PORTAL MARTINISTA DEL GUAJIRO
"Purificaos, pedid, recibid y obrad.
Toda la Obra se halla en estos cuatro tiempos"
Zarpamos del Perú (donde habíamos permanecido durante todo un
año) hacia China y Japón, por el mar del Sur, llevando provisiones para doce
meses; tuvimos vientos favorables del Este, si bien suaves y débiles, por
espacio de algo más de cinco meses. No obstante, luego el viento vino del Oeste
durante muchos días, de tal modo que apenas podíamos avanzar, y a veces,
incluso, pensamos en regresar. Pero más adelante se levantaron grandes y fuertes
vientos del Sur, con la ligera tendencia hacia el Este, que nos llevaron hacia
el Norte; por este tiempo las provisiones nos faltaron, aunque habíamos hecho
buen acopio de ellas. Al encontrarnos sin provisiones, en medio de la mayor
inmensidad de agua del mundo, nos consideramos perdidos y nos preparamos para
morir. Sin embargo, elevamos nuestros corazones y voces a Dios, al Dios que
"mostró sus milagros en lo profundo", suplicando de su merced que, así como en
el principio del mundo descubrió la faz de las profundidades y creó la Tierra,
descubriera ahora también la Tierra para nosotros, que no queríamos perecer.
Y sucedió que al día siguiente por la tarde vimos ante nosotros, hacia el Norte,
a poca distancia, una especie de espesas nubes que nos hicieron concebir la
esperanza de encontrar tierra; sabíamos que aquella parte del mar del Sur era
totalmente desconocida, y que podría haber en ella islas o continentes que
todavía no se hubieran descubierto. Por consiguiente, viramos hacia el lugar
donde veíamos señales de tierra, y navegamos en aquella dirección durante toda
la noche; al amanecer del día siguiente pudimos comprobar con claridad que era
tierra, en efecto, llana y cubierta de bosque; y esto la hacía aparecer más
obscura. Después de hora y media de navegación penetramos en un buen fondeadero,
que era el puerto de una bella ciudad; no era grande, ciertamente, pero estaba
bien edificada y ofrecía una agradable perspectiva desde el mar. Y figurándose
los largos los minutos hasta que estuviéramos en tierra firme, llegamos junto a
la costa. Pero inmediatamente vimos a muchas personas, con una especie de duelas
en las manos, que parecían prohibirnos desembarcar; no obstante, sin
exclamaciones ni signos de fiereza, sino sólo como avisándonos mediante signos
de que nos alejáramos. Entonces, bastante desconcertados, nos consultamos unos a
otros acerca de lo que deberíamos hacer.
Durante este tiempo nos enviaron un
pequeño bote con unas ocho personas a bordo, de las cuales una llevaba en la
mano un bastón de caña, amarillo, pintado de azul en ambos extremos; subió el
hombre a nuestro barco sin la menor muestra de desconfianza, Y cuando vio que
uno de nosotros se hallaba ligeramente destacado de los demás, sacó un pequeño
rollo de pergamino (un poco más amarillo que el nuestro, y brillante como las
hojas de las tablillas de escribir, pero suave y flexible), y se lo entregó a
nuestro capitán. En este rollo estaban escritas en hebreo y griego antiguos, en
buen latín escolástico y en español las siguientes frases: "No desembarque
ninguno de ustedes y procuren marcharse de esta costa dentro de un plazo de
dieciséis días, excepto si se les concede más tiempo. Mientras tanto, si desean
agua fresca, provisiones o asistencia para sus enfermos, o bien alguna
reparación en su barco, anoten sus deseos y tendrán lo que es humano darles." El
texto se hallaba firmado con un sello que representaba las alas de un querubín,
no extendidas sino colgando y junto a ellas una cruz. Después de entregarlo, el
funcionario se marchó dejando sólo a un criado con nosotros para hacerse cargo
de nuestra respuesta.
Consultando esto entre nosotros nos encontrábamos muy
perplejos. La negativa a desembarcar, y el rápido aviso de que nos alejáramos,
nos molestó mucho; por otra parte, el saber que aquellas personas dominaban
algunos idiomas, y poseían tanta humanidad, nos confortaba no poco. Y, sobre
todo, el signo de la cruz en aquel documento nos causaba una gran alegría, como
si constituyera un presagio cierto de buena fortuna. Dimos nuestra respuesta en
español: "Que nuestro barco estaba bien, ya que nos habíamos encontrado mucho
más con vientos suaves y contrarios que con tempestad alguna. Que, respecto a
nuestros enfermos, había muchos, y en muy mal estado; de modo que, si no se les
permitía desembarcar, sus vidas corrían peligro." Expresamos en particular
nuestras otras necesidades añadiendo. "que teníamos un pequeño cargamento de
mercancías, de modo que si querían comerciar con nosotros podríamos así remediar
nuestras necesidades sin constituir una carga para ellos." Ofrecimos como
recompensa algunos doblones al criado y una pieza de terciopelo carmesí para que
se la llevara al funcionario; pero el criado no las aceptó; apenas las miró;
así, pues, nos dejó, regresando en otro pequeño bote que había acudido por él.
Unas tres horas después de haber enviado nuestra contestación vino hacia
nosotros una persona que, al parecer, poseía autoridad. Vestía una toga de
amplias mangas, hecha de una especie de piel de cabra, de un magnífico color
azul celeste y mucho más llamativa que las nuestras; la ropa qué llevaba deba o
era verde, lo mismo que el sombrero; tenía éste la forma de un turbante, estaba
muy bien hecho, y no era tan grande como los turbantes turcos; los rizos de su
pelo sobresalían por los bordes. Era un hombre de aspecto venerable. Venía en un
bote, dorado en algunas partes, acompañado sólo de cuatro personas; lo seguía
otro bote con unas veinte. Cuando estuvo a un tiro de flecha de nuestro barco,
nos hicieron indicaciones de que enviáramos a algunos de los nuestros a su
encuentro en el agua, cosa que hicimos mandando al segundo de abordo y
acompañándolo cuatro de nosotros.
Cuando estuvimos a seis yardas de su bote,
nos ordenaron detenernos, y así lo hicimos. Y entonces el hombre a quien he
descrito antes se levantó y en alta voz preguntó en español: "¿Son ustedes
cristianos?". Respondimos afirmativamente, sin miedo a que pudiera sernos
perjudicial, a causa de la cruz que habíamos visto en el manuscrito. Al oír esta
respuesta, la mencionada persona levantó su mano derecha hacia el cielo, la bajó
suavemente hasta su boca (que es la señal que ellos hacen cuando dan gracias a
Dios), y después dijo: "Si todos ustedes juran, por los méritos del Salvador,
que no son piratas ni han derramado sangre, legal o ilegalmente, en los cuarenta
últimos días, tendrán permiso para desembarcar". Contestamos que estábamos
dispuestos a prestar juramento. Entonces uno de sus acompañantes que, según
parecía, era notario legalizó el hecho mediante acta. Realizado esto, otro de
los acompañantes del personaje, que se encontraba con él en el mismo bote, y
después de escuchar las palabras que su señor le murmuró, dijo en voz alta: "Mi
señor quiere hacerles saber que no se debe a orgullo o dignidad el hecho de que
no haya subido al barco; sino porque en su respuesta ustedes declararon que
tenían muchos enfermos, por cuyo motivo el Director de Sanidad de la ciudad le
advirtió que mantuviera cierta distancia". Le hicimos una reverencia,
respondiendo que nos consideráramos sus humildes servidores, y que estimáramos
como un gran honor y una singular muestra de humanitarismo lo que ya había hecho
por nosotros; no obstante, esperábamos que no fuera infecciosa la enfermedad que
padecían nuestros hombres. Se volvió él y poco después subió a bordo de nuestro
barco el notario, llevando en la mano un fruto del país, parecido a una naranja,
pero de un color entre morado y escarlata, y que desprendía un perfume
excelente. Lo empleaba, según parecía, para preservarse de una posible
infección. Nos tomó juramento "en nombre y por los méritos de Jesús",
diciéndonos a continuación que hacia las seis de la mañana del día siguiente se
nos llevaría a la Casa de los Extranjeros (así la llamó él), donde se nos
acomodaría a todos, a los sanos y a los enfermos. Cuando se iba a marchar le
ofrecimos algunos doblones, pero sonriendo dijo que no se le debía pagar dos
veces por un solo trabajo; quería decir con esto (según me pareció comprender)
que le bastaba con lo que el Estado le pagaba por sus servicios, según supe más
adelante, al funcionario que acepta gratificaciones le llaman "Pagado dos
veces".
A la mañana siguiente, muy temprano, llegó el mismo funcionario del
bastón que ya conocíamos y nos dijo que venía a conducirnos a la Casa de los
Extranjeros y que había anticipado la hora "para que pudiéramos tener libre todo
el día con objeto de dedicarnos a nuestras ocupaciones. Pues -añadió- si siguen
mi consejo, deben venir primero sólo unos cuantos, de ustedes, examinar el lugar
y ver qué es lo que les conviene; y después pueden enviar por sus enfermos y los
hombres restantes para que desembarquen." Se lo agradecimos diciéndole que Dios
le premiaría la molestia que se tomaba con los desolados extranjeros que éramos
nosotros. Así, pues, desembarcamos con él seis de nosotros; cuando estuvimos en
tierra, él, que marchaba delante, se volvió y nos dijo que no era sino nuestro
servidor y guía. Nos condujo a través de tres bellas calles, y a todo lo largo
del camino que seguimos había reunidas personas, a ambos lados de la calle,
colocadas en fila; pero se mantenían tan corteses que parecía que no estaban
allí para maravillarse de nosotros sino para darnos la bienvenida; muchas de
ellas, a medida que pasábamos, extendían ligeramente los brazos, cosa que hacen
cuando dan la bienvenida.
La Casa de los Extranjeros es un edificio bello y
espacioso, construido de ladrillo, de un color algo más azul que el nuestro;
tiene elegantes ventanales, unos de cristal y otros de una especie de batista
impermeabilizada. Nos llevó primero a un saloncito del primer piso y nos
preguntó entonces cuántos éramos y cuántos enfermos había. Le respondimos que en
total unas cincuenta personas, de las cuales diecisiete estaban enfermas. Nos
recomendó que tuviéramos un poco de paciencia y que esperáramos hasta que
volviera, lo que, en efecto, hizo una hora más tarde; nos condujo entonces a ver
las habitaciones que habían preparado, y que eran diecinueve en total. Al
parecer habían sido dispuestas para que cuatro de ellas que eran mejores que las
restantes, albergaran a los cuatro hombres principales de entre nosotros,
individualmente; las otras quince para los demás, dos por cada habitación. Eran
los cuartos elegantes, alegres y muy bien amueblados. Nos condujo luego a una
larga galería, parecida al dormitorio de un convento, donde nos mostró a todo lo
largo de un lado (pues el otro estaba constituido por la pared y las ventanas)
diecisiete celdas, muy limpias, separadas unas de otras por madera de cedro.
Como en total había cuarenta celdas (muchas más de las que necesitábamos) se
destinaron a enfermería para las personas enfermas. Nos dijo, además, que cuando
alguno de nuestros enfermos se sintiera bien se le trasladaría de su celda a una
habitación; con este objeto habían preparado diez habitaciones disponibles,
además del número de que hablamos antes. Realizado esto, nos llevó de nuevo al
saloncito, y levantando un poco su bastón (como suelen hacer cuando dan una
orden o un encargo), nos dijo: "Deben ustedes saber que nuestras costumbres
disponen que pasado el día de hoy y de mañana (días que les dejamos para que
todas las personas desciendan del barco), permanezcan sin salir de esta casa
durante tres días. Pero no se molesten ni crean que se trata de una restricción
de su libertad, sino para que se acomoden y descansen. No carecerán de nada, y
hay seis personas que tienen la misión de atenderlos respecto a cualquier asunto
que necesiten resolver en la calle." Le dimos las gracias con el mayor afecto y
respeto, y dijimos: "Dios, con seguridad, está presente en esta tierra." Le
ofrecimos también, veinte doblones, pero sonrió y dijo únicamente:
"¿Cómo?
¡Pagado dos veces!". Y se marchó.
Poco después nos sirvieron la comida, que
fue muy buena, tanto el pan como la carne; mejor que en cualquier colegio
universitario que yo haya conocido en Europa. Nos dieron también tres clases de
bebidas, todas ellas sanas y buenas; vino, una bebida hecha de grano, como
nuestra cerveza, pero más clara, y una especie de sidra elaborada con frutas del
país; bebida ésta maravillosamente agradable y refrescante. Nos trajeron,
además, gran cantidad de las naranjas escarlata, a las que ya me he referido,
para nuestros enfermos; nos dijeron que constituían un eficaz remedio para las
enfermedades adquiridas en el mar. Nos dieron también una caja de pequeñas
píldoras grises o blanquecinas, pues querían que nuestros enfermos tomaran una
cada noche antes de dormirse; aseguraron que les ayudaría a curarse rápidamente.
Al día siguiente, después que cesaron las molestias ocasionadas por el
transporte de nuestros hombres y equipajes desde el barco, y que estuvimos
instalados y algo más tranquilos, consideré razonable reunir a todos los
hombres, y cuando lo estuvieron les dije: "Queridos amigos: vamos a examinar
nuestra situación y a nosotros mismos. Cuando nos considerábamos encerrados en
las profundidades marinas, he aquí que nos encontramos arrojados en tierra, como
Jonás del vientre de la ballena; y ahora que estamos en tierra nos hallamos, sin
embargo, entre la vida y la muerte, pues nos encontramos más allá del viejo y
del Nuevo Mundo; si hemos de volver a contemplar de nuevo a Europa, sólo Dios lo
sabe. Una especie de milagro nos ha traído aquí, y algo así tendría que suceder
para sacarnos. Por lo tanto, en agradecimiento por nuestra pasada liberación y
por nuestro peligro presente y los futuros, veneremos a Dios, y que cada uno de
nosotros haga un acto de contrición. Además, nos encontramos entre un pueblo
cristiano, piadoso y humano: presentémonos ante ellos con la mayor dignidad
posible. Pero aún hay más; puesto que nos han encerrado entre estas paredes
(aunque muy cortésmente) durante tres días, ¿no es acaso con objeto de observar
nuestra educación y comportamiento? Y si lo encuentran malo, alejarnos; si
bueno, concedernos más tiempo. Estos hombres que nos atienden tal vez nos
vigilan. ¡Por amor de Dios, puesto que amamos el bienestar de nuestras almas y
cuerpos comportémonos como Dios manda y hallaremos gracia ante los ojos de este
pueblo!
Todos, unánimemente, me agradecieron la advertencia, prometiendo
vivir sobria y pacíficamente, sin dar la menor ocasión de ofensa. Así pues,
pasamos nuestros tres días alegremente, despreocupados, esperando saber qué
harían con nosotros cuando expiraran. Durante aquel tiempo tuvimos la
satisfacción constante de ver mejorar a nuestros enfermos, quienes se creían
sumergidos -en alguna fuente milagrosa, ya que mejoraban con tanta naturalidad y
rapidez.
Cuando hubieron transcurrido los tres días, a la mañana siguiente,
se presentó un hombre, al que no habíamos visto antes, vestido de azul como el
primero, excepto su turbante que era blanco con una pequeña cruz roja en lo
alto. Llevaba también una esclavina de lino fino. A su llegada se inclinó
ligeramente ante nosotros y extendió sus brazos. Por nuestra parte lo saludamos
humilde y sumisamente, pareciendo que recibiríamos de él una sentencia de vida o
muerte. Deseaba hablar con algunos de nosotros. Sólo permanecimos seis y el
resto abandonó el aposento. Dijo: "Por mi profesión soy Gobernador de esta Casa
de los Extranjeros, y por vocación sacerdote cristiano; y por esto, dada vuestra
condición de extranjeros, y principalmente de cristianos, es por lo que vengo a
ofrecerles mis servicios. Puedo decirles algunas cosas, que creo escucharán de
buena gana. El Estado les concede permiso para que permanezcan aquí durante seis
semanas; y no se preocupen si sus necesidades exigen un plazo más amplio, pues
la ley no es muy precisa acerca de este punto; y no dudo de que yo mismo podré
conseguirles el tiempo que sea conveniente. Sabrán ustedes que la Casa de los
Extranjeros es rica ahora, ya que conserva ahorradas las rentas de estos últimos
treinta y siete años, y en este tiempo no ha llegado aquí ningún extranjero; no
se preocupen, el Estado costeará todo durante su estancia entre nosotros. Por
esto, no tengan prisa. Respecto a las mercancías que han traído se emplearán, y
cuando regresen tendrán. El equivalente en mercancías, o en oro y plata; pues
para nosotros es lo mismo. Si tienen que hacer alguna petición, no la oculten,
pues observarán que, sea cualquiera la respuesta que reciban, no dejarán de
hallarse protegidos. Sólo debo advertirles que no deben retirarse más de un
karan (milla y media entre ellos) de las murallas de la ciudad sin un permiso
especial."
Respondimos, tras de mirarnos los unos a los otros durante corto
tiempo, admirando este trato gracioso y paternal, que no sabíamos lo que decir,
ya que no teníamos palabras bastantes para expresarle nuestro agradecimiento; y
que sus nobles y desinteresados ofrecimientos hacían innecesario preguntar nada.
Nos parecía que teníamos ante nosotros un cuadro celestial de nuestra salvación;
habiéndonos hallado muy poco tiempo antes en las fauces de la muerte, nos
veíamos ahora en un lugar donde sólo encontrábamos consuelos. Respecto a la
orden que se nos había dado no dejaríamos de obedecerla, aunque era imposible, a
menos de que nuestros corazones se inflamaran, que intentáramos ir más allá del
límite en esta tierra sagrada y feliz. Agregamos que primero nos quedaríamos
mudos que olvidar en nuestras plegarias su reverenda persona o a todo su pueblo.
Le rogamos también humildemente que nos considerara sus verdaderos servidores,
con el mismo derecho con que estuviera obligado cualquier hombre sobre la
tierra; y que poníamos a sus pies, tanto nuestras personas como cuanto
poseíamos. Contestó que él era un sacerdote y que sola buscaba la recompensa
propia de un sacerdote: nuestro fraternal cariño y el bien de nuestras almas y
cuerpos. Se separó de nosotros con lágrimas de ternura en sus ojos, dejándonos
confundidos con una mezcla de alegría y afecto, diciéndonos entre nosotros que
habíamos llegado a una tierra de ángeles, que se nos aparecían a diario, y nos
anticipaban unas comodidades que no pensábamos, ni, mucho menos, esperábamos.
Al día siguiente, a las diez, el Gobernador vino otra vez y después de
saludarnos nos dijo familiarmente que venía a visitarnos; pidió una silla y se
sentó, y nosotros, que éramos unos diez (los demás eran subalternos, y otros
habían salido), nos sentamos con él; cuando estuvimos todos acomodados empezó
así: "Los habitantes de esta isla de Bensalem (así la llaman en su lengua) nos
encontramos en la situación siguiente: debido a nuestra soledad y a la ley del
secreto que mantenemos para nuestros viajeros, y a causa de la poco frecuente
admisión de extranjeros, conocemos bien el mundo habitado y a nosotros no se nos
conoce. Por esto, como lo corriente es que interrogue el que sabe menos, me
parece más razonable que, para distraernos, que ustedes me pregunten en lugar de
preguntarles yo a ustedes."
Respondimos que le agradecíamos humildemente que
nos diera permiso para hacerlo así, y que pensábamos, a juzgar por lo que ya
sabíamos, que en todo el universo no había cosa más merecedora de conocerse que
el estado de esta tierra feliz. Pero, sobre todo -dijimos- puesto que nos
habíamos encontrado procedentes de tan diferentes confines del mundo, y con
seguridad esperábamos que volveríamos a encontrarnos un día en el reino de los
cielos (ya que todos éramos cristianos)., deseábamos saber (teniendo en cuenta
que esta tierra está tan remota y separada por vastos y desconocidos océanos de
la tierra donde vivió nuestro Salvador) quién fue el apóstol de esta nación, y
cómo se convirtió a la fe. Nuestra pregunta hizo brillar la satisfacción en su
rostro. Respondió: "Al hacerme esta pregunta en primer lugar, mi corazón se
siente más ligado al vuestro, ya que muestra que buscáis ante todo el reino de
los cielos; con gusto, y brevemente, contestaré a vuestra demanda.
"Unos
veinte años después de la ascensión de nuestro Salvador, los habitantes de
Renfusa (ciudad de la costa oriental de nuestra isla) vieron a la distancia de
unas millas (la noche era nubosa y tranquila) un gran pilar de luz en el mar;
tenía la forma de una columna o cilindro y ascendía del mar hacia el cielo; en
lo alto se veía una gran cruz luminosa, más brillante y resplandeciente que el
fuste del pilar. Ante tan extraño espectáculo las gentes de la ciudad se
concentraron rápidamente en la playa para admirarlo; luego se embarcaron en
cierto número de pequeños botes con objeto de aproximarse más a aquella
maravillosa vista. Pero cuando estaban a unas sesenta yardas del pilar se
encontraron con que no podían avanzar, aunque podían moverse en otras
direcciones; las personas permanecieron en los botes en una actitud
contemplativa, corno en un teatro, mirando aquella luz, que era como un signo
celestial. Sucedió que en uno de los botes se hallaba uno de nuestros hombres
más sabios, de la Sociedad "La Casa de Salomón", casa o colegio, mis queridos
hermanos, que constituye el alma de este reino; habiendo mirado y contemplado
atenta y devotamente durante un rato el pilar y la cruz, este sabio cayó sobre
su rostro, y luego, irguiéndose y elevando sus manos al cielo, oró de esta
manera:
"Señor, Dios del cielo y de la tierra, por tu gracia nos has
permitido conocer la creación, tu obra, y sus secretos; y discernir (en cuanto
le es posible al hombre) entre los milagros divinos, las obras de la naturaleza,
las artísticas, y las impostoras e ilusiones de todas clases. Doy fe ante este
pueblo que en lo que estamos contemplando en estos momentos se halla tu dedo, y
es un verdadero milagro. Y como, según hemos aprendido en nuestros libros,
realizas milagros con vistas a un fin excelente y divino (pues las leyes de la
naturaleza son tus propias leyes, y tú no las varías a no ser por un gran
motivo), te suplicamos humildemente que nos sea posible interpretar este gran
signo; lo cual parece que lo prometes, al enviárnoslo".
"Cuando acabó su
oración notó que el bote podía moverse sin impedimento, mientras que los demás
permanecían quietos; y considerando que ello significaba permiso para
aproximarse, hizo que, remando silenciosamente, el bote se acercara al pilar.
Pero cuando llegó cerca de él, el pilar y la cruz luminosa -se esfumaron,
rompiéndose, por así decirlo, en un firmamento de estrellas, que también se
desvaneció poco después; y nada más se vio a no ser un pequeño cofre o caja de
cedro, seco, y no húmedo, aunque flotaba en el agua. En su parte anterior, la
que estaba más cerca de él, crecía una pequeña rama verde de palma; cuando el
sabio tomó el cofre en sus manos, con toda reverencia lo abrió y se encontraron
dentro un libro y una carta, escritos ambos en fino pergamino y enrollados en
trozos de tela. El libro contenía todos los libros canónicos del Viejo y del
Nuevo Testamento, tal como los tienen ustedes (pues sabemos que su Iglesia los
recibió), y el Apocalipsis; también había otros libros del Nuevo Testamento,
aunque en aquel tiempo aún no habían sido escritos. La carta contenía estas
palabras:
"Yo, Bartolomé, siervo del Altísimo y apóstol de Jesucristo, fui
avisado por un ángel que se me apareció en una gloriosa visión para que
depositara este cofre sobre las olas del mar. Por consiguiente, declaro y doy fe
de que el pueblo al que llegue este cofre, por voluntad de Dos, el día mismo de
su llegada obtendrá la salvación, la paz y la bienaventuranza tanto del Padre
como de Nuestro Señor Jesucristo."
"Con estos escritos, tanto con el libro
como con la carta, ocurrió un gran milagro parecido al de los apóstoles: el del
primitivo don de lenguas. Viviendo en aquel tiempo, en esta tierra, hebreos,
persas e indios, además de los nativos del país, todos ellos pudieron leer el
libro y la carta como si estuvieran escritos en su propia lengua. De este modo,
y por el arca o cofre, se salvó esta tierra de la infidelidad (como parte del
mundo antiguo se salvó del diluvio) mediante la milagrosa y apostólica
evangelización de San Bartolomé."
Hizo una pausa, llegó en este instante un
mensajero y se marchó. Esto fue cuanto sucedió durante la reunión.
Al día
siguiente vino otra vez el mismo Gobernador, inmediatamente después de comer, y
se excusó diciendo que el día anterior se separó de nosotros con cierta
brusquedad, pero que ahora quería recompensarnos y pasar algún tiempo con
nosotros si su compañía y conversación nos agradaba. Le respondimos que nos
gustaba y agradaba tanto que dábamos por bien empleados los peligros pasados y
futuros sólo por haberle oído hablar; y que creíamos que una hora pasada con él
valía más que años enteros de nuestra antigua vida. Se inclinó ligeramente, y
tras habernos sentado exclamó: "Bien, ahora les corresponde a ustedes
preguntar."
Después de una corta pausa, uno de nosotros dijo que había algo
que teníamos tanto deseo de saber como miedo de preguntar, por temor a ser
indiscretos. Pero que animados por su singular amabilidad hacia nosotros (de tal
modo que siendo sus fieles y sinceros servidores apenas si nos considerábamos
extranjeros) nos atrevíamos a proponerle la cuestión; le rogábamos humildemente
que si creía que la pregunta no era pertinente nos perdonara, aunque la
rechazara. Le dijimos que habíamos tenido muy en cuenta las palabras que
pronunció anteriormente acerca de que esta isla en la que nos encontrábamos era
conocida de muy pocos, y que, sin embargo, ellos conocían a la mayoría de las
naciones del mundo; que sabíamos que esto era cierto, puesto que conocían los
idiomas de Europa y estaban bastante enterados de su organización y asuntos; y
que, no obstante, nosotros en Europa (a pesar de todos los descubrimientos de
tierras remotas y de todas las navegaciones realizadas en los últimos tiempos)
nunca tuvimos el menor indicio de la existencia de esta isla. Hallábamos esto
asombrosamente extraño ya que todas las naciones se conocían entre sí, por
viajes realizados a los diversos países; y aunque el viajero que visita un país
extraño aprende mucho más mediante la vista que el que permanece en la patria y
escucha el relato de aquél, sin embargo, ambos métodos son suficientes para
alcanzar un conocimiento mutuo, en cierto grado, por ambas partes. Pero respecto
a esta isla, jamás se nos dijo que ningún barco procedente de ella hubiera sido
visto arribar a las costas de Europa; tampoco a las costas de las Indias
orientales u occidentales, ni que ningún barco de cualquier parte del mundo
hubiera vuelto de esta isla. Y, sin embargo, lo maravilloso no es esto, ya que
la situación de la isla (como dijo su señoría) en la secreta inmensidad de tan
vasto océano debe ser la causa de ello. Pero el hecho de que conocieran los
idiomas, libros y asuntos de países tan distantes, nos hacía no saber qué
pensar, ya que nos parecía condición y propiedad de potestades divinas y de
seres que permanecen escondidos e invisibles para los demás y a quienes, sin
embargo, todas las cosas se les revelan abiertamente.
Al oír este discurso el
Gobernador sonrió con benevolencia y dijo que hacíamos bien en pedir perdón, por
nuestra pregunta, debido a lo que ella implicaba, ya que parecía como si
pensáramos que esta tierra era una tierra de encantadores, que enviaba espíritus
por todas partes para que regresaran con noticias e información de otros países.
Con la mayor humildad posible, pero con expresión de que comprendíamos,
contestamos que sabíamos que él hablaba en broma; que pensábamos que existía
algo sobrenatural en esta isla, pero algo más bien angélico que mágico. Con
objeto de que su señoría supiera realmente qué era lo que nos hacía temerosos y
dudosos en hacer esta pregunta, teníamos que decir que no se trataba de tal
fantasía, sino porque recordábamos que en las primeras palabras que le oímos
aludió a que esta tierra tenía leyes secretas respecto a los extranjeros.
A
esto respondió:
"Su recuerdo es acertado, por esto en lo que voy a decirles,
he de reservarme algunos detalles, que no es legal que revele, pero con lo que
les diga tendrán ustedes bastante para su satisfacción.
"Sabrán ustedes (y
quizá les parecerá increíble) que hace unos tres mil años, o algo más, la
navegación mundial (especialmente respecto a los viajes largos) era mucho mayor
que en la actualidad. No piensen ustedes que yo ignoro el aumento que ha
experimentado dentro de los últimos ciento veinte años; lo sé bien, y sin
embargo afirmo que era mayor entonces que ahora; puede ser que el ejemplo del
arca, que salvó a los pocos hombres que quedaban del Diluvio Universal, diera
confianza a los hombres para aventurarse sobre las aguas; el caso es que ésta es
la verdad. Los fenicios, y en especial los tirios, poseyeron grandes flotas; los
cartagineses fundaron una colonia más hacia Occidente. Hacia el Este, la
navegación por las aguas de Egipto y Palestina era, igualmente, intensa. También
China y la Gran Atlántida (que ustedes llaman América), que ahora sólo cuentan
con juncos y canoas, abundaba en grandes embarcaciones. Esta isla (según consta
en documentos fidedignos de aquellos tiempos) contaba entonces con mil
quinientos grandes barcos de gran tonelaje. Ustedes apenas si conservan recuerdo
de esto, pero nosotros sabemos bastante.
"En aquel tiempo esta tierra era
conocida y frecuentada por los barcos y navíos de todas las naciones que he
citado anteriormente. Y, como suele ocurrir, venían a veces con ellos hombres de
otros países que no eran marinos; persas, caldeos, árabes, hombres de casi todas
las naciones potentes y famosas se reunían aquí; actualmente existen entre
nosotros pequeños grupos y familias que descienden de ellos. Y respecto a
nuestros barcos, hicieron varios viajes tanto al estrecho que ustedes llaman las
Columnas de Hércules, como a otras partes del Océano Atlántico y del mar
Mediterráneo; fueron a Pekín (ciudad a la que nosotros llamamos Cambaline) y a
Quinzy, en los mares de Oriente, y llegaron hasta los confines de la Tartaria
oriental.
"Al mismo tiempo, y después de algo más de una generación,
prosperaron los habitantes de la Gran Atlántida. Pues aunque la narración y
descripción que hizo uno de vuestros grandes hombres (Platón en el Críticas)
acerca de que en ella se establecieron los descendientes de Neptuno, de la
magnificencia del templo, del palacio, la ciudad y la colina; de los múltiples y
grandes ríos navegables (que como cadenas rodeaban al lugar y al templo); las
diversas escalinatas por las que los hombres ascendían a él, como si fuera una
Scala coeli; aunque todo esto sea poético y fabuloso, sin embargo, gran parte es
cierto ya que el susodicho país, la Atlántida, así como el Perú, que entonces se
llamaba Coya, y Méjico, llamado entonces Tyrambel, fueron poderosos y soberbios
reinos por sus armas, barcos y riquezas: tan poderosos que una vez (o por lo
menos en el espacio de diez años) realizaron dos grandes expediciones los
hombres de Tyrambel al mar Mediterráneo a través del Atlántico; y los de Coya a
nuestra isla por el Mar del Sur; de la expedición que fue a Europa, según
parece, ese mismo autor tuvo alguna noticia por un sacerdote egipcio, a quien
cita. Pues con seguridad esto fue un hecho. No puedo decir si la gloria de
resistir y rechazar a aquellas fuerzas correspondió a los primitivos atenienses,
pero lo cierto es que de aquel viaje no regresó ningún hombre ni ningún barco.
Tampoco hubiera tenido mejor fortuna el viaje que los hombres de Coya realizaron
contra nosotros de no haber tropezado con enemigos de mayor clemencia. El rey de
esta isla, llamado Altabin, hombre sabio y gran guerrero, conociendo bien su
propia fuerza y la de sus enemigos maniobró de forma que, con fuerzas
inferiores, separó a las tropas de desembarco de sus navíos, apoderándose de
éstos y del campamento y obligándoles a rendirse sin necesidad de combatir;
cuando estuvieron a su merced se contentó con su juramento de que no volverían a
empuñar las armas contra él y los puso en libertad.
"Poco después de estas
arrogantes expediciones cayó sobre ellos la venganza divina. En menos de un
siglo la Gran Atlántida quedó destruida; no por un gran terremoto, como dice
vuestro escritor (puesto que la región era poco propensa a terremotos), sino por
un diluvio extraordinario con inundación, ya que en aquellos tiempos esos países
tenían las aguas procedentes de ríos mucho más grandes y montañas mucho más
elevadas, que cualquier parte del Viejo Mundo. Lo cierto es que la inundación no
fue profunda, pues no llegó a más de cuarenta pies de altura sobre la tierra, de
forma que, aunque destruyó en general a los hombres y a los animales, sin
embargo, algunos hombres salvajes de los bosques consiguieron escapar. También
se salvaron los pájaros volando a las ramas altas de los árboles. Respecto a los
hombres, aunque en muchos sitios tenían viviendas más elevadas que la altura del
agua, sin embargo, la inundación, aunque superficial, se prolongó mucho tiempo
por cuyo motivo los habitantes de los valles que no habían muerto ahogados
perecieron por falta de alimentos y de otras cosas necesarias.
"Así pues, no
se maravillen de la escasa población de América, ni de la rudeza e ignorancia de
sus habitantes, pues hay que considerarlos como a un pueblo joven, mil años
menor que el resto del mundo, pues tanto tiempo transcurrió entre el Diluvio
Universal y esta extraordinaria inundación. Los pobres supervivientes del género
humano que quedaron en las montañas repoblaron de nuevo el país lentamente, poco
a poco, y como eran personas sencillas y salvajes (distintas a Noé y sus hijos,
que constituían la familia principal de la Tierra) fueron incapaces de dejar a
su posteridad alfabeto, arte o civilización; y estando habituados, igualmente, a
vestirse en sus montañas ( a causa del riguroso frío de aquellas regiones) con
pieles de tigres, osos y cabras de largo pelo que tenían en aquellas tierras,
cuando descendieron a los valles y se encontraron con el intolerable calor que
allí reinaba, y no sabiendo cómo hacerse vestidos más ligeros, forzosamente se
acostumbraron a ir desnudos, y así continúan hoy. Únicamente eran aficionados a
las plumas de las aves, hábito heredado de sus antepasados de las montañas,
quienes se sintieron seducidos por ellas debido al vuelo de las infinitas aves
que ascendían a las tierras altas mientras las aguas iban ocupando los terrenos
bajos. Como ven, a, causa de este gran accidente, perdimos nuestra relación con
los americanos, con quienes teníamos más que con otros, un comercio más intenso
debido a nuestra mayor proximidad.
"En las demás partes del mundo es evidente
que en los tiempos que siguieron (bien fuera debido a las guerras, o por la
evolución natural del tiempo) la navegación decayó grandemente en todos los
sitios: especialmente los viajes largos (en parte, a causa del empleo de galeras
y barcos que apenas podían resistir la furia del mar) dejaron de realizarse. De
este modo, la comunicación que podían tener con nosotros otras naciones cesó
desde hace largo tiempo, a no ser que ocurriera algún accidente extraño como el
de ustedes. Respecto a la comunicación que podíamos nosotros tener con los otros
países, debo decirles la causa de que no haya ocurrido así. Puedo confesar,
hablando con franqueza, que nuestras embarcaciones, potencia, marinería y
pilotos, así como todo cuanto pertenece al arte de navegar, son tan grandes como
lo fueron siempre; por lo tanto, voy a contarles por qué hemos permanecido en
nuestro país, con lo que, para su satisfacción personal, se hallarán más cerca
de su pregunta principal.
"Hace aproximadamente mil novecientos años reinaba
en esta isla un soberano cuya memoria, entre todos los reyes, adoramos en mayor
grado; no lo hacemos de un modo supersticioso sino considerándolo como un
instrumento divino, aunque era un hombre mortal; se llamaba Salomón, y lo
reputábamos como el legislador de nuestra nación. Este rey tenía un gran
corazón, un inextinguible amor al bien y una inclinación fervorosa por hacer
felices a su reino y a su pueblo. Considerando él que esta tierra era lo
suficientemente autárquico para mantenerse sin ayuda extranjera, pues tenía
5,600 millas de diámetro y era de una rara fertilidad en su mayor parte; y
hallando también que podría activarse mucho la navegación mediante la pesca y la
navegación de cabotaje, e igualmente por el transporte hacia algunas islas
pequeñas que no se hallan lejos de nosotros, y que se encuentran bajo la corona
y leyes de este Estado; teniendo en cuenta el feliz y floreciente estado en que
la isla se hallaba entonces, y que en todo caso podría empeorar pero dócilmente
mejorar, aunque personalmente nada deseaba, dadas sus nobles y heroicas
intenciones, quiso perpetuar la situación que tan firmemente había establecido
en su tiempo. Por consiguiente, entre otras leyes fundamentales que promulgó se
hallan las que prohíben la entrada de extranjeros, entrada que en aquellos
tiempos (aunque fue después de la calamidad de América) era frecuente; lo hizo
por temor a las novedades y a la mezcolanza de costumbres. Es cierto que una ley
parecida contra la admisión de extranjeros sin autorización es una ley antigua
en el reino de China, que -aún continúa en vigor. Pero allí es algo lamentable,
ya que ha convertido a China en una curiosa nación, ignorante, temerosa y necia.
Nuestro legislador dio otro carácter a su ley. Ante todo, tuvo buen cuidado de
que se mostrara el mayor humanitarismo hacia los extranjeros afligidos por la
desgracia, como ustedes han podido comprobar."
Al escuchar estas palabras
todos nos levantamos, como era lógico, inclinándonos. Continuó él:
"Queriendo
también aquel rey unir la humanidad y la prudencia, y pensando que era una falta
de lesa humanidad detener aquí contra su propia voluntad a los extranjeros, y de
prudencia el que volvieran y revelaran su descubrimiento de este Estado, adoptó
las medidas siguientes: ordenó que todos aquellos extranjeros a los que se les
hubiera permitido desembarcar podían partir cuando quisieran; y que los que
desearan permanecer tuvieran buenas condiciones de vida y se les dotara de
medios para vivir a costa del Estado. Previó en tan gran medida el futuro, que
en tantos años como han transcurrido desde la prohibición no recordamos que
retornara ningún barco, excepto trece personas, en épocas diferentes, que
prefirieron volver. Ignoro qué es lo que contarían los que volvieron. Hay que
creer que lo que relataran en cualquier parte que llegaran fuera considerado un
mero sueño. Respecto a los viajes que nosotros pudiéramos realizar desde aquí al
extranjero, nuestro legislador creyó conveniente limitarlos. No ocurre así en
China, ya que los chinos navegan adonde quieren o adonde pueden; esto demuestra
que su ley prohibiendo entrar a los extranjeros es producto de la pusilanimidad
y del miedo. Esta restricción nuestra tiene sólo una excepción, la cual es
admirable: aprovechar el bien que resulta de la comunicación con los extranjeros
y evitar el daño. Y ahora se lo mostraré a ustedes; pero aquí voy a hacer una
pequeña digresión que pronto encontrarán pertinente.
"Sabrán, queridos
amigos, que entre todos los excelentes actos de aquel rey uno de ellos tuvo la
preeminencia. Fue la fundación e institución de una orden o sociedad, a la que
llamamos Casa de Salomón; fue la fundación más noble que jamás se hizo sobre la
Tierra, y el faro de este reino. Está dedicada al estudio de las obras y de las
criaturas de Dios. Creen algunos que lleva el nombre, algo corrompido, de su
fundador, como si debiera ser Casa de Salomón. Pero los documentos lo citan tal
como se pronuncia hoy. Lleva el nombre del rey de los hebreos, que es bastante
famoso entre ustedes; conservamos parte de sus obras, que ustedes no poseen; a
saber, la Historia Natural, en la que habla de todas las plantas, desde los
cedros del Líbano hasta el musgo que crece en las paredes; y lo mismo de todo
cuanto tiene vida y movimiento. Esto me hace pensar que nuestro rey hallándose
de acuerdo en muchas cosas con aquel rey de los hebreos (que vivió muchos años
antes que él lo honró con el nombre de esta fundación. Y me induce bastante a
ser de esta opinión el hecho de que en los documentos antiguos esta orden o
sociedad es llamada unas veces Casa de Salomón, y otras Colegio de la Obra de
los Seis Días; por lo que deduzco que nuestro excelente rey aprendió de los
hebreos que Dios creó el mundo y todo cuanto encierra en seis días, y que, por
lo tanto, al fundar esta casa para la investigación de la verdadera naturaleza
de todas las cosas (por lo cual Dios tendría la mayor gloria, como hacedor de
ellas, y los hombres mayor fruto en su uso) le dio también este segundo nombre.
"Pero volvamos a nuestro asunto. Cuando el rey prohibió a su pueblo que navegara
fuera de sus aguas jurisdiccionales, hizo, no obstante, esta salvedad: que cada
doce años salieran del reino dos barcos con objeto de realizar varios viajes, y
que en ellos fuera una comisión compuesta de tres miembros o hermanos de la Casa
de Salomón para que pudieran dar a conocer el estado de los asuntos de los
países que visitaban; especialmente las ciencias, artes, manufacturas e
invenciones de todo el mundo; además, traernos libros, instrumentos y modelos de
toda clase de cosas; dispuso que los barcos volvieran después de haber
desembarcado a los hermanos, y que éstos permanecieran en el extranjero hasta la
llegada de la nueva misión. Estos barcos se hallaban cargados de
avituallamientos y llevaban también bastante oro para que la comisión pudiera
comprar cosas necesarias y recompensar a las personas que, a su juicio, lo
merecieran. Ahora bien, no puedo decirles a ustedes cómo evitamos que se
descubra el desembarco de los marineros, de qué modo residen en tierra durante
cierto tiempo bajo el disfraz de otra nacionalidad, qué lugares fueron los
elegidos para realizar estos viajes, y en qué países se proyectan las citas de
las nuevas misiones, y las circunstancias que rodean a todo esto; no puedo
decirlo, por mucho que lo deseen. Como ustedes pueden observar mantenemos
comercio, no de oro, plata o joyas, ni tampoco de sedas, especias o mercancías
parecidas, sino de la primera creación de Dios, que fue la luz: deseamos tener
luz, por así decirlo, de los descubrimientos realizados en todos los lugares del
mundo."
Cuando acabó permaneció silencioso, y así estuvimos todos; nos
hallábamos asombrados de haber escuchado tan sorprendentes nuevas. Observando él
que deseábamos decir algo, pero que aún no sabíamos qué, cambió de conversación
cortésmente y nos hizo diversas preguntas acerca de nuestro viaje y destino,
concluyendo finalmente por aconsejarnos que deberíamos pensar en nosotros
mismos, cuánto tiempo de estancia pensábamos solicitar del Estado, y que no nos
limitáramos en nuestra solicitud, ya que él procuraría que se nos concediera
tanto tiempo como deseáramos. A continuación, nos levantamos todos, y nosotros
intentamos besar los bordes de su capa, pero él lo impidió y se marchó. Mas
cuando nuestros hombres supieron que el Estado acostumbraba ofrecer condiciones
a los extranjeros que decidieran permanecer en la isla, tuvimos bastante trabajo
en conseguir que algunos de ellos cuidaran del barco, e impedirles presentarse
inmediatamente al Gobernador para solicitar las condiciones; lo evitamos con
mucho trabajo, hasta que pudiéramos estar de acuerdo acerca de qué partido
adoptar.
Nos consideramos libres viendo que no había peligro de perdición
extrema, y desde entonces vivimos con más alegría, saliendo a la calle y viendo
todo cuanto era digno de visitarse en la ciudad y lugares cercanos, dentro de
los límites que nos estaban permitidos; nos relacionamos con muchas personas
importantes, y encontramos en ellas tanta afabilidad que parecía que formaba
parte de su condición recibir a extranjeros. Y esto fue bastante para hacernos
olvidar cuanto nos era más querido en nuestros propios países. Continuamente
hallábamos cosas que valía la pena observar o relacionarse un ellas. Sin duda
alguna, si existiera un espejo en el mundo merecedor de que el hombre se fijara
en él, éste sería aquel país.
Un día, dos de los nuestros fueron invitados a
una Fiesta de la Familia, según ellos la llaman; es una costumbre muy sencilla,
piadosa y sagrada, que muestra que aquella nación se compone de todos los
bienes. Consiste en lo siguiente. A cualquier hombre que alcance a ver vivos a
treinta de sus descendientes, mayores de tres años, se le concede celebrar una
fiesta a costa del Estado. El padre de la familia, a quien llaman el Tirsán, dos
días antes de la fiesta lleva con él a tres amigos que guste elegir, siendo
acompañado también por el Gobernador de la ciudad o lugar donde la fiesta se
celebre; se citan también para que concurran a todas las personas de la familia
de ambos sexos. Dos días antes el Tirsán celebra consulta sobre el buen estado
de la familia. En ella se resuelven las discordias o litigios que hayan podido
surgir entre los miembros. Si alguno de la familia se halla en mala situación,
se procura ayudarle o ponerle remedio. Se censura y reprueba al que ha adoptado
una mala vida. Se dan normas respecto a los matrimonios y al porvenir de los
familiares, junto con otros avisos y órdenes. Asiste al final el Gobernador para
ejecutar, mediante su autoridad pública, los decretos y órdenes del Tirsán, por
si fueran desobedecidos; aunque, como reverencian y obedecen tanto las leyes de
la naturaleza, raras veces se necesita esta medida. El Tirsán elige uno de sus
hijos para que viva con él en la casa; se le conoce desde entonces con el nombre
de Hijo de la Vid. La razón de ello aparecerá luego.
El día de la fiesta, el
padre o Tirsán, después del servicio divino, penetra en el gran cuarto donde se
celebra; esta habitación tiene una plataforma en el extremo. junto a la pared,
en medio de la plataforma, hay un sillón para él, con una alfombra y una mesa
delante. Encima del sillón se encuentra un dosel redondo u ovalado hecho de
hiedra, hiedra algo más blanca que la nuestra, como las hojas de los álamos
blancos, pero más brillante; se conserva verde durante todo el invierno. El
dosel está curiosamente adornado con plata y seda de diversos colores, colgadas
y mezcladas en la hiedra; es una obra realizada por alguna de las hijas de la
familia; se halla cubierta en la parte superior por una bella red de seda y
plata. No obstante, el armazón está hecho de auténtica hiedra; una vez que se
desmonta, los amigos de la familia desean conservar una ramita o una hoja.
Aparece el Tirsán con toda su generación o linaje, los varones precediéndole, y
las hembras siguiéndole; si vive la madre de la que descienden todos, entonces,
a la derecha del sillón, en un piso superior, hay un apartamiento con una puerta
privada y una ventana de cristal tallado, emplomada en oro y azul, donde se
sienta, oculta a todas las miradas. Cuando el Tirsán entra se sienta en el
sillón; todos sus descendientes se colocan junto a la pared, tanto a su espalda
como a los lados de la plataforma, y permanecen de pie, por orden de edades, sea
cualquiera el sexo que tengan. Una vez que se ha sentado, con la habitación
llena de personas, pero sin desorden alguno, luego de una pausa penetra por el
otro extremo del aposento un Taratán (que es tanto como decir un heraldo) con un
muchacho a cada lado, uno de los cuales lleva un rollo de pergamino amarillo
brillante y el otro un racimo con el tallo y las uvas de oro. El heraldo y los
niños visten mantos de satén verde agua; el del heraldo tiene franjas doradas y
lleva cola.
Luego el heraldo, haciendo tres reverencias o inclinadores, se
acerca a la plataforma y allí, en primer lugar, toma en sus manos el rollo. Este
rollo es la carta de privilegio real que contiene donaciones de renta y muchos
privilegios, franquicias y títulos honoríficos concedidos al padre de la
familia. Siempre va dedicada y dirigida: "A fulano de tal, nuestro amado amigo y
acreedor", título adecuado sólo para este caso, pues dicen que el rey no es
deudor nunca de ningún hombre a no ser por la propagación de sus súbditos. El
sello impreso en la carta real representa la imagen del rey, en relieve o
moldeado en oro; aunque tales cartas se conceden como un derecho, sin embargo,
se varían a discreción según el número y dignidad de la familia. El heraldo lee
en voz alta la carta, y mientras la lee, el padre o Tirsán permanece de pie.
apoyado en dos de sus hijos elegidos previamente por él. Sube el heraldo a la
plataforma y le entrega la carta, todos los que se hallan presentes prorrumpen
entonces en una aclamación en su lengua, que viene a decir: "Felices las
personas de Bensalem."
A continuación, el heraldo toma en sus manos, del otro
muchacho, el racimo de uvas de oro. Se encuentran éstas bellamente esmaltadas;
si se hallasen mayoría el número de varones de la familia, las uvas están
esmaltadas de púrpura, con un pequeño sol engastado en la parte superior; si la
mayoría la constituyen las hembras, entonces están esmaltadas de un amarillo
verdoso, con una media luna en lo alto. Hay tantas uvas como descendientes de la
familia. El heraldo entrega también al Tirsán este racimo dorado, quien lo da a
su vez al hijo que ha elegí para que lo acompañe en la casa; éste lo sostiene
ante su padre cuando aparece' en público poco después; de aquí que se le llame
el Hijo de la Vid.
Una vez acabada la ceremonia se retira el padre o Tirsán,
y poco después regresa para comer, sentándose solo bajo el dosel, lo mismo que
antes; ninguno de sus descendientes se sienta con él, sea cualquiera su dignidad
o grado, excepto si es miembro de la Casa de Salomé. Es servido por sus propios
hijos varones, que se arrodillan ante él, en tanto que las mujeres se hallan de
pie a su lado, recostadas en la pared. A los lados del dosel hay mesas para los
invitados, a quienes se sirve con gran gentileza; después de comer (en las
fiestas más importantes la comida nunca dura más de hora y media) se canta un
himno, que se diferencia de los demás según la inventiva del que lo compuso
(pues tienen excelentes poetas); el tema del himno es siempre un elogio de Adán,
Noé y Abraham; se debe esto a que los dos primeros poblaron al mundo y el
tercero fue el padre de la fidelidad misma; al final, siempre se dan gracias por
la natividad de nuestro Salvador, con cuyo nacimiento se santificaron los
nacimientos de todos los hombres.
Levantados los manteles, el Tirsán se
retira de nuevo; y habiéndole hecho a un lugar donde reza unas oraciones
privadas, vuelve por tercera vez para dar la bendición a todos sus descendientes
que lo rodean como al principio. Después los va llamando uno a uno, por su
nombre y según le parece, invirtiendo a veces el orden de edad. La persona
llamada (la mesa se ha quitado de en medio) se arrodilla delante del sillón, el
padre apoya su mano sobre la cabeza de él o de ella, y le da su bendición con
estas palabras: "Hijo de Bensalem (o hija de Bensalem), tu padre te dice que el
hombre por el que tú vives y respiras habla la palabra de la salvación; la
bendición del Padre Eterno, del Príncipe de la Paz, del Espíritu Santo,
descienda sobre ti, y haga que sean muchos y felices los días de tu
peregrinación en la Tierra." Tal es lo que le dice a cada uno de ellos; y
acabado esto, si algunos de sus hijos tienen especial mérito y virtud (no suelen
ser más de dos) los llama otra vez, y poniendo su mano sobre sus espaldas,
mientras ellos permanecen de pie, les dice: "Hijos míos, dad gracias a Dios
porque habéis nacido, y perseverad en el bien hasta el fin." Y entrega, además,
a ambos una joya que representa una espiga de trigo, que en adelante ellos
llevan en la parte delantera de su turbante o sombrero. Acabada esta ceremonia,
durante el resto del día hay música, baile y otras diversiones típicas. Tal es
el orden completo de la fiesta.
Transcurridos unos seis o siete días, entablé
estrecha amistad con un comerciante de la ciudad, llamado Joabin. Era judío y
circunciso, pues existen allí algunas familias judías a quienes dejan conservar
su religión propia. Y hacen bien porque estos judíos son muy distintos de los
que viven en otros países. En tanto que éstos odian el nombre de Jesucristo y
poseen un rencor innato contra las personas entre quienes viven, aquéllos, por
el contrario, conceden a nuestro Salvador muchos y elevados atributos, y aman en
gran medida a Bensalem. Ciertamente este hombre de quien hablo reconocía que
Cristo nació de una Virgen y que fue más que un hombre; que Dios le hizo reinar
sobre los serafines, que guardan su trono; estos judíos llaman también a
Jesucristo la Vía Láctea, el Elías del Mesías, y otros muchos y elevados
nombres, que, aunque sean inferiores a su majestad divina, sin embargo, están
muy lejos de constituir el lenguaje de otros judíos.
Respecto al país de
Bensalem, este hombre no acababa de elogiarlo; constituía una tradición entre
los judíos la creencia de que las gentes del país descendían de Abraham, a
través de otro hijo, al que llaman Nachoran; y que Moisés ordenó las leyes de
Bensalem mediante una doctrina secreta, leyes que rigen actualmente; creen
también que cuando venga el Mesías y se siente en su trono en Jerusalén, el rey
de Bensalem se sentará a sus pies, mientras que los otros reyes mantendrán una
gran distancia. Pero prescindiendo de estos sueños judíos, el comerciante era un
hombre docto y sabio, de una gran cortesía y muy conocedor de las leyes y
costumbres de aquella nación.
Un día que conversábamos le dije que me hallaba
muy impresionado por el relato que me había hecho uno de mis compañeros de la
fiesta de la familia, pues, según me parecía, jamás había sabido de una
solemnidad semejante en donde la naturaleza presidiera en tan alto grado. Y a
causa de que la propagación de la especie procede de la cópula nupcial, deseaba
que me dijera qué leyes y costumbres tenían sobre el matrimonio, si se mantenían
fieles a él y estaban ligados a una sola esposa. Y le preguntaba esto porque en
los países donde se desea vivamente el aumento de natalidad, por lo general hay
permiso para tener varias mujeres.
A esto me respondió: "Tiene usted razón en
elogiar esa excelente institución de la fiesta de la familia; sin duda alguna
tenemos la experiencia de que aquellas familias que participan de las
bendiciones de esta fiesta medran y prosperan continuamente de un modo
extraordinario. Pero escúcheme ahora, y le diré lo que sé. Comprenderá que no
existe bajo los cielos una nación tan casta como la de Bensalem, ni tan libre de
toda corrupción o torpeza. Es la nación virgen del mundo. Recuerdo haber leído
en uno de vuestros libros europeos la historia de un santo ermitaño que deseaba
ver al Espíritu de Fornicación, y se le apareció un impuro y feo enano etíope.
Pero si hubiera querido ver al Espíritu de Castidad de Bensalem, se le habría
aparecido un bellísimo querubín. No existe nada entre los mortales más bello y
admirable que el casto espíritu de este pueblo. Sepa usted que entre ellos no
existen burdeles ni cortesanas ni nada que se le parezca. Se maravillan,
detestando el hecho, de que se permitan tales cosas en Europa. Dicen que ustedes
han destrozado el matrimonio, ya que éste está ordenado como remedio contra la
concupiscencia ilícita, y la concupiscencia natural parece un incentivo para el
matrimonio; pero cuando los hombres tienen a su alcance un remedio más agradable
para su corrompida voluntad, el matrimonio casi desaparece. Por esto existen
infinitos hombres que no se casan, y que prefieren una vida de soltero, impura y
libertina, al yugo del matrimonio; y muchos que se casan, lo hacen tarde, cuando
ya ha pasado el vigor y la fuerza de los años. Y cuando se casan, el matrimonio
es para ellos un mero negocio mediante el que se busca un enlace ventajoso,
dinero o reputación, yéndose a él con un vago deseo de reproducción y no con la
recta intención de una unión entre marido y mujer, que es para lo ve fue
instituido. También es posible que quienes han derrochado tan bajamente su vigor
estimará muy poco a sus hijos, a diferencia de los hombres castos. ¿Se enmienda
mucho más la situación durante el matrimonio, como debería ser, si estas cosas
se toleran sólo por necesidad? No, sino que continúan siendo aún una afrenta
para el matrimonio. El hecho de frecuentar estos lugares disolutos no se castiga
más en los casados que en los solteros. Y la depravada costumbre de cambiar, y
los placeres de las aventuras con meretrices (en las que el pecado se convierte
en arte) hacen que el matrimonio sea algo triste, parecido a una especie de
contribución o de impuesto. Los oyen a ustedes defender, con el pretexto de
evitar mayores males, cosas tales como los adulterios, estupros, deseos contra
naturaleza, y así sucesivamente. Ellos dicen que ésta es una sabiduría absurda,
y la llaman La oferta de Lot, quien, para evitar los abusos de sus invitados,
les ofreció sus hijas; no, aseguran que con esto se gana POCO, ya que permanecen
y aumentan los mismos vicios y apetitos; el deseo ilícito se parece a un horno,
en el cual, si se detienen por completo las llamas, se apaga, pero si se dejan,
crecen más. La pederastia no existe entre ellos, y naturalmente eso no obsta
para que sean los mejores amigos del mundo; hablando en términos generales, como
dije anteriormente, creo que no hay ningún pueblo tan casto como éste. Es un
dicho usual entre ellos que "quien no es casto no puede respetarse a sí mismo";
dicen también que "después de la religión, el respeto a sí mismo es el freno
principal de todos los vicios."
Cuando acabó de pronunciar estas palabras el
buen judío hizo una pausa; entonces, aunque tenía más interés en oírlo que en
hablar yo mismo, pensando que sería correcto, después de su interrupción, decir
algo, le advertí que nos recordaba nuestros pecados, como la viuda de Sarepta se
los recordó a Elías; y que reconocía que la rectitud de conducta de Bensalem era
mayor que la de Europa. Al escuchar mis palabras inclinó la cabeza y continuó
del modo siguiente:
"Poseen también muchas y excelentes leyes respecto al
matrimonio. No permiten la poligamia. No pueden casarse o celebrar el contrato
matrimonial previo hasta que ha transcurrido un mes después de su primera
entrevista. No invalidan el matrimonio celebrado sin consentimiento paterno,
pero lo castigan con una multa a los herederos; los hijos de estos matrimonios
no pueden heredar más de una tercera parte de los bienes de sus padres."
Continuábamos nuestra charla cuando entró una especie de mensajero, vestido con
una rica capa y habló con el judío; entonces, éste se volvió a mí exclamando:
"Perdóneme, pero tengo orden de salir con urgencia."
A la mañana siguiente
vino hacia mí, alegre al parecer, y dijo: "El Gobernador de la ciudad ha sabido
que uno de los padres de la Casa de Salomón va a llegar hoy; no hemos visto a
ninguno de ellos desde hace doce años. Su llegada se celebrará con gran pompa,
pero la causa de su venida es secreta. Les facilitaré a usted y a sus amigos un
buen sitio para presenciar su entrada." Le di las gracias, diciéndole que me
alegraban mucho las noticias.
Hizo su entrada al día siguiente. Era un hombre
de edad y estatura media, de aspecto gentil, y parecía como si compadeciera a
los hombres. Vestía ropas de buen paño negro, con amplias mangas y una
esclavina; la ropa de debajo era de excelente hilo blanco, le llegaba hasta los
pies y estaba ceñida por un cinturón; una estola le rodeaba el cuello. Calzaba
unos bellos guantes con piedras preciosas engarzadas en ellos y zapatos de
terciopelo color melocotón. El cuello lo tenía desnudo hasta el comienzo de los
hombros. Su sombrero parecía un casco, o una montera española; sus bucles le
caían por detrás con naturalidad. La barba, un poco más clara que su pelo
obscuro, la tenía recortada en forma redonda. Venía en una rica carroza, sin
ruedas, a modo de litera, con dos caballos a cada lado ricamente enjaezados con
terciopelo recamado de azul, y dos palafreneros a cada lado vestidos del mismo
modo. La carroza era toda de cedro, dorada, y adornada de cristal, excepto en la
parte delantera donde tenía paneles de zafiros, engastados en los bordes de oro,
y en la parte posterior lo mismo, pero en esmeraldas de color Perú. En lo alto,
en la mitad, había un sol radiante dorado; también en lo alto, en primer
término, se veía un pequeño querubín de oro con las alas desplegadas. La carroza
estaba cubierta con un paño dorado bordado en azul. Ante él iban cincuenta
servidores, todos jóvenes, vestidos con casacas, hasta la rodilla, de satén
blanco; medias de seda blancas, zapatos de terciopelo azul, y sombreros de
terciopelo azul con bellas plumas de diversos colores colocadas alrededor en
forma de bandas. Delante de la carroza iban dos hombres, descubierta la cabeza,
con túnicas hasta los pies, ceñidas, y zapatos de terciopelo azul; uno de ellos
llevaba un báculo, el otro un cavado de pastor; no eran de metal sino el báculo
de madera de bálsamo, y el cayado de pastor, de cedro. No se veía ningún hombre
a caballo, ni delante ni detrás de la carroza; al parecer era para evitar
cualquier tumulto o molestia. Detrás de la carroza marchaban todos los
funcionarios y jefes. de las corporaciones de la ciudad. El recién llegado
estaba sentado solo, sobre almohadones de una excelente felpa azul; sus pies
descansaban en curiosas alfombras de diversos colores, mucho más bellas que las
persas. Llevaba levantada una mano como si bendijera al pueblo, pero permanecía
en silencio. La calle estaba maravillosamente organizada, tanto que el orden que
mantenían las personas era superior al orden de batalla en que pudiera estar
cualquier ejército. La gente no se amontonaba tampoco en las ventanas, sino que
cada persona se hallaba en ellas como si hubiera sido colocada de antemano.
Cuando hubo acabado el desfile, el judío me dijo: "Lamento no poder atenderlo
como quisiera, pero la ciudad me ha encargado que prepare los agasajos en honor
de este personaje."
Tres días después el judío me buscó de nuevo y me
anunció: "Tienen ustedes suerte; al saber el padre de la Casa de Salomón que se
hallan aquí, me envía para que les diga que los recibirá a todos y que mantendrá
una entrevista privada con una persona elegida por ustedes; los cita para pasado
mañana. Y como tiene intención de bendecirlos, lo hará por la mañana."
Fuimos
el día y a la hora indicados, y fui yo el elegido para la entrevista privada. Lo
encontramos en un bello aposento, ricamente tapizado y alfombrado hasta la
plataforma misma. Estaba sentado en un trono bajo, muy bien adornado y le cubría
la cabeza una rica tela bordada en satén azul. Únicamente le acompañaban dos
pajes de honor, uno a cada lado, bellamente vestidos de blanco. La ropa de
debajo era la misma que llevaba cuando lo vimos en la carroza, pero en lugar de
la toga llevaba un manto con una esclavina, del mismo bello color negro, ceñida
alrededor. Al entrar, según se nos había indicado, nos inclinamos, y cuando
estuvimos más cerca de su sillón se levantó y extendió su mano desnuda
bendiciéndonos; volvimos a inclinarnos todos y besamos el borde de su vestido.
Hecho esto los demás se fueron y yo permanecí con él. Despidió a los pajes, me
invitó a sentarme a su lado y habló en español en los siguientes términos:
"Dios te bendiga, hijo mío; voy a hacerte partícipe de la joya más preciosa que
poseo, pues por amor a Dios y a los hombres te haré una relación del verdadero
estado de la Casa de Salomón. Hijo mío, con objeto de que la conozcas bien
guardaré el orden siguiente. En primer lugar, te haré saber la finalidad de
nuestra fundación. En segundo lugar, las posibilidades e instrumentos con que
contamos para nuestros trabajos. En tercer lugar, los diversos empleos y
funciones asignados a los colaboradores. Y, por último, las ordenanzas y ritos
que observamos.
"El fin de nuestra fundación es el conocimiento de las causas
y movimientos secretos de las cosas, así como la ampliación de los límites del
imperio humano para hacer posibles todas las cosas.
"Los dispositivos e
instrumentos con que contamos son éstos. Tenemos grandes y profundas cuevas (le
diversa extensión; las más profundas tienen seiscientas brazas, y algunas se
hallan excavadas bajo grandes colinas y montañas; si se mide la profundidad de
la colina y la de la cueva, algunas de ellas pasan de las tres millas. Creemos
que es lo mismo la profundidad de una colina y de una cueva a partir de la parte
llana; y ambas están igualmente lejos del sol, de las radiaciones celestes y del
aire libre. Llamamos a estas cuevas la región inferior, y las empleamos para
realizar coagulaciones, endurecimientos, refrigeraciones y conservación de
cuerpos. Del mismo modo, las usamos como imitación de minas naturales, y para
producir también nuevos metales artificiales, mediante composiciones y
materiales que empleamos, y que permanecen allí durante muchos años. Utilizamos
las cuevas también (por extraño que pueda parecer) para curar enfermedades y
para prolongar la vida de algunos ermitaños que eligieron vivir allí, provistos
de todo lo necesario, e indudablemente viven largo tiempo; a través de ellos
aprendemos también muchas cosas.
"Contamos con terrenos donde enterramos
varias especies de cementos, como aquellos con que hacen sus porcelanas los
chinos. Pero los tenemos en una variedad más extensa, y algunos de ellos son más
bellos. Tenemos también una extensa variedad de tierras y abonos para hacer más
fértil la tierra.
"Poseemos altas torres, la más elevada de media milla de
altura, y algunas de ellas se asientan en elevadas montañas, de modo que la
colina más elevada, con la torre en la cima, tiene por lo menos tres millas de
altura. Y a estos lugares los llamamos la región superior, considerando el aire
que existe entre los lugares altos y los bajos como la región media. Empleamos
estas torres, según sus situaciones y alturas, para aislamiento, refrigeración y
conservación de productos, así como para la observación de fenómenos
atmosféricos diversos: vientos, lluvia, nieve, granizo, etc. En ellas, en
algunos puntos, existen viviendas de ermitaños, a quienes visitamos, a veces, y
nos instruyen en lo que observan.
"Disponemos de grandes lagos, salados y
frescos, en los que pescamos peces y cazamos aves. Los usamos también para
enterrar determinados cuerpos naturales, pues encontramos que existe gran
diferencia entre enterrar las cosas en la tierra, o en el aire de debajo de la
tierra, y enterrarlas en el agua. Tenemos también lagunas de las que algunas
personas extraen agua potable, dulce, y otras, mediante artificios convierten el
agua dulce en salada. Tenemos también rocas en medio del mar, y en algunas
bahías de la costa, para efectuar trabajos en los que se necesita aire y vapor
de agua del mar. Poseemos, igualmente, violentas corrientes y cataratas, que nos
sirven para producir muchos movimientos; también máquinas que aprovechando la
fuerza del viento producen movimientos diversos.
"Tenemos también cierto
número de pozos y fuentes artificiales, a imitación de manantiales y baños
naturales, y que contienen en disolución vitriolo, sulfuro, acero, plomo,
salitre y otros minerales; y, además, poseemos pequeños pozos donde mezclamos
muchas cosas, con lo que las aguas adquieren la virtud más de prisa y mejor que
en vasijas o en estanques. Entre éstas tenemos un agua que llamamos Agua del
Paraíso, remedio soberano. para conservar la salud y prolongar la vida.
"Tenemos también grandes y espaciosas casas, donde imitamos y hacemos
demostraciones de fenómenos atmosféricos, como nieve, granizo, lluvia, caídas
artificiales de cuerpos que no son agua, truenos, y relámpagos; igualmente,
engendramos cuerpos en el aire, como ranas, moscas y otros diversos.
"Tenemos
también ciertas cámaras, a las que denominamos cámaras de salud, donde
preparamos el aire para que sea adecuado y bueno para la curación de diversas
enfermedades, y para la conservación de la salud.
"Tenemos también grandes y
magníficos baños, con mezclas diversas, para curar enfermedades y restablecer al
cuerpo humano del exceso de sequedad; y otros para aumentar la fuerza de los
nervios, de las partes vitales, y de la substancia y jugo corporales.
"Contamos igualmente con varios huertos y jardines, en los cuales más que a su
belleza atendemos a la variedad del terreno y del suelo, adecuados para
distintas clases de árboles y hierbas; algunos de ellos son muy espaciosos,
plantándose árboles, fresas, moras etc., con las que hacemos diferentes clases
de bebidas, además del vino. Realizamos toda clase de injertos, así como hacemos
experimentos para convertir los árboles silvestres en frutales; todo esto da
lugar a la producción de muchos efectos. En los mismos huertos y jardines
conseguimos por medios artificiales que los árboles y las flores florezcan antes
o después de su estación correspondiente, y que den fruto con más rapidez que lo
harían siguiendo su evolución normal. Logramos también que adquieran un tamaño
mayor que el natural, y que su fruto sea mayor y más dulce, y de un gusto, olor,
color y forma distintos a los que poseen por naturaleza. Muchos de ellos pueden
emplearse como medicinales.
"Conocemos medios Para obtener diversas plantas y
desarrollar su crecimiento mediante mezclas de tierras, sin semillas, e
igualmente para producir plantas nuevas distintas a las corrientes, y para
lograr que un árbol o planta se convierta en otro.
"Tenemos también parques y
recintos con toda clase de animales, a los cuales empleamos no sólo como
espectáculo por su rareza sino para disecciones y experimentos; de este modo
podemos averiguar por analogía muchos males del cuerpo humano. Hemos hallado
muchos efectos extraños, como por ejemplo que la vida continúa en ellos, aunque
partes que se consideran vitales perezcan o se amputen; resucitar a algunos que
en apariencia estaban muertos, y casos parecidos. Probamos también en ellos toda
clase de venenos y medicamentos, para bien de la medicina y de la cirugía. Los
hacemos artificialmente más grandes o más altos de lo que es su especie, y, al
contrario, los empequeñecemos y detenemos su crecimiento; los hacemos más
fecundos y fructíferos de lo que es su especie y, al contrario, estériles e
incapaces de fecundar. De muchas formas, cambiamos su color, tamaño y actividad.
Hemos encontrado medios para realizar cruces de diversos géneros, que han dado
como resultando muchas especies nuevas, que no son estériles como supone la
opinión general. Hacemos cierto número de especies de serpientes, gusanos,
moscas, peces, de materia en putrefacción, y a partir de su especie algunas se
convierten, en efecto, en seres más perfectos, como bestias o pájaros, que
poseen su propio sexo y se multiplican. Todo esto no lo realizamos al azar, ya
que sabemos de antemano qué seres surgirán a partir de un cruce y materia
determinados.
"Tenemos también estanques para hacer experimentos con peces,
como dijimos antes respecto a los pájaros y demás animales.
"Contamos
igualmente con lugares para la alimentación y generación de las especies de
gusanos y moscas que tienen una utilidad especial, como los gusanos de seda y
las abejas de ustedes.
"No lo entretendré mucho con la descripción de
nuestras cervecerías, panaderías y cocinas, donde se fabrican, diversas bebidas,
panes y carnes, raras y de especiales efectos. Tenemos vinos de uva y bebidas de
otros jugos de frutos, de granos, de raíces, y mezcladas con miel, azúcar, maná,
y frutos secos y condensados; igualmente del jugo destilado por las incisiones
practicadas en los árboles y de la pulpa de las cañas. Estas bebidas tienen
edades diversas, algunas hasta de cuarenta años. Poseemos también bebidas
combinadas con diversas hierbas, raíces y especias; también con carnes variadas,
de modo que estas bebidas tienen el alimento de la carne y de la bebida a la
vez; así pues, especialmente las personas de edad avanzada pueden vivir a base
de ellas, sin necesidad de tomar carne o pan. Nos esforzamos, sobre todo, en
obtener bebidas muy sutiles, que se introduzcan en el cuerpo sin hacer daño, de
tal modo que algunas de ellas si se ponen sobre el dorso de la mano, después de
unos momentos, pasan a la palma, y no obstante son suaves al paladar. Tenemos
también aguas preparadas para que tengan propiedades alimenticias, de forma que,
sin duda alguna, son excelentes bebidas, y muchas personas no beben ninguna
otra. Tenemos pan de diversas clases de granos, raíces y simientes, y algunos de
pescado y carne secos; como están hechos con diversas clases de fermentos y
condimentos excitan mucho el apetito, de tal forma que quienes viven a base de
él, sin comer ninguna otra carne, viven largo tiempo. Respecto a la carne la
preparamos tan bien, logramos que sea tan tierna, sin que se corrompa, que un
débil esfuerzo del estómago la convierte en un buen quilo, así como un esfuerzo
demasiado fuerte lo haría con carne preparada de otro modo. Tenemos también
clases de carne, pan y bebidas que capacitan a los hombres para vivir largo
tiempo; otras que logran que el cuerpo del hombre sea sensiblemente más fuerte y
resistente, y que su fuerza sea mucho mayor que lo sería de otro modo.
"Tenemos dispensarios o tiendas de medicinas, en las que puede verse que
contamos con más variedad de plantas y de seres vivos que ustedes tienen en
Europa (pues sabemos las que tienen); las hierbas medicinales, drogas e
ingredientes para medicinas se encuentran, igualmente, en gran variedad. Las
tenemos de diversas épocas y de largas fermentaciones. Respecto a sus
preparaciones, no sólo tenemos. aparatos para llevar a cabo toda clase de
delicadas destilaciones y separaciones, sino también formas exactas de
composición, por las cuales incorporan todos los productos de modo tal que
parecen ser elementos naturales.
"Tenemos también artes mecánicas de las que
ustedes carecen; materiales fabricados por ellas, como papel, lino, seda, tisú,
delicados trabajos en piel de un brillo maravilloso, excelentes tintes, y otras
muchas cosas; hay así mismo tiendas, tanto corrientes como de lujo. Debe usted
saber que muchos de los artículos que he enumerado circulan y se usan en todo el
país, pero, como son producto de nuestra inventiva conservamos ejemplares y
modelos de ellos.
"Tenemos hornos muy variados y con diversa intensidad de
calor: ígneo y vivo; fuerte y constante; templado y suave; mantenido, lento,
seco, húmedo, etc. Pero, sobre todo, tenemos clases de calor a imitación del
calor del sol y de los cuerpos celestes que pasan por diversos grados de
intensidad, y, por decirlo así, sujetos a órbitas, adelantos y atrasos, y que
producen admirables efectos. Además, tenemos calores de estiércoles, de entrañas
y vísceras de seres vivos y de sus sangres y cuerpos, de heno y hierbas húmedas,
de cal viva, etc. Poseemos también instrumentos que generan calor mediante el
movimiento y lugares destinados a fuertes insolaciones. Más aún, lugares para
aislar por - completo a los cuerpos, y sitios subterráneos que de un modo
natural o artificial producen calor. Empleamos estos diversos calores para la
operación que intentamos realizar.
"Tenernos laboratorios donde hacemos toda
clase de ensayos sobre la luz, las radiaciones y los colores; partiendo de
objetos incoloros y transparentes podemos representar todos los diversos
colores, no los del espectro (como ocurre en las gemas y en los prismas) sino
cada uno en particular. Representamos también multiplicidades de luces, que
podemos llevar a gran distancia y hacerlas tan potentes como para distinguir
pequeños puntos y líneas. También todas las colocaciones de la luz; todas las
ilusiones y engaños de la vista, en tamaños, magnitudes, movimientos, colores;
todas las demostraciones de sombras. Hemos hallado igualmente diversos
procedimientos, que ustedes desconocen, para producir luz a partir de diversos
cuerpos. Tenemos medios para ver los objetos muy lejanos, en el firmamento y en
los lugares remotos; también para contemplar las cosas cercanas como si
estuvieran muy distantes, y las cosas muy distantes como. si estuvieran
cercanas, de modo que las distancias quedan fingidas. Para ver tenemos
auxiliares mejores que las gafas y lentes corrientes. Tenemos también lentes y
artificios para ver perfecta y distintamente cuerpos muy diminutos: las formas y
colores de moscas y gusanos pequeños, defectos e imperfecciones en las gemas que
no se pueden ver de otro modo, hacer observaciones en la orina y en la sangre
que de otra forma no se podrían hacer. Hacemos arcos iris artificiales, aureolas
y círculos luminosos. Representamos toda clase de reflexiones, refracciones, y
multiplicamos los rayos visuales de los objetos.
"Tenemos también piedras
preciosas de todas clases, muchas de ellas de gran belleza, y que ustedes
desconocen; del mismo modo, cristales, y lentes de diversos géneros; entre
éstos, metales cristalizados, y otros materiales, además -de aquellos con los
que se hace cristal. Igualmente, minerales imperfectos y fósiles que ustedes no
tienen. También, imanes de prodigiosa virtud y otras piedras raras, tanto
artificiales como naturales.
"Tenemos también laboratorios de acústica, en
los que practicamos y hacemos demostraciones con todos los sonidos y cómo se
producen. Tenemos armonías que ustedes no tienen, de cuartas e intervalos
menores, Diversos instrumentos musicales, que ustedes desconocen, algunos mucho
más dulces que los que puedan ustedes poseer, junto con campanas y timbres
delicados y armoniosos. Los sonidos bajos los convertimos en altos y profundos,
del mismo modo, a los altos los hacemos bajos y agudos; a sonidos que
originalmente son continuos los convertimos en susurrantes y gorjeantes.
Representamos e imitamos todas las letras y sonidos articulados, y los gritos y
notas de pájaros y bestias. Poseemos ciertos aparatos que aplicados al oído
logran que se pueda escuchar mejor y más alto. Tenemos también diversos,
extraños y artificiales ecos que reflejan la voz muchas veces, como si la
rebotaran; otros que devuelven la voz más alta que fue enviada, otros más,
aguda, y otros más profunda; algunos devuelven la voz, que difiere en el retraso
sonidos de la que recibieron. Contamos también con medios para conducir los
sonidos pon tubos y conductos, a través de extrañas líneas, a grandes
distancias.
"Tenemos también laboratorios de perfumería, donde practicamos
diversos ensayos. Multiplicamos los olores, lo cual puede parecer extraño;
imitamos olores, haciendo que tengan un perfume diferente del de las substancias
que lo forman. Igualmente, realizamos diversas imitaciones del sabor, de tal
forma que pueden engañar al paladar de cualquier hombre. En este laboratorio
tenemos también un departamento de confitería donde fabricamos toda clase de
dulces, sólidos y líquidos, y diversas clases de agradables vinos, leches,
caldos y ensaladas en mucha mayor variedad que puedan ustedes tener.
"Contamos también con salas de máquinas, en las que preparamos máquinas e
instrumentos para realizar toda clase de movimientos. En ellas practicamos e
imitamos movimientos más rápidos que los que ustedes producen, bien con sus
mosquetes o con cualquier otro instrumento que posean; y esto con objeto de
hacerlos y multiplicarlos con más facilidad y mediante una fuerza menor, por
medio de ruedas y de otras formas, y así hacerlos más potentes y más violentos
que los de ustedes, para que sobrepasen a vuestros más grandes cañones.
Experimentamos con artillería, instrumentos de guerra y máquinas de todas
clases; igualmente, hacemos nuevas mezclas y combinaciones de pólvora, fuego
griego inextinguible, y también cohetes de todo género, por placer y para
emplearlos. Imitamos también el vuelo de las aves; hemos logrado éxitos al
conseguir volar en el aire. Tenemos barcos y barcas para navegar bajo las aguas
del mar, cinturones para nadar y salvavidas. Poseemos diversos relojes curiosos,
aparatos con movimientos de vuelta y algunos con movimiento perpetuo. Imitamos
también los movimientos de seres vivos, como hombres, bestias, aves, peces y
serpientes; conocemos también un gran número de otros movimientos, raros por su
igualdad, finura y sutileza.
"Poseemos también un departamento de
matemáticas, donde están representados todos los instrumentos, tanto de
geometría como de astronomía, exquisitamente fabricados.
"Tenemos también
casas de ilusiones de los sentidos, donde hacemos juegos de prestidigitación,
falsas apariciones, impostoras, ilusiones y falacias. Usted creerá fácilmente,
con seguridad, que nosotros, que poseemos tantas cosas naturales que inducen a
admiración, podríamos engañar a los sentidos si mantuviéramos ocultas estas
cosas, y arreglárnoslas para hacerlas aparecer como milagrosas. Pero odiamos
tanto las impostoras y mentiras que hemos prohibido severamente a nuestros
ciudadanos, bajo pena de ignominia y multa, que muestren cualquier obra natural
adornada o exagerada, debiendo mostrarla en su pureza original, desprovista de
toda afectación.
"Tales son, hijo mío, las riquezas de la Casa de Salomón.
"Para atender a las necesidades suscitadas por los empleos y oficios de nuestros
ciudadanos, doce de ellos navegan hacia países extranjeros bajo la bandera de
otras naciones (pues nosotros ocultamos la nuestra), trayéndonos libros,
resúmenes y modelos de experimentos realizados en todas partes. A estos hombres
los llamamos los Mercaderes de la Luz,
"Tres de ellos reúnen los experimentos
que se encuentran en todos los libros. A éstos los llamamos los Depredadores.
"Tres reúnen los experimentos llevados a cabo en las artes mecánicas, en las
ciencias liberales, y aquellas prácticas que no se incluyen en las artes. A
éstos los llamamos. los Hombres del Misterio.
"Tres ensayan nuevos
experimentos, según lo juzgan conveniente. Los llamamos Pioneros o Mineros,
"Tres catalogan los experimentos de los cuatro grupos anteriormente enumerados
en títulos y tablas, para iluminar mejor la deducción de las observaciones y
axiomas extraídos de ellos. Los llamamos Compiladores.
"Tres examinan los
experimentos de sus compañeros, concentrándose en el intento de deducir de ellos
cosas útiles y prácticas para la vida y el conocimiento del hombre; e igualmente
para sus obras, para la demostración patente de las causas, medios de
adivinación natural, y el rápido y claro descubrimiento de las virtudes y partes
de los cuerpos. Los llamamos Donadores o Benefactores.
"Luego, después de
diversas reuniones y consultas de todos los miembros para considerar las
investigaciones y síntesis realizadas en primer lugar, contamos con tres de
ellos que se preocupan de supervisar y dirigir los nuevos experimentos, desde un
punto de vista más elevado, y penetrando más -en la naturaleza que los
anteriores. A éstos los, llamamos Lámparas.
"Otros tres ejecutan los
experimentos así dirigidos, y dan cuenta a aquéllos. Los conocemos con el nombre
de Inoculadores.
"Por último, tenemos tres que sintetizan los descubrimientos
logrados mediante los experimentos en observaciones, axiomas y aforismos de más,
amplitud. Los llamamos Intérpretes de la Naturaleza.
"Como puede comprender,
contamos también con principiantes y aprendices, para que no se lustre la
sucesión de los primeros hombres empleados; tenemos, además, un gran número de
criados y sirvientes, hombres y mujeres. Hacemos también lo siguiente:
celebramos consultas para acordar cuáles son las invenciones y experiencias
descubiertas que se han de dar a conocer, y cuáles no; se toma a todos juramento
de guardar secreto respecto a las que consideramos que así conviene que se haga,
y a veces unas las revelamos al Estado y otras no.
"Para nuestras ceremonias
y ritos, tenemos dos larguísimas y bellas galerías; en una de ellas colocamos
modelos y ejemplares de todas clases de los inventos más raros y mejores; en la
otra, las estatuas de los principales inventores. Tenemos allí la estatua de
vuestro Colón, que descubrió las Indias occidentales; al inventor del barco; al
monje vuestro que inventó la artillería y la pólvora: al inventor de la música;
al inventor de las cartas; al inventor de la imprenta, al inventor de la
astronomía; al inventor de los trabajos en metal; al inventor del cristal; al
descubridor de la seda de los gusanos; al inventor del vino; al inventor del pan
de maíz y de trigo; al inventor del azúcar, y a todos aquellos que por tradición
sabemos que lo fueron. Contamos luego con diversos inventores propios de obras
magníficas que, puesto que usted no las ha visto, me llevaría demasiado tiempo
describírselas; además, podría equivocarlo con facilidad al intentar que
comprendiera rectamente estas obras a través de mis descripciones. Al inventor
de una obra valiosa le erigimos una estatua y le damos una recompensa digna y
generosa. Las estatuas son de bronce, de mármol y jaspe, de cedro y de otras
maderas doradas y adornadas; otras son de hierro, de plata o de oro.
"Tenemos
ciertos himnos y servicios religiosos de alabanza y agradecimiento a Dios por
sus maravillosas obras, que los decimos diariamente. También oraciones para
implorar su ayuda, y bendición en nuestros trabajos, y para que les dé
aplicaciones buenas y santas.
"Por último, realizamos determinados circuitos
o visitas a las principales ciudades del reino, en lasque damos a conocer, según
juzgamos conveniente, las más nuevas y provechosas invenciones. Anunciamos
también las predicciones verosímiles de enfermedades, plagas, invasiones de
animales dañinos, años de escasez; tempestades, terremotos, grandes
inundaciones, cometas, las temperaturas del año, y otros fenómenos diversos; por
consiguiente, les aconsejamos acerca de lo que deben hacer para evitar los males
y remediarlos."
Cuando acabó de decir esto se levantó; según me habían
enseñado yo me arrodillé ante él; puso su mano derecha sobre mi cabeza, y dijo:
"Dios te bendiga, hijo mío, y que bendiga igualmente mi relato. Te autorizo para
qué lo publiques en bien de todas las otras naciones, pues la nuestra permanece
aquí, en el seno de Dios, como una tierra desconocida." Y me dejó, después de
haberme concedido una asignación de dos mil ducados, para mí y mis compañeros.
En las ocasiones que se presentaron, todos ellos se mostraron muy generosos.
[el resto del manuscrito estaba incompleto]
BACON
Búsqueda en el
|
Copyright © 2018 - Todos los derechos reservados - Emilio Ruiz Figuerola