Portal Aeronáutico
del Guajiro
Nunca Arriba, Nunca Abajo, Siempre Iguales
Alférez Guillermo Dellepiane
¡Dellepiane es argentino!
¿Viste la película "Top Gun”? ¿Sí?
Y ¿conoces la historia
del Alférez Guillermo Dellepiane? ¿No?
léela... este relato es real y
¡Dellepiane
es argentino!
Imperdonable que no conozcas este hecho de guerra...
Tenía veinticuatro años, volaba a ras del mar y estaba a punto
de bombardear un destructor y una fragata misilística. Le decían Piano porque se
llamaba Guillermo Dellepiane, y era alférez en una fuerza que no tenía héroes ni
próceres porque jamás había entrado en combate. Se trataba de la primera misión
de su vida y acababa de despegar de Río Gallegos. Una escuadrilla de ocho aviones
argentinos avanzaba en silencio de radio hacia dos barcos británicos. Los cuatro
primeros iban adelante y dispararían primero. Los cuatro halcones de atrás, a una
distancia prudencial, tendrían una segunda oportunidad o entrarían a rematarlos.
Para Piano, era una misión iniciática, la última lección de un profesional de
la guerra: la guerra misma. Hasta entonces todo habían sido aprendizajes y pruebas.
Alférez es el primer escalafón de los oficiales, y Dellepiane ni siquiera había
experimentado el reabastecimiento en vuelo, una compleja operación que en este caso
consistía en acercarse volando a un Hércules, encajar la lanza de la trompa del
A-4B en la canasta de combustible y cargar tanques para seguir viaje. Muchos fallaban
en ese intento: se ponían nerviosos y no podían meter la lanza. "Mira si yo no puedo,
es una vergüenza", se decía. Estaba más preocupado por ese bochorno que por la muerte.
Pero cuando tuvo al Hércules frente a frente no falló, y rápidamente se unió a su
jefe, un primer teniente, que ordenó bajar a menos de quince metros de las olas
y avanzar a toda máquina. Volaban tan bajo que dejaban estelas en el mar. Ese día
el cielo estaba infestado de aviones ingleses. Era una trampa mortal, y la lógica
indicaba regresar de inmediato al continente. Piano y su grupo estaban atacando
un enorme vivac armado por los ingleses en Monte Dos Hermanas.
Más de dos
manzanas con carpas, conteiner y helicópteros, un campamento desde donde dirigía
la guerra el general Jeremy Moore. Dellepiane había lanzado sus tres bombas de 250
kilos, provocó destrozos, y percibió que les tiraban con todo lo que tenían. Desde
misiles y artillería antiaérea hasta con armas de mano. Era un festival de fuegos
artificiales. Y casi todos los pilotos se desprendieron de los tanques de reserva
y de los portamisiles e hicieron una curva para regresar por el Norte, cada uno
librado a su inteligencia. Piano voló haciendo maniobras de elusión y acrobacias,
y sintió impactos en el fuselaje. Era otra vez un espectáculo increíble y aterrador.
A la altura de Monte Kent se topó con un helicóptero Sea King en pleno vuelo y le
disparó. Salieron dos proyectiles y se le trabó el cañón, pero una bala pegó en
las palas y obligó al piloto inglés a un aterrizaje de emergencia.
Enseguida,
por la izquierda, vio que pasaban dos bolas de fuego que iban directamente hacia
el avión de su teniente, así que le gritó por la radio "Cierre por derecha" y siguió
virando hasta ver que los misiles pasaban de largo y se perdían. Más adelante se
topó con otro Sea King y volvió a intentar dispararle, pero también fue en vano:
el cañón no se destrababa. Así que en el último instante levantó el Skyhawk y pasó
a centímetros de las aspas del helicóptero para evitar que el piloto de casco verde
lo liquidara con su gatillo. Luego, otro objetivo: buques. Con el alma en vilo escucharon
que, cinco minutos antes de llegar al blanco, los primeros cuatro aviones atacaban.
En el horizonte no se veía nada pero Piano se dio cuenta en seguida de que a sus
compañeros no les había ido muy bien. En dos minutos supieron que tres aviones habían
sido alcanzados por la artillería antiaérea y que habían sido derribados en medio
de hongos de fuego y estampidos de agua. El cuarto avión regresaba por las suyas.
Piano vio de repente los buques enemigos. Eran efectivamente dos y les estaban disparando.
En ese momento no pensaba en la patria ni en Dios, sólo veía con una cierta incredulidad
esa película fantástica y en tecnicolor. La veía como si él no fuera parte de ella.
Era un espectáculo corto y alucinante pero sin ruidos, porque en la cabina no se
oía nada. Fueron fracciones de segundos: Piano contuvo el aliento verificando la
velocidad y la altura, y en el momento exacto en el que pasaba por encima de uno
de los dos barcos, mientras recibía y eludía disparos de todo tipo, apretó el botón
y soltó una bomba de mil libras. Las bombas impactaron en el destructor y le abrieron
agujeros horribles y definitivos.
Quedó fuera de servicio, pero eso Piano
lo supo mucho después porque en ese instante lo único que pudo hacer fue salir rápido
de la ratonera evadiendo misiles y huyendo a toda velocidad. Cuando una escuadrilla
dispara, los aviones se dispersan y cada uno regresa como puede. El joven alférez
se sintió solo unos minutos pero de pronto divisó la nave de su jefe y la alcanzó.
Hasta que de repente un proyectil rasante surgido de la niebla pegó en un alerón
del avión del primer teniente. Fue un golpe mortal a velocidad infinita que le hizo
dar una vuelta de campana, pegarse contra la superficie del océano y explotar en
mil pedazos. Todo en un pestañeo de ojos. Piano lo vio sin poder creerlo pero sin
dejar de apretar el acelerador. Descendió todavía más y prácticamente aró el mar
con un gusto metálico en la boca. Dependía emocionalmente de su jefe. Había bajado
por un momento la guardia, pensando "me va a llevar a casa", pero ahora estaba solo
y desesperado. Ahora dependía únicamente de su propia pericia, o de su suerte. Voló
un rato de esa manera, huyendo del diablo, y luego, cuando estuvo seguro de que
no lo seguían, avisó al Hércules C-130, que los cazadores le llaman "La Chancha",
e inició el ascenso. "La Chancha" puso la canasta y sin perder el pulso el joven
alférez empujó la lanza y recargó combustible. Después voló el último tramo casi
a ciegas: el mar había formado una gruesa capa de salitre en el parabrisas del avión.
Fue más o menos en ese instante cuando se dio cuenta de que estaba sucediendo algo
inesperado: se estaba quedando sin combustible. Un proyectil le había perforado
el tanque, y tenía sólo 2000 libras.
Precisaba más del doble para alcanzar
la posición de "La Chancha". Pero no pensaba en ese momento crucial en llegar a
ningún lado sino en escapar del acoso de los Harriers. Se desprendió entonces de
los porta misiles y siguió volando un trecho pidiéndole al radar de Malvinas que
le dijera, sin tecnicismos y con precisión, dónde estaban sus verdugos. Los Harriers
volaban a una distancia considerable, así que ya sobre el norte del estrecho San
Carlos dudó sobre si debía eyectarse en la isla o tratar de llegar al Hércules.
Sus maestros, en las lecciones teóricas, le habían recomendado siempre que en una
situación semejante intentará regresar. Eyectarse significaba perder el avión y
caer prisionero. Cruzar significaba enfrentar el riesgo de no lograrlo y terminar
en el mar. Si caía no podría sobrevivir más de quince minutos en las aguas heladas,
y no había posibilidades operativas de que ninguna nave pudiera rescatarlo a tiempo.
Sus compañeros, por radio, trataban de darle consejos y sacarlo del dilema. Pero
su jefe tronó: "Déjenlo a Piano que decida". Y entonces Piano decidió. Salió a alta
mar, se puso en la frecuencia del Hércules y comenzó a conversar con el piloto que
lo comandaba.
Dos hombres hicieron ese día caso omiso a las órdenes de los
altos mandos: el piloto de "La Chancha" salió de su posición de protección, entró
en la zona de peligro y avanzó a toda máquina al encuentro del A-4B de Piano , y
un oficial de San Julián tuvo un arrebato, se subió a un helicóptero y se metió
doscientas millas en el mar a buscarlo, un vuelo completamente irregular y arriesgado
que no ayudaba pero que mostró el coraje suicida del piloto y la desesperación con
que se seguía en tierra la suerte de aquel cazador herido de combustible que intentaba
volver a casa. El alférez escuchó "Vamos a buscarte" y trató de mantener el optimismo,
pero el liquidómetro le indicaba a cada rato que no conseguiría salir vivo de aquel
último viaje. "¿A qué distancia están?" -preguntaba cada tres minutos-. "¿A qué
distancia están?" La radio se llenaba de voces: "Dale, pendejo, con fe, con fe que
llegas". El alférez sacaba cuentas sobre la cantidad de combustible, que se extinguía
dramáticamente, y pronosticaba que se vendría abajo. Y sus oyentes redoblaban los
gritos de aliento: "¡Tranquilo, pibe, con eso te alcanza y sobra!" Sabía que le
estaban mintiendo.
Cuando llegó a 200 libras se dio por perdido. De un momento
a otro el motor se plantaría y se iría directamente al mar. Comida para peces. Cuando
llegó a 150 libras recordó que eso equivalía, más o menos, a dos minutos de vuelo.
"¡No me abandonen!" -los puteó, porque había silencio en la línea-. De repente el
piloto del Hércules C-130 creyó verlo, pero era un compañero. Piano pasó de la euforia
a la depresión en quince segundos. El liquidómetro marcó entonces cero, y de pronto
Piano escuchó que lo habían divisado y vio por fin a "La Chancha". La vio cruzando
el cielo, hacia la derecha y bien abajo. Le pidió al piloto que se pusiera en posición
y se largó en picada sin forzar los motores, planeando hacia la canasta salvadora.
Cuando la tuvo enfrente le dio máxima potencia con una lágrima de combustible en
el tanque y al ponerse a tiro pulsó el freno de vuelo y metió la lanza. Todos atronaban
de alegría en la radio y se abrazaban en tierra. Piano también gritaba, pero quería
abastecerse rápido, retomar el control y regresar a San Julián por su propia cuenta.
Pronto descubrieron que eso no era posible. Todo el combustible que entraba, pasaba
al tanque y caía por el orificio. "Quédate enganchado", le dijo el piloto del Hércules.
No tenían alternativa. Volaron así acoplados el resto del camino, perdiendo
combustible y con el riesgo de una explosión o de no llegar a tiempo. Fue otra carrera
dramática hasta que vieron el golfo y luego la base. Entonces el A-4B se desprendió
y chorreando líquido letal buscó la pista. Piano intentó bajar el tren de aterrizaje
pero la rueda de nariz se resistía. Estaba todo el personal de la base de San Julián
esperando, y él dando vueltas, dejando estelas de combustible de avión y tratando
de lograr que esa maldita rueda bajara. Finalmente bajó, y el alférez aterrizó,
se desató rápido, se quitó el casco, saltó al asfalto y se alejó corriendo del enorme
lago de combustible que se formaba a los pies del A-4B.
MEDALLA AL VALOR
Hubo fiesta hasta tarde y felicidad desenfrenada en San Julián.
Cómo Piano se consideraba vivo de milagro se tomó muchas copas y tuvieron que acompañarlo
hasta su habitación: se durmió con una sonrisa y se despertó muy tarde. Era el 14
de junio de 1982 y sus compañeros le informaron que la Argentina se había rendido.
El Alférez Dellepiane fue condecorado con la Medalla al Valor en Combate, y
se mantuvo dentro de la Fuerza Aérea haciendo una callada carrera con foja intachable
y mucha capacitación profesional. Hace dos años fue enviado como agregado aeronáutico
a Londres. Los ingleses lo recibieron como un gran guerrero.
Las aspas atravesadas
del Sea King que había derribado Piano en Monte Kent están en el Museo de la Royal
Navy, y el helicopterista que conducía aquel día está vivo pero retirado. Piano
consiguió su teléfono y conversó afectuosamente con él. Aquel alférez, convertido
en comodoro, fue invitado una tarde a entregar un premio en la escuela de aviación
de la RAF.
Por la noche, los pilotos de guerra recién recibidos y sus señores
oficiales cenaban en un salón majestuoso de mesas larguísimas. Piano ocupó un lugar
privilegiado, y el director de la escuela pidió silencio y habló del piloto argentino.
Se sabía su currículum bélico de memoria y en su discurso mostraba el orgullo de
tener esa noche a un hombre que había luchado de verdad contra ellos.
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