Ante se entrar a considerar en detalle la evolución de los lémures,
será conveniente dar un vistazo general a las Razas y sus Guías.
Algunas
obras muy estimables sobre Ocultismo, que han traído al público las enseñanzas de
la Sabiduría Oriental, contienen, sin embargo, ciertos errores, debido a haber interpretado
mal las enseñanzas los que tuvieron la felicidad de recibirlas. Todos los libros
no escritos directamente por los Hermanos Mayores están sujetos a tales errores.
Considerando las muchas y extremadas complicaciones del asunto, lo maravilloso no
es que se cometan errores, sino que se cometan con tan poca frecuencia. Por lo tanto,
el autor no tiene la menor intención de criticar, reconociendo que más numerosos
y más graves errores pueden haberse deslizado en esta obra, debido a su concepción
errónea de la enseñanza. Simplemente, indica el autor en los siguientes párrafos
lo que ha recibido, lo que muestra cómo pueden conciliarse las diferentes (y aparentemente
contradictorias) enseñanzas, de obras tan valiosas como La Doctrina Secreta, de
H. P. Blavatsky, y El Buddhismo Esotérico, de A. P. Sinnett.
Esa parte de
la evolución humana que debe ser realizada durante la jornada actual de la oleada
de vida en nuestra Tierra puede dividirse en siete grandes estados o Épocas; pero
en realidad no puede llamárselas propiamente razas. Nada a lo que propiamente pueda
aplicarse ese nombre apareció hasta el final de la Época Lemúrica. Desde aquel entonces,
diferentes razas se sucedieron las unas a las otras a través de las Épocas Atlante
y Aria, y se extenderán ligeramente en la gran Sexta Época.
El número total
de razas -pasadas, presentes y futuras- en nuestro esquema evolutivo, es dieciséis:
Una al final de la Época Lemúrica, siete durante la Época Atlante, siete más en
nuestra actual Época Aria, y otra más al comenzar la Sexta Época. Después de ella
no habrá nada que pueda denominarse propiamente raza.
Las razas no han existido
en los períodos que han precedido al Período Terrestre y no existirán tampoco en
los períodos subsiguientes. Únicamente aquí, en el nadir de la materialidad, pueden
existir tan grandes diferencias entre hombre y hombre como para producir distinciones
de razas.
Los Guías inmediatos de la humanidad (aparte de las Jerarquías
Creadoras) que han ayudado al hombre a dar los primeros pasos en la Evolución, después
de haberle dado sus vehículos durante la Involución, son Seres mucho más desarrollados
en el sendero de la evolución que el hombre. Han venido a realizar esa obra de amor
desde los dos planetas que están situados entre la Tierra y el Sol: Venus y Mercurio.
Los Seres que habitan Venus y Mercurio no están tan avanzados como aquellos
cuyo actual campo de evolución es el Sol, pero están mucho más desarrollados que
nuestra humanidad. Por lo tanto, aquellos permanecieron durante algún tiempo más
en la masa central que los habitantes de la Tierra; pero en cierto punto de su desarrollo
necesitaron campos de evolución separados y, en consecuencia, fueron arrojados sucesivamente
esos dos planetas; Venus primero y después Mercurio. Y cada uno quedó en la proximidad
necesaria para asegurar la intensidad vibratoria conveniente a su evolución. Los
habitantes de Mercurio son los más avanzados y, por lo tanto, están más próximos
al Sol.
Algunos de los habitantes de cada planeta fueron enviados a la Tierra
para ayudar a la naciente humanidad, y los ocultistas los conocen bajo el nombre
de "Señores de Venus" y "Señores de Mercurio".
Los Señores de Venus fueron
los Guías de la masa de nuestro pueblo. Eran seres inferiores de la evolución de
Venus, los que aparecieron entre los hombres y fueron reconocidos como "mensajeros
de los Dioses". Para el bien de la humanidad se prestaron a guiarla y conducirla,
grado por grado. No hubo rebelión alguna contra su autoridad, porque el hombre no
había desarrollado aún voluntad independiente. Con objeto de llevarlo hasta el grado
en que pudiera manifestarse su voluntad y juicio, lo guiaron hasta que el hombre
se capacitara para guiarse a sí mismo.
Se reconoció que estos mensajeros
eran iguales a los Dioses. Se les reverenciaba profundamente y sus órdenes eran
obedecidas sin discusión.
Cuando bajo la dirección de esos Seres llegó la
humanidad a cierto grado de progreso, los más avanzados fueron colocados bajo la
dirección de los Señores de Mercurio, quienes los iniciaron en las verdades más
elevadas con el propósito de convertirlos en guías o caudillos del pueblo. Estos
iniciados fueron entonces exaltados a la dignidad de reyes y fueron los fundadores
de las dinastías de Legisladores Divinos, quienes eran ciertamente reyes "por la
gracia de Dios", es decir, por la gracia de los Señores de Venus y Mercurio, que
eran como Dioses para la infanta humanidad. Ellos guiaron e instruyeron a los reyes
para beneficio del pueblo y no para que se engrandecieran o se arrogaran derechos
a expensas de aquél.
En ese tiempo un Regente era como una verdad sagrada
para educar y ayudar a su pueblo, para aliviar y sostener la equidad y el bienestar.
De ahí que mientras reinaron esos reyes todo prosperaba y fuera ciertamente una
Edad de Oro. Sin embargo, conforme sigamos la evolución del hombre en detalle, veremos
que la fase o período presente de desarrollo, aunque no puede llamarse una edad
de oro como no sea en sentido material, es, sin embargo, necesaria, con objeto de
llevar al hombre hasta el punto en el que pueda guiarse a sí mismo, porque el dominio
de sí mismo es el fin y el objeto de toda reglamentación. Ningún hombre puede subsistir
seguro y salvo sin gobierno si no ha aprendido a dominarse a sí mismo, y en el actual
grado de desenvolvimiento ésta es la tarea más fuerte que se le puede proporcionar.
Es muy fácil ordenar a los otros o dominarlos; lo difícil es obligarse a obedecer
así mismo.