes, sólo por momentos alcanzaban a estar apenas sobre el tope y
pronto se encontraron definitivamente sin visibilidad.
Angustiosamente el
piloto, el teniente La Rosa, levantó ligeramente la nariz del helicóptero con la
esperanza de ganar algo más de altura y salir de las nubes, ya habían alcanzado
los 4,500 metros que era el límite de operación de los motores; ante la necesidad
de no sobrepasar esta altitud inició un suave viraje hacia la derecha, hacia donde
parecía que las nubes estaban algo más bajas, cuando dos luces de color ámbar empezaron
a titilar en el panel derecho, al lado del copiloto.
- ¡¡Mi técnico, el limitador!!
- gritó Jibaja, segundo mecánico, que estaba de pie a espaldas de Villalobos, al
ver las luces que indican que los motores han alcanzado su límite de temperatura;
no tuvieron tiempo de decir nada, ambos motores se apagaron y la nariz del helicóptero
giró violentamente hacia la derecha; apenas si se oía la rotación de las enormes
palas.
- ¡¡Auto-rotación!! - exclamó el teniente
La Rosa, al tiempo que controlaba la máquina
Empezaron a descender dentro
de las nubes, hilillos de agua corrían sobre el parabrisas, guiándose solo por los
instrumentos el piloto se concentró en mantener el control del helicóptero; el ingeniero
de vuelos se movió con rapidez y precisión.
- ¡Tranquilos,
todavía estamos en el valle! - se escuchó la voz del piloto
- ¡Vete atrás Jibaja! - ordenó, enérgico, el ingeniero de vuelos, y continuó - Manetas
de combustible, cortadas........ switches de generadores, cortados......... switches
de baterías, cortados......, interruptores eléctricos, cortados.......- su voz era
calmada, sin estridencias, precisa
El copiloto, Gutiérrez, abrió más los
ojos y estiró el cuello, como si esos pocos centímetros le ayudaran a perforar las
nubes; antes de quince segundos, que les parecieron una eternidad, empezaron a percibir
el verdor de la vegetación y salieron de las nubes; se encontraron descendiendo
sobre los contrafuertes de la cordillera en terreno ondulado de colinas boscosas
dentro de una quebrada angosta.
Estando ya en contacto visual y con el helicóptero
bajo control, Gutiérrez empezó a lanzar por radio la llamada de emergencia, el tiempo
le alcanzó para lanzar la llamada de auxilio hasta por dos veces antes de prepararse
para el contacto final ¿Lo habrían escuchado?
Estaban enfrentados a la pendiente
del lado norte, demasiado cerca y con mucha velocidad como para hacer un arborizaje
con éxito; el piloto levantó la nariz del helicóptero y al sobrepasar la cumbre
se encontró ya en otra quebrada algo más abierta, giró hacia la parte interna de
la quebrada, cuesta arriba. No había terreno plano a la vista, de manera que no
había otra opción que prepararse para arborizar; nuevamente la cabina quedó en silencio,
el copiloto y el ingeniero de vuelos se mantuvieron callados mientras el piloto
ejecutaba el planeo escogiendo el lugar que le parecía más apropiado y daba las
órdenes finales.
- ¡Ajústense bien los arneses!
¿Todo apagado? - preguntó el teniente
- ¡Todo apagado!
- respondió el ingeniero
El piloto se mantuvo sereno y calmo en todo momento,
con la situación bajo control, escogió su punto de contacto, una ladera de unos
30 grados de inclinación cercana a la cumbre, con poca vegetación y salpicada de
árboles delgados.
- Chauchilla, vamos a entrar en
esa ladera
- Ahí está bien Mañuco, ese sitio está
bien ¡¡ Tú la tienes!!
- ¡¡Ahí vamos!! - su voz
era firme, sin dudar. Al encontrarse en una situación de emergencia, en el medio
de la nada y la inminencia de un de grave peligro, afloró la confianza mutua del
profesional y amigo y se olvidaron de los grados.
Mientras descendían planeando
el ingeniero de vuelos pensaba que si las baterías hubieran estado buenas hubieran
podido, por lo menos, intentar un arranque en el aire, habían tenido tiempo suficiente,
pero no era momento de para pensar en otra cosa que no fuera la emergencia.
Planeando en medio de ominoso silencio ya no había más que hablar y apenas si
se escuchaba el girar del rotor principal, parecía que estaban flotando; enfrentaron
el punto para el planeo final y se prepararon para el contacto. La hora, las 11:40...
Las preguntas se arremolinaban en su cabeza ¿Chocarán las palas? ¿Si chocan,
golpearán la cabina? Si el rotor se va hacia adelante fácilmente puede rebanar toda
la cabina de tripulantes, ya antes había ocurrido en otros lugares ¿Rodará el helicóptero?
las preguntas y temores surgían uno tras de otro. Tenemos los tanques dentro de
la cabina, y si nos volteamos o rodamos nos podemos incendiar aunque haya apagado
todo el sistema eléctrico; los motores están muertos y no hay peligro de temperatura,
pero sí de chispa por choque de metal con metal.
Se aproximaron a tierra
y el piloto, con mano exquisita, disminuyó suavemente la velocidad y descendió vertical,
con maestría; un sacudón, el golpeteo de las palas al chocar con ramas, una explosión
de hojas que salían volando, un ligero deslizamiento y ¡¡Eso fue todo!! Apenas si
se sintieron unos ruidos amortiguados cuando se posaron sobre la vegetación achaparrada
y húmeda.
“Yo estaba parado detrás del técnico Villalobos, Ingeniero
de Vuelos, se notaba que el helicóptero estaba como “colgado”, medio inestable,
con poca velocidad y poca potencia, pero pensé que pronto estaríamos volando sobre
la nubes.
De pronto se encendieron las luces del limitador de ambos motores;
casi no tuve tiempo de advertir al ingeniero cuando la nariz del helicóptero giró
fuertemente hacia la derecha y yo me encontré volando dentro de la cabina, aferrado
a la puerta de acceso a la cabina de tripulantes.
Comprendí que estábamos
planeando en auto-rotación y que debía prepararme para el impacto, traté de dirigirme
hacia la cola, lo más atrás posible, pero me era imposible poner pie firmemente,
continuaba como flotando dentro de la cabina; en determinado momento sentí que el
helicóptero iniciaba un ascenso, lo que me permitió apoyarme firmemente por unos
segundos; rápida, desesperadamente, traté de correr hacia atrás buscando un lugar
aparente cuando nuevamente me sentí flotar por unos segundos, luego la presión contra
el piso al momento en que el piloto vuelve a levantar la nariz antes de chocar.
Mi siguiente recuerdo es escuchar a lo lejos unas voces que me llamaban y que
cada vez se hacían más nítidos hasta convertirse en gritos, volví a la realidad
de la emergencia, me palpé rápidamente pero no sentí que tuviera nada roto, apenas
si tenía un poco de dolor en las piernas; me incorporé y me dirigí a la puerta de
salida que estaba abierta; abajo, mis compañeros me seguían llamando a gritos mientras
se preparaban para subir hacia la puerta que había quedado casi a tres metros del
suelo, me descolgué con su ayuda y nos confundimos en apretado abrazo dando gracias
a Dios porque estábamos vivos e ilesos”.
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