Por: Jorge Francisco Ferro
Pocas veces se han emitido opiniones tan encontradas acerca de un iniciado como
las referidas a Martínez de Pasqually. Muchas de ellas (la gran mayoría, de hecho),
han surgido de confusiones inexplicables entre el teúrgo de Bordeaux y su secretario
y discípulo Louis Claude de Saint-Martín (“le Philosophe Inconnu”).
Se ha
sostenido que Martínez de Pasqually había sido discípulo de Emanuel Swedenborg o,
mucho más frecuentemente, que era un “cabalista” sin mayores especificaciones, cuando,
de ser así, hubiera sido más correcto calificarlo de “cabalista cristiano” en razón
de sus doctrinas y más especialmente de su teúrgia, sobre todo la del grado supremo
de su Orden.
La realidad es que estudiando las dos principales fuentes doctrinarias
que dejara Martínez de Pasqually, su “Tratado de la Reintegración de los
Seres” y su nutrido epistolario, de ninguna manera aparecen fundamentadas
tales afirmaciones.
René Guénon agudamente hace notar al respecto que el
solo hecho de haber bebido en una fuente hebraica, lo cual es innegable, de ninguna
manera convierte a Martínez de Pasqually en un “cabalista”, hecho éste que no hubiera
sido en nada opuesto al esoterismo judío tradicional, después cristianizado en el
Renacimiento, sino que simplemente se debe constatar un hecho objetivo. El Árbol
de la Vida, los Sefiroth y otros elementos típicos de la QBL no aparecen o apenas
son mencionados en su obra. La importancia que revisten los números en el sistema
Martinezista tampoco constituye una prueba, pues el sentido que les atribuye
está distante
del de la QBL y tal vez sería más acertado buscar su origen en el Pitagorismo.
En este caso es más acertado coincidir con la autoridad de Guénon en el sentido
que las doctrinas de Martínez de Pasqually constituirían una “gnosis” (en sentido
estrictamente etimológico, un “conocimiento”), definidamente judeocristiana, muy
probablemente de origen sefardí, recibida en un centro iniciático misterioso del
norte de África. Si bien no se puede, al menos hasta el momento, ofrecer pruebas
definitivas al respecto que constituyan una certeza académica desde el punto de
vista histórico, existen importantes evidencias doctrinarias en su apoyo, sobre
todo después de descartar hipótesis insostenibles como las que fueron mencionadas.
El Tratado de la Reintegración de los Seres
El nombre original de la obra era “La Reintegración y
la Reconciliación de todo ser espiritual creado con sus primeras virtudes, fuerzas
y potencias en la alegría personal que todo ser gozará distintamente (individualmente)
en la presencia del Creador”. Este largo título daba un somero esbozo de
las doctrinas básicas de la teúrgia de Martínez de Pasqually. Posteriormente, ese
título fue cambiado por el de “Tratado de la Reintegración de los Seres
en sus Primeras Propiedades, Virtudes y Potencias Espirituales y Divinas”,
que enunciaba también los propósitos de la Teúrgia de don Martínez.
Según
las doctrinas expuestas en el Tratado, toda la historia de la humanidad y en particular
la del pueblo judío, se explicaría por dos hechos fundamentales: las consecuencias
del Pecado Original y la división fundamental del género humano en dos clases distintas,
la de los Réprobos y la de los Elegidos.
Dios habría emanado a Adán para
que fuese el guardián de la prisión donde habían sido encerrados los ángeles rebeldes.
Tal prisión era el mundo material creado a tal efecto. Adán, revestido de una forma
“gloriosa” (luminosa), tenía bajo sus órdenes los espíritus de rango más elevado
y tenía poder sobre toda la Creación. Pero, seducido por los pérfidos engaños de
los espíritus perversos se había arrogado derechos propios de Dios tratando de darse
una posteridad “espiritual”, es decir, emanar, a su vez, sin la cooperación divina,
seres semejantes así mismo. El castigo de esta falta fue doble: la temeraria empresa
no produjo más que una forma material, “Hewa” (Eva). Aprisionado también en un cuerpo
de materia, Adán tuvo que habitar sobre la tierra, viviendo “en privación” desde
ese momento, es decir, cortada toda comunicación directa con Dios. Así estuvo expuesto
a las emboscadas y a los ataques de los malos espíritus que antes dominara.
La humanidad surgió de las relaciones que el Adán caído mantuvo con “Hewa”,
pero la suerte de los hombres en la vida futura, cualquiera sea la raza a que pertenezcan,
será muy diferente según ellos desciendan de Caín o de Seth. La posteridad del primero
está condenada a permanecer eternamente “en privación”; la del segundo puede esperar
una “reconciliación” que a pondrá, después de las pruebas de este mundo y las de
las esferas superiores, en contacto directo con Dios con quien se unirá “al final
de los tiempos”.
El origen divino del Primer Hombre le había otorgado un
carácter indeleble que la Caída, aunque lo había convertido en un “Menor”, no había
podido borrar completamente. Ante el arrepentimiento de Adán, el Señor había consentido
en manifestarse por su Palabra y en reconciliarse con su criatura. La posteridad
de Seth (también llamados los Justos, tales como Noé, Abraham, Jacob, Moisés y profetas
como Elías), había heredado, según el testimonio de los Libros Santos, el privilegio
de recibir comunicaciones del Altísimo por el intermedio de los espíritus del mundo
celestial y del supe celeste quienes se les aparecían y les hablaban en el Nombre
del Eterno. El ejemplo de esos “Menores Elegidos” mostraba que, por su intermedio,
los “Menores Espirituales” (la posterioridad de Seth), podían ser objeto de favores
de naturaleza semejante.
La manifestación de uno de estos espíritus “reconciliadores”
al mismo tiempo que anunciaba la beatitud final, era la condición necesaria de la
salvación, pues marcaba al Menor favorecido por la presencia con un “carácter” o
sello Angélico. La “Reconciliación” era el estado preliminar y obligatorio que precedía
a la “Regeneración” que después de la muerte física del Menor y del paso sucesivo
por las esferas superiores, le daría acceso al mundo supe celeste del cual la Caída
de Adán lo había exiliado. Según la cosmología de Martínez de Pasqually, el mundo
“celeste” era aquél en el cual evolucionaban los astros y por lo tanto formaba parte
de la Creación material; en tanto que el mundo “supe celeste” estaba habitado por
los espíritus de más alto rango que vivían en el “Círculo de la Divinidad”. Todo
hombre deseoso de saber en este mundo cuál sería su destino al abandonar la vida
material debía entonces esforzarse para recibir esta prueba cierta de su “Reintegración”,
al menos parcial, en las “propiedades, virtudes y potencias espirituales y divinas”
que habían sido otorgadas en el principio al ancestro del género humano.
El “Tratado de la Reintegración de los Seres”, escrito a pedido de los “Émulos”
(discípulos), quedó inconcluso por el viaje de don Martínez de Pasqually a Port-au-Prince
donde hallaría la muerte. Había desarrollado sus doctrinas basadas en el Antiguo
Testamento y todo hace suponer que, de haber seguido viviendo, el Tratado habría
abarcado también el esoterismo del Nuevo Testamento. Esta hipótesis aparece apoyada
por el hecho que, dentro de sus prácticas teúrgicas, el grado más alto, los Réau-Croix,
eran los únicos autorizados a evocar al Cristo Glorioso que reinaba sobre los espíritus
de los profetas, patriarcas, santos y ángeles.
Las Operaciones Teúrgicas
Pero el Menor Espiritual debía saber que no eran suficientes la
devoción más sincera, los ejercicios de piedad más asiduos ni las plegarias más
fervientes para obtener la promesa de la salvación. Era necesario merecerla por
medio de “penosos trabajos del cuerpo y del espíritu” procediendo a ejecutar ciertas
“operaciones”. Con este nombre Martínez de Pasqually designaba un conjunto ordenado
de rituales cuyos detalles estaban minuciosamente establecidos, pues el Émulo estaba
advertido de que buscando ponerse en contacto con el mundo sobrenatural se exponía
a los mayores peligros. No solamente los Espíritus Perversos intentaban sin cesar
“aplastarlo” paralizando sus miembros o engañarlo apareciendo con un falso “Cuerpo
de Gloria”, sino que aún la proximidad de los Espíritus Benignos podían tener consecuencias
terribles para la forma corporal del Menor, incapaz de soportar el contacto con
el fuego divino del cual los Espíritus tomaban el brillo para hacerse visibles.
Por lo tanto, era necesario tomar grandes precauciones al respecto y defenderse
de los ataques insidiosos o brutales. Por lo tanto, el Operador tenía como objetivos
rechazar a los Espíritus Malignos y evocar, bajo medidas de seguridad, a los Espíritus
Reconciliadores.
Contra los primeros, el Operador se servía de un “escudo”
talismán de forma triangular cuyas puntas tornaba sucesivamente hacia el Mediodía,
morada de los demonios. También se encerraba dentro de uno o varios círculos trazados
con tiza sobre el piso en el que inscribía los nombres y “hieroglifos” de los patriarcas,
de los profetas y de los apóstoles unidos al trabajo para contener aún más al “Maligno”.
Pronunciaba “ex conjuraciones” para “ligar, detener y aniquilar en sus abismos de
tinieblas” a Satán, Belzebuth, Baram y Leviatán, “poderosos demonios de las cuatro
regiones del Universo”, junto con sus legiones diabólicas. Al mismo tiempo, buscaba
atraer a los buenos espíritus por medio de fumigaciones balsámicas, de numerosos
cirios, de testimonios de respeto e invocaciones propiciatorias. Purificaba los
círculos que había trazado con un braserillo con carbones ardientes sobre los que
había arrojado incienso; iluminaba los caracteres trazados sobre los círculos con
“estrellas” (bujías de cera); con los pies desnudos y prosternado en su totalidad,
pronunciaba invocaciones dirigidas a los espíritus que había elegido de entre los
nombres de un Repertorio de 2.400; inscribía los símbolos correspondientes dentro
del “Círculo de la Presencia Divina”; finalmente, refugiado en el “Círculo de Retiro”,
esperaba la manifestación solicitada. Las Operaciones debían ser repetidas tres
noches consecutivas en diferentes épocas del año.
El resultado obtenido era
llamado “Paso”, indicando de esa forma que la manifestación era, por naturaleza,
extremadamente breve y fugitiva. Por lo tanto, era necesaria la máxima atención
para poder percibirla. Los “Pasos” que revelaban la presencia momentánea del Espíritu
reconciliador en la Cámara de Operaciones podían impresionar de diferentes formas
los sentidos del Émulo: sentía “la carne de gallina por todo el cuerpo”, o escuchaba
débiles sonidos; pero, en general, “la manifestación se operaba por la visión”,
por la percepción de resplandores y chispas. Para poder percibirla, el Operador
extinguía los cirios y velaba la llama del único candelabro que permanecía encendido
hasta el final de la ceremonia. Los resplandores podían ser de diversos colores:
“blanco, azul, blanco-rojizo, de color mixto o todo blanco, color de vela de cera
blanca”. Pero, de cualquier aspecto que fuesen, estaban considerados como el reflejo
de la “forma gloriosa” de un Espíritu que había respondido, con la autorización
de Dios, a la invocación de un Menor Espiritual. Las formas que ellas adoptaban,
igual a alguno de los “hieroglifos” trazados en los círculos, permitían identificar
al Espíritu reconciliador y saber entonces a qué rango pertenecía en la jerarquía
celeste. Por supuesto que el favor acordado al Émulo era más precioso cuanto más
elevado era dicho rango.
Por medio de su exégesis esotérica de los textos
bíblicos, el Tratado de la Reintegración establecía que el “verdadero Culto Divino”
tenía por objeto y justificación el producir “los frutos espirituales provenientes
de las operaciones espirituales-temporales”, es decir, hacer aparecer “el Espíritu
que el Sabio (el iniciado) sujetaba por la fuerza de su Operación”. Este Culto había
sido transmitido por una tradición secreta, ignorada por las religiones
públicas, cuyos
herederos habían sido Abel, Seth, su hijo Enoch, los siete Menores Elegidos de la
posteridad de Noé, Jacob y Moisés entre los israelitas, pues Martínez de Pasqually
colocaba entre los Menores Elegidos a todos los personajes de la Biblia a quienes
Jehová se había manifestado sea por su Palabra o por intermedio de sus ángeles.
De esta manera, los fenómenos visuales, táctiles o auditivos que se producían en
la Cámara de Operaciones eran una forma debilitada de las manifestaciones divinas
relatadas en la Biblia. Después de Jacob y Moisés, dicha tradición secreta había
sido transmitida por una cadena de Superiores Incógnitos de los cuales Martínez
de Pasqually era el heredero. Los Émulos que recibían su iniciación y sus doctrinas
practicaban, bajo su supervisión, el antiguo Culto Divino y constituían el verdadero
sacerdocio. El propio nombre de “Cohen (sacerdote) del Universo” que figuraba en
el nombre de la Orden indicaba claramente su dignidad dado que tal palabra era una
adaptación de la palabra hebrea “Cohanim” que designaba a la clase sacerdotal más
elevada, constituida en Jerusalén para asegurar el servicio divino del templo. Los
“Cohanim”, que tenían a los Levitas a sus órdenes, pasaban por descendientes directos
de Aarón y por ello estaban en posesión de verdades secretas reveladas a Moisés
por el Eterno y comunicadas oralmente por éste a su hermano. Así, para obtener frutos
de sus Operaciones, cada uno de ellos debía recibir una "ordenación”, pues esa consagración
sacramental le confería una virtud especial que lo convertía en un “Muy Poderoso
Maestro”. Ese carácter era considerado como indeleble por los Émulos, cualesquiera
que pudieran ser sus conductas y sus actos posteriores. Louis Claude de Saint-Martín,
por ejemplo, al pasar “a sueño” en la Orden le escribía en estos términos a otro
Émulo que permanecía en actividad: “Nosotros permaneceremos para siempre ligados
como Cohens y como iniciados”.
La fraternidad que se establecía entre los
Émulos “regularmente ordenados” por medio del sacramento secreto se manifestaba
especialmente en el ejercicio de sus funciones sacerdotales. Las solemnes Operaciones
debían ser efectuadas exactamente a la misma hora por todos los Cohens ordenados
y autorizados. Las Cámaras de Operaciones donde ellos oficiaban podían estar situadas
a una gran distancia unas de otras, por ejemplo, en Lyon, París y Bordeaux, pero
un sincronismo perfecto era absolutamente necesario para que pudiera actuar lo que
se llamaba, en el sentido estrictamente etimológico del término, la “cooperación
simpática” que, a través del espacio, aportaba a cada uno de los oficiantes la ayuda
espiritual de todos sus cofrades. Para materializar su ayuda, en cada Cámara de
Operaciones, uno de los círculos trazados tenía en su interior tantas velas como
Muy Poderosos Maestros, corporalmente ausentes, pero presentes de intención participaban
en el ritual teúrgico.
Cuando los “Sacerdotes del Universo” cumplían sus
funciones utilizando una vestimenta especial: túnica, calzas y medias negras, sobre
lo cual usaban una robe blanca bordeada en lo bajo por una guarda color rojo fuego
de un pie de ancho; las mangas “cortadas en forma de alba” estaban bordeadas de igual
forma pero de un ancho de sólo medio pie; el cuello poseía una guarda semejante
pero de tres dedos de ancho. Sobre la robe se colocaban un collarín, en forma de
sotuer, de color azul que pendía del cuello; una banda negra caía del hombro
derecho a
la cadera izquierda, otra banda color verde agua atravesaba el pecho y finalmente
otra banda roja ceñía la cintura sobre el vientre. Cuando penetraban en la Cámara
de Operaciones, no debían llevar sobre ellos nada metálico, “ni siquiera un alfiler”,
y llevaban el calzado “en pantufla” para poder quitárselo fácilmente antes de poner
el pie dentro de los círculos.
Los Sacerdotes del Universo debían observar
una “regla de vida” particular: les estaba prohibido consumir sangre, grasa y entrañas
de cualquier animal; tampoco podían ingerir pichones domésticos. No podían librarse
a los placeres de los sentidos sin la mayor moderación y estaban sometidos, dos
meses por año, a observar un ayuno severo. Debían abstenerse de todo alimento durante
las once horas precedentes a las Operaciones.
Los aspirantes no eran admitidos
al sacerdocio secreto sino después de un largo noviciado dentro de los grados inferiores.
No sólo exteriormente sino esencialmente, la Orden de los Caballeros Elegidos
+ Sacerdotes del Universo constituía un Rito o Régimen masónico especial derivado,
en su estructura, de la Masonería Estuardista jacobita que canalizaba una teúrgia
judeocristiana. En el pensamiento de Martínez de Pasqually, tal vez esta constituía
la única y auténtica Masonería de tradición, pues la economía y los efectos del
verdadero Culto Divino eran el alma y la substancia del secreto masónico dado que,
simbólicamente, el masón era el emblema del Menor Espiritual. Los masones que practicaban
los diversos Ritos de la Masonería Especulativa no eran sino masones “apócrifos”.
Cuando uno de tales Hermanos solicitaba ser recibido en uno de los “Templos” (logias)
de los Caballeros-Masones Elegidos + Cohen del Universo, en caso de votación favorable,
era admitido en la Clase del Pórtico compuesto por tres grados: Aprendiz Elegido
Cohen, Compañero Elegido Cohen y Maestro Particular. Después de un estado probatorio
en estos tres grados preliminares recibía los tres Altos Grados: Maestro Elegido
Cohen, Gran Maestro Cohen y Gran Elegido de Zorobabel. Solamente después de haber
pasado por estos seis grados, en los cuales aparecían la mayor parte de los símbolos
y los ritos utilizados en otros sistemas masónicos pero interpretados según las
doctrinas expuestas en el Tratado de la Reintegración, era admitido al grado supremo
de Réau + Croix con el título de Muy Poderoso Maestro.
Estos complicados
rituales teúrgicos tenían por objeto convocar a las jerarquías angélicas, a la llamada
del Operador, por medio del poder propio de las palabras sagradas de las
fórmulas sacramentales
y la voluntad del hombre. Los Caballeros Elegidos de Martínez de Pasqually ejecutaban
tales ritos sagrados al servicio de la más alta Teúrgia. La mayor parte de las prescripciones
de los rituales operativos eran usadas desde la más remota antigüedad. Por
ejemplo, toda
Operación comenzaba a medianoche en punto; el Muy Poderoso Maestro que deseaba
estar
“perfectamente en regla” llevaba a la Cámara de Operaciones suelas de corcho en
el calzado para protegerse de los fluidos nocivos que pudieran emanar del suelo;
los cirios y los incensarios debían ser encendidos con “fuego nuevo”, casi siempre
obtenido por medio de una lente que concentraba el calor solar. La Ordenación incluía
un “holocausto de expiación "imitando los sacrificios practicados por los hebreos.
También la astrología cumplía un rol importante en las Operaciones: era de gran importancia
el momento en que debían comenzar, tras cálculos exactos, pues aportaba al Operador
la ayuda de un influjo astral favorable. En caso contrario, “los círculos planetarios
estaban habitados por seres espirituales malignos que se oponen a las potencias buenas
y combaten la acción de los buenos influjos que los seres espirituales planetarios
benignos están encargados de repartir por todo el mundo” y entonces los trabajos
del Operador quedarían “sin fruto”. Por este motivo, los trabajos debían tener
lugar durante
los catorce días siguientes a la Luna Nueva. La “Gran Operación Anual”, en la
que participaban
todos los Muy Poderosos Maestros y que era, en teoría, la más eficaz, estaba
fijada en
el equinoccio de primavera justo en el momento en que el Sol, reflejo del “fuego
divino", retomaba fuerza y vigor. La ceremonia de Otoño, aunque menos poderosa, era
sin embargo superior a los llamados “Trabajos de los Tres Días”.
Según el
Tratado de la Reintegración, el Cristianismo era la religión universal a la que
se convertirían todas las razas de la tierra por ser la heredera de la Ley Divina
proclamada por Moisés.
El Esoterismo Cristiano
Martínez de Pasqually decía: “Nuestra Orden está fundada sobre
tres, seis y nueve buenos preceptos; los tres primeros son los de Dios; los otros
tres son sus Mandamientos (Decálogo), y los tres últimos son los que nosotros profesamos
en la Religión Cristiana”.
Para hablar del fundador de la Iglesia y de su
misión utilizaba conceptos que hubieran sido aprobados por los más exigentes doctores
de la Sorbona. Con un procedimiento similar al de la apologética, descubría en los
relatos de la Biblia alusiones que prefiguraban las enseñanzas del Evangelio, los
dogmas de la Iglesia Católica Romana (de la cual era un feligrés practicante) y
la llegada del Salvador. Un pasaje del Tratado de la Reintegración de los Seres
databa expresamente la fundación del Verdadero Culto Divino desde la llegada de
Cristo, advenimiento que significaba la culminación de un proceso de Revelaciones
progresivas. En una carta a Jean-Baptiste Willermoz, decía: “Cristo ha dicho: cualquier
cosa que demandéis en Mi Nombre la obtendréis...” Tal es la clave de la Ciencia
(Teúrgica). Por lo tanto, sus Émulos tenían sobrados motivos para considerarle un
doctor en Esoterismo Cristiano de la “Disciplina Arcani” revelada a sus iniciados
por el Dios-Hombre que exorcizaba a los demonios y a quien obedecían los ángeles.
Las “Obligaciones Espirituales” o ejercicios prescritos a los Caballeros Elegidos
confirmaban este punto de vista, pues eran iguales o aún más estrictas que las que
practicaban los demás católicos. Los Émulos tenían la orden de leer diariamente el
Oficio del Espíritu Santo en el “Petit Livre du Chrétien dans la pratique du serviteur
de Dieu ou de l'Eglise”; antes de acostarse debía recitar el “Miserere Mei” y el
“De Profundis”; durante las tres noches de las Operaciones, los Muy Poderosos Maestros
comenzaban sus trabajos recitando los siete Salmos y las Letanías de los Santos.
Para dejar bien sentado que su Ministerio era teúrgico y cristiano, Martínez de
Pasqually había conferido a los Émulos admitidos al grado supremo el titulo de Réau
+ Croix, cuyo primer término recordaba el nombre esotérico que llevaba Adán antes
de la Caída cuando comandaba a los ángeles y el segundo aludía al símbolo venerado
por todos los cristianos. Según el Tratado de la Reintegración, Jesucristo había
sido precedido por muchos “Reconciliadores” entre los cuales se mencionaban Enoch,
Noé, Melki-Tsedek, José, Moisés, David, Salomón y Zorobabel.
Los Caballeros
Elegidos estudiaban y asimilaban estas doctrinas con la esperanza de que, unidas
a las prácticas teúrgicas, los harían “semejantes a Cristo”. La gran mayoría de
los Muy Poderosos Maestros no podría llegar muy lejos en las vías de la realización
efectiva ni en la posesión de los dones preternaturales (ver
Nota) que ya
tampoco ejercían los ministros del culto público y exotérico. La mejor prueba de
ello la constituía el hecho de que, entre el clero, ya no se contaban más los exorcistas
si no era a título honorario, y tal como les reprochaba Louis Claude de Saint-Martín,
uno de los más ilustres Caballeros Elegidos, habían “perdido el secreto de la manifestación
de todas las maravillas y de todas las luces que debían pertenecer a su ministerio
y de las cuales el corazón del hombre tenía una necesidad tan grande”.
Emile
Dermenghem, en su Introducción a la “Mémoire Inedit de J. de Maistre au duc de
Brunswick”,
señala que “los Cohens lioneses no estaban lejos de considerarse como los sacerdotes
de la verdadera Iglesia interior, iniciados en los misterios del Reino de Dios,
con más títulos que los simples eclesiásticos incapaces de hacer prodigios, de curar
mágicamente a los enfermos y muy ignorantes de los arcanos cabalísticos”. Salvo
ciertas impropiedades del lenguaje tales como “curar mágicamente”, en lugar de curar
en el nombre de Jesús, o de arcanos “cabalísticos”, la Cábala no tenía un lugar
destacado en la Teúrgia Crística de Martínez de Pasqually, la observación de dicho
autor es muy válida en relación con la perspectiva de los Caballeros Elegidos +
Sacerdotes del Universo, pues según sus doctrinas, la transformación que operaba
el sacramento esotérico de la ordenación como Réau + Croix convertía al recipiendario
en un ser que poseía una comunicación con Dios aún más directa que la de los sacerdotes
de la Iglesia primitiva. Según Martínez de Pasqually, los Muy Poderosos Maestros
Réau + Croix (o mejor quizás, los Grands + Réaux), grado secreto del cual no existen
registros, eran ya semejantes a “hombres-dioses creados a semejanza de Dios” inscritos
“en el registro de las Ciencias abierto a los Hombres de Deseo”.
Como se
advierte constantemente, en las doctrinas teúrgicas de los Caballeros Elegidos,
existía una clara conciencia de que ésta no era la verdadera humanidad, sino una
criatura caída a consecuencia del pecado, debiendo ser restaurada en su puesto de
privilegio en la Creación por medio de prácticas difíciles y penosas olvidadas por
el culto público.
El deseo de descubrir esas “maravillas” y esas “luces”
antes mencionadas, tan necesarias “al corazón y al espíritu del hombre”, es decir,
las pruebas sensibles de las verdades reveladas que todos buscaban afanosamente
en sus Operaciones, indican la naturaleza de la Teúrgia practicada y explican el
apasionado interés por las doctrinas esotéricas del Gran Soberano. Los iniciados
que él dirigía eran adversarios declarados del racionalismo invasor y admitían de
entrada la autoridad de las Sagradas Escrituras y los dogmas profesados por la Religión
Católica en la cual habían sido educados y a la que permanecían fielmente ligados;
sin embargo, añoraban los dones y los favores que Dios había otorgado a los primeros
cristianos, a los Apóstoles y discípulos de Jesús, y deseaban restaurar la pureza
y el poder primordiales de aquellos.
Martínez de Pasqually hablaba de corazón
cuando decía que “el ojo es el órgano de la convicción”, afirmando claramente que
“los hijos de este siglo se han alejado de todo Conocimiento Divino bajo el pretexto
de una fe ciega que les ha hecho perder totalmente la idea de la verdadera fe. La
fe sin las obras (las prácticas teúrgicas), no puede ser considerada como verdadera
fe.... Los hombres provenientes de la última época de Cristo (después de la última
manifestación del Espíritu Reconciliador), no teniendo más ante sus ojos las manifestaciones
divinas que se operaban durante los primeros siglos, han perdido de vista los conocimientos
del Gran Culto Divino, y como ya no ven perpetuarse los prodigios de la justicia
(todopoderosa) del Creador, ya no se encuentra un solo Justo (verdadero creyente)
en este siglo”.
En otros términos, para los Caballeros Elegidos, la verdadera
fe se funda en hechos preternaturales y dado que ellos, por la decadencia del ciclo
histórico, no se producen más públicamente, es necesario generarlos en la Cámara
de Operaciones por medio de un complejo y estricto ritual. Por lo tanto, una Operación
Teúrgica es más un acto de fe, de adoración, de devoción, que una alta práctica
de una Ciencia Sagrada. La demostración sensible de los hechos espirituales trascendentes
es doblemente preciosa a los ojos del Operador: no solamente su fe es apoyada sobre
el testimonio irrecusable de su sistema nervioso, de sus ojos y sus oídos sino que,
sobre todo, le prueba que pertenece a la clase de los Menores Espirituales y que
acaba de recibir el Sello de la Salvación.
Nota:
Preternatural
Lo preternatural es aquello que está afuera o más allá de lo natural.
Mientras esto puede incluir lo comúnmente llamado sobrenatural, también puede simplemente
denotar extremos, como un fenómeno ordinario llevado "más allá" de lo natural. Uno
podría tener, por ejemplo, un deseo preternatural, una curiosidad preternatural,
un preternatural sentido del oído, etc.
Con frecuencia este término se utiliza
para distinguirse de lo divino («sobrenatural») mientras se mantiene una división
con lo completamente natural.
En teología, los ángeles, y los caídos (demonios)
están dotados con poderes preternaturales. Su intelecto, velocidad, y otras características
están más allá de las capacidades humanas.
Búsqueda en el
|
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola