Fuente: "El Otro Imperio Cristiano" De la
Orden del Temple a la Francmasonería EDUARDO R. CALLAEY Eduardo R. Callaey
es historiador, escritor y guionista. Como historiador ha publicado libros y numerosos
artículos sobre historia medieval e historia de la Francmasonería. Ha escrito guiones
para televisión sobre temas de historia, mitología y religión. Ingresó en la Francmasonería
en 1989. Entre 1999 y 2003 se desempeño como Gran Consejero de la Gran Logia de
la Argentina de Libres y Aceptados Masones. Actualmente preside la logia Lautaro
Nº 167 de Buenos Aires. Es autor de los libros "Monjes y Canteros"; Una aproximación
a los orígenes de la Francmasonería (Buenos Aires; 2001). Ordo Laicorum ab Monacorum
Ordine (Buenos Aires, Academia de Estudios Masónicos, 2004) y "El otro Imperio Cristiano;
De la Orden del Temple a la Francmasonería"; (Madrid; Ediciones Nowtilus, 2005)
John Theophilus Desaguliers
Hacia 1730, las tensiones entre la francmasonería hannoveriana
y la escocesa se habían acrecentado. Londres trataba de mantener su tutela sobre
las logias francesas, a la vez que observaba de cerca la actividad de los numerosos
estuardistas exiliados en Francia. Se sabía que al menos desde 1728 las logias masónicas
bajo control jacobita mantenían una fuerte presencia en el litoral marítimo francés
y en algunas ciudades importantes del interior. En estas logias seguía en aumento
la constitución de nuevos capítulos de «Elegidos», un grado masónico no previsto
en los rituales oficiales de la masonería inglesa reorganizada en 1717. La principal
preocupación de los ingleses era que en estos capítulos se urdía la trama de la
conjura estuardista. Los ideólogos de la Gran Logia de Londres habían promulgado
en 1723 una «Constitución para los masones aceptados» en las que se había evitado
minuciosamente cualquier referencia a las antiguas tradiciones escocesas acerca
de un vínculo «cruzado» o «templario» en la francmasonería. Con la misma minuciosidad
se había suprimido cualquier referencia a la religión católica, a la Santísima Trinidad,
y a la Virgen María, referentes habituales en los centenares de reglamentos escritos
por las antiguas corporaciones de masones. Todas aquellas advocaciones habían sido
eliminadas y reemplazadas por una fórmula más simple que sólo hacía referencia a
la «religión que todos los hombres aceptan». De este modo, el espíritu protestante
de los redactores de aquellas Constituciones adecuado a las múltiples expresiones
que el cristianismo tenía en Inglaterra y, principalmente, a la religión de los
príncipes gobernantes de la casa Hannover había desplazado la antigua tradición
romana de los canteros. En cambio, los masones de Escocia e Irlanda, así como
muchos masones ingleses, mantenían aquella tradición, a la que habían sumado la
conciencia de una antigua herencia que se remontaba a los tiempos de las cruzadas.
A ello hay que incluir la acción de los rosacruces que habían agregado no pocos
elementos provenientes de su propia doctrina. Estos hombres constituían en su conjunto
la elite jacobita exiliada en Francia. James Anderson es el paradigma, junto
a Jean Theophile Désaguliers, de la masonería hannoveriana de principios del siglo
XVIII. En su visión, la Fraternidad tenía un origen inmemorial. Sobre aquella pretérita
organización de noble linaje se habían organizado luego las logias operativas medievales,
antecedente directo de la Gran Logia de Inglaterra que constituía, por derecho propio,
la verdadera y única francmasonería. (James Anderson, autor de las «Constituciones
de los libres y aceptados masones de Inglaterra» de 1723 y la modificación de 1738.)
y (Portada original de las «Constituciones» de 1738). Imposibilitados por los
acontecimientos políticos y trasplantados desde sus propias tierras insulares al
continente, nada podían hacer para imponer su visión de la tradición masónica en
Inglaterra. Allí, la batalla había sido ganada por lo que Bernard Faÿ denomina «La
conspiración de los pastores», en obvia alusión al carácter protestante de la cúpula
política de la Gran Logia de Londres. En Francia, en cambio, habían encontrado
el camino abierto para sus tradiciones y un suelo fértil. Se podría decir más que
eso: Un campo arado. La masonería hannoveriana había actuado rápidamente y ya hacia
1725 funcionaban logias en París bajo los auspicios de la Gran Logia de Londres.
El éxito había sido rotundo. Pero no pudo evitar la presencia y la influencia de
la francmasonería jacobita, que había logrado gran ascendencia en la nobleza francesa
y cierta sintonía en la supervivencia de algunas antiguas tradiciones en la masonería
operativa gala, similar en algunos aspectos a la antigua tradición insular.