PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
“¿Qué hora es?”, dijo el Prior.
“La del alba”, contestó
El Guardián.
“La hora en que se rasgó el velo del templo y las tinieblas
se derramaron por la consternada tierra y se eclipsó la luz y se rompieron los útiles
del constructor y se ocultó la flamígera estrella y se hizo pedazos la piedra cúbica
y se perdió la Palabra”.
Esa Palabra perdida ha sido desde el remoto origen
de los tiempos la ambición de aquellos que querían hollar el secreto de los secretos.
Algunos pensaron encontrarla en el templo de Delfos, donde rezaba ese “Noscete
Ipsum”; otros, los hijos espirituales de los Argonautas que conocían la
ruta del jardín de las Hespérides, escribían en las piedras sus mensajes herméticos,
signos incompresibles para aquellos que no habían sido iniciados en los misterios
más profundos y cuyo descubrimiento y sabedora interpretación dotaba de la conciencia
suficiente para desvelar las leyes de la energía, de la materia y del espíritu.
Dicen que el origen histórico de todos esos viajes en búsqueda de la Palabra
perdida es posible reencontrarlo en la herencia que la tradición ha sabido guardar
durante todas las centurias.
La iniciación sería el paso previo a ese descubrimiento
y solo el que se haya ante ese único y estrecho portal y posea el valor suficiente
para atravesarlo, podrá emprender el camino hacia el encuentro, hacia el despertar,
hacia el infinito.
Es difícil tratar del origen histórico según las especulaciones
esotéricas que cada escuela tiene sobre la transmisión de las influencias espirituales
que toman como soporte los rituales y la sucesión iniciática. Cada uno deberá construir
en sí mismo esa historia.
El eterno retorno hacia el “hombre primordial”,
condición que se perdió tras la degradación que se conoce en el lenguaje tradicional
como la “caída”, será la búsqueda que el neófito encontrará ante
el proceso de la iniciación, largo proceso para acercarnos a ese estado tras sucesivas
y distintas etapas.
Existen muchas interpretaciones sobre el significado
y empleo de la palabra iniciación. El origen etimológico viene del latín initiare,
que tiene la misma procedencia de initium, inicio o comienzo, viniendo las dos de
in-tere, ir dentro o ingresar. En las sociedades tribales, según nos explica la
antropología, señala el paso de la infancia a la edad adulta, con lo que el individuo
gana la plenitud de sus derechos.
En sociedades más estratificadas, el rito
se vuelve complejo y designa nuevos valores, nuevas intenciones, nuevos propósitos
que deberá alcanzar mediante ritos de mortificación, pruebas de acreditación, en
algunas sociedades practicando la circuncisión, tatuajes, ayunos e instrucciones
morales y religiosas que motivarán un cambio radical de su presente situación. Es
en las sociedades desarrolladas donde el fundamento iniciático representa un significado
más profundo y complejo.
El iniciado ya no es el que pasa de una edad infantil
a una vida sexual plena, sino que es instruido en unas ceremonias y en unos misterios
herméticos y resguardados que hasta ahora habían resultado inaccesibles. La iniciación
toma un sentido esotérico, misterioso que inculca curiosidad en los ávidos de conocimiento.
Un proceso que invita a la reflexión, al análisis y la investigación no solo
externa, sino también interna.
Dicen que en el antiguo Egipto, los iniciados
en los misterios, los hijos espirituales de Hermes Trismegistus - el tres
veces grande, el maestro de maestros-, viajaron por todo el mundo transmitiendo
esos conocimientos. Pasaron por la India, por los confines de Asia y Europa hasta
llegar a todos los rincones donde el conocimiento pudiera ser resguardado en el
secreto.
Es gracias a la influencia greco-oriental que recibieron estos conocimientos,
cuando se empieza a hablar de sociedades secretas, de misterios y ritos que durante
épocas y con diferente signo y forma han llegado desde diversas fuentes hasta nosotros.
Antes de penetrar en las disciplinas que engloban la iniciación y ser heredero
de esos antiguos vigías del conocimiento, el neófito está expuesto a una serie de
pruebas o interrogatorios para comprobar con todo tipo de rigor que se halla preparado
para ello.
Los esoteristas hablan de aquella persona que tras pasar el sendero
de probación, empieza a ser introducida por los Maestros de la Sabiduría en el conocimiento
oculto que existe tras el velo de Isis, tras el mundo de las apariencias, como nos
indica Platón en su famosa alegoría de la caverna.
Para ello es preparado
con sumo rigor, dando las herramientas necesarias para poder interpretar mejor los
símbolos. Una vez iniciado, debe entrar poco a poco en el mundo de los significados
mediante el estudio y la meditación, y con el tiempo, transformar ese conocimiento
y esa sabiduría en servicio a la comunidad en la que se desarrolla como alma iniciada.
A la hora de definir la iniciación, existe una constante que persigue
a todas las tradiciones, y ésta es el empleo simbólico de la palabra muerte. Iniciarse
es nacer a otra realidad, y para poder hacerlo, primero es requisito indispensable
morir en otra.
El aspirante que quiera entrar en los Misterios, debe primero
saber y poder morir para así, como un hombre nuevo, nacer a la nueva conciencia;
es lo que llaman el Segundo Nacimiento.
El rito de iniciación es un rito
de muerte, igual que el que se práctica en algunas tribus para pasar de la vida
infantil a la vida adulta: muere el niño, nace el hombre, con sus plenos derechos
morales, de familia, de casamiento. A menudo juega un papel importante esta experiencia
de la muerte simbólica -algunas organizaciones la representan incluso con
tumbas, ataúdes u objetos que nos recuerden a la muerte que se preparan exclusivamente
para ello- y la consiguiente resurrección en grados más avanzados.
Alice Bailey habla en sus libros de la resurrección como iniciación propiamente
dicha; también las escuelas místicas cristianas, tales como los rosacruces hablan
del símbolo de la cruz y la consiguiente resurrección de Cristo como un acto de
iniciación superior. Max Heindel hacía hincapié en ese glorioso momento.
Algunas de estas representaciones simbólicas hacían referencia a la vuelta al útero
materno y su correspondiente renacimiento.
Muchas pruebas y símbolos tienen
que ver con ese nuevo renacer. Recordemos las pruebas del laberinto a las que se
hacen referencia.
El que ha sido admitido en esta ceremonia de muerte y resurrección,
es partícipe de un conocimiento que compartirá con un grupo limitado y para algunos,
privilegiado. Será el nacimiento a una nueva fase o periodo vital, un fenómeno de
transformación en el cual habrá una destrucción del antiguo rol y un retiro en el
que, de forma anónima y voluntaria, se examinarán el sentido de la iniciación y
las responsabilidades con ella adquiridas.
El principio de entrar a un nuevo
estadio social o de conciencia, a una nueva realidad, es lo que determina la función
dentro del contexto, que siempre es precedida por un verdadero deseo de conocimiento,
de transformación y evolución interior. Muchas órdenes que practican la iniciación
como referente, condición y principio esencial para pertenecer a ella, hablan de
iniciación como ceremonia a través de la cual el candidato recibe la Luz y presta
juramento de secreto y obediencia a esta institución de forma activa y natural.
Una vez recibida la Luz, el neófito pasa de pleno derecho y para siempre a pertenecer
no solo a la Orden que le ha impreso el ritual en sus carnes, sino a esa gran familia
de Iniciados extendida por la faz de la Tierra. En ese proceso irrevocable, la condición
de iniciado le acompañará hasta el día de su muerte.
Dentro de estos rituales,
debemos tener en cuenta la connotación simbólica de todo el proceso. Un nuevo iniciado
no recibe toda la luz de una sola vez, como una revelación divina que le llevará
a un alto grado de conciencia. El método es mucho más complejo. La iniciación en
escuelas de misterios u órdenes iniciáticas supone una aproximación al Misterio
que deberá ir revelándose gracias al esfuerzo y el trabajo constante.
La
iniciación revela un gran proceso, un gran tránsito y un propósito que deberá seguirse
con paciencia y rigor. Los símbolos, las alegorías, los pases, las contraseñas,
el contacto con otros iniciados, con otro entender, con otra forma de ver y experimentar
la vida, ya es de por sí una revelación consumada. Recibir la iniciación es un proceso
que ha servido para perpetuar en el tiempo las grandes verdades ocultas.
Al recibir la iniciación, el neófito, con su esfuerzo y dedicación estará preparado
algún día para ser dador e instrumento de esa empresa. La iniciación consigue perpetuar
en el espacio y en el tiempo aquello para lo que ha sido formulada. Si un eslabón
muere, otros lo sustituirán.
Morirá el instrumento, pero no la tradición.
En palabras de Aldo Lavagnini, "podemos considerar estas fraternidades
y movimientos como el alma multiforme del Espíritu Uno de la Tradición Universal,
que ha venido directamente y sin interrupción hasta nosotros de los antiguos Misterios".
Por lo tanto, un iniciado es el heredero directo de toda la tradición desde
los tiempos remotos, desde el origen de toda civilización.
Aún así, muchas
escuelas afirman que la iniciación simbólica solo explica un episodio que realmente
se realiza en planos más sutiles. Cuando un neófito deja el mundo profano para entrar
de lleno a un nuevo estadio o lugar sagrado, sus actos no tienen por qué reflejar
su verdadero grado interior.
La iniciación simbólica puede ir acompañada
de una verdadera iniciación espiritual, entrando de lleno en lo que algunos llaman
el Sendero y la Jerarquía oculta del planeta.
Existen ordenes como la masonería
que en según qué ritos llegan a tener una infinitud de grados para designar la perfección
o perfectibilidad de un hombre. En la época de la Ilustración, era común racionalizar
todos los ámbitos humanos, buscando siempre un orden existente.
La unidad
psíquica de la humanidad, el progreso y la perfectibilidad no solo podían explicarse
mediante secuencias evolutivas como las de Darwin para la biología, sino también
culturales y espirituales. Antropólogos como Morgan o Tylor desarrollaron sus propias
teorías evolucionistas, siendo Tylor el padre de las teorías animistas, las cuales
desarrollaban el concepto religión desde las fases más primitivas a la más desarrolladas,
pasando por el politeísmo, el monoteísmo y acabando en la ciencia como culminación
de ese hecho religioso.
Esas secuencias que empezaban desde lo más simple
a lo más complejo, vieron su reflejo en las órdenes de índole iniciática. En ritos
masónicos como el escocés existen hasta 33 grados, y en algunos egipcios más de
90 grados iniciáticos.
Los Iluminatis solían utilizar una docena de grados
y los rosacruces infinitud de ellos., así como los martinistas, los templarios,
los teosóficos, etc.
Algunas escuelas añaden la fórmula de auto iniciación,
un proceso por el cual el neófito, mediante sus esfuerzos, es capaz de llegar a
ciertos grados de aspiración espiritual. Estas doctrinas están en gran medida influenciadas
por las enseñanzas de Aleister Crowley, quién nos indicaba que el grado iniciático
no podía ser conferido sino que únicamente era adquirido por el trabajo y la disciplina
iniciática.
En contra de estas afirmaciones, teníamos los postulados de
Réne Guénon, donde en su obra “Apreciaciones sobre la Iniciación”
nos habla de la imposibilidad de la auto iniciación o la iniciación por correspondencia,
como muchas escuelas practican hoy día. Para entender ambas posturas, deberíamos
llenar de significado y añadido todo lo que la palabra iniciación entraña.
Se suele hablar de dos tipos de iniciación: la tradicional o simbólica,
la cual se consigue en la estructura de una orden iniciática o un grupo que a su
vez ha recibido la tradición, es decir, estamos aquí hablando de una iniciación
humana y referenciada dentro de un marco reducido, de disciplina y estudio constante
que intenta estimular por el rito o el trabajo iniciático continuo la que sería
la segunda tipología de iniciación: la iniciación espiritual, mística o solar según
quién la nombre, en la cual intervienen las fuerzas y las leyes cósmicas, siendo
la estructura desarrollada desde la conciencia subjetiva de cada sujeto en el esfuerzo
de su vida diaria.
Existirían pues, muchos iniciados que realizan su trabajo
en el silencio de la vida diaria sin ser conscientes de su condición o grado o sin
presumir de ella. La primera no es condición de la segunda, pero pueden ir perfectamente
a la par.
Dentro de la estructura de la iniciación simbólica, existen, de
cara a lo exterior o externo, a lo exotérico, unos preliminares casi indiscutibles.
Para poder ser iniciados necesitamos de una institución o medio que permita
esta iniciación, de un maestro o figura que previamente haya sido receptor de esa
tradición y así mismo, de un ritual que llene de significado el simbólico momento.
Esta estructura suele estar organizada y pensada para que no muera en el tiempo,
sino, para que se perpetúe de forma infinita y pueda ser el principal nexo de transmisión,
la forma por la cual se mantenga sin interrupción la continuidad de la llamada “cadena
iniciática“. Sin embargo, la ceremonia en sí,
¿Es un puro trámite, una fórmula arbitraria o existe en ella un significado y una importancia que escapan a la observación superficial?
Así lo expresa Aldo Lavagnini y responde diciendo que cada receptor
de la iniciación tiene el privilegio de contestar individualmente en proporción
a su entendimiento y la iniciación será para él lo que él mismo la reconozca y realice.
Si es cierto lo que nos dicen, tras el velo de la iniciación simbólica, existe
una iniciación real, una iniciación espiritual que nos abre la puerta hacia una
realidad aún superior a la ya conocida o recibida mediante el rito:
Una Realidad
profunda que constantemente se oculta bajo la apariencia exterior de las cosas,
un eco de la Palabra Perdida que aún se transmite y perdura.
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