Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
El enorme salón auditorio, iluminado, se encontraba
repleto; los asientos, largas bancas de madera con respaldo, estaban
ocupadas en su totalidad. El proscenio, elevado, se encontraba en penumbras,
pero era posible ver que en el centro había una mesa con tres sillas; a un
costado, un atril de oscura madera sobre el cual resaltaba un micrófono
plateado, una pequeña jarra con agua, tapada con una servilleta y un vaso de
vidrio; en el soporte de la parte delantera, una cartulina sobre la cual
habían escritas, en dos líneas, apretadas letras que no era posible leer sin
acercarse.
El gran día había llegado, profesores, padres de familia
invitados y alumnos esperaban con impaciencia el inicio de la conferencia.
Exactamente a las once de la mañana, simultáneamente, se apagaron las luces
de la nave, se encendieron brillantes luces que iluminaron el proscenio y
hacía su aparición una corta comitiva de tres hombres; en primer lugar un
hombre maduro, rubicundo, de talla media y rostro afable, a continuación el
Director del colegio, un gigantón medio gibado de gruesos anteojos y
finalmente el sub director, que llamaba la atención por sus retorcidos
mostachos y por una singularidad, usaba monóculo.
El trío se ubicó
en la mesa; el invitado, el rubicundo, al centro y los directivos a sus
costados, luego, el director se encaminó al atril para dirigirse al
auditorio que, en respetuoso silencio, aguardaba el inicio de la
conferencia..
El director, como solían hacer casi todos los oradores,
empezó por dar unos golpecitos al micrófono y luego empezó a hablar. Tras
los saludos de rigor abordó directamente el tema …tengo la satisfacción de
anunciarles que hoy día nos honra con su presencia un destacado ex alumno de
nuestro plantel, General de la Fuerza Aérea en situación de Retro, ex piloto
de Mirage y de otros varios aviones de distinto tipo, ha sido protagonista
de varios incidentes y situaciones de emergencia, algunas verdaderamente
dramáticas, como aquella en que se apagaron los dos motores de su avión
mientras estaba en vuelo instrumental sobre la cordillera. Se trata del
general John Walter Gottfried Silva, a quien hemos solicitado nos relate
cual fue el evento que más significado ha tenido en su vida.
Dejo
con ustedes al general Gottfried:
Damas y caballeros, muchas gracias
por la gentileza de asistir a esta charla, dirigida particularmente a los
alumnos de este mi antiguo colegio ¿Cómo nació la idea de esta charla?
Sucede que hace como un mes coincidimos con un antiguo condiscípulo en una
reunión informal, en la que salió a relucir el tema de algunos incidentes de
vuelo y emergencias que tuve durante mi carrera; gentilmente, este
condiscípulo, padre de un alumno de este colegio, me preguntó si podría dar
una charla acerca del evento que más huella dejó en mi vida, lo cual acepté
gustoso, y aquí estoy.
Ahora ya estoy retirado, pero no dejo de
extrañar el pilotaje y las emociones que ello conlleva, aunque debo precisar
que no fue una sino dos las veces que se apagaron ambos motores del avión
que pilotaba, en aviones diferentes y en circunstancias diferentes, ambas
terriblemente angustiantes, pero que, obviamente, logré superar. Ha pasado
ya mucha agua bajo el puente desde aquel entonces y la experiencia de los
años vividos me permiten ver con nitidez, y diferenciando, sin ninguna duda,
cuál fue el evento que dejó la más honda huella en mi corazón.
Esta
historia, que empezó hace muchos años, tiene que ver con la amistad, la
amistad verdadera y no de circunstancias. A ustedes muchachos les digo:
sepan apreciar a sus amigos, a sus verdaderos amigos.
Las
circunstancias se dieron así:
Barranco, primero de julio de 1942. En
su casa, don Daniel Gutiérrez “no cabía en su pellejo”, al fin sus oraciones
habían sido escuchadas, su esposa, doña Solina Espinoza había dado a luz un
varoncito, un poco pequeño es cierto, pero ¡Un varón! Después de seis
mujercitas, SEIS ¡Al fin un heredero que llevara su apellido! Por supuesto
que también se llamaría Daniel, como él. Daniel Julio Gutiérrez Espinoza,
ése sería su nombre, aunque desde el inicio lo llamaron Danny para
diferenciarlo de su padre, quien, según parece, siguió orando fervorosamente
porque después llegaron dos más, con lo cual la prole alcanzó la respetable
cantidad de nueve hermanos.
Danny, que con frecuencia veía pasar los
aviones que operaban en Las Palmas, y también a muchos cadetes en uniforme
azul pizarra con las mangas adornadas por una flor de lis y dorados galones
en las hombreras; no se perdía las celebraciones de aniversario de la FAP,
lo fascinaban las demostraciones aéreas, especialmente los vuelos en
formación de escuadrillas en las que los aviones parecían estar unidos por
invisibles hilos y, poco después, el potente rugido de los aviones cuando
pasaban volando a tan poca altura que le parecía que podría tocarlos.
Al
llegar a la adolescencia les comunicó a sus padres su decisión de postular a
la Escuela de Oficiales de la FAP; si bien sabía que los exámenes eran muy
exigentes, su mayor preocupación era su corta estatura. En el primer examen,
el de medicina general, se estiró cuanto pudo durante la toma de medidas,
pero los examinadores igualmente pusieron una observación “Aprobado
condicionalmente: No alcanza la talla ni peso mínimos, pero por su edad
puede desarrollar y alcanzarlos” - lo cual ni él, ni yo, ni nadie, creíamos.
Los nuevos aspirantes a cadete fuimos citados para internarnos a mediados de
marzo de 1960; Danny y yo, por orden de mérito, alcanzamos puestos
consecutivos, de manera que ese orden mantendríamos durante ese primer año.
Desde el primer momento Danny se hizo notar por su corta estatura y por ser
sumamente inquieto y hablador, se suponía que nadie debía hablar después del
toque de silencio, pero él siempre tenía algo que decir después del
consabido toque, y quien sufría por esa incontinencia verbal era yo, Walter
Gottfried, su vecino de cama que trataba de cumplir escrupulosamente el
reglamento, pero a él no le preocupaba en absoluto las consecuencias, que en
más de una ocasión nos causó su verborragia, y que “Colorado” para arriba,
“Colorado” para abajo, y no sólo eso sino que con frecuencia se escabullía
al baño para fumar a escondidas. No obstante, simpatizamos de inmediato y
con el correr del tiempo desarrollamos entrañable amistad.
Rápidamente
pasaron los días y las semanas, pronto llegó el día de la primera visita y
las instalaciones de la Escuela se vieron inundadas de familiares, por todos
lados se veían grupos más o menos numerosos acompañando a los aspirantes;
los pocos que no recibieron visita, provincianos de lejanas tierras, se
quedaron en el casino jugando billas o matando el tiempo en alguna otra
forma; es en esa primera visita cuando se conocieron los miembros de
nuestras familias, diez por parte de Danny y cinco por parte mía.
En la
siguiente oportunidad yo no recibí visitas, mi familia vivía en Casma y no
era tan sencillo eso de ir y venir cada semana, pero gracias a Dios Danny me
invitó a unirme al grupo de su numerosa familia. Don Daniel, su padre, de
talante serio y casi hosco, era el molde del cual Danny había heredado
marcadamente los rasgos característicos de su fisonomía, la estatura y el
vicio del cigarrillo, pero también su bonhomía. El clan me recibió con los
brazos abiertos y la amistad entre ambos se hizo más estrecha.
Por fin
llegó el día de la primera salida de los aspirantes y los Gutiérrez, a
pedido de Danny, nos invitaron a los Gottfried a celebrar en su casa el
doble acontecimiento, la primera salida de los aspirantes y el Día de la
Madre. Ese domingo ambas familias tuvieron oportunidad de conocerse mejor.
Cada domingo en la noche, cuando regresábamos de la salida de franco,
nos poníamos a comentar las actividades del fin de semana, lo que parecía
hasta ocioso pues generalmente habíamos asistido a las mismas fiestas o
acudido a las mismas reuniones, pero no siempre era así pues yo vivía en un
departamento y Danny vivía con sus padres en Barranco. Una de esas noches de
tertulia, ya de regreso en la Escuela y preparándonos para acostarnos, Danny
me vio preocupado y no esperó a que le cuente el motivo, sino que,
inmediatamente, me confrontó
- ¿Qué te pasa, por qué estás tan
preocupado?
- ¡Me han botado de mi departamento! - dije de un tirón
-
Quééé, cómo así, ¿qué ha pasado?
- Tú sabes que yo vivía con tres amigos
más y uno de ellos, Grados, era el
encargado de pagar el alquiler mensual
¿no es cierto? Bueno pues, el
sinvergüenza este hace meses que
simplemente no pagaba, se ha “tirado”
la plata y los dueños del
departamento nos han botado, en el departamento
encontré a una familia
desconocida que simplemente me cerró la puerta
- ¡No te puedo creer! ¿y
tus cosas?
- ¿Mis cosas? …en la azotea, en un par de cajas
Danny, al
escuchar lo que le contaba no salía de su asombro, hasta que de
pronto
se echó a reír carcajeándose hasta las lágrimas hasta que, ya calma
do,
me dijo
- No te preocupes “Colorado”, el sábado recogemos tus cosas, esas
que han
botado al techo … ja ja ja - volvió a reír un poco y continuó –
las llevamos a
mi casa, y tú te vienes a vivir con nosotros.
- ¡Pero
“chato”, si en tu casa no saben nada! - tragué saliva - ¡Y, además
ustedes son un montón! - Danny no me dejó continuar
- Walter …somos
amigos ¿no?
Puse mil objeciones, todas las que se me ocurrieron,
Daniel simplemente mi miraba, sonriendo, hasta que me quedé en silencio, sin
argumentos, entonces nos dimos la mano y un medio abrazo y ya no se habló
más del asunto, estaba decidido, me mudaría a casa de Danny.
Con tan
numerosa familia el dinero no sobraba y, a veces, hasta escaseaba; no
obstante, generosamente, los padres de Danny me “adoptaron” y desde ese día
hubo un asiento más a la mesa y otra cama en la casa. Convertido en un
Gutiérrez más, fui engreído por “mamá Solina”, que era como llamábamos a la
matrona de la casa.
Los días, los meses y los años pasaron volando, las
vacaciones anuales fueron una constante diversión, parte en Casma,
veraneando en Tortugas, y parte en Lima; en ese ínterin Danny había iniciado
un romance, que tiraba para noviazgo, con la hija de un coronel del
Ejército.
Casi sin darnos cuenta habían transcurrido los cinco años de
cadete, era ya el día de la clausura y graduación, mis padres y hermanas
habían llegado a Lima un par de días antes y convinieron, con los padres de
Danny, en que ese día almorzaríamos las dos familias en casa de los
Gutiérrez. Terminada la ceremonia, en Las Palmas, ambas familias nos
dirigimos a la vieja casa barranquina. Apenas si habíamos llegado cuando don
Daniel quiso hacer un brindis, cogió la espada que Danny había dejado sobre
una mesa y tomándola por la hoja la puso frente a él con la empuñadura a
manera de cruz. Se aclaró la garganta y empezó a hablar; no recuerdo las
palabras exactas pero hizo hincapié en lo orgulloso que se sentía de que su
primer hijo varón abrazara la carrera de las armas, con vocación de
servicio, como él mismo, que por muchos años había sido y era bombero,
porque esa fue la forma que encontró para servir al país. Finalmente,
cayéndole gruesas lágrimas por las mejillas, concluyó diciendo .......hoy la
familia Gutiérrez no pierde un hijo, es la patria la que ha ganado un
soldado a carta cabal, porque estoy seguro, y lo digo no sin dolor, que
Danny, como lo dijo y lo hizo el héroe de la aviación peruana, llegado el
momento irá hasta el sacrificio Fue la primera y única vez que, hasta el día
de su muerte, alguien lo vio llorar.
Danny, yo, y otros compañeros de la
misma especialidad, pilotos de caza, fuimos nombrados a la Base Aérea de
Talara. Iniciaba mi carrera profesional y concluí, decidí, que había llegado
el momento de la separación, que cinco años era tiempo más que suficiente y
que debía dejar definitivamente el generoso nido adoptivo. Junté mis escasas
pertenencias, que apenas ocuparon una maleta mediana, y mi bolsa ropero en
que llevaba mis uniformes. Cuando me acerqué a mamá Solina para despedirme
sentía un nudo en la garganta - ¿Qué le diría? ¿Cómo le diría, que había
decidido dejar su casa? – Pero nada sucedió como yo me temía, mamá Solina no
me dio ni oportunidad de hablar, me abrazó tiernamente, me besó en la frente
y me dijo quedamente al oído – Walter, hijo, no te olvides que aquí no eres
un huésped, esta es tu casa y en esta familia tú eres un hijo más.
Tras
cuatro años en el norte, Daniel regresó a Lima como instructor de vuelos de
cadetes, se comprometió y luego se casó con Betty formando familia aparte.
En cuanto a mí, permanecí un año más en Talara y luego también fui cambiado
a Lima como instructor de vuelos de cadetes, y volví a vivir a mi casa
barranquina, a la casa de don Daniel y Mamá Solina, de donde salí para
casarme.
Daniel Gutiérrez y Walter Gottfried
Esa amistad limpia, incondicional, que trascendiendo
los naturales lazos familiares creó los más fuertes e insospechados
vínculos, es la experiencia que más honda huella dejó en mi alma y en mi
corazón.
Posteriormente Daniel y yo fuimos cambiados a Chiclayo,
donde por siete años volamos el Mirage; en ese lapso se estrecharon aún más
nuestros lazos de amistad, ya que tuvimos nuestros hijos y, como cosa
natural, nos hicimos compadres. Luego de esta larga estancia, fuimos
cambiados de colocación.
Algunos años después, ambos con el grado de
comandantes, volvimos a coincidir, esta vez en Piura. Fue allí donde mi
amigo, mi hermano, sufrió un accidente durante un vuelo de prueba, en el que
perdió la vida. Por una de esas increíbles y crueles jugadas del destino,
ese día, miércoles 31 d enero de 1979, yo me encontraba de servicio y me
tocó la amarga tarea de recoger sus restos mortales.
Al día siguiente
mamá Solina, don Daniel y yo, encabezamos el cortejo fúnebre.
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