Libre
Nino Bravo
Nino Bravo
Tiene casi veinte años y
ya está cansado de soñar;
pero tras la frontera está su hogar,
su mundo y su ciudad.
Piensa que la alambrada sólo
es un trozo de metal
algo
que nunca puede detener
sus ansias de volar.
Libre,
como el sol cuando amanece yo soy libre,
como el mar.
Libre,
como el ave que escapó de su prisión
y puede al fin volar.
Libre,
como el viento que recoge mi
lamento y mi pesar,
camino sin cesar,
detrás de la verdad,
y sabré lo que es
al fin la libertad.
Con su amor por bandera se marchó
cantando
una canción;
marchaba tan feliz que no escuchó
la voz que le
llamó.
Y tendido en el suelo se quedó,
sonriendo y sin hablar;
sobre su pecho,
flores carmesí brotaban sin cesar...
La canción, escrita diez años después de los hechos,
recoge una historia y unas fotos que dieron la vuelta al mundo, y que
todavía hoy son símbolo de la crueldad humana. En el lugar donde murió
Peter Fechter, se levantó en 1990 un monumento. Ya en 1997, dos antiguos
soldados de la RDA fueron juzgados, y admitieron haber disparado contra
Peter Fechter. Se les declaró culpables, y fueron condenados a un año
de cárcel. En el juicio el forense declaró que toda ayuda hubiera sido
inútil, ya que la gravedad de las heridas le hubiera causado la muerte
en cualquier caso. Pero es algo que nunca sabremos, ¿verdad?
La
canción es símbolo de todo el pueblo alemán que soñó con huir, ya que
si Peter fue la primera víctima del muro, el último, Chris Gueffroy,
en 1989, tenía, precisamente, veinte años...
La canción habla del primer alemán que murió intentando
atravesar el muro de Berlín.
Peter Fechter, un obrero de la construcción de 18
años, intentó huir junto con un amigo y compañero de trabajo, Helmut
Kulbeik. Tenían pensado esconderse en el taller de un carpintero, cerca
del muro, y, tras observar a los guardias de la "frontera" alejándose,
saltar por una ventana hacia el llamado "corredor de la muerte", atravesarlo
corriendo y saltar por el muro cerca del Checkpoint Charlie, a Berlín
Oeste.
Hasta llegar al muro las cosas salieron bien, pero cuando
se encontraban arriba, a punto ya de pasar al otro lado, los soldados
les dieron el alto, y a continuación dispararon. Helmut tuvo suerte,
Peter resultó alcanzado por varios disparos en la pelvis, cayó hacia
atrás, y quedó tendido en el suelo en la "tierra de nadie", durante
cincuenta angustiosos minutos, moribundo, desangrándose, a la vista
de todos, y sin que nadie hiciera nada.
Gritó pidiendo auxilio,
pero los soldados soviéticos que le habían disparado no se acercaron,
y lo único que pudieron hacer los soldados americanos fue tirarle un
botiquín, que no le sirvió de ayuda, ya que sus graves heridas internas
le impedían moverse, y poco a poco fue perdiendo la consciencia. Durante
casi una hora, los ciudadanos de ambos lados de Berlín contemplaron
impotentes su agonía, gritando a los soldados de ambos lados para que
le ayudasen
Pero ambos bandos tenían miedo de que los del otro
lado les disparasen, como había pasado en otras ocasiones anteriores;
aunque ninguna en una circunstancia tan perentoria como esta y a las
dos del mediodía, con tantos testigos presentes, incluyendo periodistas
en el lado occidental.
Los soldados del lado oriental, zona a la
que pertenecía en realidad la "tierra de nadie", tampoco le ayudaron,
y no se acercaron hasta pasados 50 minutos, seguramente para que sirviera
de ejemplo para cualquier otro que pensase huir.
(Aún así, entre 1961 y 1989 murieron más de 260 personas,
sólo intentando cruzar el Muro; además de los que murieron al querer
cruzar la frontera entre las dos Alemanias, y ya no hablemos de los
que estuvieron en la cárcel por intentarlo, o por ayudar a otros).
Cuando por fin se acercaron los soldados de la RDA y se lo llevaron,
los ciudadanos de ambos lados gritaron repetidamente "¡asesinos, asesinos!".
En el lado occidental, se sucedieron las protestas y las manifestaciones
los días siguientes, y los habitantes del Berlín Oeste comprendieron
claramente lo difícil que sería para sus familiares y amigos del Berlín
Este el intentar escapar. Asimismo, también se dieron cuenta, decepcionados,
de que los soldados americanos, en pleno auge de la Guerra Fría, no
harían nada para ayudarles en circunstancias similares. Fue un duro
golpe para la esperanza de los berlineses.
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