PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Soberano Gran Maestro de la Orden Martinista,
asesinado en Lyon, Francia, en 1944,
por la Milicia francesa en la paga de los invasores nazis.
La Oración es la única magia verdadera y santa. La magia ceremonial,
demasiado a menudo, pone la voluntad al servicio del orgullo. La Oración, por otra
parte, es una aspiración muy humilde de lo finito hacia lo Infinito. Una persona
orando se asemeja a un desierto que se esfuerza en convertirse en un prado lleno
de flores y, además, él no le exige la suplica.
Sin embargo, los hombres
comunes ignoran todo lo que la oración involucra. Para la abrumadora mayoría, orar
es decir palabras con los labios y a veces con el corazón, el ardor que corresponde
a la intensidad de sus deseos; o el hincarse en un templo u oratorio para implorar,
desde un dios antropomorfo y según sus propios deseos, otorga dones, enteramente
materiales, como salud, abundancia, éxito o amor. Así, rogamos hoy en día al igual
que los judíos de antaño, deseando intercambiar el maná por las cebollas de Egipto.
Ciertamente una oración que pide los bienes de este mundo es, por supuesto,
permitida.
Dirigirse al Padre misericordioso, pidiéndole que nos guarde de
la miseria física, es un homenaje a Su poder total y universal. Olvidamos, sin embargo,
muy frecuentemente, las palabras del evangelio: "Busque primero el Reino de Dios
y Su Justicia y todo le será dado."
La oración no sólo tendría la intención
de romper el círculo infernal del destino; es notablemente más elevada y noble.
Es una elevación superhumana hacia el esplendor divino, así como en el hincarse
está el inexplicable éctasis de estar en presencia de la Inefable Caridad.
Para poder orar de este modo es necesario llegar a tener silencio interno. Libérese
de todos los pensamientos malvados, incluso los simplemente negativos. Es necesario
poner el sentimiento, la comprensión y la razón en sintonía con el espíritu, para
entrar en un estado pasivo para permitir que la actividad divina se realice en nosotros.
Es necesario emitir indiferencia y frialdad, para hacer un holocausto de nuestro
propio ser, y proyectar sobre cualquiera egoísmo humano, una llamada prodigiosa
de amor.
Entonces el canal de la beatitud se abre por sí mismo en su sublimidad.
Dos corrientes se proyectan en direcciones distintas. La primera, una corriente
ascendente que lleva al hombre hacia el seno de Dios; la segunda, como un río celestial,
desciende sobre la tierra para hacer que el alma conciba la preñez de la eternidad.
Cómo ese ser finito, esa nada, perdido en el océano del Ser sin límites y lugar,
es elevado hasta los límites del Absoluto. Una operación misteriosa con la cual,
una vez, el Hijo de Dios devino en el hijo del hombre, se repite en su sentido inverso.
La distancia llega a ser inexistente. La naturaleza humana, ahora transfigurada
en una unión incomprensible, abraza la Voluntad de Dios, de Su Justicia y de Su
Misericordia.
Entonces la oración alcanza tales cumbres, ¡cuan sin importancia
aparecen las cosasterrestres! Las palabras de Crisóstomo son radiantes en su severidad:
¡Vanidad de vanidades! ¡-Todo es vanidad! ¡Riquezas...Vanidad! ¡Honores...Vanidad!
¡Poder humano...Vanidad de Vanidades! Todo desaparece debajo la ardiente respiración
del Paráclito, nada permanece allí excepto el inmenso el inmenso horno del amor:
¿Solamente a los santos se les permite perderse en este transporte
místico, colindante a la beatitud? No. Si la paz está con él, cada hombre de la
buena voluntad es capaz de alcanzar esto, porque toda oración es sagrada cuando
se sustenta en la fe y esperanza -siempre medidos por estándares humanos. Oh usted
de humilde corazón y puro en espíritu, no se desaliente a pesar de la aparente esterilidad
e ineficacia de sus plegarias. Si usted pide favores temporales, no se sorprenda
si nada recibe. El reino de Cristo no es de este mundo, y sus deseos significan
muy poco cuando son comparados con el don eterno que, misteriosamente, se le ha
concedido.
Ore, por tanto, en las alturas del éxtasis, por usted mismo y por
otros; pero sobretodo ore por otros, recordando la última visión de Denis (identificado
a menudo con Dionisio el Areopagita), que, en la víspera de ser torturado, pensaba,
en su prisión, en la salvación de la humanidad. Jesús vino a confortarlo y le dijo:
"si pedís por otros seréis oído". Ahora, si Dios puede pagar ciento por uno por
a la menor limosna dada al pobre, en Su nombre, ¿cómo pagará el fruto de tus oraciones?
(Traducido de L'Initiation, Oct/Nov/Dic 1963.)
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