PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Explicaciones preliminares que sirven de introducción a los capítulos
siguientes conteniendo la descripción de los hechos espirituales concernientes a
la Creación del universo físico y temporal y sus partes principales, de la creación
del hombre y la mujer, de su prevaricación y castigo, y los principales hechos sobrevenidos
en su posteridad hasta la época del diluvio universal.
Siguiendo fielmente,
como hasta ahora hemos hecho, las sublimes instrucciones de Moisés ese gran legislador
amigo de Dios, conductor esclarecido y fiel del pueblo hebreo, conseguiremos alcanzar
el conocimiento cierto de los hechos espirituales concernientes al origen y creación
del universo físico temporal y sus partes principales, de los que fue encargado
por Dios de dar a conocer y transmitir en toda su verdad y pureza por medio de una
iniciación secreta y proporcional a los especialmente elegidos y designados para
ello, y que las Santas Escrituras nos dan a conocer como hombres llevados, la mayor
parte de ellos, por una gran saber e inteligencia. Apartemos por el momento el velo
material que forzosamente ha debido cubrir su descripción para la inmensa mayoría
de seres de esta nación, compuesta por hombres groseros e ignorantes que no la hubieran
podido comprender en toda su verdad, o que al poco tiempo hubieran abusado de ella,
velo que desde entonces ha dado lugar a tantas equivocaciones.
Apreciaremos a
continuación, por justas comparaciones, las versiones de este velo llegadas a nuestras
manos que han materializado casi todas las partes de su descripción, y aprovecharemos
cuidadosamente las ocasiones que se presenten, naturalmente de señalar las causas
particulares de éstas subversiones materiales que tanto fatigan la inteligencia
de los verdaderos fieles, de los verdaderos sabios, y entregan las armas mortíferas
a la multitud de incrédulos que desgraciadamente aumenta día a día.
Pero como
pudiéramos vernos expuestos, por razón de dar alguna explicación apremiante, a interrumpir
el hilo del relato que vamos a emprender, nos creemos en el deber de dar aquí y
de modo preliminar, ciertas explicaciones y definiciones sobre algunos complementos
importantes, con el fin de facilitar su entendimiento a los amigos de la sabiduría,
y prevenir en tanto nos sea posible la necesidad de penosas interrupciones.
Así
pues, empezaremos por explicar lo que es preciso
entender en esas palabras, a
menudo repetidas, que ordinariamente expresan un todo, pero que en ocasiones no
expresan más que una parte notable de ese todo, a saber: la inmensidad divina o
mundo divino increado; la creación del universo físico temporal y del espacio universal
que encierra y contiene todas las partes; la formación y explosión del caos, la
creación de la materia dicha mala o malvada y sus principios constitutivos, del
porqué de tres elementos y no cuatro, la vida universal pasiva que anima todo el
espacio, a todos los cuerpos y corpúsculos y todos los individuos por un tiempo;
la bendición de la Gran Obra de seis días por el acto sabático divino del séptimo
día. Por otro lado, no nos cansaremos de repetir esas explicaciones en su lugar
y sitios naturales, ya que juzgamos esa repetición útil y conveniente para fijar
la atención sobre estos detalles.
La inmensidad divina, que también nombramos
como mundo divino e increado, que es por consecuencia indefinible, que domina y
separa el espacio universal y los mundos creados, es una inmensidad sin hitos ni
límites que se acrecienta sin cesar y aumenta sin fin para contener la multitud
inmensa de seres espirituales e inteligentes emanados del seno del Creador.
Dios
es el Centro, y desde ese Centro lo llena todo.
Esta concentrado en su incomprensible
unidad, tanto, que la manifiesta por los actos y producciones de su inefable Trinidad
divina, que adoramos bajo los nombres de Padre, Hijo y Espíritu Santo, que forman
conjuntamente el eterno triángulo divino en el que la unidad divina es el principio
y el centro.
Este triángulo divino esta rodeado de la multitud inmensa de seres
espirituales e inteligentes del que son emanados, y forman conjuntamente cuatro
clases distintas en acciones, virtudes y poderes, que la Iglesia cristiana reverencia
bajo los nombres de ángeles, arcángeles, querubines y serafines.
Nombramos con
Moisés la primera: círculos de espíritus superiores y le damos el número 10, como
corresponsales y agentes inmediatos del poder divino del Creador. Hagamos mención
de la segunda: círculo de espíritus mayores y le damos el número 8, que es el doble
poder que pertenece a los Hijos de lo divino, que manifiestan el poder del Padre
del que son imagen y operan el suyo propio, los denominamos espíritus octogésimos
y agentes inmediatos del poder octogésimo de los Hijos.
Mencionaremos la tercera
clase: círculo de espíritus inferiores septenarios, como corresponsales y agentes
inmediatos de la actividad divina del Espíritu Santo, en que el número característico
es el 7. Finalmente nombremos la cuarta clase: círculo de espíritus menores ternarios
al que damos el número 3, como agentes y corresponsales de la cúatriple esencia
divina para la manifestación de las operaciones del sagrado ternario divino.
Pero no perdamos de vista que los números de acción 10, 8, 7 y 3 que caracterizan
estas cuatro clases, reunidos suman 28 = 10; lo que demuestra que toda acción espiritual
proviene de la unidad; y si trazamos este número 10 así: I , figurará la omega,
el Principio y el Todo, una parte por la I central, la otra por la circunferencia
que la rodea. Los seres espirituales de estas cuatro clases son todos iguales por
naturaleza, pero difieren todos, lo mismo en cada círculo, como ya hemos dicho en
otra parte, por su modo de acción, su virtud y su poder; de suerte que cada círculo
tiene también sus superiores, sus mayores, sus inferiores y sus menores. Esta inmensidad
era todo lo que existía antes de la prevaricación de los ángeles rebeldes.
El
universo físico temporal es un espacio inmenso e inconmensurable creado por el Todo
Poder en el instante mismo de la prevaricación de los ángeles rebeldes, por la manifestación
de su gloria, su poder y su justicia, y por ser el lugar de exilio y privación de
los prevaricadores. Este espacio está limitado y rodeado por todas partes por una
inmensa circunferencia ígnea e impenetrable, denominada filosóficamente "eje
del fuego central", formado por la multitud de espíritus inferiores que permanecieron
fieles, y que recibieron la orden del Creador de defenderlo contra toda contracción
demoníaca durante la duración del intervalo de tiempo fijado por la justicia.
Es en este maravilloso espacio, donde, en el momento de la explosión del caos, fueron
puestas en acción y movimiento todas las partes del universo creado, cielos, astros,
estrellas, planetas, los cuerpos terrestres y celestes, y en general todos los seres
activos y pasivos de la naturaleza, donde todas sus partes y cada una en particular
operan con una precisión admirable sus acciones diarias, conforme a las leyes de
orden recibidas del divino Creador.
Este espacio se compone de dos partes principales.
En el centro de la parte inferior denominada mundo terrestre, esta emplazado el
cuerpo general terrestre o tierra propiamente dicha, rematada de tres planetas inferiores
denominados Júpiter, Venus y Luna que esparcen su influencia y operan inmediatamente
sobre ellos su acción en correspondencia con los cuatro planetas superiores.
La parte superior del espacio universal, llamado mundo celeste, contiene los cuatro
planetas superiores denominados Saturno, Sol, Mercurio y Marte, que forman en su
conjunto las cuatro regiones celestes, dominan lo universal y están en correspondencia
con los cuatro círculos espirituales del mundo sobre celeste que los corona y del
que hablaremos más adelante. Es en el centro de las cuatro regiones celestes de
este cuaternario temporal donde Moisés ha situado, con el árbol de la vida, el paraíso
terrenal que los geómetras materialistas buscan en la tierra. Es en este mismo centro
regional que ha situado al hombre emancipado, pura y santa imagen y semejanza de
Dios, y donde ha establecido la sede de su dominio universal sobre los seres y las
cosas creadas.
Por debajo del mundo celeste y las cuatro regiones planetarias
superiores que la componen, existe otro espacio inmenso denominado inmensidad y
mundo sobre celeste o por encima de lo celeste, creado al mismo tiempo que los mundos
inferiores. Esta inmensidad rodea, protege y defiende poderosamente contra toda
acción demoníaca la circunferencia ígnea del eje de fuego central que marca y limita
para siempre el espacio universal. Ella separa la inmensidad divina increada de
los tres mundos inferiores creados; esta habitada y ocupada por la multitud de seres
espirituales que el Creador ha sometido a la ley del tiempo, forman en similitud
de la inmensidad cuatro clases distintas por su número de acción, por su virtud,
su facultad y grado de poder temporal del que están revestidas.
El cuarto círculo
que los sabios han nombrado como círculo de los espíritus menores cuaternarios esta
hecho a imagen y semejanza del centro divino con el cual esta unido por su línea
perpendicular.
Es en este círculo donde al Creador le ha complacido emanar de
su seno y establecer la clase general de las inteligencias humanas llamadas hombres,
por el acto absoluto de su sexto pensamiento de creación, por ser su cabeza de emanación,
sexto pensamiento del que ha hecho un sexto día como si en Dios pudiera haber ni
tiempo, ni día, ni intervalo. Es de este mismo círculo de donde le ha complacido,
acto seguido, emancipar y sacar al primer hombre que nosotros llamamos Adán, aunque
este no sea su verdadero nombre, y de enviarlo puro y santo a habitar el centro
de las cuatro regiones superiores del mundo celeste, y establecer allí la sede del
dominio universal con que le había revestido sobre todas las cosas creadas.
Es
también en este centro regional que deberían ser emancipados y enviados a su alrededor
todos los otros hombres menores de su clase, para los que pediría al Creador la
emancipación para venir a ayudarle en sus augustas funciones con el fin de oponerse
a la multitud de espíritus rebeldes y contener todos juntos su acción perversa.
Dios, emancipando a Adán y enviándolo a cumplir su misión en el centro de las cuatro
regiones celestes, donde todo esta sujeto a formas corporales necesarias para devolverse
mutuamente la acción de los seres que son sensibles a aquellos que les rodean, lo
ha revestido de un forma corporal gloriosa impasible e incorruptible, que podría
reintegrarlo en él y reproducir fuera de él, tal como nuestro divino Redentor Jesucristo
ha presentado después de su resurrección a los hombres por modelo. Revistiéndolo
de ese cuerpo glorioso, Dios lo dotó al mismo tiempo del verbo de creación de formas
gloriosas parecidas a la suya, con el fin de que pudiera a su vez revestir a los
hombres menores que fueran emancipados después de él, y enviar al centro regional
celeste para ayudarlo contra los culpables en su misión que tornaría común a todos.
La expresión empleada de "un puro limo de tierra", que indica naturalmente
una sustancia fina y sutil, pues es dicho en nuestras versiones que Dios formó el
cuerpo del primer hombre puro e inocente, no contradice en absoluto lo que acabamos
de decir sobre la naturaleza de los cuerpos gloriosos impasibles e incorruptibles.
Pero no obstante, esta expresión ha inducido a los traductores del texto hebreo
y sus comentaristas a considerar el cuerpo de Adán únicamente como terrestre y en
consecuencia material, cuando esto no era así, y he ahí una de las causas principales
de las subversiones materiales que formulan en el resto de su descripción. Esta
inducción por ellos transmitida, sin duda alguna de buena fe, ha podido subyugar
la docilidad de los lectores, un tanto ya predispuestos por razón de un cierto respeto
religioso por las cosas santas reveladas, a admitirla sin examen previo, pero esta
inducción no ha podido convencer a aquellos que reflexionan desde un punto de vista
de madurez sobre los hechos que les son presentados. Nosotros decimos a todo aquel
que quiera oírnos que Adán no fue asimilado a los otros animales por la vida pasiva
que le fue dada, y que su cuerpo glorioso no fue materializado, más que en los abismos
de la tierra donde fue precipitado por orden del Eterno después de su crimen, y
condenado a venir después sobre la superficie terrestre, a unirse por su reproducción
corporal, al fruto material que había retirado de su única operación librándose
a los consejos pérfidos del jefe de los Demonios.
La materia general, tal y como
la conocemos, dicha novena porque es un compuesto de tres elementos o principios
elementales denominados: Fuego, Agua y Tierra, que son cada uno de los tres, un
mixto ternario de tres sustancias simples o esencias espirituales denominadas Azufre,
Sal y Mercurio; no es lo que aparenta, y esa apariencia misma no es más que pasajera,
y se desvanecerá totalmente con el fin de los siglos. Solamente Dios conoce su duración,
ya que, el mismo Nuestro Señor Jesucristo, dice que el fin del mundo no es conocido
más que por el Padre y que esa misma apariencia es a la vez desconocida por el Hijo
considerado en su humanidad.
Algunos se extrañarán que sólo hablemos de tres
elementos en lugar de cuatro que son los vulgarmente aceptados, comprendiendo en
este número el aire común, casi siempre sobrecargado de las exhalaciones más groseras
de los otros tres elementos. En efecto, nosotros no contamos más que tres.
El
aire, principio tan sutil, no es en absoluto uno de ellos. Es mucho más superior
a los otros tres como para poder ser asimilado ni confundido con ellos. Es el carro
de vida elemental, que nutre, conserva y vivifica los elementos. Es el punto central
del triángulo elemental del que esta unido íntimamente a los ángulos para su conservación
temporal. Que aquellos que se extrañen, reflexionen profundamente sobre lo que acabamos
de decir en relación al aire como principio, y la extrañeza que venimos de señalar
pronto cesará.
Para no caer uno mismo en una gran confusión de ideas, es preciso
no confundir jamás las esencias espirituosas simples, que son la base fundamental
de toda corporación cualquiera, con los principios elementales de los que proviene,
ya que unas y otras tienen un origen distinto, con un destino diferente, que la
prevaricación del hombre ha podido cambiar, pero no ha podido destruir.
La materia
no tiene y no puede tener ninguna realidad ni estabilidad absoluta, porque sólo
Dios puede dar esa realidad a las producciones inmediatas de su esencia divina,
como en efecto la ha dado y la continuará dando a los seres espirituales e inteligencias
humanas ya que todas son emanadas de su seno, de donde toman la individualidad,
la actividad, la inteligencia, la vida inmortal que los caracteriza, y se convierten
de este modo, por su emanación del centro divino, en partícipes de la naturaleza
misma de su principio generador que es Dios, quedando, sin embargo, en libertad
de quedársele para siempre unidos por el amor y reconocimiento, o por el contrario,
separársele por el desprecio absoluto de sus leyes y sus beneficios, en cuanto llega
Lucifer y sus seguidores.
Llamamos espirituosas a esas tres esencias fundamentales,
porque ellas no tienen nada de espiritual, no siendo más que producto de la acción
de seres espirituales ternarios, habitantes de la inmensidad divina, que desde el
origen de las cosas temporales recibieron del Creador la orden de descender en el
espacio creado y de producir fuera de ellos, según la facultad y el poder que esas
tres esencias habían sido dotadas. Tampoco podemos considerarlas como materiales,
puesto que aún no lo son aunque estando destinadas a convertirse en ello, cuando
la justicia divina fije el momento que juzgue conveniente para in corporizar en
formas materiales a los espíritus prevaricadores arrepentidos que, motivados por
el intelecto y las buenas inspiraciones del hombre menor, hayan deseado el estado
de expiación satisfactorio, sin el cual, ningún culpable puede esperar su retorno
al bien.
Tal es el propósito de la misericordia activa de común acuerdo con la
justicia; y he ahí el momento en que el hombre, haciendo uso de sus poderes según
la voluntad de su Creador, habría creado la materia por su incorporación en esas
formas por medio de una sabia combinación de esencias espirituosas de las que era
el principio. Pero el hombre primitivo, engañado y subyugado por los consejos pérfidos
de su enemigo que sí conocía el destino de la materia y, sólo deseando separarla
de él y de todos su cómplices por todos los medios, fue arrastrado al crimen, equivocando
a su alrededor los designios de la justicia divina y destruyendo los de la misericordia,
al anticiparse audazmente al tiempo que la justicia divina había decidido para la
creación de la materia y agravando su crimen.
Por ello, pone colmo a su desgracia
haciendo recaer sobre sí mismo y toda su posteridad, el justo castigo expiatorio
reservado a su seductor, puesto que por esta culpable anticipación acababa de crear
su propia prisión.
Aquellos hombres seducidos por las apariencias que sin cesar
sacuden sus sentidos, cuyos ojos materiales sólo ven en todo y por todas partes
mas que materia, que por ella caen en una especie de embrutecimiento que nos les
permite discernir ningún signo de espiritualidad en su ser pensante, se sublevarán
contra nuestra aserción de que la materia no es más que aparente y no tiene nada
que ver con la realidad, pareciéndoles errónea y loca, pero no es a ellos a quien
dirigimos nuestro aserto. Sabemos que son sordos y ciegos e incapaces de comprendernos.
Les dejamos, ahí, enterrados en la alta ciencia a la que están fuertemente aferrados.
Pero hay una multitud de otros, que flotando aún en cierta incertidumbre, están
sin embargo mejor dispuestos a asirse a la verdad cuando ésta se presenta ante ellos,
y tienen necesidad de socorro para ayudarles a percibirla. A éstos, les decimos,
buscad en las fuentes que la ocultan y no desfallezcáis en esta búsqueda.
Que
sepan pues que, en la naturaleza, todas las cosas dignas de ocupar al hombre radican
en los números fundamentales comprendidos del 1 al 10. Buscad con buenos guías para
preservaros del error. La materia tiene también su número propio que ha demostrado
ser el 9. Para conocer su valor, buscad su producto, multiplicar pues este número
9 por el mismo, y sumar los números que resultarán, reducirlos a su raíz y el resultado
que se obtendrá será 9, lo que viene a demostrar que la materia no puede producir
más que materia.
Para una segunda operación unir un número cualquiera al número
9, signo característico de la materia, adicionar esos dos números y no quedará más
que el número que se le había unido, y el de la materia habrá desaparecido totalmente;
lo que también demostrará que la materia no es en absoluto real. Dejamos a los eruditos
materialistas que expliquen la razón de porqué de entre todos los números que componen
la decena, sólo aquel que caracteriza la materia, es el único que desaparece totalmente
ante todos los otros.
Nosotros hablamos a menudo de la vida espiritual activa
que es la vida del espíritu, y de la vida universal pasiva, y es preciso definir
una y otra, pues esta definición es todavía necesaria para muchos seres pensantes.
Existe en la naturaleza y principalmente para el hombre menor, para el Adán degradado
y castigado, dos vidas muy distintas que no pueden nunca confundirse sin caer en
el más grande de los peligros: una es la vida espiritual activa o del espíritu,
en tanto que la otra es la vida universal pasiva que es de la materia.
La vida
del espíritu no ha sido creada, sino que ella emana con el ser que ha salido del
seno de Dios de donde es originaria.
Es inmortal, indestructible, inteligente
y activa. Ella piensa, quiere, actúa y distingue, ya que esta hecha a imagen y semejanza
de su principio generador; ella se fortifica en el ejercicio del bien y sólo puede
debilitarse y oscurecerse en el ejercicio del mal.
La vida animal pasiva, denominada
también alma universal del mundo creado, no es más que pasajera, ya que ha sido
emanada, y por sólo un tiempo, por los seres espirituales inferiores, agentes del
poder senario del Creador, que recibieron de Él mismo desde el origen de las cosas
creadas, la orden y la poderosa facultad de emanar de ellos y de producir de su
propio fuego, esta vida general que anima, sostiene y conserva por el tiempo determinado
la masa entera de la creación, todas sus partes y cada especie de individuos destinados
a habitar el espacio creado a lo largo de la duración de los siglos, y que están
puestos en este espacio como vehículo de esta vida general insertada en ellos.
La vida animal era totalmente extraña al hombre en su estado primitivo de pureza
e inocencia, pero después de su prevaricación perdió sus primitivos derechos asimilándose
a los otros animales, fue condenado a vivir temporalmente de la misma vida que era
común a todos los otros, y lo distinguirá eternamente de todos los otros animales
que no han participado jamás de ese primer estado de vida.
Todos los animales,
desde el más grande hasta la más pequeña lombriz, están dotados con la vida pasiva,
y por el autor de la naturaleza, de un instinto particular para dirigir su acción
diaria, en todas las clases donde estén situados, tanto para la conservación de
su ser como para su reproducción y multiplicación de su especie. Este instinto,
siempre proporcionado a su necesidad, es muy fino y sutil en determinadas especies,
sorprende algunas veces al observador atento que conoce los límites, y es casi imperceptible
en ciertos animales, pero en cualquier caso siempre suficiente a su necesidad. Esta
gran variedad, tiene su principio en la misma causa divina que pone ante nuestros
ojos la asombrosa diversidad que tanto nos llama la atención en los árboles, en
sus hojas, en las briznas de hierba y en todas las producciones de la naturaleza.
El hombre intelectual en su estado de inocencia no estaba en absoluto sujeto a las
leyes del instinto, que le eran totalmente extrañas; pero asimilado por su caída
a los otros animales, su embrutecimiento fue dotado del instinto particular propio
de su naturaleza, que queda unido a su ser hasta el fin de su existencia temporal.
Pero también ha estado dotado por causa de su emanación, de una facultad activa
muy poderosa que llamamos razón. Esta razón es un rayo de la esencia divina misma,
es una antorcha que le ha sido dada para dirigirse en el ejercicio de las sublimes
funciones de las que ha sido encargado y que le ha sido conservada en su segundo
estado para iluminarlo en sus nuevas necesidades y en el uso que en lo sucesivo
debe hacer del instinto animal del que viene de ser dotado. Pero entregado a la
atracción de los sentidos y a las pasiones de las que se convierte en esclavo, a
los prejuicios y prevenciones que le arrastran, junto a las costumbres más o menos
arraigadas que contrae, oscurecen de tal modo lo que le queda de ese rayo divino,
que a menudo parece inferior a los animales que tienen el instinto por guía y habitualmente
lo siguen.
El hombre actual es pues un ternario de tres sustancias que son: el
espíritu inmortal, que es su ser esencial, el alma pasiva con su instinto, y el
cuerpo material que ella anima. El animal bruto no es más que un compuesto binario
de estas dos últimas sustancias de la vida pasiva, que son su instinto y su cuerpo
material.
En el hombre, cuando el principio vital que anima su cuerpo material,
termina su acción particular, sea por las leyes de la naturaleza o por accidente,
se escapa y va a reintegrarse a la masa general de donde proviene. Entonces el espíritu,
que estaba unido al cuerpo material por este principio vital, se convierte en libre,
y sube o desciende a la esfera que haya escogido a lo largo de su unión al cuerpo
material, por sus sentimientos y actos habituales. En cuanto al cadáver, queda libre
a su disolución por la separación de los principios elementales que quieren reintegrarse
a su estado primitivo, como ya fue explicado y demostrado en las primeras instrucciones.
Pero, ¿cómo puede ser que sobre un asunto de la mayor importancia - ya que
sus bases reposan sobre principios evidentes generalmente reconocidos por todos
- reine aún hoy entre los cristianos semejante discordancia y oscuridad sostenidas
de tantas sutilidades que no hacen mas que embrollarlo todo todavía más ? Lo que
acabamos de exponer, no sorprenderá a los materialistas declarados y a los incrédulos
que, por ser más libres en su conducta y extravíos, no se ruborizarán en absoluto
por asimilarse a los animales y especialmente a aquellos cuyo progreso en su instinto
provoca su mayor admiración. Y es que, si pedimos a los hombres instruidos, que
a menudo están encargados de la formación religiosa de los demás, en qué consiste
la diferencia característica que se encuentra y debe existir entre el hombre y el
animal bruto, responderán sin vacilar:
Dios, en tanto Creador de todo lo que
existe, ha creado al hombre y al animal, pero, ha dado al hombre un alma racional
y a los animales una alma irracional, y ahí está lo que los distingue esencialmente.
Esta respuesta establece una paridad absoluta de origen que, sin embargo, debería
ser sólo relativa; pero aquellos que la funden y están profundamente convencidos
de ello, vemos que por ella confunden el Fiat divino, que es una orden dada por
el Creador de hacer, con el Faciamus que expresa la acción misma e inmediata del
Creador y su voluntad de operar Él mismo, que es claramente manifestada sólo en
la creación del hombre. Esta inmensa diferencia, por sí misma, debería tener sin
embargo grandes resultados. Además, la facultad de razonar de la que reconocen que
el hombre está dotado y el animal privado, no es más que una facultad del ser espiritual,
y no de un ser real y distinto, y las definiciones más sutiles que la teología moderna
emplea para sostener esta opinión no conseguirán jamás probar la verdad de lo que
no es, en tanto que la cuestión que nos ocupa, reducida con San Pablo a sus términos
más simples, y tal como nosotros la profesamos, establece una doctrina pura, simple,
luminosa e incontestable, ya que apela a nuestros sentidos. San Pablo dice formalmente
en su Primera Epístola a los Tesalonicenses (Cap. V, vers. 23): "Que el mismo
Dios de la paz os santifique totalmente, y que por entero vuestro espíritu, vuestra
alma y vuestro cuerpo se conserven sin reproche en la venida de nuestro Señor Jesucristo".
He aquí bien diferenciadas las tres sustancias distintas que reconocemos en el hombre.
¿ Porqué pues obstinarse en tener otro lenguaje que el del Gran Apóstol, para preferir
uno más humano que sólo la costumbre ha consagrado ? Dejamos estas reflexiones a
la meditación de los verdaderos amigos de la sabiduría.
El Génesis nos enseña
que el Señor Dios terminó al sexto día sus obras de creación universal del cielo
y la tierra con todos sus ornamentos, y que, habiéndolas considerado de nuevo las
halló muy buenas, es decir, conformes a sus planes, su voluntad y sus órdenes. Esta
simple exposición nos da un nuevo testimonio de que no fue Dios mismo quien obró
esta creación, y que ella fue operada por sus agentes espirituales encargados de
la ejecución de sus órdenes, ya que de lo contrario no hubiera tenido necesidad
de verificación alguna si lo hubiera hecho el mismo. Esta misma exposición nos enseña
también que el Señor Dios, después de haberlas acabado, reposó el séptimo día, que
se termino ese día toda la obra que había hecho, y que bendijo y santificó este
séptimo día por haberla terminado. Habría quedado pues alguna cosa por hacer en
ese séptimo día, y el Génesis no nos lo explica; pero nosotros sabemos por Moisés
que los astros, los cuerpos planetarios, las estrellas y todos los cuerpos celestes
y terrestres que por la explosión del caos habían sido animados de la vida pasiva,
no habían aún recibido la vida espiritual; que el Señor Dios emancipó del círculo
de los espíritus septenarios existentes en la inmensidad divina, los cuales Lucifer
acababa de mancillar por su rebelión, a los seres espirituales fieles de esta clase
a los que quería dar la dirección superior de los astros, los cuerpos planetarios,
las estrellas y los cuerpos celestes y terrestres que acababa de crear, y que situó
en el centro de cada una de sus producciones para gobernarlas y mantenerlas, tanto
en su propia acción como en su marcha diaria por la duración de los siglos, maravillosa
armonía que venía de establecer; lo que hace el entero cumplimiento de su gran obra,
y al mismo tiempo la bendición y santificación sabática del séptimo día.
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