Anécdotas Aeronáuticas

Ernesto Miguel Burga Ortiz

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TTG FAP Ernesto Burga Ortiz

Segunda Parte - Mañuco

Decolamos diez minutos antes de la aurora siguiendo el valle del río Chinchipe, pronto empezó a aclarar y, con las indicaciones de Gutiérrez, nos internamos en la quebrada de Peñas Blancas; en pocos minutos vimos que desde un islote nos hacían las clásicas señales para dirigir el aterrizaje de un helicóptero; desde la cabina reconocí al suboficial Jibaja.

Rápidamente aterrizamos en uno de los islotes por entre los cuales corría el agua que bajaba por la quebrada; mientras completaba los procedimientos de apagado de la turbina el suboficial Jibaja se dirigió hacia el capitán Gutiérrez que ocupaba el asiento contiguo al mío, le dijo algo que no alcancé a escuchar y luego, rodeando la nariz del helicóptero se dirigió hacia mi posición.

     - Mi mayor, no pude hacer nada - tenía los ojos cuajados de lágrimas, se le quebró un poco la voz pero de inmediato se rehízo - no pudimos encontrar más ayuda y no pude hacer nada; el teniente La Rosa falleció ayer, mi mayor

Pensé que estaba preparado para recibir la noticia que me temía si acaso resultaba de esa forma, lamentablemente no era la primera vez que me encontraba en trances similares, pero en ese momento me sentí vacío, bajé la cabeza, tal vez para que no vieran mis ojos preñados de lágrimas, completé los procedimientos, aseguré los mandos y descendí del helicóptero.

Nos dirigimos presurosos al tambo; encontré a Mañuco tendido sobre una mesa, cubierto con una sábana blanquísima, impecable, dos mujeres mayores rezaban el rosario paradas a un costado del cuerpo; el rostro pálido, sereno, parecía estar durmiendo.

Los dos médicos del ejército que habían ido con nosotros revisaron el cuerpo brevemente y coincidieron en que la causa más probable era bronconeumonía fulminante; comisioné a uno de ellos para que se hiciera cargo del traslado al lugar donde habíamos aterrizado en tanto el otro iría conmigo a Peñas Blancas, no había tiempo que perder, lo urgente era partir cuanto antes.

En pocos minutos estuvimos en el lugar, no sé de dónde salió tanta gente pero había no menos de cincuenta personas; pasada la polvareda apareció “Chauchilla” Villalobos en la puerta de una de las casas, de inmediato, sonriendo, se dirigió al helicóptero y subió ayudado por los lugareños; se sorprendió cuando, sin moverme de mi asiento y sin mayor efusividad apenas si lo saludé, con gestos lo urgí a que subiera y partimos de regreso para recoger a los que habíamos dejado atrás.

Con Chauchilla nos conocíamos desde hacía más de diez años, juntos habíamos cumplido muchas misiones y compartido algunos momentos difíciles, vi su desconcierto por mi actitud pero no quise ser yo quien le informara de la muerte de Mañuco; no sé quién se lo comunicó, tal vez el médico, pero no lo sé porque no quise voltear y enfrentar su mirada, tampoco sé si los sollozos que escuché eran de él.

A mi mente acudieron los recuerdos de mi amigo Mañuco; habíamos congeniado desde su llegada al Grupo Aéreo 3 como alférez, su sonrisa siempre a flor de labios, su don de gentes y bonhomía pronto le ganaron la simpatía de todos.

Lo había visto evolucionar como persona y como piloto, lo tuve bajo mi mando directo en la zona petrolera y en más de una oportunidad habíamos conversado de temas personales que tuvo la generosidad de compartir conmigo, lo veía casi como a un hermano menor al que ahora me tocaba acompañar en el tramo final.

Durante el vuelo de retorno al aeródromo El Valor no pude menos que recordar lo que habían dicho los espiritistas “el helicóptero no está donde lo están buscando, está en este lugar, los cuatro están vivos y caminando, en buenas condiciones, pero apresúrense porque uno está en peligro de muerte

Cuando aterrizamos ya estaba un Búfalo esperándonos, mucha gente se acercó a mi helicóptero y se hicieron cargo de nuestros cuatro camaradas, no tuve tiempo ni de despedirme de ellos; por señas le ordené al "Chino" José que arranque su "fierro" mientras veía como el Búfalo hacía su carrera de decolaje dejando una nube de polvo; luego, llamé por radio.

     - Chino, aquí Eco Bravo

     - Adelante, Eco Bravo

     - Voy de guía, pégate a mi derecha, formación cerrada

     - Recibido, voy de dos

Decolamos y sin más comunicaciones tomamos altura; ya en formación, en silencio, como un modesto homenaje al camarada que había partido en el vuelo sin retorno hicimos un pasaje a baja altura sobre El Milagro. Luego, continuamos vuelo hacia la zona petrolera, nuestra labor no conocía de descansos ni de duelo.


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