PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Tal vez el perdón sea el acto más sabio, mas profundo y más liberador
que un ser humano pueda realizar en esta vida, y a la vez el que mas le acerca a
Dios, que es perdón absoluto, absolución eterna y eternidad liberadora.
Al candidato
en el umbral de la Iniciación se le pide que haga tabla rasa con su pasado, que
perdone, que olvide, para abrirse a una nueva posibilidad de vida en esta misma
existencia que se ofrece ahora, a cambio de la capitulación del yo mismo, de la
rendición incondicional ante una fuerza o luz infinitamente mas poderosa que el
ego.
Acaso el perdón sea el único gesto soberano que el ser humano puede hacer
antes de morir y renacer en vida por el proceso mismo de la alquimia del espíritu.
Perdonar es un acto de sacrificio, pues renunciamos a la venganza, al desquite,
a la justa o injusta compensación.
Hay varias formas de perdón. Primeramente
está el valeroso acto de pedir perdón, no solamente a los seres humanos, sino a
la Naturaleza y al Universo visible o invisible. Elevar nuestra mirada y nuestras
manos hacia la noche estrellada y pedir perdón al Infinito por nuestra mediocridad,
por nuestra ingratitud, por nuestra ignorancia y nuestra falta de amor.
Pero,
cuan a menudo nuestro orgullo, que es el adversario por excelencia del amor y de
la luz, nos ha impedido pedir perdón, no como un gesto de cortesía o de superflua
e hipócrita norma social, sino desde una profunda contrición, desde una sincera
humildad, desde la urgente necesidad de reconciliarse, de redimir, de establecer
la paz, la tregua o el armisticio de las situaciones mas imperdonables aun en medio
del campo de batalla de las difíciles relaciones humanas, y decir desde los mas
hondo de nuestro sentir: lo siento, lo siento mucho, te pido perdón.
Acaso pedir
perdón, con valor, con humildad, con absoluta entrega y desde el corazón roto sea
otro acto soberano que caracteriza al verdadero buscador espiritual, al peregrino
del Amor, al genuino capitán, al auténtico líder de los hombres, pues nuestra capacidad
de perdonar y de pedir perdón es sinónima de nuestra grandeza de alma.
Martin
Luther King dijo que aquel que es incapaz de perdonar es incapaz de amar. El perdón
renueva nuestra vida y pone fin a los asuntos pendientes, nos da otra oportunidad,
nos ofrece la posibilidad de redimir lo pasado, nos saca del infierno en vida del
rencor, del resentimiento, de la cólera, de la idea de venganza, e incluso de justicia,
y nos permite la entrada libre en el Reino de los Cielos, que no es un lugar allende
de las estrellas, sino un estado de la mente y del corazón compasivo, expandido
y redimido.
Los Maestros de todas las tradiciones espirituales nos recuerdan
constantemente que pidamos perdón y que perdonemos antes de que sea demasiado tarde,
pues el perdón es un acto primordial de inteligencia espiritual y de compasión hacia
nosotros mismos, y acaso sea la compasión la lección que todos los seres venimos
aprender a esta tierra. Perdonar es también un acto de profunda sabiduría, pues
como dijo León Tolstoy:"comprenderlo todo es perdonarlo todo".
Perdonar es olvidar.
Solo alguien muy oscuro o ignorante puede decir "perdono pero no olvido". Precisamente
la ciencia ha descubierto que una de las funciones principales de la memoria es
su capacidad de olvidar. ¿Y cuantas veces deberemos olvidar las ofensas, perdonar
a nuestro hermano, a nuestro prójimo como a nosotros mismos? El Maestro del Amor
nos dice categóricamente: ¡setenta veces siete¡
¿Pero existe aun algo más difícil,
mas salutífero y mas redentor que perdonar o pedir perdón? Si, perdonarse a uno
mismo. Un viejo axioma de Confucio dice: "Perdonárselo todo a aquel que es incapaz
de perdonarse a sí mismo".
¡Perdonarme a mi mismo¡ Eso es algo para lo cual
uno no se siente nunca suficientemente preparado, ni entrenado, ni incluso "autorizado".
Preferimos vivir en el purgatorio moral del desaliento, de la mortificación, de
la auto-culpa, no perdonarnos y como consecuencia, no perdonar, alimentando con
la memoria el hedor lúgubre de la pena, del remordimiento y la tristeza, que marchitan
nuestras vidas y nos arrebatan el precioso don de la alegría, tal vez esperando
que algo o alguien, quizás un sacerdote, un santo, un ángel o una fuerza sobre-natural
haga por nosotros lo que nadie puede hacer por nosotros.
¿Alguna vez nos hemos
atrevido a decirnos frente al espejo, pronunciando nuestro nombre: ¡te perdono¡
Te perdono de corazón, total y absolutamente, y te dejo libre?, como se lo diríamos
a nuestro único hijo adolescente que se hallara apesadumbrado por las consecuencias
de una decisión errónea o de un acto equivocado
Y aun en la distancia, podemos
pedir perdón y perdonar, pues la energía sigue al pensamiento y estas imágenes,
clichés y vibraciones sutiles de perdón y de anhelo de reconciliación, viajarán
por el éter en busca de la unidad con el otro y de la Divina Armonía que ponen fin
al dolor y al sufrimiento, a veces de muchas vidas pasadas.
Pero, nos preguntaremos,
y si el otro- si es que existe un "otro" que no sea yo mismo fuera de mi- no desea
la paz, no busca la reconciliación, la curación de lo incurable? El Maestro Philippe
de Lyón nos dice que hablemos entonces con nuestro Ángel de la Guarda para que hable
con el Ángel Guardián nuestro "adversario" y que ambos lleguen a un acuerdo.
El Maestro Philippe daba una importancia extraordinaria al perdón. En muchas de
sus enseñanzas hacía referencia a la necesidad absoluta de perdonar y de pedir perdón:
- "En la vida progresamos sin cesar, y en la medida en que progresamos, cambiamos
de guía. De ahí la necesidad de hacer la paz INMEDIATAMENTE con los enemigos, pues,
ofendiendo a los enemigos, ofendemos a su guía, y la paz solo puede ser hecha entre
los mismos interesados. Sino, habrá que esperar a que en una serie de reencarnaciones
el mismo periodo se produzca y que el perdón sea acordado. Es necesario, incluso,
que el ofendido rece por el ofensor".
Que redención, que alegría, que júbilo
el perdonar y pedir perdón, ¡pero que gloria aun mayor es perdonarse a sí mismo¡
Si no me perdono, si no me olvido, si me juzgo, si me condeno y no me exculpo, me
aferro al dolor, a la necesidad de sufrir, a la culpa, y consecuentemente, espero
el castigo o el mal karma. ¿Y que puedo crear, en que puedo creer, como puedo crecer
si me aferro al dolor, a la culpa y al sufrimiento que conllevan los supuestos errores
cometidos en un pasado sobre el cual ya no tengo ningún imperio? ¿Que ha ocurrido
en la historia de la humanidad cuando los hombres han erigido ideologías, religiones
y filosofías basadas en el dolor, el miedo y la culpa?
Se cuenta que en una
ocasión, un prisionero de un campo de concentración le preguntó a otro: ¿has perdonado
a los nazis? Y este le contestó: ¡nunca! El otro le respondió:¡entonces, aun te
tienen prisionero!.
Los sufíes dicen: "El enemigo está agotado de ti". Y busca
también su redención, su absolución, su perdón. Pues el perdón libera al que es
perdonado y con frecuencia también al que perdona. Los Evangelios dicen que el propio
Jesús el Cristo perdonó a sus verdugos, pues como la mayoría de los hombres,
en todas las épocas, reinos y dimensiones de consciencia, no sabían lo que hacían.
¡Que fuerza tan extraordinaria, que alquimia sublime del Amor glorificado y expandido,
y que belleza del corazón secreto se encuentran en el perdón¡. El perdón permite
que nuestro corazón se rompa por todos los corazones que rompió, y la redención
que surge de ese acto de compasión dinámica lo reconstruye despacio, fragmento a
fragmento, para resucitarlo a la verdadera vida como el cuerpo desmembrado de Osiris,
de Orfeo o de Mitra.
El poeta inglés William Blake dijo: "Es más fácil perdonar
a un enemigo que a un amigo", pues del amigo solo esperamos comprensión, apoyo,
y afecto, y del enemigo aguardamos solo lo peor, la traición, el oprobio o el ataque.
Así que el desafío del discípulo, del verdadero buscador espiritual es perdonar
también a su amigo, a su hermano, indultarle de las ofensas, de los actos y aún
de los pensamientos, antes incluso de que los realice.
El perdón del corazón
es una suerte de presagio del Cielo en la Tierra que no puede ser provocado, pues
llega a veces como el deletéreo vuelo de una Presencia angelical que nos acerca
al misterio insondable de la Gracia. Como consecuencia de la llegada de esa bendición
sutil, es perdonado lo imperdonable, es olvidado lo inolvidable, es amado lo poco
amable y es redimido lo irremediable.
Sueño con el día en que el ángel dormido
que soy yo, tenga el valor de erigirse ante la Presencia de Dios, y pedir perdón
en nombre de todos los seres sensibles, por los millones de años de separación de
la Luz y del Amor.
Así, concluyo que el Cielo en la Tierra ha de edificarse
sobre la misericordia, la compasión y el perdón, y que todo, absolutamente todo,
ha de ser perdonado.
Siddharta el Buda nos aconsejó: "Sed como el sándalo que
perfuma la hoja que le infiere corte". Y el escritor Mark Twain dice en uno de sus
poemas:
Bibliografía:
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