Anécdotas Aeronáuticas
Ernesto Miguel Burga Ortiz
El límite entre Perú y Ecuador quedó establecido mediante la Real
Cedula de 1802; no obstante, Ecuador inicia una política de infiltración y ocupación
de territorio peruano que desemboca en refriegas armadas; así, durante el gobierno
del Mariscal Castilla, los ecuatorianos se embarcaron en una aventura armada que
culminó con la expulsión de las tropas invasoras y la firma del tratado de Mapasingue
del 25 de enero de 1860, ratificando lo establecido en la Real Cédula.
En
1881, cuando el Perú vivía el desastre sin precedentes de la ocupación de Lima por
parte de las tropas chilenas, Ecuador creyó que era oportunidad propicia para apoderarse
de territorio peruano que, según ellos, se encontraba en disputa, desconociendo
el tratado de 1860 y continuando con su política de infiltración.
En 1903
Ecuador pretende apoderarse del curso medio del río Napo como parte de su estrategia
para llegar al río Amazonas; ante estos hechos, al recibir la orden de enfrentar
a los invasores, el capitán del Ejército Peruano Juan Francisco Chávez Valdivia
surca el río Napo y el 26 de julio confronta y expulsa a las tropas ecuatorianas,
que estaban bajo las órdenes del mayor Bermúdez; por parte de las tropas ecuatorianas
hubo 12 fallecidos, 6 prisioneros y 2 banderas; por parte del Perú no hubo bajas.
Poco después el mayor Bermúdez se suicidó.
En abril de 1904 Chávez Valdivia,
ya con el grado de mayor, por orden superior, surca el río Napo llegando hasta Torres
Causana en donde establece una guarnición militar con el nombre de Bolognesi; Ecuador,
a pesar del fracaso del año anterior, persiste en su política de penetración al
oriente peruano y se apodera del caserío Andoas, en el alto Pastaza, sobre la confluencia
con el río Bobonaza.
El comando militar ecuatoriano ordenó al teniente coronel
Rivadeneira que tome Torres Causana, es decir la guarnición peruana Bolognesi, “a
como dé lugar”. El 27 de julio tropas ecuatorianas toman emplazamiento para atacar;
al día siguiente, 28 de julio, el comando de las fuerzas ecuatorianas envía un representante
exigiendo el retiro de la guarnición peruana, recibiendo como respuesta, por escrito,
de parte del mayor Chávez Valdivia, que eso era un asunto que correspondía al campo
diplomático de los gobiernos y no de los Jefes de frontera, y que por tanto no dejaría
la posición.
El comandante Rivadeneira hizo caso omiso a la respuesta peruana
y, sorpresivamente y aprovechando la superioridad numérica, desencadena el ataque
a las dos y cuarenta de la tarde tanto por tierra como por el río. Nuevamente el
Mayor Chávez Valdivia condujo con especial valor y habilidad la resistencia inicial
y luego el contraataque; luego de más de tres horas de combate las tropas peruanas
pusieron en fuga a los invasores.
El combate dejó como saldo, del lado ecuatoriano,
28 muertos y dos heridos, uno de ellos el teniente coronel Rivadeneira, jefe de
la expedición, y del lado peruano 2 fallecidos y 3 heridos. Posteriormente el comandante
Rivadeneira fue repatriado a su país y el mayor “CH V” continuó sirviendo en la
Amazonía
Corría el mes de abril del año 1967 y, una vez más, estábamos
en Chávez Valdivia, “CH V” como le llamábamos, para abastecer de víveres a los puestos
de vigilancia del Ejército de los ríos Cenepa y Comainas, en la frontera con Ecuador,
operación que realizábamos tres veces al año con los helicópteros del entonces Escuadrón
de Rescate del Grupo Aéreo Número 8; esta vez, con tres helicópteros y un total
de doce hombres, entre tripulantes y personal de tierra.
Habíamos partido
de Lima el día anterior, pero aun cuando teníamos tiempo suficiente para continuar
decidimos pernoctar en “El Milagro”, campamento del Ejército sobre el río Utcubamba,
tanto para hacer las coordinaciones finales como para despedirnos de las comodidades
de la civilización, ya que a partir de ese momento empezaría la operación “CH V”.
Como siempre, nuestra llegada a “CH V“, sobre el río Cenepa, causó gran conmoción,
se congregaron civiles y militares, viejos, algunas mujeres maduras, niños que se
escondían tras las faldas de sus madres y hasta cuatro perros blancos, igualitos,
que no se cansaban de ladrar y correr alrededor de los helicópteros mientras las
palas de los rotores estaban en movimiento.
El Comandante de la guarnición,
un teniente de amplia sonrisa, se presentó al jefe de la escuadrilla y a cada uno
de nosotros y de inmediato se despertó una corriente de simpatía que se reforzaría
con el correr de los días; pasada la novedad de nuestra llegada nos invitó al “casino”
donde nos invitó un “refresco”, que estaba tibio, y yuquitas fritas muy agradables
por cierto; nos sentamos en las toscas sillas y en un par de minutos estuvimos enfrascados
en amena conversación.
“CH V” está ubicado a sobre una lomada, a orillas
de las cabeceras del río Cenepa, confluencia con el Comainas; en ese punto el río
es apenas navegable por barcazas de muy poco calado y por las canoas, pero hasta
allí y más llegan los “regatones”, que son mercachifles de los ríos que viajan haciendo
trueque, y estafando, con los aguarunas y huambizas; a través de ellos llegaban
alguno periódicos viejos, mejor dicho viejísimos, y si es que llegaban.
Sabedores
de las duras condiciones en que vivía el personal destacado a la frontera, aislados,
conectados con el mundo exterior solamente a través de la radio, en una época en
que las comunicaciones eran en código Morse, y por la correspondencia que les llegaba
por río, tarde, mal y a veces nunca, cada uno de nosotros había llevado algunas
conservas, revistas y periódicos pasados y, sobre todo, algo excepcional para esa
gente ¡ Diarios de la víspera ! con noticias frescas que fueron motivo de charla
por más de una hora.
Terminadas las coordinaciones acerca de las actividades
del día y la operación a iniciarse, amablemente el teniente nos invitó a conocer
y mostrarnos nuestros “bungalows” para “instalarnos” y dejar nuestros “equipajes”,
operación que consistió en dejar nuestros maletines sobre las “camas” de las enclenques
cabañas, y punto.
- Mi capitán, este “bungalow”
es para los oficiales, y los otros dos son para sus técnicos, en cada uno hay cuatro
camas y son iguales - dijo socarronamente el teniente – con su amplia sonrisa.
No se estaba burlando ni mucho menos, simplemente nos estaba invitando a participar
y compartir sus limitaciones; el “bungalow” era una cabaña con paredes de pona (palma),
piso de pona y techada con hojas de crisnejas (otro tipo de palmera); el techo,
a dos aguas, estaba soportado por una estructura de troncos con vigas transversales,
apoyado sobre tocones a unos cuarenta centímetros sobre el terreno.
Las camas
eran otra cosa notable: catre y somier de metal, colchón y almohada de paja que
olían a humedad y, en los extremos de la cama, un par de bastidores en forma de
T para soportar los mosquiteros que olían a humedad más fuerte que los colchones;
ah, y las almohadas, parecían lechones hinchados, duras y cilíndricas. Al lado de
la cabecera de cada cama había un rústico velador o mesa de noche, de estructura
tosca y gruesa, con un cajoncito; ese era todo el mobiliario del “bungalow.”
Luego de mostrarnos nuestra temporal residencia el teniente nos hizo algunos
comentarios adicionales: para el aseo matinal una palangana y una jarra con agua,
los servicios higiénicos eran silos ubicados a regular distancia y para bañarse,
el río o el chorro; contaban, además, con un grupo electrógeno que funcionaba de
seis y treinta de la tarde hasta las nueve de la noche, a veces hasta las diez,
como sería ese día.
Después de almorzar hicimos apenas un par de vuelos, hasta las
cinco de la tarde en que suspendimos las operaciones y nos fuimos al “spa” a tomar
un refrescante baño en “el chorro”, que era la especialidad del lugar ¿El chorro?
Pues si, era un chorro de agua fresca y cristalina que bajaba de la quebrada por
medio de canaletas hechas con cañas cortadas longitudinalmente.
En la noche,
a las nueve y treinta en punto nos recogimos a nuestro bungalow a tomar las medidas
de rigor antes que apagaran el grupo electrógeno; lo primero, revisar el mosquitero,
que tenia un doble propósito, protegernos de los zancudos y protegernos de los orines
de las ratas, hecho que se producía con cierta frecuencia y, de vez en cuando, sentir
en el techo del mosquitero el aterrizaje de alguna, no sé si porque se divertían
lanzándose desde las vigas del techo o porque se caían; el hecho es que los mosquiteros
eran indispensables hasta para cuidar nuestros útiles de aseo, si los dejábamos
fuera del mosquitero era seguro que tanto el jabón como la pasta de dientes amanecían
roídos ¿Aseadas estas ratas, no? rendidos como estábamos, las conversaciones se
callaron rápidamente, pronto todos estuvimos durmiendo.
Si bien el mosquitero
era muy útil, casi indispensable, podía convertirse en una trampa, una verdadera
cámara de tortura; se suponía que el paso final para terminar los preparativos antes
de dormir era meter los bordes del mosquitero bajo los bordes de los colchones,
formando una especie de carpa que nos mantenía aislados de los bichos y demás, operación
que teníamos que hacer antes de que apagaran el grupo electrógeno, pero ¿ Qué sucedía
si algún zancudo se había colado dentro del búnker, esperando que se apague la luz
para atacar a traición? Había que buscarlo con linterna, que por supuesto estaba
también dentro del mosquitero, y ay de ti si no lo encontrabas.
La Prevención, portada de acceso a la Guarnición, estaba en la
parte alta de la lomada y para llegar a ella, desde el desembarcadero en el río,
había que subir por una escalera cuyos peldaños eran troncos cortados al tamaño
del sendero, puestos directamente sobre la tierra para no resbalarse cuando el terreno
estaba mojado por la lluvia; eran más de cien escalones y muchos de ellos estaban
podridos, así que a veces era preferible evitarlos y pisar la tierra misma, el hecho
es que era bastante cansador subir por terreno resbaladizo desde el desembarcadero.
Cierto día uno de nuestros pilotos, que se caracteriza por su cortesía, buen
corazón y don de gentes, estaba en la Prevención mirando el río y vio que de una
canoa que atracó en el desembarcadero bajaban tres aguarunas; uno de ellos cargó
un racimo de plátanos verdes sobre la cabeza y colgada del hombro una shicra ( Bolsa
tejida) con yucas; el segundo llevaba igualmente una shicra y con una faja a la
frente cargaba una pesada bolsa con algo indefinible, mientras que el tercero llevaba
solamente su pucuna, (Cerbatana ).
Los tres aguarunas iniciaron el penoso
ascenso con el de la pucuna a la cabeza y los otros dos siguiéndolo; después de
un rato llegaron a la Prevención y nuestro amigo el piloto se quedó asombrado al
ver que el que encabezaba el grupo, muy tranquilo, era un varón y que los otros
dos, que llevaban la carga, eran mujeres que respiraban entrecortadamente y sudaban
a más y mejor
Se detuvieron en la prevención y el jefe del grupo se dirigió
al suboficial del Ejército para pedir autorización e ingresar, mientras tanto las
mujeres, sudando y acezando, esperaban pacientemente sin bajar la carga; nuestro
héroe, al ver tamaño despropósito se acercó indignado:
- ¡Suboficial, detenga a ese hombre! - el suboficial lo miró entre sorprendido y
curioso, pero cumplió la orden
- ¡Cómo es posible,
eso es un abuso! – continuó nuestro amigo.
El aguaruna parecía no entender
nada y permaneció en silencio, sin saber qué hacer; el suboficial, al ver la extraña
situación, intervino:
- Mi teniente, así es la costumbre
de ellos, las que cargan son las mujeres
-
¿Qué
cosa? ¡¡No puede ser!! ¿Cómo pueden tratar así a las mujeres? Eso es un abuso, ¡¡
No puede ser, tienen que aprender a respetar a las mujeres!! - Luego se dirigió
al aguaruna - escúchame - le dijo en tono paternal - lo que tú estás haciendo está
mal ¡Muy mal! Tú eres hombre, eres más fuerte que ellas, tú debes cargar lo que
es más pesado, ella es la madre de tus hijos, está bien que te ayude pero tú debes
cargar las cosas pesadas - y uniendo la acción a la palabra hizo que el indio cargue
el racimo de plátanos; el aguaruna puso cara de pocos amigos pero no se resistió
mucho, mientras el suboficial miraba con asombro lo que sucedía.
- Mi teniente, ellos vienen a cambiar sus cosas por kerosene o por otras cosas,
pero esa es su costumbre.
- ¡No señor, tienen que
aprender a respetar a las mujeres! - Y volteándose se dirigió nuevamente al aguaruna,
mientras las mujeres continuaban con las yucas y plátanos sobre la cabeza.
- ¿Mañana vas a traer más yuca? - Silencio, el aguaruna
mudo - Si mañana traes plátanos o yucas yo te regalo kerosene ¿Entendiste? Pero
lo tienes que cargar ¡Túú! Yo te voy a esperar aquí, si no es así no entras ¿Entendiste?
- Silencio, el aguaruna mudo, pero asintió con la cabeza como si comprendiera -
Déjalos pasar, y mañana me avisas cuando vengan.
Al día siguiente, como a
media mañana, regresaron los aguarunas, pero solamente dos, el hombre y una de las
mujeres; un soldado fue a buscar a nuestro héroe, mientras los dos aguarunas esperaban
en la prevención. En cuanto apareció el teniente, el aguaruna levantó el racimo
de plátanos, se lo puso al hombro y, sujetando su pucuna con la otra mano, esperó
en silencio
- ¡Muy bien! Así debe ser, tú tienes
que llevar las cosas pesadas ¡Muy bien! Aquí tienes el kerosene que te ofrecí, cuando
salgas te lo llevas - el aguaruna movió la cabeza y sin decir palabra bajó el racimo
de plátanos, cogió la botella y se dirigió, colina abajo al embarcadero.
- ¿Ves cómo es cuestión de enseñarles? Así poco a poco irán aprendiendo - dijo henchido
de orgullo
- Mi teniente, esteee esteeee…
- el suboficial
carraspeó - ¿Puedo decirle algo?
- Claro, dime nomás
- respondió, resplandeciente
- Mi teniente, esa
es la costumbre de los aguarunas, no se les puede camb......
- ¡Cómo que no se les puede cambiar! ¿No estás viendo como ahora es el hombre el
que está cargando?
El suboficial lo miró como queriendo decir algo, permaneció
en silencio un momento y por fin se animó:
- Mi
teniente, esteee.........los plátanos los ha subido la mujer desde el puerto.......
el aguaruna sólo se los ha puesto al hombro cuando lo ha visto a usted
- ¿Quèèè? - Fue todo lo que dijo. Nunca más lo vi hablar con otro aguaruna
En los pocos días transcurridos habíamos entablado una buena relación,
así que ese día, después de los vuelos, se me acercó mi “pata” el teniente EP
- Flaco, vente conmigo que acabo de resolver dos misterios,
pero tienes que verlo para creerlo
- ¿Qué ha pasado?
- le pregunté intrigado
- No lo vas a creer ¡Sargento!
- ¡Ente miniente! (Presente, mi teniente)
- Llame a los implicados
- ¡Tuanama, Manuyama,........!
Y así a seis más
- ¿Así que ustedes han estado pagando
con oro en polvo? - Silencio absoluto - A ver ¿De dónde han sacado ese oro? – Sigue
el silencio –
- ¿Estos son los que han pagado con
oro? - le preguntó al sargento
- Sí, mi teniente
- ¡¡Pelo a “cero” y al calabozo!!
Yo estaba
en babia, y no podía entender ni creer lo que escuchaba ¿Oro en polvo? Sabía que
en la cuenca del Cenepa había oro aluvial, pero nunca había escuchado que lo explotaran
en la guarnición y siempre lo tomé como un mito más, como el “chuya chaqui”, duende
maligno de la selva, o las propiedades de encantamiento amoroso del “agua de Huacanqui”,
a la que le atribuyen esas propiedades por manar de una cueva en forma muy similar
a una vagina. Pero ¿Oro en polvo?
- ¿Ya sabes cómo
es la jugada? - me preguntó mi amigo
- No entiendo
nada, compadre ¿Qué ha pasado?
- Mira, ayer se presentaron
a mi oficina dos de las “visitadoras” que están en este turno, a quejarse de que
las habían estafado y querían que la guarnición les pague para resarcirse de la
estafa; yo ya les había advertido que solamente presten sus servicios a los soldados
que les entreguen recibos firmados por mi, y de nadie más, nada de trueque ni otras
cosas, sólo con los boletos que yo he autorizado.
- ¿Y qué ha pasado? - le pregunté aun sin entender
- ¡Que las han estafado pues! - me dijo riéndose, no sé si de mí - ¿No te dije que
acababa de resolver dos misterios? Bueno ese es uno, el otro es porqué hoy día no
has escuchado el toque de diana.
- No entiendo nada
- Mira, estas mujeres recibieron “oro en polvo” en
frasquitos de penicilina para pagarles sus servicios, pero después de una semana
el “oro” se ha puesto casi marrón - ja ja ja - estos son unos pendejos
- ¿Y, qué vas a hacer? - demostrando que no había entendido qué estaba pasando
- ¿Yo? Nada, ya les había advertido a esas fulanas, pero de paso me resolvieron
el otro misterio
- ?????? - Mi cara de bobo lo decía
todo, así que ni hablé
- ¿Qué, no te has dado cuenta
todavía? Estos desgraciados lo que han entregado es bronce, han estado raspando
la corneta, y hasta la boquilla se han tirado - ja ja ja - Por eso no hubo toque
de diana.
Eran cuatro, de tamaño mediano, de pelo blanco pegado, alegres
juguetones; cada vez que aterrizaba un helicóptero corrían y brincaban como locos,
ladrando y haciendo cabriolas hasta que los rotores se detenían, entonces se echaban
descansar , acezando con la lengua afuera.
Uno de esos días, mi “pata” me
dice
- ¿Quieres ver la cacería?
- ¿Qué, cómo que ver? ¡Vamos!
- Bueno, vamos
- ¿Qué vamos a llevar, escopeta o fusil?
- No te
preocupes, yo te voy a llevar - me pareció rara su respuesta, pero no dije nada
- a las once nos encontramos en el almacén de víveres.
Efectivamente a las
once en punto lo vi en la puerta del almacén de víveres; frente a él había un grupo
como de quince hombres
- Hola ¿Ya estás listo?
-
me preguntó
- Claro, pero no he traído nada, ni
cantimplora
- No te preocupes, aquí está todo lo
que necesitamos ¡Sargento, los arreadores!
- ¡Listos
miniente! ( Mi teniente)
Salieron al frente seis soldados en pantalón corto
y camisetas, armados con sendas varas largas, que yo pensé de primera intención
que eran pucunas
- ¡Tomar posiciones! - ordenó el
teniente
A esta voz los seis soldados treparon al techo del almacén que,
al igual que todas las construcciones, era con techo de hojas de crisnejas; alrededor
de la construcción se distribuyeron los soldados restantes, más o menos equidistantes
uno de otro. Yo seguía sin entender lo que estaba sucediendo, pero los cuatro perros
parece que sí lo sabían porque corrían y saltaban ladrando a los soldados que estaban
trepando al techo. Llegando arriba los soldados tomaron posiciones.
- ¡En posición minientee! - entonces comprendí que habían organizado toda una chacota,
aunque todavía no sabía de qué se trataba.
- ¡Aaal
ataque! - A la voz del teniente los seis soldados se pusieron a golpear vigorosamente
el techo con las varas, mientras mi amigo se moría de risa.
- Ja ja ja ja ¿De veras creíste que nos íbamos de cacería? Mira eso ¿No es una cacería?
Y es que al golpeteo de las varas empezaron a saltar ratas por todos lados,
las que por tratar de escapar de los golpes se lanzaban del techo, pero abajo estaban
los cuatro juguetones que las atrapaban en el aire o, si llegaban a tierra, en segundos
daban cuenta de ellas. Fue una buena cacería de esta plaga que ¿Cómo no iban a estar
en el almacén de víveres, si era tan endeble como las otras construcciones? El espectáculo
hubiera sido verdaderamente cómico, si no fuera porque ponía en evidencia las muy
duras condiciones en que vivía esa gente, y sin embargo siempre con la moral en
alto.
- Oye compadre ¿Cómo no las has eliminado
antes?
- ¿Eliminado? Imposible, siempre hay, o regresan;
conseguimos una “mantona” (Boa), pero esta desgraciada se comía una y dormía no
sé cuántos días, y finalmente desapareció, pero nunca disminuyeron estas dentudas,
así que hay que organizar cacerías cada cierto tiempo, y para eso los perros son
lo mejor.
Cierto día observé que uno de los perros había montado a, obviamente,
una perra, mientras los otros dos daban vueltas importunándolos un poco, lo cual
me pareció de lo más normal dentro del comportamiento perruno. Dos días después
se dio una situación de lo más extraña; uno de los perros estaba echado debajo del
piso de uno de los “bungalows”, metido en un hueco, tratando de ocultarse, mientras
los otros tres estaban en semicírculo a su alrededor, manteniéndose mas o menos
a metro y medio, pero lo raro del caso era que cada vez que alguno quería acercarse
al solitario éste amenazaba y hasta iniciaba un ataque. Sorprendido por tan extraño
comportamiento supuse que el pobre estaría enfermo o, quizás, que lo había mordido
una víbora, así que busqué a mi “pata” para alertarlo ya que en la selva los perros
“mitayeros” (Cazadores) son muy buscados
- ¡Compadre,
creo que uno de tus perros está enfermo, no se te vaya a morir!
- Ja ja ja - No te preocupes, no le pasa nada - ja ja ja
- Entonces ¿Por qué está así? - Le dije, sin comprender nada
- ¿No te has dado cuenta?
- No, ¿De qué?
- Que tres son hembras y un solo macho, y este es tan salado que las tres han entrado
en celo al mismo tiempo, y el pobre no tiene fuerzas ni para ladrar - ja ja ja ja
No sé exactamente qué hora era, pero para mí, cansado como estaba,
era media noche cuando el “bungalow” empezó a temblar, luego se fue acentuando hasta
convertirse en un movimiento violento, momento en que se escuchó una voz “medio”
alterada, mejor dicho un grito:
- ¡¡¡Temblor,
temblor!!!
- ¡¡Prendan la luz!! - como si hubiera
-
Ya se imaginan el alboroto que se armó, éramos cuatro en un espacio relativamente
reducido, en casi tinieblas, metidos como mariposas en su capullo tratando de salir
lo más rápido posible del mosquitero, cuyos bordes habíamos metido debajo del colchón
para quedar aislados y que se enredaba en sabe Dios qué; finalmente pudimos salir,
empujándonos unos a otros en nuestro afán de alejarnos del “bungalow” de pona y
paja que parecía venirse abajo.
Ya en espacio libre, iluminados por la luna,
vimos con asombro que nuestra “bungalow” seguía moviéndose, aunque no sentíamos
movimiento alguno de la tierra y, más asombroso aun, nadie más había salido de sus
casas, todo era quietud, nadie parecía haber sentido el tremendo temblor, casi un
terremoto, sólo nosotros.
Desconcertados, y recuperados del susto, empezamos
a especular tratando de desentrañar el misterio, el movimiento había cesado como
por encanto ¿Qué podía ser?
- ¿Qué ha pasado, lo
sentiste?
- ¡Claro, mira el raspón que me he hecho!
- Oye, pero nadie más ha salido ¿Qué raro no? Esto
es un misterio
¿Misterio? muy pronto quedó resuelto el misterio cuando se
reinició el movimiento, al tiempo que vimos asomar, detrás del “bungalow”, la cabeza
de una vaca que descaradamente se recostaba en la esquina y se rascaba remeciendo
la endeble construcción. Menudo susto.
Dicho sea de paso, esa misma bendita
vaca casi me deja sin medias; una mañana, muy temprano, cuando el ambiente es aun
azulino y todo es quietud, me levanté para ir al baño y aunque la vaca estaba muy
cerca no le presté atención; al regresar la encontré cerca a los cordeles, detrás
del “bungalow”, por el costado del hocico le asomaba algo azul, lo que despertó
mi curiosidad ¿Flores? ¿Papel? Nooo, era una de mis medias que yo había lavado el
día anterior y que, muy campante, la estaba masticando.
Dos medias desaparecieron,
y la que rescaté quedó llena de agujeritos, pero utilizable, y con ella tuve que
partir a otro destino.
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