Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz

El día 14 amaneció algo menos nublado que los días anteriores 
y no había llovido mucho, optimistas tomaron el consabido desayuno de sardinas y 
galletas preparándose para partir, cada uno había escogido de entre sus pertenencias 
la ropa que le pareció más aparente para los días que les esperaban; habían calculado 
que con víveres para seis días sería suficiente, más una pequeña reserva, no fuera 
a ser que a las finales les faltar comida; cada uno distribuyó las latas en los 
bolsillos de las ropas que estaban usando y en un pequeño atado que llevarían consigo.
     - Bueno, llegó la hora ¿Estamos listos? ¿Alguna pregunta 
antes de partir? ¿No se olvidan de nada? - Todos asintieron, estaban listos
Pasadas las ocho empezaron a caminar, el descenso era más o menos pronunciado 
pero no difícil, ninguno tenía ropa de protección para la lluvia y la vegetación, 
cargada de agua por la lluvia de la noche anterior, pronto los dejó empapados; a 
poco, conforme iban descendiendo la vegetación fue cambiando, más frondosa y de 
troncos más gruesos, y algo que no habían visto, ni sentido, antes de bajar: enormes 
tábanos marrones que los acosaban y picaban a través de la ropa, especialmente en 
la espalda.
Cuando llegaron al fondo de la quebrada, dos horas después de 
partir, se encontraron en un ambiente lóbrego, la quebrada era muy angosta y las 
plantas prácticamente los cubría totalmente, descansaron unos minutos antes de emprender 
la marcha siguiendo el curso del agua; ya en ese momento supieron que cada gramo 
llevado demás pesaba demasiado.
A la cabeza, como más joven, iba Jibaja abriendo 
trocha con el machete, no lo necesitaba permanentemente pero al tener el mango roto 
se le dificultaba cogerlo con fuerza, le había colocado un pañuelo para protegerse 
la mano, pero no tenía suficiente protección y constantemente tenía que ajustar 
el pañuelo para poder golpear.
Una hora y media más tarde escucharon un rumor 
de agua que caía, siguieron avanzando, curiosos, y de pronto se encontraron con 
que el curso de agua caía formando una cascada de más de veinte metros de altura, 
vertical, sin posibilidad de bajar caminando.
Desconcertados exploraron los 
alrededores buscando un paso para continuar; tras media hora de explorar se convencieron 
que no les sería posible sortear la caída, grandes peñascos cubiertos de musgo y 
helechos hacían peligrosa la exploración, un par de resbalones y la oscuridad reinante 
los convenció de que para poder continuar sería necesario bajar por la cascada misma.
     - Mi capitán, el helicóptero tiene un winche de rescate 
- Jibaja estaba entusiasmado - el cable es bastante largo, más que suficiente para 
la altura de la cascada, y podríamos bajar con el arnés.
     
- No hay más que hablar, descansemos media hora y ¡Media vuelta! a regresar al helicóptero, 
lástima que no lo pensamos antes ¡Chauchilla, carga tu maleta nomás!
Dos 
horas después llegaron al punto por donde habían ingresado a la quebrada; el lugar, 
de por sí oscuro, estaba ya casi en penumbra, les faltaba aproximadamente otras 
tres horas de caminata, subiendo, por lo que decidieron pernoctar en el sitio y 
emprender el ascenso al día siguiente; en poco tiempo la oscuridad se hizo total, 
no veían a medio metro de distancia así que buscaron acomodo para pasar la noche 
donde estaban.
Alrededor de las once de la noche empezó a llover, como no 
habían preparado refugio alguno ni tenían ropa impermeable, se cubrieron como mejor 
pudieron pero en contados minutos estuvieron hechos una sopa, la lluvia inmisericorde 
se les colaba por el cuello sin que pudieran evitarlo, se juntaron unos a otros 
buscando inútilmente algo calor y esperaron estoicamente hasta el amanecer; esa 
jornada les dejaría varias lecciones que aprovecharían posteriormente.
Apenas 
la escasa luz del día lo permitió emprendieron el ascenso, caminaban sin hablar 
deseosos de llegar cuanto antes, acezaban deteniéndose cuando les faltaba el aire, 
con las piernas entumecidas por el esfuerzo y agarrándose de los arbustos y ramas 
para ayudarse; casi tres horas les tomó la subida.
Una vez en el lugar todos 
se dirigieron al helicóptero, treparon a la cabina, se pusieron ropa seca y, sin 
ponerse de acuerdo, se echaron a descansar; derrengados, pronto los cuatro estuvieron 
profundamente dormidos.
Ese día, 15 de octubre, Jibaja se sintió mal, empezó 
con unos retortijones que precedieron a accesos de diarrea que se repitieron una 
y otra vez durante el día, hasta seis veces; durante la noche no volvió a evacuar 
y no tuvo dolores, sin embargo en la mañana del día 16, en cuanto comió un pedazo 
de queso le volvió la diarrea, entonces dejó de comer.
Todos estaban preocupados 
pues no tenían remedio alguno y sólo les quedaba esperar a ver si el organismo de 
Jibaja superaba el cuadro espontáneamente, de lo cual tenían dudas ya que no había 
posibilidad de cambiar la dieta; en 24 horas el malestar estomacal se hizo sentir, 
el suboficial estaba algo ojeroso y bastante pálido, la deshidratación era evidente.
Gutiérrez observó con preocupación que el enfermo no presentaba cólicos abdominales, 
simplemente sentía urgencia de evacuar ¿Sería cólera o algo así?
     
- Jibaja ¿Cómo te sientes?
     - Mi capitán, yo me siento 
bien, ya no me duele el estómago, pero tengo que decirle que esta mañana evacué 
pura agua y algo como flema...... y sangre.....
     
- Mi capitán - intervino Villalobos - yo sugiero que tome sangre de grado ¿Tú qué 
dices “trinche”? Es buena para las úlceras estomacales, cicatrizante de heridas, 
tal vez con eso lo mejore ¿Qué dices “trinche”?
     
- Yo creo que sí debo tomar sangre de grado, mi capitán, daño no me va a hacer y 
además no tenemos otra cosa ¿No? ¿Cuánto tengo que tomar, mi técnico? 
     
- Se toma poquito, solamente en las heridas se echa directamente; yo creo que con 
seis gotas diluidas en agua tres veces al día, puede ser suficiente; mi capitán, 
no creo que le haga daño, probemos.
     - Si tú estás 
de acuerdo, Jibaja, probemos y empecemos de una vez.
Jibaja tomó las gotas 
a media mañana y luego en la tarde; el resto del día lo pasó sin molestia alguna. 
Gutiérrez, preocupado, no le quitaba el ojo de encima y vio que sacaba unos cables 
eléctricos y alguna otra cosa ¿Qué estaría haciendo? Como si le adivinara el pensamiento 
Jibaja se le aproximó con los cables y unas cubiertas de plástico.
     
- Mi capitán, creo que podemos hacer unas mochilas que nos servirán para no cargar 
con estos ataditos y llevar la carga a la espalda
     
- Eso sería excelente ¿Cuántas se pueden hacer, hay material para todos? ¿De dónde 
has conseguido ese plástico?
     - Es el tapiz de los 
asientos que lo he despegado, hay más que suficiente para los cuatro y las costuras 
las hacemos con alambre de frenar delgado
Esa tarde empezaron a fabricarse 
sus propias mochilas, excepto Villalobos que prefería llevar sus cosas en su maleta 
de nylon.
Al día siguiente, 16 de Octubre, terminaron de hacer las mochilas 
utilizando cables eléctricos y las fundas de los asientos del helicóptero; en la 
tarde, metidos en la cabina para protegerse de la lluvia, la conversación derivó 
al día de partida; Gutiérrez tomó la palabra, dirigiéndose a los tres restantes.
     - ¿Qué les parece si definimos cuándo partimos? - Los 
otros tripulantes dirigieron su atención al capitán y en silencio aguardaron sus 
palabras - Chauchilla, que es hermano cargador del Señor de los Milagros - continuó 
- me dijo que pasado mañana, 18, sale el Señor en procesión; descansamos hoy y mañana 
¿No les parece que es un buen día para partir? - Los tres estuvieron de acuerdo, 
partirían el 18.



	
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