Jean-Marc Vivenza
El Extracto de su obra "Los Élus Cohen y el Régimen Escocés Rectificado",
Capítulo V: "Expiación, purificación, reconciliación y santificación:
los cuatro
tiempos de la reedificación del Templo del menor espiritual"
“... ¿cómo se va a traducir, para el Régimen Escocés Rectificado,
esta “ciencia del hombre”, que procede directamente de la enseñanza martinezista
sobre la cual se apoya, por medio de correcciones previas y significativas enmiendas
efectuadas para volverla conforme a las verdades de la fe cristiana? De qué manera
esta “ciencia” singular conseguirá, concretamente, coger forma para conseguir fundirse
enteramente en los diversos grados y niveles de la “rectificación”, hasta tal punto
que se volverá tan íntima con el Régimen Rectificado que es ahora relativamente
delicado, debido al genio con el cual Willermoz supo, mediante suaves toques, distribuir
los elementos de esta ciencia en su sistema, extraerla para proyectar sobre ella
una luz que le permita aparecer en toda su integral profundidad y clara formulación.
La única manera de conseguir resolver estas legítimas cuestiones, cuya elucidación
es indispensable si se desea llegar a comprender la esencia espiritual auténtica
del Rectificado, es preguntarse en qué consiste el primer y mayor objetivo, el objetivo
central del Régimen fundado por Jean-Baptiste Willermoz. Ahora bien, a esta pregunta
se puede aportar una respuesta simple e inmediata, que nos es expuesta por la Instrucción
secreta de los Grandes Profesos: “El único objetivo de la iniciación es conducir
del Porche al Santuario”; lo que significa, positivamente, que el Rectificado, cuya
finalidad es “esclarecer al hombre acerca de su naturaleza, su origen y su destino”,
no posee otro programa que el de la “Reintegración”.
Es evidente, como lo
mostrará Willermoz, que si el hombre no hubiese degradado su naturaleza librándose
a la prevaricación, sería inútil iniciar hoy en día tal proceso de regeneración.
Pero ahora, pudriéndose en su estado lamentable, un importante trabajo se le impone
puesto que el hombre es “indigno de acercarse al Santuario”, trabajo que podría
resumirse en la imperativa obligación para el Menor espiritual caído de obrar en
recobrar su estado primitivo original, que fue el objetivo reconocido de la verdadera
Iniciación por el intermedio de sus profetas y de sus enviados que prescribieron
siempre “una multitud de lustraciones y purificaciones de todo tipo que exigían
a los iniciados, y solamente tras haberles preparado de esta manera, les hacían
descubrir el único camino que puede conducir al hombre hacia su estado primitivo
y restablecerle en sus derechos perdidos” (Instrucción secreta). Si no hay otra
finalidad para la iniciación, ni otro objetivo más precioso y vital, lo que sostendrá
con gran fuerza y enérgica convicción Jean-Baptiste Willermoz, entonces se hace
necesario organizar un camino, preparar una “vía” que se encarnará en lo que quiso
ser, y se pensó en tanto que Orden de los Caballeros Bienhechores de la Ciudad Santa,
la rectificación comprometida en 1778 en Lyon.
Curiosamente, para llevar
a la práctica este proceso de reintegración del hombre, y casi invisiblemente dándole
a primera vista un barniz “ético” o “moral”, que llegará hasta engañar a algunos
Masones, y no los menos instruidos, el Rectificado retomará por su cuenta sin divulgarlo
demasiado las tesis de Martinès relativas al culto primitivo, y reproducirá así
los grandes principios de la doctrina de los Cohen: “El hombre, ser espiritual menor,
tenía que operar un culto. Era puro y simple, pero habiendo degradado su ser y desnaturalizado
su forma, su culto cambió. Se ha vuelto sujeto a la ley ceremonial del culto. El
hombre, que participa de la naturaleza divina y completa la cuádruple esencia, debe
rendir un culto que corresponde a las cuatros facultades divinas de las cuales es
imagen y semejanza”. Es cierto que el culto celebrado por los Cohen integraba elementos
del culto celebrado por Adán, pero perfeccionándolos, haciéndoles más eficaces y
justos: “Culto de expiación, purificación, reconciliación, santificación. El último
corresponde al pensamiento divino, el tercero a la voluntad o al verbo, el segundo
a la acción, el primero a la operación. El hombre en su primer estado solo tenía
que operar para él un culto de santificación y de alabanzas. Era el agente por el
cual los espíritus que debía traer de vuelta debían operar los otros tres. Al haber
caído, debe operarlos él mismo. Estos cuatro cultos se designaban en la antigua
ley por los 4 diferentes sacrificios que hacía el gran sacerdote, por las 4 especies
de animales. También lo eran por los 4 tiempos, o fiestas principales, y por las
4 oraciones diarias. El verdadero culto fue enseñado a Adán tras su caída por el
ángel reconciliador, fue operado santamente por su hijo Abel en su presencia, restablecido
bajo Enoc quien formó nuevos discípulos, olvidado después por toda la tierra y restaurado
por Noé y sus hijos, renovado luego por Moisés, David, Salomón, Zorobabel y finalmente
perfeccionado por Cristo en medio de los doce apóstoles en la Última Cena”[1].
Este culto nunca será enseñado en términos directos a los miembros del Régimen
Rectificado, puesto que Willermoz reservará su conocimiento, no práctico sino teórico,
únicamente a los Caballeros Profesos y a los Grandes Profesos. Sin embargo, se conducirá
a los hermanos del Régimen por un proceso de regeneración espiritual tal que cumplirán,
sin estar realmente consciente de ello, los principios, las reglas, las leyes y
ceremonias de este culto, llevándoles a comprometerse, lenta y armoniosamente, en
una santa labor de regeneración espiritual durante todo el tiempo de su vida masónica.
Sin embargo, el carácter fundamental del cuaternario va a tomar con el Régimen Rectificado,
que se libera de los marcos de la masonería estructurada en tres grados de Aprendiz,
Compañero y Maestro, tal evidente dimensión que va a posicionar al sistema de Willermoz
en una actitud de brusca y, para algunos, chocante originalidad, de tal forma que
se va a acoplar con las convicciones de la doctrina Cohen, que retoma para su propósito
a este respecto y las hace completamente suyas. Así, para reedificar el templo tripartito
destruido y en ruinas, el Menor de potencia cuaternaria deberá, en cuatro tiempos,
reencontrar los elementos del culto original fundado sobre los cuatro sacrificios,
las cuatro oraciones diarias y las cuatro fiestas principales. Descubrimos entonces
mucho mejor por qué Willermoz, quien deseaba situar su Orden bajo los auspicios
del “verdadero culto” y del sacerdocio primitivo, edificó su sistema masónico en
cuatro grados y no en tres.
***
Volviendo con un sentido consumado de la pedagogía espiritual
sobre las grandes líneas de la historia universal, Jean-Baptiste Willermoz, que
observará sobre este punto una gran fidelidad con respecto a la enseñanza de Martinès
de Pasqually, sobre todo cuando éste, como era natural, se fundaba y se basaba en
la exposición de su doctrina sobre el texto y la letra de la Santa Escritura, llevará
entonces toda la perspectiva de su sistema iniciático en una sutil y extremadamente
realista obra de regeneración, siguiendo casi paso por paso las diferentes etapas
que vieron a Adán, escuchando desgraciadamente al padre de la mentira, ser desposeído
de su estado glorioso, luego expulsado del Edén para sufrir, en este mundo tenebroso,
el espantoso duelo de un exilio que le valdrá, debido a una penosa expiación, al
principio sufrida, pero que todo hombre tendrá que aceptar y poner en práctica para
poder colaborar en el trabajo de purificación que permitió a la humanidad reencontrar
la amistad de Dios y beneficiarse de la gracia reparadora y santificadora de su
Hijo, ofrecida hoy en día gratuita y libremente a toda criatura deseosa de reencontrar
el camino que conduce a la inefable comunión con el Eterno por la reconstrucción
del Templo universal tripartito.
Estas tres partes del Templo universal,
y por ende del Menor, van a ser particularmente marcadas y resaltadas en el seno
del Régimen Escocés Rectificado, el cual, recogiendo y adaptando magistralmente
la forma arquitectónica del Templo que Salomón edificó en Jerusalén (forma organizada
según las diferentes estancias del santo edificio: Porche, Santo, y Sancta Sanctorum,
perfectamente adaptable, al menos simbólicamente, en lo que debiera ser la reedificación
espiritual de cada hijo de Adán), invitará a los hermanos a franquear los muros
que les alejan, desgraciadamente, del recinto sagrado y, a continuación, penetrar
piadosamente, bajando la cabeza con el sentimiento de su falta, en el interior de
este majestuoso Templo para poder, finalmente, al entrar en el Santuario, alabar
a la Divinidad y celebrarle un verdadero culto, magnificando la gloria del Padre,
del Hijo y del Espíritu, cantando la inmensidad de su Amor.
En este esquema
tripartito de reconstrucción, todo participa de un gran y escrupuloso respeto hacia
la Palabra de la Revelación, todo está en profundo acuerdo con la doctrina de los
padres de la Iglesia, todo se corresponde con un exigente conocimiento de la realidad
espiritual y antropológica que preside en el fondo la constitución interior de cada
ser y condiciona rigurosamente los más mínimos progresos en su camino personal hacia
el Reino de la Verdad.
Cuando trataban la cuestión del camino espiritual,
los doctores de la fe hablaban efectivamente de un progreso que se descomponía en
tres tiempos distintos, respectivamente: la purificación, la iluminación y la unión.
La mayoría de los tratados al respecto explicaban con todo lujo de detalles lo que
distinguía estos tres tiempos, y describían la manera de avanzar en el seno de estas
etapas esenciales de la perfección cristiana donde el alma se purifica sintiendo
su inteligencia, su memoria y su voluntad. Pero la juiciosa intuición de Willermoz
fue la de conjugar, reuniendo los cuatro tiempos del culto primitivo con la reconstrucción
tripartita del Templo universal, la perspectiva de la “Reintegración” tal como la
describió Martinès de Pasqually, con los criterios seguros y sabios de la tradición
secular de la teología ascética y mística. Esta pertinente “alianza” desembocará
en la constitución de una arquitectura iniciática muy eficaz, respetuosa de los
fundamentos de la Revelación, atenta al sentido simbólico propio que podían constituir
para la criatura caída los grados de su retorno amistoso cerca de Dios.
Presentando
al hermano de manera clara el Porche, el Templo y el Santuario como tantos recintos
que tendrá que franquear para acceder a la plenitud de la iniciación que espera
obtener de por su compromiso en la Orden, el Régimen Escocés Rectificado, al reconstituir
con sus tres clases (Masonería, Caballería y Profesión) las tres partes tradicionales
del Templo, se inscribirá desde entonces como una verdadera escuela de realización
evangélica, a saber, volver a dar consciencia, aquí abajo, a cada miembro, hermano
querido del Señor, del lugar que le corresponde y que le espera desde siempre en
el Cielo cerca del Eterno.
Estas tres partes del Templo responden a un ternario
que sabemos ocupa un lugar fundamental en el Régimen Escocés Rectificado, y van
por tanto a desempeñar un papel central desde el punto de vista de la aplicación
del trabajo iniciático que solo podrá apoyarse, claro está, porque todo depende
de ello, todo procede de ello y todo conduce a ello, sobre el ternario en el sentido
genérico del término. Robert Amadou publicó una tabla recapitulativa muy instructiva
al respecto en su Prefacio a las Lecciones de Lyon, precedido de esta advertencia:
“El ternario fue elegido entre las diez páginas del libro del hombre porque es necesario
empezar con lo que se tiene. 3 es del mundo universal, según lo cual todo es producido,
y número de las formas producidas; número del Verbo y del Espíritu Santo en acción,
número de sus agentes creadores; número de nuestro mundo, pobres de nosotros, ricos
de nosotros”.
Con el objetivo que sea un paradigma permanente en su sistema
masónico, Willermoz, fino pedagogo, añade a este cuadro general los tres tiempos
de la historia del hombre y de la reconstrucción de su Templo, insistiendo sobre
el trabajo necesario derivado de la comprensión de esta puesta en perspectiva universal
que condiciona, en cada período y para todas las generaciones que se han sucedido
y que se sucederán en este mundo, el destino de los hijos de Adán esperando la reconciliación
que les abrirá por fin las puertas del Reino: “Este término, escribirá Saint-Martin,
solo será alcanzado por aquel que haya pasado por el crisol de la purificación,
haya sufrido todas las pruebas que la justicia exige a los culpables menores y haya
trabajado el tiempo requerido a la gloria del Gran Arquitecto del Universo. Esto
será el salario que recibirá cada elegido cuando haya fielmente cumplido con los
deberes de aprendiz y de compañero, para merecer ser recibido maestro, es decir,
ser admitido al culto en el altar y a llevar el incensario”.
No podemos dejar
de recordar las palabras dirigidas por el hermano Orador al nuevo iniciado del Régimen
Escocés Rectificado, explicándole el sentido de los tres viajes que acaba de realizar:
“Los tres estados de Buscador, Perseverante y Sufriente están tan ligados en el
hombre de deseo que nos ha parecido necesario recordárselos juntos a través de cada
uno de los viajes. Los tres viajes en la oscuridad han representado la penosa carrera
que el hombre debe recorrer, los inmensos trabajos que debe realizar sobre su espíritu
y sobre su corazón, y el estado de privación en el cual se encuentra cuando está
abandonado a sus propias luces. La espada sobre el corazón designa el peligro de
las ilusiones a las cuales está expuesto durante su carrera pasajera, ilusiones
que no puede rechazar más que con vigilancia y depurando siempre sus deseos. Las
tinieblas que os rodean designan también aquellas que cubrían todas las cosas en
el principio de su formación. Finalmente, el guía desconocido que os ha sido dado
para recorrer este camino figura el rayo de luz innato en el hombre, única vía para
sentir el amor a la verdad y poder llegar hasta su Templo”.
[1] Las
Lecciones de Lyon, nº 99, del sábado 22 de junio de 1776, W.
Publicado por
Diego - GEIMME
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