Entramos hoy en una nueva era para el Régimen Escocés Rectificado,
puesto que por una parte terminamos con un período demasiado largo en que sus tesis
han sido duramente contestadas por ciertas corrientes de la Francmasonería, en particular
por los tenientes de la herencia guenoniana, y por otra, por un justo retorno de
las cosas, somos ahora nosotros, a nuestra vez, quienes ponemos en evidencia los
errores de las tesis de René Guénon y su incompatibilidad con los fundamentos doctrinales
establecidos por Jean- Baptiste Willermoz.
Muchos son los que han quedado
sorprendidos al no comprender lo que hay en juego, o simplemente rechazan admitir
los hechos relativos a las inexactitudes que sostiene Guénon cuando se expresa respecto
al Régimen Escocés Rectificado. Mientras que durante decenios, en nombre del universalismo,
hemos estado sufriendo bajo un nutrido fuego de violentas críticas el estar asumiendo
una vía iniciática y caballeresca exclusivamente cristiana, nos es dado, en la actualidad,
el no continuar sufriendo pasivamente los fuertes ataques que nos son dirigidos
e incluso poder responder, serena pero firmemente, que Guénon se ha equivocado estrepitosamente,
que ha errado pesadamente, y con él, todos aquellos que han dado crédito a sus tesis
con extrema ligereza.
¿Por qué esta nueva situación es importante? Nada menos
porque nos permite comprender mejor la validez de nuestra acción, al igual que captar
el carácter eminentemente vital en el seno del mundo masónico contemporáneo. Para
ser concisos, lo resumiré gustosamente en algunas palabras diciendo que esta clarificación
nos conduce a poder afirmar que: el Régimen Escocés Rectificado es una vía, o más
exactamente una Orden iniciática autónoma, coherente, completa, autosuficiente,
que se piensa y considera como tal, en primer lugar por razón de su depósito doctrinal
único que hereda, con incontestable legitimidad, de Martínez de Pasqually por mediación
de Willermoz, explicando su enjuiciamiento concerniente a la naturaleza
«apócrifa»
de las otras corrientes masónicas, Orden que encarna una corriente que es un verdadero
recurso providencial, en el sentido de que tiene por objetivo, en nuestros tiempos
tormentosos y desorientados, el re-cristianizar, según nuevas bases y un método
específico, las almas de deseo en busca de la Verdad.
En efecto, el Rectificado,
que se constituyó entre 1778 y 1782 buscando el perfeccionamiento y la reforma de
la antigua tradición escocesa, debe vivirse imperiosamente, y esto no es negociable,
permaneciendo fiel a sus bases originales, so pena de perder su especificidad y
su «espíritu» rector, en provecho de una concepción andersoniana que es, no solamente
una traición respecto a lo que quiso constituir Jean-Baptiste Willermoz, sino que
además, lo que es mucho más grave, representa un riesgo mayor ante el devenir y
la continuidad histórica de la esencia espiritual de lo que es la «rectificación».
I. LA NATURALEZA DEL RÉGIMEN ESCOCÉS RECTIFICADO
Recordemos pues, lo que ya he querido responder en una obra mía -por lo que
he sabido, desde ahora también traducida al castellano1-. En primer lugar, y en
forma de exposición rápida, los motivos de la crítica a esta declaración inverosímil
consistente en que el Rito Escocés Rectificado, por razón de su carácter exclusivamente
cristiano, estaría marcado según René Guénon y sus discípulos, por un misticismo
religioso que llevaría a sus miembros a una cierta tendencia a la «exoterización»,
y estaría falto de las claves «operativas» capaces de hacer acceder a los buscadores
a los últimos grados del «conocimiento» iniciático auténtico.
a)
Un error portador de una continuada incomprensión
Sin embargo, al
margen de proferir un reproche de estas características, en absoluto anodino al
tratarse de una sociedad iniciática que hace venir a ella a los hombres para que
alcancen las fuentes del conocimiento, René Guénon mantendrá a propósito del Régimen
Escocés Rectificado un considerable error que manchará, desgraciadamente, el conjunto
de sus criterios ulteriores, impidiéndole de este modo penetrar en el corazón de
la esencia iniciática del Régimen. ¿Cuál es este error? Helo aquí, expuesto en algunas
líneas por Guénon mismo: «El Régimen Escocés Rectificado no es una metamorfosis
de los Elegidos Coëns, sino más bien una derivación de la Estricta Observancia,
lo que es totalmente diferente; y, si bien es cierto que Willermoz, por la parte
preponderante que tuvo en la elaboración de los rituales de sus grados superiores,
y particularmente el de “Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa”, pudo introducir
algunas de las ideas que había extraído de la organización de Martínez, no es menos
cierto que los Elegidos Coëns, en su gran mayoría, le reprocharon en gran manera
el interés que profería así como la preferencia a otro rito, lo que a sus ojos era
casi una traición, al igual que reprocharon a Saint-Martin un cambio de actitud
de otro género».
El error de juicio de Guénon no escapó, en su época, a Gerard
van Rijnberk que no dejó de poner de manifiesto el carácter perentorio de una afirmación
de este tipo, muy poco justificable tratándose del fondo doctrinal del Régimen Escocés
Rectificado, que visible y curiosamente era totalmente o desconocido o ignorado
por aquel que deseaba expresarse como maestro en temas de esoterismo y francmasonería:
«El Sr. Guénon, escribía van Rijnberk, me reprocha mi frase relativa a la metamorfosis
willermoziana y Martinista del Martinezismo. Asegura que hay ahí un equívoco a disipar:
“El Régimen Escocés Rectificado no es una metamorfosis de los Elegidos Coëns, sino
más bien una derivación de la Estricta Observancia, lo que es totalmente diferente.”
¡Qué sorprendente observación!
Así, ¿el grado secreto de Cab. Profeso y sobre
todo el de Gran Profeso, que forman el colofón de la Orden Interior del Régimen
Rectificado, no sería otra cosa que simple Masonería Templaria y no contendrían
en absoluto en germen de manera velada, aunque evidente, la doctrina de Martínez?
Van Rijnberk estaba en lo cierto y pronto vio la aporía que hacía caducos los
argumentos que le eran opuestos, descubriendo inmediatamente el enorme fallo en
el razonamiento de Guénon, y se sorprenderá de este monumental desconocimiento de
las Instrucciones de la Profesión, sin las cuales no es posible un conocimiento
real del Régimen Rectificado y de la naturaleza y perspectiva de sus trabajos.
Sin embargo, para convencerse de lo bien fundamentado del análisis de Gérard
van Rijnberk, bastaría con leer simplemente a Jean-Baptiste Willermoz, como demuestra
su correo destinado al Príncipe Charles de Hesse, en el que declara claramente la
existencia de un vínculo doctrinal entre los Elegidos Coëns y las Instrucciones
secretas que coronan la Orden que acababa de fundar: «...es esencial, escribe Willermoz,
que prevenga aquí a Vuestra Alteza Serenísima, que los grados de dicha Orden [la
Orden de los Elegidos Coëns] encierran tres partes: los tres primeros grados instruyen
sobre la naturaleza divina, espiritual, humana y corporal; y esta instrucción es
la base de la de los Grandes Profesos...» (Carta al Príncipe Charles de Hesse-Casel,
12 de octubre de 1781).
¿Cómo pues, y por qué, Guénon, con tanta energía,
considera necesario mantenerse en una posición que contradecía y lo invalidaba todo?
¿Qué explica esta actitud tan extraña en aquel que supo, en otras circunstancias,
proceder a correcciones y modificaciones significativas cuando fue necesario, pero
que, de manera inexplicable, en el caso que nos ocupa, permanecerá, contra viento
y marea, manteniendo juicios perentorios y falsos?
b) Un
trágico desconocimiento de la estructura interior del Régimen Rectificado
La solución , por decirlo de algún modo, de esta extraña incomprensión de Guénon,
y algunos de sus herederos, respecto al Régimen Escocés Rectificado, encuentra su
explicación en una grave confusión, que confirma el profundo y gran desconocimiento
de la composición y estructura interna del Régimen Rectificado, desconocimiento
que aparece muy claramente en estas líneas extraídas del artículo «Un proyecto de
Joseph de Maîstre para la unión de los pueblos», inicialmente publicado por Guénon
en marzo de 1927 en la revista «Vers l‟Unité», en el que sostiene, sorprendentemente,
hablando de la repartición de los grados en el seno del Régimen: «He aquí cómo esta
repartición parece establecerse: la primera clase comprende las tres clases simbólicas;
la segunda clase corresponde a los grados capitulares, de los que el más importante
y quizá incluso el único practicado de hecho en el Régimen Escocés Rectificado es
el de Escocés de San Andrés; finalmente la tercera clase está formada por los grados
superiores de Escudero Novicio y Gran Profeso o Caballero Bienhechor de la Ciudad
Santa».
A la vista de estas afirmaciones, aparece inmediatamente, para aquel
que conoce aunque sea un poco el carácter distinto y separado del grado de Caballero
Bienhechor, del estado de Caballero Profeso y más adelante del de Gran Profeso,
el enorme error, la increíble confusión, consistente en hacer de estos tres grados
un idéntico nivel, lo que le lleva a ignorar los elementos iniciáticos específicos
del importante y esencial fondo doctrinal alojado por Willermoz en la clase secreta
de la Profesión y la Gran Profesión.
Esta enorme y lastimosa ignorancia va
a tener temibles consecuencias en los posicionamientos de Guénon, y le va ha hacer
mantener tesis radicalmente inexactas, ya que, desgraciadamente partía de falsas
premisas5. El carácter inexplicable de la actitud de Guénon, de la que hoy conocemos
la causa, comportando la afirmación continuada y repetida de un conjunto de juicios
a cual más parcial, parece tener un solo objetivo visible: conducir los ataques
contra Jean-Baptiste Willermoz y el Régimen Escocés Rectificado a fin de tratar
de demostrar su carácter no tradicional.
c) Realidad iniciática del
Régimen Rectificado
Ahora bien, al encuentro de lo que piensa René
Guénon, el Régimen Escocés Rectificado encarna una notable continuidad respecto
a la doctrina de los Elegidos Coëns, continuidad que ha permitido conservar y preservar
a esta última, ofreciéndole un maravilloso marco organizativo que jugará, con el
tiempo, un papel protector y salvador incomparable, haciendo de este Régimen, no
solamente el legítimo heredero de la Orden fundada por Martínez de Pasqually, sino
además, el guardián de una llama de la que detenta, incontestablemente, la maestría
y el «depósito», por el carácter propio de su esencia espiritual orientada completamente,
en todos sus niveles y grados, en dirección a la obra de reconciliación que tiene
por fin, principal y casi únicamente, la «reintegración» del hombre en sus primeras
propiedades y virtudes divinas.
Aparece así, de modo incontestable, que la
Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa es portadora de una base
espiritual y una herencia histórica directamente salida de las enseñanzas de Martínez
de Pasqually, y que hay que hacerse completamente el sordo y estar bastante cerrado,
incluso autista, ante los elementos formales que recibimos por vía de las diferentes
fuentes históricas disponibles, pero también es cierto que no hay peor sordo que
aquel que no quiere oír, para rechazar convenir que aquello que ha unido, profundamente,
al Régimen Escocés Rectificado con la doctrina Martinezistas, participa de una incontestable
y directa filiación de la que la Gran Profesión, en toda lógica, será y continua
siendo poseedora por los elementos propios que en su momento fueron depositados
por el mismo Jean- Baptiste Willermoz, sin prejuicio de una eventual y posible ayuda
o benevolente estímulo recibido por parte de Louis-Claude de Saint-Martin, como
nos indican positivamente los términos de una carta del 19 de septiembre de 1784
escrita por el Filósofo Desconocido al reformador lionés.
II. LA
ESENCIA DEL RÉGIMEN RECTIFICADO Y LA NOCIÓN DE TRADICIÓN
Otro aspecto,
absolutamente contradictorio, entre la doctrina del Régimen Escocés Rectificado
y René Guénon, y quizás incluso si cabe, más radicalmente incompatible y que es
preciso sobre todo no subestimar, tiene que ver con la noción de «Tradición», contemplada
por Willermoz, en esto perfecto cristiano y discípulo de Martínez de Pasqually,
de manera muy distinta, cuando menos, de la manera sostenida por el autor del Simbolismo
de la Cruz. Se podría considerar que este segundo punto es más periférico en relación
al primero, y que la demostración de los errores precedentes relativos a la naturaleza
del Régimen Rectificado bastaría ampliamente para dejarlo claro, haciendo que no
fuera necesario insistir más sobre el particular. Nada sería más falso e imprudente,
ya que las afirmaciones críticas de Guénon al encuentro de la corriente willermoziana
están todas subtendidas, no lo olvidemos nunca, por una teoría global en radical
oposición con las concepciones cristianas del Régimen Rectificado. Es lo que vamos
a examinar ahora, lo que por otra parte nos permitirá darnos cuenta, de manera muy
nítida, de la inmensa fosa que separa las posiciones guenonianas de las concepciones
de Jean-Baptiste Willermoz, y sobre todo del papel simbólico y espiritual fundamental
jugado por Phaleg en el seno del Régimen, llevándonos a captar su identidad innata.
a) La Tradición primordial según Guénon
Para
Guénon, las formas tradicionales de nuestro presente Manvantara, o era temporal,
conservan muy concretamente, incluso si en ocasiones lo hacen de manera muy indirecta,
un vínculo con la «Tradición primordial», que califica por otra parte de hiperbórea
a causa de su origen «polar» que, por su carácter primero, sería la Tradición fundamental
presidiendo la fuente de difusión del Conocimiento sagrado en el seno de nuestro
ciclo actual. Esta Tradición denominada «primordial», es decir la más antigua tradición
de la humanidad, sería la Tradición primera común al conjunto de tradiciones dichas
auténticas y «ortodoxas», cuyos rastros y signos aparecen muy legiblemente en los
símbolos, ritos y mitos de la Tradición universal.
Por otra parte, según
la concepción guenoniana, la naturaleza «polar» de la Tradición primordial le conferiría
un carácter central, es decir, no reducible a las categorías clásicas utilizadas
para situar la zona geográfica de origen de una forma espiritual o religiosa particular,
categorías que se dividen, como sabemos, para nuestra era actual, en dos ámbitos
distintos: Oriente y Occidente. La Tradición primordial se expresaría pues actualmente
por mediación del simbolismo, verdadero lenguaje universal que sobrepasa las diferencias
entre civilizaciones o religiones, en razón justamente de ésta pertenencia común
a una idéntica memoria anterior.
La Tradición primordial juega así un papel
paradigmático en Guénon, lleva en substancia, puesto que en la concepción cíclica
a diferencia de la visión cristiana todo va de una fuente de perfección, del Principio,
punto de partida simple y unificado, hacia un estado de disolución que ve el fin
de un ciclo y el comienzo de otro, como lo explica la doctrina india del Sanâtana
Dharma (Orden universal), la esencia de «la Unidad» original.
b)
La Tradición según la religión cristiana
Imaginamos fácilmente lo
que tales concepciones pueden tener de chocantes y sobre todo de inadmisibles para
un discípulo de Cristo, que rechazará admitir, como escribe Jean Tourniac, el cual
criticará sin embargo esta posición: «todo aspecto igualando la tradición cristiana
con otras tradiciones 9». Ahora bien, y conviene señalarlo, el carácter original
de la tradición cristiana viene del hecho de que no se relaciona a una tierra, a
una herencia simbólica particular, a un conjunto de costumbres o mitos que serían
comunes al resto de la humanidad, sino que está ligada y es dependiente de una «Revelación»
y de un culto, transmitidos no por una civilización, sino por una línea, una descendencia
que es la de los Patriarcas, los Justos y los Profetas terminando en el Mesías,
por el misterio de la Encarnación de Cristo Jesús.
En este aspecto, la tradición
cristiana, que se dice poseedora y heredera de la Palabra revelada de Dios, unida
al Verbo, el Logos, no puede ser tan solo una «ramificación» de la Tradición primordial,
una «rama desprendida» del tronco poderoso y fecundo de la Tradición universal representada
por Oriente que la habría conservado en su máxima pureza, sino, muy al contrario,
al menos para un cristiano, es el corazón, el núcleo de la auténtica «Tradición»,
es decir, aquella que detenta el depósito de la Revelación, «Revelación Divina»
primitiva confiada y transmitida por Dios a los Patriarcas, a los Justos y a los
Profetas.
Es importante comprender pues que desde el punto de vista cristiano,
que es el sostenido y enseñado por el Régimen Escocés Rectificado, la palabra
«Tradición» no se aplica indistintamente al conjunto de la herencia simbólica
o mitológica de la humanidad. La palabra «Tradición» es exclusivamente reservada
a la «Revelación» que se efectuó bajo forma oral, siendo objeto más tarde de una
transcripción que recibirá el título de «Santas Escrituras» en las que el Cristo,
el Mesías, es la culminación de las promesas.
Guénon, que tropieza en la
naturaleza «exclusiva» y no universalista de la Revelación, en la medida en que
ésta declara que sólo Cristo lava y libera a los hombres de la «falta original»,
quien, por otra parte, en su visión sitúa la Palabra del Evangelio en una relación
de «subordinación» ante una metafísica considerada como «no humana», superior a
todas las formas tradicionales, afirma claramente que no puede aceptar la pretensión
del cristianismo de detentar, de manera solitaria, un carácter sobrenatural y trascendente:
«(...) siempre es la misma cosa, escribe: afirmación de que el cristianismo posee
el monopolio de lo sobrenatural y es el único en tener un carácter “trascendente”,
y que por consecuencia, todas las otras tradiciones son “puramente humanas”, lo
que de hecho, viene a decir que no son en absoluto tradiciones, sino que más bien
serían asimilables a “filosofías” y nada más (...) dicho de otra manera, únicamente
el cristianismo es una expresión de la Sabiduría divina; pero desgraciadamente no
son más que afirmaciones (...) todo esto se acompaña de una argumentación puramente
verbal, que solo puede parecer convincente para aquellos que ya están convencidos
de antemano, y que vale lo mismo que la que los filósofos modernos emplean, con
otras intenciones, cuando pretenden imponer límites al conocimiento y quieren negar
todo lo que es de orden supra-racional11». Prosiguiendo sobre su convicción, la
confesión de Guénon, como conclusión de otro artículo, es de un gran interés, ya
que desvelará claramente el fondo de su pensamiento: « (...) ningún entendimiento
es realmente posible, declara, con quien tiene la pretensión de reservar a una sola
y única forma tradicional, con exclusión de todas las demás, el monopolio de la
revelación y de lo sobrenatural».
c) Incompatibilidad doctrinal entre
el Régimen Escocés Rectificado y Guénon
Parece pues evidente, si
queremos detenernos a reflexionar sobre ello un instante, y este elemento no es
secundario, que la gran laguna del pensamiento guenoniano viene de su completo olvido
de la dimensión antropológica de la cuestión espiritual. El hombre, para Guénon,
está situado en el centro de un torbellino cíclico que le es casi exterior, extraño.
Dependiente de leyes cósmicas que lo sobrepasan ampliamente, jamás es preguntado,
en esta concepción que podríamos casi definir como de naturaleza «mecanicista»,
lo que reemplaza la responsabilidad del hombre. Este aspecto del problema, desde
el punto de vista metafísico, no es a descuidar, ya que la doctrina de los ciclos
presupone una suerte de eternidad, de continuidad casi sustancial del universo,
o de los universos.
Ahora bien, el universo, es decir, la totalidad absoluta
de los mundos, a imagen de todas las cosas creadas, no es eterno, no posee permanencia
ontológica, es perecedero, frágil, fugaz, sometido a la limitación, finito y mortal.
Nadie contestará que haya habido, al comienzo de la humanidad, una comunicación
de Dios a los hombres, representando los fundamentos de una Tradición original,
de una «religión primera» cuyos rastros son perceptibles y bien visibles, aunque
profundamente degradados, en los diferentes pueblos.
Si esta primera «Revelación»,
no escrita, que fue objeto de comunicación por Dios a los Patriarcas, los padres
de la humanidad, de sus enseñanzas y sus leyes después de la expulsión del Edén
de Adán y Eva, se convertirá en el fundamento de una Tradición primitiva que a buen
derecho podemos nombrar como «Tradición Madre» según Louis-Claude de Saint- Martin13,
sin embargo es preciso señalar a continuación que esta Tradición se divisa casi
inmediatamente, y ello desde el episodio relatado en el libro del Génesis, cuando
la separación que sucederá entre el culto falso de Caín y aquel otro, bendito por
el Eterno, celebrado por Abel el justo. El culto de Caín, en efecto, únicamente
basado en la religión natural, era una simple ofrenda de alabanza desprovista de
todo aspecto sacrificante, mientras que el culto de Abel, que sabía que después
del pecado original ya no era posible, ni sobre todo permitido, reproducir la forma
anterior que tenían las celebraciones edénicas, dio a su ofrenda un carácter expiatorio
que fue aceptado y agradable a Dios, constituyendo el fundamento de la «Verdadera
Religión», la religión sobrenatural y santa.
d) El sentido de «Phaleg»
en el plano tradicional
De tal manera los dos cultos de Caín y Abel
van a dar nacimiento, desde la aurora de la Historia de los hombres, a dos tradiciones
igualmente antiguas o «primordiales» si queremos utilizar este término guenoniano,
pero absolutamente no equivalentes desde el punto de vista espiritual, de donde
el lugar y la importancia del nombre «Phaleg» atribuido a los Aprendices del Régimen
Rectificado, a fin de substraerlos de la filiación cainita reprobada por Dios y
ponerlos bajo los auspicios de la Tradición bendita y amada del Eterno.
Si
nos quedamos en el simple criterio temporal, como hace Guénon en su concepción de
la Tradición, sin distinguir y poner a la luz el criterio sobrenatural, entonces
es efectivamente posible ensamblar, bajo una falsa unidad, estas dos fuentes, para
hacerlas elementos comunes de una unívoca y monolítica «Tradición Primordial» indiferenciada,
encontrándose en el origen de todas las religiones del mundo, en igualdad de ancianidad
y «dignidad», puesto que salidas de similar cepa merecen el mismo respeto y recibir
el mismo carácter de sacralidad.
Pero es evidente, y extremadamente claro,
que hay un grave error al confundir en una sola «Tradición» dos corrientes del todo
opuestas, dos cultos radicalmente diferentes y contrarios, antitéticos; uno el de
Caín, trabajando por la glorificación de los poderes de la tierra y la naturaleza
(y así pues de los demonios, que por ser espíritus, no son más que «fuerzas naturales»),
con miras al triunfo y dominio del hombre auto-creador, religión prometeica expresada
por la voluntad de acceder por sí mismo a Dios (los frutos de la tierra, en este
aspecto, simbolizando los antiguos mitos paganos), mientras que el otro culto, a
la inversa, el de Abel, fiel al Eterno y a sus santos mandamientos, consciente de
la irreparable falta con que en lo sucesivo estará manchada toda la descendencia
de Adán, y que exige que sea celebrado por los elegidos de Dios una soberana «operación»
de reparación, a pesar de los inefables rastros del pecado original de los que el
hombre es portador, para ser reconciliado y purificado por el Cielo.
Comprenderemos
sin duda alguna por qué, inmediatamente, Jean- Baptiste Willermoz, tras los sagaces
consejos del Agente Desconocido, juzgará necesario, el 5 de mayo de 1785, por una
decisión ratificada por la Regencia Escocesa y el Directorio Provincial de Auvernia,
apartar el nombre de Tubalcaín de los rituales rectificados sustituyéndolo por el
de Phaleg, reconocido como el fundador de las «justas y perfectas» Logias.
Tubalcaín es, en efecto, el representante por excelencia de una peligrosa degeneración
de los oficios del fuego y los forjadores, encarnando los aspectos más maléficos
de la metalurgia y del Arte Real por una práctica desprovista de humildad y sumisión
respecto a Dios: «padre de todos los forjadores de cobre y hierro.» (Génesis 4,
22).
Hay pues entre Phaleg y Tubalcaín una total contradicción, una distinción
absoluta entre las familias a las que pertenecen, una significativa incompatibilidad
que pareció a Jean-Baptiste Willermoz que debía ser claramente redirigida y corregida,
puesto que no le resultaba decentemente aceptable ver subsistir en los rituales
del Régimen Rectificado una referencia a un personaje marcado por el sello de la
reprobación, y más aún cuando la intención de los trabajos de reforma efectuados
en el Convento de las Galias de 1778, y el Convento de Wilhelmsbad de 1782, tenían
por objeto situar el nuevo sistema como prolongación de la «Alta y Santa Orden de
los Elegidos del Eterno», haciendo positivamente de los «Caballeros Bienhechores
de la Ciudad Santa», los lejanos herederos de la línea de los Justos y piadosos
servidores del Eterno, situándose en la filiación directa de Abel, Set y Sem15.
e) La Tradición según Martínez de Pasqually y Willermoz
Como nos lo explica Martínez de Pasqually en el Tratado de la reintegración16
desde el mismo origen no hay una sola Tradición, sino dos
«tradiciones»,
dos cultos, lo que significa dos religiones, una natural reposando únicamente en
el hombre, y la otra sobrenatural poniendo todas sus esperanzas únicamente en Dios
y su Divina Providencia. La sucesión de acontecimientos no ha dejado de confirmar
este constante antagonismo, esta rivalidad y separación entre dos «vías» diferentes
en permanente oposición, haciéndolas rigurosamente extrañas e irreconciliables.
La posteridad de Abel, después de su muerte, imagen viviente de la
«Tradición»
fiel a la Palabra del Eterno, será sucesivamente representada por los principales
Patriarcas que serán los poseedores y guardianes de la Revelación Divina «primitiva»,
y así pues de los nombres que nos son dados por las Escrituras que nos hacen conocer
diez: Adán17, Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Enoc, Matusalén y Lamec padre de Noé.
Ellos son los que transmitieron, sin alterarla, la Tradición Divina que habían recibido,
enriqueciéndola y desarrollándola, mientras que al mismo instante, paralelamente
a este pequeño linaje de Patriarcas que velaban celosamente sobre las enseñanzas
santas y puras, manteniendo con devoción el culto sagrado al Eterno, la inmensa
mayoría de hombres era inspirada por la falsa tradición natural de Caín, por la
religión desviada y pervertida productora del vicio, del crimen, de la impiedad,
de la impudicia, del desenfreno y la corrupción generalizada de costumbres y valores.
¿Qué esconde, en realidad, una voluntad de apertura hacia las tradiciones no
cristianas en Guénon, que pudiera parecer, a primera vista, generosa, y de la que
se guarda a la vez de clamar demasiado fuerte el resultado, desenlace que sin embargo
Guénon había perfectamente descrito en términos sobre los cuales no podemos dejar
de pensar, y con los que nos entrega, la verdadera clave del enigma, que se disimula
como proyecto detrás de esta idea de «Tradición primordial»?: «La tradición hindú
y la tradición islámica son las únicas que afirman explícitamente la validez de
todas las otras tradiciones ortodoxas; y si es así, es porque, siendo la primera
y la última en el curso del Manvantara, ellas deben integrar igualmente, aunque
bajo modos diferentes, todas estas formas diversas que se han producido en el intervalo,
a fin de hacer posible el “retorno a los orígenes” por el que el fin de ciclo deberá
volver a su comienzo, y que en el punto de partida de otro Manvatara, manifestará
de nuevo al exterior el verdadero Sanâtana Dharma1».
La idea oculta es la
de una incorporación, la de una «integración» de la tradición occidental en el seno
de la tradición oriental, de una verdadera
«absorción» por la cual sería
disuelta y devuelta a su pretendida «fuente» a fin de que pudiera cumplirse el último
«retorno a los orígenes» prefigurando el final del actual Manvatara y el surgimiento
de uno nuevo que se comprometería, a su vez, en un movimiento cíclico dividido en
diferentes edades o períodos, y así eternamente.
Por otra parte, apoyando
y confirmando su convicción, al igual que justificando el terrible destino que le
está reservado, el juicio despreciativo de Guénon respecto al cristianismo no adolece
de ambigüedad ninguna: «(...) en despecho de los orígenes iniciáticos del cristianismo,
éste, en su estado actual, ciertamente no es más que una religión, es decir, una
tradición de orden exclusivamente exotérico, y no tiene en sí mismo otras posibilidades
que las de todo exoterismo; por otra parte tampoco lo pretende en modo alguno, puesto
que no aspira a otra cosa que a obtener la “salvación”. Una iniciación puede naturalmente
superponérsele, e incluso así debería ser para que la tradición sea verdaderamente
completa, al poseer efectivamente los dos aspectos exotérico y esotérico; pero al
menos en su forma occidental, esta iniciación, de hecho, no existe en la actualidad.»
Tal es la secreta visión guenoniana, y la estupefaciente consecuencia a la que
conduce esta alucinante doctrina que subordina la Revelación cristiana a la religión
cósmica reprobada por Dios. En efecto, lo que fundamenta la esencia de la verdadera
y auténtica Tradición, volvamos a decirlo, viene del carácter justo y perfecto del
culto que se celebra al Eterno. Si una transmisión está corrompida en su origen,
sea cual sea su anterioridad y su antigüedad, su «primordialidad» podríamos decir,
conserva su naturaleza viciada y no presenta ningún interés desde el punto de vista
espiritual; continúa marcada por el sello de la reprobación y constituirá una rama
marchita portadora de una esencia alterada. Podríamos por este hecho, y en este
aspecto, tratándose de elementos tradicionales, hablar de una Tradición santa y
auténtica a continuación de la cual conviene, humilde y fielmente, situarse, y de
una tradición «apócrifa» como la nombrará Martínez de Pasqually, la cual debe ser
vigorosamente apartada por inexacta y falsa, nutrida como está por la revuelta y
la insumisión a ojos de Dios.
Es por lo que, separándose de esta falsa tradición,
los hermanos del Régimen pueden participar de una vía según el espíritu que les
vale ser distinguidos con el título significativo de «Bien amados», representando
una
«puesta a parte por Dios», un substraerse del Mal, una separación según
el sentido del nombre Phaleg dado a cada Aprendiz cuando su entrada en la Orden20.
CONCLUSIÓN
Podemos constatarlo: la crítica de
las concepciones guenonianas, en particular relativas a la noción de Tradición,
nos obliga a precisar mejor, y sobre todo a comprender mejor la extensión de nuestros
deberes si queremos asumir la herencia willermoziana. Nada es más eficaz que estas
aclaraciones para permitirnos tomar conciencia de aquello a lo que pertenecen, bajo
el nombre de «Tradición», los masones rectificados, y lo que los distingue de otras
corrientes iniciáticas.
Así pues, si somos sabedores de lo que es el Régimen
Escocés Rectificado y su naturaleza, y lo que lleva en esencia, nuestra relación
con la acción iniciática se verá evidentemente transformada, renovada e iluminada,
ya que estaremos en disposición de evaluar la responsabilidad propia que tenemos
y que nos incumbe, tanto en la conservación del Rito como en la preservación de
su doctrina.
Nosotros poseemos, en tanto que francmasones surgidos de la
Reforma de Lyon, una transmisión original conferida por la práctica del Régimen
Escocés Rectificado, cuyos fundadores y referencias nos son conocidas, las convicciones
son perfectamente explícitas, los principios claramente identificados, y es normal
y legítimo que busquemos aproximarnos lo más posible a estas fuentes íntimas que
nos han sido dadas cuando nuestra iniciación, y generosamente ofrecidas cuando recibimos
el «interesante título de Hermano».
Hay en este esfuerzo de coherencia que
hemos emprendido la voluntad de progresar hacia las bases auténticas de nuestra
iniciación. El esoterismo- cristiano es pues el esoterismo de los «hijos de Dios»,
de los hijos del Único
«Verbo Divino» que es el verdadero «Oriente», y es
por lo que podemos tener confianza en los «frutos» magníficos de nuestro bautismo
y aquellos otros transmitidos por nuestro camino iniciático en el seno del Régimen
Escocés Rectificado. Como dijo solemnemente quien fue por aquel entonces el Gran
Maestro del Gran Priorato de las Galias, Daniel Fontaine: «la iniciación pasa ante
todo y a ella debemos consagrar nuestra vida»21. Esta vía iniciática, preciosa,
vamos a proseguirla y a edificarla juntos, para que mañana resplandezcan extensamente
las luces del Régimen Escocés Rectificado y de la Francmasonería cristiana. De esta
obra común seremos, y de ello estoy absolutamente convencido, felizmente recompensados
con fecundas bendiciones.
Segovia, el domingo 28 de junio del 2009,
en la festividad de san Irineo
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