Anécdotas Aeronáuticas

Ernesto Miguel Burga Ortiz

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Mi amigo Anatolio



A lo lejos se escuchó el sonido característico de un helicóptero que se aproximaba, era un Alouette II del Escuadrón de Rescate que había salido para efectuar un vuelo de comprobación en la zona local. Estaba lejos, descendiendo para acomodarse en “pierna base”, luego viró a su izquierda y, enfrentando la pista, continuó su descenso hasta ponerse en vuelo estacionario en la cabecera del campo; se mantuvo unos segundos en esa posición, luego empezó a avanzar lentamente como mandan los procedimientos. Nada hacía presagiar lo que vendría a continuación.

El aparato pareció hacer un guiño hacia la izquierda, como vacilando, se mantuvo inmóvil un instante y de pronto, violentamente, inició una serie de giros levantando y metiendo la nariz, en cada vuelta parecía que se iba a estrellar, cada vez la nariz pasaba más cerca al suelo al mismo tiempo que se alejaba de la pista de concreto en dirección a la berma de tierra. Una, dos, tres vueltas. Está condenado. Una gran nube de polvo, y de ella, saliendo como en una explosión, trozos del helicóptero que vuelan en todas direcciones. Suenan las alarmas, el penetrante ulular de la ambulancia y la ronca bocina del carro contraincendios parecen despertar al personal de la Base, mudos testigos del accidente que corren hacia el lugar del siniestro.

Dos horas antes

Verano, once de la mañana. Las tripulaciones estaban cumpliendo misiones así que no llegarían sino hasta las últimas horas de la tarde. En el Escuadrón de Rescate el único oficial presente soy yo, EB; hay poco que hacer, la mañana se presenta bastante floja.

Hace su aparición el “CHOLO”, apelativo cariñoso con el que llamamos a Anatolio Alegre Pacheco, compañero de promoción y amigo personal; se sienta y empezamos una conversación intrascendente, el momento se presenta propicio para divagar. Después de un rato la charla recae en un tema recurrente entre los pilotos: los vuelos, recordamos las oportunidades en que hemos volado juntos, anécdotas propias y ajenas, hasta que surge la propuesta

- Cholo ¿Vamos a volar? – le digo

- ¿Quèè? ¿Cómo que a volar?

- Tengo pendiente el vuelo de “comprobación” de un Alouette II

- Bueno vamos; total ¿qué va a pasar?

Preparé la ficha de vuelos con el Cholo de copiloto, función que no existe en este tipo de helicóptero, y como mecánico al técnico Fidel Ängeles

Revisé el formato de registro de las novedades de mantenimiento y procedí a hacer el pre vuelo, revisando conexiones y mangueras, tapas, cubiertas, etc.; parecía estar todo sin novedad. A volar…

Decolamos normalmente y, tomando altura, nos dirigimos hacia el nor este, hacia los campos de cultivo en los alrededores del río Chillón, hicimos unos cuantos ascensos y descensos, giros y virajes y luego nos dirigimos a un campo de fútbol en medio de los terrenos de cultivo.

- ¿Vamos a hacer unos rasantes? - propuso el Cholo

- Todavía no compadre, primero vamos a hacer la comprobación

El planeo de aproximación lo hicimos normalmente pero, al empezar a disminuir la velocidad para hacer vuelo estacionario, al tiempo que aumentaba la potencia y presionaba el pedal derecho para mantener la dirección, sentí una vibración que no me pareció fuera de lo normal, pero que me llamó la atención, el pedal derecho estaba más metido que lo usual; no obstante, aterricé, elevé el helicóptero para hacer unos giros y volví a aterrizar sin problema alguno, no hubo vibración en los pedales, tenía control de dirección . Todo pareció normal. ¿Será que tengo viento cruzado? ¿apago el motor para revisar? - Y entonces “el minuto fatal”. No, no creo que sea necesario, cuando llegue a la base voy a reportar el alineamiento de los pedales. Craso error, desperdicié la única oportunidad verificar si había alguna falla y rectificarla, si fuera el caso. En aviación los errores se pagan caro

Decolamos sin señal de que hubiera algo anormal, con la intención de hacer un vuelo rasante sobre las chacras por un par de minutos, pero sentí una sensación extraña, no era nada físico, pero algo me molestaba... ¿Qué podía ser? Mejor regreso a la base directamente.

Inicié el descenso y aproximación al punto de aterrizaje en la cabecera de la pista de taxeo, luego el vuelo estacionario. Hasta ese momento todo era normal. ¿Te das cuenta? – me dije – Te preocupabas por nada, todo está bien. Empecé el desplazamiento, a un metro del suelo, como es el procedimiento, para dirigirme a la plataforma de parqueo; de pronto, sin señal alguna, empezó una vibración tremenda, la palanca de mando cíclico, que está ubicada entre las piernas del piloto, se movía haciendo círculos, traté de detenerla

- ¡Cholo…ayúdame! – el pedido fue innecesario porque el Cholo ya lo estaba haciendo, y con ambas manos, pero la fuerza era tremenda y nos fue imposible. Los instrumentos son ilegibles, la cabina se llena de polvo que no sé de dónde salió.

La nariz del helicóptero giró violentamente hacia la izquierda al tiempo que se elevaba bruscamente unos 50 grados sobre el horizonte, los pedales no habían dado señales de vibración, sin embargo pese a que el pedal derecho estaba a fondo no hubo efecto alguno en el control de dirección ¡Falla del rotor de cola! Nos habíamos quedado sin control de dirección. Una de las emergencias más críticas y tal vez la más temida que puede presentar un helicóptero.

El aparato se elevó sin control, la nariz se inclinó violentamente hacia la izquierda iniciándose una serie de locas volteretas, ora estábamos mirando el cielo mientas subía, ora parecía que nos estrellábamos de cabeza contra la pista de concreto ¿Será el final? ¿Aquí termina todo? Nuestros desesperados esfuerzos no sirvieron de nada

Durante esos locos giros sin control el helicóptero se desplazaba lateralmente fuera de la pista, de manera que en la tercera vuelta - ¿O fue en la cuarta? estábamos ya no sobre el concreto sino sobre la tierra, en cada vuelta pensaba en los hechos anteriores a la emergencia ¿Por qué tenía que haber programado un vuelo que no estaba autorizado todavía? ¿Por qué no apagué el motor y me bajé a revisar la cola recién instalada, que era el motivo del vuelo, si además tenía conmigo un mecánico? En esas tres, o cuatro, vueltas, esos y otros “por qué” se vinieron a mi mente, un poco tarde por cierto.

¿Aplico el procedimiento de emergencia? Imposible, sería un suicidio. El procedimiento manda quitar potencia y sustentación mediante la disminución del paso colectivo, incluso el apagado del motor, pero en esas circunstancias ¿Quitar potencia y sustentación encontrándonos girando sin control a una altura de 4 a 6 metros aproximadamente, y estrellarme contra el concreto? ¿En qué momento? ¿Cuándo estábamos subiendo y caer de cola y reventar el tanque de combustible? ¿o cuando estábamos bajando y estrellarnos de nariz?

Las manos aferradas desesperadamente a los mandos, tratando de por lo menos nivelar el helicóptero para caer “de panza” Los pensamientos y reflexiones se entrecruzan en mi mente a velocidades sorprendentes. ¡Dios mío, qué temprano me llamas, hágase tu voluntad! Todo esfuerzo es inútil, la catástrofe es inevitable.

La tierra parece acercarse velozmente, puedo ver algunas piedras que parecen agrandarse cada vez más. Un fuerte ruido, un rayo de luz azulada en los ojos, la mano que vuela hacia la maneta de corte de combustible y luego al switch de la batería para cortar la energía eléctrica. Gesto inútil, todo está destrozado.

Silencio. Estoy en una nebulosa, no me duele nada, no escucho nada. Mi cabeza se ha estrellado contra el panel de instrumentos. Siento algo, saliendo de debajo de mi casco, pasa ante mis ojos pero no logro determinar qué es. Son como manchas negras ¿es realidad, o consecuencia del golpe? Empiezo a pensar - el helicóptero - o lo que queda de él - está de costado, el impacto ha sido por mi lado y yo he quedado en la parte inferior – identifico las manchas negras que veía, era el visor hecho añicos a pesar de tener un protector, siento entumecida la ceja izquierda, pero no veo sangre. Encima mío, amarrado a los arneses está el Cholo que se desamarra y empieza a salir, se coge de los costados de la puerta y se para...sobre mí. Sale, da unos pasos alejándose y

- ¡¡ Aaay!! ¡¡Alegre ayúdame!! - era Fidel Angeles, el mecánico-

anato

Mientras el Cholo jala a Fidel para sacarlo de la cabina, este se para…sobre mi. Abro la hebilla que liberan las amarras y trato de incorporarme, siento que algo me moja, no sé qué es pero siento que un líquido me corre por el cuello, la espalda, sigo mareado y veo las cosas medio difuminadas - ¿Será sangre? - no sé, no me duele nada, no... un fuerte y conocido olor me golpea con fuerza ¡¡Combustible!! ¡¡Dios mío, estoy empapado en combustible!!

Me aterra un posible incendio, si esto se incendia quedaré convertido en una tea. Trato de apurarme pero mis fuerzas flaquean, quiero conservar el sentido y alejarme de los restos, hago un angustioso esfuerzo y logro salir del helicóptero, intento correr, o por lo menos caminar rápido, doy apenas un paso y todo empieza a desvanecerse - ¡No quiero, no puedo desmayarme! ¡¡ Señor, no me dejes ahora!! - logro ver una figura de anaranjado que se acerca rápidamente, no lo puedo identificar, siento unas manos que me agarran con fuerza, coge mi brazo y se lo pone sobre los hombros al tiempo que con el otro brazo me coge de la cintura y me ayuda a caminar, a trompicones, casi arrastrándome, casi en vilo. Es el Cholo que, en vez de alejarse y ponerse a buen recaudo, ha regresado por mí. Me tiende en la pista mientras escucho las sirenas del carro contra incendios y de la ambulancia. ¡Gracias Dios mío, estoy vivo! Tendido y con los ojos cerrados, me abandono sintiendo unas manos que me palpan, que me recorren brazos y piernas ¿Qué buscan? ¿Qué quieren? No me importa, no me duele nada pero no puedo más, me abandono y pierdo el sentido.
Gracias Cholo, te la debo, arriba te pago

Tres horas después

Los mecánicos, que reunidos en el hangar habían formado corrillos y discutían entre si, se quedaron en silencio cuando vieron llegar al Cholo

- ¡¡Firmes, atención!! – la voz del Técnico Santiago Torres Rivero, “Don Santiago”, resonó en el hangar

- Mi teniente, permiso para poner en descanso al personal.

- Que se acerquen todos, por favor, Santiago ¿Qué han encontrado?

El Cholo, que había salido ileso del accidente, después del reconocimiento médico se fue a bañar, presentó su informe verbal al Comandante de la Unidad y luego se había dirigido al hangar. Don Santiago, como cariñosa y respetuosamente lo llamábamos tanto oficiales como suboficiales, era el Técnico más antiguo y de mayor experiencia en los helicópteros.

- Mi teniente, el botalón de cola está entero y hemos encontrado que el cubo del rotor de cola tiene suelta una de las dos bieletas de cambio de paso

- Con razón. Esa ha sido la causa de la pérdida de control, felizmente la cola está intacta ¿Cómo es que está suelta esa bieleta?

- Todavía no sabemos, mi teniente, pero faltan el perno y la tuerca que mantienen la bieleta en posición.

- ¡Pero ese perno es pasante, lleva una tuerca y luego un pasador de seguridad para que esta no se salga!

- Sí, mi teniente, pero faltan la tuerca y el perno. Tal vez no le pusieron el pasador y con la vibración se aflojó la tuerca, se salió y luego se salió el perno

- Santiago, vamos con todo el personal al lugar del accidente, forma una línea, hombro con hombro y busquemos el perno y la tuerca. Tal vez encontremos algo

- ¿Usted cree, mi teniente?

- ¡Ojalá! La falla se ha presentado cuando ya estábamos taxeando, después del vuelo estacionario, ojalà tengamos suerte.

La línea, de 30 hombres, avanzó lentamente, buscando y mirando cada palmo del terreno. La búsqueda dio resultado, encontraron el perno.

Circunstancialmente se encontraba en Lima un técnico francés enviado por la fábrica en una gira de asesoramiento, y aunque no se encontraba en la base en el momento del evento, se hizo presente a la mañana siguiente-

- Imposible, es absolutamente imposible que ese perno se haya salido – decía el “mesiè”

- ¿Cómo que imposible, no está viendo que falta el perno de sujeción? – dijo el Cholo, furioso y con la voz alterada. - Aquí está el perno, lo hemos buscado y lo hemos encontrado.

- Señor teniente, el sistema consiste en un perno sujeto con una tuerca, y además lleva un pasador que impide que se salga y por tanto el perno queda absolutamente seguro.

- Oiga, usted mismo está viendo que esa parte está intacta, no ha sufrido daño alguno ¡Y FALTA EL PERNO! el sistema ha fallado, no sé la razón pero ha fallado - dijo el Cholo en tono enérgico

- Señor teniente, aún si la tuerca se hubiese salido, el sistema está diseñado para que por la fuerza centrífuga no se salga el perno


- Oiga usted - el Cholo estaba al borde del paroxismo – el piloto y el mecánico están en el hospital, pero están vivos ¿Por qué no les pregunta qué pasó, cree que somos locos para hacer esos giros descontrolados? Yo mismo he estado a bordo ¿CREE QUE ESTOY MINTIENDO? - el Cholo estaba pálido, y esta vez el tono y la actitud eran claramente agresivos

El “mesiè” no contestó, dio media vuelta y, prudentemente, se alejó caminando de prisa. Era mejor para él. En la nave del casi vacío hangar se hizo silencio, sólo se escucharon los pasos del “mesié“, pasos menudos y rápidos, como escapando.

Años después fui nombrado para seguir un curso en la fábrica de los Alouette, en Marignane, Francia, lo cual me dio la oportunidad de averiguar acerca de la posibilidad de que se produzca la falla que le ocurrió al helicóptero en el que nos accidentamos, y la respuesta fue categórica, pero confidencial.

“Si falta el pasador de seguridad, sí es posible, y de hecho se han producido algunas fallas” Por supuesto que no lo hicieron por escrito.

En aquella ocasión razón tuvo el “mesiè” en dar media vuelta y marcharse en silencio.

Este corto relato es un modesto homenaje a “Anato”, el entrañable amigo y compañero de promoción que nos honró con su amistad, alcanzó el grado de Mayor General y falleció, por causas naturales, en diciembre del 2019.


ERNESTO BURGA ORTIZ – ERNESTO HUDTWALCKER

Promoción “ Fernando León Vallejos”

Lima, 13 de mayo del 2020


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