La Jerusalén Celestial
“El día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día,
los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán;
los elementos, abrasados,
se disolverán,
y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá”
2ª
Epístola de San Pedro 3:10
FINAL DE LOS TIEMPOS:
"...toda la Naturaleza es volátil
y solo tiende a evaporarse;
lo haría incluso en un instante si lo fijo que la
contiene le perteneciera,
pero este fijo no le pertenece, está fuera de ella,
aunque actúe violentamente sobre ella. Nunca forma una alianza con él si ésta no
comienza por su disolución".
[CN, VI]
"...siendo el fuego el inicio y
el final del elemento, todo anuncia que terminará la existencia del Universo,
tal y como la inició; he aquí el procedimiento de este Agente, a la vez creador
y destructivo. La Tierra se hunde desde su origen hacia su fuego central para
reunirse con él; el cielo de los planetas la sigue para reunirse con ella. Lo
percibimos poco de manera corporal, porque la atmósfera está siendo llevada con
toda la maquinaria, pero cuanto más se acerquen estas masas al fuego central,
más se disipará el agua; al final, solo quedará la masa de sal. Entonces los
Principios ígneos, encerrados en esta masa de sal, fermentarán sobre ellos
mismos, la abrasarán y la atravesarán para retornar a su fuego principio".
[CN, XIII]
“…[la materia general] se eclipsará completamente al final de
los tiempos y se borrará de la presencia del hombre como un cuadro se
desvanece de la imaginación del pintor”.
Tratado de la Reintegración (§ 93),
M. de Pasqually
“… y el universo entero se borrará tan súbitamente que
la voluntad del Creador se hará oír; de manera que no quedará el menor
vestigio, como si jamás hubiera existido”
Jean-Baptiste Willermoz - ISGP
(LF)
NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA:
“Pero esperamos, según nos lo
tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habiten la
justicia”
2ª Epístola de San Pedro 3:13
“Y entonces vi un cielo nuevo
y una tierra nueva -porque el primer cielo y la primera tierra
desaparecieron…
Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del
cielo, de junto a Dios…”.
Apocalipsis 21:1-2
LA JERUSALÉN
CELESTIAL:
“El Señor Todopoderoso es el Templo así como el Cordero”.
Apocalipsis 22:3
“La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la
alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el
Cordero”•
Apocalipsis 21:23
"Alma humana, cuando se pronuncien estos
juicios terribles y se lleven a cabo en ti, tendrás un nuevo cielo y una nueva
tierra, pues el primer cielo y la primera tierra habrán desaparecido y ya no
habrá mar. Entonces verás «la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que, viniendo de
Dios, descenderá del cielo sobre ti, dispuesta como una esposa que se prepara
para el esposo, y oirás una potente voz que dirá: Éste es el tabernáculo de Dios
con los hombres y él permanecerá contigo y tú serás su pueblo, y Dios, al
quedarse en medio de ti, será tu Dios. Dios secará todas las lágrimas de tus
ojos y ya no habrá muerte». Alma humana, si quieres conocer las proporciones de
esta ciudad santa, de esta Jerusalén que descenderá a ti, dispuesta como una
esposa que se prepara para su esposo, transpórtate a la montaña grande y alta
que hay en ti. Verás que esta ciudad santa está iluminada por la claridad de
Dios, que la luz que la ilumina es parecida a una piedra preciosa, a una piedra
de jaspe transparente como el cristal.
Verás que está construida con
forma cuadrada, que es igual en longitud que en anchura y que la medida de la
muralla es de ciento cuarenta y cuatro codos de medida de hombre, para hacerte
comprender que sobre las medidas adecuadas, a la vez ternarias, cuaternarias y
septenarias, de tu esencia sagrada, se debe elevar esta ciudad eterna de la paz
y de los consuelos, porque tú eres la única con quien la fuente eterna de todos
los números y todas las medidas tiene relaciones muy próximas, porque ha querido
hacer de ti su representante entre los pueblos y entre todas las regiones del
universo visible e invisible. Reconocerás que tú misma eres el tabernáculo de
Dios con todos los que habitan en ti y que por eso es por lo que quiere quedarse
en ti, para que seas su pueblo y, al quedarse él en ti, sea tu Dios.
«Además, no verás ningún otro templo en esta ciudad santa y en esta celeste
Jerusalén, porque el Señor Dios todopoderoso y el cordero es su templo, y esta
ciudad no tiene necesidad de estar iluminada por el sol ni por la luna, porque
es la luz de Dios la que ilumina y el cordero que hay en ti es la lámpara. Las
naciones caminarán al favor de esta luz y los reyes de la tierra llevarán a ella
su gloria y su honor».
Alma humana, ves que los hombres, que no están más
que en un reino terrenal y material, cierran las puertas de sus fortificaciones
después de hacer que salgan los enemigos y los malhechores. Los hombres del
reino espiritual hacen lo mismo, para no correr el riesgo de caer víctimas de su
propia negligencia, porque, si han dejado enemigos en la plaza, después de haber
cerrado las puertas, ¿cuántos de estos enemigos van a devorarlos mientras
duermen, sin que se den cuenta? ¿Cuántas aflicciones les descubrirá la aurora,
al no abrirles los ojos nada más que para dejarlos que vean su cautividad?
Pero en este reino divino que establece en ti el hombre nuevo «no se
cerrarán ya ningún día las puertas de la ciudad santa, porque no habrá noche; no
habrá nada sucio ni ninguno de los que cometen abominación o mentira, sino sólo
los que están inscritos en el libro de vida».
También verás en la ciudad
santa un río de agua viva, clara como el cristal, que manará del trono de Dios y
del cordero, porque ya no ignoras que el hombre mismo es este arroyo que sale de
ese río y que, por consiguiente, debe fluir eternamente, lo mismo que el que le
da el nacimiento ininterrumpidamente.
«Encontrarás también, en el centro
de la plaza de la ciudad, a ambos lados del río, el árbol de la vida que tiene
doce frutos y da su fruto todos los meses, y las hojas de este árbol son para
curar a las naciones». Pero este árbol de vida es la luz del espíritu que acaba
de encenderse en el pensamiento del hombre nuevo y que ya no podrá apagarse
nunca. Este fruto que da cada mes es la palabra de ese hombre nuevo que tiene
que llenar de ahora en adelante la universalidad del tiempo con todas sus
sabidurías. Las hojas que deben curar a las naciones son las obras de este
hombre nuevo, que esparcirán continuamente alrededor de ti la armonía y la
felicidad, como tú habrías debido esparcirlas en otro tiempo, en virtud de estos
tres dones sagrados que te constituyen a la vez en la imagen y el hijo del Dios
de los seres.
No te concedas descanso mientras no se haya reconstruido en
ti esta ciudad santa, tal como debería haber permanecido siempre, si el crimen
no la hubiese derribado, y recuerda todos los días de tu vida que el santuario
invisible en el que nuestro Dios se complace en ser honrado, el culto, las
iluminaciones, los inciensos de los que la naturaleza y los templos exteriores
nos ofrecen imágenes instructivas y beneficiosas y, finalmente, todas las
maravillas de la Jerusalén celeste, pueden volver a encontrarse también hoy día
en el corazón del hombre nuevo, ya que han existido en él desde el origen".
[HN 71]
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