Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
Por: Cadete de Cuarto Año FAP Juan J. Reyes G.
Todo empezó en Octubre del 74, en el campamento de la compañía
AMOCO en Requena, era más o menos las ocho de la noche cuando el radio operador
le comunicó al Técnico “Chauchilla” Villalobos que debía acercarse a la estación
de radio para recibir órdenes de Lima.
- ¿Qué pasa
que me están llamando, hay algún problema, no pueden vivir sin mí? – preguntó Villalobos,
con su proverbial buen humor.
- No sé para qué,
sólo me han dicho que te llame - respondió el radio operador, sonriendo.
- Barra 4, barra 4, Tco. Villalobos presente en la estación - llamó por el micrófono,
por unos segundos no hubo otra respuesta que el crepitar en los parlantes
- Chauchilla, aquí el Jefe de Mantenimiento.
- Adelante mi mayor, buena noche.
- Hola, buenas noches; escucha - hizo una pausa - Mañana debes pasar a Iquitos,
y si hay algún vuelo continúas de inmediato a Intuto; vas a ser el ingeniero de
vuelos del MI – 8 633 - hizo otra pausa, como pensando - hay que traerlo a Lima
para su inspección; el piloto es el teniente La Rosa, cambio y corto.
- Comprendido mi mayor, buenas noches - La orden estaba dada, al día siguiente partiría
a Intuto y de ahí a Lima. Felizmente, pensó, no me han alargado la comisión, estos
zancudos me tiene harto.
- ¿Qué tripulación está
en el 633? - preguntó al radio operador.
- Está
el teniente “Mañuco” La Rosa, el colorado, el hijo del “Pucacuro“, con el capitán
Daniel Gutiérrez de copiloto y un “trinche” (bisoño) el suboficial Jibaja.
- ¿Gutiérrez, qué Gutiérrez? - No recordaba a ningún
Gutiérrez.
- Casi de su talla, buena gente, le dicen
“Danny” – Hizo una pausa - no lo conoces creo, es un piloto de Mirage, moreno, de
nariz delgada.
- A mí no me tocaba hacer ese traslado
¿Quién estaba de ingeniero de vuelos en ese fierro?
- El técnico Gastón, pero escuché que ya tiene muchos días en el monte y está regresando
a Lima vía Iquitos.
- ¿Y yo “pago pato”? Ya tengo
hasta mi pasaje reservado; no me gusta eso de cambiar tripulación a última hora.
El Twin Otter acuatizó en la boca del Tapiche, un río de aguas negras y
tan tranquilas que parecían inmóviles; abordó el avión, que regresaba a Iquitos,
y se puso a conversar con el mecánico; ese día ya no había vuelo a Intuto, tendría
que esperar un día en Iquitos.
Después de almuerzo se dirigió al hotel en
el que estaba alojado para asearse y salir a comprar las cosas de siempre, mantequilla
Red Feather, queso holandés de bola que tanto les gustaba a sus hijas, jabones Phebo
para la señora y sardinas españolas para sus piqueos; en fin, pequeños engreimientos
para la familia.
Cuando llegó a su habitación la encontró caliente como un
horno, al salir se había olvidado de dejar abiertas las ventanas y ese era el resultado;
pronto empezó a sudar, se metió bajo el agua de la ducha esperando refrescarse pero
no encontró alivio. En ropa interior se tendió sobre la cama para descansar un poco
antes de salir al bochorno de las encementadas calles de la ciudad; mientras reposaba
pensó que nunca se acostumbraría al calor, en Chincha, donde nació, también hacía
mucho calor, y ni se diga de Talara donde había prestado servicio por unos años,
además como tripulante de helicópteros había estado en diversos lugares de la selva
y siempre le parecía, donde se encontrara, que en ese lugar sentía más calor que
nunca.
Después de unos minutos se puso de pie, colocó su maleta sobre la
cama y sacó la ropa que usaría esa tarde; su ropa americana, el sonido del cierre
y la textura del nylon de la maleta le traían recuerdos de los buenos momentos pasados
en Estados Unidos, su estadía de siete meses para capacitarse en el Twin 212 había
sido ciertamente provechosa y placentera, como lo demostraba también los kilos ganados
y que ya no había logrado bajar ¿Sería por eso que sentía tanto calor? Quien sabe,
allá estaba todo el día con aire acondicionado, comiendo más de la cuenta y sin
actividad física.
Empezó a vestirse con calma mientras cavilaba sobre la
misión asignada, hacía como dos años que volaba solamente Twin y ahora lo designaban
para trasladar un MI-8, claro que no era ningún misterio, él había recibido instrucción
de los rusos directamente y fue seleccionado por ellos mismos para cumplir la primera
misión con tripulación peruana, también lo habían calificado como instructor, así
que por conocimientos y experiencia no quedaba; tal vez por eso el Jefe de Mantenimiento
lo había designado para ese traslado. De todas maneras no le gustaba la misión.
Como el día anterior, el avión que lo transportaría a Intuto era
un Twin Otter del Grupo Aéreo 42 que le daba servicio a Petro Perú; salieron un
poco retrasados por razones del clima pero a las ocho ya estaban en el aire; el
vuelo fue tranquilo, sobre el colchón de nubes bajas y lluviosas que se extendía
hasta sabe Dios donde.
Aterrizaron en Intuto, en el aeródromo de tierra sobre
la margen del río Tigre y rápidamente se estacionaron muy cerca al campamento, entre
la gente que acudió a recibir los pasajeros y bajar la carga distinguió al teniente,
el “colorado” Manuel La Rosa, y a su costado un oficial también en overol de vuelo.
El contraste entre ambos era hasta cierto punto gracioso, mientras La Rosa era de
piel blanca, casi rosado, el oficial a su lado era trigueño y más bien bajo de estatura,
estaba con las mangas remangadas, tenía puesto el jockey y calzaba anteojos ahumados
aunque en realidad no los necesitaba porque no había sol.
- Hola “Chauchilla”, el capitán Daniel Gutiérrez - dijo el Tnte. La Rosa, señalando
al capitán.
- Buenos días, mi capitán, soy el técnico
Alfonso Villalobos Mansilla. Ingeniero de vuelos de MI-8 - se cuadró marcialmente.
- Hola, buenos días ¿Mañana nos vamos a Lima?
- Supongo que sí, mi capitán, voy a revisar el “fierro”
(helicóptero) y le informo.
Desde el comienzo hubo una corriente de simpatía
entre ambos, su expresión franca y sus ojos vivaces infundían confianza, pensó que
podrían conformar una buena tripulación y trabajar en equipo. El tiempo confirmaría,
con creces, esa primera impresión.
- Bueno, el teniente
dice que confía en ti, así es que ¿Qué voy a hacer pues? Tendré que confiar nomás
- dijo en tono y actitud de broma, riéndose y rompiendo el hielo del primer contacto.
- ¿No le ha gustado Intuto, mi capitán? - preguntó,
siguiendo la broma mientras caminaban hacia el campamento.
- No es eso, la experiencia de volar con ustedes es excelente, bueno no tanto, pero....
la comida es buena - sonreía mientras hablaba - el alojamiento no será el de un
centro vacacional pero es suficiente, el personal.......
- ¿Entonces pues, mi capitán? ¿De qué se queja? Si quiere dejo el “fierro” inoperativo
un par de días y..... -el tono de chanza empleado hizo sonreír al capitán-
- ¿Estás loco? ¡¡ Los zancudos relevan a los mosquitos
esos de la “manta blanca” a las seis de la tarde, y uno tiene que estar metido en
el comedor hasta la hora de acostarse!!! - Siguieron conversando y riéndose hasta
llegar a las instalaciones del campamento.
Quince minutos después Chauchilla
se acercó al rechoncho helicóptero; la amplia cabina, equipada con 24 asientos laterales,
tipo militar, llevaba dos tanques auxiliares para 915 litros de combustible cada
uno; por lo demás estaba prácticamente vacía, apenas unas cuantas cajas pequeñas
y nada más. La cabina de tripulantes, desocupada en ese momento, contaba con asientos
para piloto, copiloto y, al medio de los dos, un asiento para el ingeniero de vuelos,
cuyo respaldo era la puerta de acceso a la cabina de pasajeros.
El segundo
mecánico, un joven suboficial, se cuadró e hizo el saludo militar permaneciendo
en atención; en la mano izquierda sujetaba una libreta de mantenimiento.
- Buenos días mi técnico, soy el suboficial de tercera Hugo Jibaja Mendizábal, segundo
mecánico del helicóptero 633.
- Hola “trinche“(bisoño)
yo soy el técnico Alfonso Villalobos Mancilla.
-
Sí lo conozco, mi técnico, usted es al que le dicen “Chauchilla” - Villalobos miró
fijamente a su subordinado.
- ¡Oiga “trinche” eso
de “Chauchilla” es para mis amigos! ¿Comprendido? lo dijo aparentando una seriedad
que no sentía y con una sonrisa que desdecía sus palabras - Vamos a hacer un pre-vuelo
Se asomó a la cabina de carga y lo primero que vio, cerca de la puerta, fue
una caja de cartón con unas botellas llenas con un líquido granate oscuro, casi
marrón
- Oye “trinche” ¿Y estas botellas, son de
sangre de grado?
- Sí, mi técnico, se las he cambiado
a un ashuar (aborigen); me las acaban de traer, enseguida las guardo.
- Pero ¿Tres? ¿Vas a venderlas, o qué?
- No, mi
técnico, son para los muchachos del Grupo
- OK,
considérame entre los "muchachos" - dijo Villalobos, riéndose, luego continuó
- ¿Cómo está el fierro? ¿Algo en especial?
- No mi técnico, el fierro está muy bien, pero las baterías están como para botarlas
- ¿Por qué, qué pasa con las baterías?
- No aguantan carga, no dan ni para un arranque; ayer las puse en carga lenta toda
la noche, pero no dan, ya no sirven - dijo con cara de preocupación
- ¿Y
cómo están operando?
- Arrancamos motores con la
planta externa AP-4, cada vez que tenemos que arrancar utilizamos la planta.
- Estás aprendiendo mucho “trinche” ¿De dónde eres,
cómo has resultado por acá?
- ¿En la FAP, mi técnico?.......
“Yo soy
el tercero de diez hermanos, nací en Puno, en Juliaca en realidad, un primero de
diciembre de 1949, mis primeros recuerdos están relacionados con el frío y con mi
padre Aurelio Jibaja Campana, sargento primero licenciado del Ejército que por esa
época estaba trabajando en la Circunscripción Territorial de Azángaro y que cada
domingo hacía formar a los licenciados para practicar orden cerrado, ejercicios
que yo, con mis ocho años, también hacía
No sé por qué mi padre se levantaba
todos los días a las cinco y media de la mañana, incluso los domingos cuando toda
la familia quería dormir hasta más tarde y. por supuesto , yo también pero, cosa
rara, era el único día que me despertaba sin que me llamaran, el poco ruido que
hacía mi padre al levantarse, pese a que trataba de evitarlo, era suficiente para
mí; lo primero que hacíamos era él limpiar sus pesados botines y yo mis zapatos
escolares, en silencio me iba pasando los cepillos, el betún, el trapo para sacar
lustre y cuando terminaba esperaba a que yo lo hiciese , entonces salíamos juntos
a lavarnos.
Al salir al corral, detrás de la casa, dejando el calorcito del
interior en el frío de la madrugada me parecía que las orejas se me partían pero
él parecía no sentirlo, parsimoniosamente se lavaba con el agua tan helada que me
dolían las manos y me hacían tiritar, mientras él me miraba de reojo.
Mi
madre, Aurora Mendizábal Quintanilla, nos esperaba con el desayuno listo, huevo
frito, pan serrano un jarro de té, calientes; entonces empezaba la discusión dominical
que yo me sabía casi de memoria porque siempre era lo mismo, como un guión de película
mejicana.
- ¡Pero mujer, para qué te has levantado
tan temprano, hoy es domingo! – empezaba mi padre
- ¡Para darles el desayuno pues, para qué va a ser! – le respondía mi madre
- Pero si podemos tomar desayuno en el mercado y...
- ¿Acaso no tienes mujer, acaso Hugo no tiene mamá?
- lo interrumpía mi madre, haciéndose la molesta, entonces mi padre decía algo,
más para no quedarse callado que para verdaderamente decir algo, porque yo lo veía
hincharse como un pavo, orgulloso de ser atendido por su mujer: luego, seguía el
discurso de siempre
- No sé para qué te llevas a
Hugo, y tan temprano, debería estar durmiendo y no...
- El viene porque quiere - interrumpía mi padre - ¿Acaso yo lo despierto? Además
así aprende cómo es la vida en el Ejército y en...
- ¿Acaso va a ser del Ejército, cómo sabes? ¡Todavía es chico!
Luego venían
los reclamos porque yo regresaba cubierto de polvo de pies a cabeza, y claro que
no podía ser de otra manera porque yo me colocaba detrás de la última línea de licenciados
y me comía todo el polvo que hacían al practicar giros y más giros y descaso y atención
que levantaban una polvareda tremenda, pero el domingo siguiente sucedía casi exactamente
lo mismo.
Terminé el colegio en Calca, en el Cusco, mi inclinación por las
artes me llevó a la Escuela de Arte Diego Quispe Tito también en el Cusco, luego
en 1970 me fui a Lima para estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes y lo
primero que aprendí fue que los artistas y bohemios debíamos usar pelo y patillas
largos y lentes ahumados, moda que adopté inmediatamente ; por esas cosas del destino,
en el mes de mayo tuve que someterme a una operación de vesícula así que tuve que
abandonar los estudios.
El 31 de ese mes fue el terremoto del Callejón de
Huaylas, la tierra se movía espantosamente, los cuadros colgados de las paredes
se caían, salí a la calle y vi a gentes presas del pánico correr sin saber a dónde
mientras otras se arrodillaban clamando a Dios. En los días siguientes me enteré
de lo terrible de la situación, especialmente en el nortea zona norte y de la ayuda
internacional que llegaba en buques y aviones; también supe que un avión ruso que
venía trayendo ayuda se había perdido en el Atlántico y pensé que la aviación era
una buena carrera y que me postularía a la Escuela de Suboficiales.
Confiado
en que tenía buena preparación académica no me preocupé de los trámites para postular,
continué frecuentando a mis amigos artistas, pintores, poetas y escritores, algunos
se la daban de bohemios y se pasaban la noche en blanco bebiendo y fumando, aunque
no creo que eso les haya servido para pintar mejor o escribir bien, lo cierto es
que yo no probaba el alcohol por lo de la operación pero como me sobraba el tiempo
dejaba pasar los días y los meses ocioseando.
La víspera del cierre de las
inscripciones para postular a la ESOFAP me dirigí muy temprano a Las Palmas para
entregar mis documentos, me había asegurado que estuvieran completos y en regla,
cumplía los requisitos en exceso así que estaba confiado; llegué antes de las siete
y media de la mañana pero ya habían como treinta o cuarenta postulantes con documentos
en mano, algunos habían formado corrillos esperando pacientemente a que el oficial
de guardia autorice el ingreso. Fue la primera vez que vi de cerca la ceremonia
de izamiento de la bandera, todo fue muy marcial y hasta elegante, los avioneros
marcharon a un solo paso, como si estuvieran unidos por una cuerda invisible, no
sé si fue el recuerdo de cuando hacía ejercicios detrás de los licenciados, allá
en mi tierra, pero me sentí muy emocionado.
Cuando terminó la ceremonia un
técnico nos hizo formar en columna de a tres y luego se fue a dar cuenta al oficial;
con mi terno muy bien planchado, camisa blanca, de cuello y corbata, los zapatos
relucientes y el pelo y patillas muy bien peinados, me sentía confiado; se acercaron
el oficial y el técnico y este último mandó girar, de manera que quedé en primera
línea, el oficial recorrió con la mirada la línea de postulantes hasta que llegó
a mí y...
- Ese pelucón ¡Venga!- Había levantado
la voz mirándome directamente a mí, pero aun así dudé y no me moví.
- ¡Oiga,
usted, sí, usted, no se haga el tonto! ¡Venga! - Ya no había duda, era a mí al que
estaba llamando, me acerqué rápidamente mientras el oficial continuaba hablando
ásperamente.
- ¿Usted viene a postular a la Escuela
de Suboficiales de la FAP? –Inicialmente no entendí el sentido de la pregunta, pero
rápidamente me lo hizo entender - ¿Con ese pelo? ¿Usted cree que es un internado
para mujercitas? ¡Retírese y venga mañana con pelo corto!
- Pero....
- ¡Retírese, le he ordenado! - no había duda, tuve
que retirarme.
Al día siguiente llegue más temprano aun, era el último día
para presentar los documentos y quise asegurarme, se repitió la misma rutina de
formar y demás, era el mismo oficial que el día anterior así que me puse en primera
fila para que me viera, con el pelo recortado a la forma tradicional y con otra
corbata, bien al terno y zapatos brillando me reconoció de inmediato.
-
Ese postulante de la peluquita ¡Venga! - no le podía ver los ojos por los anteojos
ahumados, pero el tono de voz me sonó normal, me acerqué inmediatamente y me cuadré
tan marcialmente como pude, seguro de que quedaría satisfecho con mi corte de pelo
- ¡Presente, señor oficial, ya me corté el cabello!
- Se dice “mi alférez” ¿Comprendido? Muy bien -
su tono amable me dio confianza, ahora sí estoy bien, pensé, y continuó - Dígame
una cosa - sonrió socarrón- ¿Y esas patillitas tan largas? - me lo dijo amablemente,
sin levantar la voz ni nada - ¿Está imitando a Nino Bravo, a Elvis Presley o a quién?
– No supe qué contestarle, me quedé callado y él continuó con su voz tranquila,
suave – Vaya a cortarse las patillas, ahora, en este momento, si no regresa en media
hora no postula - iba a protestar por lo corto del plazo que me daba, pero entones
lo escuché nuevamente - ¿COMPRENDIDO? -el grito me hizo dar un respingo, pero inmediatamente
respondí- ¡Comprendido, mi alférez! - y salí corriendo a comprarme una máquina de
afeitar para cortarme las patillas, en seco por supuesto. Así fue mi primer contacto
con la FAP.
Ese año, mejor dicho 1971, ingresé a la Escuela de Suboficiales
en uno de los primeros puestos y desde el inicio fui designado a la especialidad
de Mantenimiento de Helicópteros; al pasar al tercer y último año de alumno nos
enviaron a Panamá por cinco meses, y me gradué a fines de 1973, esa fue la primera
vez que salía al extranjero y en la Escuela de las Américas recibimos muy buena
instrucción con instructores de varios países, fue una buena experiencia.
En enero de este año me nombraron al Grupo 3 junto con otros 23 suboficiales,
me designaron para calificarme en el helicóptero 47G, y ahí nomás, en febrero, me
casé con mi novia Amelia, luego...”
- Aguanta ¿Te
casaste o te casaron? – lo interrumpió Villalobos, sonriendo
- ¡Me casé, mi técnico, me casé, a mí nadie me ha casado! – Gibada se puso serio.
- ¿Y cuantas comisiones tienes en MI - 8?
- Esta es la segunda, mi técnico, la primera fue el mes pasado, para calificarme
como segundo mecánico y... aquí estoy.
Más o menos una hora después “Chauchilla”
Villalobos había terminado de inspeccionar minuciosamente el helicóptero y fue en
busca de los pilotos, a los que, como suponía, encontró en el comedor; sobre la
mesa, frente a ellos, se encontraban las cartas de navegación, el teniente le estaba
explicando al capitán, que seguía con los anteojos puestos, los detalles del vuelo
que deberían hacer al día siguiente.
- Entonces
mi capitán, recapitulando - dijo el teniente La Rosa, sin interrumpirse por la llegada
del técnico, la primera pierna la hacemos Intuto - Trompeteros, recargamos sin apagar,
continuamos hasta chequear el cruce del Pastaza, chequeando a la cuadra el lago
Rimachi, nos tomará una hora y veinte de vuelo, más el tiempo de recarga; del cruce
del Pastaza al cruce de la cordillera de los Campanquiz, dejando el pongo de Manseriche
al norte, nos tomará 40 minutos o algo menos porque estaremos más livianos - hizo
una pausa, dando tiempo a que el capitán mirara con atención la carta.
- De los Campanquiz a la vertical de El Milagro, cerquita a Bagua, nos tomará media
hora - continuó con el mismo tono - El Milagro es el campamento del Ejército, ahí
decidiremos si continuamos a Chiclayo directo o si bajamos; hasta Chiclayo nos tomará
50 minutos, así que sobre El Milagro debemos tener combustible para mínimo una hora
veinte para poder seguir directo – concluyó.
- Hola
Chauchilla ¿Qué novedades me traes? ¿Todo listo? - preguntó La Rosa
- Mi teniente, el único problema que he encontrado es que las baterías no sirven
para nada, habría que cambiarlas pero no tenemos; claro que podemos volar, pero
tendríamos problemas para la recarga en la ruta porque si apagamos motores ya no
podremos arrancar.
- OK, mira, el vuelo lo vamos
a hacer así: vamos con los dos tanques auxiliares para recargar “full” en Trompeteros,
y con eso tendremos autonomía más que suficiente para ir directo a Chiclayo chequeando
El Milagro; si el tiempo no nos ayuda sobre la vertical decidimos qué hacer, continuamos
o bajamos en El Milagro; luego continuamos a Chiclayo.
- ¿A qué hora vamos a decolar, mi teniente?
- A
las siete de la madrugada - en su rostro rubicundo se dibujó, sin disimulo, una
sonrisa amable - eso depende de cómo amanezca.
Esa noche, sin nada más qué
hacer, los cuatro tripulantes se quedaron a hacer sobremesa hablando trivialidades
hasta que en un momento dado surgió la pregunta inevitable.
- Oye “Chauchilla” ¿De dónde sale esa” chapa”? - Preguntó Gutiérrez
- Esa es una historia antigua, mi capitán......
"Nací en Chincha Alta un
26 de diciembre del año 1932, cuando yo tenía siete años mi familia se trasladó
a Lima, me matricularon el colegio José Granda, ahora Ricardo Bentìn, yo quería
ser médico y me gustaba mucho la anatomía, pero cuando estaba en tercero de media
me encontré con dos amigos que habían ingresado a la Escuela de Suboficiales de
la FAP que me convencieron de postular, ingresé el año 1954 y por mis notas me clasificaron
para la especialidad de Mantenimiento; en 1956, al pasar a tercer año de alumno
me designaron, junto con otros 14 compañeros, para especializarnos en motores a
reacción; eso me valió que me nombren a Talara donde presté servicios por cuatro
años dando mantenimiento a los F-86, incluso nos hacían volar en los T-33 en los
que tengo más de cincuenta horas; en Talara había un técnico que dicen que yo me
parecía a él, y de ahí heredé el apodo de “Chauchilla”
En 1961 me nombraron
a la Escuela de Oficiales para desempeñarme como mecánico de los T-37 que eran los
aviones que volaban los cadetes, pero solo estuve dos años porque el año 1963 me
nombraron al Grupo 8 para ser mecánico y tripulante de helicópteros; a fines de
1965 llegaron los helicópteros Bell UH-1D, que eran los mismos que usaban los gringos
en Viet Nam, con equipos de radio y navegación completísimos, incluso con equipos
de comunicaciones que no teníamos y nunca tuvimos, lo mejor de esto es que con los
nuevos helicópteros pudimos hacer el abastecimiento efectivo a las guarniciones
de nuestro Ejército en la Cordillera del Cóndor, lo que llamábamos Operación “Ch
V” o sea Chávez Valdivia.
En Mayo de 1970 se produjo el terremoto y aluvión
del Callejón de Huaylas, y como parte de la ayuda internacional nos llegaron tres
helicópteros rusos MI-8, los más grandes que habíamos visto, y tuve la suerte de
ser designado para recibir instrucción directamente de los rusos; al término del
curso fui seleccionado para formar parte de la primera tripulación peruana que cumpliría
una misión; también fui calificado Instructor.
Posteriormente, en XXXX, fui
designado para recibir instrucción de los helicópteros Bell Twin 212, el curso tuvo
dos partes, una se hizo en Fort Worth, Texas, y la otra parte fue en Hartfort, Connecticut,
y desde que regresamos estoy operando con los Twin”
- ¿Cómo has dicho......Conéricot? - Preguntó Gutiérrez, sonriendo.
- ¡Claro pues, mi Capitán! Así se dice en Inglés........Conécticut será en peruano
- Villalobos sonreía socarronamente pues había recalcado la pronunciación precisamente
para provocar la situación.
- Bromas aparte, Villalobos
¿Hace cuánto tiempo que no vuelas el MI-8?
- Como
dos años, mi capitán, pero no se preocupe, no hay problema, el “fierro” está bien
y además lo conozco a fondo - Gutiérrez se quedó en silencio, el rostro inescrutable
y los ojos Invisibles detrás de las negras lunas.
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