PORTAL MASÓNICO DEL GUAJIRO

La Hermandad para toda la Humanidad

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La Iniciacion
El Esoterismo VII
Luc Benoiste

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La iniciación, que debe introducir al aspirante en el camino de una realización personal, consiste esencialmente en la transmisión de una influencia espiritual. Esta “bendición” es conferida por un maestro, el ya iniciado, a un discípulo, en virtud de la cadena ininterrumpida, de la filiación efectiva que relaciona al maestro iniciante con el origen de la cadena y de los tiempos. Todo rito de iniciación conlleva gestos simbólicos que son testimonio de una filiación original. Citemos como ejemplo el beso del iniciante que transmite en esta forma al iniciado el soplo de la influencia espiritual que ha presidido la creación del mundo. El iniciante cuando realiza semejantes actos no actúa en tanto individuo, sino como un eslabón de la cadena, como transmisor de una fuerza que lo supera y de la que él sólo es un humilde portador.

Para que llegue a ser eficaz, la iniciación exige, por parte del aspirante, tres condiciones: disposición completa, recepción regular y realización personal. El postulante, en primer lugar, debe presentar ciertas cualidades físicas, morales e intelectuales. En efecto, el iniciado se apoya sobre una individualidad que, aunque limitada, debe ofrecer los menores impedimentos posibles. Siendo la finalidad la conquista efectiva de los estados superiores, o de otra manera una comunión con el Sí-Mismo, principio de todos los estados, exige una armonía absoluta del alma, un dominio completo de todos los elementos de la individualidad. Esta exigencia descarta a todos aquellos a quienes oprime un defecto corporal o una imperfección psíquica que se transformaría en obstáculo en el camino difícil que ellos quieren abordar, incluso si esas anomalías provinieran de un accidente. En efecto, todo lo que le ocurre a un ser le es semejante y ningún hecho le podría alcanzar si no existiera entre ellos una comunidad de naturaleza. Las condiciones más necesarias para recibir la iniciación pueden resumirse en cuatro puntos: pureza de cuerpo, nobleza de sentimientos, amplitud de horizonte intelectual y altura de espíritu.

La iniciación debe ser otorgada por un maestro calificado, al que los hindúes denominan gurú (o anciano), los ortodoxos geron, que tiene el mismo sentido, y los musulmanes sheikh, y que desempeña con respecto al discípulo el papel de un padre espiritual, siendo la iniciación un segundo nacimiento. El maestro le acompañara en las dificultades surgidas de la aplicación del método. En cuanto a los conocimientos teóricos, cada organización posee un método para dar las enseñanzas.

Una vez recibida la iniciación ésta sigue siendo virtual. Ella debe ser efectivamente valorizara por un trabajo personal, ya que cada persona lleva en sí misma propio maestro. Esta tarea tiene por fin realizar los estados que integran la personalidad. Pero esta idea de estados superiores es de tal manera extraña a la mentalidad moderna que exige algunas explicaciones. Cualquier individuo considerado incluso en la mayor extensión de sus dotes, no es un Ser completo, sino sólo un estado particular de la manifestación de un ser, que ocupa un cierto momento en la serie indefinida de los estados posibles de un ser total. Efectivamente, la existencia en su unicidad indivisible implica modos indefinidos de manifestación y esta multiplicidad implica correlativamente para cualquier otro ser una multiplicidad igualmente indefinida de estados, cada uno de los cuales debe realizarse en un grado determinado de la existencia.

Por ejemplo, lo que hay de corporal en el yo, no es sino la modalidad física de una individualidad particular que es una condición limitada entre una gran cantidad de condiciones existenciales. A la Existencia misma en su amplitud corresponde únicamente lo que podría llamarse una posibilidad de manifestación, en tanto que la Posibilidad Universal, siguiendo a Leibniz, corregido en esto por Guénon, implica igualmente posibilidades de no-manifestación, para las cuales la noción de existencia que surge de la cosmología, y hasta la de ser, que surge de la ontología, dejan de ser adecuadas. La Posibilidad Universal surge sólo de la metafísica.

Si se prefiere usar la terminología hindú se dirá que el yo o la individualidad no es sino un aspecto transitorio y particular del Sí-Mismo o de la personalidad, que es su principio trascendente. Esto debe ser entendido en los tres mundos y concierne no sólo a los estados de manifestación individual que dependen de una forma, sino a los estados supraindividuales y sutiles y más aún a los estados de no manifestación o estados posibles que la Unidad del Sí-Mismo engloba en su universal totalidad. Esta multiplicidad indefinida de los estados del ser, que corresponde a la noción teológica de la omnipotencia divina, es una verdad metafísica fundamental, la más alta que es posible concebir.

Si la realización de los estados superiores puede ser considerada como accesible a algunas personas calificadas, es en virtud de la analogía que existe entre el proceso de la formación del mundo y el desarrollo espiritual de un ser, en sentido inverso, entiéndase bien ya que este camino es el de un retorno al origen.

Desde una concepción universal, el mundo se presenta bajo tres aspectos, un estado de no manifestación que representa la Posibilidad Universal, un estado de manifestación informal o sutil que representa al Alma del Mundo y un estado de manifestación formal o tosca que es el del mundo sustancial de los cuerpos. La creación del mundo se presenta como una ordenación del caos o como la consecuencia de un "orden" divino, que la Biblia presenta como un Fiat Lux, ya que la luz ha acompañado siempre a las teofanías, y a que el orden se identifica con la luz. El rayo celeste de este “orden" o de esta "'influencia" espiritual ha provocado en el centro del caos dual de la naturaleza una vibración luminosa que ha separado las "aguas inferiores" de las "aguas superiores", es decir, el mundo formal del informal, lo manifestado de lo no manifestado, separación descrita al comienzo del Génesis. La superficie de las aguas, o plano de la separación de ellas, estado en que se opera el pasaje de lo individual a lo universal; plano en el que se refleja el rayo celeste de la iluminación.

En efecto, en la misma forma del Fiat Lux divino, la influencia espiritual trasmitida al postulante, ilumina el caos tenebroso de sus aptitudes individuales. Esta partícula de luz intelectual se irradia en todos los sentidos desde el centro del ser, representado por su corazón, y lleva a cabo la completa expansión de sus posibilidades. Esta acción invisible se halla expresada en las diferentes tradiciones por el desarrollo de una flor, rosa o loto, sobre la superficie del agua. De esta manera el ritmo cósmico transmitido por el rito inicial, resuena en la vida de un hombre cuya función consistirá en seguir y completar el plan divino. Sólo en el momento en que el futuro iniciado comprende este fin, llega a ser digno de recibir la iniciación. Esta se realiza en virtud del desarrollo de las posibilidades ya incluidas en su naturaleza, pues ningún misterio llega de otro lado y siguiendo el sentido de la célebre sentencia hindú: 'Lo que está aquí está más allá y lo que no está aquí no está en ningún lugar'.




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