Anécdotas Aeronáuticas

Ernesto Miguel Burga Ortiz

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POR UN REENCUENTRO

Ernesto Burga Ortiz

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PRIMERA PARTE

La cafetería “El Búcaro” era relativamente pequeña, con buena iluminación y gruesas puertas que casi no dejaban pasar el ruido de la calle; en las paredes unos cuadros, que representaban hermosos jardines de diferentes ciudades, eran los únicos adornos; diez mesas armoniosamente distribuidas, cubiertas con blanquísimos manteles y, sobre ellas, elegantes búcaros a los que aludía el discreto cartel sobre la puerta del local; en suma, un lugar tranquilo, casi familiar.

La puerta de la cafetería se abrió con cierta lentitud, casi tímidamente, y apareció un hombre de mediana edad, pulcramente vestido que por unos segundos permaneció inmóvil en la entrada examinando el lugar, de un vistazo vio que solo tres de las mesas estaban ocupadas, todas por personas mayores, se dirigió y se acomodó en una que estaba un tanto retirada; cuando el mozo se acercó para recibir la orden el hombre pareció titubear, no sabía qué ordenar para la persona que esperaba, optó por pedir agua mineral. Miró la hora en su reloj, todavía faltaban diez minutos para la hora convenida; cinco minutos después vio que la puerta se abría, expectante se preparó para ponerse de pie pero no, no era quien él esperaba.

Año 1964

Era Era la hora de almuerzo y en el comedor de oficiales del Grupo Aéreo Mixto N*8 se escuchaba el rumor de mucha gente conversando, cada mesa era un mundillo aparte, los comensales generalmente se agrupaban por escuadrones, excepto los alféreces, que por ser los más numerosos y de promociones más cercanas, se ubicaban juntos en una mesa larga. A mediados del mes de noviembre, como en muchas otras ocasiones, el coronel Fernando Miró Quesada, Comandante del Grupo Aéreo Mixto N*8, de la FAP, había invitado a un grupo de 5 oficiales para que lo acompañen durante el almuerzo; estas invitaciones las hacía con relativa frecuencia con la finalidad de escuchar las inquietudes y sugerencias de sus oficiales, decía que esa era la mejor manera de saber cómo estaba funcionando su Unidad; en esa oportunidad los invitados eran dos pilotos de helicóptero, del Escuadrón de Rescate N*832, y tres pilotos de transporte, del Escuadrón Aéreo N*841; uno de ellos, el alférez Ernesto Burga, a quien llamaban Eco Bravo, por sus siglas, fue quien trajo el tema a colación.

- Mi coronel, el día del accidente del CAME yo estaba de Oficial de Operaciones y estuve presente en la reunión de coordinación que mantuvo usted con los pilotos del Escuadrón de Rescate

- Sí, claro que lo recuerdo

- Ese día usted nos dijo cuál era su apreciación del porqué se había estrellado el DC-4 argentino.

- Sí, claro ¿por qué?


- Porque también nos dijo que le había llamado mucho la atención ver que el avión no estaba estrellado de nariz, sino que parecía un “panzazo” ya que los restos estaban regados.

- Sí, así es, pero supongo que la JIA (Junta de Investigación de Accidentes) de la DGTA (Dirección General de Transporte Aéreo) tendrá la respuesta a eso, pero dime ¿por qué tanto interés en ese detalle?

- Bueno…quería saber algo más de cómo es que hubieron sobrevivientes, porque ha sido casi un milagro - Eco Bravo habló de corrido, sin detenerse, como si temiera que no lo dejaran explicar su idea – y luego surgió, inesperadamente, una posible explicación del porqué los restos del avión se encontraron de esa forma.

- ¿Te refieres a que el avión parecía haberse dado un panzazo?

- Sí, mi coronel

Miró Quesada lo miró con suspicacia, lo que no pasó inadvertido para Eco Bravo.

- En realidad la idea no es mía, mi coronel, sino del “Loco”…perdón…del mayor Romero, mejor dicho me hizo un comentario al respecto…y yo creo que es muy posible que esa sea la respuesta.

- A ver, explícate – concluyó el coronel, sonriendo

 

Seis meses antes

En la penumbra de esa fría madrugada otoñal, en el aeropuerto Aeroparque de Buenos Aires, los hermanos Enriquez, Sara Julia, Jorge y María Cristina, abordaron el cuatrimotor de la Fuerza Aérea Argentina que los llevaría a Lima, un viejo DC-4 de matrícula T – 47 que cubriría el vuelo 1154 del Correo Aéreo Militar al Exterior - CAME, en la ruta Buenos Aires – Santiago – Lima, en correspondencia al Correo Aéreo Militar FAP – CAMFAP.

Los tres hermanos estaban algo nerviosos, pero sobre todo emocionados porque, no obstante que el vuelo partiría a las 05:30 de la mañana hubo mucha gente en la despedida de los muchachos, y es que el viaje era realmente especial, porque sus padres, Rodolfo Enriquez y Sara Castellanos, habían viajado a los Estados Unidos en búsqueda del sueño americano dejando a sus cinco hijos encargados en diferentes familias. Las cosas no marcharon bien para los esposos, el título de arquitecto de Rodolfo no tenía ningún valor en tanto no lo convalidase, viéndose en la necesidad de trabajar como oficinista en un laboratorio y Sara como empleada, cosa que nunca antes había hecho. Había transcurrido casi un año desde que iniciaron su emprendimiento, y aunque no querían darse por vencidos no veían la menor posibilidad de mejorar su situación; el estar lejos de sus hijos, especialmente de los tres menores, era un verdadero suplicio para Sara y empezaron a pensar seriamente en retornar al terruño.

Providencialmente, uno de esos días, a Rodolfo se le presentó una oportunidad de oro, un compatriota, amigo del arquitecto Fernando Belaunde Terry, Presidente de la República del Perú, le ofreció la posibilidad de conseguir trabajo en Lima, proporcionándole una carta personal de recomendación. No hubo más dilación, se trasladaron a Lima, alquilaron un departamento en Barranco y gestionaron el viaje de los tres hijos menores de Argentina a Perú; los dos mayores, Rodolfo y Arturo, ya estaban enrumbando sus vidas y se quedarían en Argentina. Ansiosos, porque por fin, después de un año, volverían a ver a los tres hijos menores, a Sara Julia, a quien llamaban “Beba”, a Jorge, de 14, y a María Cristina de apenas 12 años. Sara no cabía en sí de felicidad, para que sus hijos estuvieran cómodos tomaron un departamento que tenía tres dormitorios, el principal sería ocupado por los esposos, el segundo para Jorge, y el tercero para las dos hijas mujeres; en el arreglo de este último Sara puso su mejor empeño, quería compensar, aunque fuera un poco, el largo tiempo que habían estado separadas de ella. La que más le preocupaba a Sara era María Cristina, la última y la más engreída de los hermanos, que parecía que había sido la que más resintió su ausencia; en un primer momento Beba fue a vivir en casa de los tíos Berros Castellanos, aun cuando estos tenían cinco hijos, en tanto que la hermanita menor se había quedado en casa de unos vecinos de mucha confianza, una pareja que no tenía hijos y que querían mucho a la niña. Esta situación duró poco tiempo porque, pese al mucho cariño que recibía, Gracielita extrañaba tanto a su hermana Beba que se hizo imperativo que también ella fuera a vivir a casa de los tíos de la familia numerosa.

Para los hermanos la inesperada noticia fue una maravillosa sorpresa, sus padres, que se habían establecido en Lima, habían conseguido, gracias a amistades, tres cupos en el CAME, Correo Aéreo Militar al Exterior, vuelo que la Fuerza Aérea Argentina realizaba periódicamente en reciprocidad al Correo Aéreo Militar FAP- CAMFAP. La fecha fijada para el vuelo que los llevaría a la capital de Perú, y reunirse con sus padres después de la larga separación, fue el viernes 8 de mayo. Conforme pasaban los días los muchachos estaban más ansiosos, no era mucho el equipaje que llevarían y ya lo tenían listo con varios días de anticipación, días en que dejaron de ir al colegio pues continuarían sus estudios en Lima. Tíos, primos y amigos les organizaron varias despedidas pues no sabían cuándo se volverían a ver; Beatriz, madre de una amiga de Jorge le regaló a este una medallita. Beba, una jovencita muy madura, con sus frescos 17 años, tenía sentimientos encontrados, feliz con la proximidad de la fecha del reencuentro con sus padres pero, al mismo tiempo, con el corazón acongojado por tener que despedirse de Alejandro Campos, su primer novio, su primera ilusión, sin saber si se volverían a ver porque, para ellos, Lima estaba tan distante que era como si estuviera en otro planeta.

No obstante que el vuelo estaba programado para las 05:30 de la mañana, fue mucha la gente que los acompañó al aeropuerto para despedirlos, entre ellos Rodolfo y Arturo, los dos hermanos mayores y, por supuesto, el novio de Beba, además de tíos, primos y muchos amigos de los tres viajeros.

Una vez en el avión se ubicaron en filas diferentes, Beba en un asiento a la altura del ala izquierda, junto a una señora que viajaba sola y, atrás, en la penúltima fila, Jorge y Cristina.

El DC-4 partió en horario rumbo a su primera escala: Santiago de Chile; dos horas más tarde, a las ocho de la mañana, se vio precisado a aterrizar en “El Plumerillo”, el aeropuerto de Mendoza, debido a una falla técnica; los pasajeros fueron informados de que se demorarían no menos de dos horas.

Después de deambular un poco por el aeropuerto se formaron varios corrillos, alguno compuesto por familiares y algún otro por simples compañeros de viaje. Dos de los pasajeros, el coronel Carlos Ciriani y su esposa estuvieron juntos un rato, hasta que ella le hizo una sugerencia

- Carlos ¿por qué no me dejas con la monjita, y tú te vas con tus compañeros de la FAP? – tres comandantes, uniformados - quisiera conversar con ella – se refería a una religiosa de rostro arrugado y sereno que, rosario en mano, rezaba con los ojos cerrados.

- Bueno, si quieres

- Claro, ustedes tiene tanto que conversar y yo quiero hablar con la monjita
El coronel Carlos Ciriani y Rosa, su esposa, se dirigieron hacia el lugar donde estaba sentada la monja, que abrió los ojos al sentir que alguien se sentaba a su lado

- Buenos días madre ¿me permite? – saludó Rosa al sentarse

- Claro hija, por supuesto… y gracias

- ¿Gracias por qué madre?

- La verdad es que me muero de miedo de subirme a un avión

- Madre, la verdad es que yo también, por eso me he acercado a usted – ambas rieron de buena gana.

- Ay hija, el Señor decide cuándo nos llamará, pero bueno ¿tú eres peruana?

- Sí madre, vine a Buenos Aires con mi esposo porque el 17 de abril pasado hemos cumplido bodas de plata

- Vaya, te felicito hija, te felicito, qué buen esposo

- Madrecita, para mí fue una sorpresa, mi esposo – hizo un ligero movimiento con la cabeza indicando al grupo de los cuatro oficiales de la FAP, que ya conversaban animadamente - que es coronel de la Fuerza Aérea, un día se presentó a la casa y me soltó la noticia sin más ni más y sí, es muy buen esposo, un poco renegón pero muy bueno.

- Ah, sí, lo vi cuando se alejaba, es el más colorado y gordito de los cuatro ¿verdad?

- Ja ja ja – rió suavemente Rosa – él es de contextura gruesa pero sí, es cierto, está algo subido de peso.

- ¿Y cómo te llamas? – la monja la miraba con dulce expresión

- Madrecita, disculpe que no me haya presentado, me llamo Rosa…Rosa Anchorena de Ciriani – durante la corta conversación Rosa había notado un dejo que no pudo identificar - ¿es usted peruana? - le preguntó a la monja

- Ja ja ja …no hija, pero como si lo fuera – Rosa la miró sin comprender lo que quería decir la religiosa – yo soy sor Felicidad, española... y peruana – hizo una ligera pausa y continuó – hace 30 años fundé en Lima el hogar “Siervas de María Auxiliadora” …ahora tengo 78 años, próxima a jubilarme y quisiera pasar mis últimos años en Lima, por eso pedí que me trasladen y gracias a Dios mis superiores aceptaron mi solicitud.

- Qué lindo madre, gracias por lo que ha hecho, estoy segura de que la quieren mucho.

- En verdad fue muy lindo…pero bueno, basta de hablar de mí, cuéntame de tu familia ¿tienes hijos, cuántos?

- Ja ja ja – rió quedamente Rosa – sí, tengo hijos… dos mujercitas y…cinco varones

- ¡Siete, qué maravilla! ¿Y de qué edades?

- El mayor, Carlos, tiene 23 años y Bruno, el último, seis.

- ¡Qué lindo Día de la Madre van a pasar el domingo! - la monja le palmeó suavemente una mano.

A unos cuantos metros el coronel Ciriani conversaba animadamente con otros tres oficiales de la FAP; casi simultáneamente vieron aproximarse a dos oficiales de la Fuerza Aérea Argentina, acompañados de un suboficial al que el oficial de mayor graduación le dijo unas palabras que alcanzaron a escuchar– Ahumada, vaya al avión, que enseguida lo alcanzamos – y luego, dirigiéndose a ellos- Señores oficiales buenos días, permítanme que me presente, soy el comodoro Federico Muhlemberg, piloto del avión que los llevará a Lima, y mi copiloto el vice comodoro Fernando Gonzales.

- Encantado de conocerlo, comodoro, mucho gusto, soy el coronel Carlos Ciriani Santa Rosa – tomó una posición algo más rígida y procedió a presentar a sus compañeros - comandante Enrique Meseth Rossi, comandante Alfonso Machado Mori y comandante Germán Arias Grazziani.

- Encantado de saludarlos, señores oficiales, pronto reemprenderemos vuelo…con permiso – ambos oficiales argentinos dieron media vuelta retirándose; habían dado unos pasos cuando se cruzaron con una señora de abrigo negro, de cuero, acompañada de dos niñas de unos diez años de edad, a la que Muhlemberg saludó de pasada.

- Señora Gastaldi, mis respetos - fue lo que dijo, sin detenerse; ella respondió el saludo con una sonrisa y un movimiento de cabeza.

- ¿Y ustedes de qué se ríen? – preguntó Ciriani, de ordinario un hombre parco y serio; los tres comandantes, a su vez, trataron, sin mucho éxito, borrar las sonrisas de sus rostros.

- Es que ese suboficial argentino es colorado como usted… y de su misma contextura ¿no será su pariente? – el comandante que había hecho el comentario, como piloto de transporte, había compartido muchos vuelos con el coronel, y tenía con él más confianza de lo que aparentaba el talante seco con que Ciriani se había dirigido a ellos; un esbozo de sonrisa fue la respuesta.

A las once de la mañana partió el avión rumbo a Santiago, donde repostó combustible, continuando luego hacia Antofagasta, última parada antes de partir hacia Lima.

Eran las cinco de la tarde, pasadas, y en la residencia de la familia Ciriani había un ajetreo inusitado, inquietos niños, evidentemente hermanos, salían de la casa por momentos para hablar con Máximo, chofer de uno de los dos automóviles que aguardaban a la puerta, hasta que hicieron su aparición un par de jóvenes, ambos veinteañeros.

- Carlos, apura a las chicas, que se nos pasa la hora – dijo el menor de ellos, y es que Carlos, en ausencia de sus padres, como el mayor de los siete hermanos era quien llevaba la voz cantante.

- ¡Meche…Rosa! – llamó, levantando la voz – apúrense que tenemos que irnos, ya va a llegar el avión y todavía seguimos acá – un par de minutos después se completó la comitiva que iría a esperar la llegada de sus padres.

En uno de los automóviles, que conducía Carlos, iban Antonio, alférez de la Marina, al que llamaban “Chino” y Rosa, una de las dos hermanas; el otro auto era conducido por Máximo, chofer del coronel, en el cual iban la abuela materna de los muchachos, Meche, la otra hermana, y Willy. Faltaban Miguel, alférez de la FAP que se encontraba en misión de vuelos, y Bruno, el último de los siete hermanos, de apenas seis años, que se había quedado en casa al cuidado de Justina, su ama.
- Ay Carlos, eres un exagerado, recién son las cinco y el avión llega a las 8 de la noche…- dijo Rosa

- Mejor es ir temprano por si hay algún inconveniente en el camino, además no conocemos el aeropuerto y no sé por dónde saldrán…así que no fastidies – replicó Carlos

- ¿Qué me traerá mi mamá?

- Oye, el domingo es el Día de la Madre, no de las fastidiosas – intervino “Chino”, riéndose.

En el avión, Jorge Enriquez, sentado en la penúltima fila, cabeceaba, agotado, al costado de su hermana Cristina; Beba, la hermana mayor, ubicada en una de las filas a mitad de la cabina, dejó su asiento para acercarse a Cristina y decirle que la señora con la cual había estado conversando durante la primera etapa del vuelo, quería conocerla; dócilmente, Cristina fue a sentarse al costado de la señora, conversó con ella alrededor de media hora y luego volvió a su anterior ubicación.

- Jorge, dice la señora de adelante que quiere conocerte a ti también, así que anda adelante y yo me quedo con Beba.

- Pero… le hubieras dicho que estoy durmiendo y …

- Jorge, dale gusto a la señora, viaja sola – terció Beba.

- Bueno, está bien.
- Jorge, no te pongas el cinturón y tápate con tu chompa para que no te digan nada – él no entendió porqué su hermana le había hecho esa recomendación pero, como siempre, le obedecería.
Jorge se levantó refunfuñando y se dirigió al asiento que había desocupado Cristina, al costado de la señora, a la altura del ala; al pasar vio, una fila más atrás, al otro lado del pasillo, a la señora del abrigo negro, de cuero, con las dos niñas, una de ellas acurrucada y dormida, sin cinturón; se sentó junto a la señora que había preguntado por él
- Buenas tardes, señora ¿preguntó por mí? me llamo Jorge Enriquez
- Hola Jorge, sólo me faltaba conocerte a ti…- la señora inició un diálogo intrascendente, aunque más parecía un monólogo, a resultas del cual Jorge se quedó dormido.
El piloto del avión, se volvió hacia el Suboficial Principal FAA Oscar Ahumada, ingeniero de vuelos.
- Ahumada, lo veo muy cansado.
- Es cierto, comodoro, ese reportaje de mantenimiento me ha hecho sudar la gota gorda - respondió el Suboficial Principal Oscar Ahumada.
- Y qué esperaba – le dijo, sonriendo – esa panza no es gratuita, que venga Santos a reemplazarlo….y usted vaya a descansar un poco, se lo merece, pero tenga cuidado, no se vaya a sentar al lado de su gemelo, el coronel de la FAP – Ahumada no entendió la broma, pero le picó la curiosidad ¿Su gemelo? - …ah, y de paso dígale al comisario (empleado civil) Taverna que me traiga un café bien cargado. Ahumada se dirigió a la parte posterior de la cabina de pasajeros en busca del otro mecánico de la tripulación, suboficial mayor Alberto Moro; en su recorrido hacia la cola, muerto de curiosidad buscó y ubicó con la mirada al coronel Ciriani; al pasar por su lado se cruzaron las miradas y Ahumada saludó con una ligera venia, gesto que fue correspondido por el coronel; se rió para sus adentros al comprender la broma de su piloto Nos parecemos…pero no tanto ja ja ja.
Poco más atrás, estaba Jorge Enriquez, dormido y con el cinturón de seguridad desabrochado, pero consideró que no valía la pena despertarlo, había buen tiempo y el vuelo era tranquilo - ¿para qué despertarlo?
- Comodoro, a usted también se le nota cansado ¿por qué no duerme un poco? – el copiloto hizo una pausa dubitativa, como sopesando lo que iba a decir a continuación - todavía nos falta más de tres horas para llegar a Lima, el avión está como una seda y tenemos muy buen tiempo, descanse un poco.
- Gracias Gonzales – respondió Muhlemberg a su copiloto, el vice comodoro Fernando Gonzales – pero aunque lo intente no podré dormir, no está en mí, el subconsciente es más poderoso.
Cuando los Ciriani, llegaron al flamante “Aeropuerto Internacional Jorge Chávez”, aún en construcción, por un rato pasearon por el interior mirando lo poco que había en el gran salón, apenas los mostradores de las compañías, y sofás y sillones para los pasajeros y familiares que acudían a despedir o recibir pasajeros.
- Si quieren darse una vuelta por ahí, o ir al baño, o lo que sea, háganlo de una vez, son las seis y media, a las siete y media nos reunimos aquí – Carlos señaló el sofá en el que se había ubicado la abuelita.
- Navegante a piloto – llamó por el interfono el navegante del vuelo CAME 1154
- Adelante Otto Federico Ricardo Jermou, le escucho – al comodoro Muhlemberg le encantaba mencionar los nombres y los apellidos de su subordinado porque le parecía que eran algo rimbombante.
- Comodoro, las condiciones de tiempo en el Jorge Chávez, de Lima, en el momento son malas, hay un banco de niebla y la visibilidad está en los mínimos.
- ¿Y en el alterno? – preguntó Muhlemberg.
- En el aeropuerto de Pisco las condiciones son buenas, cubierto alto con seis octavos de visibilidad - intervino el radio operador, sub oficial mayor FAA Santos Llerena.
- Recibido, gracias – Muhlemberg se quedó pensativo, sin añadir palabra.
-
A las siete y media de la noche los hermanos Ciriani Anchorena se reunieron en el lugar que había indicado Carlos, el hermano mayor, excepto Máximo, el chofer, y “Chino” que apareció a poco, seguido un par de pasos atrás por una pareja de adultos.
- En el mostrador me han dicho que el avión está un poco retrasado, va a llegar a las ocho y cuarto, por confirmar, así que mejor nos sentamos – dijo Chino mientras empezaba a sentarse, al lado de Rosa en el único siento desocupado.
- ¿Por confirmar, cómo es eso? – preguntó Meche.
- Claro – intervino Carlos – lo confirman cuando ya está cerca.
Chino se percató de la presencia de la pareja, a la que reconoció porque minutos antes había estado a su lado indagando, al igual que él, la hora de llegada del CAME; de inmediato se puso de pie.
- Por favor, señora, tome asiento – ella dudó un instante y aceptó el ofrecimiento, quedando al lado de Rosa.
Por unos segundos todos permanecieron callados y luego, casi simultáneamente, empezaron a conversar.
- Gracias por cederle el asiento a mi señora, la verdad es que debe estar cansada, no nos enteramos de que el vuelo viene con un retraso de tres horas por la escala en Mendoza…y aquí estamos ya varias horas ¿cómo se llama usted? Yo soy Enriquez, Rodolfo Enriquez, y mi esposa Sara.
- Mucho gusto, señor, yo soy Antonio Ciriani y he venido con mi abuelita y cuatro hermanos a recibir a nuestros padres, que vienen de celebrar su bodas de plata.
- Bueno – dijo Rodolfo con su marcado acento argentino – ustedes son cinco y yo tengo cinco hijos…ja ja ja… empatador pierde.
- Qué pena, don Rodolfo, porque somos…siete hermanos.
- ¡Ah la pelota…! la casa gana ja ja ja - comentario que creó una atmósfera distendida - ¿estás en la universidad?
- Noo, señor, soy alférez de la Marina – involuntariamente se irguió un poco. Rápidamente se generó una corriente de simpatía y entraron en detalles familiares.
- Ah caramba ¿en tu familia hay alguien más dedicado a la carrera de las armas?
- Pues..sí – mi padre, dos tíos y un hermano están en la Fuerza Aérea, mi hermano también es alférez, pero no está en Lima, se encuentra en comisión de vuelos en la selva ¿y usted?
- Nosotros estamos en tu tierra casi por casualidad…tenemos cinco hijos, tres hombres y dos nenas, y estamos separados…por razones de trabajo – hizo una pausa, parecía que sentía la necesidad de hablar, de descargarse de algo porque prosiguió – en Argentina las cosas no andaban bien para nosotros, mejor dicho para mí, como arquitecto, así que decidimos, con mi mujer, tentar suerte en Estados Unidos, en Nueva York, pero allá mi título no tiene validez así que los dos tuvimos que trabajar en lo que pudiéramos, eso significó que yo terminara trabajando no como arquitecto, sino como empleado en un laboratorio, haciendo tareas para las cuales no estaba preparado, y mi esposa, cosa que nunca había hecho, también tuvo que trabajar como empleada – se quedó callado, como ensimismado, y Chino supo respetar ese elocuente silencio - a los chicos los dejamos repartidos, los dos mayores, Rodolfo y Arturo, se quedaron en casa de unos amigos de ellos, en este vuelo vienen mi hija Sara Julia, que tiene 17, María Cristina, que es la menor, de 12, y Jorge Enrique de 14 – hizo una nueva pausa – y ahora nos vamos a reencontrar… ¡después de un año!
- Pero ¿cómo así usted y su esposa están en Lima?
- Ah, eso; bueno, sucede que un compatriota me dio una carta de recomendación para el presidente Belaunde, que es arquitecto como yo y ahora estoy trabajando aquí… no te imaginas lo duro que ha sido
- Estoy seguro que sí, que.. – Rodolfo pareció no escucharlo, porque continuó hablando, como para sí – ¡Y vienen justo para el día de la madre! Sara, mi esposa, está feliz esperando la llegada de sus tres hijos menores.

En el ínterin había llegado Máximo, que se dirigió al mayor de los hermanos
- Carlos – tuteándolo con la confianza que le daban los años al servicio de Carlos padre - afuera hace un frío terrible, y hay una neblina que parece una nube, fíjate que han tenido que detener el partido porque los jugadores no veían la pelota, lo he escuchado en el radio del carro.
- ¿En serio? ¿Quiénes juegan?
- Carlos…están jugando el pre olímpico sudamericano ¿y tú? ni enterado
- Oye…hoy día juegan Argentina – Colombia y Chile - Uruguay ¿Está jugando Perú? ¡No! Entonces ¿qué me importa quienes juegan?
- Ya, pero entonces ¿cómo van a bajar los aviones si no se ve nada? - preguntó Máximo
- Los pilotos saben cómo hacerlo, con instrumentos de navegación – fue la respuesta de Carlos.
- Lima, este es el CAME 1154 – llamó el vice comodoro Gonzales a la torre de control del aeropuerto Jorge Chávez.
- Adelante 1154, buenas noches, esta es la torre de Lima.
- Lima torre, 1154 solicita autorización para descender en ruta.
- 1154, esta es Lima, autorizado para descender a discreción hasta los cuatro mil pies, no tiene tráfico reportado en la ruta.
- Torre de Lima, a las 19: 30 hora local el 1154 inicia descenso en condiciones visuales, reportaremos alcanzando los 4,000 pies.

Faltaba algo más de media hora para la hora estimada de llegada del CAME 1154 cuando por los parlantes se escuchó una voz que anunciaba el aterrizaje de un avión de línea comercial; quince minutos después empezaron a aparecer los pasajeros recién llegados y se repitieron las escenas que habían visto a la llegada de otros aviones, personas que se agolpaban, cabezas erguidas y movedizas que trataban de ubicar al o los pasajeros que habían ido a recibir, brazos que se levantaban para llamar la atención de sabe Dios quien, y hasta algunos nombres llamando a gritos a alguna persona en particular.
Pronto los recién llegados abandonaron el aeropuerto y tal parecía que sólo quedaban los que, al igual que ellos, esperaban la llegada del avión argentino.
- Lima, este es el CAME 1154 – llamó a la torre de control del Jorge Chávez el vice comodoro Gonzales.
- CAME 1154, esta es Lima, adelante con su información
- Lima, el CAME 1154 a las 19:50 en la vertical de su estación a 4,000 pies, en condiciones visuales, pido instrucciones.
- Recibido 1154, las condiciones de visibilidad continúan variables, en el momento está bajo los mínimos - el operador de la torre se tomó unos segundos antes de continuar con las instrucciones – le sugerimos mantenga 4,000 pies en patrón de espera, lo mantendremos informado de las condiciones de visibilidad.
- Recibido torre, el 1154 se mantendrá en patrón de espera a 4,000 pies – Gonzales miró a Muhlemberg y continuó - ¿Me da las condiciones de visibilidad de Pisco?
- CAME 1154, en el momento las condiciones de visibilidad de Pisco son buenas, informe intenciones.
- Torre de Lima, por el momento el 1154 se mantendrá en patrón de espera, reportaremos cualquier cambio
En la cabina del DC-4 se desarrolló un corto diálogo
- Gonzales, vamos a dar un par de vueltas al hipódromo – refiriéndose al patrón de espera, que tiene esa forma - y entonces decidiremos
Diez minutos después en el 1154 volvió a llamar a la torre
- Torre de Lima, este es el 1154 ¿me da las condiciones de visibilidad de su campo?
- 1154, esta es torre de Lima, las condiciones han mejorado ligeramente, ahora está en los mínimos, reporte intenciones.
- Torre de Lima, el 1154 dejando 4,000 pies, reportaremos alcanzando los 3,000 pies para iniciar procedimiento de descenso.
- 1154, recibido, informe iniciando procedimiento de descenso
- Torre de Lima, este es el 1154, alcanzando los 3,000 pies, iniciando procedimiento de descenso.
- Lima, recibido, el 1154 inicia descenso instrumental.
Unos minutos después volvió a llamar:
- Torre de Lima, el 1154, en vuelta de procedimientos, 2,200 pies entrando –
Con esta información estaba indicando que empezaba la recta final, de norte a sur, hacia la pista de aterrizaje.
- 1154, esta es torre de Lima, condiciones de visibilidad se mantienen estables en los mínimos, luces de aproximación intensidad máxima.
- ¡Tren abajo! – ordenó el comodoro Muhlemberg
¡Tren abajo…tres luces verdes encendidas! – respondió el vice comodoro Gonzales después de unos segundos
- ¡Flaps abajo 15 grados!
- ¡Flaps 15 grados abajo!
Estaban listos para aterrizar
Su siguiente reporte debía hacerlo dos minutos después, cuando estuviera a la cuadra de Ventanilla, a 800 pies, para luego continuar descendiendo hasta la cabecera de la pista de aterrizaje.
En Santa Rosa, un balneario a pocos kilómetros al norte de Ventanilla, Julio Aguilar y su esposa caminaban por la húmeda vereda; ella, cogida del brazo de su marido, trataba de encontrar un poco de calor pegándose a él, estaban ya a pocos metros de su casa cuando ella exclamó, estremeciéndose
- ¡Ay qué frío me ha dado, Julio! ¿Tú no tienes frío? ¡Tú nunca sientes frío!
- Claro que siento frío, sólo que no tiemblo como tú, que pareces un biringo – Julio se rió entre dientes al repetir por enésima vez la comparación que hacía de su esposa con el perro peruano sin pelo, sabiendo que a ella le molestaba de sobremanera.
- ¡Ya empiezas otra vez! ¿no te cansas de decirme siempre lo mismo?
- ¡Vamos mujer, no te molestes! ¿me preparas un café? - no hubo respuesta; en ese momento escucharon, y luego vieron, en medio de la neblina, un avión cuatrimotor justo por encima de ellos y con el tren de aterrizaje desplegado, que casi inmediatamente se perdió de vista.
- ¡Mujer! ¿has visto ?… qué raro… siempre pasan más lejos – Aguilar se puso las manos abiertas a los costados de la cabeza, como extensiones de sus orejas, pero no escuchó nada raro, la calle seguía tan vacía y silenciosa como antes, todo había vuelto a la normalidad; miró la hora, las ocho y cuarto de la noche.
El suboficial principal Oscar Ahumada, primer mecánico del avión, que había estado durmiendo en un asiento de la parte posterior de la cabina de pasajeros, se despertó bruscamente al sentir que el avión estaba haciendo un viraje – Caramba, me he dormido más de la cuenta – se incorporó y rápidamente se dirigió hacia la cabina de los pilotos; durante su recorrido vio que algunos pasajeros estaban dormidos, en tanto que otros arreglaban sus maletines de mano, y alguno más trataba, inútilmente, de ver algo, puesto que estaban en medio de las nubes; no obstante su presuroso caminar, pudo ver que Rosa, la esposa del coronel Ciriani, acurrucada, había recostado la cabeza en el pecho de su esposo, en tanto que él, en gesto protector había pasado un brazo sobre sus hombros, en la bocamanga de su polaca azul grisáceo resaltaban los cuatro galones dorados correspondientes a su rango; Ahumada, ya no pudo dar un paso más porque, de súbito, el avión levantó bruscamente la nariz, haciéndolo caer al piso.

En el aeropuerto Jorge Chávez, los Ciriani, impacientes, contaban los minutos, que parecían durar más de lo normal, el arribo del CAME 1154 estaba programado para las 8 de la noche, pero hasta ese momento no había anuncio alguno, Carlos miró su reloj de pulsera, habían transcurrido más de quince minutos de la hora prevista sin que se produjera el anuncio esperado.
- Chino, anda a preguntar a qué hora va a llegar el avión, ya son la 8 y 20 – Antonio fue presuroso al mostrador – no se muevan de acá, voy a llamar por teléfono y regreso.
Luego de unos minutos Carlos regresó para reunirse con sus hermanos pero, al no ver entre ellos a Antonio decidió ir a buscarlo, lo encontró en el camino.
- Hay varias personas preguntando lo mismo que nosotros, nos han dicho que el avión está un poco retrasado y que en cualquier momento avisan de su llegada.
Minutos después, alrededor de las nueve, fue Carlos quien se apersonó al mostrador para averiguar el motivo del retraso; cuando regresó mostraba gran preocupación.
- ¿Qué pasa? – le preguntó “Chino”.
- Algo está mal, nos han dicho que aparentemente el avión se ha ido a Pisco, por malas condiciones de visibilidad en el aeropuerto, pero que no están seguros, que en unos minutos nos darán nueva información.
- ¿Aparentemente?… ¿cómo que aparentemente?
- No sé, eso es lo que han dicho, por eso, tú que eres oficial, anda a la torre de control y averigua qué pasa – los otros hermanos escuchaban en silencio sin saber qué hacer; media hora después “Chino” estuvo de regreso, con el rostro demudado.
- Se ha presentado un problema y se van a demorar en darnos información.
De inmediato empezaron las preguntas.
- Chino, dinos la verdad ¿se ha caído el avión?, ¿por qué no nos dicen qué ha pasado? - Rosa se mordía el puño con las lágrimas corriendo por sus mejillas, en tanto que Meche estrujaba un pañuelo sollozando en silencio.
- ¿Qué más te han dicho? – urgió Carlos. No hubo respuesta porque en ese momento, cerca de las diez de la noche, apareció un funcionario de CORPAC, alrededor del cual se arremolinaron las personas que estaban esperando la llegada del CAME.
- Por favor señores, calma, presten atención - desafortunada frase dadas las circunstancias – el avión del Correo Aéreo Argentino… ha sido declarado como perdido, reportó que estaba descendiendo al aeropuerto de Lima y luego hemos perdido totalmente la comunicación, por lo que, en vista del tiempo transcurrido, hemos iniciado los procedimientos de búsqueda. Les aconsejamos que se vayan a sus casas, cualquier noticia o información que recibamos se la haremos conocer de inmediato. Lo siento mucho.
- Máximo – llamó Carlos al chofer – llévate a la abuelita y a mis hermanos a casa, Chino y yo nos quedamos – nadie replicó, desfilaron en silencio, muy juntos, en dirección a la playa de estacionamiento.
Una vez solos los hermanos conversaron brevemente.
- ¿Qué te dijeron en la torre de control? – preguntó Carlos.
- Estaban muy preocupados, me dijeron, muy confidencialmente, que el piloto había reportado que ya estaba en la parte final de su aproximación, luego ya no lo volvieron a escuchar ni respondió a los llamados de la torre, por lo que creían que se había estrellado en la zona de Ventanilla.
- ¡Vamos! ahí deben haber escuchado algo ¿tú conoces Ventanilla?
- No, pero vamos, preguntaremos, algún letrero habrá.
La carretera que conducía al desconocido lugar era de sólo dos carriles, ondulada, en ascenso siguiendo el perfil de las lomas y sin iluminación alguna; la espesa neblina hacía más lóbrega la noche, y los hermanos, sumidos en sus pensamientos, apenas si hablaron.
- ¿Tú crees que encontremos algo? – preguntó Chino
- No sé, pero tenemos que ir, de todas maneras.
- Es que si han caído al mar los sobrevivientes no recibirían ayuda hasta mañana, y eso será demasiado tarde.
- No sé, tal vez se han estrellado y puede haber sobreviviente… no sé, por lo menos vamos a intentar, no nos podemos quedar sentados a esperar noticias, nadie sabe qué ha pasado… siempre hay esperanzas… no sé.

Ventanilla, cuya construcción se inició en 1960, concebida bajo el concepto de ciudad satélite, contaba con todos los servicios básicos, aun cuando su población era todavía muy escasa; cuando los Ciriani llegaron se dirigieron al lugar más iluminado, que resultó ser la amplia y larga avenida principal, iluminada con grandes luces de mercurio, pero completamente vacía, como si de una ciudad fantasma se tratara. Tras dar unas vueltas encontraron la comisaría, que resultó ser pequeña y con sólo el personal de guardia, un sargento y dos guardias; Chino se identificó como oficial de Marina con el único policía que estaba despierto, comunicándole sus intenciones de buscar el lugar del accidente.
- Mi alférez, son las once de la noche, no tenemos conocimiento del accidente que usted me menciona y en este momento sólo podría apoyarlo con un policía, lo cual me parece peligroso.
- No importa, saldremos con sólo ese.
- Mi alférez, si me da usted quince minutos creo que podría llamar a dos más, que viven acá en Ventanilla.

De a pocos, Jorge Enriquez se fue despertando; estaba acostado, boca abajo, tirado en la arena.
Alzó la vista, un espectáculo dantesco se presentó ante sus ojos.
Por un instante pensó que estaba sumido en una espantosa pesadilla; pretendió despertarse, salir, salir de ese sueño y no podía…
No había manera, la escena era real y le costó bastante darse cuenta que aquello no era un sueño. Se pellizcaba los brazos y la cara. No podía creerlo. Llegó al punto de masticar arena para confirmar que no se trataba de una pesadilla. No podía salir de su letargo ni de su asombro.
Lentamente fue comprendiendo y entrando en la realidad. Empezó a recordar que estaba viajando con sus hermanas y que, evidentemente, el avión había sufrido un accidente.
Era de noche, una noche absolutamente negra, con mucha niebla; sentía frío y calor al mismo tiempo.
Se imaginó que estaba totalmente solo y desamparado en algún lugar del mundo. No podía entender que todo eso le estuviera sucediendo realmente.
Lo primero que pudo distinguir fueron pequeños focos de fuego, de unos 10 a 40 centímetros de altura, que evidentemente formaban parte de un incendio que se estaba extinguiendo y que había consumido casi la mitad del avión.
En ese instante, entendió, con un profundo dolor en el alma y mucha impotencia, que ya nada podía hacer por sus queridas hermanas, ni por ninguno de los que estaban en ese verdadero infierno… Todo había terminado…
Se incorporó. No sentía dolor alguno… sólo el que sentía dentro de su corazón.
En ese estado de perplejidad, comenzó a caminar, descalzo y desorientado, sin rumbo. Había muy poca visibilidad, por lo que no podía distinguir mucho. La desolación era total. Pasó por el costado de un tren de aterrizaje, que aún tenía las ruedas acopladas, se veía como arrancado de cuajo; la noche era terriblemente negra y una sobrecogedora atmósfera de silencio lo envolvía.
De pronto, surgiendo de esa espesa oscuridad, escuchó el llanto de una niña y empezó a buscarla. El llanto lo fue guiando y, al fin, llegó a su lado, la encontró sentada sobre la arena, llorando desconsoladamente; se trataba de Graciela Gastaldi, de 9 años. Ya no estaba solo, ahora eran dos.
Luego de un buen rato de estar juntos comenzó a bajar la temperatura, como resultado de que poco a poco se fueron apagando los últimos focos del incendio, que persistían y que, hasta ese momento, los mantuvo calentitos; Jorge caminó unos cincuenta metros, alejándose del avión, tratando de reconocer el terreno y ver si encontraba algo que les fuera útil… lo único que encontró fue frío y más frío.
Regresó al lado de Gracielita, que solamente tenía puesto un vestido liviano, de mangas cortas. Como él tenía un sweater y encima un saco de media estación, se sacó el sweater y se lo entregó a Gracielita.
Luego, cavó dos pozos más o menos de su talla en la arena, que aún estaba templada debido al calor generado por el incendio del avión. Este, o más bien lo que quedaba de él, se encontraba a unos 30 metros de distancia.
Recostó a Gracielita en uno de los pozos cubriéndola con la arena, que aún estaba tibia, dejándole sólo la cabeza afuera; él hizo lo mismo en el otro pozo. Permanecieron así durante un tiempo, que calculó que fue de más de una hora.

A las once y veinte minutos de la noche regresó el policía que había ido a buscar a otros dos, pero acompañado de sólo uno. Los cuatro hombres, los dos hermanos Ciriani y dos policías, se encaminaban hacia los cerros con apenas dos linternas de mano ¿hacia dónde dirigirse? no tenían la menor idea, simplemente empezaron a subir y bajar las elevaciones que se les presentaban, con la esperanza de encontrar alguna pista que los condujera al avión siniestrado. Caminaron cerca de media hora, hasta ese momento juntos, sin encontrar la menor señal del avión, por lo que decidieron formar dos parejas, uno de los hermanos con una linterna y un policía en cada una de ellas; la idea era cubrir más espacio, manteniéndose en contacto mediante señales intermitentes con la luz de las linternas; al comienzo así lo hicieron, con éxito, pero al cabo de una hora, en medio de las tinieblas y subiendo y bajando por terreno desconocido, dejaron de verse entre sí. Carlos, cansado y desmoralizado se detuvo en una elevación encendiendo y apagando la linterna repetidamente, que era la señal convenida para juntarse cualquiera fuera el motivo; la falta de respuesta lo llenó mayor preocupación, inicialmente pensó que no veía la respuesta de su hermano por lo denso de la neblina, lo que suponía que su hermano tampoco estaba viendo las suyas ¿Se habrá extraviado? pensó angustiado, lo llamó a gritos, sin resultado, nuevamente hizo señales con la linterna y le pidió al policía que lo acompañaba que hiciera sonar su silbato, aguzaron los oídos, sin escuchar respuesta alguna.
Jorge Enriquez, en su hoyo en la arena, comprendió que tenía que olvidarse del dolor y aferrarse con todas su fuerzas, de cuerpo y espíritu, a la vida que Dios le prestaba por un tiempo más.
En ningún momento de la terrible tragedia que estaba viviendo pudo llorar, sólo se preguntaba - Señor ¿por qué a mí? ¿por qué así? ¿por qué…?
En esas circunstancias, la presencia de Gracielita fortaleció su ánimo y lo empujó a asumir la responsabilidad que le tocaba vivir, dejó de pensar en sí mismo y en sus hermanas ya ausentes, ocupándose solamente en pensar en cómo salir de allí; sediento, con la boca seca, se pasó la lengua por los labios, los sintió como si estuvieran cubiertos por una costra, alarmado supuso que si permanecían donde se encontraban morirían por deshidratación; consideró que siendo el más grande, el mayor, contaba con “más experiencia” y “conocimiento” de lo que les podía suceder quedándose en ese inhóspito lugar, decidió que lo mejor era alejarse cuanto antes e ir en busca de ayuda.
- Gracielita, tenemos que irnos, vamos a buscar a alguien que nos ayude
- ¡No! Déjame acá, ándate tú solo.
La niña, que tenía sólo 9 años, estaba plenamente consciente de la pérdida de su madre y de su única hermana; Jorge insistió una y otra vez, pero Gracielita, completamente abatida, le daba siempre la misma respuesta – No ándate tú solo - Jorge comprendió que era necesario emplear otra táctica para convencerla.
- Gracielita, te voy a contar algo que no lo sabe nadie
- ¿Si…qué cosa?
- Algunos tenemos hasta tres oportunidades de vivir, así nos pase lo que nos pase
- No te creo.
- Claro que es cierto, esta es tu primera vez, pero para mí ya es la tercera y si no son accidentes, o lo que sea, tú y yo somos de esos, entonces yo moriré y seguro tú te salvarás.
- No te creo ¿cuándo fue que casi te mueres?
- Una vez, en el colegio, cuando yo tenía ocho años, como tú…
- Tengo nueve años…no ocho – lo interrumpió la niña. Jorge continuó, contento, porque vio que Gracielita se interesaba en su pequeña historia.
- Ah, sí, bueno la cosa es que en el colegio había una fiesta patriótica y en el patio habían levantado un palco con un arco, como de fútbol, pero muy grande, que iban a forrarlo con papeles del color de la bandera – se detuvo un momento – entonces se me ocurrió treparme al arco y colgarme de cabeza flexionando las rodillas, no sé qué hice pro se me soltaron las piernas y me caí de cabeza al piso de cemento – suspiró – por supuesto quedé inconsciente por la conmoción cerebral, me llevaron a un médico que vivía cerca y ahí me quedé varias horas…cuando me desperté no tenía ni fractura ni nada.
El suboficial de la Guardia Civil se dirigió a “Chino”
- Mi alférez, disculpe que se lo diga, pero…creo que estamos perdiendo el tiempo… estee…si hubiera caído por acá, lo habríamos escuchado…los aviones no pasan tan cerca de Ventanilla, pasan por el mar.
- ¿Entonces, nunca los escuchan? – le preguntó Chino.
- A veces los vemos, mejor dicho las luces, a lo lejos, y casi no se les escucha – el policía se detuvo.
- ¿Qué más me ibas a decir?
- Bueno queeee…hubiéramos escuchado la explosión…o sentido algo – en ese momento Chino trastabilló y en su esfuerzo por mantener el equilibrio soltó la linterna, preocupado trató de encenderla, pero fue inútil, ya no funcionaba.
- ¡Carajo…se malogró! – exclamó - ¿Y ahora, cómo le aviso a Carlos?
Tuvo la misma idea que Carlos, le pidió al policía que hiciera sonar su silbato, sin resultado alguno; después de varios intentos comprendió que no tenía alternativa, debían regresar al pueblo. Cuando llegaron de regreso se dirigieron inmediatamente a la comisaría, donde el sargento los esperaba despierto; pasaron quince, veinte minutos, y Chino, que no tenía otra opción que esperar, estaba nervioso, casi desesperado, mil ideas le cruzaban por la mente - ¿Hasta qué hora lo tendré que esperar? ¿y si no aparece en toda la noche? ¿qué hago, a quién llamo? ¿a esta hora…a quién?

Gracielita, ya convencida por Jorge, se dispuso a acompañarlo; de pronto, cundo habían caminado unos 50 metros encontraron, tendido en la arena, a un hombre al que no habían visto hasta ese momento por lo densa que era la neblina; de unos cuarenta años y con uniforme de la Fuerza Aérea, estaba semiinconsciente, sólo emitía gemidos y balbuceaba palabras incoherentes, había sufrido un fuerte golpe en la frente y tenía un ojo evidentemente lesionado y lleno de arena, además de una pierna fracturada. Impotentes para prestarle alguna ayuda se limitaron a darle unas palabras de consuelo y prometerle que buscarían ayuda también para él, sin saber si los escuchaba o no.
Los dos niños, de 9 y 14 años, solos, descalzos, con mucho frío, totalmente desorientados y casi casi sin visibilidad, estaban viviendo la noche más oscura de sus vidas.
Después de caminar sin rumbo por el desierto algo más de media hora, encontraron diferentes huellas de vehículos; esperanzados con el hallazgo se pusieron a caminar sobre ellas buscando un destino; pero fue inútil, esas huellas se entrecruzaban formando un verdadero laberinto, alguna que seguían, más adelante desaparecía borrada por acción del viento; intentaron seguir varias de ellas, pero en todas sucedía lo mismo - No sabían que el lugar era un lugar de práctica del Ejército, de ahí la profusión de huellas sin destino - Jorge supuso que al no tener referencias estaban caminando en círculos; frustrado, y casi vencido, pensó por un momento abandonarse, pero una vez más se sintió que era responsable por Gracielita, decidió entonces ponerse en manos de Dios y reemprender el camino en una sola dirección, la que fuera, pero en línea recta.
En la comisaría el sargento de la policía notó el obvio nerviosismo de Chino
- Mi alférez, no se preocupe, los dos efectivos que los acompañaron son conocedores de esta zona… en cualquier momento regresan, seguro.
Carlos y Chino habían caminado, en realidad sin rumbo, durante dos horas, subiendo y bajando dunas, la espesa neblina no les había permitido ver más allá de unos cuantos metros, no habían encontrado indicio alguno y ya no sabían si estaban yendo hacia el oeste, al norte o al sur, hasta que se separaron y perdieron el contacto, recién entonces se convencieron que lo que estaban haciendo era un sinsentido. Decidieron regresar a Ventanilla y volver a Lima, con la intención de retornar por la mañana para hacer un nuevo intento. Llegaron a su casa a las dos de la madrugada, agotados, cubiertos de tierra y desmoralizados.

El estridente sonido de la campanilla del teléfono, ubicado en la sala de recibo, rompió inmisericorde el silencio de la madrugada, el teniente FAP Mario Muñiz, sobresaltado por el intenso repiquetear encendió la luz de la lamparita de su mesa de noche y miró la hora - ¡las dos de la mañana! - retiró las cobijas y se dirigió presuroso a contestar el teléfono que seguía alborotando; en su apuro salió descalzo de su habitación, el frío de las baldosas lo hizo estremecer
- Aló…- contestó preocupado, en los pocos pasos que dio hasta llegar al teléfono iba pensando - ¿Quién será que llama a esta hora, será algún problema con mis viejos…o con uno de mis hermanos? Carlos está en la Unión Soviética…

- ¿Teniente Muñiz?

- Sí, presente - le pareció la voz del Comandante del Grupo 8

- Muñiz, te habla el coronel Fernando Miró Quesada – ¿Qué habrá pasado? - efectivamente era quien él suponía - vente al Callao inmediatamente, tenemos una emergencia…el CAME argentino (Correo Aéreo Militar al Extranjero) que venía de Buenos Aires reportó haciendo descenso y no ha aterrizado, estamos llamando a todos los pilotos de helicóptero.

- Salgo enseguida, mi coronel – el alivio había dado paso a la preocupación, manejaba rápido pero prudentemente - ¿El CAME? Ese es un DC- 4 ¿haciendo descenso y no ha llegado? se ha estrellado. Cuántos muertos. Ahí no hay sobrevivientes – el limpiaparabrisas de su automóvil funcionaba en marcha lenta, una fina llovizna le restringía la visión – con este tiempo no vamos a poder volar ¿habrán caído al mar?

Graciela, lastimada, muy cansada y desanimada le suplicó que se detuvieran, que ya no podía más; Jorge se sentó a su lado, ambos en silencio, hasta que después de un rato la niña le preguntó.
- ¿Cuál fue la segunda vez que casi te mueres?
-¡Uy! Esa fue terrible también – Jorge se alegró de escuchar la pregunta porque, a pesar de todo, Gracielita no se había abandonado, que era lo que él más temía – todos los días, al llegar del colegio, solía buscar uno de los caballos que teníamos; se llamaba Rocío y lo montaba a pelo, usando sólo una soga a modo de rienda. Un día, luego de andar y galopar, regresé a casa cuando sólo estaba mi abuela, durmiendo la siesta. Me bajé del caballo, le desaté la soga de la boca, y como Rocío estaba muy sudado imaginé que tendría mucha sed, entonces, parado detrás de sus ancas, le pegué despacio con la soga y le dije “anda a tomar agua”. Pero el caballo se asustó y salió corriendo, al tiempo que lanzaba una coz que me pegó en la boca del estómago; caí desmayado y calculo que permanecí ahí, tirado y solo en el medio del parque, por más de una hora, hasta que me desperté sintiendo sólo un poco de dolor en los músculos del estómago ¿qué te parece?
- Que tienes mucha suerte.
- Sí, pero como te dije, esta es la tercera vez…y ya no tengo más chance.
- Sí, ya me lo has dicho.
- Entonces vamos, sigamos caminando.
De esa manera siguieron avanzando muy lentamente, de acuerdo a las posibilidades de Gracielita, deteniéndose cada vez que ella se lo suplicaba, que era cada 50 metros, como mucho. Por momentos la niebla era menos espesa, lo cual les permitía, cada tanto, ver un poco mejor lo que hubiera más allá. Sólo por instantes el cielo se tornaba diáfano, dejando que la luna los iluminara.
Como el relieve del suelo era quebrado, con ondulaciones que sólo les permitía ver el final de las lomas, advertía las siluetas de lo que se le antojaban casas de diversos tamaños y formas, entonces apresuraban el paso con excitación y entusiasmo, pero al llegar, toda esa ilusión se desmoronaba al comprobar que sólo se trataba de rocas esparcidas sobre la arena, las cuales en su conjunto formaban algo muy parecido a un poblado. Jorge realmente se entusiasmaba cada vez que esto sucedía, y sucedió varias veces, pues le parecían totalmente reales, al punto que llegó a imaginarse que en cualquier momento, en medio de la nada, encontrarían “una casita, desde la cual pedirían ayuda por teléfono”.
En cuanto Muñiz llegó a la Base Aérea, a las 3 de la mañana, se dirigió presuroso a la línea de vuelo. Desde lejos reconoció al oficial que estaba uniformado de azul, era el coronel Fernando Miró Quesada, Comandante del Grupo Aéreo N*8. Hombre alto, su figura era inconfundible, con capote, chalina blanca y gorra destacaba aún más. Junto a él estaban el Jefe de Servicio y otros oficiales.
- Presente, mi coronel, buenos días – el teniente Mario Muñiz se cuadró y saludó militarmente.
- Hola Muñiz, ya sabes lo del CAME, vamos a esperar que aclare un poco para salir a buscarlos, tienen que estar en los alrededores de Ventanilla…pero con este tiempo… – dejó la frase en suspenso

- Creo que el Alouette tres sería el adecuado, mi coronel

- Muy bien, la idea es salir a rastrear el mar por si hay señales de un amerizaje, aunque estoy seguro que lo vamos a encontrar en los cerros, me parece que se ha equivocado y ha hecho su descenso con el radiofaro de Ventanilla – más por pasar el tiempo que otra cosa, el coronel, viejo piloto de transporte con muchas horas de vuelo, continuó explicando porqué creía que encontrarían el avión accidentado en el sitio que él indicaba – como ha reportado que estaba ejecutando los procedimientos de descenso, o sea dejando los 3,000 pis, y luego se perdió la comunicación, podemos supones que estaba en la pierna final del descenso, entrando de norte a sur y seguramente ya a 800 pies, que es la altura mínima hasta llegar a Ventanilla. Imagínate una cruz formada por las dos agujas que señalan los radiofaros – el coronel se refería a las agujas en el tablero de instrumentos, a la par que gesticulaba para ser más explícito - la aproximación final la haces siguiendo la aguja número “1”, que te señala a la nariz siguiendo las señales del radiofaro del Aeropuerto Internacional y que te lleva directamente a la cabecera del campo – hizo una ligera pausa - la otra aguja, la número “2”, irá cayendo hacia la izquierda, señalando la ubicación del radiofaro que está en los cerros de Ventanilla - hizo una cruz con los manos extendidas – esto significa que estás en la trayectoria precisa para llegar a la cabecera del campo y que los cerros van quedando a la izquierda, en ese punto empiezas a descender hacia la cabecera de la pista, pero … si se han equivocado y han sintonizado la aguja N* “1” en el radiofaro de Ventanilla como si fuera el aeropuerto, entonces han supuesto que están dirigiéndose a la cabecera del campo, cuando en realidad estaban dirigiéndose directamente a los cerros y …- el significativo gesto lo decía todo

- Mi coronel ¿qué información tenemos? – preguntó Muñiz; el coronel le extendió una hoja de papel con unas anotaciones escritas a máquina
“Correo Aéreo Militar al Exterior – CAME Vuelo 1154
- Avión DC-4 Fuerza Aérea Argentina - matrícula T- 47
- Personal a bordo 49
- Plan de Vuelo: Buenos Aires (Aeroparque) – Santiago de Chile - Lima
- Decolaje 05:30 hrs. Aterrizó en Mendoza (El Plumerillo) por mantenimiento
- Decolaje de Mendoza 11:00 hrs con destino a Santiago, escala técnica. Dos horas en tierra para continuar a Antofagasta, para nueva escala técnica (Recarga de combustible)
- A las 8:15 pm El CAME reporta iniciando procedimiento de descenso instrumental en Lima. Se pierde contacto, no aterriza en “Jorge Chávez”

El caminar descalzos, en un terreno en el que los pies se hundían por lo suelta que estaba la arena, se convirtió en un verdadero suplicio y los descansos se hicieron cada vez más frecuentes y más prolongados; así, caminando y descansando, siguieron avanzando perdida la noción del tiempo. En determinado momento Gracielita simplemente se sentó y no quiso continuar caminando, Jorge, una vez más trató de animarla a seguir pero ella se negó en redondo; a Jorge no le quedó más remedio que sentarse a su lado, en silencio, pensando en qué hacer ¿continuar solo y buscar ayuda? ¿quedarse junto con ella a esperar lo que el destino señalara? Se puso de pie y cruzó los brazos, rumiando su preocupación. Ya habían deambulado varias horas por el negro desierto, escuchando el abrumador sonido del silencio cuando a Jorge le pareció escuchar, a lo lejos, el rumor del mar; sobresaltado orientó la cabeza de manera de tratar de confirmar lo que le parecía haber escuchado, de inicio no le dijo nada a Gracielita, no quería darle un nuevo desengaño, presentía que sería el último.
- ¿Escuchas? …¡Escucha! ¡eso es el mar! – le dijo - Tenemos que llegar allá. Vamos, ahí en el mar hay vida, pasan barcos, lanchas, pescadores, gente ¡hay vida ¡Tenemos que llegar! – pero ella no le creía y le respondió
- Mentira…no te creo, ándate tú solo y déjame acá
- Te propongo algo…yo voy a ir hasta la costa, y si el mar está ahí ¿vienes conmigo?
No podía negarse, aceptó; de inmediato Jorge se alejó, no más de 50 metros, y se tiró sobre la arena, de espaldas, a descansar un poco, sin preocuparse de que Gracielita lo viera ya que era noche cerrada y con mucha niebla. Dejó pasar un rato largo, más de media hora, y volvió al lado de su compañera de infortunio; llegó casi corriendo, jadeando, como excitado, con un entusiasmo improvisado, para engañarla, y un poco a sí mismo también puesto que no había visto el mar.
- Vamos, está el mar, lo vi y allí tenemos vida, dale, vamos – cumpliendo su promesa, Gracielita se levantó entusiasmada y empezó a caminar, con ayuda de Jorge, un poco más rápido que hasta entonces, haciendo paradas más breves para llegar cuanto antes a lo que esperaban fuera su salvación.
A medida que avanzaban empezaba a clarear; al fin iba terminándose la negra noche y despuntaba el amanecer.
Carlos, después de ducharse, puso la alarma del despertador para que sonara a las seis de la mañana, había convenido con Chino en que saldrían hacia Ventanilla a las seis y media. Arrebujado trató de conciliar el sueño, suponía que con lo cansado que estaba se iba a dormir rápidamente, pero mil preguntas se le venían a la mente y no conseguía pegar un ojo, daba vueltas en la cama sin encontrar una posición que le acomodara, hasta que el cansancio pudo más, no supo en qué momento se quedó dormido. Durmió sobresaltado, con un sueño inquieto nada reparador; aún no había sonado el timbre del despertador cuando escuchó que Chino se había levantado y se dirigía al baño, quitó la alarma del despertador y encendió el radio que estaba sobre su mesa de noche.
- ¡Chino, ven, escucha! - llamó Carlos – están dando noticias del avión – Chino se acercó apresuradamente, con la cara cubierta de espuma de afeitar.
“… avión de la Fuerza Aérea Argentina perdió contacto con la torre de control del aeropuerto Jorge Chávez, a las 8 y treinta de la noche, aproximadamente, cuando se aprestaba a aterrizar”
“… nuestro reportero nos informa que pasada la hora de aterrizaje los operadores de torre dieron la voz de alarma, CORPAC presume que el avión se habría estrellado en los cerros de Ventanilla, y ha puesto en acción el plan de búsqueda y dos patrullas de personal especializado …”
Suaves golpes en la puerta del dormitorio les llamó la atención, Carlos abrió la puerta, era Justina, el ama del hermano menor, Bruno, que solía levantarse temprano.
- Carlos…anoche llamó tu tío Enrique, para hablar contigo, le dije que tú y Chino no habían regresado del aeropuerto.
- ¿Qué más te dijo?
- Preguntó por Chino, pero como tampoco estaba me dijo que lo llames en cuanto llegaras, pero no te escuché llegar ¿a qué hora llegaron ustedes?
- Como a las dos de la mañana, pero si te ha dicho que lo llame…
Carlos llamó a su tío, el general Enrique Ciriani, hermano de su padre; la conversación fue breve
- Dice el tío Enrique que no vayamos a Ventanilla, que nos quedemos con las chicas y que él nos avisará de cualquier novedad.
En el Grupo 8 el coronel Miró Quesada y los oficiales que lo acompañaban estaban impacientes, el clima jugaba en su contra, por ratos parecía mejorar pero luego volvía a cerrarse. Paulatinamente el día fue aclarando.
- Mi coronel, creo que podemos intentar llegar a la línea de costa – dijo el teniente Muñiz - podríamos ir en vuelo lento y rasante hasta el mar, ya en el lugar veremos si podemos entrar a los cerros – media hora después estaban haciendo vuelo lento en un helicóptero Alouette tres, apenas a tres metros del suelo, con la mirada atenta a los obstáculos que iban encontrando.
-
Su caminata, que duraba ya más de una hora se les hizo demasiado pesada, recién con las luces del alba Jorge pudo apreciar que Gracielita tenía las dos piernas y parte del rostro quemados por el calor que había irradiado el avión incendiado, además de un corte de unos diez centímetros en la cabeza; por su parte él tenía una quemadura extensa en la mano derecha, otra en la cintura, sobre la pelvis, y un pequeño corte en la cabeza, cerca de la nuca.
Los dos tenían arena pegada en las quemaduras, lo que les resultaba muy molesto y doloroso, sobre todo a Gracielita que, más afectada por la deshidratación, constantemente, cada vez con mayor frecuencia, le pedía agua a Jorge, agua que no tenían.
De pronto ¡el mar! Se encontraban sobre el filo de una meseta, con el mar a unos 40 metros abajo
- ¿Ves Graciela? ¡Te lo dije, el mar! - Jorge saltaba señalando la playa
Gracielita exclamó
- ¡Por favor, baja y tráeme agua!
- Sí, voy – le respondió Jorge – pero el agua de mar no se puede beber, sólo podemos lavarnos las heridas.
Ella quedó sentada arriba, mientras Jorge, que estaba mejor físicamente bajó el barranco a los saltos, no había otra forma de hacerlo por la inclinación que tenía el terreno.
- Apenas si puedo ver el terreno – el coronel, a bordo del helicóptero, había hecho el comentario más por disipar la tensión que por mencionar lo obvio.
-
- Mi coronel, estoy seguro que por aquí no hay cables…pero nunca se sabe…avíseme si ve algún poste … porque los cables van de poste a poste
Por fin llegaron a la playa…y a las gaviotas. Muñiz, siguiendo las instrucciones del coronel se adentró en el mar unos 300 metros, luego tomó el rumbo opuesto al que se suponía podría haber llevado el avión al momento de perder comunicación; con relativa frecuencia se cruzaban, o sobrepasaban, a gaviotas que se apartaban en violentos giros.
-
- Mi coronel, voy a mantener poca velocidad para darles a las gaviotas oportunidad de apartarse, no sea que se meta una a la turbina
-
- Tú eres el piloto – fue su respuesta
El coronel Miró Quesada y el teniente Muñiz peinaron el mar en busca de restos que les indicara que el avión había caído al agua, pero no encontraron señal alguna, hasta que fue necesario regresar a la Base para recargar combustible. El clima seguía jugando con sus expectativas. Por momentos parecía que mejoraba la visibilidad pero al momento siguiente estaban nuevamente en medio de la neblina, siempre a poca altura. Volvieron a la Base, recargaron combustible y emprendieron un segundo intento, esta vez pegados a la línea de costa buscando alguna señal y una oportunidad de entrar a los cerros. Muñiz, con ojo experto, evaluaba sus posibilidades. Había calculado bien el peso bruto y sabía que podría mantenerse en vuelo estacionario sin peligro. Un par de veces le pareció que podría adentrarse a tierra pero su experiencia le decía que tenía que tomar un poco más de margen, paciencia, paciencia. En una tercera ocasión creyó que ese era el momento, una depresión del terreno lo tentó a arriesgar un poco más, pero decidió cambiar de ángulo para ver con más precisión el desarrollo del terreno, en ese momento el vaivén de la neblina le permitió ver que si hubiera entrado se hubiera encajonado, su decisión había sido acertada; nuevamente tuvieron que volver a la Base para recargar. En ese ínterin de ir y volver, dos veces, habían llegado a la base otros pilotos, entre ellos el Comandante del Escuadrón de Rescate, el mayor Fernando Melzi Parodi quien, en cuanto llegó y tomó conocimiento de la situación dispuso que se hiciera el pre vuelo a los otros helicópteros y que dos tripulaciones estuvieran en alerta hasta que Muñiz reportara que las condiciones meteorológicas permitirían un vuelo seguro. Salir en esas condiciones en que se encontraban era muy peligroso, la zona de búsqueda era relativamente pequeña y la visibilidad muy mala, lo que generaba el escenario perfecto para una colisión entre las unidades de búsqueda.
Cuando retornó el helicóptero en el cual había salido el coronel, el mayor Melzi se acercó.
- Buenos días mi coronel – saludó al coronel Miró Quesada - he venido en cuanto me avisaron, ya estoy enterado de la situación…
- Está bien, no te preocupes, es un verdadero problema la falta de teléfonos en las casas, en fin, la cosa es que ya estás aquí.

- CORPAC ha llamado a la Marina y también participará en la búsqueda

- Está bien, coordinaremos en el momento oportuno; mira – le mostró la carta de navegación, doblada de forma de tener a la vista la zona de búsqueda - este es el radiofaro de Ventanilla, tenemos que ir un poco más al norte y por ahí los vamos a encontrar, estoy seguro.

- Mi mayor - intervino Muñiz - ya está levantando un poco, hemos sobrevolado el mar y los acantilados y creo que en más o menos una media hora podrían salir los otros “fierros” (helicópteros) Sugiero que nosotros vayamos en el Alouette Dos para monitorear el tiempo.
-
- ¿Qué opinas, Melzi?

- Estoy de acuerdo con Muñiz, mi coronel, pero hay que indicarle a la Marina que si va a enviar algún helicóptero, que se mantenga sobre el mar, que nosotros nos estamos encargando de la búsqueda desde la línea de playa hacia tierra …no vaya a ser que nos crucemos y…

- Muy bien – dijo Miró Quesada – vamos, Muñiz avísale a la torre nuestras intenciones, cualquier cosa la decidiremos en la zona.

- Eco Bravo – llamó el mayor Melzi – que el Oficial de Operaciones llame a la torre de control del aeropuerto para que les indique a los helicópteros de la marina que nuestra zona de operación será de la línea de playa hacia los cerros, que no ingresen a esa zona, no nos vayamos a cruzar y…- dejó la frase en el aire.
Inmediatamente se dirigieron al Alouette Dos, helicóptero más pequeño con capacidad para cinco personas, dos en los asientos delanteros, individuales, y tres en el asiento posterior, tipo banca, corrido. Como piloto iba Muñiz, en el otro asiento delantero iba Melzi y en el posterior Miró Quesada.
Una vez abajo, Jorge Enriquez se encontró en el centro de una bahía de unos mil metros de extensión; sin perder tiempo se metió al mar hasta que el agua le llegó a las rodillas y se lavó la cara y las manos tratando de quitarse la arena que se le había pegado en las heridas, a esas alturas ya secas; al salir algo llamó su atención, providencialmente era una mitad de calabaza, como un cuenco, que recogió y enjuagó en el mar; llenó de agua su recipiente y se dispuso a regresar a donde estaba Graciela. Empezaba una nueva odisea: subir el acantilado. Con la calabaza llena de agua acometió la subida de una cuesta muy empinada, de arena muy fina y con una mano ocupada; subía un metro y se caía medio metro procurando conservar el equilibrio y el agua de la calabaza, cada vez que se resbalaba se caía un poco de agua y así, de a pocos, fue subiendo, transpirando, sufriendo, haciendo el máximo esfuerzo para llegar con la mayor cantidad de agua posible. Después de un largo rato de lucha logró alcanzar la cima de esa subida, de sólo 40 metros interminables. Del agua que llevaba sólo llegó una cuarta parte, que Gracielita se bebió en segundos sin importarle que era agua salada; cuando se terminó la última gota le dijo, casi como una orden – Tráeme más - extendiendo el brazo con el que sujetaba la calabaza.
- ¡No! Ni loco, te la traje, con mucho esfuerzo, para que te laves las heridas y no para que te la tomes – Graciela dejó caer el brazo y cerró los ojos, como resignada
Allí se quedaron los dos niños, de 9 y 14 años, solitos, sin pronunciar palabra, perturbados y extenuados. Vieron pasar barcos a lo lejos y aviones en lo alto, entonces Jorge corría y saltaba haciendo señas que sabía era imposible que las vieran, pero igual las hacía.
A las nueve de la mañana del sábado, con Miró Quesada, Melzi y Muñiz, el helicóptero repitió la ruta antes seguida y de la cual habían tomado puntos de referencia para guiarse con el máximo de precisión y seguridad hasta la playa Hondable, al norte de Ventanilla, para tratar de penetrar por la quebrada. Esta vez se concentraron en buscar cómo ingresar a tierra, hacia los cerros, la neblina había levantado un poco pero no lo suficiente como para llegar a la posible trayectoria del avión si acaso estaba donde el coronel suponía.
Su atención estaba puesta en los acantilados, no quería encajonarse en uno de esos aparentes accesos, en un determinado momento vieron una pendiente no muy pronunciada, Muñiz dio una vuelta para hacer una aproximación segura y en ese breve lapso la pendiente volvió a quedar oculta por la neblina
- Mario, la neblina se está moviendo, prepárate para hacer un aterrizaje de asalto – se refería a hacer una aproximación rápida y aterrizar, en una sola maniobra, continuada - en cuanto la neblina se abra entramos – Melzi se había dirigido a Muñiz por su nombre, como hacía con todos los pilotos de su escuadrón. Dicho y hecho, pronto se hizo un claro y Muñiz, decididamente, se dirigió al punto escogido. Ambos pilotos, en los asientos delanteros, estaban con los ojos clavados en el pequeño claro que se podía distinguir entre los jirones de neblina.
-
Hacía ya rato que había amanecido, Gracielita había tomado la poca agua, salada, que Jorge le había procurado y ya no insistió más; permanecieron sentados al borde del acantilado, sin hablar; ella, desanimada, parecía haber perdido toda energía, resignada a su suerte. Era ya las nueve de la mañana, pasadas, y ellos continuaban en el mismo lugar que horas antes. Jorge nuevamente se debatía ante el dilema de quedarse con Graciela y esperar que pase alguien, y los vea, o emprender una marcha, por la costa, hasta encontrar algo o a alguien que los ayude; viendo el estado de Graciela, Jorge se devanaba los sesos pensando cómo animarla para emprender una nueva caminata, ya había empleado todos los recursos que se le habían ocurrido y no se le ocurría algo diferente, cuando algo apareció.
- Mira Graciela – le dijo – mira allá arriba, arriba del mar, creo que es un helicóptero, vuela muy bajo - ella, que estaba ahora en la playa, acostada sobre la arena, se sentó de golpe a mirar eso que volaba no muy lejos y bastante bajo. Comenzaron a saltar con excitación incontenible; lleno de esperanza Jorge les hizo señas con su sweater azul agarrándolo del extremo de la manga, agitándolo con vehemencia. No los vieron. El helicóptero siguió recto, internándose en el desierto de médanos que antes ellos habían recorrido.
- ¡Hay dos chicos en la playa, a la izquierda! – Muñiz y Melzi escucharon el grito de Miró Quesada, pero estaban en el corto trayecto final y no despegaron los ojos del punto de aterrizaje escogido, en ese momento nada era más importante. No hubo gran polvareda porque la arena estaba húmeda.
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- Mario - dirigiéndose a Muñiz - quédate con el motor en mínimo hasta que regresemos, avisa a la Base que hemos visto dos chicos en la playa - Dicho esto, Melzi y Miró Quesada, agachados, se alejaron del helicóptero y empezaron a caminar quebrada arriba sobre un terreno ondulado.
Muñiz pensó que tal vez los niños tuvieran información importante, pero su helicóptero no tenía el equipo de radio de alta frecuencia, HF, adecuado para el lugar en que se encontraba, entre colinas, sino solamente el de muy alta frecuencia, VHF, que le servía para comunicarse con la torre, siempre y cuando estuviera en vuelo, o en un lugar sin obstáculos, lo que no era su caso porque estaba detrás de unas elevaciones; no obstante, por tres veces, cada cinco minutos, lanzó su mensaje informativo con la esperanza de que lo escuche algún avión en vuelo, pidiendo que lo retransmitan a la torre de control; no recibió respuesta. Pasaron diez minutos, luego quince, veinte, treinta minutos, la espera se hacía interminable y Muñiz estaba, más que impaciente, preocupado - ¿Por qué no vienen? - La neblina, caprichosa, por ratos prácticamente lo envolvía; en determinado momento la visibilidad disminuyó notoriamente, tal parecía que un banco se había pegado a la costa. Muñiz trataba inútilmente de ver alguna señal que le indicara que el coronel y el mayor estaban regresando pero,


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Tripulantes del Escuadrón de Rescate Nº 832 (1966)
Tnte Ernesto Burga - May Walter Díaz – May Javier Tryon – May Fernando Melzi – Tnt Mario Muñiz – Cap Guillermo Carbonel (De pie)
Tco Fidel Ángeles – SO José Safra – Tco Torcuato Schenone – Tco Juan Morante ( En cuclillas)

 

  al percatarse de la inutilidad de sus esfuerzos se armó de paciencia y se resignó a esperar.

Ambos oficiales, Miró Quesada y Melzi, empezaron la penosa subida. Casi veinte minutos después se encontraron con el dantesco escenario, la enorme cabina destrozada, restos del avión y cuerpos mutilados desperdigados. El impacto había sido casi de panza, parecía que en el segundo final el piloto, en una acción instintiva y desesperada, inútilmente trató de ascender.

- Dios mío, qué tragedia – el coronel apenas si vaciló – Melzi, vamos a separarnos, tú examina los cuerpos de ese lado a ver si encontramos a los oficiales, son cuatro, tal vez haya algún sobreviviente…aunque no lo creo – sin decir palabra alguna ambos hombres empezaron su macabro trabajo. Rápidamente pasaban de un cuerpo a otro porque no había necesidad de revisarlos dado el estado en que se encontraban.

- Torre de Lima, del Braniff 265.

- Adelante 265, esta es torre de Lima.

- Lima, este es el Braniff 265, vertical de su estación, nivel 300 QAB Santiago, tengo un mensaje de emergencia.

- Adelante 265, Lima en escucha.

- Hace dos minutos recibimos un mensaje por VHF, sigo

- Continúe 265.

- Un helicóptero de la Fuerza Aérea reporta que en la playa Hondable han avistado a dos niños, sigo.

- Continúe 265.

- El helicóptero reporta que presumiblemente sean sobrevivientes del CAME accidentado anoche, sigo.

- Continúe 265.

- Solicita que le indiquen al helicóptero de la Marina que investigue en playa Hondable, al norte de Ventanilla, no tengo más información.

- Lima recibido 265, muchas gracias, informamos.

Muñiz, resignado a esperar, divagaba envuelto en la neblina, especulaba si tendría que esperar tanto como para verse obligado a apagar el motor para no quedarse sin combustible para el retorno - Esto no parece mejorar, de noche debe hacer un frío espantoso - en esas estaba, divagando, cuando le pareció ver un tenue color naranja, se puso en alerta tratando de dilucidar si había sido una ilusión o en realidad había visto algo; casi inmediatamente los vio, el anaranjado uniforme de Melzi y luego la figura del coronel Miró Quesada; prácticamente envuelto en una pieza de tela cargaban, trabajosamente, un bulto evidentemente pesado, hubiera querido bajarse a ayudarlos pero no podía dejar los mandos. Cuando llegaron junto al helicóptero ambos oficiales acezaban como fuelles, la frente sudorosa y el uniforme azul del coronel completamente manchados con tierra y arena, su capote lo había puesto cubriendo el cuerpo del camarada sobreviviente, un hombre con uniforme de la Fuerza Aérea, aparentemente no muy alto pero corpulento, lo que explicaba el agotamiento de los socorristas.

- ¿Quién es? – preguntó Muñiz a los gritos.

- Parce Ciriani – respondió Melzi, con la voz entrecortada por el esfuerzo.
Con gran esfuerzo, entre Miró Quesada y Melzi, lograron subirlo a la parte posterior de la cabina, la cabeza del herido apoyada en el regazo del coronel; en el rubicundo rostro del aviador caído, tumefacto y cubierto de arena, destacaba un ojo bastante lesionado. Aparentemente estaban listos para regresar a la Base, pero la visibilidad había disminuido aún más y la neblina no dejaba ver la garganta que los conduciría hacia el mar, menos aún se podía ver horizonte.

Melzi, que estaban parado a un costado del helicóptero tapándose los oídos para protegerse del agudo chillido de la turbina, hablaba prácticamente a gritos y acercándose al oído de Miró Quesada

- Mi coronel, vamos a llevar el herido directamente al Hospital Naval

- ¿Vamos a salir con esta neblina? no se ve nada

- ¡Sí mi coronel, amárrese! - Miró Quesada miró algo desconcertado a Melzi, quien sin añadir más rodeó el helicóptero, se acercó a Muñiz y le dijo algo, a lo que este asintió con la cabeza un par de veces, luego levantó el pulgar, gesto que Melzi respondió de igual forma y sin decir nada más empezó a alejarse del helicóptero, cada tres o cuatro pasos volteaba a mirar a Nuñiz; cuando estuvo a unos 15 metros y la figura del helicóptero se hacía ya poco visible se detuvo. Miró Quesada aun no entendía qué iba a suceder; Muñiz aumentó potencia y puso el helicóptero en vuelo estacionario, alrededor de la máquina se levantó una nube de arena que le quitó visibilidad a Muñiz, este esperó un par de segundos y empezó a avanzar lentamente hasta que vio a Melzi, este estaba casi de espaldas al helicóptero cubriéndose la cara con el brazo izquierdo flexionado y mirando entre los dedos de la mano derecha. El helicóptero empezó a avanzar hacia Melzi que empezó a trotar hacia la salida, dándole la espalda al helicóptero mientras Muñiz avanzaba sin perderlo de vista; después de unos veinte segundos Muñiz vio el mar y aumentó la velocidad sobrepasando a su lazarillo. En cuanto le fue posible descendió hacia la playa para tener mejor visibilidad horizontal y, sin dudarlo, se dirigió al Hospital Naval.

Jorge se quedó paralizado y desconsolado, mirando fijamente como se alejaba lo que había sido su más cercana posibilidad de salvación; sin sacarle la vista de encima observó cómo se distanciaba convirtiéndose en un puntito oscuro en el cielo. De pronto vio que giraba y que empezaba a agrandarse, su corazón latía alocadamente, casi se le salía del pecho cuando comprendió que se estaba dirigiendo hacia ellos.
- ¡Mira Graciela, viene para acá! - gritó

Otra vez exaltado, Jorge empezó nuevamente con las señas hasta que el helicóptero estuvo sobre sus cabezas, volando a muy baja altura, entonces, con inequívocos ademanes, señaló a Gracielita, que se había echado. El helicóptero aterrizó a unos veinte metros de los niños, levantando una verdadera nube de arena y Jorge, en cuanto pudo abrir los ojos, corrió hacia el helicóptero, del cual descendieron dos tripulantes, con overol de vuelo muy similares aunque con insignias diferentes, se trataba de los capitanes de fragata Kolliker Freers, de la Armada Argentina y Figueroa de la Armada Peruana.

- ¡Es ella la que necesita ayuda urgente¡ - le dijo a los gritos a Kolliker Freers, que había sido el primero en llegar, señalando a Gracielita, tendida en la arena – yo estoy bien; al escuchar esto, ambos oficiales fueron en busca de la niña; rápidamente los pilotos tomaron una decisión, Figueroa evacuaría a la niña al Hospital Naval y llamaría a otro helicóptero de la marina, que se encontraba en la zona, para evacuar a Jorge y a Kolliker; apenas había transcurrido algo más de cinco minutos cuando hizo su aterrizaje el segundo helicóptero, que los llevaría a Santa Rosa para dejar a Jorge y regresar al lugar del accidente en búsqueda del tercer sobreviviente, el suboficial Ahumada, sin saber que ya había sido evacuado, también al Hospital Naval. Algo más tarde, luego de las primeras curaciones, Jorge sería conducido, igualmente, al Hospital Naval, pero en ambulancia.

Eran las once, aproximadamente del sábado y la casa de los Ciriani era un loquerío, una radioemisora había interrumpido su programación para lanzar una “noticia de último minuto”

“Milagrosamente rescatistas han encontrado tres supervivientes del accidente de aviación ocurrido cerca al balneario de Santa Rosa, dos niños y un oficial de la Fuerza Aérea, que fueron conducidos en helicóptero al Hospital Naval”

- Carlos, llama al tío Enrique, han encontrado sobrevivientes…llámalo y pregúntale, él debe saber…llámalo Carlos llámalo… - las voces de Rosa y meche se confundían en su exigencia, como si no fuera precisamente eso lo que estaba haciendo.

- Está ocupado el teléfono…seguro está averiguando – dijo Carlos, sólo por tener algo que decir; no había terminado de hablar cuando empezó a sonar la campanilla

- Aló ¿tío? Soy Carlos – se quedó escuchando lo que le decía

- ……..

- Sí tío, eso es lo que hemos escuchado en el radio…sí tío…hasta luego - Carlos colgó el teléfono, todos estaban callados, expectantes, sin saber qué decir – El tío Enrique dice que el sobreviviente adulto es el mecánico del avión…que el velorio de papá y mamá será esta noche …y que mañana - tragó saliva - …y que mañana será el entierro.. Día de la Madre – se quebró en llanto.

Mediados de noviembre

En la mesa del Comandante del Grupo 8, el coronel Miró Quesada y los oficiales que lo acompañaban escuchaban, atentos, el relato de Eco Bravo

- ¿Y los chicos? – preguntó el coronel

- Bueno - dijo Eco Bravo - resulta que uno de los chicos, Jorge, se ha quedado a vivir en Lima, en Barranco mejor dicho, con sus padres, y allá lo fui a buscar…un gran chico

- Después de lo que tuvo que afrontar y supo superar con sólo 14 años, no hay duda que se portó como todo un hombre, por favor continúa…sin interrupciones.

- Sí, mi coronel… lo encontré sin dificultades porque me dieron la dirección exacta, en un edificio que paradójicamente se llama “El Milagro” – tomó un sorbo de agua - me impresionó mucho su entereza, me contó todo sin quebrarse emocionalmente, lo que me pareció un poco extraño, sobre todo cuando me habló de sus dos hermanas fallecidas en el accidente, pero en fin, así fue; estuvo 32 días en el hospital – continuó Eco Bravo - de la niña sólo sé que se llama Graciela, tiene nueve años, estuvo un tiempo un poco más prolongado en el hospital y también la han repatriado.

- Bueno, al grano, que nos tienes intrigados ¿qué es lo que te dijo el “Loco” Romero?
- La cosa fue así, mi coronel – la conversación se había hecho más distendida – yo estaba de copiloto del mayor Romero en un C-47 retornando de Chiclayo, cuando estábamos por Ancón, se encendieron las luces del alumbrado público, lo cual a mí no me llamó la atención, pero sí al mayor.

- ¡Eso es, eso es! – exclamó Romero, sorprendiendo a Eco Bravo, que lo miraba sin comprender - ¡Las luces, eso es, las luces! – dijo el “Loco” Romero
Miró Quesada y los otros comensales empezaban a impacientarse

- ¡Vamos desembucha, ya! – dijo uno, y Eco Bravo se aprestó a terminar la explicación

- Cuando estuvimos en tierra, el mayor me comentó lo siguiente

- A mi modo de ver, el CAME se accidentó por dos motivos: primero, era una sola tripulación y con seguridad que estaban agotados después de tantas horas volando, y sin dormir, si iniciaron el vuelo a las 5 y media de la mañana ¿a qué hora se habrán levantado? tal vez la víspera ni siquiera se han acostado…muchas horas sin dormir.
- ¿Y el segundo supuesto? – preguntó el coronel

- ¡las luces de Ventanilla! – dijo Eco Bravo

- ¿Las luces de Ventanilla? ¿qué tienen que ver en esto?

- Eso mismo dije yo, y la explicación del mayor Romero fue que, según él, tal vez sí estaba siguiendo la señal del radiofaro del Jorge Chávez, ya que a esa distancia las dos agujas del radiocompás, la del Jorge Chávez y la de Ventanilla no tendrían mucha separación; cuando en medio de las neblina vieron las potentes luces de la avenida principal de Ventanilla …abandonaron la lectura de los instrumentos para dirigirse visualmente a lo que creyeron que era la pista de aterrizaje – todos permanecían en silencio siguiendo las explicaciones de Eco Bravo – cuando se percató de su error trató de ascender, y por eso el impacto fue de panza en el cerro “Las Cruces”, cerca de Santa Rosa.

Las consecuencias del fatídico vuelo 1154 de la Fuerza Aérea Argentina fueron 46 fallecidos y 3 sobrevivientes, el Suboficial Principal FAA Oscar Ahumada y los niños Graciela Gastaldi, de 9 años, y Jorge Enriquez, de 14; todos fueron tratados de sus heridas en el Hospital Naval de la Marina de Guerra del Perú, luego de lo cual Graciela Gastaldi y Oscar Ahumada retornaron a Argentina cuando estuvieron en condiciones de viajar, en tanto Jorge Enriquez se quedó a vivir en Perú con sus padres.

 

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Segunda parte

El tan esperado viaje a Lima, que tan auspiciosa y alegremente había iniciado Jorge, terminó en terrible tragedia; después de 32 días en el hospital, Jorge Enriquez fue dado de alta y se marchó con sus padres a lo que de allí en más sería su nuevo hogar, en el distrito de Barranco; esto era, un departamento de tres dormitorios, uno de los cuales, destinado para sus dos hermanas fallecidas, quedó dolorosamente vacío. En Barranco, su nuevo barrio, no conocía a nadie, no tenía amigos ni pasado, y tampoco colegio porque ese año ya lo había perdido. Ahí empezó a transitar su adolescencia.

A una cuadra de su casa está un gran parque, Confraternidad se llama, que tenía una hermosa pista de atletismo; ahí logró incorporarse al deporte, con tanta suerte que el entrenador, al ver su gran dedicación lo invitó a correr con los adultos de la “Liga de Balnearios”, sin embargo, pronto comprendió que su afición no ayudaba al sostenimiento de la casa. Consciente de la necesidad de ayudar a sus padres, se puso a buscar trabajo, y lo encontró en una tienda que vendía café en grano; en el siguiente fue cobrador de las cuotas mensuales de ventas al crédito de una tienda de electrodomésticos. Como quería encontrar un trabajo que le permitiera seguir entrenando atletismo por las tardes, buscó en los avisos clasificados del diario; un día encontró un aviso que decía “Se busca muchacho para tareas varias, horario de 9 a 12 am, de lunes a viernes, en Miraflores” Todo calzaba, el horario, el lugar, un barrio vecino a donde él vivía, Barranco, y a sólo unas 20 cuadras; la tarea era hacer el servicio doméstico, limpiar y hacer camas. Allí cumplió los 15 años. Luego pasó a trabajar a una fábrica de perfumes y después a una fábrica de cigarros, sin abandonar los estudios, que llevaba de noche. Finalmente toda la familia Enriquez regresó Buenos Aires en 1969.

Había pasado tanto tiempo desde la tragedia en el cerro Las Cruces, tantas veces había contado la historia, que él hacía sin remilgos, que daba por descontado que le harían la pregunta de siempre. El almuerzo, del cual participaban una docena de personas, fue el primer domingo de diciembre y, una vez más, como sobremesa, la conversación recayó en la narración que Jorge hacía cada vez que se lo pedían; aunque casi todos ya la habían escuchado, ese domingo, 6 de diciembre, había un par de personas, nuevas en el grupo, que sabían de la historia por terceras personas, que mostraron vivo interés en escuchar el relato por boca del protagonista.
- Así que después de 32 días en el hospital fui dado de alta y me fui a vivir con mis padres, en un departamento que ellos habían alquilado en un distrito que se llama Barranco, muy cerca de la playa, y que tiene ese nombre precisamente porque el mar está como a cien metros abajo; ahí vivimos casi cinco años, hasta 1969, cuando regresamos a Buenos Aires – concluyó Enrique.

- ¿Y la niña, y el mecánico del ojo lastimado?

- Ellos quedaron más afectados que yo, así que permanecieron más tiempo en el hospital, pero en cuanto estuvieron en condiciones de viajar los repatriaron.

- ¿Pero qué fue de ellos?

- Del mecánico sé que perdió el ojo y le dieron de baja por discapacidad, y a Graciela le perdí el rastro, sólo sé que la repatriaron – entonces surgió la consabida pregunta.

- A la chiquita ¿no la viste más, no la buscaste? – las preguntas la hizo uno de los nuevos invitados, George Gowland, que había permanecido muy callado y muy atento a la narración.

- Claro que la busqué, varias veces, por medio de internet y haciendo llamadas valiéndome la guía telefónica, pero no obtuve ningún resultado, estamos en 2006 y quizás se haya casado, por tanto habrá cambiado de apellido, que no conozco, entonces ¿qué hacer? han pasado tantos años… cuando regrese de mi viaje lo intentaré nuevamente, aunque, la verdad, no tengo muchas esperanzas.

- Enrique…tal vez pueda ayudarte - ofreció Gowland.

- ¿Tú crees…y cómo?

- Creo que no lo sabías, pero soy el Vicepresidente del diario La Nación, la forma de ayudarte sería publicando, en la sección de Cartas de Lectores, una tuya en la que pidieras cualquier información referente a la niña, tal vez a la vuelta de tu viaje encuentres novedades.

El entusiasmo de Jorge fue tal que en cuanto llegó a su casa se puso a redactar la carta; al día siguiente la llevó personalmente al diario para que la publicaran. Pasaron algunos días y la carta no era publicada, Jorge no entendía para qué el ofrecimiento si no la iban a publicar, no le encontraba sentido; ocupado como estaba en los trámites y preparativos de su viaje pronto dejó de pensar en ella, otras eran sus preocupaciones. Fue el domingo siguiente cuando la carta apareció bajo el título “Por un reencuentro”. Habían esperado hasta el domingo para publicarla, que es el día de mayor tiraje y en el que más se leen las Cartas de lectores. Como respuesta a su solicitud ´le escribieron muchísimas personas, algunas relacionadas con el accidente y otras simplemente interesadas en la historia; de entre tantas cartas recibidas hubo una que le causó gran excitación, decía:

“Leí su carta, no nos conocemos pero creo tener algunos datos que pueden ayudarlo a ubicar a Graciela Gastaldi; hace algunos años trabajé en la Gendarmería Nacional, como personal civil, y tuve un compañero que me contó que su mujer había sufrido un accidente de aviación en Lima. Mi compañero se llama Fernando Gualini. En ese tiempo vivía en Wilde, en un barrio de varios edificios iguales, tiene dos hijos, un varón y una niña. Espero que tenga mucha suerte en su búsqueda y haberle sido útil con estos datos”

Con esa valiosa información buscó y encontró, a través de internet, los teléfonos de varios “Fernando Gualdini” en distintos lugares de Argentina; uno pertenecía a una dirección en Wilde.

Como siempre en esa época del año en la tienda todo era apuro, y es que muchas clientas querían un ligero arreglo, o aumentar algún detalle en la ropa que estaban comprando, además que en la ciudad ya se sentía el calor sofocante de los meses de verano; cuando sonó la campanilla ella tomó el teléfono y con un movimiento de cabeza apartó el mechón de cabello que le tapaba la oreja; con tanto trabajo como se presentaba en diciembre cualquier interrupción por motivos intrascendentes la molestaba, y de esas ya había recibido dos esa mañana, afortunadamente hacía pocos minutos había concretado una venta importante, de manera que estaba de muy buen humor.

- ¡Holaa ! - era una voz de mujer

- Hola, querría hablar con Fernando Gualini, por favor

- ¿Padre o hijo? – preguntó

- El padre, por favor

- El no vive acá, es mi ex marido

- Bueno, en realidad yo quería hablar con Graciela, Graciela Gastaldi…que seguramente eres tú – se hizo un prolongado silencio en el teléfono, tras el cual ella preguntó

- ¿Quién eres?

- Soy Jorge…Jorge Enriquez

- ¡Jorgito! tantos años ¿cómo me encontraste? hace dos semanas leí tu carta en LA Nación, además me la comentaron mis hijos y también unos amigos, pero no me animaba a escribirte.

- Eso es toda una historia, de la que te hablaré cuando nos veamos.

- Ah bueno, está bien pero - su voz sonaba dubitativa - ¿de qué cosa hablaríamos– el “pero” hizo pensar a Jorge que ella no estaba muy dispuesta a verlo.

- No sé, de todo lo que pasamos aquella vez…de nuestras vidas en estos años. No sé,…no sé, pero si no puedes… no te preocupes, lo entiendo – su ánimo se vino abajo

-¡Nooo, noo, claro que quiero verte, Jorgito! sólo que hora tengo muchísimo trabajo, tengo una tienda de venta de ropa para niños y, tú sabes, diciembre es clave para mí ¿podría ser después de la primera semana de enero?

- Por esas fechas no voy a poder, Gracielita, me voy a Perú con mis hijos y…

- ¿A Perú? – lo interrumpió ella, sorprendida - ¿qué vas a hacer allá? – le preguntó, como si le hubiera dicho que se iba a las antípodas.

- Tengo pendiente de resolver dos temas muy importantes, este viaje es uno de ellos, te lo contaré a mi vuelta

- Bueno, está bien, entonces cuando vuelvas me llamas y coordinamos

Tiempo después

- Sastrería “Los Príncipes” - Buenos días.

- ¿Graciela?

- ¿Jorge? – preguntó ella, sorprendida.

- ¡Me reconociste! qué gusto.

- Hola Jorgito, tanto tiempo ¿y ese milagro?

- Pues… me gustaría invitarte para conversar un poco.

- Jorge, la última vez que conversamos me dijiste que me llamarías al regreso de un viaje que tenías planeado…y han pasado tres años.

- También de eso conversaremos…si te parece.

Finalmente Graciela aceptó y quedaron en encontrarse en la zona sur de Buenos Aires, en Wilde, cerca de su casa.

Jorge, que había llegado a la cafetería “El Búcaro” con diez minutos de anticipación, impaciente miraba su reloj con preocupación; al abrirse la puerta de la cafetería vio que no era quien él esperaba, se trataba de otra pareja, también entrada en años. Unos minutos después, cuando Jorge ya pensaba que no acudiría, Graciela hizo su aparición. El encuentro fue muy emotivo para ambos, se dieron un largo abrazo que sintetizaba la alegría de encontrarse nuevamente después de 46 años, para preguntarse y contarse cómo habían sido sus vidas a partir del renacer que vivieron juntos aquel 8 de mayo de 1964, a las ocho de la noche.

- Jorge, dime la verdad ¿por qué te diste el trabajo de buscarme? porque estoy segura que te costó mucho encontrarme, convinimos en que me llamarías nuevamente al retorno de tu inminente viaje a Perú…¿y te desapareces tres años? no lo entiendo.
- Sí, sí, supongo que no lo entiendes…cuando hablamos te dije que tenía dos temas importantes por resolver

-…y que ese viaje era uno de ellos

- Pues sí, y es que por años sentí la necesidad, no el deseo, sino la necesidad, de volver al lugar donde fallecieron mis hermanas… así lo hice, el lugar está señalado con una vieja cruz metálica, muy oxidada, que seguramente algún deudo habrá colocado…recé y lloré…lloré mucho, en ese cerro que, paradójicamente se llama “Las Cruces”… y se me quitó un peso de encima, sólo que al volver sucedieron cosas muy duras en mi vida.

- Lo siento – dijo Graciela, agachó la cabeza y puso los codos sobre la mesa con las manos, en puño, a los costados, sobre las sienes; sus lágrimas corrieron libremente sin que ella hiciera intento alguno por contenerse – y gracias, te agradezco de corazón…porque, sin que me lo digas, sé que también oraste por mi madre y mi hermana.

Después de un largo y extraño silencio Jorge tomó la palabra nuevamente

-Gracielita…dime ¿recuerdas algo del accidente?

- No, estaba dormida y…

- ¡Y sin cinturón! …igual que yo – exclamó Jorge

- Cierto…no sentí nada, hasta que desperté en la arena – por unos segundos se cubrió la cara con las manos

- Algo que quería comentarte es lo siguiente: a ti el helicóptero te llevó directamente al Hospital Naval, pero a mí me llevaron a un pueblo cercano, se llama Santa Rosa, y luego, por tierra, al hospital.

- Claro que lo sabía ¿por qué lo mencionas?

- Porque la distancia que recorrimos en toda la noche, el helicóptero la recorrió en…
- ¿En? – preguntó Graciela

- ¡Cuatro minutos! ¿Te das cuenta lo paradójico? Estábamos tan cerca …y tan lejos…¿Sabes? – dijo Jorge - el otro tema por resolver eras tú…

- ¿Yo? – lo interrumpió - ¿por qué?

- Te busqué varias veces – continuó él, sin hacer caso a la pregunta - sin éxito, y un día, de buenas a primeras, surgió lo de la carta en La Nación…y aquí estamos

- No sabes cuánto me has ayudado – Jorge la miró con cara de sorpresa, sin comprender qué querían decir sus palabras – también yo he tenido caídas…me divorcié y otras cosas, pero ¿sabes? el recuerdo de tu optimismo en esas circunstancias… tu constante apoyo cuando yo ya no tenía fuerzas… el no rendirte ni dejar que yo lo hiciera…me ha servido de mucho para continuar, mi vida no ha sido fácil … pero nunca me rendí.

- Gracielita, estamos 2010, han pasado 46 años y sólo tú y yo sabemos lo que sufrimos y vivimos esa negra noche... hablemos…


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Agradecimiento

Agradezco profundamente a Carlos Ciriani Anchorena y a Mario Muñiz O. protagonistas de esta historia, la generosidad de su tiempo para absolver las múltiples interrogantes planteadas durante las entrevistas, y en especial a Jorge Enriquez, autor de “SUPERVIVIENTE – un Dios aparte”, libro del cual he tomado, con su anuencia, muchos pasajes de forma casi literal, lo que me ha permitido hacer una narración veraz de los hechos, circunstancias y vivencias de este dramático evento.

 

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Jorge Enriquez, con el autor de “ Por un Reencuentro”


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