Anécdotas Aeronáuticas
FAP
Ernesto Miguel Burga Ortiz
La cafetería
“El Búcaro” era relativamente pequeña, con buena iluminación y gruesas
puertas que casi no dejaban pasar el ruido de la calle; en las paredes unos
cuadros, que representaban hermosos jardines de diferentes ciudades, eran
los únicos adornos; diez mesas armoniosamente distribuidas, cubiertas con
blanquísimos manteles y, sobre ellas, elegantes búcaros a los que aludía el
discreto cartel sobre la puerta del local; en suma, un lugar tranquilo, casi
familiar.
La puerta de la cafetería se abrió con cierta lentitud, casi
tímidamente, y apareció un hombre de mediana edad, pulcramente vestido que,
por unos segundos, permaneció inmóvil en la entrada examinando el lugar; de
un vistazo vio que solo tres de las mesas estaban ocupadas, todas por
personas mayores; con pasos calmos se dirigió hacia una que estaba un tanto
retirada y se sentó, esperando a ser atendido ; cuando el mozo se acercó
para recibir la orden el hombre pareció titubear, no sabía qué ordenar para
la persona que esperaba, optó por pedir agua mineral. Miró la hora en su
reloj, todavía faltaban diez minutos para la hora convenida; cinco minutos
después vio que la puerta se abría, expectante se preparó para ponerse de
pie, pero no, no era quien él esperaba. Miró su reloj por enésima vez y vio
que había transcurrido ya media hora, dos parejas de las que encontró a su
llegada ya se habían retirado, y otras tantas habían llegado ocupando mesas
vecinas, concluyó que su espera había sido inútil; desanimado, entrecerró
los ojos rumiando sus pensamientos – Yo tengo la culpa…debería haber
cumplido con lo pactado, reunirnos a mi vuelta, ahora no tengo nada que
reclamar …si al menos me dejara explicarle lo que ha sucedido…pasaron tantas
cosas y tanto tiempo desde nuestra aventura en “Las Cruces” …tenía tantas
cosas que decirle …
Ese domingo 6 de diciembre del 2006, como
cada primer domingo del mes, Jorge Enriquez acudió al almuerzo que
regularmente celebraba con viejos amigos, uno de los cuales, rotativamente,
se encargaba de organizar; el menú, un copioso asado generosamente regado
con buen vino, había prácticamente terminado, cuando, una vez más, como
sobremesa, la conversación recayó en el accidente aéreo que años atrás
sufriera Jorge.
Había pasado tanto tiempo desde la tragedia en Lima, y
tantas veces había contado la historia, que él hacía sin remilgos, que no le
sorprendió que nuevamente le pidieran que les relatara el increíble episodio
del que había sido protagonista, aunque esta vez el argumento fue que dos de
la decena de participantes del ágape, nuevos en el grupo y a los que él veía
por primera vez, estaban ansiosos de escuchar de sus labios los pormenores
de una odisea casi increíble, y no pensaban dejar pasar la oportunidad de
escucharla narrada por el protagonista.
Jorge, a pesar de haberla
contado muchas veces, percibió que en ellos había un interés especial más
allá de la mera curiosidad y decidió que lo haría con la mayor minuciosidad;
como otras veces, entrecerró los ojos, mirando sin ver, y empezó su relato.
En la penumbra de esa fría madrugada otoñal del
8 de mayo de 1964, en el aeropuerto Aeroparque de Buenos Aires, los hermanos
Enriquez, Sara Julia, Jorge y María Cristina, abordaron el cuatrimotor de la
Fuerza Aérea Argentina que los llevaría a Lima, un viejo DC-4 de matrícula T
– 47 que cubriría el vuelo 1154 del Correo Aéreo Militar al Exterior - CAME,
en la ruta Buenos Aires – Santiago – Lima, en correspondencia al Correo
Aéreo Militar de la Fuerza Aérea del Perú – CAMFAP.
Los tres hermanos
estaban algo nerviosos, pero sobre todo emocionados porque, no obstante que
el vuelo partiría a las 05:30 de la mañana hubo mucha gente en la despedida
de los muchachos, y es que el viaje era realmente especial, porque sus
padres, Rodolfo Enriquez y Sara Castellanos, habían viajado a los Estados
Unidos en búsqueda del sueño americano dejando a sus cinco hijos encargados
en diferentes familias. Las cosas no marcharon bien para los esposos, el
título de arquitecto de Rodolfo no tenía ningún valor en tanto no lo
convalidase, viéndose en la necesidad de trabajar como oficinista en un
laboratorio y Sara como empleada, cosa que nunca antes había hecho. Había
transcurrido casi un año desde que iniciaron su emprendimiento, y aunque no
querían darse por vencidos no veían la menor posibilidad de mejorar su
situación; el estar lejos de sus hijos, especialmente de los tres menores,
era un verdadero suplicio para Sara y empezaron a pensar seriamente en
retornar al terruño.
Providencialmente, uno de esos días, a Rodolfo se
le presentó una oportunidad de oro, un compatriota, amigo del arquitecto
Fernando Belaunde Terry, presidente de la República de Perú, le ofreció la
posibilidad de conseguir trabajo en Lima, proporcionándole una carta
personal de recomendación. No hubo más dilación, se trasladaron a Lima,
alquilaron un departamento en Barranco y gestionaron el viaje de los tres
hijos menores de Argentina a Perú; los dos mayores, Rodolfo y Arturo, ya
estaban enrumbando sus vidas y se quedarían en Argentina. Ansiosos, porque
por fin, después de un año, volverían a ver a los tres hijos menores, a Sara
Julia, a quien llamaban “Beba”, a Jorge, de 14, y a María Cristina de apenas
12 años. Sara no cabía en sí de felicidad, para que sus hijos estuvieran
cómodos tomaron un departamento que tenía tres dormitorios, el principal
sería ocupado por los esposos, el segundo para Jorge, y el tercero para las
dos hijas mujeres; en el arreglo de este último Sara puso su mejor empeño,
quería compensar, aunque fuera un poco, el largo tiempo que habían estado
separadas de ella. La que más le preocupaba a Sara era María Cristina, la
última y la más engreída de los hermanos, que parecía que había sido la que
más resintió su ausencia; en un primer momento Beba fue a vivir en casa de
los tíos Berros Castellanos, aun cuando estos tenían cinco hijos, en tanto
que la hermanita menor se había quedado en casa de unos vecinos de mucha
confianza, una pareja que no tenía hijos y que querían mucho a la niña. Esta
situación duró poco tiempo porque, pese al mucho cariño que recibía, María
Cristina extrañaba tanto a su hermana Beba, la hermana mayor, que se hizo
imperativo que también ella fuera a vivir a casa de los tíos de la familia
numerosa.
Para los hermanos la inesperada noticia fue una maravillosa
sorpresa; sus padres, que se habían establecido en Lima, habían conseguido,
gracias a amistades, tres cupos en el CAME; la fecha fijada para el vuelo
que los llevaría a la capital de Perú, y reunirse con sus padres después de
la larga separación, fue el viernes 8 de mayo. Conforme pasaban los días los
muchachos estaban más ansiosos, no era mucho el equipaje que llevarían y ya
lo tenían listo con varios días de anticipación, días en que dejaron de ir
al colegio porque continuarían sus estudios en Lima. Tíos, primos y amigos
les organizaron varias despedidas pues no sabían cuándo se volverían a ver;
Beatriz, madre de una amiga de Jorge le regaló a este una medallita. Beba,
una jovencita muy madura, con sus frescos 17 años, tenía sentimientos
encontrados, feliz con la proximidad de la fecha del reencuentro con sus
padres, pero, al mismo tiempo con el corazón acongojado por tener que
despedirse de Alejandro Campos, su primer novio, su primera ilusión, sin
saber si se volverían a ver porque, para ellos, Lima estaba tan distante que
era como si estuviera en otro planeta.
No obstante que el vuelo estaba
programado para las 05:30 de la mañana, fue mucha la gente que los acompañó
al aeropuerto para despedirlos, entre ellos Rodolfo y Arturo, los dos
hermanos mayores y, por supuesto, el novio de Beba, además de tíos, primos y
muchos amigos de los tres viajeros.
Una vez en el avión se ubicaron en
filas diferentes, Beba en un asiento a la altura del ala izquierda, junto a
una señora que viajaba sola y, atrás, en la penúltima fila, Jorge y
Cristina.
El DC-4 partió en horario rumbo a su primera escala: Santiago
de Chile; dos horas más tarde, a las ocho de la mañana, se vio precisado a
aterrizar en “El Plumerillo”, el aeropuerto de Mendoza, debido a una falla
técnica; los pasajeros fueron informados de que se demorarían no menos de
dos horas.
Después de deambular un poco por el aeropuerto se formaron
varios corrillos, alguno compuesto por familiares y algún otro por simples
compañeros de viaje. Dos de los pasajeros, el coronel de la FAP Carlos
Ciriani y Rosa, su esposa, estuvieron juntos un rato, hasta que ella le hizo
una sugerencia.
- Carlos ¿por qué no me dejas con la monjita, y tú te
vas con tus compañeros de la FAP? – tres comandantes, uniformados - quisiera
conversar con ella – se refería a una religiosa de rostro arrugado y sereno
que, rosario en mano, rezaba con los ojos cerrados.
- Bueno, si quieres
- Claro, ustedes tienen tanto que conversar y yo quiero hablar con la
monjita
La pareja de esposos, se dirigió hacia el lugar donde estaba
sentada la religiosa, que abrió los ojos al sentir que alguien se sentaba a
su lado.
- Buenos días madre ¿me permite? – saludó Rosa al sentarse.
-
Claro hija, por supuesto… y gracias.
- ¿Gracias por qué madre?
- La
verdad es que me muero de miedo de subirme a un avión.
- Madre, la
verdad es que yo también, por eso me he acercado a usted – ambas rieron de
buena gana.
- Ay hija, el Señor decide cuándo nos llamará, pero bueno ¿tú
eres peruana?
- Sí madre, vine a Buenos Aires con mi esposo porque el 17
de abril pasado hemos cumplido bodas de plata.
- Vaya, te felicito hija,
te felicito, qué buen esposo.
- Madrecita, para mí fue una sorpresa, mi
esposo – hizo un ligero movimiento con la cabeza indicando al grupo de los
cuatro oficiales de la FAP, que ya conversaban animadamente - que es coronel
de la Fuerza Aérea, un día se presentó a la casa y me soltó la noticia sin
más ni más y sí, es muy buen esposo, un poco renegón pero muy bueno.
-
Ah, sí, lo vi cuando se alejaba, es el más colorado y gordito de los cuatro
¿verdad?
- Ja ja ja – rió suavemente Rosa – él es de contextura gruesa
pero sí, es cierto, está algo subido de peso.
- ¿Y cómo te llamas? – la
monja la miraba con dulce expresión.
- Madrecita, disculpe que no me
haya presentado, me llamo Rosa…Rosa Anchorena de Ciriani – durante la corta
conversación Rosa había notado un dejo que no pudo identificar - ¿es usted
peruana? - le preguntó a la monja
- Ja ja ja …no hija, pero como si lo
fuera – Rosa la miró sin comprender lo que quería decir la religiosa – yo
soy sor Felicidad, española... y peruana – hizo una ligera pausa y continuó
– hace 30 años fundé en Lima el hogar “Siervas de María Auxiliadora” …ahora
tengo 78 años, próxima a jubilarme y quisiera pasar mis últimos años en
Lima, por eso pedí que me trasladen y gracias a Dios mis superiores
aceptaron mi solicitud.
- Qué lindo madre, gracias por lo que ha hecho,
estoy segura de que la quieren mucho.
- En verdad fue muy lindo…pero
bueno, basta de hablar de mí, cuéntame de tu familia ¿tienes hijos, cuántos?
- Ja ja ja – rió quedamente Rosa – sí, tengo hijos… dos mujercitas y…cinco
varones.
- ¡Siete, qué maravilla! ¿Y de qué edades?
- El mayor,
Carlos, tiene 23 años y Bruno, el último, seis.
- ¡Qué lindo Día de la
Madre van a pasar el domingo! - la monja le palmeó suavemente una mano.
A
unos cuantos metros el coronel Ciriani conversaba animadamente con los tres
oficiales de la FAP; casi simultáneamente vieron aproximarse a dos oficiales
de la Fuerza Aérea Argentina, acompañados de un suboficial al que el oficial
de mayor graduación le dijo unas palabras que alcanzaron a escuchar–
Ahumada, vaya al avión, que enseguida lo alcanzamos – y luego, dirigiéndose
a ellos- Señores oficiales buenos días, permítanme que me presente, soy el
comodoro Federico Muhlemberg, piloto del avión que los llevará a Lima, y mi
copiloto el vice comodoro Fernando Gonzales.
- Encantado de conocerlo,
comodoro, mucho gusto, soy el coronel Carlos Ciriani Santa Rosa – tomó una
posición algo más rígida y procedió a presentar a sus compañeros -
comandante Enrique Meseth Rossi, comandante Alfonso Machado Mori y
comandante Germán Arias Grazziani.
- Encantado de saludarlos, señores
oficiales, pronto reemprenderemos vuelo…con permiso – ambos oficiales
argentinos dieron media vuelta retirándose; habían dado unos pasos cuando se
cruzaron con una señora de abrigo negro, de cuero, acompañada de dos niñas
de unos diez años de edad, a la que Muhlemberg saludó de pasada.
-
Señora Gastaldi, mis respetos - fue lo que dijo, sin detenerse; ella
respondió el saludo con una sonrisa y un movimiento de cabeza.
- ¿Y
ustedes de qué se ríen? – preguntó Ciriani, de ordinario un hombre parco y
serio; los tres comandantes, a su vez, trataron, sin mucho éxito, borrar las
sonrisas de sus rostros.
- Es que ese suboficial argentino es colorado
como usted… y de su misma contextura ¿no será su pariente? – el comandante
que había hecho el comentario, como piloto de transporte, había compartido
muchos vuelos con el coronel, y tenía con él más confianza de lo que
aparentaba el talante seco con que Ciriani se había dirigido a ellos; un
esbozo de sonrisa fue la respuesta.
A las once de la mañana partió el
avión rumbo a Santiago, donde repostó combustible, continuando luego hacia
Antofagasta, última parada antes de partir hacia Lima.
Eran
las cinco de la tarde, pasadas, y en la residencia de la familia Ciriani, en
Lima, había un ajetreo inusitado, inquietos niños, evidentemente hermanos,
salían de la casa por momentos para hablar con Máximo, chofer de uno de los
dos automóviles que aguardaban a la puerta, hasta que hicieron su aparición
un par de jóvenes, ambos veinteañeros.
- Carlos, apura a las chicas, que
se nos pasa la hora – dijo el menor de ellos, y es que Carlos, en ausencia
de sus padres, como el mayor de los siete hermanos era quien llevaba la voz
cantante.
- ¡Meche…Rosa! – llamó, levantando la voz – apúrense que
tenemos que irnos, ya va a llegar el avión y todavía seguimos acá – un par
de minutos después se completó la comitiva que iría a esperar la llegada de
sus padres.
En uno de los automóviles, que conducía Carlos, iban
Antonio, alférez de la Marina, al que llamaban “Chino” y Rosa, una de las
dos hermanas; el otro auto era conducido por Máximo, chofer del coronel, en
el cual iban la abuela materna de los muchachos, Meche, la otra hermana, y
Willy. Faltaban Miguel, alférez de la FAP que se encontraba en misión de
vuelos, y Bruno, el último de los siete hermanos, de apenas seis años, que
se había quedado en casa al cuidado de Justina, su ama.
- Ay Carlos,
eres un exagerado, recién son las cinco y el avión llega a las 8 de la
noche…- dijo Rosa
- Mejor es ir temprano por si hay algún inconveniente
en el camino, además no conocemos el aeropuerto y no sé por dónde
saldrán…así que no fastidies – replicó Carlos
- ¿Qué me traerá mi mamá?
- Oye, el domingo es el Día de la Madre, no de las fastidiosas –
intervino “Chino”, riéndose.
En el avión, Jorge Enriquez, sentado en la
penúltima fila, cabeceaba, agotado, al costado de su hermana Cristina; Beba,
la hermana mayor, ubicada en una de las filas a mitad de la cabina, dejó su
asiento para acercarse a Cristina y decirle que la señora con la cual había
estado conversando durante la primera etapa del vuelo, quería conocerla;
dócilmente, Cristina fue a sentarse al costado de la señora, conversó con
ella alrededor de media hora y luego volvió a su anterior ubicación.
-
Jorge, dice la señora de adelante que quiere conocerte a ti también, así que
anda adelante y yo me quedo con Beba.
- Pero… le hubieras dicho que estoy
durmiendo y …
- Jorge, dale gusto a la señora, viaja sola – terció Beba.
- Bueno, está bien.
- Jorge, no te pongas el cinturón y tápate con tu
chompa para que no te digan nada – él no entendió porqué su hermana le había
hecho esa recomendación, pero, como siempre, le obedecería.
Jorge se
levantó refunfuñando y se dirigió al asiento que había desocupado Cristina,
al costado de la señora, a la altura del ala; al pasar vio, una fila más
atrás, al otro lado del pasillo, a la señora del abrigo negro, de cuero, con
las dos niñas, una de ellas acurrucada y dormida, sin cinturón; se sentó
junto a la señora que había preguntado por él.
- Buenas tardes, señora
¿preguntó por mí? me llamo Jorge Enriquez
- Hola Jorge, sólo me faltaba
conocerte a ti…- la señora inició un diálogo intrascendente, aunque más
parecía un monólogo, a resultas del cual Jorge se quedó dormido.
El
piloto del avión, se volvió hacia el ingeniero de vuelos.
- Ahumada, lo
veo muy cansado.
- Es cierto, comodoro, ese reportaje de mantenimiento me
ha hecho sudar la gota gorda - respondió el Suboficial Principal Oscar
Ahumada.
- Y qué esperaba – le dijo, sonriendo – esa panza no es
gratuita, que venga Santos a reemplazarlo…y usted vaya a descansar un poco,
se lo merece, pero tenga cuidado, no se vaya a sentar al lado de su gemelo,
el coronel de la FAP – Ahumada no entendió la broma, pero le picó la
curiosidad ¿Su gemelo? - …ah, y de paso dígale al comisario (empleado civil)
Taverna que me traiga un café bien cargado. -el ingeniero de vuelos se
dirigió a la parte posterior de la cabina de pasajeros en busca del otro
mecánico de la tripulación, suboficial mayor Alberto Moro; en su recorrido
hacia la cola, muerto de curiosidad buscó y ubicó con la mirada al coronel
Ciriani; al pasar por su lado se cruzaron las miradas y Ahumada saludó con
una ligera venia, gesto que fue correspondido por el coronel; se rió para
sus adentros al comprender la broma de su piloto - Nos parecemos…pero no
tanto ja ja ja.
Poco más atrás, estaba Jorge Enriquez, dormido y con el
cinturón de seguridad desabrochado, pero consideró que no valía la pena
despertarlo, había buen tiempo y el vuelo era tranquilo - ¿para qué
despertarlo?
- Comodoro, a usted también se le nota cansado ¿por qué no
duerme un poco? – el copiloto hizo una pausa dubitativa, como sopesando lo
que iba a decir a continuación - todavía nos falta más de tres horas para
llegar a Lima, el avión está como una seda y tenemos muy buen tiempo,
descanse un poco.
- Gracias Gonzales – respondió Muhlemberg a su
copiloto, el vice comodoro Fernando Gonzales – pero, aunque lo intente no
podré dormir, no está en mí, el subconsciente es más poderoso ¿Has ido a
Lima antes?
- No señor, esta es mi primera vez.
-Para mí también
Cuando los Ciriani, llegaron al flamante “Aeropuerto Internacional Jorge
Chávez”, aún en construcción, por un rato pasearon por el interior mirando
lo poco que había en el gran salón, apenas los mostradores de las compañías,
y sofás y sillones para los pasajeros y familiares que acudían a despedir o
recibir pasajeros.
- Si quieren darse una vuelta por ahí, o ir al baño, o
lo que sea, háganlo de una vez, son las seis y media, a las siete y media
nos reunimos aquí – Carlos señaló el sofá en el que se había ubicado la
abuelita.
- Navegante a piloto – llamó por el interfono el navegante del
vuelo CAME 1154
- Adelante Otto Federico Ricardo Jermou, le escucho – al
comodoro Muhlemberg le encantaba mencionar los nombres y apellidos de su
subordinado porque le parecía que eran cómicamente rimbombantes.
-
Comodoro, las condiciones de tiempo en el Jorge Chávez, de Lima, en el
momento son malas, hay un banco de niebla y la visibilidad está en los
mínimos.
- ¿Y en el alterno? – preguntó Muhlemberg.
- En el
aeropuerto de Pisco las condiciones son buenas, cubierto alto con seis
octavos de visibilidad - intervino el radio operador, sub oficial mayor FAA
Santos Llerena.
- Recibido, gracias – Muhlemberg se quedó pensativo, sin
añadir palabra.
A las siete y media de la noche los hermanos
Ciriani Anchorena se reunieron en el lugar que había indicado Carlos, el
hermano mayor, excepto Máximo, el chofer, y “Chino” que apareció a poco,
seguido un par de pasos atrás por una pareja de adultos.
- En el
mostrador me han dicho que el avión está un poco retrasado, va a llegar a
las ocho y cuarto, por confirmar, así que mejor nos sentamos – dijo “Chino”
mientras empezaba a sentarse, al lado de su hermana Rosa en el único siento
desocupado.
- ¿Por confirma? ¿cómo es eso? – preguntó Meche, la otra
hermana.
- Claro – intervino Carlos – lo confirman cuando ya está cerca.
“Chino” se percató de la presencia de la pareja, a la que reconoció porque
minutos antes había estado a su lado indagando, al igual que él, la hora de
llegada del CAME; de inmediato se puso de pie.
- Por favor, señora, tome
asiento – ella dudó un instante y aceptó el ofrecimiento, quedando al lado
de Rosa.
Por unos segundos todos permanecieron callados y luego, casi
simultáneamente, empezaron a conversar.
- Gracias por cederle el asiento
a mi señora, la verdad es que debe estar cansada, no nos enteramos de que el
vuelo viene con un retraso de tres horas por la escala en Mendoza…y aquí
estamos ya varias horas ¿cómo se llama usted? Yo soy Enriquez, Rodolfo
Enriquez, y mi esposa Sara.
- Mucho gusto, señor, yo soy Antonio Ciriani
y he venido con mi abuelita y cuatro hermanos a recibir a nuestros padres,
que vienen de celebrar sus bodas de plata.
- Bueno – dijo Rodolfo con su
marcado acento argentino – ustedes son cinco y yo tengo cinco hijos…ja ja
ja… empatador pierde.
- Qué pena, don Rodolfo, porque somos…siete
hermanos.
- ¡Ah la pelota…! la casa gana ja ja ja - comentario que creó
una atmósfera distendida - ¿estás en la universidad?
- Noo, señor, soy
alférez de la Marina – involuntariamente se irguió un poco. Rápidamente se
generó una corriente de simpatía y entraron en detalles familiares.
- Ah
caramba ¿en tu familia hay alguien más dedicado a la carrera de las armas?
- Pues. Sí – mi padre, dos tíos y un hermano están en la Fuerza Aérea, mi
hermano también es alférez, pero no está en Lima, se encuentra en comisión
de vuelos en la selva ¿y usted?
- Nosotros estamos en tu tierra casi por
casualidad…tenemos cinco hijos, tres hombres y dos nenas, y estamos
separados…por razones de trabajo – hizo una pausa, parecía que sentía la
necesidad de hablar, de descargarse de algo porque prosiguió – en Argentina
las cosas no andaban bien para nosotros, mejor dicho para mí, como
arquitecto, así que decidimos, con mi mujer, tentar suerte en Estados
Unidos, en Nueva York, pero allá mi título no tiene validez así que los dos
tuvimos que trabajar en lo que pudiéramos, eso significó que yo terminara
trabajando no como arquitecto, sino como empleado en un laboratorio,
haciendo tareas para las cuales no estaba preparado, y mi esposa, cosa que
nunca había hecho, también tuvo que trabajar como empleada – se quedó
callado, como ensimismado, y “Chino” supo respetar ese elocuente silencio -
a los chicos los dejamos repartidos, los dos mayores, Rodolfo y Arturo, se
quedaron en casa de unos amigos de ellos, en este vuelo vienen mi hija Sara
Julia, que tiene 17, María Cristina, que es la menor, de 12, y Jorge Enrique
de 14 – hizo una nueva pausa – y ahora nos vamos a reencontrar… ¡después de
un año!
- Pero ¿cómo así usted y su esposa están en Lima?
- Ah, eso;
bueno, sucede que un compatriota me dio una carta de recomendación para el
presidente Belaunde, que es arquitecto como yo y ahora estoy trabajando
aquí… no te imaginas lo duro que ha sido
- Estoy seguro que sí, que. –
Rodolfo pareció no escucharlo, porque continuó hablando, como para sí – ¡Y
vienen justo para el día de la madre! Sara, mi esposa, está feliz esperando
la llegada de sus tres hijos menores.
En el ínterin había llegado
Máximo, que se dirigió al mayor de los hermanos
- Carlos – tuteándolo con
la confianza que le daban los años al servicio de Carlos padre - afuera hace
un frío terrible, y hay una neblina que parece una nube, fíjate que han
tenido que detener el partido porque los jugadores no veían la pelota, lo he
escuchado en el radio del carro.
- ¿En serio? ¿Quiénes juegan?
-
Carlos…están jugando el pre olímpico sudamericano ¿y tú? ni enterado
-
Oye…hoy día juegan Argentina – Colombia y Chile - Uruguay ¿Está jugando
Perú? ¡No! Entonces ¿qué me importa quienes juegan?
- Ya, pero entonces
¿cómo van a bajar los aviones si no se ve nada? - preguntó Máximo
- Los
pilotos saben cómo hacerlo, con instrumentos de navegación – fue la
respuesta de Carlos.
El vice comodoro Gonzales, piloto del CAME,
llamó a la torre de control del aeropuerto Jorge Chávez.
- Torre de
Lima, este es el CAME 1154
- Adelante 1154, buenas noches, esta es la
torre de Lima.
- Lima torre, 1154 solicita autorización para descender en
ruta.
- 1154, esta es Lima, autorizado para descender a discreción hasta
los cuatro mil pies, no tiene tráfico reportado en la ruta.
- Torre de
Lima, a las 19: 30 hora local el 1154 inicia descenso en condiciones
visuales, reportaremos alcanzando los 4,000 pies.
Faltaba algo más de
media hora para la hora estimada de llegada del CAME 1154 cuando por los
parlantes se escuchó una voz que anunciaba el aterrizaje de un avión de
línea comercial; quince minutos después empezaron a aparecer los pasajeros
recién llegados y se repitieron las escenas que habían visto a la llegada de
otros aviones, personas que se agolpaban, cabezas erguidas y movedizas que
trataban de ubicar al o los pasajeros que habían ido a recibir, brazos que
se levantaban para llamar la atención de sabe Dios quien, y hasta algunos
nombres llamando a gritos a alguna persona en particular.
Pronto los
recién llegados abandonaron el aeropuerto y tal parecía que sólo quedaban
los que, al igual que ellos, esperaban la llegada del avión argentino.
-
Lima, este es el CAME 1154 – llamó a la torre de control del Jorge Chávez el
vice comodoro Gonzales.
- CAME 1154, esta es Lima, adelante con su
información
- Lima, el CAME 1154 a las 19:50 en la vertical de su
estación a 4,000 pies, en condiciones visuales, pido instrucciones.
-
Recibido 1154, las condiciones de visibilidad continúan variables, en el
momento está bajo los mínimos - el operador de la torre se tomó unos
segundos antes de continuar con las instrucciones – le sugerimos mantenga
4,000 pies en patrón de espera, lo mantendremos informado de las condiciones
de visibilidad.
- Recibido torre, el 1154 se mantendrá en patrón de
espera a 4,000 pies – Gonzales miró a Muhlemberg y continuó - ¿Me da las
condiciones de visibilidad de Pisco?
- CAME 1154, en el momento las
condiciones de visibilidad de Pisco son buenas, informe intenciones.
-
Torre de Lima, por el momento el 1154 se mantendrá en patrón de espera,
reportaremos cualquier cambio
En la cabina del DC-4 se desarrolló un
corto diálogo
- Gonzales, vamos a dar un par de vueltas al hipódromo –
refiriéndose al patrón de espera, que tiene esa forma - y entonces
decidiremos.
Diez minutos después el 1154 volvió a llamar a la torre.
- Torre de Lima, este es el 1154 ¿me da las condiciones de visibilidad de su
campo?
- 1154, esta es torre de Lima, las condiciones han mejorado
ligeramente, ahora está en los mínimos, reporte intenciones.
- Torre de
Lima, el 1154 dejando 4,000 pies, reportaremos alcanzando los 3,000 pies
para iniciar procedimiento de descenso.
- 1154, recibido, informe
iniciando procedimiento de descenso
- Torre de Lima, este es el 1154,
alcanzando los 3,000 pies, iniciando procedimiento de descenso.
- Lima,
recibido, el 1154 inicia descenso instrumental.
Unos minutos después
volvió a llamar:
- Torre de Lima, el 1154, en vuelta de procedimientos,
2,200 pies entrando
Con esta información estaba indicando que empezaba
la recta final, de norte a sur, hacia la pista de aterrizaje.
- 1154,
esta es torre de Lima, condiciones de visibilidad se mantienen estables en
los mínimos, luces de aproximación intensidad máxima.
- ¡Tren abajo! –
ordenó el comodoro Muhlemberg por el intercomunicador
- ¡Tren abajo…tres
luces verdes encendidas! – respondió el vice comodoro Gonzales después de
unos segundos
- ¡Flaps abajo 15 grados!
- ¡Flaps 15 grados abajo! –
repitió el copiloto
- Torre de Lima, este es el CAME 1154, confirme luces
de aproximación en intensidad máxima.
- Afirmativo 1154, intensidad 5
- Gonzales, atento a las luces de aproximación – indicó el piloto por el
interfono
Estaban listos para aterrizar y enfilados hacia la pista.
Su siguiente reporte debía hacerlo minutos después, cuando estuviera a la
cuadra de Ventanilla, a 800 pies, para iniciar el descenso final hasta la
cabecera de la pista de aterrizaje.
En Santa Rosa, un
balneario a pocos kilómetros al norte de Ventanilla, Julio Aguilar y su
esposa caminaban por la húmeda vereda; ella, cogida del brazo de su marido,
trataba de encontrar un poco de calor pegándose a él, estaban ya a pocos
metros de su casa cuando ella exclamó, estremeciéndose.
- ¡Ay qué frío me
ha dado, Julio! ¿Tú no tienes frío? ¡Tú nunca sientes frío!
- Claro que
siento frío, sólo que no tiemblo como tú, que pareces un biringo – Julio se
rió entre dientes al repetir por enésima vez la comparación que, en broma,
hacía de su esposa con el perro peruano sin pelo, sabiendo que a ella le
molestaba de sobremanera.
- ¡Ya empiezas otra vez! ¿no te cansas de
decirme siempre lo mismo?
- ¡Vamos mujer, no te molestes! ¿me preparas un
café? - no hubo respuesta; en ese momento escucharon, y luego vieron, en
medio de la neblina, un avión cuatrimotor justo por encima de ellos y con el
tren de aterrizaje desplegado, que casi inmediatamente se perdió de vista.
- ¡Mujer! ¿has visto?… qué raro… siempre pasan más lejos – Aguilar se
puso las manos abiertas a los costados de la cabeza, como extensiones de sus
orejas, pero no escuchó nada raro, la calle seguía tan vacía y silenciosa
como antes, todo había vuelto a la normalidad; miró la hora, las ocho y
cuarto de la noche.
El suboficial principal Oscar Ahumada,
primer mecánico del avión, que había estado durmiendo en un asiento de la
parte posterior de la cabina de pasajeros, se despertó bruscamente al sentir
que el avión estaba haciendo un viraje – Caramba, me he dormido más de la
cuenta – se incorporó y rápidamente se dirigió hacia la cabina de los
pilotos; durante su recorrido vio que algunos pasajeros estaban dormidos, en
tanto que otros arreglaban sus maletines de mano, y alguno más trataba,
inútilmente, de ver algo, puesto que estaban en medio de las nubes; no
obstante su presuroso caminar, pudo ver que Rosa, la esposa del coronel
Ciriani, acurrucada, había recostado la cabeza en el pecho de su esposo, en
tanto que él, en gesto protector había pasado un brazo sobre sus hombros, en
la bocamanga de su polaca azul grisáceo resaltaban los cuatro galones
dorados correspondientes a su rango; Ahumada, ya no pudo dar un paso más
porque, de súbito, el avión levantó bruscamente la nariz, haciéndolo caer al
piso.
En el aeropuerto Jorge Chávez, los hermanos Ciriani,
impacientes, contaban los minutos, que parecían durar más de lo normal, el
arribo del CAME 1154 estaba programado para las 8 de la noche, pero hasta
ese momento no había anuncio alguno, Carlos miró su
reloj de pulsera,
habían transcurrido más de quince minutos de la hora prevista sin que se
produjera el anuncio esperado.
- “Chino”, anda a preguntar a qué hora va
a llegar el avión, ya son la 8 y 20 – Antonio fue presuroso al mostrador –
no se muevan de acá, voy a llamar por teléfono y regreso.
Luego de unos
minutos Carlos regresó para reunirse con sus hermanos, pero, al no ver entre
ellos a Antonio decidió ir a buscarlo, lo encontró en el camino.
- Hay
varias personas preguntando lo mismo que nosotros, nos han dicho que el
avión está un poco retrasado y que en cualquier momento avisan de su
llegada.
Minutos después, alrededor de las nueve, fue Carlos quien se
apersonó al mostrador para averiguar el motivo del retraso; cuando regresó
mostraba gran preocupación.
- ¿Qué pasa? – le preguntó “Chino”.
-
Algo está mal, nos han dicho que aparentemente el avión se ha ido a Pisco,
por malas condiciones de visibilidad en el aeropuerto, pero que no están
seguros, que en unos minutos nos darán nueva información.
-
¿Aparentemente?… ¿cómo que aparentemente?
- No sé, eso es lo que han
dicho, por eso, tú que eres oficial, anda a la torre de control y averigua
qué pasa – los otros hermanos escuchaban en silencio sin saber qué hacer;
media hora después “Chino” estuvo de regreso, con el rostro demudado.
-
Se ha presentado un problema y se van a demorar en darnos información.
De
inmediato empezaron las preguntas.
- “Chino”, dinos la verdad ¿se ha
caído el avión?, ¿por qué no nos dicen qué ha pasado? - Rosa se mordía el
puño con las lágrimas corriendo por sus mejillas, en tanto que Meche
estrujaba un pañuelo sollozando en silencio.
- ¿Qué más te han dicho? –
urgió Carlos. No hubo respuesta porque en ese momento, cerca de las diez de
la noche, apareció un funcionario de CORPAC, alrededor del cual se
arremolinaron las personas que estaban esperando la llegada del CAME.
-
Por favor señores, calma, presten atención - desafortunada frase dadas las
circunstancias – el avión del Correo Aéreo Argentino… ha sido declarado como
perdido, reportó que estaba descendiendo al aeropuerto de Lima y luego hemos
perdido totalmente la comunicación, por lo que, en vista del tiempo
transcurrido, hemos iniciado los procedimientos de búsqueda. Les aconsejamos
que se vayan a sus casas, cualquier noticia o información que recibamos se
la haremos conocer de inmediato. Lo siento mucho.
- Máximo – llamó Carlos
al chofer – llévate a la abuelita y a mis hermanos a casa, “Chino” y yo nos
quedamos – nadie replicó, desfilaron en silencio, muy juntos, en dirección a
la playa de estacionamiento.
Una vez solos los hermanos conversaron
brevemente.
- ¿Qué te dijeron en la torre de control? – preguntó Carlos.
- Estaban muy preocupados, me dijeron, muy confidencialmente, que el piloto
había reportado que ya estaba en la parte final de su aproximación, luego ya
no lo volvieron a escuchar ni respondió a los llamados de la torre, por lo
que creían que se había estrellado en la zona de Ventanilla.
- ¡Vamos!
ahí deben haber escuchado algo ¿tú conoces Ventanilla?
- No, pero vamos,
preguntaremos, algún letrero habrá.
La carretera que conducía al
desconocido lugar era de sólo dos carriles, ondulada, en ascenso siguiendo
el perfil de las lomas y sin iluminación alguna; la espesa neblina hacía más
lóbrega la noche, y los hermanos, sumidos en sus pensamientos, apenas si
hablaron.
- ¿Tú crees que encontremos algo? – preguntó “Chino”
- No
sé, pero tenemos que ir, de todas maneras.
- Es que si han caído al mar
los sobrevivientes no recibirían ayuda hasta mañana, y eso será demasiado
tarde.
- No sé, tal vez se han estrellado y puede haber sobreviviente… no
sé, por lo menos vamos a intentar, no nos podemos quedar sentados a esperar
noticias, nadie sabe qué ha pasado… siempre hay esperanzas… no sé.
Ventanilla, cuya construcción se inició en 1960, concebida bajo el concepto
de ciudad satélite, contaba con todos los servicios básicos, aun cuando su
población era todavía muy escasa. Cuando los Ciriani llegaron se dirigieron
al lugar más iluminado, que resultó ser la amplia y larga avenida principal,
iluminada con grandes luces de mercurio, pero completamente vacía, como si
de una ciudad fantasma se tratara. Tras dar unas vueltas encontraron la
comisaría, que resultó ser pequeña y con sólo el personal de guardia, un
sargento y dos guardias; “Chino” se identificó como oficial de Marina con el
único policía que estaba despierto, comunicándole sus intenciones de buscar
el lugar del accidente.
- Mi alférez, son las once de la noche, no
tenemos conocimiento del accidente que usted me menciona y en este momento
sólo podría apoyarlo con un policía, lo cual me parece peligroso.
- No
importa, saldremos con sólo ese.
- Mi alférez, si me da usted quince
minutos creo que podría llamar a dos más, que viven acá en Ventanilla.
De a pocos, Jorge Enriquez se fue despertando; estaba acostado, boca
abajo, tirado en la arena.
Alzó la vista, un espectáculo dantesco se
presentó ante sus ojos.
Por un instante pensó que estaba sumido en una
espantosa pesadilla; pretendió despertarse, salir, salir de ese sueño y no
podía…
No había manera, la escena era real y le costó bastante darse
cuenta que aquello no era un sueño. Se pellizcaba los brazos y la cara. No
podía creerlo. Llegó al punto de masticar arena para confirmar que no se
trataba de una pesadilla. No podía salir de su letargo ni de su asombro.
Lentamente fue comprendiendo y entrando en la realidad. Empezó a recordar
que estaba viajando con sus hermanas y que, evidentemente, el avión había
sufrido un accidente.
Era de noche, una noche absolutamente negra, con
mucha niebla; sentía frío y calor al mismo tiempo.
Se imaginó que estaba
totalmente solo y desamparado en algún lugar del mundo. No podía entender
que todo eso le estuviera sucediendo realmente.
Lo primero que pudo
distinguir fueron pequeños focos de fuego, de unos 10 a 40 centímetros de
altura, que evidentemente formaban parte de un incendio que se estaba
extinguiendo y que había consumido casi la mitad del avión.
En ese
instante, entendió, con un profundo dolor en el alma y mucha impotencia, que
ya nada podía hacer por sus queridas hermanas, ni por ninguno de los que
estaban en ese verdadero infierno… Todo había terminado…
Se incorporó. No
sentía dolor alguno… sólo el que sentía dentro de su corazón.
En ese
estado de perplejidad, comenzó a caminar, descalzo y desorientado, sin
rumbo. Había muy poca visibilidad, por lo que no podía distinguir mucho. La
desolación era total. Pasó por el costado de un tren de aterrizaje, que aún
tenía las ruedas acopladas, se veía como arrancado de cuajo; la noche era
terriblemente negra y una sobrecogedora atmósfera de silencio lo envolvía.
De pronto, surgiendo de esa espesa oscuridad, escuchó el llanto de una
niña y empezó a buscarla. El llanto lo fue guiando y, al fin, llegó a su
lado, la encontró sentada sobre la arena, llorando desconsoladamente; se
trataba de Graciela Gastaldi, de 9 años. Ya no estaba solo, ahora eran dos.
Luego de un buen rato de estar juntos comenzó a bajar la temperatura, como
resultado de que poco a poco se fueron apagando los últimos focos del
incendio, que persistían y que, hasta ese momento, los mantuvo calentitos;
Jorge caminó unos cincuenta metros, alejándose del avión, tratando de
reconocer el terreno y ver si encontraba algo que les fuera útil… lo único
que encontró fue frío y más frío.
Regresó al lado de Gracielita, que
solamente tenía puesto un vestido liviano, de mangas cortas. Como él tenía
un sweater y encima un saco de media estación, se sacó el sweater y se lo
entregó a la niña.
Luego, cavó dos pozos más o menos de su talla en la
arena, que aún estaba templada debido al calor generado por el incendio del
avión. Este, o más bien lo que quedaba de él, se encontraba a unos 30 metros
de distancia.
Recostó a Gracielita en uno de los pozos cubriéndola con la
arena, que aún estaba tibia, dejándole sólo la cabeza afuera; él hizo lo
mismo en el otro pozo. Permanecieron así durante un tiempo, que calculó que
fue de más de una hora.
A las once y veinte minutos de la noche
regresó el policía que había ido a buscar a otros dos, pero acompañado de
sólo uno. Los cuatro hombres, los dos hermanos Ciriani y dos policías, se
encaminaban hacia los cerros con apenas dos linternas de mano ¿hacia dónde
dirigirse? no tenían la menor idea, simplemente empezaron a subir y bajar
las elevaciones que se les presentaban, con la esperanza de encontrar alguna
pista que los condujera al avión siniestrado. Caminaron cerca de media hora,
hasta ese momento juntos, sin encontrar la menor señal del avión, por lo que
decidieron formar dos parejas, uno de los hermanos con una linterna y un
policía en cada una de ellas; la idea era cubrir más espacio, manteniéndose
en contacto mediante señales intermitentes con la luz de las linternas; al
comienzo así lo hicieron, con éxito, pero al cabo de una hora, en medio de
las tinieblas y subiendo y bajando por terreno desconocido, dejaron de verse
entre sí. Carlos, cansado y desmoralizado se detuvo en una elevación
encendiendo y apagando la linterna repetidamente, que era la señal convenida
para juntarse cualquiera fuera el motivo; la falta de respuesta lo llenó
mayor preocupación, inicialmente pensó que no veía la respuesta de su
hermano por lo denso de la neblina, lo que suponía que su hermano tampoco
estaba viendo las suyas ¿Se habrá extraviado? pensó angustiado, lo llamó a
gritos, sin resultado, nuevamente hizo señales con la linterna y le pidió al
policía que lo acompañaba que hiciera sonar su silbato, aguzaron los oídos,
sin escuchar respuesta alguna.
Jorge Enriquez, en su hoyo en la
arena, comprendió que tenía que olvidarse del dolor y aferrarse con todas
sus fuerzas, de cuerpo y espíritu, a la vida que Dios le prestaba por un
tiempo más.
En ningún momento de la terrible tragedia que estaba viviendo
pudo llorar, sólo se preguntaba - Señor ¿por qué a mí? ¿por qué así? ¿por
qué…?
En esas circunstancias, la presencia de Gracielita fortaleció su
ánimo y lo empujó a asumir la responsabilidad que le tocaba vivir, dejó de
pensar en sí mismo y en sus hermanas ya ausentes, ocupándose solamente en
pensar en cómo salir de allí; sediento, con la boca seca, se pasó la lengua
por los labios, los sintió como si estuvieran cubiertos por una costra,
alarmado supuso que si permanecían donde se encontraban morirían por
deshidratación; consideró que siendo el más grande, el mayor, contaba con
“más experiencia” y “conocimiento” de lo que les podía suceder quedándose en
ese inhóspito lugar, decidió que lo mejor era alejarse cuanto antes e ir en
busca de ayuda.
- Gracielita, tenemos que irnos, vamos a buscar a
alguien que nos ayude
- ¡No! Déjame acá, ándate tú solo.
La niña, que
tenía sólo 9 años, estaba plenamente consciente de la pérdida de su madre y
de su única hermana; Jorge insistió una y otra vez, pero Gracielita,
completamente abatida, le daba siempre la misma respuesta – No ándate tú
solo - Jorge comprendió que era necesario emplear otra táctica para
convencerla.
- Gracielita, te voy a contar algo que no lo sabe nadie
- ¿Si…qué cosa?
- Algunos tenemos hasta tres oportunidades de vivir, así
nos pase lo que nos pase
- No te creo.
- Claro que es cierto, esta
es tu primera vez, pero para mí ya es la tercera y si no son accidentes, o
lo que sea, tú y yo somos de esos, entonces yo moriré y seguro tú te
salvarás.
- No te creo ¿cuándo fue que casi te mueres?
- Una vez, en
el colegio, cuando yo tenía ocho años, como tú…
- Tengo nueve años…no
ocho – lo interrumpió la niña. Jorge continuó, contento, porque vio que
Gracielita se interesaba en su pequeña historia.
- Ah, sí, bueno la cosa
es que en el colegio había una fiesta patriótica y en el patio habían
levantado un palco con un arco, como de fútbol, pero muy grande, que iban a
forrarlo con papeles del color de la bandera – se detuvo un momento –
entonces se me ocurrió treparme al arco y colgarme de cabeza flexionando las
rodillas, no sé qué hice pro se me soltaron las piernas y me caí de cabeza
al piso de cemento – suspiró – por supuesto quedé inconsciente por la
conmoción cerebral, me llevaron a un médico que vivía cerca y ahí me quedé
varias horas…cuando me desperté no tenía ni fractura ni nada.
El
suboficial de la Guardia Civil se dirigió a “Chino”
- Mi alférez,
disculpe que se lo diga, pero…creo que estamos perdiendo el tiempo… estee…si
hubiera caído por acá, lo habríamos escuchado…los aviones no pasan tan cerca
de Ventanilla, pasan por el mar.
- ¿Entonces, nunca los escuchan? – le
preguntó “Chino”.
- A veces los vemos, mejor dicho, las luces, a lo
lejos, y casi no se les escucha – el policía se detuvo.
- ¿Qué más me
ibas a decir?
- Bueno queeee…hubiéramos escuchado la explosión…o sentido
algo – en ese momento “Chino” trastabilló y en su esfuerzo por mantener el
equilibrio soltó la linterna; preocupado trató de encenderla, pero fue
inútil, ya no funcionaba.
- ¡Carajo…se malogró! – exclamó - Y ahora ¿cómo
le aviso a Carlos?
Tuvo la misma idea que Carlos, le pidió al policía
que hiciera sonar su silbato, sin resultado alguno; después de varios
intentos comprendió que no tenía alternativa, debían regresar al pueblo.
Cuando llegaron de regreso se dirigieron inmediatamente a la comisaría,
donde el sargento los esperaba despierto; pasaron quince, veinte minutos, y
“Chino”, que no tenía otra opción que esperar, estaba nervioso, casi
desesperado, mil ideas le cruzaban por la mente - ¿Hasta qué hora lo tendré
que esperar? ¿y si no aparece en toda la noche? ¿qué hago, a quién llamo? ¿a
esta hora…a quién?
Gracielita, ya convencida por Jorge, se
dispuso a acompañarlo; de pronto, cundo habían caminado unos 50 metros
encontraron, tendido en la arena, a un hombre al que no habían visto hasta
ese momento por lo densa que era la neblina; de unos cuarenta años y con
uniforme de la Fuerza Aérea, estaba semiinconsciente y cubierto de arena,
sólo emitía gemidos y balbuceaba palabras incoherentes, había sufrido un
fuerte golpe en la frente y tenía un ojo evidentemente lesionado y lleno de
arena, además de una pierna fracturada. Impotentes para prestarle alguna
ayuda se limitaron a darle unas palabras de consuelo y prometerle que
buscarían ayuda también para él, sin saber si los escuchaba o no.
Los dos
niños, de 9 y 14 años, solos, descalzos, con mucho frío, totalmente
desorientados y casi sin visibilidad, estaban viviendo la noche más oscura
de sus vidas.
Después de caminar sin rumbo por el desierto algo más de
media hora, encontraron diferentes huellas de vehículos; esperanzados con el
hallazgo se pusieron a caminar sobre ellas buscando un destino; pero fue
inútil, esas huellas se entrecruzaban formando un verdadero laberinto,
alguna que seguían, más adelante desaparecía borrada por acción del viento;
intentaron seguir varias de ellas, pero en todas sucedía lo mismo - No
sabían que el lugar era un lugar de práctica del Ejército, de ahí la
profusión de huellas sin destino - Jorge supuso que al no tener referencias
estaban caminando en círculos; frustrado, y casi vencido, pensó por un
momento abandonarse, pero una vez más se sintió que era responsable por
Gracielita, decidió entonces ponerse en manos de Dios y reemprender el
camino en una sola dirección, la que fuera, pero en línea recta.
En la
comisaría el sargento de la policía notó el obvio nerviosismo de “Chino”
- Mi alférez, no se preocupe, los dos efectivos que los acompañaron son
conocedores de esta zona… en cualquier momento regresan, seguro.
Carlos y
“Chino” habían caminado, en realidad sin rumbo, durante dos horas, subiendo
y bajando dunas, la espesa neblina no les había permitido ver más allá de
unos cuantos metros, no habían encontrado indicio alguno y ya no sabían si
estaban yendo hacia el oeste, al norte o al sur, hasta que se separaron y
perdieron el contacto, recién entonces se convencieron que lo que estaban
haciendo era un sinsentido. Decidieron regresar a Ventanilla y volver a
Lima, con la intención de retornar por la mañana para hacer un nuevo
intento. Llegaron a su casa a las dos de la madrugada, agotados, cubiertos
de tierra y desmoralizados.
El estridente sonido de la campanilla
del teléfono, ubicado en la sala de recibo, rompió inmisericorde el silencio
de la madrugada; el teniente FAP Mario Muñiz, sobresaltado por el intenso
repiquetear encendió la luz de la lamparita de su mesa de noche y miró la
hora - ¡las dos de la mañana! - retiró las cobijas y se dirigió presuroso a
contestar el teléfono que seguía alborotando; en su apuro salió descalzo de
su habitación, el frío de las baldosas lo hizo estremecer.
- Aló…-
contestó preocupado, en los pocos pasos que dio hasta llegar al teléfono iba
pensando - ¿Quién será que llama a esta hora, será algún problema con mis
viejos…o con uno de mis hermanos? Carlos está en la Unión Soviética…
- ¿Teniente Muñiz?
- Sí, presente - le pareció la voz del Comandante
del Grupo 8
- Muñiz, te habla el coronel Fernando Miró Quesada – ¿Qué
habrá pasado? - efectivamente era quien él suponía - vente al Callao
inmediatamente, tenemos una emergencia…el CAME argentino (Correo Aéreo
Militar al Extranjero) que venía de Buenos Aires reportó haciendo descenso y
no ha aterrizado, estamos llamando a todos los pilotos de helicóptero.
- Salgo enseguida, mi coronel – el alivio había dado paso a la
preocupación, manejaba rápido pero prudentemente - ¿El CAME? Ese es un DC- 4
¿haciendo descenso y no ha llegado? se ha estrellado. Cuántos muertos. Ahí
no hay sobrevivientes – el limpiaparabrisas de su automóvil funcionaba en
marcha lenta, una fina llovizna le restringía la visión – con este tiempo no
vamos a poder volar ¿habrán caído al mar?
Graciela, lastimada,
muy cansada y desanimada le suplicó que se detuvieran, que ya no podía más;
Jorge se sentó a su lado, ambos en silencio, hasta que después de un rato la
niña le preguntó.
- ¿Cuál fue la segunda vez que casi te mueres?
-
¡Uy! Esa fue terrible también – Jorge se alegró de escuchar la pregunta
porque, a pesar de todo, Gracielita no se había abandonado, que era lo que
él más temía – todos los días, al llegar del colegio, solía buscar uno de
los caballos que teníamos; se llamaba Rocío y lo montaba a pelo, usando sólo
una soga a modo de rienda. Un día, luego de andar y galopar, regresé a casa
cuando sólo estaba mi abuela, durmiendo la siesta. Me bajé del caballo, le
desaté la soga de la boca, y como Rocío estaba muy sudado imaginé que
tendría mucha sed, entonces, parado detrás de sus ancas, le pegué despacio
con la soga y le dije “anda a tomar agua”. Pero el caballo se asustó y salió
corriendo, al tiempo que lanzaba una coz que me pegó en la boca del
estómago; caí desmayado y calculo que permanecí ahí, tirado y solo en el
medio del parque, por más de una hora, hasta que me desperté sintiendo sólo
un poco de dolor en los músculos del estómago ¿qué te parece?
- Que
tienes mucha suerte.
- Sí, pero como te dije, esta es la tercera vez…y ya
no tengo más chance.
- Sí, ya me lo has dicho.
- Entonces vamos,
sigamos caminando.
De esa manera siguieron avanzando muy lentamente, de
acuerdo a las posibilidades de Gracielita, deteniéndose cada vez que ella se
lo suplicaba, que era cada 50 metros, como mucho. Por momentos la niebla era
menos espesa, lo cual les permitía, cada tanto, ver un poco mejor lo que
hubiera más allá. Sólo por instantes el cielo se tornaba diáfano, dejando
que la luna los iluminara.
Como el relieve del suelo era quebrado, con
ondulaciones que sólo les permitía ver el final de las lomas, advertía las
siluetas de lo que se le antojaban casas de diversos tamaños y formas,
entonces apresuraban el paso con excitación y entusiasmo, pero al llegar,
toda esa ilusión se desmoronaba al comprobar que sólo se trataba de rocas
esparcidas sobre la arena, las cuales en su conjunto formaban algo muy
parecido a un poblado. Jorge realmente se entusiasmaba cada vez que esto
sucedía, y sucedió varias veces, pues le parecían totalmente reales, al
punto que llegó a imaginarse que, en cualquier momento, en medio de la nada,
encontrarían “una casita, desde la cual pedirían ayuda por teléfono”.
En cuanto Muñiz llegó a la Base Aérea, a las 3 de la mañana, se dirigió
presuroso a la línea de vuelo. Desde lejos reconoció al oficial que estaba
uniformado de azul, era el coronel Fernando Miró Quesada, Comandante del
Grupo Aéreo N*8. Hombre alto, su figura era inconfundible, con capote,
chalina blanca y gorra destacaba aún más. Junto a él estaban el Jefe de
Servicio y otros oficiales.
- Presente, mi coronel, buenos días – el
teniente Mario Muñiz se cuadró y saludó militarmente.
- Hola Muñiz, ya
sabes lo del CAME, vamos a esperar que aclare un poco para salir a
buscarlos, tienen que estar en los alrededores de Ventanilla…pero con este
tiempo… – dejó la frase en suspenso.
- ¿Algún conocido, mi coronel?
-
Sí, hombre, terrible…el “colorado” Ciriani y Rosa, su esposa, que se habían
ido por sus Bodas de Plata…creo que tiene como seis hijos ¡Qué recuerdo del
Día de la Madre va a tener esa familia! …en fin ¿qué sugieres?
-
Creo que el Alouette tres sería el adecuado para iniciar la búsqueda, mi
coronel.
- Muy bien, la idea es salir a rastrear el mar por si hay
señales de un amerizaje, aunque estoy seguro que lo vamos a encontrar en los
cerros, me parece que se ha equivocado y ha hecho su descenso con el
radiofaro de Ventanilla – más por pasar el tiempo que otra cosa, el coronel,
viejo piloto de transporte con muchas horas de vuelo, continuó explicando
porqué creía que encontrarían el avión accidentado en el sitio que él
indicaba – como ha reportado que estaba ejecutando los procedimientos de
descenso, o sea dejando los 3,000 pis, y luego se perdió la comunicación,
podemos supones que estaba en la pierna final del descenso, entrando de
norte a sur y seguramente ya a 800 pies, que es la altura mínima hasta
llegar a Ventanilla. Imagínate una cruz formada por las dos agujas que
señalan los radiofaros – el coronel se refería a las agujas en el tablero de
instrumentos, a la par que gesticulaba para ser más explícito - la
aproximación final la haces siguiendo la aguja número “1”, que te señala a
la nariz siguiendo las señales del radiofaro del Aeropuerto Internacional y
que te lleva directamente a la cabecera del campo – hizo una ligera pausa -
la otra aguja, la número “2”, irá cayendo hacia la izquierda, señalando la
ubicación del radiofaro que está en los cerros de Ventanilla - hizo una cruz
con los manos extendidas – esto significa que estás en la trayectoria
precisa para llegar a la cabecera del campo y que los cerros van quedando a
la izquierda, en ese punto empiezas a descender hacia la cabecera de la
pista, pero … si se han equivocado y han sintonizado la aguja N* “1” en el
radiofaro de Ventanilla como si fuera el aeropuerto, entonces han supuesto
que están dirigiéndose a la cabecera del campo, cuando en realidad estaban
dirigiéndose directamente a los cerros y …- el significativo gesto lo decía
todo.
- Mi coronel ¿qué información tenemos? – preguntó Muñiz; el
coronel le extendió una hoja de papel con unas anotaciones escritas a
máquina
“Correo Aéreo Militar al Exterior – CAME Vuelo 1154
- Avión
DC-4 Fuerza Aérea Argentina - matrícula T- 47
- Personal a bordo 49
-
Plan de Vuelo: Buenos Aires (Aeroparque) – Santiago de Chile (Los Cerrillos)
– Lima (Jorge Chávez)
- Decolaje 05:30 hrs. Aterrizó en Mendoza (El
Plumerillo) por mantenimiento
- Decolaje de Mendoza 11:00 horas con
destino a Santiago, escala técnica. Dos horas en tierra para continuar a
Antofagasta, para nueva escala técnica (Recarga de combustible)
- A las
8:15 pm El CAME reporta iniciando procedimiento de descenso instrumental en
Lima. Se pierde contacto, no aterriza en “Jorge Chávez”.
El caminar
descalzos, en un terreno en el que los pies se hundían por lo suelta que
estaba la arena, se convirtió en un verdadero suplicio y los descansos se
hicieron cada vez más frecuentes y más prolongados; así, caminando y
descansando, siguieron avanzando perdida la noción del tiempo. En
determinado momento Gracielita simplemente se sentó y no quiso continuar
caminando, Jorge, una vez más trató de animarla a seguir, pero ella se negó
en redondo; a Jorge no le quedó más remedio que sentarse a su lado, en
silencio, pensando en qué hacer ¿continuar solo y buscar ayuda? ¿quedarse
junto con ella a esperar lo que el destino señalara? Se puso de pie y cruzó
los brazos, rumiando su preocupación. Ya habían deambulado varias horas por
el negro desierto, escuchando el abrumador sonido del silencio cuando a
Jorge le pareció escuchar, a lo lejos, el rumor del mar; sobresaltado
orientó la cabeza de manera de tratar de confirmar lo que le parecía haber
escuchado, de inicio no le dijo nada a Gracielita, no quería darle un nuevo
desengaño, presentía que sería el último.
- ¿Escuchas? … ¡Escucha! ¡eso
es el mar! – le dijo - Tenemos que llegar allá. Vamos, ahí en el mar hay
vida, pasan barcos, lanchas, pescadores, gente ¡hay vida ¡Tenemos que
llegar! – pero ella no le creía y le respondió
- Mentira…no te creo,
ándate tú solo y déjame acá
- Te propongo algo…yo voy a ir hasta la
costa, y si el mar está ahí ¿vienes conmigo?
No podía negarse, aceptó; de
inmediato Jorge se alejó, no más de 50 metros, y se tiró sobre la arena, de
espaldas, a descansar un poco, sin preocuparse de que Gracielita lo viera ya
que era noche cerrada y con mucha niebla. Dejó pasar un rato largo, más de
media hora, y volvió al lado de su compañera de infortunio; llegó casi
corriendo, jadeando, como excitado, con un entusiasmo improvisado, para
engañarla, y un poco a sí mismo también puesto que no había visto el mar.
- Vamos, está el mar, lo vi y allí tenemos vida, dale, vamos – cumpliendo su
promesa, Gracielita se levantó entusiasmada y empezó a caminar, con ayuda de
Jorge, un poco más rápido que hasta entonces, haciendo paradas más breves
para llegar cuanto antes a lo que esperaban fuera su salvación.
A medida
que avanzaban empezaba a clarear; al fin iba terminándose la negra noche y
despuntaba el amanecer.
Carlos Ciriani, después de ducharse, puso la
alarma del despertador para que sonara a las seis de la mañana, había
convenido con “Chino” en que saldrían hacia Ventanilla a las seis y media.
Arrebujado trató de conciliar el sueño, suponía que con lo cansado que
estaba se iba a dormir rápidamente, pero mil preguntas se le venían a la
mente y no conseguía pegar un ojo, daba vueltas en la cama sin encontrar una
posición que le acomodara, hasta que el cansancio pudo más, no supo en qué
momento se quedó dormido.
Durmió sobresaltado, con un sueño inquieto
nada reparador; aún no había sonado el timbre del despertador cuando escuchó
que “Chino” se había levantado y se dirigía al baño, quitó la alarma del
despertador y encendió el radio que estaba sobre su mesa de noche.
-
¡“Chino”, ven, escucha! - llamó Carlos – están dando noticias del avión –
“Chino” se acercó apresuradamente, con la cara cubierta de espuma de
afeitar.
“… avión de la Fuerza Aérea Argentina, con 49 ocupantes, en el
que se encuentra una delegación de la FAP, conformada por el coronel Carlos
Ciriani y tres comandantes, perdió contacto con la torre de control del
aeropuerto Jorge Chávez, a las 8 y treinta de la noche, aproximadamente,
cuando se aprestaba a aterrizar”
“… nuestro reportero nos informa que
pasada la hora de aterrizaje los operadores de torre dieron la voz de
alarma, ya que CORPAC presume que el avión se habría estrellado en los
cerros de Ventanilla, y ha puesto en acción el plan de búsqueda; dos
patrullas de personal especializado …”
En el Grupo 8 el coronel
Miró Quesada y los oficiales que lo acompañaban estaban impacientes, el
clima jugaba en su contra, por ratos parecía mejorar, pero luego volvía a
cerrarse. Paulatinamente el día fue aclarando.
- Mi coronel, creo que ya
podemos intentar llegar a la línea de costa – dijo el teniente Muñiz -
podríamos ir en vuelo lento y rasante hasta el mar, ya en el lugar veremos
si podemos entrar a los cerros – media hora después estaban haciendo vuelo
lento en un helicóptero Alouette tres, apenas a tres metros del suelo, con
la mirada atenta a los obstáculos que iban encontrando.
Su caminata, que
duraba ya más de una hora se les hizo demasiado pesada, recién con las luces
del alba Jorge pudo apreciar que Gracielita tenía las dos piernas y parte
del rostro quemados por el calor que había irradiado el avión incendiado,
además de un corte de unos diez centímetros en la cabeza; por su parte él
tenía una quemadura extensa en la mano derecha, otra en la cintura, sobre la
pelvis, y un pequeño corte en la cabeza, cerca de la nuca.
Los dos
tenían arena pegada en las quemaduras, lo que les resultaba muy molesto y
doloroso, sobre todo a Gracielita que, más afectada por la deshidratación,
constantemente, cada vez con mayor frecuencia, le pedía agua a Jorge, agua
que no tenían.
Suaves golpes en la puerta del dormitorio les llamó la
atención, Carlos abrió la puerta, era Justina, el ama de Bruno, el hermano
menor, que solía levantarse temprano.
- Carlos…anoche llamó tu tío
Enrique, para hablar contigo, le dije que tú y “Chino” no habían regresado
del aeropuerto.
- ¿Qué más te dijo?
- Que ya se había dispuesto lo
necesario para que venga tu hermano Miguel, y que lo llames en cuanto
llegaras, pero no te escuché llegar ¿a qué hora llegaron ustedes?
- Como
a las dos de la mañana, voy a llamarlo…
Tres veces intentó la
comunicación, en cada oportunidad recibía la señal de ocupado; marcó el
número de su tío Antonio, el otro hermano de su padre, también de la Fuerza
Aérea, igualmente recibía la señal de ocupado ¿Y si lo estaban llamando a
él? pensó que tal vez él mismo estaría impidiendo la comunicación; la
impaciencia y la impotencia lo consumían y no sabía qué hacer, decidió que,
aunque se muriera de ganas por llamar era mejor dejar la línea desocupada;
no tenía otra opción.
-
De pronto ¡el mar! Se encontraban sobre el
filo de una meseta, con el mar a unos 40 metros abajo
- ¿Ves Graciela?
¡Te lo dije, el mar! - Jorge saltaba señalando la playa
- ¡Por favor,
baja y tráeme agua! - exclamó la niña
- Sí, voy – le respondió Jorge –
pero el agua de mar no se puede beber, sólo podemos lavarnos las heridas.
Ella quedó sentada, arriba, mientras Jorge, que estaba mejor físicamente
bajó el barranco a los saltos, no había otra forma de hacerlo por la
inclinación que tenía el terreno.
-
- Apenas si puedo ver el terreno
– el coronel, a bordo del helicóptero, había hecho el comentario más por
disipar la tensión que por mencionar lo obvio.
-
- Mi coronel, estoy
seguro que por aquí no hay cables…pero nunca se sabe…avíseme si ve algún
poste … porque los cables van de poste a poste.
Por fin llegaron a la
playa…y a las gaviotas. Muñiz, siguiendo las instrucciones del coronel se
adentró en el mar unos 300 metros, luego tomó el rumbo opuesto al que se
suponía podría haber llevado el avión al momento de perder comunicación; con
relativa frecuencia se cruzaban, o sobrepasaban, a gaviotas que se apartaban
en violentos giros.
-
- Mi coronel, voy a mantener poca velocidad
para darles a las gaviotas oportunidad de apartarse, no sea que se meta una
a la turbina.
-
- Tú eres el piloto – fue su respuesta
El coronel
Miró Quesada y el teniente Muñiz peinaron el mar en busca de restos que les
indicara que el avión había caído al agua, pero no encontraron señal alguna,
hasta que fue necesario regresar a la Base para recargar combustible. El
clima seguía jugando con sus expectativas. Por momentos parecía que mejoraba
la visibilidad, pero al momento siguiente estaban nuevamente en medio de la
neblina, siempre a poca altura. Volvieron a la Base, recargaron combustible
y emprendieron un segundo intento, esta vez pegados a la línea de costa
buscando alguna señal y una oportunidad de entrar a los cerros. Muñiz, con
ojo experto, evaluaba sus posibilidades. Había calculado bien el peso bruto
y sabía que podría mantenerse en vuelo estacionario sin peligro. Un par de
veces le pareció que podría adentrarse a tierra, pero su experiencia le
decía que tenía que tomar un poco más de margen, paciencia, paciencia. En
una tercera ocasión creyó que ese era el momento, una depresión del terreno
lo tentó a arriesgar un poco más, pero decidió cambiar de ángulo para ver
con más precisión el desarrollo del terreno, en ese momento el vaivén de la
neblina le permitió ver que si hubiera entrado se hubiera encajonado, su
decisión había sido acertada; nuevamente tuvieron que volver a la Base para
recargar.
En ese ínterin de ir y volver, dos veces, habían llegado a la
base otros pilotos, entre ellos el Comandante del Escuadrón de Rescate, el
mayor Fernando Melzi Parodi quien, en cuanto llegó y tomó conocimiento de la
situación dispuso que se hiciera el pre vuelo a los otros helicópteros y que
dos tripulaciones estuvieran en alerta hasta que Muñiz reportara que las
condiciones meteorológicas permitirían un vuelo seguro. Salir en esas
condiciones en que se encontraban era muy peligroso, la zona de búsqueda era
relativamente pequeña y la visibilidad muy mala, lo que generaba el
escenario perfecto para una colisión entre las unidades de búsqueda.
Cuando retornó el helicóptero en el cual había salido el coronel, el mayor
Melzi se acercó.
- Buenos días mi coronel – saludó al coronel Miró
Quesada - he venido en cuanto me avisaron, ya estoy enterado de la
situación…
- Está bien, no te preocupes, es un verdadero problema la
falta de teléfonos en las casas, en fin, la cosa es que ya estás aquí.
- CORPAC ha llamado a la Marina y también participará en la búsqueda
- Está bien, coordinaremos en el momento oportuno; mira – le mostró la
carta de navegación, doblada de forma de tener a la vista la zona de
búsqueda - este es el radiofaro de Ventanilla, tenemos que ir un poco más al
norte y por ahí los vamos a encontrar, estoy seguro.
- Mi mayor -
intervino Muñiz - ya está levantando un poco, hemos sobrevolado el mar y los
acantilados y creo que en más o menos una media hora podrían salir los otros
“fierros” (helicópteros) sugiero que nosotros vayamos en el Alouette Dos
para monitorear el tiempo.
-
- ¿Qué opinas, Melzi?
- Estoy de
acuerdo con Muñiz, mi coronel, pero hay que indicarle a la Marina que, si va
a enviar algún helicóptero, que se mantenga sobre el mar, que nosotros nos
estamos encargando de la búsqueda desde la línea de playa hacia tierra …no
vaya a ser que nos crucemos y…
- Muy bien – dijo Miró Quesada –
vamos, Muñiz avísale a la torre nuestras intenciones, cualquier cosa la
decidiremos en la zona.
- Eco Bravo – llamó el mayor Melzi – que el
Oficial de Operaciones llame a la torre de control del aeropuerto para que
les indique a los helicópteros de la marina que nuestra zona de operación
será de la línea de playa hacia los cerros, que no ingresen a esa zona, no
nos vayamos a cruzar y…- dejó la frase en el aire.
Inmediatamente se
dirigieron al Alouette Dos, helicóptero más pequeño con capacidad para cinco
personas, dos en los asientos delanteros, individuales, y tres en el asiento
posterior, tipo banca, corrido. Como piloto iba Muñiz, en el otro asiento
delantero iba Melzi y en el posterior Miró Quesada.
Una vez
abajo, Jorge Enriquez se encontró en el centro de una bahía de unos mil
metros de extensión; sin perder tiempo se metió al mar hasta que el agua le
llegó a las rodillas y se lavó la cara y las manos tratando de quitarse la
arena que se le había pegado en las heridas, a esas alturas ya secas; al
salir algo llamó su atención, providencialmente era una mitad de calabaza,
como un cuenco, que recogió y enjuagó en el mar; llenó de agua su recipiente
y se dispuso a regresar a donde estaba Graciela. Empezaba una nueva odisea:
subir el barranco. Con la calabaza llena de agua acometió la subida de una
cuesta muy empinada, de arena muy fina y con una mano ocupada; subía un
metro y se caía medio metro procurando conservar el equilibrio y el agua de
la calabaza, cada vez que se resbalaba se caía un poco de agua y así, de a
pocos, fue subiendo, transpirando, sufriendo, haciendo el máximo esfuerzo
para llegar con la mayor cantidad de agua posible. Después de un largo rato
de lucha logró alcanzar la cima de esa subida, de sólo 40 metros
interminables. Del agua que llevaba sólo llegó una cuarta parte, que
Gracielita se bebió en segundos sin importarle que era agua salada; cuando
se terminó la última gota le dijo, casi como una orden – Tráeme más -
extendiendo el brazo con el que sujetaba la calabaza.
- ¡No! Ni loco, te
la traje, con mucho esfuerzo, para que te laves las heridas y no para que te
la tomes – Graciela dejó caer el brazo y cerró los ojos, como resignada.
Allí se quedaron los dos niños, de 9 y 14 años, solitos, sin pronunciar
palabra, perturbados y extenuados. Vieron pasar barcos a lo lejos y aviones
en lo alto, entonces Jorge corría y saltaba haciendo señas que sabía era
imposible que las vieran, pero igual las hacía.
A las nueve de la mañana
del sábado, con Miró Quesada, Melzi y Muñiz, el helicóptero repitió la ruta
antes seguida y de la cual habían tomado puntos de referencia para guiarse
con el máximo de precisión y seguridad hasta la playa Hondable, al norte de
Ventanilla, para tratar de penetrar por la quebrada. Esta vez se
concentraron en buscar cómo ingresar a tierra, hacia los cerros, la neblina
había levantado un poco pero no lo suficiente como para llegar a la posible
trayectoria del avión si acaso estaba donde el coronel suponía.
Su
atención estaba puesta en los acantilados, no quería encajonarse en uno de
esos aparentes accesos, en un determinado momento vieron una pendiente no
muy pronunciada, Muñiz dio una vuelta para hacer una aproximación segura y
en ese breve lapso la pendiente volvió a quedar oculta por la neblina.
-
Mario, la neblina se está moviendo, prepárate para hacer un aterrizaje de
asalto – se refería a hacer una aproximación rápida y aterrizar, en una sola
maniobra, continuada - en cuanto la neblina se abra entramos – Melzi se
había dirigido a Muñiz por su nombre, como hacía con todos los pilotos de su
escuadrón. Dicho y hecho, pronto se hizo un claro y Muñiz, decididamente, se
dirigió al punto escogido. Ambos pilotos, en los asientos delanteros,
estaban con los ojos clavados en el pequeño claro que se podía distinguir
entre los jirones de neblina.
Hacía ya rato que había amanecido,
Gracielita había tomado la poca agua, salada, que Jorge le había procurado y
ya no insistió más; permanecieron sentados al borde del acantilado, sin
hablar; ella, desanimada, parecía haber perdido toda energía, resignada a su
suerte. Era ya las nueve de la mañana, pasadas, y ellos continuaban en el
mismo lugar que horas antes. Jorge nuevamente se debatía ante el dilema de
quedarse con Graciela y esperar que pase alguien, y los vea, o emprender una
marcha, por la costa, hasta encontrar algo o a alguien que los ayude; viendo
el estado de Graciela, Jorge se devanaba los sesos pensando cómo animarla
para emprender una nueva caminata, ya había empleado todos los recursos que
se le habían ocurrido y no se le ocurría algo diferente, cuando algo
apareció.
- Mira Graciela – le dijo – mira allá arriba, arriba del mar,
creo que es un helicóptero, vuela muy bajo - ella, que estaba ahora en la
playa, acostada sobre la arena, se sentó de golpe a mirar eso que volaba no
muy lejos y bastante bajo. Comenzaron a saltar con excitación incontenible;
lleno de esperanza Jorge les hizo señas con su sweater azul agarrándolo del
extremo de la manga, agitándolo con vehemencia. No los vieron. El
helicóptero siguió recto, internándose en el desierto de médanos que antes
ellos habían recorrido.
- ¡Hay dos chicos en la playa, a la izquierda! –
Muñiz y Melzi escucharon el grito de Miró Quesada, pero estaban en el corto
trayecto final y no despegaron los ojos del punto de aterrizaje escogido, en
ese momento nada era más importante. No hubo gran polvareda porque la arena
estaba húmeda.
-
- Mario - dirigiéndose a Muñiz - quédate con el
motor en mínimo hasta que regresemos, avisa a la Base que hemos visto dos
chicos en la playa - Dicho esto, Melzi y Miró Quesada, agachados, se
alejaron del helicóptero y empezaron a caminar quebrada arriba sobre un
terreno ondulado.
Muñiz pensó que tal vez los niños tuvieran información
importante, pero su helicóptero no tenía el equipo de radio de alta
frecuencia, HF, adecuado para el lugar en que se encontraba, entre colinas,
sino solamente el de muy alta frecuencia, VHF, que le servía para
comunicarse con la torre de control, siempre y cuando estuviera en vuelo, o
en un lugar sin obstáculos, lo que no era su caso porque estaba detrás de
unas elevaciones; no obstante, por tres veces, cada cinco minutos, lanzó su
mensaje informativo con la esperanza de que lo escuche algún avión en vuelo,
pidiendo que lo retransmitan a la torre de control; no recibió respuesta.
Pasaron diez minutos, luego quince, veinte, treinta minutos, la espera se
hacía interminable y Muñiz estaba, más que impaciente, preocupado - ¿Por qué
no vienen? - La neblina, caprichosa, por ratos prácticamente lo envolvía; en
determinado momento la visibilidad disminuyó notoriamente, tal parecía que
un banco se había pegado a la costa. Muñiz trataba inútilmente de ver alguna
señal que le indicara que el coronel y el mayor estaban regresando, pero al
percatarse de la inutilidad de sus esfuerzos se armó de paciencia para
seguir esperando.
Tripulantes del Esc. de Rescate N* 832 (1966)
Tnte Ernesto Burga - May Walter Díaz – May Javier Tryon – May Fernando Melzi
– Tnte Mario Muñiz – Cap Guillermo Carbonel
( En cuclillas) Tco Fidel
Angeles – SO José Safra – Tco Torcuato Schenone – Tco Juan Morante
Ambos oficiales, Miró Quesada y Melzi, empezaron la penosa subida.
Casi veinte minutos después se encontraron con el dantesco escenario, la
enorme cabina destrozada, restos del avión y cuerpos mutilados
desperdigados. El impacto había sido casi de panza, parecía que en el
segundo final el piloto, en una acción instintiva y desesperada, inútilmente
trató de ascender.
- Dios mío, qué tragedia – el coronel apenas si
vaciló – Melzi, vamos a separarnos, tú examina los cuerpos de ese lado a ver
si encontramos a los oficiales, son cuatro, tal vez haya algún
sobreviviente…aunque no lo creo – sin decir palabra alguna ambos hombres
empezaron su macabro trabajo. Rápidamente pasaban de un cuerpo a otro porque
no había necesidad de revisarlos dado el estado en que se encontraban.
-
Torre de Lima, del Braniff 265.
- Adelante 265, esta es torre de Lima.
- Lima, este es el Braniff 265, vertical de su estación, nivel 300 QAB
Santiago, tengo un mensaje de emergencia.
- Adelante 265, Lima en
escucha.
- Hace dos minutos recibimos un mensaje por VHF, sigo
-
Continúe 265.
- Un helicóptero de la Fuerza Aérea reporta que en la playa
Hondable han avistado a dos niños, sigo.
- Continúe 265.
- El
helicóptero reporta que presumiblemente sean sobrevivientes del CAME
accidentado anoche, sigo.
- Continúe 265.
- Solicita que le indiquen
al helicóptero de la Marina que investigue en playa Hondable, al norte de
Ventanilla, no tengo más información.
- Lima recibido 265, muchas
gracias, informamos.
Muñiz, resignado a esperar, divagaba envuelto en la
neblina, especulaba si tendría que esperar tanto como para verse obligado a
apagar el motor para no quedarse sin combustible para el retorno - Esto no
parece mejorar, de noche debe hacer un frío espantoso - en esas estaba,
divagando, cuando le pareció ver un tenue color naranja, se puso en alerta
tratando de dilucidar si había sido una ilusión o en realidad había visto
algo; casi inmediatamente los vio, el anaranjado uniforme de Melzi y luego
la figura del coronel Miró Quesada; prácticamente envuelto en una pieza de
tela cargaban, trabajosamente, un bulto evidentemente pesado, hubiera
querido bajarse a ayudarlos pero no podía dejar los mandos. Cuando llegaron
junto al helicóptero ambos oficiales acezaban como fuelles, la frente
sudorosa y el uniforme azul del coronel completamente manchados con tierra y
arena, su capote lo había puesto cubriendo el cuerpo del camarada
sobreviviente, un hombre con uniforme de la Fuerza Aérea, no muy alto pero
corpulento, lo que explicaba el agotamiento de los socorristas.
Con gran
esfuerzo, entre Miró Quesada y Melzi, lograron subirlo a la parte posterior
de la cabina, la cabeza del herido apoyada en el regazo del coronel; en el
rubicundo rostro del aviador caído, tumefacto y cubierto de arena, destacaba
un ojo bastante lesionado. Aparentemente estaban listos para regresar a la
Base, pero la visibilidad había disminuido aún más y la neblina no dejaba
ver la garganta que los conduciría hacia el mar, menos aún se podía ver
horizonte.
Melzi, que estaban parado a un costado del helicóptero
tapándose los oídos para protegerse del agudo chillido de la turbina,
hablaba prácticamente a gritos y acercándose al oído de Miró Quesada
-
Mi coronel, vamos a llevar el herido directamente al Hospital Naval
-
¿Vamos a salir con esta neblina? no se ve nada
- ¡Sí mi coronel,
amárrese! - Miró Quesada miró algo desconcertado a Melzi, quien sin añadir
más rodeó el helicóptero, se acercó a Muñiz y le dijo algo, a lo que este
asintió con la cabeza un par de veces, luego levantó el pulgar, gesto que
Melzi respondió de igual forma y sin decir nada más empezó a alejarse del
helicóptero, cada tres o cuatro pasos volteaba a mirar a Muñiz; cuando
estuvo a unos 15 metros y la figura del helicóptero se hacía ya poco visible
se detuvo. Miró Quesada aun no entendía qué iba a suceder; Muñiz aumentó
potencia y puso el helicóptero en vuelo estacionario, alrededor de la
máquina se levantó una nube de arena que le quitó visibilidad, esperó un par
de segundos y empezó a avanzar lentamente hasta que vio a Melzi, este estaba
casi de espaldas al helicóptero cubriéndose la cara con el brazo izquierdo
flexionado y mirando entre los dedos de la mano derecha. El helicóptero
empezó a avanzar hacia Melzi que empezó a trotar hacia la salida, dándole la
espalda al helicóptero mientras Muñiz avanzaba sin perderlo de vista;
después de unos veinte segundos Muñiz vio el mar y aumentó la velocidad
sobrepasando a su lazarillo. En cuanto le fue posible descendió hacia la
playa para tener mejor visibilidad horizontal y, sin dudarlo, se dirigió al
Hospital Naval.
Jorge se quedó paralizado y desconsolado, mirando
fijamente como se alejaba lo que había sido su más cercana posibilidad de
salvación; sin sacarle la vista de encima observó cómo se distanciaba
convirtiéndose en un puntito oscuro en el cielo. De pronto vio que giraba y
que empezaba a agrandarse, su corazón latía alocadamente, casi se le salía
del pecho cuando comprendió que se estaba dirigiendo hacia ellos.
-
¡Mira Graciela, viene para acá! - gritó
Otra vez exaltado, Jorge empezó
nuevamente con las señas hasta que el helicóptero estuvo sobre sus cabezas,
volando a muy baja altura, entonces, con inequívocos ademanes, señaló a
Gracielita, que se había echado. El helicóptero aterrizó a unos veinte
metros de los niños, levantando una verdadera nube de arena y Jorge, en
cuanto pudo abrir los ojos, corrió hacia el helicóptero, del cual
descendieron dos tripulantes, con overol de vuelo muy similares, aunque con
insignias diferentes, se trataba de los capitanes de fragata Kolliker
Freers, de la Armada Argentina y Figueroa de la Armada Peruana.
- ¡Es
ella la que necesita ayuda urgente! - le dijo a los gritos a Kolliker, que
había sido el primero en llegar, señalando a Gracielita, tendida en la arena
– yo estoy bien - al escuchar esto ambos oficiales fueron en busca de la
niña; rápidamente los pilotos tomaron una decisión, Figueroa evacuaría a la
niña al Hospital Naval y llamaría a otro helicóptero de la marina, que se
encontraba en la zona, para evacuar a Jorge y a Kolliker; apenas había
transcurrido algo más de cinco minutos cuando hizo su aterrizaje el segundo
helicóptero, que los llevaría a Santa Rosa para dejar a Jorge y regresar al
lugar del accidente en búsqueda del tercer sobreviviente, sin saber que ya
había sido evacuado, también al Hospital Naval.
Era la
hora de almuerzo, a mediados del mes de noviembre de 1964, y en el comedor
de oficiales del Grupo Aéreo Mixto N*8 se escuchaba el rumor de mucha gente
conversando, cada mesa era un mundillo aparte; los comensales generalmente
se agrupaban por escuadrones, excepto los alféreces, que por ser los más
numerosos y de promociones más cercanas, se ubicaban juntos en una mesa
larga.
Como en muchas otras ocasiones, el coronel Fernando Miró Quesada,
Comandante del Grupo Aéreo Mixto N*8, había invitado a un grupo de 5
oficiales para que lo acompañaran durante el almuerzo; estas invitaciones
las hacía con relativa frecuencia con la finalidad de escuchar las
inquietudes y sugerencias de sus oficiales, decía que esa era la mejor
manera de saber cómo estaba funcionando su Unidad; en esa oportunidad los
invitados eran dos pilotos de helicóptero, del Escuadrón de Rescate N*832,
el mayor Fernando Melzi, Comandante del escuadrón, y su Jefe de Operaciones,
el teniente Mario Muñiz; del Escuadrón Aéreo N*841, de transporte, el
capitán Augusto “Loco” Romero, el alférez Anatolio Alegre y el alférez
Ernesto Burga, que aguardaban la llegada del coronel quien, cortésmente, les
había hecho saber que se demoraría quince minutos; casi exactamente quince
minutos después llegó el coronel. Tras una breve conversación acerca de
temas generales del servicio, el mayor Melzi se dirigió a Miró Quesada
-
Mi coronel, mientras aguardábamos su llegada, el capitán Romero nos hizo un
comentario que me parece muy interesante, es acerca del accidente del CAME.
- ¿Del CAME argentino? te escucho “Loco”
- Ahora le explico – respondió
Romero enigmático, justificando su apodo – días después del accidente
sobrevolé la zona del accidente, y me llamó la atención el hecho de que no
estaba estrellado de nariz, sino “regado”, de panza.
- Sí, claro, ahí
estuvimos con Melzi ¿y eso?
- Mi coronel, la impresión general es que se
equivocó al seleccionar las frecuencias del radiocompás
- Aparentemente
sí, la Junta de Investigación de la DGAC (Direcc. Gral., de Aeronáutica
Civil) seguramente lo confirmará, o lo desvirtuará.
- El hecho es, mi
coronel, que estuve averiguando con unos amigos de la DGAC y me han dicho,
extraoficialmente, entre comillas – hizo un gesto con ambas manos - que
“gracias” a que el avión se dio un panzazo, el tablero de instrumentos en la
cabina de pilotos no quedó tan dañada que impidiera su lectura.
- Ajá ¿y?
- Mi coronel, según la apreciación inicial se supuso que ellos habrían
sintonizado, erróneamente, la número 1 en Ventanilla, y al seguirla se
dirigieron directamente a los cerros, pero parecería que no fue así, el
instrumento recuperado indica que habían sintonizado correctamente, la
número 1, la principal, en el radiofaro del aeropuerto; en consecuencia, se
podría presumir que -hizo una breve pausa - estaban siguiendo el
procedimiento correcto, es decir siguiendo la aguja N*1. Primer supuesto.
- Muy bien, continúa
- Si así fue, entonces surge la gran incógnita –
continuó Romero - ¿Qué los hizo abandonar la trayectoria correcta?
-
¿Tienes alguna idea?
- Sí, mi coronel – Romero empezó a explicarse.
SEGUNDA PARTE
Los participantes del almuerzo
parecían hipnotizados escuchando el relato de Jorge Enriquez, todos
permanecían en silencio siguiendo cada palabra que decía
- Algo más
tarde, luego de las primeras curaciones, también yo sería conducido,
igualmente, al Hospital Naval, pero en ambulancia.
- ¿En ambulancia?
¿por qué? - preguntó uno de los nuevos amigos
- La verdad es que no lo
sé… y nunca se me ocurrió preguntar, bastante tenía con estar vivo, gracias
a Dios.
- ¿Y cuánto tiempo estuviste en el hospital? ¿Cuándo regresaste a
Argentina? ¿Y la niña, qué pasó con ella? ¿Y el otro sobreviviente?
–
las peguntas se sucedían una tras otra.
Jorge, tras una pausa, tomó un
vaso, bebió un par de tragos de vino y se quedó en silencio, calmadamente
depositó sobre la mesa el vaso vacío, con los dedos de la mano izquierda
tamborileando y la mirada perdida; los contertulios, expectantes, respetaron
su silencio intuyendo que no eran gratos los recuerdos que cruzaban por su
memoria; luego de breves pero interminables segundos, Jorge reinició el
relato
- El tan esperado viaje a Lima, que tan auspiciosa y alegremente
habíamos iniciado terminó en tragedia y marcó un nuevo rumbo en mi vida,
mejor dicho, en nuestras vidas; después de 32 días en el hospital, fui dado
de alta y me marché con mis padres a lo que de allí en más sería nuestro
nuevo hogar…mi padre había alquilado un departamento en el distrito de
Barranco, de tres dormitorios, uno de los cuales, destinado para mis dos
hermanas fallecidas, quedó dolorosamente vacío. En mi nuevo barrio, no
conocía a nadie, no tenía amigos ni pasado, y tampoco colegio porque ese año
ya lo había perdido. Ahí empecé a transitar mi adolescencia.
A una cuadra
de casa está un gran parque, Confraternidad se llama, que tenía una hermosa
pista de atletismo; ahí logré incorporarme al deporte, con tanta suerte que
el entrenador, al ver mi gran dedicación me invitó a correr con los adultos
de la “Liga de Balnearios”, sin embargo, pronto comprendí que mi afición no
ayudaba al sostenimiento de la casa. Consciente de la necesidad de ayudar a
mis padres, me puse a buscar trabajo, y lo encontré en una tienda que vendía
café en grano; en el siguiente fui cobrador de las cuotas mensuales de
ventas al crédito de una tienda de electrodomésticos. Como quería encontrar
un trabajo que me permitiera seguir entrenando atletismo por las tardes,
busqué en los avisos clasificados del diario alguno que me conviniera; un
día encontré lo que buscaba, un aviso que decía “Se busca muchacho para
tareas varias, horario de 9 a 12 am, de lunes a viernes, en Miraflores” Todo
calzaba, el horario, el lugar, un barrio vecino a donde yo vivía, Barranco,
y a sólo unas 20 cuadras; la tarea era hacer el servicio doméstico, limpiar
y hacer camas. Allí cumplí los 15 años. Luego pasé a trabajar a una fábrica
de perfumes y después a una fábrica de cigarros, sin abandonar los estudios,
que llevaba de noche. Finalmente, toda la familia Enriquez regresamos a
Buenos Aires en 1969, concluyó Jorge.
- ¿Y Gracielita, y el oficial
del ojo lastimado?
- Ellos quedaron más afectados que yo, así que
permanecieron más tiempo en el hospital.
- Pero ¿qué fue de ellos? El
oficial herido ¿perdió el ojo, se recuperó? Nos tienes en ascuas
- Ahí
hubo una lamentable confusión que… – hizo una pausa algo prolongada, extraña
- bueno, el hecho es que el ojo quedó tan lesionado que, finalmente, lo
perdió…posteriormente supe que le dieron de baja por discapacidad.
- A la
chiquita ¿no la viste más, no la buscaste? – la pregunta la hizo uno de los
nuevos invitados, que había permanecido muy callado y muy atento a la
narración.
- Claro que la busqué, varias veces, por medio de internet y
haciendo llamadas valiéndome la guía telefónica, pero no obtuve ningún
resultado, el accidente fue en mayo de 1964, estamos en 2006, ha pasado
muchísimo tiempo y quizás se haya casado, por tanto, habrá cambiado de
apellido… que no conozco, entonces ¿qué hacer? han pasado tantos años…
cuando regrese de mi viaje lo intentaré nuevamente, aunque, la verdad, no
tengo muchas esperanzas.
- Enrique…tal vez pueda ayudarte -.
-
Enriquez, Jorge Enriquez
- Disculpa la confusión
- No te preocupes, me
sucede con frecuencia ¿Tú crees que puedes ayudarme? ¿Y cómo? – dijo Jorge
- Recién nos conocemos y seguro que no te acuerdas ni de mi nombre, pero no
importa, el caso es que soy vicepresidente del diario La Nación y la forma
de ayudarte sería publicando, en la sección de Cartas de Lectores, una carta
tuya en la que pidieras cualquier información referente a la niña… tal vez a
la vuelta de tu viaje encuentres novedades – Jorge, sorprendido, se quedó en
silencio – por cierto, me llamo George Rowland y estoy a tu disposición si
aceptas mi sugerencia.
El entusiasmo de Jorge fue tal que en cuanto
llegó a su casa se puso a redactar la carta; al día siguiente la llevó
personalmente al diario para que la publicaran. Pasaron algunos días y la
carta no era publicada, Jorge no entendía para qué el ofrecimiento si no la
iban a publicar, no le encontraba sentido; ocupado como estaba en los
trámites y preparativos de su viaje pronto dejó de pensar en ella, otras
eran sus preocupaciones. Fue el domingo siguiente cuando la carta apareció
bajo el título “Por un reencuentro”. Habían esperado hasta el domingo para
publicarla, que es el día de mayor tiraje y en el que más se leen las Cartas
de lectores. Como respuesta a su solicitud ´le escribieron muchísimas
personas, algunas relacionadas con el accidente y otras simplemente
interesadas en la historia; de entre tantas cartas recibidas hubo una que le
causó gran excitación, decía:
“Leí su carta, no nos conocemos, pero creo
tener algunos datos que pueden ayudarlo a ubicar a Graciela Gastaldi; hace
algunos años trabajé en la Gendarmería Nacional, como personal civil, y tuve
un compañero que me contó que su mujer había sufrido un accidente de
aviación en Lima. Mi compañero se llama Fernando Gualini. En ese tiempo
vivía en Wilde, en un barrio de varios edificios iguales, tiene dos hijos,
un varón y una niña. Espero que tenga mucha suerte en su búsqueda y haberle
sido útil con estos datos” Con esa valiosa información buscó y encontró, a
través de internet, los teléfonos de varios “Fernando Gualdini” en distintos
lugares de Argentina; uno pertenecía a una dirección en Wilde.
Como
siempre en esa época del año en “Los Príncipes” todo era apuro, y es que
muchas clientas querían un ligero arreglo, o aumentar algún detalle en la
ropa que estaban comprando, además que en la ciudad ya se sentía el calor
sofocante de los meses de verano; cuando sonó la campanilla ella tomó el
teléfono y con un movimiento de cabeza apartó el mechón de cabello que le
tapaba la oreja; con tanto trabajo como se presentaba en diciembre cualquier
interrupción por motivos intrascendentes la molestaba, y de esas ya había
recibido dos esa mañana, afortunadamente hacía pocos minutos había
concretado una venta importante, de manera que estaba de muy buen humor.
- ¿Hola? - era una voz de mujer
- Hola, querría hablar con Fernando
Gualini, por favor
- ¿Padre o hijo? – preguntó
- El padre, por favor
- Él no vive acá, es mi ex marido
- Bueno, en realidad yo quería hablar
con Graciela, Graciela Gastaldi…que seguramente eres tú – se hizo un
prolongado silencio en el teléfono, tras el cual ella preguntó.
- ¿Quién
eres?
- Soy Jorge…Jorge Enriquez
- ¡Jorgito! tantos años ¿cómo me
encontraste? hace dos semanas leí tu carta en LA Nación, además me la
comentaron mis hijos y también unos amigos, pero no me animaba a escribirte.
- Eso es toda una historia, de la que te hablaré cuando nos veamos.
-
Ah bueno, está bien, pero - su voz sonaba dubitativa - ¿de qué cosa
hablaríamos– el “pero” hizo pensar a Jorge que ella no estaba muy dispuesta
a verlo.
- No sé, de todo lo que pasamos aquella vez…de nuestras vidas en
estos años. No sé, no sé, pero si no puedes… no te preocupes, lo entiendo –
su ánimo se vino abajo
- ¡Nooo, noo, claro que quiero verte, Jorgito!
sólo que hora hay muchísimo trabajo, tengo una tienda, “Los Príncipes”, de
venta de ropa para niños y, tú sabes, diciembre es clave para mí ¿podría ser
después de la primera semana de enero?
- Por esas fechas no voy a poder,
Gracielita, me voy a Perú con mis hijos y…
- ¿A Perú? – lo interrumpió
ella, sorprendida - ¿qué vas a hacer allá? – le preguntó, como si le hubiera
dicho que se iba a las antípodas.
- Tengo pendiente de resolver dos
temas muy importantes, este viaje es uno de ellos, te lo contaré a mi vuelta
- Bueno, está bien, entonces cuando vuelvas me llamas y coordinamos
-
Una pregunta, Gracielita ¿por qué Los Príncipes?
- Ja ja ja Porque los
niños son los príncipes de la casa – respondió ella riendo
Jorge no cabía
en sí de entusiasmo- qué cosa tan extraña, me parece increíble que haya
logrado contactarme con Graciela - de inmediato tomó el teléfono y llamó al
diario
- Señor Rowland, lo llama un señor de apellido Enriquez, le he
dicho que está muy ocupado, pero ha insistido en que es muy urgente – la
secretaria le acercó el teléfono
- ¡Jorge, qué gusto de escucharte!
- George, necesito hablar contigo ¡urgente! ¿Qué te parece si almorzamos
juntos? Puedo pasar a recogerte.
- ¿Hoy día mismo? Imposible, lo siento
mucho, pero tengo un almuerzo de trabajo
- Es que me contestaron y …tengo
que hablar contigo.
- Sí, claro que sé que te contestaron, podríamos
juntarnos otro día
- Es que el 3 de enero salgo de viaje a Perú, con mis
hijos y …
- ¡Ah caramba! – Gowland miró su agenda - ¿Qué te parece si te
vienes a las cuatro?
Jorge fue puntual, a las cuatro en punto se
presentó a la oficina del vicepresidente del diario La Nación; la
secretaria, advertida de su visita, lo hizo pasar de inmediato
- No te
imaginas lo agradecido que estoy por tu ayuda, créeme que sin ella me
hubiera sido imposible conseguirlo.
- No te preocupes de eso, es parte
de mi trabajo, nada excepcional, créeme.
- Gracias, sinceramente ha sido
un regalo para mí…hablé con ella y hemos quedado en encontrarnos a la vuelta
de mi viaje a Perú, así que ya sabes, me debes un almuerzo, que lo cobraré
en cuanto regrese…ahora te dejo porque sé lo ocupado que estás.
- Claro,
claro, pero antes permíteme hacerte una pregunta…cuando nos contaste lo de
tu accidente hubo un momento, algo, que me llamó la atención
- No sé de
qué me estás hablando
- Cuando te preguntamos por la suerte que habían
corrido la niña y el oficial, me dio la impresión de que hubo algo que no te
atreviste, o no quisiste contarnos cuando mencionaste que el oficial
finalmente había perdido el ojo, preferí respetar tu silencio, no sé si
estoy equivocado ¿hubo algo más, que no nos dijiste? Respetaré tu respuesta
Tienes razón – respondió Jorge – sí, hubo algo más, sólo que me pareció que
no era un momento oportuno, o adecuado para contarlo.
- ¿Supiste por qué
se estrelló el avión, estando tan cerca del aeropuerto? – preguntó Rowland
- No, nunca lo supe…en realidad yo era todavía muy chico y no me interesé
más.
- ¡Caramba! al diario le interesaría saber si hubo una explicación
oficial, tal vez puedas averiguar algo.
En ese momento en la tienda
no había cliente alguno y Graciela, distraída, dio un respingo sobresaltado
por el timbre del teléfono
- “Los Príncipes” - Buenos días.
-
¿Graciela?
- ¿Jorge? – preguntó ella, sorprendida.
- ¡Me reconociste!
qué gusto.
- Hola Jorgito, tanto tiempo ¿y ese milagro?
- Pues… me
gustaría invitarte para conversar un poco.
- Jorge, la última vez que
conversamos me dijiste que me llamarías al regreso de un viaje que tenías
planeado…y han pasado tres años ¿de qué tendríamos que hablar?
- También
de eso conversaremos…si te parece.
Finalmente, Graciela aceptó y
quedaron en encontrarse en la zona sur de Buenos Aires, en Wilde, cerca de
su casa.
Jorge, que había llegado a la cafetería “El Búcaro” con diez
minutos de anticipación, y llevaba más de media hora esperando, llegó a la
conclusión de que Graciela no acudiría a la cita, no obstante, decidió darse
una oportunidad más, esperaría otros cinco minutos; hizo bien, porque un par
de minutos después Graciela hizo su aparición.
El encuentro fue muy
emotivo para ambos, se dieron un largo abrazo que sintetizaba la alegría de
encontrarse nuevamente, para preguntarse y contarse cómo habían sido sus
vidas a partir del renacer que vivieron juntos aquel 8 de mayo de 1964, a
las ocho de la noche.
- Jorge, dime la verdad ¿por qué te diste el
trabajo de buscarme? porque estoy segura que te costó mucho encontrarme,
convinimos en que me llamarías nuevamente al retorno de tu inminente viaje a
Perú… ¿y te desapareces tres años? no lo entiendo.
- Sí, sí, supongo que
no lo entiendes…cuando hablamos te dije que tenía dos temas importantes por
resolver
-…y que ese viaje era uno de ellos
- Pues sí, y es que por
años sentí la necesidad, no el deseo, sino la necesidad, de volver al lugar
donde fallecieron mis hermanas… así lo hice, el lugar está señalado con una
vieja cruz metálica, muy oxidada, que seguramente algún deudo habrá
colocado…recé y lloré…lloré mucho, en ese cerro que paradójicamente se llama
“Las Cruces” … y se me quitó un peso de encima, sólo que al volver
sucedieron cosas muy duras en mi vida, me divorcié y otras cosas más.
-
Lo siento – dijo Graciela, agachó la cabeza y puso los codos sobre la mesa
con las manos, en puño, a los costados, sobre las sienes; sus lágrimas
corrieron libremente sin que ella hiciera intento alguno por contenerse – y
gracias, te agradezco de corazón…porque, sin que me lo digas, sé que también
oraste por mi madre y mi hermana.
Después de un largo y extraño silencio
Jorge tomó la palabra nuevamente
-Gracielita…dime ¿recuerdas algo del
accidente?
- No, estaba dormida y…
- ¡Y sin cinturón! …igual que yo –
exclamó Jorge
- Cierto…no sentí nada, hasta que desperté en la arena –
por unos segundos se cubrió la cara con las manos.
- ¿Supiste del
incidente que se produjo con el oficial de la fuerza aérea que encontramos
herido y tirado en la arena?
- Pues no, yo era tan chica que tal vez por
eso nadie me dijo nada al respecto ¿Qué pasó?
Era aproximadamente las
once de la mañana del sábado y la casa de los Ciriani era un loquerío, una
radioemisora había interrumpido su programación para lanzar una “noticia de
último minuto”
“Milagrosamente rescatistas han encontrado tres
supervivientes del accidente de aviación ocurrido cerca al balneario de
Santa Rosa, se trata de dos niños y un adulto, aparentemente el coronel jefe
de la delegación de la FAP que retornaba después de cumplir su misión en
Argentina; todos fueron conducidos en helicóptero al Hospital Naval”
-
Carlos, llama al tío Enrique, han encontrado sobrevivientes y dicen que uno
es el jefe de la delegación de la FAP, es mi papá …es mi papá llama al tío
Enrique…llámalo y pregúntale, él debe saber…llámalo Carlos llámalo… - las
voces de Rosa y Meche se confundían en su exigencia, como si no fuera
precisamente eso lo que estaba haciendo.
- Está ocupado el
teléfono…seguro está averiguando – dijo Carlos, sólo por tener algo que
decir; no había terminado de hablar cuando empezó a sonar la campanilla
-
Aló ¿tío? Soy Carlos – se quedó escuchando lo que le decía
- ……..
- Sí
tío, esa es la noticia que hemos escuchado en el radio.
Carlos colgó el
teléfono, todos estaban callados, expectantes, sin saber qué decir – El tío
Enrique dice que mamá – no pudo continuar, se quebró en llanto - …y que
mañana – profundos sollozos le impedían hablar - Día de la Madre …será el
entierro.
- Dios mío – exclamó Graciela, en El Búcaro se había creado
una extraña atmósfera, para los dos contertulios parecía que el tiempo se
había detenido – qué terrible debe haber sido para esa familia esa confusión
– ambos se quedaron en silencio, sin saber qué decir.
- Así fue, una
terrible confusión, porque el sobreviviente no fue el coronel Carlos
Ciriani, de la FAP, sino el mecánico del avión, el suboficial argentino
Oscar Ahumada.
- ¿Y sabes qué? en el viaje que hice a Perú, en enero
del 2007 – continuó Jorge - tuve la suerte de conocer a un oficial de la
FAP, ya retirado, de apelativo “Eco Bravo”, que había sido partícipe en los
eventos alrededor del accidente.
- ¿Te contó algo especial? – preguntó
Graciela, intrigada por el comentario de Jorge.
- Pues sí… … ¿sabes
cuánto tiempo empleó el helicóptero para llevarme de la playa Hondable – así
se llama – hasta el pueblo de Santa Rosa?
- ¿Santa Rosa?
- Es el
pueblo más cercano al lugar del accidente, al que me llevaron inicialmente,
bueno, la cosa es que se demoró ¡cuatro minutos! Lo que a nosotros nos tomó
tooooda la noche – Graciela lo miraba con los ojos muy abiertos, sin decir
nada - ¿Y sabes por qué nos accidentamos?
- Jorge ¿cómo podría saberlo?
En “El Búcaro”, Graciela miraba a Jorge con los ojos muy abiertos, como
hipnotizada, toda su atención puesta en lo que su amigo le decía; por su
mente pasaban, veloces, los duros momentos que habían vivido juntos, la
larga caminata nocturna, sus momentos de desánimo, el dolor de sus heridas,
pero sobre todo el constante esfuerzo de Jorge por animarla y evitar que se
abandone. Sus ojos eran ríos desbordados, las lágrimas caían sobre el blanco
mantel sin que ella hiciera intento alguno por evitarlo.
En la
mesa del coronel Miró Quesada, en el Grupo 8, continuaba la conversación
- Desde que supe que los equipos de radionavegación del CAME habían sido
correctamente sintonizados, me quedó rondando una gran pregunta ¿Qué los
hizo cambiar la trayectoria de planeo final? Tenía que haber sido algo
inesperado y decisivo, y creo saber qué fue.
- ¿Y qué supones que
sucedió?
- Que estaban descendiendo normalmente, en la trayectoria
correcta cuando, de pronto, vieron las luces de la pista de aterrizaje y
hacia ellas se dirigieron…sólo que no eran las luces del Jorge Chávez
-
¿Cómo? no te entiendo
- Hace unos días, regresando de Chiclayo –
continuó Romero - estaba pasando por Ancón cuando se encendió el alumbrado
público - Romero hizo una pausa, todos estaban en silencio esperando a que
continuara la explicación, que reinició con gran énfasis - ¡Las luces! -
exclamó.
- ¿Las luces? ¿qué luces? - preguntó el coronel.
- Fueron las
luces de Ventanilla, lo que me llamó la atención – nueva pausa – la avenida
central es larga, iluminada por luces laterales da la impresión de una pista
de aterrizaje.
- Estaban en vuelo instrumental…
- Sí, mi coronel, pero
no conocían el Jorge Chávez, era la primera vez que venían a Lima.
-
Romero, la Fuerza Aérea Argentina no iba a enviar a un piloto bisoño…eso de
la primera vez no es relevante.
- Es que hubo otro factor que sí es
importante: era una sola tripulación y con seguridad que estaban agotados
después de tantas horas volando, y sin dormir; si iniciaron el vuelo a las 5
y media de la mañana ¿a qué hora se habrán levantado? tal vez la víspera ni
siquiera se han acostado…muchas horas, demasiadas horas sin dormir.
- En
eso tienes razón, continúa
- Entonces, resumiendo: una sola tripulación,
agotada por largas horas sin dormir, llegando a un aeropuerto desconocido en
condiciones marginales de visibilidad…
- Bueno, sí, son condiciones que
crean una situación peligrosa, pero…
- En este punto hay un detalle que
creo que es la clave del problema, y que no se ha mencionado
- ¿Ah sí?
¿cuál es ese detalle? – todos los comensales escuchaban en silencio, atentos
a la explicación
- En Santa Rosa un oficial de mar y su esposa - viven
allí - vieron pasar el avión, con tanto detalle que se percataron que estaba
con el tren abajo…listos para aterrizar.
- Ajá, continúa.
- Si el
oficial de mar vio el detalle del tren de aterrizaje, significa que el
piloto también tenía visión, seguramente limitada, o sólo por momentos…
-
Ajá, ya me imagino, tú piensas que …
- Que se engañó con las luces de
Ventanilla, creyendo que era el Jorge Chávez abandonó el vuelo instrumental
y se dirigió a la supuesta pista, cuando se percató de su error ya fue
demasiado tarde, por eso fue que impactó de panza, y no de nariz, regándose
en el cerro “La Cruces”.
En “El Búcaro”, Graciela se quedó en
silencio hasta que el momento se hizo casi incómodo, entonces Jorge retomó
la conversación
- Fueron las luces de Ventanilla lo que, probablemente,
indujeron a error a la tripulación.
- Parece de cuento, y enterarme
después de tantos años…es el destino.
- Gracielita … ¿sabes? - dijo
Jorge, algo dubitativo, como inseguro de lo que iba a decir - el otro tema
por resolver eras tú…
- ¿Yo? – lo interrumpió - ¿por qué?
- Te busqué
varias veces, sin éxito – continuó él, sin hacer caso a la pregunta – quería
contarte lo que te acabo de narrar, sentía que tenía una deuda contigo, ya
había perdido las esperanzas de encontrarte, y hete aquí que un día, de
buenas a primeras, surgió lo de la carta en La Nación…y aquí estamos.
-
No sabes cuánto me has ayudado – Jorge la miró con cara de sorpresa, sin
comprender qué querían decir sus palabras – también yo he tenido caídas…me
divorcié y otras cosas, pero ¿sabes? el recuerdo de tu optimismo en esas
circunstancias… tu constante apoyo cuando yo ya no tenía fuerzas… el no
rendirte ni dejar que yo lo hiciera…me ha servido de mucho para continuar,
mi vida no ha sido fácil … pero nunca me rendí.
- Gracielita, estamos
2010, han pasado 46 años y sólo tú y yo sabemos lo que sufrimos y vivimos
esa negra noche ¿Te das cuenta por qué teníamos que hablar, tú y yo?...
hablemos…
Hablaron y lloraron durante cuatro horas.
Agradecimiento
Agradezco profundamente a Carlos Ciriani
Anchorena y a Mario Muñiz O. protagonistas de esta historia, la generosidad
de su tiempo para absolver las múltiples interrogantes planteadas durante
las entrevistas, y en especial a Jorge Enriquez, autor de “SUPERVIVIENTE –
un Dios aparte”, libro del cual he tomado, con su anuencia, muchos pasajes
de forma casi literal, lo que me ha permitido hacer una narración veraz de
los hechos, circunstancias y vivencias de este dramático evento.
Jorge Enriquez, con el autor de “ El Reencuentro”
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