PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
(1768-1825) Ocultista francés, fue el precursor, en cierta medida,
del espiritismo. Fabre, conocido posteriormente corno Fabre d'Olivet, tuvo un infancia
marcada por el sufrimiento, ya que sus padres, ambos protestantes, fueron víctimas
de crueles persecuciones, que culminaron con el encarcelamiento de su madre en la
famosa Tour de Constante. Posteriormente, la revolución acabó de arruinar a su familia.
Amante de los libros y poseedor, ya en su juventud, de una considerable cultura,
Fabre terminó instalándose en París, en donde entró en contacto con un grupo de
hermetistas pitagóricos.
Tras una serie de incidencias durante el período revolucionario,
en 1799 consiguió un puesto de funcionario en el Ministerio de la Guerra, cargo
que le es confirmado durante el Primer Consulado de Bonaparte.
Es entonces cuando
se hace amante de una muchacha que, poco después, terminará suicidándose y cuyas
apariciones sobrenaturales habrán de decidir la orientación de Fabre. Creyéndose
un auténtico hierofante, empieza a establecer una serie de comunicaciones entre
los vivos y los muertos, convirtiéndose, como se ha dicho anteriormente, en un precursor
del espiritismo*.
Definitivamente instalado en París, en cuyo domicilio crea un
misterioso santuario, Fabre d'Olivet se entrega a numerosas experiencias de magnetismo,
hipnotismo y necromancia. Escribe también intensamente, estableciendo los fundamentos
de una secta de corte pitagórico francmasón que tendrá, tras su muerte, una notable
repercusión. Entre sus obras merece destacarse el monumental tratado Historia filosófica
del género humano en donde expone su teoría sobre la relación Providencia-Destino-Voluntad.
Según puntualiza, esta tríada quedaría esquematizada de la siguiente manera: existe
una entidad superior e inconcebible a la que tanto Dios como la materia deben sus
cualidades propias. Los antiguos denominaban a tal entidad «destino». El hombre
desempeña un papel de mediador entre la Providencia y el destino; y todo está sometido
a esos tres poderes: Destino, Providencia y hombre. Todo excepto Dios, que contiene
a los tres sin ser contenido.
La voluntad desempeña un papel fundamental, ya
que es la forma de expresión del poder y de la dignidad del hombre. Esta voluntad
puede «subyugar a la Naturaleza, permitiendo al individuo operar milagros». Al mismo
tiempo, y dada su calidad de pitagórico convencido, Fabre estudia la aritmosofia,
deduciendo que toda ciencia descansa en la armonía universal. Algunas de sus afirmaciones
siguen teniendo un notable eco en nuestros días: «Existe una armonía perfecta entre
el Cielo y la Tierra, entre lo inteligible y lo sensible, entre la sustancia indivisible
y la divisible.
Así pues, lo que ocurre en una determinada región del universo
es la imagen exacta de lo que ocurre en otra.» Aclaración significativa en su concepto
de la voluntad es que ésta sólo puede encontrar su origen en el espíritu. La libertad
no se nos concede gratuitamente, sino que hemos de conquistarla.
Hermetista fiel, insiste en el conocido principio de que el Universo,
o macrocosmos, es homólogo del hombre, o microcosmos. Todo lo que está en uno tiene
su debida correspondencia en el otro. Reitera y formula con gran claridad el principio
de que lo semejante sólo produce lo semejante.
«Todo tiene su principio, y no
puede tener más que uno. Las formas son las únicas que pueden variar.» Anticipándose
en un siglo a Jung, Fabre advirtió el valor potencial del mito. Al estudiar el simbolismo
esencial de los monumentos sagrados no dudó en afirmar que si tales monumentos son
el fruto de la sabiduría, es necesario estudiar en primer lugar qué es esa sabiduría
para poder descubrir, posteriormente, su vinculación con ellos.
En su santuario
secreto celebró numerosos ritos cuya entidad sigue siendo un secreto. Pero conviene
recordar que Fabre no era sólo un teórico sino un operativo, ya que de sus especulaciones
intelectuales extrae una auténtica magia ceremonial. En sus últimos años instituyó
una religión de corte sincrético cuyas formulaciones quedaron reflejadas en una
obra, La Teodosia universal, de la que sólo se conservan fragmentos.
En esta
obra queda elaborada una nueva francmasonería, que toma su terminología de una especie
de simbolismo agrícola -el «Celeste cultivo»- con el que se vincula no solamente
con las teorías pitagóricas, de nuevo, sino con la ancestral iniciación egipcia.
Al igual que la masonería, el Celeste Cultivo implicaba tres grados: primer
grado del pórtico o aspirante; segundo grado del pórtico, o labrador; y tercer grado
del pórtico, o cultivador. La palabra sagrada para los tres grados era Hermes, y
«el signo de admisión general es Poner un dedo de la mano derecha sobre a boca para
expresar el silencio exigido por los misterios».
Algunos de los ritos establecidos por Fabre, y de los que se tiene
cierta información, concluían con ágapes llenos de un rico simbolismo.
Al estudiar
la personalidad y las actividades de este notable hermetista, no falta quien aventura
la hipótesis de que tal vez llegase a desencadenar en sus sesiones de magia operativa
fuerzas poderosas que no llegó a controlar y que fueron, en definitiva, las causantes
de su muerte terrible y poco aclarada. Sea como fuere, la figura de Fabre d'Olivet
y su trabajo hermético generaron un buen número de simpatías tiempo después de su
desaparición. Figuras tan dispares como Rilke, Breton o los ocultistas Stanislas
de Guaita* y Saint-Yves d'Alveydre sintieron por él una gran admiración.
La
línea de su pensamiento filosófico tampoco parece estar muy alejada del pensamiento
oriental o del misticismo más acendrado. En la autopsia, ese grado de perfección
al que se llega en los Misterios, el individuo -según sus palabras-ve caer ante
sí el velo que le ha ocultado la verdad, y puede contemplar la naturaleza en todo
su estado primigenio. Pero para poder alcanzar tal nivel sublime es preciso «que
la inteligencia, penetrada por el rayo divino de la inspiración, llegue al entendimiento
de una luz lo bastante viva como para disipar todas las ilusiones de los sentidos,
exaltar el alma y despegarla enteramente de la materia...».
Todas las iniciaciones,
todas las doctrinas mitológicas no tendían más que a aligerar el alma del peso de
la materia, a purificarla, a iluminarla mediante irradiación de la inteligencia,
al objeto de que, deseosa de los bienes espirituales y alzándose fuera del ciclo
de las reencarnaciones, pudiera elevarse hasta la fuente de su existencia.
Antoine
Fabre d'Olivet. Ocultista francés. (8 de diciembre de 1767, el Ganges, el Hérault
- 25 de marzo de 1825), fue un escritor francés, poeta y compositor cuya filosófica
bíblica y la hermenéutica influyó a muchos ocultistas como Eliphas Levi y Gerard
Encausse. Su obra más conocida hoy en día es su investigación sobre la lengua hebrea
y el arte sagrado de la música. Su interés por Pitágoras y sus trabajos resultantes
comenzaron un renacimiento del neo-pitagorismo que más tarde influiría en muchos
ocultistas y espiritualistas de la nueva era.
Intentó una interpretación alternativa
de Génesis, sobre la base de lo que él consideraba conexiones que hay entre el alfabeto
hebreo y los jeroglíficos.
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