PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Cuando Nicodemus vino a Cristo y le oyó hablar de, la necesidad
del renacimiento, preguntó:
"¿Cómo pueden ser estas cosas?" También nosotros,
con nuestro afán de investigación, anhelamos muchas veces más luz sobre las distintas
enseñanzas que se refieren a nuestro porvenir. Es una ayuda para nosotros cuando
sentimos que estas enseñanzas se adaptan a hechos físicos conocidos por nosotros.
Entonces nos parece que tenemos un fundamento más sólido para nuestra creencia en
cosas que aun no hemos comprobado.
La tarea del autor de este libro ha sido
la de investigar hechos espirituales y relacionarlos con los físicos, de tal modo
que satisfagan la razón y preparen de este modo el camino de la fe.
De esta
forma ha tenido el privilegio de iluminar para las almas aspirantes muchos misterios
de la vida.
Recientemente se hizo otro descubrimiento, el cual, aunque parezca
estar tan lejos de contacto con la venida de Cristo, como el Oriente dista del Occidente,
proyecta mucha luz sobre este acontecimiento y ante todo sobre la manera de nuestro
encuentro con el Señor "en un abrir y cerrar de ojos", como dice la Biblia. Nuestros
estudiantes saben perfectamente que al autor no le agrada nada contar sus experiencias
propias, pero alguna vez, tal en el caso presente, parece necesario hacerlo así,
y pedimos al lector que nos perdone si empleamos el pronombre personal "yo" en el
relato de este incidente.
Una noche, hace algún tiempo, mientras me hallaba
en camino hacia un país lejano donde tenía que cumplir una misión, oí de repente
un grito. Aunque la voz humana puede ser oída solamente en el aire, hay tonos
superiores que se oyen en las regiones espirituales, a distancias que exceden a
las atravesadas por la telegrafía sin hilos. Este grito, sin embargo, venia de cerca,
y yo estuve en el lugar del suceso en un instante, pero no lo bastante pronto como
para prestar la ayuda necesaria. Hallé a un hombre resbalando por un terreno abrupto,
sin vegetación, de unos doce pies de ancho, y como luego pude comprobar, casi liso,
sin la menor grieta donde se pudieran asir los dedos. Para haberle podido salvar
hubiera tenido necesidad de materializar los brazos y hombros, pero no había tiempo.
En un momento hubo resbalado por el borde del precipicio y cayó al fondo, probablemente
hasta varios miles de pies de profundidad, aunque no estoy muy seguro, pues tengo
poca facilidad para esta clase de apreciaciones.
Empujado por un sentimiento
natural de fraternidad humana, yo fui detrás de él, y en la bajada observé el fenómeno
que es la base de este artículo, es decir, que cuando el cuerpo hubo alcanzado una
velocidad considerable, los éteres que componen el cuerpo vital empezaron a esparcirse
hacia fuera, y cuando el cuerpo chocó abajo contra la roca, quedando como una masa
desfigurada, ya quedaba poquísimo éter en él si había algo.
Pero gradualmente
los éteres se reunieron entonces, tomando forma, y flotaban con los vehículos más
finos por encima del cuerpo aplastado; pero el hombre estaba completamente atontado
e incapaz de darse cuenta del hecho de su modificado estado.
En cuanto vi
que toda ayuda era inútil por el momento, me marche; pero meditando sobre el asunto
me pareció que algo fuera de lo común había sucedido y que me incumbía el deber
de averiguar si los éteres salían de este modo de todo cuerpo que cae, y en el caso
afirmativo, por qué razones. En tiempos pasados esto hubiera sido difícil de investigar,
pero hoy en día los aviones ocasionan muchas victimas, especialmente en estos desgraciados
tiempos de la guerra. Fue por consiguiente fácil de poner en claro el hecho de que,
cuando un cuerpo que cae ha alcanzado cierta velocidad, los éteres superiores salen
del cuerpo denso, y el hombre que cae se hace insensible. Cuando el cuerpo llega
al suelo queda destrozado, pero el pobre hombre puede recuperar el conocimiento
cuando el éter se haya reorganizado de nuevo.
Entonces empezará a dolerse
de las consecuencias físicas de la caída. Si la caída continúa después de la salida
de los éteres superiores, la velocidad aumentada disloca a los éteres inferiores
y el cordón plateado es todo lo que queda unido al cuerpo. Este se rompe en el momento
del choque contra el suelo, y el átomo-simiente pasa al punto de rotura, donde queda
detenido en la forma usual.
De estos hechos llegamos a la conclusión de que
es la presión normal del aire la que retiene al cuerpo vital dentro del físico.
Cuando nos movemos con una velocidad anormal, la presión es alterada en algunas
partes del cuerpo donde se forma un vacío parcial, con el resultado posterior de
que los éteres salen del cuerpo y fluyen dentro de este vacío. Los dos éteres superiores,
que están muy ligeramente unidos, son los primeros en desaparecer y dejan al hombre
sin sentido después de haber producido el panorama de la vida con la rapidez de
un relámpago. Después, si la caída sigue aumentando la presión del aire delante
del cuerpo y el vacío detrás, los éteres inferiores, más sólidamente atados, salen
también empujados por la fuerza, y el cuerpo muere antes de llegar al suelo.
Examinando a cierto número de personas de salud normal, se ha visto que cada
uno de los átomos prismáticos que componen los éteres inferiores, está irradiando
líneas de fuerza que inducen a los átomos físicos, en los cuales está insertado,
a hacer un trabajo de tejido, dotando de vida al cuerpo entero. La dirección única
de todas estas unidades de fuerza es hacia la periferia del cuerpo, donde constituyen
lo que se llama el “fluido ódico” consignado también por otros muchos. Cuando la
presión del aire desde fuera es disminuida por la residencia en grandes altitudes,
se manifiesta una tendencia a la nerviosidad, porque la fuerza etérea de dentro
sale fuera con fuerza incontenible; y si el hombre no fuese capaz de impedir parcialmente
esta emanación de energía solar por un esfuerzo de la voluntad, para vencer esta
dificultad, nadie podría vivir en semejantes sitios.
Hemos oído hablar del
"estallido de las granadas" y hemos visto que muchas personas que no presentaban
la menor herida se habían, sin embargo, encontrado muertas en el campo de batalla.
En efecto, hemos visto y hablado con personas que habían perecido de esta manera,
pero que no se podían explicar el por qué de su muerte. Todas negaban sentir miedo
y estaban unánimes en asegurar que de repente se habían encontrado sin conocimiento
y un momento más tarde se habían visto en su condición presente. Al contrario de
sus compañeros, estas personas no tenían ni el menor rasguño en sus cuerpos. Nuestra
idea preconcebida de que debía haber un miedo momentáneo en el caso de una llamada
excepcionalmente cercana que, aunque inconsciente, había causado su defunción, nos
impidió una investigación completa; pero los resultados indicados de las consecuencias
de la caída nos indujo a creer que algo por el estilo podía suceder en este caso
también, y esta suposición se confirmó luego exactamente.
Cuando un proyectil
voluminoso pasa por el aire, forma un vacío detrás de él por la enorme velocidad
que lleva, y si alguna persona está en esta zona del vacío del paso del proyectil,
sufre en una medida que está determinada por su propia naturaleza y su proximidad
al centro de succión. Su situación es, en efecto; un caso opuesto al del hombre
que cae, porque está quieto, mientras un cuerpo en movimiento desplaza la presión
de aire y permite que los éteres se escapen. Si la cantidad de éter desplazada es
relativamente pequeña y compuesta solamente de los éteres tercero y cuarto, que
dirigen la percepción sensorial y la memoria, probablemente sufrirá tan sólo una
pérdida momentánea de la memoria y una incapacidad de moverse o de servirse de sus
sentidos. Esta incapacidad desaparecerá cuando los éteres extraídos se hayan otra
vez fijado en el cuerpo denso; una situación mucho más difícil de conseguir que
cuando el cuerpo físico sucumbe y la reorganización tiene lugar sin referirse a
este vehículo.
Si las personas que sufren un accidente de esta naturaleza
hubiesen conocido el modo de practicar los ejercicios que separan los éteres superiores
de los inferiores, habrían podido hallarse fuera del cuerpo en plena conciencia,
y quizá preparadas para su primer vuelo del alma, si hubieran tenido el valor de
emprenderlo. En todo caso se puede afirmar con seguridad que a su regreso al cuerpo
denso no hubieran sentido casi ninguna incomodidad, y en el caso de haber sido el
vacío bastante fuerte para extraer los cuatro éteres y causar la muerte, probablemente
no habría habido pérdida alguna de la conciencia, tal como domina a las personas
en general, porque se ha descubierto que las personas que decían que habían perdido
la conciencia sólo durante momento, se equivocaban. Se necesitó el transcurso de
uno hasta varios días, en los casos investigados por nosotros, para que el cuerpo
vital estuviese reorganizado y la conciencia restablecida.
Vamos a ver ahora
lo que tienen que ver estos hechos recientemente descubiertos con la venida de Cristo
y nuestro encuentro con El. Mientras vivíamos en la antigua Atlántida, en las cuencas
de su suelo, la presión de la neblina cargada de humedad era muy grande. En su consecuencia
se endurecía el cuerpo denso, y otro de sus resultados fue el que las vibraciones
de los cuatro vehículos superiores que lo interpenetran quedaron considerablemente
retardadas. Esto fue especialmente cierto con el cuerpo vital, que se compone de
éter, es decir, un grado de materia perteneciente al mundo físico y sujeto a algunas
leyes físicas. La fuerza vital del Sol no penetraba la neblina densa en la misma
abundancia como lo hace en la clara atmósfera de ahora. Si añadimos a esto el hecho
de que los cuerpos vitales de aquel tiempo estaban casi enteramente compuestos de
los dos éteres inferiores, que fomentan la asimilación y la reproducción, comprenderemos
que el progreso era entonces muy lento.
El hombre llevaba una existencia
casi puramente vegetativa, y sus principales esfuerzos eran la obtención de alimentos
y la reproducción de su especie.
Si tal hombre hubiese sido trasplantado
a nuestras condiciones atmosféricas, la falta de presión exterior habría provocado
una salida del cuerpo vital, lo que significa la muerte.
Gradualmente el
cuerpo físico se hizo menos denso y el volumen de los dos éteres superiores aumentó,
de modo que el hombre se capacitó poco a poco para vivir en una atmósfera clara
y bajo una presión disminuida, tal como la que disfrutamos desde el Diluvio, cuando
se condensó la neblina. Desde aquella época hemos podido también asimilar más de
la fuerza vital del Sol. La mayor proporción de los dos éteres superiores que se
encuentra ahora en nuestros cuerpos vitales, nos capacita para expresar los más
elevados atributos humanos que son propios del desarrollo de esta época.
Las vibraciones del cuerpo vital bajo las presentes condiciones atmosféricas han
capacitado al espíritu para crear lo que llamamos la civilización, que consiste
en progresos industriales y artísticos, y en normas morales y espirituales. Hay
que notar que los éxitos industriales y morales están tan íntimamente relacionados
y dependientes uno de otro, como las obras artísticas dependen de un concepto espiritual.
La industria tiene la misión de desarrollar la parte moral de la naturaleza del
hombre, y el arte la de dar nacimiento a la parte espiritual. De este modo estamos
ahora preparados para el próximo paso en nuestro desarrollo.
Es preciso recordar
aquí que los requisitos necesarios para nuestra emancipación de las condiciones
prevalecientes en la Atlántida fueron en parte fisiológicos: teníamos que desenvolver
los pulmones para respirar el aire puro en el cual estamos sumergidos ahora y lo
cual permite al cuerpo vital vibrar con un ritmo más rápido que en la pesada humedad
de la Atlántida. Sabiendo todo esto comprenderemos fácilmente que el progreso futuro
está en la liberación completa del cuerpo vital de los cepos del cuerpo denso y
en dejarle vibrar en un aire absolutamente puro.
Esto es lo que sucedió en
la sublime altitud exotéricamente conocida como el "Monte de la Transfiguración".
Hombres adelantados de varias épocas, tales como Moisés, Elías y Jesús (o mejor
dicho, el cuerpo de Jesús con el alma de Cristo) se aparecieron con la vestidura
luminosa del cuerpo del alma liberado, el que llevaremos todos en la Nueva Galilea,
el Reino de Cristo. "La carne y la sangre no pueden heredar el reino", porque esto
estaría en oposición con el progreso espiritual de aquel día; así, pues, cuando
aparezca Cristo tendremos que estar preparados con un cuerpo del alma, y por consiguiente
debemos estar en condiciones de abandonar nuestro cuerpo denso, para que sea posible
que "podamos elevarnos y salir a Su encuentro en el aire"
Los resultados
de la investigación que forman la base del presente artículo pueden facilitarnos
una idea del método de transición, cuando se compara con la información dada por
la Biblia. Se dice que el Señor aparecerá con un poderoso sonido como la voz de
un Arcángel. Leemos de trompetas y truenos en relación con este acontecimiento.
Un sonido es una perturbación atmosférica, y puesto que el paso de un proyectil
hecho por el hombre puede arrastrar los cuerpos vitales de los soldados de sus cuerpos
densos, no es preciso ningún argumento para probar que el grito de una voz súper-humana
podrá producir resultados semejantes de un modo aún más eficaz y "en un abrir y
cerrar de ojos".
"¿Cuándo acontecerán estas cosas?", preguntaron los discípulos.
Se les dijo que lo sucedido en los días de Noé (cuando la Época Aria estaba a punto
de iniciarse) sucedería del mismo modo en el Día de Cristo. Comían y bebían, se
casaban y se daban en matrimonio. Pero algunos que acaso no se diferenciaban de
los demás, habían desarrollado los tan importantes pulmones, de modo que cuando
la atmósfera quedó limpia, ellos pudieron respirar aire puro, mientras que los otros,
que no tenían más que agallas, perecieron. El Día de Cristo cuando Su voz articulará
la Llamada, habrá algunos con un cuerpo del alma debidamente organizado, y capaces
de subir por encima de los desechados cuerpos densos, mientras que otros serán como
los soldados que encuentran la muerte por un "estallido de granada" en los campos
de batalla actuales.
Ojalá podamos todos estar preparados para aquel día
por haber seguido Sus pasos.
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